Un Meta-Modelo Cristiano católico de la persona - Volumen I

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From the series: Razón Abierta #3
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REDUCCIONISMO VERSUS CONSTRUCTIVISMO

La teoría moderna de la personalidad secular comúnmente asume que las cosas «superiores», especialmente la experiencia religiosa y los ideales morales, deben ser entendidas como provocadas por fenómenos inferiores subyacentes. Por ejemplo, el amor se reduce al deseo sexual; el deseo sexual a la fisiología; la vida espiritual o los ideales artísticos se reducen a impulsos sexuales sublimados (como en Freud), y se supone que gran parte de la conciencia es generada por fuerzas inconscientes (de nuevo, como en Freud o Jung).

La teoría cristiana es construccionista. Hace hincapié en los aspectos superiores de la personalidad, los cuales contienen y a menudo producen o transforman, los aspectos inferiores, y a veces entran en conflicto con ellos. De esta forma, mi pensamiento consciente me hace buscar lo que es bueno, verdadero o bello. La búsqueda y la experiencia del amor abnegado de Dios y de los demás motiva el deseo de trascender la realidad cotidiana. El pensamiento construccionista es sintético, reúne los hechos bajo un patrón integrado de coherencia, mientras que el pensamiento reduccionista es analítico, y divide todo lo que se está estudiando en partes. Por supuesto, un buen análisis es un requisito importante para cualquier integración o construcción que pueda tener éxito. Sin embargo, gran parte de la psicología moderna solo ha proporcionado el análisis, con sus consecuencias reduccionistas. La integración suele dar lugar a una comprensión jerárquica, mientras que la mentalidad moderna es generalmente antijerárquica. Uno de los pocos teóricos de la personalidad del construccionismo moderno es Viktor Frankl (1960, 1963), con su énfasis en la búsqueda de un significado más elevado. No obstante, recientemente, los trabajos de Seligman (Peterson y Seligman, 2004; Seligman y Csikszentmihalyi, 2000) y muchos otros, que se integran en el movimiento de la psicología positiva, han vuelto a poner énfasis en los aspectos superiores con su enfoque en las virtudes y las fortalezas del carácter.

En resumen, estos cinco pares de principios contrastantes aclaran dos cosas: muchos supuestos fundamentales de las teorías modernas de la personalidad no se basan en pruebas empíricas o científicas, y todos estos supuestos no son a menudo consistentes con una interpretación cristiana católica de la persona y la personalidad.

LAS DIFERENTES CARACTERÍSTICAS PSICOLÓGICAS DE LA PERSONALIDAD SE ENFATIZAN
ENCARNACIÓN

Casi ninguna teoría de la personalidad identifica nuestro cuerpo como importante en la comprensión de la personalidad. Lo más cercano que cualquier teoría llega a representar la encarnación en sus conceptos teóricos son las diferencias masculinas y femeninas de Freud, expresadas en los complejos de Edipo y Electra. Estas representaciones han sido seriamente criticadas, pero, al menos, Freud estaba dispuesto a abordar el tema de las diferencias de personalidad entre los sexos. Jung propuso arquetipos de sexo opuesto, como presentes en cada sexo, aunque la consecuencia de esto fue enfatizar la psicología unisex de hombres y mujeres. Tras Freud, ningún teórico de la personalidad parece haber abordado las diferencias en la personalidad masculina y femenina.

Los recientes hallazgos sobre los potentes efectos de los procesos corporales durante todas las etapas, desde el apego temprano entre madre e hijo (Siegel, 1999, 2012) hasta el desarrollo del lenguaje y las neuronas espejo (Friederici, 2017; Obler y Gjerlow, 1999; Rizzolatti y Sinigaglia, 2008), pasando por los efectos del cuerpo en el contenido del pensamiento, incluso abstracto y matemático, hacen que el descuido del cuerpo sea un descuido flagrante en todas las teorías modernas de la personalidad (Lakoff y Johnson, 1999). Sin duda, el hecho de ignorar el cuerpo y de cómo, a través de la maduración y la experiencia, desarrolla capacidades tan importantes, pero limitadas, como caminar, ver y oír, y en menor medida el lenguaje, permitió que ciertas teorías de la personalidad consideraran el yo como autónomo y autocreado, es decir, sin tener en cuenta los límites corporales y las contribuciones de los demás a nuestra formación. Dado este «descuido», incluso parecía posible que algunos existencialistas concibieran que un yo podía crear su propia esencia después de su existencia, crear su propio significado sin referencia a la realidad externa y objetiva.

