Amad a vuestros enemigos

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¿Y la gente que dice estas cosas abiertamente? Se suele decir que, si luchas con un cerdo, acabas cubierto de barro y al cerdo le gusta. Pero ignorar a los voceros del odio es un error. Si lo hacemos, sus ideas no se verán cuestionadas por personas de buena voluntad. ¿Y si las ideas en cuestión son realmente dignas de desprecio? Recuerda que pueden serlo las ideas, pero nunca las personas. Hay que rechazar sus opiniones con firmeza, concisión y respeto.

Por último, existe una razón práctica, aunque egoísta, para evitar el desprecio, incluso hacia aquellos con los que no estás de acuerdo: es horrible para uno mismo. Verás en este libro que el desprecio te hace infeliz, tóxico y poco atractivo incluso para quienes están de acuerdo contigo. El odio a los demás está asociado con la depresión. El desprecio arruina las relaciones y perjudica la salud. Es un vicio peligroso, como fumar o beber sin moderación.

Mi idea es muy simple: puede que el amor y el afecto no consigan cambiar el corazón y la mente de todo el mundo, pero siempre vale la pena emplearlos, y siempre te harán sentir mejor. Deberían ser nuestra actitud por defecto.

Esto es más fácil de decir que de hacer, por supuesto. Mucha gente no lo lleva «incorporado de fábrica», sobre todo cuando casi toda nuestra cultura presiona en sentido contrario. Por eso he escrito este libro, para enseñarte a hacerlo. En él, encontrarás datos procedentes de las últimas investigaciones en neurociencia, sociología, historia y filosofía. Conocerás a los líderes más visionarios de la política, los negocios, los medios de comunicación y el mundo académico. Demostraré que, sin una molécula de moderación blandengue, la gente puede convertirse no sólo en firmes defensores de sus ideas, sino en sanadores de su comunidad. Verás por qué el modelo actual de liderazgo despectivo es una apuesta perdedora a largo plazo, así como por qué otra clase de discrepancia, y no la supresión de la misma, es la clave para una mayor armonía.

«Vale –dirás–, pero yo no soy ni político ni ejecutivo.» Tommy y Hawk tampoco. Son estadounidenses normales y corrientes. Son los ciudadanos de a pie que actúan como líderes los que más importan en la batalla contra la cultura del desprecio. Mira, queramos o no admitirlo, el desprecio político y la división son lo que los economistas llaman un fenómeno impulsado por la demanda. Los proveedores son los famosos, pero los ciudadanos corrientes son los que crean el mercado. Es como las metanfetaminas: las personas que las fabrican y venden hacen algo espantoso, que no deberían hacer, pero no es nada extraño: se puede ganar mucho dinero con el negocio. (Más adelante, por cierto, verás que esta comparación no está traída por los pelos: la adicción a las drogas y al desprecio son parecidas desde el punto de vista neurológico.)

Todo esto significa que no podemos esperar a que nuestros líderes cambien: necesitamos liderar la rebelión nosotros mismos. Si bien no podemos cambiar el país nosotros solos, sí podemos cambiar nuestra forma de ser. Desvinculándonos del resentimiento que azota a nuestra nación, cada uno de nosotros puede aportar su grano de arena a una mayor armonía nacional, y de paso, ser más feliz.

La historia de Hawk y Tommy es una metáfora de los Estados Unidos, espero. Los acontecimientos de ese día comenzaron con desprecio pero terminaron con afecto. Dos grupos que difícilmente podrían ser más diferentes superaron su mutuo desdén y, sin llegar a un acuerdo político, encontraron una causa común en su humanidad compartida y en su deseo de una vida de libertad y felicidad.

El propósito de este libro es sencillo: ayudar a una América que actualmente parece el comienzo de la Madre de Todos los Mítines a llegar a un punto que se parezca más al final del mitin. En lugar de lograr la armonía por casualidad, como pareció suceder ese día en el mitin en Washington, espero que este libro nos ayude a todos y cada uno de nosotros a alcanzarla a propósito.

Así que si estás dispuesto a rebelarte conmigo contra la cultura del desprecio, si ansías un país en el que la gente pueda discrepar sin amargura ni odio, si quieres subvertir el poder de los predicadores del odio, entonces he escrito este libro para ti.

