Amad a vuestros enemigos

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En la batalla por la atención pública, las élites de la derecha y de la izquierda describen cada vez más nuestros desacuerdos políticos como una lucha apocalíptica entre el bien y el mal, comparando al otro bando con animales y utilizando metáforas propias del terrorismo. Abre tu periódico favorito o zapea por la televisión por cable en horario de máxima audiencia y encontrarás un ejemplo tras otro de esta tendencia. ¿Cuál es el resultado de que la retórica exagerada se convierta en algo habitual? Una cultura del desprecio cada vez más arraigada, una amenaza creciente de violencia real y, por supuesto, beneficios de récord. Veías Breaking Bad, ¿no? También la metanfetamina es de lo más rentable.

Las redes sociales intensifican nuestra adicción al permitirnos filtrar las noticias y opiniones con las que no estamos de acuerdo, destilando así la droga del desprecio. Según la Institución Brookings, el usuario medio de Facebook tiene cinco amigos políticamente afines por cada amigo del otro lado del espectro político.29 Investigadores de la Universidad de Georgia han demostrado que es poco probable que los usuarios de Twitter estén expuestos a contenidos ideológicos cruzados porque los usuarios a los que siguen son políticamente homogéneos.30 Incluso en el mundo de las app de contactos, los académicos han descubierto que la gente se autoclasifica en función de su ideología política.31 Estas empresas nos ofrecen plataformas para crear circuitos de retroalimentación en los que sólo estamos expuestos a quienes piensan de forma parecida, y en los que la gente puede esconderse bajo la capa del anonimato para verter comentarios odiosos y vitriólicos.

El confinamiento en un «silo ideológico» significa que dejamos de interactuar por completo con quienes sostienen puntos de vista opuestos. Las encuestas indican que la mayoría de los republicanos y demócratas tienen «sólo unos pocos» o ningún amigo que sea militante del otro partido.32 Por el contrario, sólo el 14 por ciento de los republicanos y el 9 por ciento de los demócratas tienen «muchos» amigos íntimos del partido rival.33 Los resultados de no conocer a personas con puntos de vista opuestos y verlas sólo a través del prisma de los medios de comunicación hostiles son predecibles. Hoy en día, el 55 por ciento de los demócratas tiene una opinión «muy desfavorable» de los republicanos, y el 58 por ciento de los republicanos tiene idéntica opinión de los demócratas, unas cifras que triplican las de 1994.34

Tenemos indicios de que, cuanto menos expuestos estamos a puntos de vista opuestos, menos competentes como personas racionales nos volvemos. El ensayista David Blankenhorn ha notado un aumento de varias formas de pensamiento político débil en la última década,35 entre las que destacan las siguientes: las opiniones binarias extremas («Yo tengo toda la razón, o sea que tú estás del todo equivocado»); considerar que toda duda es un signo de debilidad; los razonamientos motivados (buscar sólo argumentos o datos que apoyen nuestras opiniones; algo que resulta más fácil cuando te dedicas a filtrar previamente las noticias que recibes y tu presencia en las redes sociales); los argumentos ad hominem («Tus ideas responden a motivos egoístas e inmorales»); y la negativa a estar de acuerdo en la realidad de los hechos («Tus noticias son falsas»).

La estructura de la política de partidos fomenta asimismo la cultura del desprecio. Cada dos años, hay que elegir quién ocupa 435 escaños de la Cámara de Representantes. En las últimas tres elecciones nacionales, un número cada vez mayor de esos escaños ya estaban adjudicados porque sus ocupantes, cuando se presentaron a la reelección, los consiguieron en el 90, el 95 y el 97 por ciento de los casos.36 Ambos partidos políticos han manipulado los límites y los censos de las circunscripciones electorales para asegurarse de que estuvieran llenas de fieles devotos, a los que han repartido entre un buen número de circunscripciones, mientras agrupaban a los militantes del bando contrario en unas pocas para así disminuir su representación. El resultado es que a los políticos les basta cada vez más con recurrir sólo a los militantes de su partido para obtener los votos que necesitan. Las primarias a menudo se convierten en un concurso de adopción de posturas extremas con el fin de probar la lealtad al partido y movilizar al núcleo duro. El resultado inevitable es la demonización del otro bando.