Como se aclara en otros capítulos del presente volumen, el énfasis en el cuerpo se deriva de la suposición católica de que la persona es una unidad o un todo cuerpo-alma (véase el capítulo 2, «Premisas teológicas, filosóficas y psicológicas», y el capítulo 8, «Plenitud personal»). Esta idea, por supuesto, introduce otro nuevo concepto para entender la personalidad: el alma «largamente-ignorada». De esta forma, con la reintroducción de alma (véase capítulo 5, «Apoyo psicológico básico») y la introducción de la vocación (véase capítulo 10, «Realizada a través de la vocación»), en particular la vocación a la santidad, el enfoque psicológico católico también enfatiza la vida espiritual.

Además, otros capítulos del presente volumen presentan una comprensión Cristiana Católica bien desarrollada de la persona y la personalidad, con un énfasis importante pero adecuado tanto en el aspecto de la encarnación común como en la naturaleza complementaria y la igual dignidad del hombre y la mujer (véase el capítulo 9, «El hombre y la mujer»).

RELACIONES

Muchas de las teorías seculares sobre la personalidad han tendido a asumir que la personalidad, al menos cuando está madura y sana, es un yo autónomo aislado. Estas psicologías, por ejemplo la de Rogers (1961) y muchos psicólogos existenciales, se centran en cómo el individuo se vuelve independiente, cómo se separa de su madre, padre, comunidad, religión y todo lo demás de lo que antes dependía. La individualización que conduce a la autorrealización se considera el objetivo o propósito básico de toda vida humana.

Dado que el cristianismo no asume que el objetivo de la vida humana sea la independencia, e incluso ve un lado oscuro de la independencia en patologías comunes como la alienación y la soledad, el enfoque cristiano otorga un papel central a las relaciones en la formación de la personalidad. El punto de vista cristiano también ve la naturaleza positiva y a menudo inevitable de la dependencia, por ejemplo, en los bebés, los niños, los discapacitados y los ancianos. Los enfermos graves, incluso la mayoría de los adultos cuando están enfermos o heridos, dependen todos de manera crucial de los demás para su bienestar; y todos dependen de Dios. Sin embargo, el cristianismo postula la interdependencia y el cuidado mutuo y libremente elegido del otro como el tipo principal de relación adulta. La personalidad se realiza en el amor, en la entrega de uno mismo, y no en el aislamiento: en la unión definitiva con Dios y en el amor a otros humanos.

La interdependencia no es ni dependencia ni independencia. No se trata de una dependencia, que en los adultos puede ser una necesidad inapropiada del otro, en lugar de un vínculo libremente elegido. Tampoco se trata de independencia, ya que, en una relación interdependiente, las personas eligen relacionarse con otro y entregarse a ellos. Tal y como se concibe en la mayoría de las psicologías modernas, la noción de independencia ignora la importancia de las relaciones en la existencia de la persona verdaderamente madura.

EMOCIONES

Las emociones siempre han sido un aspecto importante de la psicología moderna, aunque durante un tiempo fueron relegadas, en su mayoría, a lo que se llamó motivación. Sin embargo, hoy en día, las emociones son una parte central de la psicología contemporánea. Por ejemplo, se han desarrollado terapias como la terapia centrada en las emociones (Greenberg, 2002; Johnson, 2004). También deben considerarse las importantes contribuciones en neurociencia de Antonio Damasio (1994), Joseph LeDoux (1996) y Michael Gazzaniga (1994). Y no es sorprendente que las emociones sean una parte importante de cualquier enfoque cristiano católico (véase capítulo 14, «Emocional»).

