Erotismo, mujeres y sexualidad

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Erotismo, mujeres y sexualidad
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Erotismo, mujeres y sexualidad





Después de los sesenta





ANDROGINIAS 21









Créditos



Título original:



Erotismo, mujeres y sexualidad-



Después de los sesenta





© Clara Coria, 2012



© De esta edición: Pensódromo SL 2021





Nueva edición revisada y ampliada



1ª edición: Pensódromo 21, 2014





Editor: Henry Odell -

p21@pensodromo.com





Diseño de cubierta: María Villaró Lupón – Pensódromo





ISBN ebook: 978-84-123372-7-3



ISBN print: 978-84-123372-8-0





Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.




Sumario





Créditos







Dedicatoria






      Epígrafe






A propósito de esta nueva edición







Prólogo







Después de los sesenta






      A modo de introducción






Un mito que divide aguas







El deseo sexual no legitimado







Cerré la fábrica y abrí el parque de diversiones







Lo complicado de la edad no es la edad sino «lo otro»







¿Son los sesenta una edad complicada para satisfacer los deseos sexuales?







Dos grandes confusiones que obstaculizan el disfrute







¿Saltos generacionales?







Cuando de «trofeos» se trata, el erotismo se esconde







¿Ostentaciones «necesarias»?







Amor, sexo y erotismo






      Primera parte - En los campos del amor






Segunda parte - En los dominios del sexo







Tercera parte - A las puertas del erotismo







Compañías y soledades







La soledad del aburrimiento: ¿Un hábito femenino?







La soledad de la vergüenza







La soledad del pedestal: ¿Una condena masculina?







Trampa número uno - La erección como símbolo de poder







Trampa número dos - La valoración de la «dimensión»







Cuando cada uno se mira en el espejo del otro y ve la misma demanda







Amigos/as con derecho a roce






      ¿Nuevos formatos? ¿Nuevas mujeres? ¿Nuevos hombres?






Un nuevo rompecabezas: ¿Relaciones sin compromiso? ¿Compañía con independencia?







Cuando de exclusividad se trata







Inercias inevitables y cambios que confunden







Mujeres es lo que sobra







Un problema semántico de alto impacto: ¿Fidelidad o lealtad?







Una propuesta indecente sobre el tiempo y la edad






      ¿Reciclar o remendar?






El espejo como aliado







Un delicado reciclaje







Un soft psíquico «no habilitado»







Reciclar en lugar de remendar







El nudo de un soft engañoso







Vivir en gerundio







«Este animal no existe»







Huellas del pasado







«Casilleros» sexuales del ayer







El presente como bisagra







El gerundio como alternativa creativa







Bibliografía







Dedico este libro a las mujeres y varones

 decididos a rescatar el disfrute de su erotismo

 más allá de los mitos

 que asustan con la menopausia y con la disfunción eréctil.

 El amor es un misterio

 el sexo una urgencia biológica

 y el erotismo una exquisitez humana.





Clara Coria




El amor es un misterio



el sexo una urgencia biológica



y el erotismo una exquisitez humana





Clara Coria





A propósito de esta nueva edición



Nueve años después de la primera edición, me gustaría contribuir a esta nueva edición de Erotismo, mujeres y sexualidad – Después de los sesenta, desarrollando un aspecto que considero quedó pendiente en la primera edición. Se trata de, nada más y nada menos, desenmascarar el motivo profundo que pone en marcha el atentado simbólico que deja a las mujeres excluidas de su propio erotismo.



ΩΩΩ



En este mundo actual, complejo e inédito debido a la pandemia del Covid-19, es posible comprobar que, si bien mucho se avanzó en combatir la discriminación hacia las mujeres, queda todavía demasiado por hacer para desarmar los mecanismos, tanto psíquicos como sociales, que siguen violentando las libertades femeninas y arrasando con sus vidas. Junto con tantos logros conviven violencias difíciles de erradicar y encubrimientos que se apoyan en conceptos pseudocientíficos. Muchos de ellos tienen por objetivo limitar el erotismo femenino reduciéndolo a la procreación para satisfacer las demandas del modelo patriarcal así como también para neutralizar ciertos fantasmas masculinos que el propio modelo les ha impuesto a los varones, como veremos más adelante.