Los congresistas suelen decir que uno de los grandes cambios de los últimos diez años es que ya no pasan mucho tiempo socializando con los representantes del partido rival. No sólo discrepan en política, sino que apenas se conocen como personas. Es probable que hayas oído muchas veces que, en décadas anteriores, los demócratas y los republicanos discutían apasionadamente en la tribuna de oradores durante el día, y luego salían a cenar juntos por la noche. Esto era parte de la forma en que finalmente lograban llegar a acuerdos. Al compartir la vida juntos fuera del trabajo, desarrollaban la confianza y la buena voluntad necesarias para adoptar decisiones difíciles por el bien de todos, incluidos los que se situaban más allá de sus esferas políticas.

Los políticos me dicen a menudo que se han visto obligados a evitar estas amistades por motivos de autodefensa: les preocupa que los consideren demasiado amistosos con el bando contrario. En un clima de pureza ideológica, debida a la manipulación de censos y circunscripciones, y de extremo desprecio político, el sueño de un aspirante en las primarias es enfrentarse a un titular que confraternice con el «enemigo».

Esto no es malo únicamente para la política, sino para los políticos como personas. Por supuesto, a algunos políticos de ambos bandos les gusta la actual polarización, que ha hecho posibles sus carreras. Quizás hubiera creído que ésta era la norma antes de mudarme a Washington hace diez años, pero hoy sé que no es así en absoluto. He llegado a entablar amistad con muchos congresistas y, por sorprendente que parezca a algunos lectores, mi admiración por los políticos ha crecido enormemente. Son algunas de las personas más patrióticas y trabajadoras que he conocido. Aman a los Estados Unidos y odian nuestra cultura del desprecio tanto como tú y yo. Me dicen que lamentan el grado de polarización y desean saber cómo combatir esta tendencia. Al igual que nosotros, son víctimas de la adicción de los estadounidenses al desprecio político.

Entre lo que más lamentan figura que los asuntos importantes que exigen consenso se conviertan en partidos de tenis políticos. Una de las partes se hace con el poder e impone sus ideas siguiendo a rajatabla la línea del partido, y luego la otra parte, al llegar al poder, intenta imponer sus ideas de la misma forma. Las personas atrapadas entre ambas partes son las que tienen menos poder.

Pensemos, por ejemplo, en la atención sanitaria en los Estados Unidos. Para millones de estadounidenses de rentas bajas, la Ley de Cuidado de Salud Asequible de 2010 –alias Obamacare– cambió la forma de adquirir y recibir atención médica. Dicha ley se aprobó con el voto de los demócratas en la Cámara de Representantes y en el Senado, sin ningún tipo de apoyo de los republicanos, lo cual, por supuesto, la convertía en clara candidata a la derogación en cuanto los republicanos se hicieran con ambas cámaras y la Casa Blanca, lo que consiguieron en 2016. Aunque deshacerse del Obamacare resultó más difícil de lo que preveían los republicanos, lograron desmantelarlo en gran parte, con lo que volvieron a cambiar la forma en que los estadounidenses más pobres recibían la atención médica, y todo por motivos estrictamente partidistas. Nadie duda de que cuando los demócratas vuelvan a hacerse con el control total, continuará el partido de tenis político con los cuidados sanitarios de los estadounidenses de ingresos bajos como pelota.

Como reza el viejo proverbio africano: «Cuando los elefantes se pelean, la que sufre es la hierba». Los débiles salen perjudicados de los conflictos entre los poderosos. Los estadounidenses con las rentas más bajas siempre son los que pierden cuando el desprecio desplaza a la cooperación entre los que mandan. La política del desprecio nunca perjudica mucho a los ricos, pero sí a los pobres. Todos deberíamos estar de acuerdo en que eso es malo.

El desprecio nos aleja y nos deprime. Nos tiene en sus garras. ¿Qué alternativa queremos?

Para responder a esta pregunta, empezaré retomando la anécdota que he contado al principio de este capítulo sobre el texano que me escribió para decirme que había encontrado detestable mi libro y hacérmelo saber con todas las letras. Mis opciones de respuesta parecían ser (1) ignorarlo, (2) insultarlo o (3) machacarlo.

