Read the book: «100 Clásicos de la Literatura», page 1259

Font:

ORONTE

¿Es que encontráis algo que desaprobar en mi soneto?

ALCESTE

No digo tal cosa; pero, para que no escribiera, le ponía ante los ojos cómo en nuestro tiempo esta manía ha echado a perder a mucha buena gente.

ORONTE

¿Es que yo escribo mal? ¿Y me les parecería?

ALCESTE

No digo tal cosa; pero en fin, decíale yo: ¿qué necesidad tan apremiante tenéis de rimar? ¿Y quién diantre os obliga a publicar? Si se puede perdonar la salida de un mal libro, es sólo a los desdichados que componen para vivir. Creedme, resistid a vuestras tentaciones, ocultad al público esos trabajos; y, por mucho que se os diga, no vayáis a perder el dictado de hombre de bien de que gozáis en la corte, para adquirir, por obra de un ávido impresor, el de autor miserable y ridículo. Eso era lo que yo trataba de hacerle comprender.

ORONTE

Me parece muy bien y creo interpretaros. ¿Pero podré saber lo que es mi soneto...?

ALCESTE

Francamente, es bueno para el canasto. Os habéis guiado por malos modelos y vuestras expresiones no son naturales.

¿Qué es eso de "Y adormece nuestro pesar"? ¿Y eso de "Si el fruto no se ha de alcanzar"? ¿Qué lo de "Y no pro meterme clemencia, / Para hacerme sólo esperar"? ¿Y qué lo de "Filis, se desespera, / Si se debe siempre esperar"? Ese estilo figurado de que se hace ostentación sale de la verdad y del buen gusto: no es más que juego de palabras, afectación pura, y no es así como habla la naturaleza. Me aterra en esto el mal gusto del siglo. Nuestros padres, tan rudos, lo tenían mucho mejor, y aprecio más que todo lo que hoy se admira, una vieja canción que voy a recitaros:

Si el Rey me hubiera entregado París, su grandiosa villa, y de ella en cambio quitado el cariño de mi amiga, le dijera al Rey Enrique: "Recobrad vuestra gran Villa, que yo prefiero a mi amiga, ¡ay amor!, que yo prefiero a mi amiga".

La rima es pobre y el estilo, viejo: ¿pero no veis que esto vale mucho más que esos ringorrangos, de los que pro testa el buen sentido y que habla aquí la pasión pura y simple?

Si el Rey me hubiera entregado Paris, su grandiosa villa, y de ella en cambio quitado el cariño de mi amiga, le dijera al Rey Enrique: "Recobrad vuestra gran villa, que yo prefiero a mi amiga, ¡ay amor!, que yo prefiero a mi amiga".

He aquí lo que dice un corazón verdaderamente enamorado. (A Filinto, que ríe.) Sí, señor divertido, pese a vuestros literatos, estimo más eso que la florida pompa de todos esos brillantes falsos ante los que os extasiáis.

ORONTE

Y yo os sostengo que mis versos son muy buenos.

ALCESTE

Tenéis vuestras razones para encontrarlos así; pero permitiréis que yo pueda tener otras, que no tienen por qué someterse a las vuestras.

Me basta con ver que otros nacen caso (le ellas.

ALCESTE

Es que tienen el arte de fingir y yo no lo tengo.

ORONTE

¿Creéis, pues, que os ha tocado tanto ingenio en el re parto?

ALCESTE

Si yo alabara vuestros versos, tendría más todavía.

ORONTE

Me pasaré muy bien sin vuestra aprobación.

ALCESTE

Preciso es que os paséis sin ella, si os parece.

ORONTE

Querría, por gusto, que compusierais otros en vuestro estilo, sobre el mismo tema.

ALCESTE

Por desgracia, podría hacer otros igualmente malos; pero me guardaría de mostrarlos a la gente.

ORONTE

Me habláis con mucha autoridad y esa suficiencia...

ALCESTE

Id a buscar otro para que os adule, no a mí.

ALCESTE

Pero, mi pequeño señor, tomadlo algo menos a pecho.

ORONTE

¡A fe mía! Mi gran señor, lo tomo como corresponde.

FILINTO (poniéndose entre ambos)

¡Eh, señores, es demasiado: dejadlo ya, os lo ruego!

ORONTE

Ah, me engañé, lo confieso y abandono el campo. Servidor vuestro, señor, con toda mi alma.

ALCESTE

Y yo, humilde servidor vuestro, señor mío.

ESCENA TERCERA

Filinto, Alceste

FILINTO

¡Y bien!, ya lo veis, por ser demasiado sincero, heos aquí metido en un mal negocio; he visto bien que Oronte, a fin de ser adulado...

ALCESTE

No me habléis.

FILINTO

Pero...

ALCESTE

No más historias.

FILINTO

Es demasiado...

ALCESTE

Dejadme aquí.

FILINTO

Si yo...

ALCESTE

Nada de charla.

FILINTO

¿Pero qué...?

ALCESTE

Nada escucho.

FILINTO

Pero...