Y si por alguna razón no estás de acuerdo en que nuestro discurso nacional se halla en grave crisis, también lo he escrito para ti. Si lees el libro, cabe la posibilidad de que cambies de opinión sobre lo que es mejor para ti y para el país. Además, estoy convencido de que, si sigues las ideas y las reglas de este libro, serás una persona más feliz, más sana y más convincente.

Este libro no pretende cambiar tus ideas políticas. Tengo opiniones muy firmes y seguramente tú también. Lo más probable es que no estemos de acuerdo en algunas cosas. La idea de este libro no es que debas cambiar tus opiniones políticas, sino que precisamente necesito que discrepes de mí porque la discrepancia –bien entendida– fortalece a nuestro país.

Para superar la cultura del desprecio hace falta algo más que cantar el «Kumbayá» a coro y otros cientos de clichés. Construir una verdadera armonía frente a la diferencia y el desacuerdo es una labor ardua. Los estadounidenses tendrán que estar dispuestos, como Hawk y Tommy, a compartir escenario –a veces literalmente– con las personas que se sitúan en el extremo opuesto del espectro político. Sin embargo, equipados con una nueva perspectiva de nuestra cultura, un mejor enfoque del liderazgo, las herramientas de comunicación adecuadas y una buena dosis de coraje, podemos superar las divisiones políticas que han proliferado en todo el país en los últimos años.

¿Nos ganaremos todas las voluntades? Por supuesto que no. Nada podría conquistar al ciento por ciento de la población. Pero creo que la mayoría de los estadounidenses aman al país y se aman los unos a los otros. Sólo tenemos que construir un movimiento y una cultura en torno a estas verdades.

Empecemos.

1. Laura Paisley, «Political Polarization at Its Worst since the Civil War», USC News, 8 de noviembre de 2016, https://news.usc.edu/110124/political-polarization-at-its-worst-since-the-civil-war-2/.

2. John Whitesides, «From Disputes to a Breakup: Wounds Still Raw after U.S. Election», Reuters, 7 de febrero de 2017, https://www.reuters.com/article/us-usa-trump-relationships-insight/from-disputes-to-a-breakup-wounds-still-raw-after-u-s-election-idUSKBN15M13L.

3. Justin McCarthy, «Small Majority in U.S. Say the Country’s Best Days Are Ahead», Gallup, 3 de julio de 2018, https://news.gallup.com/poll/236447/small-majority-say-country-best-days-ahead.aspx.

4. «Study: Voters Frustrated That Their Voices Are Not Heard», Congressional Institute, 3 de febrero de 2017, https://www.conginst.org/2017/02/03/study-voters-frustrated-that-their-voices-are-not-heard.

5. Chauncey Alcorn, «Speaking at a Trump Rally Made this BLM Activist an Outcast», VICE, 19 de octubre de 2017, https://www.vice.com/en_us/article/wjx9m4/speaking-at-a-trump-rally-made-this-blm-activist-an-outcast.

6. «Interview with Mother of All Rallies Organizer Tommy Hodges a.k.a. Tommy Gunn», vídeo de YouTube, 16 de septiembre de 2017, https://www.youtube.com/watch?v=9PFhZMvuBHo.

7. Warren D. TenHouten, Emotion and Reason: Mind, Brain y the Social Domains of Work and Love, Nueva York, Routledge, 2013, p. 18.

8. Arthur Schopenhauer, The Horrors and Absurdities of Religion: Mankind Is Growing Out of Religion as Out of Its Childhood Clothes, trad. de R.J. Hollingdale, Nueva York, Penguin, 1970, «On Religion: A Dialogue», n.° 11.

9. «Contempt», Encyclopedia of World Problems and Human Potential, 17 de junio de 2018, http://encyclopedia.uia.org/en/problem/139329.

10. Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, cuestión 26, artículo 4. Suele traducirse por «Amar es querer el bien para alguien».

11. Michael Novak, «Caritas and Economics», First Things, 6 de julio de 2009, https://www.firstthings.com/web-exclusives/2009/07/caritas-and-economics.

1
La cultura del desprecio

Corría el año 2006. Yo era profesor en la Universidad de Syracuse y acababa de publicar mi primer libro comercial, Who Really Cares (‘A quién le importa de veras’), que trataba el tema de los donativos, de las personas que más dan a obras de caridad en Estados Unidos, desglosadas por categorías, como la política y la religión.