En vez de eso, escogí por casualidad una cuarta alternativa, que para mí fue una gran revelación. Esto fue lo que pasó: mientras leía su correo electrónico, me sentía insultado y ofendido, pero al mismo tiempo, pensaba: «¡Se ha leído mi libro!». Y eso me llenó de gratitud. Como académico, estaba acostumbrado a escribir cosas que casi nadie leería. Había puesto todo mi empeño en ese proyecto durante dos años, y ese tipo se había tomado la molestia de leérselo de pe a pa. Me sorprendió. Me di cuenta de lo que sentía, y por la razón que fuera, decidí comunicárselo. Le respondí diciéndole que ya había visto que mi libro le había parecido deleznable, pero que me había costado mucho trabajo escribirlo, y le agradecía profundamente el tiempo y atención que había prestado a cada detalle de la obra.

Al cabo de quince minutos, apareció en mi bandeja de correo entrante un segundo mensaje de aquel tipo. Abrí el correo electrónico y me preparé para lo peor. Pero en lugar de otra andanada, me decía que le había sorprendido que leyera su nota y que la próxima vez que estuviera en Dallas teníamos que salir a cenar juntos. Este mensaje era completamente amigable. ¡De enemigo a amigo en cuestión de minutos! ¿De pronto le gustaba mi libro? Por supuesto que no. Simplemente vio que le gustaba yo porque me había tomado la molestia de leer su correo electrónico y responderle educadamente.

 

No te hagas una idea equivocada. No soy un santo que siempre reacciona así cuando lo atacan personalmente. Tal vez nuestro inesperado acercamiento de ese día fue pura chiripa. Pero lo que aprendí gracias a esa afortunada interacción es que el desprecio no puede competir con el amor. El círculo vicioso del desprecio dependía de mí, y lo rompí con unas palabras de agradecimiento. Actuar así me hizo sentir muy bien, e hizo cambiar de opinión a otra persona.

Vi con mis propios ojos cómo el desprecio se transmutaba en amistad cuando se topaba con una expresión abierta de bondad y respeto. Además, vi que la bondad, la reconciliación y el contacto –en lugar del desprecio, la división y el aislamiento– son lo que desean en verdad nuestros corazones. Desde entonces he tratado de entender los fundamentos científicos de esta realidad, leyendo todos los estudios que he podido encontrar y contactando con todos los expertos en la materia.

Uno de los principales es Matthew Lieberman, psicólogo social de la Universidad de California-Los Ángeles. Lieberman ha pasado décadas explorando las bases neurocientíficas de las relaciones humanas. Según él, sentimos un deseo innato de establecer relaciones sociales positivas y nuestros cerebros experimentan un profundo placer cuando las logramos.

Analicémoslo en términos monetarios. En su libro Social: Why Our Brains Are Wired to Connect (‘Sociales: por qué nuestros cerebros están organizados para conectar’), Lieberman observa que el simple hecho de tener un amigo al que ves la mayoría de los días te da una inyección de felicidad equivalente a ganar cien mil dólares adicionales cada año.37 Ver a tus vecinos de forma regular te aporta tanta felicidad como sesenta mil dólares más de ingresos. En cambio, la experiencia de romper un vínculo social crítico, como con un miembro de la familia, equivale a experimentar una gran disminución de ingresos.38 Supongo que, en el caso del congresista que he mencionado antes (al que denunciaron sus seis hermanos), fue como sufrir una bancarrota.

En un estudio similar, psicólogos de la Universidad Brigham Young examinaron los hábitos y las relaciones sociales de más de trescientos mil participantes, y descubrieron que la falta de relaciones estrechas aumenta el riesgo de muerte prematura por cualquier causa en un 50 por ciento.39 Una publicación de la Universidad de Harvard señala que esta falta de comunión a través de las relaciones sociales es más o menos equivalente, en cuanto a efectos sobre la salud, a fumar quince cigarrillos al día.40

Lo que todos estos hechos y cifras significan para ti y para mí es que todos queremos ganar mucho más, y nadie quiere perder ingresos. Eso es algo que no siempre podemos controlar, pero podemos incidir en algo igual de valioso para nuestro bienestar: nuestras relaciones con los demás. ¿Renunciarías a cien mil dólares de tu sueldo, o a años de vida saludable, por desavenencias políticas? Probablemente no. Así que no sacrifiques una amistad o relación familiar por eso, y no dejes pasar una posible nueva amistad sólo por la política.