ALCESTE

¿Todavía?

FILINTO

Es un ultraje...

ALCESTE

Ah, ¡pardiez!, es demasiado; no sigáis mis pasos.

FILINTO

Vos os burláis de mí; no he de dejaros.

****

ACTO SEGUNDO

ESCENA PRIMERA

Alceste, Celimena

ALCESTE

Señora. ¿queréis que os hable claro? Estoy muy poco satisfecho de vuestra manera de conduciros; demasiado bilis se acumula en mi corazón a causa de ella, y siento que será menester que ambos nos separemos. Sí, os engañaría hablan do de otro modo; tarde o temprano romperemos, indudable mente; y aunque mil veces os prometiera lo contrario, no estaría en mi mano el cumplirlo.

CELIMENA

A lo que veo, ¿es para reñir, pues, para lo que habéis querido acompañarme a casa?

ALCESTE

Yo no riño; pero señora, vuestro carácter abre vuestra alma con exceso al primer venido: tenéis demasiados pre tendientes que os asedian, y mi corazón no puede acomodarse a ello.

CELIMENA

¿Me culpáis por los enamorados que me siguen? ¿Puedo impedir a las gentes que me encuentren seductora? ¿Y cuan do hacen dulces esfuerzos para verme debo tomar un bastón para echarlos fuera?

ALCESTE

No, señora, no es un bastón lo que hay que tomar, sino un corazón menos fácil y menos rendido a sus deseos. Sé que dondequiera os acompañan vuestros encantos; pero vuestra acogida retiene a aquellos que son atraídos por vuestros ojos; y su dulzura ofrecida a quien os rinde las armas, acaba en los corazones la obra de vuestros hechizos. La esperanza demasiado risueña que les presentáis, adhiere en torno vuestro sus asiduidades. Un poco más de restricción en vuestra complacencia, ahuyentaría a la turba de todos esos adoradores. Pero decidme, al menos, señora, ¿por qué prodigio tiene vuestro Clitandro la dicha de agradaros de tal manera? ¿En qué bases de mérito y de sublime virtud apoyáis en él el honor de vuestra estima? ¿Es con la larga uña que lleva en el meñique con lo que adquirió en vuestro ánimo la estimación que le adorna? ¿Os habéis rendido, como todo el gran mundo, al mérito resplandeciente de su peluca rubia? ¿Son sus grandes volados de encaje los que os lo hacen agradable? ¿Ha sabido hechizaros el conjunto de sus cintas? ¿Es con los encantos de sus amplios gregüescos con los que ha ganado vuestra alma al declararse vuestro esclavo? ¿0 su manera de reír y su voz de falsete supieron encontrar el secreto de conmoveros?

CELIMENA

¡Qué injustamente sospecháis de él! ¿No sabéis bien por qué lo considero, y que de acuerdo a su promesa puede interesar en mi pleito a cuantos amigos tiene?

ALCESTE

Señora, tened la entereza de perder vuestro pleito, y no halaguéis a un rival que me ofende.

CELIMENA

Pero vos os ponéis celoso de todo el universo.

ALCESTE

Es que vos acogéis bien a todo el universo.

CELIMENA

Eso debe tranquilizar a vuestra alma exasperada, puesto que a todos se extiende mi condescendencia; tendríais más motivo de ofenderos si me la vierais acumular sobre uno solo.

ALCESTE

Pero yo, a quien criticáis como demasiado celoso, ¿qué tengo yo, señora, por favor, más que todos ellos?

CELIMENA

La dicha de saber que sois amado.

ALCESTE

¿Y en qué se fundará mi inflamado corazón para creerlo?

CELIMENA

Pienso que habiéndome tomado la pena de decíroslo, una confesión de esa especie debiera bastaros.

ALCESTE

¿Pero quién me garantiza que en el mismo momento no le decís lo mismo acaso a los otros?

CELIMENA

Cierto, para un enamorado, la galantería es bonita, y me tratáis con ella de persona honrada. ¡Y bien! Para quitaros semejante preocupación, me desdigo aquí de todo cuanto he dicho y nadie podrá engañaros en adelante fuera de vos mismo: estáis satisfecho.

ALCESTE

¡Pardiez! ¡Por qué tendré que amaros! ¡Ah, si reconquisto mi corazón de entre vuestras manos, bendeciré al Cielo por esa rara dicha! Yo no me rindo, hago cuanto puedo para romper la terrible esclavitud de este corazón; pero hasta ahora nada han conseguido mis mayores esfuerzos, pues es por mis pecados que os amo así.

CELIMENA

Es cierto, vuestra pasión por mí no reconoce igual.

ALCESTE

Sí, en esa materia puedo desafiar al mundo entero. Mi amor no puede concebirse, y nadie amó, jamás, señora, como yo amo.

CELIMENA

En efecto, vuestro método es totalmente nuevo, porque amáis a las gentes para reñirlas; vuestra pasión sólo se manifiesta en palabras enfadosas, y nunca se ha visto amor más malhumorado.