 

Parece un libro de esos que te mantienen en vilo, ¿no? Francamente, no esperaba que llamara mucho la atención. Me habría conformado con vender dos mil ejemplares. ¿Por qué? Mis publicaciones anteriores habían sido sobre todo artículos densos en revistas académicas con títulos tan apasionantes como «Genetic Algorithms and Public Economics» (‘Algoritmos genéticos y economía pública) y «Contingent Valuation and the Winner’s Curse in Internet Art Auctions» (‘La valoración contingente y la maldición del ganador en las subastas de arte en Internet’). Who Really Cares era algo más interesante, pero no mucho. Publiqué el libro y esperé a que no sonara el teléfono.

Pero sonó. Y volvió a sonar. Como sucede a veces con los libros académicos, sintonizó de manera perfecta con el ambiente del momento. Por la razón que sea, que algunas personas donaran mucho dinero para obras benéficas y otras no era una bomba informativa, y mi libro parecía explicar el porqué. Unas cuantas personas famosas hablaron de él, y antes de que me diera cuenta, salí en la televisión y empezaron a venderse cientos de ejemplares de mi libro al día.

Lo que me resultó más extraño fue que empezaran a abordarme perfectos desconocidos. Pronto me acostumbré a los correos electrónicos de personas que no conocía de nada, que me contaban detalles íntimos de sus vidas, porque, como pude comprobar, cuando la gente lee un libro que has escrito, cree que te conoce. Más aún: si no les gusta el libro, no les gustas tú.

Una tarde, al cabo de un par de semanas de la publicación del libro, recibí un correo electrónico de un señor de Texas que decía: «Querido profesor Brooks: Es usted un farsante». Empezaba fuerte, pero mi corresponsal texano no se detenía ahí. Su correo electrónico, de unas cinco mil palabras de extensión, criticaba en detalle todos los capítulos del libro y me informaba de mis numerosos fallos como investigador y como persona. Tardé veinte minutos en leer de cabo a rabo su diatriba.

Vale, ahora ponte en mi lugar. Llegado a este punto, ¿tú qué harías? Tienes tres opciones:

Opción 1. Ignorarlo. Es un tipo de tantos, ¿no? ¿Por qué voy a perder mi precioso tiempo con él, aunque él haya desperdiciado el suyo despotricando contra mi libro, del derecho y del revés?

Opción 2. Insultarlo. Decirle: «Anda y piérdete, tío. ¿No tienes nada mejor que hacer que meterte con un desconocido?».

Opción 3. Machacarlo. Elegir tres o cuatro de sus errores más evidentes y estúpidos y echárselos en cara, añadiendo: «Oye, atontado, si no sabes de economía, mejor no hagas el ridículo delante de un economista profesional».

Cada vez más, estas tres alternativas (o una combinación de ellas) son las únicas que creemos tener a nuestra disposición en los conflictos ideológicos actuales. Pocas opciones adicionales nos vienen a la mente cuando nos enfrentamos a un desacuerdo. Y fíjate que todas parten de un denominador común: el desprecio. Todas ellas expresan la idea de que mi interlocutor no merece consideración.

Cada una de estas opciones provocará una respuesta distinta, pero lo que todas tienen en común es que excluyen la posibilidad de una discusión productiva. En el fondo, lo que garantizan es una enemistad permanente. Puede que digas: «Ha empezado él». Cierto, aunque también podrías decir que empecé yo cuando escribí el libro. Sea como sea, al igual que la respuesta «ha empezado él» siempre me fue indiferente cuando mis hijos eran pequeños y se peleaban en el asiento trasero del coche, tampoco tiene fuerza moral en este caso, cuando nuestro objetivo es destruir la cultura del desprecio.

Más tarde, te diré cuál de las tres opciones –ignorarlo, insultarlo o machacarlo– elegí al responder a mi corresponsal texano. Pero antes, tenemos que hacer un viaje a través de la ciencia y la filosofía del desprecio.

En 2014, investigadores de la Universidad Northwestern, Boston College y la Universidad de Melbourne publicaron un artículo en Proceedings of the National Academy of Sciences, una prestigiosa revista académica.12 El tema era el conflicto humano debido a la «asimetría en la atribución de motivos»: el hecho de asumir que tu ideología se basa en el amor, mientras que la ideología de tu oponente se basa en el odio.