Varios estudios recientes que se preguntaban por qué anhelamos el contacto con los demás han encontrado respuestas fisiológicas. Como han descubierto los neurocientíficos de la Universidad de Emory, la cooperación social activa las partes de nuestro cerebro que están vinculadas al procesamiento de recompensas.41 Las imágenes de escáneres cerebrales demuestran que, cuando experimentamos el placer de relacionarnos con los demás, se activan estos circuitos de recompensa, lo que demuestra que «la cooperación social es intrínsecamente gratificante para el cerebro humano».42 En cambio, cuando experimentamos exclusión o rechazo, se activan los centros del dolor del cerebro. De hecho, el cerebro procesa el rechazo relacional de la misma manera en que procesa el dolor físico. Como Lieberman ha descubierto en sus investigaciones, en muchos aspectos, un corazón roto causa la misma sensación que una pierna rota.43

Una vez más, pregúntate si estarías dispuesto a romperte un hueso a cambio de tener «razón» en política.

Seguramente no necesitamos escáneres cerebrales que nos digan que establecer relaciones es mucho mejor que las consecuencias del desprecio y la división. Al fin y al cabo, los grandes pensadores y religiones del mundo llevan predicando el sabio consejo de la unidad desde hace miles de años.

En la República de Platón, el gran filósofo escribe: «¿Tenemos, pues, mal mayor para una ciudad que aquello que la disgregue y haga de ella muchas en vez de una sola? ¿O bien mayor que aquello que la agrupe y aúne?».44 Aristóteles opinaba igual. Si rompiera los lazos unificadores de la amistad, escribió en su Ética a Nicómaco, «nadie querría vivir, aunque tuviera todos los otros bienes».45

Es un tema común a todos los textos sagrados de todas las religiones del mundo. El salmo 133 proclama: «Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos».46 En el Evangelio de Mateo, Jesús advierte: «Todo reino dividido internamente va a la ruina y toda ciudad o casa dividida internamente no se mantiene en pie».47 Y el Bhagavad Gita, uno de los antiguos libros sagrados del hinduismo, enseña que el conocimiento «mediante el cual se puede ver que todas las cosas están mantenidas por la misma Esencia Única» es sáttvico, es decir, puro, bueno y virtuoso.48

Los padres de la patria estadounidenses sabían que la armonía social tenía que ser el eje vertebrador de los Estados Unidos. En su célebre opúsculo Common Sense (‘Sentido común’), Thomas Paine sostenía: «No es en los números, sino en la unidad donde reside nuestra gran fuerza».49 James Madison, en su decimocuarto Federalist Paper, advirtió: «La más alarmante de todas las novedades, el más loco de todos los proyectos, el más imprudente de todos los intentos, es el de despedazarnos con el fin de preservar nuestras libertades y promover nuestra felicidad».50 John Adams creía que el cáncer del faccionalismo en los Estados Unidos debía ser «temido como el mayor de los males políticos, según nuestra Constitución».51 En su discurso de despedida, George Washington advirtió sobre los «efectos nefastos» de la enemistad política.52

Tratamos de conjugar ambas cosas, por supuesto: amor por nuestros amigos y desprecio por nuestros enemigos. De hecho, a veces incluso intentamos construir unidad en torno a los lazos comunes de desprecio por «el otro». Pero no funciona, igual que un alcohólico no puede tomar «sólo un traguito» para relajarse. La embriaguez desplaza a la sobriedad. El desprecio desplaza al amor porque se convierte en el centro de todo. Si los desprecias a «ellos», más y más gente se convertirá en «ellos». Los Monty Python lo expusieron de manera hilarante en la película La vida de Brian, donde los enemigos más acérrimos son dos grupos disidentes judíos rivales: el Frente Judaico Popular y el Frente Popular de Judea.

Tanto los filósofos de la antigua Grecia como las grandes religiones del mundo, pasando por los padres de la patria y los psicólogos de la era moderna, nos exhortan a optar por lo que nuestro corazón desea en el fondo: el amor y la bondad. Todos advierten sin medias tintas que la división, si se permite que arraigue permanentemente, provocará nuestra desgracia y caída.