SENSACIÓN-PERCEPCIÓN-IMAGINACIÓN-COGNICIÓN

Una vez más, este importante componente o característica de la persona siempre ha sido una parte estándar de la psicología moderna, desde que comenzó el estudio de la psicofísica, en el siglo XIX. Más tarde, la psicología Gestalt inició el estudio, aún activo, de la percepción de patrones visuales. Otras investigaciones más recientes se han centrado en la percepción de la cara, la percepción estética, la percepción del habla, la cognición preverbal, etc. Este énfasis también incluye la aceptación de la importancia de la imaginación, especialmente en lo que se refiere a la participación humana en las artes. Y, de nuevo, un enfoque cristiano católico incluye este componente no controvertido (véase el capítulo 13, «Sensorial-perceptiva-cognitiva»).

VOLUNTAD

A la voluntad, o «agencia humana», solo se le ha concedido un papel modesto en el pasado, dentro de las teorías psicológicas de la persona. Freud, a nivel teórico, negó la voluntad en la formación de la personalidad. Tal y como se ha indicado anteriormente, numerosos psicólogos han ignorado o restado importancia a la «agencia humana». Esto no es cierto en el caso de los psicólogos humanistas y existencialistas, ni tampoco en el de modelos relativamente recientes de la persona, como puede ser la terapia racional emotivo-conductual (CBET, por sus siglas en inglés), propuesta por Albert Ellis (1962, 1994), o la terapia cognitivo-conductual (CBT, por sus siglas en inglés), desarrollada por Aaron Beck (Beck, 1975; Beck, Freeman y Davis, 2003) o por el teórico del aprendizaje social Albert Bandura (1989), con su énfasis en la «agencia humana».

 

El surgimiento de la psicología positiva, con su redescubrimiento de las virtudes y las fortalezas de carácter como principales aportes a la personalidad, también es un buen augurio de la importancia del libre albedrío y la «agencia» en la nueva comprensión de la persona por parte de la psicología secular.

El énfasis tradicional cristiano en la libertad de la persona para elegir el bien es conocido y, como ya se ha señalado, forma parte central de cualquier modelo cristiano católico de persona y personalidad (véase el capítulo 16, «Volitiva y libre»).

RAZÓN

Desde Freud y Jung hasta Rogers, la razón o la cognición intelectual, especialmente en el sentido de la búsqueda de la verdad, ha sido poco enfatizada. Por supuesto, Freud postuló una teoría del yo, pero no mandaba en su propia casa, ya que estaba principalmente controlado por los impulsos no racionales e inconscientes del ello y el superyó. Rogers se centró en ponerse en contacto con los sentimientos. Las grandes excepciones son las teorías cognitivas y de comportamiento más recientes mencionadas anteriormente.

Sin embargo, en la tradición católica, la razón ha sido durante mucho tiempo un aspecto importante de la persona; de hecho, la Iglesia católica tomó prestado gran parte de su comprensión filosófica de la razón de los filósofos griegos. Debido a la importancia dada a la verdad (por ejemplo, tal y como se expresa en las palabras de Cristo «Yo soy el camino, la verdad y la vida», Jn 14:6 [RSV]), la razón fue entendida como central a la personalidad desde el principio de la fe. Los escritores del Evangelio, y san Pablo también, mencionan frecuentemente la necesidad de hablar y conocer la verdad.

VOCACIONES

Las teorías existentes rara vez mencionan que las personas tengan llamadas vocacionales, o algún tipo de realización personal que las lleve a un estado de vida como el matrimonio, o a un tipo de trabajo, remunerado o no, que beneficie tanto a la persona como a su sociedad. La contribución de la vocación, o la llamada, o telos personal es una importante contribución católica para comprender la personalidad, especialmente para prosperar. Alfred Adler, que fue una excepción a la mayoría de los teóricos, enfatizó fuertemente lo que llamó «interés social» como necesario para conseguir una personalidad saludable. De manera similar, Frankl (1963) deja claro de varias maneras que, si un hombre tiene un por qué para vivir, puede soportar cualquier cómo.