Los investigadores descubrieron que la mayoría de los republicanos y demócratas sufren hoy en día de un nivel de asimetría en la atribución de motivos comparable al de palestinos e israelíes. En ambos casos, las dos partes piensan que las impulsa la benevolencia, mientras que la parte contraria es malvada y actúa motivada por el odio. Por eso ninguna de las partes está dispuesta a negociar o transigir. Los autores del estudio concluyeron que «el conflicto político entre los demócratas y republicanos estadounidenses y el conflicto etnorreligioso entre israelíes y palestinos parecen insolubles, pese a la existencia de soluciones de compromiso razonables en ambos casos».

Piensa en lo que esto significa: hemos llegado al punto de que lograr un acuerdo bipartito, en temas que van desde la inmigración hasta las armas, pasando por la confirmación del nombramiento de un juez del Tribunal Supremo, es tan difícil como alcanzar la paz en Oriente Medio. Puede que no ejerzamos la violencia a diario entre nosotros, pero no podemos progresar como sociedad cuando ambas partes creen que actúan motivadas por el amor, mientras que la parte contraria actúa motivada por el odio.

La gente suele decir que el término más adecuado para describir el momento actual es «ira». Ojalá fuera cierto, porque la ira tiende a autolimitarse. Es una emoción que surge cuando queremos cambiar el comportamiento de alguien y creemos que podemos lograrlo. Aunque la ira se perciba a menudo como una emoción negativa, los estudios demuestran que su verdadero objetivo social no es ahuyentar a los demás, sino eliminar los elementos problemáticos de una relación y unir a las personas.13 Lo creas o no, no hay datos que corroboren la relación de la ira en el matrimonio con las separaciones o los divorcios.14

Piensa en una discusión que hayas tenido con un amigo íntimo, un hermano o tu pareja. Si estabas molesto y te enojaste, ¿fue porque pretendías expulsar a esa persona de tu vida? ¿Creíste que esa persona actuaba motivada por el odio hacia ti? Por supuesto que no. Dejando a un lado que la ira sea la estrategia más adecuada, nos enojamos porque reconocemos que las cosas no son como deberían ser, queremos corregirlas y creemos que podemos lograrlo.

La asimetría en la atribución de motivos no conduce a la ira, porque no hace que desees arreglar la relación. Creer que tu enemigo actúa motivado por el odio provoca algo mucho peor: el desprecio. Mientras que la ira pretende atraer a alguien al redil, el desprecio pretende expulsarlo. Procura burlarse del otro, avergonzarlo y excluirlo permanentemente de toda relación mediante el menosprecio, la humillación y el ninguneo. Así que mientras la ira dice: «Esto me importa», el desprecio dice: «Me das asco. No mereces que me preocupe por ti».

Una vez le pregunté a un amigo psicólogo sobre la raíz de los conflictos violentos. Me dijo que era «el desprecio mal disimulado». Lo que te hace violento es la percepción de que te desprecian, algo que desgarra familias, comunidades y naciones enteras. Si quieres ganarte un enemigo de por vida, demuéstrale desprecio.

El poder destructivo del desprecio está bien documentado en las obras del famoso psicólogo social y experto en relaciones John Gottman. Es profesor desde hace mucho tiempo de la Universidad de Washington en Seattle y cofundador junto con su esposa, Julie Schwartz Gottman, del Instituto Gottman, que se dedica a mejorar las relaciones. A lo largo de su carrera, Gottman ha estudiado a miles de parejas casadas. Suele pedir a cada pareja que cuente su historia –cómo se conocieron y cortejaron, sus altibajos como pareja y cómo ha cambiado su matrimonio con los años– antes de que discutan asuntos polémicos.

Después de ver a una pareja interactuar durante sólo una hora, puede predecir con una precisión del 94 por ciento si esa pareja se divorciará antes de tres años.15 ¿Cómo puede saberlo? No es por la ira que expresan las parejas. Gottman confirma que la ira no predice la separación o el divorcio.16 Las señales de alerta, explica, son los indicadores de desprecio, incluidos el sarcasmo, las burlas, el humor hostil y, lo peor de todo, poner los ojos en blanco. Estas acciones puntuales, en la práctica, dicen «No vales nada» a la persona a la que debes amar más que a cualquier otra. ¿Quieres saber si una pareja terminará en el juzgado? Obsérvalos discutir un tema polémico y fíjate en si alguno de los cónyuges pone los ojos en blanco.