Hay que hacer dos advertencias. En primer lugar, unidad no es necesariamente sinónimo de acuerdo. Dedicaré un capítulo entero más adelante en este libro a la importancia de la discrepancia respetuosa. Segundo, la unidad es siempre una aspiración; nunca estaremos unidos por completo. Ni siquiera en tiempos de guerra, nuestra nación ha remado de forma unánime en la misma dirección. Sin embargo, aunque no sea del todo alcanzable, el objetivo de estar más unidos sigue siendo ideal para conseguir más de lo que queremos como personas.

Queremos amor. Pero ¿cómo lo conseguimos? Tenemos que empezar diciendo que es, en efecto, lo que queremos de veras. Esto es más fácil de decir que de hacer. Un famoso episodio bíblico lo ilustra:

Y al salir él [Jesús] con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». […] Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?». El ciego le contestó: «Rabbuni, que recobre la vista».53

A primera vista, parece una tontería. Un ciego, Bartimeo, quiere un milagro de Jesús. Éste le pregunta: «¿Qué quieres?». Como dirían mis hijos: «Tío, quiere ver». Y, de hecho, eso es más o menos lo que el ciego responde.

La historia es profunda porque, aunque la gente sabe lo que realmente quiere, a menudo no lo pide. Piensa en la última vez que tuviste un conflicto real con alguien a quien amas. Deseabas desesperadamente que el conflicto terminara y que volviera el afecto, pero seguiste luchando de todas formas. Tengo un amigo que no se habló con su hija durante veinte años y ni siquiera sabía cómo se llamaban sus nietos. Tenía unas ganas tremendas de reconciliarse, pero no se atrevía a hacerlo. Tal vez nunca has hecho algo tan radical, pero en un momento u otro, todos hemos experimentado el dolor de una fractura en nuestras relaciones que el orgullo nos impide arreglar.

Una vez más, se trata de la adicción. Todos los adictos quieren liberarse de la adicción, y disponen de numerosas ayudas para ello. Todo lo que tienen que hacer es desprenderse de lo que odian y pedir lo que realmente quieren. Pero no lo hacen, a veces incluso hasta la sepultura. ¿Por qué no? La mayoría dice que el sufrimiento que causa a corto plazo dejar de fumar es demasiado grande, o que el alcohol u otras drogas, por muy terribles que sean, son lo único que les proporciona verdadera satisfacción en una existencia vacía.

Padecemos una adicción cultural al desprecio –una adicción instigada por el complejo industrial de la indignación para obtener ganancias y poder– y nos está destrozando. Pero la mayoría de nosotros no queremos eso. Queremos amor, bondad y respeto. Sin embargo, tenemos que pedirlos, elegirlos. Es difícil; somos orgullosos, y el desprecio puede crear una sensación de propósito y satisfacción a corto plazo, como una bebida más. Nadie dijo nunca que acabar con una adicción fuera fácil. Pero no te confundas: al igual que Bartimeo, podemos elegir lo que realmente queremos, como individuos y como nación.

¿Cómo? No basta con dejarlo al azar, con la esperanza de que reaccionemos accidentalmente como yo con mi corresponsal tejano, o como Hawk Newsome y Tommy Hodges en la Explanada Nacional de Washington. ¿Qué podemos hacer a partir de hoy para rechazar el desprecio y abrazar el amor?

En busca de una respuesta, consulté a dos expertos.

El primero es John Gottman, a quien ya he presentado en este capítulo. Le pregunté cómo pensaba que podríamos usar sus ideas sobre la armonía en la pareja para mejorar nuestro discurso nacional. Si quieres una América más unida por los lazos del amor, ¿cómo deberías tratar a las personas con las que no estás de acuerdo políticamente?

Gottman tardó un poco en contestar, porque nunca antes había respondido a esta pregunta. Los profesores siempre se muestran reacios a ir más allá de su información y su experiencia concreta. Pese a todo, me dijo que amaba a los Estados Unidos, que le partía el corazón el desprecio que se extendía por todo el país y que quería que volviéramos a estar juntos. Así que me dio cuatro reglas:

1. Concéntrate en el malestar de los demás, y hazlo con empatía. Cuando los demás se muestren disgustados por motivos políticos, escúchalos con respeto. Trata de entender su punto de vista antes de ofrecer el tuyo. Nunca escuches sólo para rebatir.

