Viaje a Virgenia

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Por la noche, Katy se encontró con una masa oscura en los escalones de la entrada de su edificio. La luz era escasa, pero Katy supo enseguida quién era. La masa se levantó corriendo.

—¡Zorra! ¡Quítale las manos de encima a mi marido! —y golpeó con fuerza a Katy en el cuello, después de que esta apartase la cara.

—Puta… —Katy la empujó al suelo—. Me importa una mierda tu asqueroso marido. —La mujer estaba hecha un ovillo en el suelo, sujetándose la muñeca y con la frente apoyada en la acera—. ¡Compórtate! No me he follado a tu marido. Vete a tu casa o le contaré a quién has ofrecido el culo en la universidad. —La espalda de la mujer se agitó cuando empezó a sollozar, con violencia y de repente, graznando como un ganso.

Aquellos días Katy apenas llegaba a final de mes. No me había contado nada. Había vendido todas sus joyas. Su empresa, una escuela vocacional, ya no podía soportar las fluctuaciones enfermizas del entorno regulador de Diosonón.

Katy lo denunció en el trabajo. Su jefe, el director del servicio regional de recaudación de impuestos, le dijo con semblante impasible que tendría que follárselo si quería el trabajo. Ignoró incluso la intervención del considerado benefactor de Katy.

Katy estaba hecha polvo. Fue entonces cuando acudió a este can, con lágrimas en los ojos…

***

El domingo fuimos a misa.

La congregación oraba así:

Concédenos, Señor, concédenos 1+1=11. Concédenos, Señor, concédenos 1+1=111. Concédenos, Señor, concédenos 1+1=1111.

El barbudo dio comienzo al sermón:

No temáis a la injusticia. Cuanta más injusticia haya en el mundo, más felices seréis. La justicia nace de la injusticia. El tiempo es aliado de la justicia.

Mientras escuchábamos la homilía, no pedimos nada. Sencillamente entendimos que 1+1=0. Fortalecimos nuestras almas para resistir los experimentos heurísticos y después pusimos rumbo al restaurante Marco Polo. Tenía a Katy entre mis brazos. Prometimos celebrar juntos nuestros cumpleaños, tuviésemos la relación que tuviésemos entonces.

Fue idea suya y yo accedí. Me hacía gracia que hubiésemos nacido el mismo día. Géminis. Mi gemela… En aquel momento yo estaba investigando leyendas de gemelos y quise entender nuestra conexión en esos términos. Ella se lo había contado a sus amigas.

30 de mayo: países diferentes, años diferentes, úteros diferentes…

Aquel día la madre Tierra sonrió a los rayos del sol desde el mismo lugar, con once primaveras de diferencia, por el sendero de la luz…

Me dirijo al manantial de luz…

El camino es largo, adoquinado en pedernal,

rodeado de espinos de arrayán.

El camino es tortuoso, rima con un rayo.

Salgo y me sostengo sobre mis rodillas temblorosas,

y, arrodillado junto a mis hermanos,

fluye a borbotones la sangre caliente.

Me tiembla el pecho, tengo polvo en las pestañas.

Mi corazón es un recipiente vacío,

y yo avanzo hacia el manantial de luz…

¿Cuántos, cuántos miles de años

he de caminar?

¿Cuántas veces he de caer, herido,

hasta alcanzar el final del camino,

golpeado por trituradoras de piedra?

No lo sé. Solo, compañeros,

hermanos crucificados,

dejadme seguir mi viaje…

En mi soleado sendero hacia los soles

no proyectéis vuestra sombra

como el ala siniestra de un gavilán.

Ola 1, La luz3

De vuelta de una conferencia en el Instituto de Estudios Orientales, en la Academia de Ciencias, me preparo para quedar con Katy.