«¿Qué tiene que ver todo esto con la política estadounidense?», le pregunté, a lo que Gottman –una persona alegre y feliz– respondió en tono pesimista:

En este país se ha denigrado el respeto en el diálogo. Siempre es «nosotros contra ellos». […] Vemos que los republicanos piensan que son mejores que los demócratas, los demócratas piensan que son mejores que los republicanos, la gente de la costa piensa que es mejor que la gente del interior. Suma y sigue, y creo que eso nos está haciendo mucho daño. Este «nosotros contra ellos» hace que nuestra corteza prefrontal medial –la parte del cerebro situada entre los ojos– no reaccione con comprensión y compasión. Y eso no es algo propio de nuestro país.

La pandemia del desprecio en asuntos políticos impide a las personas con opiniones opuestas trabajar juntas. Ve a YouTube y mira los debates presidenciales de 2016: son obras maestras del desdén, el sarcasmo y el escarnio. O, ya puestos, fíjate en cómo hablan los políticos de todos los niveles acerca de sus rivales en las elecciones, o de los miembros del otro partido. Describen cada vez más a menudo a personas indignas de cualquier tipo de consideración, sin ideas u opiniones legítimas. ¿Y las redes sociales? En cualquier tema polémico, estas plataformas son generadores de desprecio.

Desde luego, todo esto es contraproducente en una nación en la que los rivales políticos también deben ser colaboradores. ¿Acaso es probable que quieras cooperar con alguien que te ha calificado en público de tonto o de delincuente? ¿Llegarías a acuerdos con alguien que dijera públicamente que eres un corrupto? ¿Y te harías amigo de alguien que dijese que tus opiniones son estúpidas? ¿Por qué deberías estar dispuesto a pactar con una persona así? Puedes solucionar tus problemas con alguien con quien no estés de acuerdo, aunque dicho desacuerdo se manifieste de forma airada, pero no puedes llegar a una solución con alguien que te desprecie o por quien tú sientas desprecio.

El desprecio no es práctico y es malo para un país que depende de que la gente colabore en la política, las comunidades y la economía. A menos que esperemos convertirnos en un Estado de partido único, no podemos permitirnos despreciar a nuestros compatriotas estadounidenses que sencillamente no estén de acuerdo con nosotros.

El desprecio tampoco está moralmente justificado. La gran mayoría de los estadounidenses situados al otro lado de la frontera ideológica no son terroristas o criminales. Son personas como nosotros que da la casualidad de que ven de manera distinta ciertos temas polémicos. Cuando tratamos a nuestros compatriotas como enemigos, perdemos amistades y, por lo tanto, amor y felicidad. Eso es exactamente lo que está pasando. Ya he citado una encuesta que muestra que una sexta parte de los estadounidenses ha dejado de hablarse con un pariente o amigo íntimo por culpa de las elecciones de 2016. La gente ha cortado relaciones estrechas, que son nuestra fuente más importante de felicidad, por culpa de la política.

Un caso particularmente triste se produjo durante la campaña de las elecciones de mitad de mandato de 2018, cuando seis hermanos de un congresista que se presentaba a la reelección participaron en un anuncio televisivo a favor de su contrincante.17 Una hermana lo calificó de racista, mientras que un hermano declaró: «No parece estar bien». Otro cuestionó los motivos de su actuación política, diciendo que sus opiniones en materia de normativa legal se basaban en el dinero que le pagara la industria. ¿Cuál fue la reacción pública del congresista? Decir de sus hermanos: «Son consanguíneos míos, pero al igual que los izquierdistas de todo el mundo, anteponen la ideología política a la familia. Stalin estaría orgulloso de ellos».18

 

En 1960, solo el 5 por ciento de los estadounidenses afirmaba que les disgustaría que su hijo o hija se casara con alguien de otro partido político. En 2010, la cifra ya era del 40 por ciento, y sin duda ha aumentado desde entonces.19 Nos hemos alejado mucho de la admonición de Thomas Jefferson de que nunca se debe permitir que las «diferencias políticas se entrometan en las relaciones sociales o perturben las amistades, las organizaciones benéficas o la justicia».20