2. En tus interacciones con los demás, sobre todo en áreas de desacuerdo, adopta la «regla de cinco a uno», que Gottman propone a las parejas: asegúrate de formular cinco comentarios positivos por cada crítica negativa. En las redes sociales, son cinco mensajes positivos por cada uno que pueda considerarse negativo.

 

3. Ningún desprecio está justificado, jamás, aunque, en un arrebato momentáneo, creas que alguien se lo merece. Suele ser injustificable más a menudo de lo que crees, es siempre malo para ti y nunca convencerá a nadie de que se equivoca.

4. Ve donde haya gente que discrepe de ti y aprende de ellos. Eso significa que hagas nuevas amistades y busques opiniones con las que sabes que no estarás de acuerdo. ¿Cómo actuar en un lugar así? ¡Sigue las reglas de la 1 a la 3!

Estas reglas son tan importantes que me extenderé sobre ellas (y otras) a lo largo de todo este libro. Si te parecen difíciles de seguir, ¡no te preocupes! Te enseñaré a hacerlo.

La segunda persona a la que consulté sobre cómo luchar contra el desprecio es el hombre más sabio que conozco, y también uno de los expertos mundiales en unir a las personas mediante los lazos de la compasión y el amor: Su Santidad el dalái lama.

El dalái lama es el líder espiritual de los budistas tibetanos y uno de los líderes más respetados del mundo actual. Hemos colaborado durante años, y aunque soy católico y no budista, yo lo considero un mentor y guía. Lo visité en su monasterio en Dharamshala (India), en las estribaciones del Himalaya, cuando empezaba a trabajar en este libro. «Santidad –le pregunté–, ¿qué debo hacer cuando sienta desprecio?» Como ya te he contado en la introducción, me respondió: «Practica el afecto».

Para ser sincero, al principio pensé: «¿Sólo eso?». Parecía más un aforismo que un consejo útil. Pero cuando reflexioné sobre ello, vi que era realmente certero y práctico. No abogaba por ceder ante las ideas de las personas con las que no estuviéramos de acuerdo. Si creo que tengo razón, tengo el deber de atenerme a mis opiniones, pero también el de ser amable, justo y amigable con todos, incluso con aquellos de los que me separan grandes diferencias.

¿Difícil? Claro, el dalái lama sería el primero en notar que el afecto es propio de los fuertes, no de los débiles. Es un consejo que él ha seguido. Con apenas quince años, se erigió en el líder del pueblo budista tibetano tras la invasión china del Tíbet en 1950.54 A raíz de la brutal represión contra su pueblo, el dalái lama se exilió en 1959, y desde entonces ha dirigido una comunidad tibetana pobre y desposeída desde su hogar en Dharamshala. El dalái lama y su pueblo han sido tratados con un desprecio peor del que la mayoría de nosotros jamás experimentaremos en nuestras vidas, expulsados de sus hogares y tratados como si no fueran personas.

¿Cómo ha respondido? El dalái lama comienza cada día ofreciendo plegarias por China, sus dirigentes y su pueblo.55 Practica el afecto hacia el mismo régimen que los llevó a él y a sus seguidores al exilio y que continúa oprimiendo al pueblo del Tíbet. Eso es fortaleza, no debilidad. El afecto no es para los pusilánimes.

Mi siguiente pregunta fue: «¿Cómo puedo hacerlo? Deme algunos consejos prácticos, Santidad», a lo que él contestó: «Piensa en una época de tu vida en la que respondiste al desprecio con afecto. Recuerda cómo te hizo sentir, y vuelve a hacerlo». Fue en ese momento cuando me di cuenta de que el afecto es exactamente lo que transformó mi intercambio de correos electrónicos al principio de este capítulo. Respondí por casualidad al desprecio con afecto y vi cómo el desprecio se desvanecía en un instante.

La bondad y el afecto son el antídoto contra el veneno del desprecio que corre por las venas de nuestro discurso político. Desprecio es lo que vimos cuando Tommy Hodges y Hawk Newsome –el organizador de la manifestación a favor de Trump y el activista de Black Lives que hemos visto al principio de este libro– llegaron a la Explanada Nacional. Al invitar a Hawk a subir al escenario, Tommy hizo algo más que darle a Hawk una plataforma para hablar: reconoció su dignidad como compatriota estadounidense. Fue como si hubiera dicho: «Puede que no esté de acuerdo con usted, pero lo que tiene que decir es importante». Esa simple demostración de respeto rompió el muro de desprecio mutuo que los separaba y transformó por completo su relación.