No le he contado a nadie lo de mi cumpleaños. Es cosa de Katy. Era nuestra promesa. Aquel día íbamos a entregarnos hasta la última capa de nuestras almas, cada temblor de nuestros cuerpos…

La blusa rosa ceñida, que deja al aire sus brazos esculpidos, se dispara desde los hombros hasta los delicados dedos, ilumina su rostro broncíneo. La imagen de la diosa Luna, con su juego alterno de luz y sombra, es hipnotizador.

Su cabello castaño claro le cae sobre los hombros desnudos en grandes ondas y le enmarca la cara, haciéndola parecer ovalada y acentuando el cebo de su barbilla y sus labios feroces. Los vaqueros sin cinturón rodean su cintura desnuda y el azul basalto devora sus glúteos ovoides y sus piernas rectas.

Nos besamos… Hace nueve días que no nos vemos. Compartimos una gelatina en forma de corazón y brindamos con champán por nuestros cumpleaños gemelos.

Decidimos ir al Atlantic, un bar subterráneo con luces azules y acuarios gigantes en las paredes, donde los escalares —también llamados «peces ángel»— ambientan la acción.

La noche del 30 de diciembre invité a dos hermanas al bar. Las había conocido a través de la tercera hermana, en la defensa de la tesis doctoral de esta. Aquellas aves habían migrado de Dushtepeh a Virgenia tres años antes. Olya, la más joven, es científica nuclear y trabaja en la central nuclear de Virgenia. Sasha es bióloga; tiene un hijo de un año y la relación con su marido es de todo menos envidiable. Ambas mujeres son guapas, atractivas e inteligentes. Además hacen gala de pensamiento independiente, algo muy de mi agrado. Sasha es dulce y tiene una marca de nacimiento en la pierna que aparece y desaparece con el juego de su falda. Olya es salvaje, rubia, dotada e imposible. Todos en el bar las miran.

Yo chocaba bastante con Olya. Tenía la habilidad de confundir la originalidad con la desconsideración. Poco después las vi irse en un taxi y yo decidí quedarme en el Atlantic. Olya se enfadó. Estuvimos varios meses sin llamarnos.

Makoko me saluda con la mano desde el sexto piso.

He visto a Katy. Está con Nuneh y su amigo.

Katy también me ha visto. No tiene pareja de baile, así que se une a nosotros poco después, con el visto bueno de Olya.

Gracias a la generosidad de Olya, caí directamente en el campo de gravedad de Katy. Estamos bailando cara a cara, mirándonos a los ojos, con las sombras de los ­escalares ­cruzadas sobre los cuerpos. Estoy hechizado. Mueve su ­figura ­perfecta en giros líquidos, rezumando sexo. Es un hada genuina en la pista de baile. Y además, esto: noto una transformación en su rostro, en los fluidos de su ser.

Aquella noche no pude dormir.

El Atlantic se convirtió en un santuario para nosotros. Katy querría haber construido una capilla allí dentro. En cuanto a mí, nunca volví a poner un pie dentro con otra mujer que no fuera ella.

Katy quiso que Nuneh viniese con nosotros. Si no fuera porque Nuneh la había invitado aquel día al bar, Katy y yo no nos habríamos conocido. Nuneh acababa de romper con su novio, que la dejó en cuanto consiguió un ascenso en el banco, con la esperanza de echar el lazo a una vestal de mejor clase, más acorde con su nuevo puesto, pese a que Nuneh era una mujer buena, madura y atractiva que parecía hecha de leche pura.

Estoy bailando con mi gemela. Su rostro sonriente reluce en la pista de baile y destroza a los hombres. En sus palabras: «el Atlantic se está hundiendo».

Sufría la misma metamorfosis que durante los orgasmos. Katy se convertía en una mujer distinta, en un ser etéreo, de cuyo rostro y cuyos labios fluía la fuente de la inmortalidad. El secreto para entrar en contacto con su esencia femenina estaba en el desbloqueo de aquella fuente.

No era fácil. Se había casado a los dieciocho años, tras la muerte de sus padres. La familia quería deshacerse de ella, y ella tomó la decisión errónea.