No son pocas las explicaciones falsas con las que se pretende justificar prejuicios y discriminaciones. Por ejemplo, cuando se sostiene que la menopausia clausura el deseo sexual, que el embarazo es un transitar erótico con el que se reafirma «el ser femenino» e incluso jugar con la idea absurda de que el parto bien podría llegar a considerarse como una experiencia orgásmica. Quienes han parido saben que de eso no tiene nada. Tampoco deja de llamar la atención que tanta gente insista en creer, con fuerza de verdad casi religiosa, que las mujeres mayores solo pueden aspirar a reemplazar sus satisfacciones eróticas con el placer de cuidar a los nietos. Ambos son placeres diferentes donde no cabe el reemplazo. Como es posible comprobar, hay muchas maneras de descalificar y mantener encubiertas las prácticas y disfrutes de erotismo sexual que siguen existiendo a pesar del ocultamiento. No son pocas las mujeres mayores que no están dispuestas a renunciar al don que la naturaleza les otorgó a todos los humanos sin prescripción —ni proscripción— por género ni edad.



ΩΩΩ



El erotismo es, sin ninguna duda, un tema complejo que cada quien lo vive a su manera; pero, en esta oportunidad, requiere y merece ser explicitado para que sepamos a qué me refiero en relación con tema que nos ocupa. Sin intención de hacer un abordaje exhaustivo solo mostraré algunos aspectos que contribuyen a esclarecerlo. En primer lugar cabe destacar que el erotismo no se reduce a circular exclusivamente por los senderos de la piel. Se trata de una vivencia humana, intensa y absolutamente íntima, que excede el ámbito de la sexualidad. Es capaz de hacernos temblar de emoción en los dominios del arte agitando sensaciones con los estímulos del color, de los sonidos, de las texturas, de los sabores y olores. Y como si esto fuera poco, también con la imaginación. El erotismo no deja de ser algo muy poderoso por el atractivo de su intensidad y la diversidad de sensaciones que iluminan horizontes no siempre transitados.

 



Otro aspecto a remarcar es que la experiencia erótica, cualquiera sea su forma y manifestación, es fundamentalmente una experiencia íntima. Tan íntima que resulta intransferible. A pesar de ello se presta a ser compartida —y disfrutada— cuando la vida ofrece encuentros amorosos exentos de violencia. También es posible observar que el erotismo transita senderos muy diversos los cuales se resisten a ser contados y suelen quedar circunscriptos al mundo de lo inefable. Estas tres características, ser íntimo, intransferible e inefable hacen del erotismo una experiencia misteriosa y, por lo tanto, también posible de ser vivida como peligrosa. Para nuestra sociedad patriarcal el supuesto peligro que emana del erotismo femenino asusta al colectivo masculino porque, además de ser desconocido, pone en riesgo el poder masculino sustentado en el dominio y en el control exclusivo. Lo que no se conoce escapa al control y esto es un punto de partida de la represión patriarcal sobre el llamado «misterio femenino».



ΩΩΩ



Otro misterio más: hecha la ley, hecha la trampa. La sociedad patriarcal es una construcción jerárquica y autoritaria que no tolera la paridad entre los géneros y le impone al varón el ejercicio del poder sobre las mujeres. Es así como ellos quedan legitimados en lo profundo de su subjetividad para ejercer el derecho de control y poder. En lo que respecta a la sexualidad, el erotismo masculino ha quedado, con muy pocas excepciones, reducido a la penetración. Lamentablemente, lo que la naturaleza fue capaz de ofrecer para el pleno disfrute de todos los géneros quedó convertido, para la gran mayoría, en una elemental descarga pulsional que se parece mucho más a una contienda en la que se esgrime un arma que a un juego de intercambio amoroso donde ambos se enriquecen y disfrutan mutuamente.



Lo que resulta impactante es descubrir que el mismo poder que la cultura patriarcal otorga a los varones, les impone también, un riesgo grande y un costo excesivo. El riesgo es que al instalar la potencia de erección como si fuera el indicador de la masculinidad, que garantizaría su «ser varón», quedan expuestos a ser juzgados en su identidad. El costo, siempre al acecho, se traduce como miedo terrorífico a la pérdida de poder.



Es lamentable comprobar que la disminución de la capacidad eréctil en el hombre suele ser vivida con mucha angustia, por estar convencidos de que el erotismo radica solamente en su miembro, que se convierte en garante de masculinidad, legitimando su poder sobre las mujeres. Esta convicción suele mantenerlos en una situación de gran pobreza afectivo-erótica impidiéndoles, por ejemplo, acceder a los conocimientos tántricos sobre el erotismo. Se trata de antiquísimas tradiciones que pusieron en evidencia lo mucho que hay por disfrutar en el erotismo, cuando se erradica la pretensión de poder unilateral y se deja de responsabilizar en exclusividad al miembro masculino. Hecha la ley, hecha la trampa.