VIRTUDES

Las teorías seculares de la personalidad rara vez mencionan las virtudes tradicionales. En cambio, se centran en lo que podríamos llamar «virtudes» modernas de la sospecha y la duda, de la independencia y la autonomía, de la ruptura de las inhibiciones y del contacto, y de la expresión de sentimientos y comportamientos sexuales. Una excepción importante fue Erik Erikson, que introdujo las virtudes (o la fuerza del ego) en sus ocho etapas de desarrollo psicosocial. Erikson anticipó, junto con algunos de los conceptos asociados a la autoactualización de Maslow, el actual movimiento de psicología positiva, que ha devuelto las virtudes a la psicología contemporánea (por ejemplo, Seligman y Csikszentmihalyi, 2000.)

La representación cristiana católica de la persona siempre ha concedido importancia a las virtudes tradicionales en la comprensión de la personalidad. En un modelo de personalidad cristiana, las virtudes naturales como la justicia, el valor, la sabiduría y la templanza se entienden como necesarias para una vida naturalmente próspera, pero también como el fundamento de las virtudes teológicas de la fe, la esperanza y la caridad. Esta importancia se mantiene y enfatiza en el marco desarrollado en el capítulo 11, «Realizada en la virtud».

ORIGEN DE LAS PATOLOGÍAS MENTALES

Una importante proposición teórica del Meta-Modelo Cristiano Católico de la Persona es que los desórdenes y patologías mentales pueden interpretarse, de forma útil, como distorsiones o debilidades en áreas del modelo de la persona: la unidad cuerpo-alma, las relaciones interpersonales, la voluntad, la razón, las emociones y las capacidades sensoriales-perceptivas-cognitivas, además de las vocaciones y la virtud. Concretamente, la comprensión de un trastorno mental puede comenzar por observar primero su efecto o expresión en el cuerpo. Esto obviamente permite tratamientos médicos dirigidos a la intervención en el cuerpo, incluyendo el uso de medicamentos y dietas especiales. Estar encarnado significa que toda actividad mental tiene una base biológica y, por lo tanto, lo primero que hay que investigar con los pacientes es su estado corporal.

El siguiente dominio importante que evaluar es la condición de las relaciones interpersonales de un cliente tanto en el pasado como en el presente. Aquí, la teoría y la investigación sobre el apego temprano se vuelven especialmente relevantes. Además, es necesario evaluar los vínculos adultos o las relaciones interpersonales de una persona para comprender adecuadamente su trastorno psicológico.

La voluntad de la persona también se convierte en un aspecto central de evaluación del estado mental. La cualidad autodeterminante de la libre elección es tan central para la personalidad que deben evaluarse la fuerza, libertad y comprensión de la voluntad por parte del paciente. En particular, debe tenerse en cuenta cualquier restricción a la voluntad, como sucede en los comportamientos adictivos. La debilidad y las limitaciones de la voluntad producidas por el miedo y la ansiedad son aspectos adicionales que deben ser identificados. En resumen, ¿cuánta libertad en la voluntad y capacidad de agencia tiene la persona?

Otra dimensión que evaluar es el estado de la razón de la persona. Entre los aspectos centrales de esa evaluación se incluyen la complejidad de las capacidades racionales (Piaget, 1952; Piaget e Inhelder, 1969), la capacidad para participar en un razonamiento moral (Kohlberg, 1981, 1984) y los tipos de patrones de pensamiento irracional que tan bien identificaron los terapeutas cognitivo-conductuales Beck y Ellis. Se trata de comprender las capacidades racionales de una persona y sus distorsiones. El enfoque católico integrado permite llevar a la terapia también el desarrollo de la razón y el conocimiento de la verdad y la bondad, no solo con respecto a uno mismo y a los demás, sino también con respecto a un conocimiento general de Dios y al amor como entrega de uno mismo.

Las patologías de las emociones son, por supuesto, comunes, y la ansiedad y la depresión son las más obvias. En este aspecto, el Meta-Modelo Cristiano Católico reconoce muchas de las importantes contribuciones de los enfoques seculares existentes.

Las patologías incluidas en el dominio sensorial-perceptivo-cognitivo suelen ser neurológicas, y este modelo no tiene nada especial que aportar aquí, salvo reconocer la importancia de este tema, especialmente en lo que respecta a la imaginación.