Pocos meses antes de que le fuera asignado un marido, Katy viajó a las TT. UU. para participar en las Olimpiadas de Oniria como abanderada del equipo de Virgenia. Los ­juegos reunieron a jóvenes de varias provincias de Oniria. Las Olimpiadas se juegan todos los años en el mes de julio para celebrar el Año Nuevo del antiguo calendario paradisoico.

Cuando Katy me contó que había estado en las Olimpiadas, recordé haberla visto, porque aquel año justo acudí a la ceremonia de clausura. Era imposible no fijarse en ella: alta, de andares firmes, con una maravillosa figura y… líder del equipo de una nueva Virgenia independiente… Todo aquello la convertía en el centro de atención.

Ay… Si no hubiese estado casado…

Katy era la Atenea de Virgenia, su símbolo de la feminidad. Tras las Olimpiadas recibió muchas y suculentas propuestas de matrimonio; las rechazó todas.

Poco sabía entonces de la miseria que le aguardaba en Virgenia.

—Bueno, Diosonón te está dando una segunda oportunidad ahora —dice Katy.

Pero la magia de aquellos días se vio contaminada por una herida abierta en el corazón de Katy. Uno de los habitantes más notorios de Oniria, de Los Babilonios, un magnate de la industria de la moda que respondía al nombre de Puro Koko, invitó a cenar al equipo olímpico de Virgenia. Después abrió un enorme almacén de ropa y les dijo que cogiesen lo que quisieran. Además les dio a cada miembro un franclo (una suma significativa para gente de entre dieciséis y dieciocho años que venían de familias rublas prácticamente arruinadas).

Pero la emoción duró poco. Los organizadores de las Olimpiadas requisaron inmediatamente el dinero con el pretexto de cubrir los gastos de alojamiento del equipo en el Hotel Satanás.

Katy se ofendió. No asistió a los siguientes actos organizados por el Partido de la Santísima Trinidad, organizador de las Olimpiadas. A medida que fue aumentando la tensión, el comité organizador acusó a Katy de traición: «Has abusado de la buena voluntad de nuestra sede central en el Paraíso para recorrer el Tártaro a nuestra costa». Desde el punto de vista de los discípulos y otros voceadores, aquella era la acusación más grave que el santo triunvirato podía hacer.

 

De vuelta en casa, Katy fue aceptada en la Universidad de Virgenia (una de las diez mejores de Leninstán), donde se licenció en matemáticas Aplicadas. A medida que se iba haciendo una mujer, Katy estaba más y más insatisfecha con su marido. El hecho de que vivieran con los padres de él no ayudaba, porque no tenían intimidad para hacer el amor.

—¿Cómo le explicas a alguien tan estúpido que como mínimo necesitas lavarte después de hacerlo, y a ser posible con agua caliente? ¿Dónde? ¿Cómo? A él le daba igual… Solo follaba para él mismo.

Conociendo a Katy como la conozco ahora, me hago cargo de la situación. No le servía un diletante. Ella necesitaba un hombre de verdad que la satisficiera. Aunque se estaba marchitando debido a sus carencias sexuales, su dignidad hacía que no consintiera en tener a otro hombre dentro. Katy tuvo su primer orgasmo cuando llevaba siete años casada. Aquella noche lloró amargamente al darse cuenta de lo que se había perdido durante todos aquellos años.

—Ripsik, cariño, ¿cómo has tenido cuatro hijos y cuarenta abortos sin siquiera desnudarte delante de tu marido?

—¿Desnudarme? ¿Se puede saber de qué hablas? Me mataría si me viese desnuda. Diría: «¿De dónde ha salido esta zorra? ¿Dónde ha aprendido a ser tan puta?». Yo solo cierro los ojos, él me sube la falda, encuentra el agujero y la mete…

Katy sufre en silencio, con la esperanza de que las cosas cambien algún día. Durante años, va arañando lo que puede de sus ahorros para poder comprarse una casa. Como manda la tradición en Virgenia, le da a él todo lo que gana, y él se lo da a su madre.