Gottman define el desprecio como «ácido sulfúrico para el amor». Pero no se limita a desestabilizar nuestras relaciones y nuestra política, sino que, según Gottman, también causa una degradación completa de nuestro sistema inmunológico. Menoscaba la autoestima, altera el comportamiento e incluso perjudica el procesamiento cognitivo.21 Según la Asociación Estadounidense de Psicología, el sentimiento de rechazo, que experimentamos tan a menudo cuando nos han tratado con desprecio, aumenta «la ansiedad, la depresión, los celos y la tristeza» y «reduce el rendimiento en tareas intelectuales difíciles».22 Ser tratado con desprecio provoca un desgaste físico objetivo. Quienes se sienten excluidos habitualmente «tienen peor calidad de sueño y su sistema inmunológico no funciona tan bien» como las personas a las que no tratan con desdén.23

Igual de importante: el desprecio no sólo es perjudicial para la persona maltratada, sino que también lo es para quien desprecia, porque tratar a los demás con desprecio nos hace segregar dos hormonas del estrés, el cortisol y la adrenalina. Las consecuencias de segregar constantemente estas hormonas –el equivalente a vivir bajo un estrés significativo y constante– son tremendas. Gottman señala que las personas que viven en pareja que se pelean constantemente mueren veinte años antes, por término medio, que las que buscan constantemente la comprensión mutua. Nuestro desprecio es indiscutiblemente desastroso para nosotros, por no hablar de las personas a las que tratamos con desprecio.

En realidad, el desprecio no es verdaderamente lo que queremos. ¿Que cómo lo sé? Para empezar, eso es lo que oigo a todas horas y todos los días. Viajo constantemente, y por mi trabajo hablo de política. No pasa un solo día en el que alguien no se queje de que nos estamos desmoronando como país porque somos incapaces de expresar de forma respetuosa nuestras opiniones políticas como adultos civilizados. La gente está agotada.

Eso es exactamente lo que Tim Dixon, cofundador de la organización More in Common (‘Más en Común’), llama la «mayoría agotada»: estadounidenses que están hartos del conflicto constante e inquietos por el futuro del país. En un estudio pionero sobre las actitudes políticas en los Estados Unidos, Dixon descubrió que el 93 por ciento de los estadounidenses se declaraban cansados de lo divididos que estamos como país; el 71 por ciento estaba «muy de acuerdo» con esta afirmación. La gran mayoría dice en privado que cree en la importancia del compromiso, rechaza el radicalismo de los sectores extremistas de ambos partidos y no les mueve la lealtad a un partido.24

Existen muchas más pruebas que corroboran la afirmación de Dixon de que a la mayoría de los estadounidenses no les gusta la cultura del desprecio. Una encuesta de 2017 realizada por el Washington Post y la Universidad de Maryland preguntaba: «¿Cree que los problemas en la política de los Estados Unidos en este momento son similares a la mayoría de los períodos de desacuerdo partidista o cree que los problemas han llegado a un extremo peligroso?». El 71 por ciento de los encuestados eligió esta última opción.25 Casi dos tercios de los estadounidenses dicen que el futuro del país es una fuente de estrés muy o bastante importante, una cifra mayor que el porcentaje que dice sentirse estresado por motivos económicos o por el trabajo.26 Aún más desconcertante es que el 60 por ciento de los estadounidenses considerase que nuestro momento político actual es el punto más bajo de la historia de los Estados Unidos que ellos recuerden; una cifra, señala la Asociación Estadounidense de Psicólogos, que se da «en todas las generaciones, incluidas las que vivieron la Segunda Guerra Mundial y la guerra de Vietnam, la crisis de los misiles cubanos y los ataques terroristas del 11 de septiembre».27 Más del 70 por ciento de los estadounidenses cree que el país sufrirá graves daños si los partidos rivales no colaboran.28

Esto desafía la creencia de que los Estados Unidos están divididos entre dos grandes grupos hiperpartidistas que pretenden derrotar a los del otro bando. Al contrario, la mayoría de los encuestados presentan opiniones bastante matizadas que no encajan claramente en un campo ideológico concreto. Por no citar más que un ejemplo, la «mayoría agotada» de Dixon se muestra significativamente más propensa que la minoría altamente partidista a creer que el discurso del odio en los Estados Unidos es un problema, pero que el lenguaje políticamente correcto también lo es. En otras palabras, esta mayoría quiere que nuestro país se ocupe de lo primero, pero no recurriendo a lo segundo.