¿Es incapaz la persona de discernir sus llamadas o vocaciones, o existen bloqueos, como la incapacidad para establecer compromisos? Una característica adicional por evaluar es la presencia e intensidad de las principales virtudes en la personalidad del paciente. ¿Qué virtudes parecen estar casi ausentes? ¿Qué virtudes podrían reforzarse para ayudar a superar los problemas psicológicos? Algunos trastornos de la personalidad, por ejemplo, pueden conceptualizarse, al menos parcialmente, como relacionados con la ausencia de ciertas virtudes (por ejemplo, la falta de empatía y justicia en la personalidad antisocial).

El aspecto final de la persona, que debe considerarse cuando se evalúa la naturaleza de un trastorno, queda implícito en la suposición católica de la existencia de la moralidad objetiva. En este caso, la posición católica es que algunos desórdenes mentales son consecuencia de la violación de la ley moral. Estos trastornos suelen ser de carácter sexual, por ejemplo, la promiscuidad. Sin embargo, el fracaso del amor comprometido con el cónyuge o el hijo y la ausencia de buenas obras realizadas por otros son también fracasos morales que pueden tener consecuencias psicológicas negativas. La posición católica es que la moralidad relevante a los temas que podrían surgir con la mayoría de los clientes y profesiones de la salud mental se aborda claramente en la enseñanza social y moral de la Iglesia (Catecismo de la Iglesia Católica, 2000, y varios documentos del Vaticano II y el magisterio de la Iglesia).

CONTRIBUCIONES CRISTIANAS CATÓLICAS PARA UNA COMPRENSIÓN INTEGRAL Y SINTÉTICA DE LA PERSONA
RELACIONES Y TEOLOGÍA

Como es bien sabido, la palabra «persona» proviene de la palabra latina persona, que significa máscara, tal y como se utilizaba en el teatro romano, y también del papel teatral que acompañaba a la máscara. El término latino traducía la palabra griega proso-pon, que tenía el mismo significado.

Pero esta etimología de la palabra «persona» no es muy importante o reveladora. Es más importante que el concepto de persona alcanzó su expresión más destacable como una cuestión filosófica y teológica en el pensamiento cristiano temprano. Müller y Haider (1969) han llegado a afirmar que el concepto de persona era «desconocido para la antigua filosofía pagana, y aparece por primera vez como un término técnico en la teología cristiana temprana» (p. 404). No necesitamos estar de acuerdo con esta afirmación extrema para reconocer que el cristianismo tuvo un papel fundamental en el desarrollo del concepto de la persona, y los orígenes cristianos nos ayudan a comprender lo que implica un modelo cristiano de la persona y la personalidad.

El concepto de persona se desarrolló para ayudar a formular la doctrina de la Trinidad-Dios como tres personas. Este uso teológico temprano puso un fuerte énfasis en el diálogo; fue en gran parte a través de la propuesta de un diálogo de amor mutuo dentro de la Trinidad como se reconoció la pluralidad de personas en Dios. El diálogo como comunicación interpersonal explícita era fundamental en la relación de Dios Padre con Israel y los profetas, y por supuesto con el propio Cristo. Debido a que estamos hechos a imagen y semejanza de un Dios trinitario, y por lo tanto interpersonal, nosotros mismos somos interpersonales por naturaleza e intención. Los seres humanos están llamados a relaciones amorosas y comprometidas con Dios y con los demás, y encontramos nuestra plena personalidad en estas relaciones. Según el teólogo protestante T. F. Torrance (1983, 1985), el rasgo esencial de la concepción cristiana del mundo, en contraste con la helénica, es que considera a la persona, y las relaciones de las personas entre sí, como la esencia de la realidad, mientras que el antiguo pensamiento griego concebía la personalidad, por muy espiritual que fuese, como un accidente de lo finito, un producto transitorio de una vida que, en conjunto, es impersonal (Torrance, 1985, p. 172). Torrance identifica dos entendimientos básicos de Dios como persona. El primer punto de vista, que ha dominado la filosofía occidental, proviene de Boecio, que definió a una persona como «una sustancia individual de naturaleza racional». Su definición hace hincapié en la diferenciación de las sustancias. El segundo entendimiento deriva principalmente del período patriótico, principalmente griego, de la Iglesia y también del filósofo y teólogo francés del siglo XII Ricardo de San Víctor. Los Padres de la Iglesia y Ricardo de San Víctor derivan su concepto de persona de la idea de la Trinidad. Torrance describe la situación de Ricardo bajo la condición de una persona «no en términos de su propia independencia como autosuficiencia, sino en términos de sus relaciones ónticas con otras personas, es decir, por una relación trascendental con lo que no es, y en términos de su propia e incomunicable existencia única»; así pues, «una persona es lo que es solo a través de las relaciones con otras personas» (Torrance, 1985, p. 176). La visión de los primeros Padres de la relación como esencial para la personalidad se encuentra también en Agustín, pero fue desplazada en gran medida en el Occidente latino por una interpretación estrecha de Boecio como la que pone énfasis en el individuo.