En Virgenia, el cordón umbilical que une a una madre con su hijo no se corta tras el parto. Ambos tienen una existencia simbiótica que se prolonga hasta la muerte. Es un rito sagrado. Oponerse puede significar la muerte de la novia. Ahora lo que se lleva es llamar «nacional» a la tradición.

Un hombre es el bebé eterno de su madre: la madonna y el bambino. Mamá le da el pecho hasta que cumple cincuenta… Se comunica con su mujer a través de mamá. Mamá lleva de la mano a su pequeño veinteañero a la zapatería. El bebé llora y se queja: no le gustan esos malditos zapatos…

Por cierto que en Virgenia hay grandes zapateros, diseñadores de muebles, que podrían, con un pelín de materia gris, competir en el mercado internacional con los mejores de Alpacinolia. Pero los virgenios están orgullosos de llevar zapatos hechos por Al Pacino, el rey de Alpacinolia.

En nuestro antiguo barrio en Adonis había una fábrica de ropa. Un día mi padre y yo estábamos allí y oímos al dueño hablando con un mayorista.

—Podemos ponerle la marca que quiera —dijo—. Gucci, Versaci… La que usted quiera.

Cuando el hijo alcanza la edad recomendable para casarse, Mamá reúne a su círculo de madres con el fin de encontrar una novia virgen para su obra maestra de la incompetencia.

A mí esto del lazo irrompible que une a las madres paradisoicas con sus lactantes me lo explicó mi casera.

—En el Paraíso, las mujeres no aman a sus maridos —dijo—. Por eso vuelcan su afecto en sus hijos, para compensar la necesidad de amar a un hombre.

Machopancé el Custodio (y que me perdonen los chimpancés por la analogía) entrega a su mujer a la custodia de su madre. Si surge un desacuerdo entre las dos mujeres, primero pega a su mujer para intentar moldearla con el arrojo de mamá. Si la mujer se niega a someterse, la echa de casa.

—Hay muchos peces en el mar, pero madre no hay más que una.

Los ahorros de Katy fueron incrementándose centavo a centavo, a costa de un enorme sacrificio. En una época en la que no había electricidad ni calefacción en Virgenia, conseguía hacer los trabajos de la universidad y hornear tartas en la solitaria estufa de leña de su casa. Solo encendía el aparato para hacer las tartas, y para nada más. Por la mañana, de camino a la universidad, las repartía por las tiendas de la zona. Así alimentaba a su familia, se pagaba el billete del autobús y, al final de la semana, guardaba una pequeña cantidad para poder comprar un día el apartamento de sus sueños.

Un día su marido le dijo que tenía una sorpresa para ella y le pidió que mirase por la ventana. Katy se desmayó.

Había despilfarrado todos sus ahorros en un coche…

Katy no consiguió reponerse. Se divorciaron.

Los virgenios no miran con buenos ojos a una mujer divorciada. Pocos tienen las agallas de casarse con una mujer que no sea virgen… va en contra de una tradición ancestral. Como herederos del primer Xn estado mundial, siguen piadosamente la segunda mitad de las Sagradas Escrituras.

«Y yo os digo que cualquiera que repudia a su mujer, salvo por causa de fornicación, y se casa con otra, adultera; y el que se casa con la repudiada, comete adulterio». No obstante, los hombres solicitan diligentemente a las desvirgadas e intentan conquistarlas como amantes. Todos en Virgenia desean a estas mujeres, se abalanzan sobre ellas como patas de un ciempiés, como una imparable locomotora.

Es una necesidad natural, dicen.

Y hablando de naturaleza, solo hay dos géneros en Virgenia. Hombre y mujer. A diferencia de lo que ocurre en Gehena, donde tienen doce géneros distintos. Ya veis, hermanos, cuán primitivos son. El hombre, dicen, fue creado a imagen y semejanza de Diosoh, y la mujer, a imagen y semejanza del Demonio. Por mera conveniencia, en ocasiones me referiré a estos géneros polares con los términos «virginoso» y «virginosa».