Hawk, a su vez, reaccionó de la misma manera, dirigiéndose al público de forma positiva y afectuosa. Expresó una causa moral que compartía con sus oyentes –al declarar que era un estadounidense que amaba a su país y que quería hacer grande a América– a la vez que los retaba a pensar de manera diferente sobre la difícil situación de los afroamericanos. Su planteamiento fue profundamente unificador. Hizo un alegato moral a favor de la compasión y la justicia, y apeló a algo que todos tenían grabado en el corazón.

Eso no significa que todos los asistentes al acto estuvieran de acuerdo con lo que dijo; no fue así. Sucedió algo más profundo que el mero acuerdo político: se estableció una conexión humana que permitió un debate de ideas respetuoso y productivo.

Esto es exactamente lo que los Estados Unidos necesitan. Es lo que nuestros corazones desean. Y no tiene que ser flor de un día. En realidad es algo que podemos proyectar y reproducir en todo el país si tenemos el coraje y la voluntad necesarios.

¿Cómo? Empecemos con nuestras interacciones. Si te tratan con desprecio, no lo consideres una amenaza, sino una oportunidad. En el Dhammapada, uno de los principales textos sagrados budistas, dice el maestro:

Conquista al hombre airado mediante el amor; conquista al hombre de mala voluntad mediante la bondad; conquista al avaro mediante la generosidad; conquista al mentiroso mediante la verdad.56

Cuando lo leí por primera vez, pensé que era extraño que el Buda nos exhortara a convertir la bondad amorosa en un instrumento para conquistar a los demás, pero ésa era una lectura errónea. Tras reflexionar, me di cuenta de que el hombre airado, de mala voluntad, avaro y mentiroso soy yo. Tengo que conquistarme a mí mismo, y el instrumento para lograrlo es mostrar afecto a los demás, sobre todo cuando no me lo muestran a mí.

Cuando te tratan con desprecio, tienes la oportunidad de cambiar por lo menos un corazón: el tuyo. Puede que no seas capaz de controlar los actos de los demás, pero sí tus reacciones. Puedes romper el círculo vicioso del desprecio. Tienes la fuerza necesaria.

Y la oportunidad te llegará antes de lo que crees, ya venga por la izquierda o por la derecha. ¿Crees que te han atacado injustamente en las redes sociales? Responde con afecto. ¿Has oído a alguien que hacía un comentario sarcástico sobre la gente que vota como tú? Responde con amabilidad. ¿Quieres decir algo insultante sobre las personas que no están de acuerdo contigo? Respira hondo y, en vez de eso, demuéstrales amor.

Ya te oigo decir que suena genial, pero ¿qué pasa si no lo siento? No tiene importancia. Como veremos en el siguiente capítulo, lo que hacemos es lo que suele determinar cómo nos sentimos, y no al revés. Si esperas a sentir afecto por tus adversarios ideológicos, ya puedes hacer que escriban como epitafio en tu tumba: AGUARDABA A SENTIR AFECTO. Los actos no son consecuencia de nuestras actitudes, salvo en contadas ocasiones. Más bien al contrario: la actitud es el fruto de nuestros actos. ¿No lo sientes? Pues finge, y pronto lo sentirás.

El resto de este libro da muchos consejos prácticos sobre cómo responder al desprecio con sinceridad, cómo optar por la bondad en vez del desprecio. Sin embargo, hace mucho más que guiarnos en nuestra batalla personal. Nos enseña a todos cómo podemos ser líderes que luchen contra el desprecio en la sociedad y traigan a más gente –prescindiendo de cómo voten o vean el mundo– la alegría de amarse los unos a los otros.

12. Adam Waytz, Liane L. Young y Jeremy Ginges, «Motive Attribution Asymmetry for Love vs. Hate Drives Intractable Conflict», Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, 111, 44, noviembre de 2014, pp. 15687-15692, identificador de objeto digital (DOI por sus siglas en inglés): 10.1073/pnas.1414146111.