Quizás creas que, llegados a este punto, sea pertinente que te dé algunas explicaciones. Por un lado, afirmo que nuestra cultura, sobre todo nuestra cultura política, rezuma desprecio. Por el otro, sostengo que eso no es lo que deseamos una gran mayoría. Pero, en una democracia y un mercado libre, ¿acaso no obtenemos lo que deseamos?

Sí y no. En muchos casos, la gente demanda algo que detesta. ¿Conoces a alguien que tenga problemas con la bebida? Cada mañana se reprende por su falta de autocontrol y decide que esa noche no beberá. Pero llegado el momento, ansioso y sediento, dice: «Mañana lo dejo». De forma parecida, la mayoría de los fumadores dicen que no desean fumar, pero continúan voluntariamente, malgastando dinero y destrozándose la salud.

¿Qué ocurre? La respuesta, claro, es la adicción, que nubla nuestra capacidad de tomar decisiones en beneficio propio a largo plazo. Personalmente, soy muy goloso. Sé perfectamente que debería eliminar el azúcar refinado de mi dieta. Quiero dejar los dulces, pero también sé que esta noche, alrededor de las ocho, me rendiré y me zamparé unas Oreo. (La culpa es de mi mujer, por comprarlas.) Es probable que tengas alguna debilidad, algo que te proporciona satisfacción inmediata aunque luego no lo desees a largo plazo. Puede que sea una relación que eres incapaz de cortar, o que seas aficionado al juego que te compres ropa demasiado cara.

Los economistas han situado la demanda de cosas adictivas en una categoría especial. Constatan que tomamos decisiones que distan mucho de ser óptimas a largo plazo porque romper el hábito nos resulta demasiado doloroso a corto plazo. Por lo tanto, aunque en realidad no queramos beber, aplazamos la incomodidad de dejarlo un día tras otro.

Los Estados Unidos son adictos al desprecio político. Mientras que la mayoría de nosotros odiamos lo que el desprecio le está haciendo a nuestro país y nos preocupa cómo erosiona nuestra cultura a largo plazo, muchos seguimos consumiendo compulsivamente el equivalente ideológico de las metanfetaminas que nos proporcionan cargos electos, académicos, artistas y algunos medios de comunicación. Millones de personas se entregan activamente a su adicción participando en el ciclo de desprecio con su forma de tratar a los demás, sobre todo en las redes sociales. Nos gustaría que nuestros debates nacionales fueran vigorizantes y sustanciosos, pero tenemos un afán insaciable de insultar a los del otro bando. Por mucho que sepamos que debemos ignorar al desagradable columnista, apagar la tele cuando sale un bocazas y dejar de revisar nuestros feeds de Twitter, cedemos a nuestro impulso culpable de escuchar a los que confirman nuestros prejuicios de que los otros no sólo se equivocan, sino que son estúpidos y malvados.

Somos responsables de nuestra adicción al desprecio, por supuesto, al igual que los adictos a las metanfetaminas son responsables en última instancia de su adicción, pero también están nuestros camellos, los traficantes de metanfetamina política. Conocedores de nuestra debilidad, los líderes de izquierda y derecha buscan el poder y la fama enfrentando a estadounidenses contra estadounidenses, hermano contra hermano, compatriota contra compatriota. Estos líderes afirman que debemos elegir un bando, y luego argumentan que el otro bando es malvado –indigno de consideración–, en lugar de retarnos a que escuchemos a los demás con amabilidad y respeto. Fomentan una cultura de desprecio.

Hay un «complejo industrial de la indignación» en los medios estadounidenses de hoy que se beneficia generosamente de nuestra adicción al desprecio. Todo empieza por atender a un solo sector del espectro ideológico. Líderes y medios de comunicación de izquierda y derecha mantienen a sus audiencias enganchadas al desprecio diciéndoles lo que quieren oír, vendiendo un relato de enfrentamiento y pintando burdas caricaturas del bando opuesto. Nos reafirman en nuestras creencias y a la vez confirman nuestros peores prejuicios acerca de quienes discrepan de nosotros, a saber, que son estúpidos, malvados y que no se merecen que les demos ni los buenos días.