Un rasgo característico de Virgenia es el estigma que cae sobre un hombre si no consigue conservar a la amante. Tener una querida es señal del incomparable amor fraterno y la generosidad del virginoso. Y para ello cuentan con la aprobación de sus padres, que toman todas las precauciones posibles para ocultar la situación a ojos de la futura esposa del hijo, que vive en su casa.

A veces ni siquiera se molestan en esconderlo.

—¿Qué esperabas? Es un hombre. ¿Qué va a hacer? ¿Esconderse detrás de tus faldas?

Si un hombre casado no hace uso de los servicios de un burdel, ¿qué tipo de hombre es? Yo os diré qué es: un marica.

En Virgenia, la hipocresía es la materia de la que está hecha la vida. Quizá no lo sepan, pero su aura lo dice todo. Viven a base de engaño y autoengaño. Transmiten ese ­veneno de generación en generación. Oponerse a ello sería provocar la ira de una sociedad que venera la virginidad. Pocas mujeres salen victoriosas de este brete.

A una mujer, si se divorcia, le espera una auténtica odisea. El primer golpe lo recibe en el juzgado, donde se encuentra atrapada en un coliseo de humillación. Las mujeres están acostumbradas a esto. No es ninguna sorpresa. Una mujer tuvo que pedir tres veces al juez el divorcio de su marido alcohólico. Su solicitud solo fue atendida cuando amenazó al tribunal con la responsabilidad moral en el caso de que aquella bestia la asesinara. Ella y su marido llevaban cuatro años durmiendo en habitaciones separadas. Tenía que estar constantemente alerta para defenderse de los ataques de él, con los gritos aterrorizados de los niños, sin darse cuenta de que estaba vulnerando derechos inalienables. El tribunal diosohnal tampoco pareció percatarse de esto.

Otra mujer, Stella, se había casado a los veinte años y se divorció a los veintidós. No le quedó más remedio que sobornar al tribunal, solo para conseguir presentar la petición de divorcio. Stella es un bombón, la mujer más seductora que he conocido en Virgenia. Dulce, buena, leída, inteligente.

Fiel a la norma, Stella vivía con la familia de su marido. La madre y la hermana de este, al notar que parecía amar más a su mujer que a su familia, obligaban a la pareja a dejar la puerta del dormitorio abierta día y noche. La familia política tenía un jardín. Cuando Stella estaba embarazada, le prohibieron que cogiese frutas de allí. Su marido empezó a pegarle con regularidad para demostrar su hombría a la madre y a la hermana.

El siguiente golpe lo recibió la divorciada no virgen de sus vecinos. Los hombres casados del barrio se acercaron a ella para proponerle aventuras clandestinas. Lo mismo le ocurrió en el trabajo. Cualquier traje hacía que la acosaran…

Presumiblemente, esta es la razón por la que dicen que la familia virgénida es «sólida como una roca». Un amigo mío de Binladenia se vanagloriaba un día de que las familias en su país eran más sólidas que las de Gehena.

Es posible, claro, reforzar aún más los cimientos de una familia garantizándoles a los hombres el derecho a asesinar a las mujeres insubordinadas. Así se reduciría a cero el número de divorcios.

—¿Dónde está escrito que se le deba conceder el patrimonio paterno a una mujer? ¿De verdad le vais a hacer caso? No solo se va con un hombre, encima pide una parte de la casa de su padre. —El hermano de Katy montó en cólera cuando, tras la muerte de sus padres, ella propuso vender la casa familiar y repartir los beneficios a partes iguales entre los hermanos.