ΩΩΩ



En síntesis, es posible afirmar que la ambición de poder es lo que lleva a las culturas patriarcales a neutralizar, limitar y reprimir las experiencias eróticas en las mujeres. Lo ha hecho durante siglos a través de sus instituciones legales, educativas y religiosas que se propusieron socializar las mujeres para que llegaran a vivir su sexualidad como algo impúdico, pecaminoso e inmoral. La propuesta social patriarcal logra su culminación abriendo la puerta a la prostitución para satisfacción del colectivo masculino cuyas propias mujeres han quedado al margen del disfrute erótico porque les fue negado y erradicado como si no fuera un derecho legítimo de toda la humanidad.



Así, la sexualidad humana, que fue ofrecida por la naturaleza para disfrutar con el juego erótico al mismo tiempo que favorecer la trascendencia, se convierte en la lucha por un poder inexistente que deteriora el compartir. Ni la posesión ni el sometimiento son alimentos del erotismo y bajo este modelo, los seres humanos pierden una fuente lúdica de acompañamiento amoroso al servicio de un poder inexistente. Termina siendo una lucha con pérdida garantizada que salpica a todos.



Clara Coria



Buenos Aires, abril de 2021




Prólogo



Existe el hábito de aceptar con total naturalidad que hay cosas de las que «no se habla» a pesar de que suceden ininterrumpidamente a nuestro alrededor. Una de ellas es la sexualidad de las mujeres que han superado los sesenta años. Tiempo atrás se trataba de una edad ya descartable e importaba poco lo que pudieran sentir y desear porque, salvo excepciones, habían sido marginadas de la vida social una vez cumplido con los roles que la sociedad asignaba al género femenino, fundamentalmente los de esposa y madre. En las últimas décadas se han producido cambios significativos y las mujeres de sesenta y más se sienten con disponibilidad de tiempos y espacios para disfrutar lo más plenamente posible de la vida habiendo ya cumplido con los mandatos sociales y las responsabilidades asumidas en la juventud.



Es sabido que la sexualidad es un don que la naturaleza ha otorgado a los humanos y, a diferencia del resto del mundo animal, no se reduce a la procreación sino que ofrece un amplio escenario de disfrute que se extiende hasta el límite mismo de la vida. Vida y sexualidad son inseparables. Sin embargo, esta unión entre ambas, que es una evidencia innegable a pesar de que a menudo se la niegue, ha sufrido a lo largo de los tiempos vicisitudes muy diversas. Una de las más frecuentes en la época actual ha consistido en afirmar, con fuerza de verdad científica, que la menopausia da por finalizado el deseo sexual y pone fin al disfrute del erotismo en las mujeres. Esta suposición tiene muy poco de cierto y mucho de tergiversación y ocultamiento. De eso, precisamente, trata este libro.



La propuesta de abordar este tema tiene por objetivo correr alguno de los velos que ya no ocultan nada pero siguen siendo utilizados para mantener en las sombras la sexualidad femenina. En este libro pretendo poner en evidencia algo de lo que «no se habla».



Sin ninguna duda, el tema es amplísimo y cubre un espectro que excede los límites de este abordaje. El objetivo en esta oportunidad no es dar por acabado el tema sino todo lo contrario, abrir una brecha que, es mi deseo, promueva el interés, tanto en hombres como en mujeres, para seguir corriendo otros velos.



La oportunidad de abordarlo surgió por el interés de la entonces editora de Paidós en México, quien me lo propuso y con ello prendió en mí una antorcha de entusiasmo que me llenó de empuje y alegría. Acepté dedicarme a investigar el tema y durante dos años llevé a cabo, ininterrumpidamente, entrevistas personales a partir de un temario abierto y según el eje en la sexualidad de las mujeres después de los sesenta. Evité el uso de encuestas totalmente convencida de que resultan muy limitadas porque, entre otras cosas, responden a lo que ya tienen en mente quienes formularon las preguntas. Además se trata de un tema sobre el que no me interesaba «cuantificar» sino correr velos que ocultan aquello de lo que «no se habla». Participaron de las entrevistas mujeres y varones heterosexuales, mayores de sesenta años que estaban dispuestos a hablar de su sexualidad. Esto significó que hubo algo así como una preselección espontánea por parte de los propios participantes. Evidentemente se trataba de personas para quienes la sexualidad había sido —y seguía siendo— una experiencia disfrutable sobre la cual estaban dispuestas a hablar. Estas dos condiciones, la edad y la buena disposición para hablar sobre ello, son en sí mismas una evidencia palpable de que la sexualidad sigue viva aún cuando muchos todavía insisten, como si fuese una ley biológica, que la menopausia arrastra consigo la pérdida del deseo sexual. Las entrevistas duraban entre dos y tres horas y se llevaron a cabo habitualmente en mi consultorio y, en ocasiones, en los lugares que proponían los entrevistados. Hubo casos en que las entrevistas se repitieron. La metodología utilizada consistió en preguntas muy abiertas que iban surgiendo a medida que progresaba la conversación, la cual era registrada en su totalidad en una grabación cuya desgrabación fue hecho por mí en la totalidad de las entrevistas. A posteriori comenzó el trabajo de sistematizar los temas que surgieron de las entrevistas y luego el análisis de aquellos que serían rescatados para la presente edición. Algunos quedaron a la espera de ver la luz en otro momento.