 

El teólogo católico Joseph Ratzinger (1970, 1990; más tarde Benedicto XVI) tomó una posición sorprendentemente similar a la de Torrance. Ratzinger (1970, p. 132) escribió lo siguiente:

El pensamiento cristiano descubrió el núcleo del concepto de persona, que describe algo distinto e infinitamente más que la mera idea del «individuo». Escuchemos una vez más a san Agustín: «En Dios no hay accidentes, solo sustancia y relación». En ese aspecto se esconde una revolución en la visión del mundo del hombre: la relación se descubre como un modo primordial igualmente válido de la realidad. Se hace posible superar lo que actualmente llamamos «pensamiento objetivador»; por lo que un nuevo plano de ser aparece.

Según Ratzinger, la sustancia y la relación son cada una de ellas conjuntamente necesarias, pero no suficientes individualmente como determinantes de la personalidad. No obstante, dentro del contexto histórico actual, es necesario hacer especial hincapié en el lugar que ocupan las relaciones en la personalidad. Al igual que Torrance, Ratzinger (1990) señaló que la interpretación dominante de la definición de «persona» de Boecio como «sustancia individual de naturaleza racional» tenía consecuencias desafortunadas para la comprensión occidental de la persona debido a su énfasis en una persona como individuo aislado y ser autónomo. Si la sustancia domina nuestro pensamiento sobre las personas, podemos perder la anterior percepción cristiana de que la personalidad también implica esencialmente la relación.

Finalmente, de manera similar a Torrance y Ratzinger, el teólogo ortodoxo oriental J. D. Zizioulas (1985), en su libro Being as Communion, reitera la comprensión de la Iglesia oriental de la importancia de las relaciones, que nunca había perdido importancia. También hay que señalar al importante filósofo de la religión John Macmurray (1991), que hizo hincapié en las relaciones como elemento central de la persona.

Existe en la actualidad una enorme cantidad de pruebas psicológicas sobre la importancia de las relaciones en la formación de la persona. Las relaciones son esenciales para la existencia y el desarrollo humanos básicos (véase Siegel, 1999, 2012). Un recién nacido que carece de una relación materna con otro ser humano morirá, incluso si se satisfacen sus necesidades físicas. Una persona aprende a hablar a través de relaciones amorosas que comienzan en las primeras semanas después del nacimiento, cuando el bebé escucha por primera vez la voz de su madre. De hecho, para muchos, esta relación comienza en el útero, cuando el feto escucha por primera vez la voz de su madre. El aprendizaje del lenguaje requiere relaciones y es fundamental para la persona. El campo de la psicología del desarrollo ha aportado pruebas de que el sentido del individuo de su propio lenguaje, así como de los procesos de pensamiento individuales, se deriva, desde el punto de vista del desarrollo, de la respuesta a la madre y del uso del lenguaje, así como de la interacción, que comienza en la infancia y continúa a lo largo de la niñez. Vygotsky (1978) dijo: «Un proceso interpersonal se transforma en un proceso intrapersonal» (p. 57).