Este mismo hermano tuvo mucho que ver con el hecho de casar a Katy cuando esta era muy joven. Quería que se olvidara de la casa familiar. Katy y su hermana decidieron no ir a ­juicio, por miedo a ser tachadas de putas. Los hermanos se apropiaron convenientemente del patrimonio familiar, que incluía dos casas. El hermano bocazas se quedó con la propiedad más grande con el beneplácito de los demás hermanos varones, la cerró y se fue a Natashalia, echando a Katy a los lobos. Aunque se ganaba bien la vida allí, nunca echó una mano a su hermana en apuros. Si Katy hubiese conseguido su parte de la venta de las casas, podría haberse comprado un estudio, pagado sus deudas y evitado su hundimiento.

¡Zorra! Así es como llaman a Suzy.

Con tan solo veinticinco años, ya se ha hecho un nombre entre la gente extraordinaria y en los círculos del activismo cultural de Ciudad Virgen, sita al pie del monte Ararat, a este lado de Kars. No se lleva bien con su suegra, que intenta controlarla de todas las maneras posibles. ¡Ladrona! La culpable se ha negado a darle a su marido los beneficios de la organización cultural, dueño y señor de la esfera pública y cultural, para que no pueda depositar el botín en el Banco Virgen (es decir, en manos de mamá).

En Virgenia, los derechos económicos de la mujer se distribuyen entre el resto de la sociedad, lo que la condena a la esclavitud más absoluta. Una mujer casada se horroriza con el solo pensamiento de abrir una cuenta bancaria. Hacer algo así tendría consecuencias nefastas para su familia y su futuro.

La riqueza de Virgenia, incluidos los activos líquidos, los bienes raíces y las empresas, es propiedad de los hombres. Si una mujer por casualidad tiene una buena posición financiera, tened por seguro que habrá un machopancé detrás vigilándola, y que no podrá mover un dedo sin su aprobación.

Las mujeres no tienen nada. Por eso tienen que poner el culo para llegar a cualquier parte. Las mujeres ponen sus culos a disposición de los hombres que tienen por encima, igual que los maimonitas lo ponen a disposición de los salomónicos y el presidente de los oligarcas.

Virgenia está controlada por los porculeros.

El culo determina la valía de un ser humano.

Yo no tengo un culo que ofrecer.

El virginoso no le deja otra opción a la virginosa más que ser una puta. Esas son las mujeres que se venden en Pashalia. Olvida que hace solo dos o tres generaciones muchos habrían preferido tirarse por un precipicio con tal de no rendirse a Pasha.

—¡Son todos maimonitas! Un paradisoico nunca haría eso. Es una conspiración. Están tratando de arruinar el nombre de nuestra nación.

A día de hoy, Osman Pasha y Ali Baba alimentan la pollamanía de poner las manos sobre las huríes del Paraíso. En el pasado, no podían hacerlo sin recurrir a la violación.

Y hundir las lágrimas en sus ojos azules,

en un campo de cenizas donde perecen los paradisoicos,

la mujer alemana nos contó lo que había visto en nuestro horror.

Oh, no os asustéis cuando os cuente mi inenarrable historia…

Entended el crimen que un hombre perpetra contra otro hombre.

Era una mañana sepulcral de domingo,

el primer e inútil domingo que amaneció sobre los cadáveres.

Había estado en mi cuarto de sol a sol,

observando los estertores de una chica apuñalada,

empapando su muerte con mis lágrimas…

De repente oí una multitud oscura y bestial a lo lejos,

azotaban brutalmente a veinte novias,

 

entonaban cantos lascivos en un viñedo.

Un salvaje gritaba a las novias:

«¡Danzad!

¡Danzad al son de los tambores!».

Los látigos se cernían con saña

sobre los cuerpos anhelantes de muerte de las mujeres paradisoicas…

Las hermosas novias caían al suelo exhaustas…

«¡Levantaos!», gritaban los hombres, agitando sus espadas desnudas como serpientes.

Entonces trajeron un jarro de queroseno a la horda…

Oh, justicia humana, déjame escupirte en la frente.