Uno de los tantos que aún quedan por indagar es el que tiene que ver con el autoerotismo. Es decir, con el placer que el propio cuerpo es capaz de brindar a aquellas mujeres que toman la libertad de incursionar en él y descubrir los múltiples matices que ofrece. El tema de la masturbación es un punto clave en la libertad erótica femenina pero ha sido sistemática y cuidadosamente reprimido. Es sabido que la masturbación femenina es tan antigua como la masculina pero mucho más llena de tabúes, prohibiciones y castigos. Si bien es cierto que hay profesionales de distintas disciplinas que han comenzado a incursionar intentando descorrer los velos con que la sociedad occidental judeocristiana oculta, reprime y castiga la masturbación femenina, también es cierto que sigue siendo aún un tema del que «no se habla» con espontaneidad en nuestro medio, fuera de los consultorios de sexualidad y de ciertos grupos vanguardistas que lo abordan de diferentes maneras. Eso fue justamente lo que sucedió en las entrevistas realizadas, tanto con las mujeres como con los varones. La masturbación fue un tema del que «no se habló» espontáneamente, lo cual puso en evidencia que la omisión del tema —y probablemente también de su práctica— ha formado parte de las represiones sexuales de no pocas mujeres que hoy transitan la sexta década. Los tiempos han cambiado y muy probablemente no sean pocas las mujeres que también hayan modificado sus hábitos, pero lo que suele seguir manteniéndose es el pudor para hablar de ello. Si hablamos de erotismo, es inevitable comentar que el primero y legítimo acceso es el que reside y provee el propio cuerpo. Sin embargo, no hace mucho que el tema ha comenzado a ser abordado desde una perspectiva de género. Este abordaje es algo muy distinto a las habituales publicidades que promueven supuestas «libertades sexuales» que de erotismo suelen tener poco y mucho, en cambio, de exhibicionismo al servicio de intereses ajenos al disfrute femenino. Es un tema que sigue aún pendiente.



Siempre hago hincapié en que lo que afecta a la mitad femenina de la humanidad, necesariamente afecta a la otra mitad. Negar esto es contribuir a mantener un modelo dicotómico de sociedad que resulta ser profundamente insalubre para unas y otros. Una sociedad más solidaria ofrece una mejor calidad de vida y ello requiere hacer cambios que beneficien a ambos géneros, limitando los privilegios de unos sobre otros. En lo que a sexualidad se refiere, para quienes son ya mayores, ambos géneros suelen padecer —innecesariamente— imposiciones socioculturales que generan no pocos conflictos. Los varones, que con el paso del tiempo reducen su capacidad eréctil, suelen sentirse exigidos a una potencia que sigue focalizándose en la erección de su miembro. Y las mujeres, a quienes ya se les ha modificado la imagen física del modelo de atracción «socialmente correcto», se ven obligadas a realizar malabares para combatir la marginación de la que son objeto a causa de la edad. Ambos suelen perderse de seguir disfrutando de una sexualidad que aún está a su disposición y que excede en mucho la mecánica genital.



Las entrevistas realizadas, ofrecieron riquísimas perspectivas, tanto femeninas como masculinas, cuya impronta se refleja en los comentarios que fueron incluidos literalmente. Dichos comentarios fueron utilizados por mí como un trampolín para desarrollar algunos de los puntos álgidos de la sexualidad después de los sesenta y, al mismo tiempo, fueron una evidencia contundente de todo lo que falta por seguir develando. El goce sexual es a mi entender, fundamentalmente, un acto de libertad que se resiste a ser condicionado por «otro» que no sea aquel que lo experimenta. Es una experiencia intransferible y pertenece en exclusividad a quien la vive. El partenaire es solo un compañero de ruta que adornará mejor o peor el trayecto compartido pero no es el «responsable» del goce ajeno. Creo que este es un punto clave que pone el foco en los juegos de poder que se instalan en la sexualidad. Y es aquí donde juega un papel importante la intolerancia a la libertad ajena, promoviendo mecanismos sociales para neutralizar la experiencia sexual y el goce correspondiente. Este es uno de los motivos por los cuales la sexualidad femenina ha padecido, a lo largo de los tiempos, un sinfín de represiones.

 



En los últimos treinta y cinco años me he dedicado, junto con el ejercicio de mi profesión, a investigar y escribir sobre temas qu