Se apresuraron a derramar el líquido sobre las mujeres…

«¡Danzad!», atronaban. «Aquí tenéis un perfume

que no encontraréis ni en Arabia…».

Con una antorcha prendieron fuego a

los cuerpos desnudos de las mujeres.

Y los cuerpos chamuscados se tambalearon bailando hasta la muerte…

Horrorizado, corrí a cerrar los postigos

y, acercándome a mi muerta, le pregunté:

«Dime, ¿cómo puedo sacarme los ojos?»

Ola 2, El baile

El virginoso es aún menos digno de las huríes que Pasha. Por eso a la virginosa no le disgusta la idea de acostarse con Pasha.

Diosoh es un tipo legal.

Cuando se supo que Suzy no podía tener hijos, consiguió el divorcio, «habiendo pisoteado el honor del hombre».

En Virgenia, cuando una pareja aterriza en el depósito yermo de la esterilidad, la sospecha se cierne sobre la mujer. Es a ella a quien se examina, aunque los médicos recomiendan estudiar primero al hombre. Si el examen revela que en el organismo de ella todo está en orden, el hombre se plantea hacerse o no la prueba. La tradición manda que Mamá resuelva el problema haciendo un llamamiento a sus satélites para que busquen una nueva virgen para el pobre muchacho.

Nadie se preguntará cómo la mujer, que se casó siendo una virgen vestal, contrajo una enfermedad de transmisión sexual. Basta saber que la mayor parte de los casos de esterilidad se deben a tales enfermedades.

Uno de cada tres redimidos es estéril. ¿En qué otro lugar del cosmos se encuentran estadísticas como esta?

¡Larga vida a las tradiciones nacionales de Virgenia!

Suzy abandonó Virgenia con un joven de Pornostán, aunque no lo amaba. Las mejores mujeres —el recurso más preciado del Mundo Virgen— se están yendo.

—No debería haberse ido. ¡Es culpa suya! Tendría que haberse quedado con un hombre de aquí aunque no lo amara —concluyó una virgen.

—Algún día lo entenderás, cariño…

Creo que está quedando cada vez más claro que estoy enamorado de las «zorras» de Virgenia.

Estoy empezando a entender que soy… un bastardo.

Sí, un bastardo.

Un bastardo de tres, cuatro o cinco sílabas, y con mayúsculas.

***

La esclavitud familiar es un fenómeno natural en Virgenia. El despectivo pisoteo de los derechos de las mujeres es la consecuencia de una ideología que defiende las ­costumbres de los virgenios, una ideología que se remonta al fundador de Virgenia, el paterfamilias y ministro del interior, Noé el Patriarca. Los lacayos de dicha ideología (esto es, los hombres, pero también las mujeres) consideran cada paso hacia el reconocimiento de los derechos de las mujeres como una manifestación del colonialismo satánico.

En Virgenia, a los defensores de las ideas progresistas se les acusa de yinyinistas.

La palabra «yinyinismo» tiene un significado peculiar en el Paraíso. Se introdujo en el diccionario nacional tras el Genocidio de 1915. El primero en popularizar el término fue Mevlan Zadeh Rifat, un hombre lobo que asistió a las reuniones secretas de Pasha y que en 1929 publicó un libro que revelaba los planes de exterminio del pueblo indígena del Paraíso.

A pesar del servicio que el político osmaní había prestado a la justicia, los partidos de Oniria no se fiaban de las acusaciones de los yinyinistas, que decían que había tomado parte en la organización del Genocidio. En lugar de eso, los partidos creían que la acusación contra Rifat no era más que un intento de Pasha de atribuir sus atrocidades a un chivo expiatorio. Pero en las últimas décadas, los esfuerzos para acallar la teoría de la participación de Yinyino en el Genocidio se han vuelto en su contra. Un libro, obra de un historiador paradisoico, publicado en 1892, aportaba un montón de pruebas que confirmaban las afirmaciones de Rifat.

Las cosas se agravaron cuando el Señor Yinyino votó en contra de una resolución por la que se pretendía reconocer el Genocidio, que ya se había debatido en el Congreso de nuestro Señor Satanás misericordioso. El objetivo del Señor Yinyino era condenar a Diosoh y a Satanás a la enemistad perpetua. Además, el embajador de Yinyinia en el Paraíso había emitido un comunicado en el que negaba el Genocidio. A pesar de las protestas de la ministra de asuntos exteriores del Paraíso, Zulfikar James Lutfullah, educada en la satanidad, sus palabras fueron rebatidas tanto por el Señor Yinyino como por su hermano, el Señor Máimono.

Máimono estaba bien considerado en el Paraíso. Pero el sacrilegio sin precedentes de la diplomática extranjera en la tierra de los mártires hizo que los paradisoicos de todo el globo, incluidos los expulsados siete veces de la vida en el Paraíso, se declarasen en contra de Máimono. Las oscuras aguas de la estrategia política del Señor Yinyino se aclararon moderadamente cuando en varios museos del Holocausto, los paradisoicos que habían opuesto resistencia a las atrocidades de Ali Baba fueron tachados de asesinos, aunque es sabido que Ali Baba, que acumulaba nuevas condenas a diario, había intentado abrir por la fuerza las puertas del Paraíso, robar el oro y borrar cualquier rastro paradisoico de la faz de la humanidad con armas proporcionadas por el Señor Yinyino.

Así, el yinyinismo se convirtió en sinónimo de perversión de la historia, transgresión de la justicia y destrucción de la verdad. Los intelectuales iluminados que huyeron del Paraíso al Infierno han tachado a menudo a Can de yinyinista, y han advertido a los paradisoicos de las argucias de este topo. Mis opiniones de moral canina se consideraron devastadoras para los cimientos de su ideología virginal.

Los iluminados del Paraíso también me acusaron de «enemigo del pueblo» debido a mi fracaso a la hora de tratar los delirios de los nepotistas «de forma comprensiva».

Con el fin de atacar el escenario espiritual del Paraíso en un intento de reforzar su posición, estos patriotas estigmatizan a cualquiera que no apruebe sus ideas con la marca de traidor nacional, contaminando la atmósfera interna de la cuna de la creación, violando la matriz de Ononón.

—Cuando el río suena, agua lleva —me dijo una mujer—. Si te acusan de adorar a Satanás, ¿no será que algo de verdad hay en ello?

Ellos eran el río; yo, el agua; ella, la espectadora. Me quedé hecho polvo. Creía haber encontrado a la mujer de mis sueños. Sus ojos eran mi océano. Hasta aquel momento, apenas nos habíamos separado un segundo. ¿Cómo podía pensar que yo era el Anticristo?

¡Santa Mamá!

Mi tío Gary ha sacrificado su vida y sus recursos financieros y mentales por una mentira.

—Yuju MacYehu llegará dentro de diez o quince años.

Las iglesias lo ordeñan como a una cabra. Se ha hecho rico varias veces, pero siempre sacrifica su riqueza al padre de MacYehu, Yehubaba, también conocido como Judalá. Millones de gehenesianos como él traicionaron a Satanás y entregaron todo lo que tenían para asegurar el reino milenario de MacYehu en Penesalén. Déjame besar tu pene, Yehubabaji. El Señor MacYehu rescatará a su tribu de la Tierra para que gobierne su imperio. Amén. Ellos se harán carne. Amén. Si un volcán engulle los cementerios, o si un cuerpo cae al mar, no os preocupéis; el plan de seguros de Yehubaba lo cubre todo. Él extraerá la esencia de la anémona y de la estrella de mar que la contiene, y de nuevo estarán completos.

—Gloria a ti, Padre Todopoderoso… —eyacula la multitud.

¿Acaso os preguntáis por el destino de los billones de células, aún sin huesos, que descienden de los retretes a los sumideros?