ALCESTE

Pero sólo de vos depende que su enojo se desvanezca. Por favor, evitemos nuestros altercados, hablemos con el corazón en la mano y tratemos de impedir...

ESCENA SEGUNDA

Alceste. Vasco

CELIMENA

¿Qué hay?

VASCO

Acasto está abajo.

CELIMENA

¡Y bien! Hacedlo pasar.

ESCENA TERCERA

Celimena, Alceste

ALCESTE

¿Qué? ¿Jamás se os puede hablar a solas? ¿Siempre estáis dispuesta a recibir gente? ¿Y no podéis una sola vez por milagro resolveros a no estar en casa?

CELIMENA

¿Queréis que me haga una historia con él?

ALCESTE

Tenéis miramientos que no pueden complacerme.

CELIMENA

Es hombre de no perdonármelo jamás, si llega a saber que su presencia ha podido importunarme.

ALCESTE

¿Y qué os importa eso para molestaros de tal suerte?...

CELIMENA

¡Dios mío! La benevolencia de gente como esta es necesaria; es de esos que no se sabe cómo han conseguido el privilegio de hablar alto en la corte. Se les ve introducirse en todas las conversaciones; son incapaces de servir, pero pueden perjudicaros; y jamás por mucho apoyo que se tenga en otras partes, debemos malquistarnos con esos grandes gritones.

ALCESTE

En fin, sea lo que sea, y con cualquier fundamento, vos encontráis razones para soportar a todo el mundo; y las pre cauciones de vuestra prudencia...

ESCENA CUARTA

Vasco, Alceste, Celimena

VASCO

Señora, está también Clitandro.

ALCESTE (haciendo ademan de irse)

Perfectamente.

CELIMENA

¿Dónde vais?

ALCESTE

Me voy.

CELIMENA

Quedaos.

ALCESTE

¿A hacer qué?

CELIMENA

Quedaos.

ALCESTE

No puedo.

CELIMENA

Yo lo quiero así.

ALCESTE

No hay caso. Estas conversaciones no hacen más que abu rrirme, y querer hacérmelas soportar es demasiado.

CELIMENA

Yo lo quiero, yo lo quiero.

ALCESTE

No, me es imposible.

CELIMENA

¡Y bien! Idos, partid, os está bien permitido.

ESCENA QUINTA

Elianta, Filinto, Acasto, Clitandro, Alceste, Celimena, Vasco

ELIANTA (a Celimena)

Están aquí los dos marqueses y suben con nosotros: ¿han venido a decíroslo?

CELIMENA

Si. (a Vasco) Asientos para todos.

(Vasco ofrece las sillas y sale.)

(a Alceste) ¿No os marchasteis?

ALCESTE

No, porque quiero, señora, haceros explicar vuestra alma, por mí o por ellos.

CELIMENA

Callaos.

ALCESTE

Hoy, os explicaréis.

CELIMENA

Vos perdéis la razón.

ALCESTE

Nada. Os descubriréis.

CELIMENA

¡Ah!

ALCESTE

Tomaréis partido.

CELIMENA

Me imagino que bromeáis.

ALCESTE

No, pero vos escogeréis: ya basta de paciencia.

CLITANDRO

¡Pardiez! Vengo del Louvre, señora, donde Cleonte, en el recibo de la mañana ha hecho el ridículo más completo. ¿No tendrá algún amigo que le preste las luces de un caritativo consejo acerca de sus maneras?

CELIMENA

Cierto es que en sociedad tiene muchos deslices; primera mente adopta dondequiera un talante que salta a los ojos; y cuando vuelve a vérsele después de una corta ausencia, se le encuentra todavía más lleno de extravagancia.

ACASTO

¡Pardiez! Hablando de gente extravagante, acabo de soportar a uno de los más fastidiosos: Damón, el majadero, que muy a pesar, me ha tenido al rayo del sol una hora fuera de mi silla.

CELIMENA

Es un charlatán terrible que encuentra siempre la manera de no deciros nada con sus grandes discursos; no se comprende una jota de sus razonamientos, y todo cuanto se le escucha no es más que mero ruido.

ELIANTA (a Filinto)

El comienzo no está mal; la conversación toma un sesgo bastante animado contra el prójimo.

CLITANDRO

Timanto también es un tipo interesante, señora.

CELIMENA

Es un hombre todo misterio de la cabeza a los pies, que os arroja al pasar una ojeada de extravío y está siempre atareado, sin ninguna tarea. Todo lo que os confía abunda en visajes; mata a la gente a fuerza de ceremonia; tiene siempre para cortar la conversación un secreto que deciros, en voz bajísima, y tal secreto es nada; hace maravilla de la menor bagatela, y todo os lo dice al oído, hasta los buenos días.

ACASTO

¿Y Geraldo, señora?

CELIMENA

Oh, ¡qué charlatán fastidioso! Jamás se le caen los gran des señores de la boca; alterna sin cesar con el gran mundo, y a nadie menciona que no sea duque, príncipe o princesa: la calidad lo marea; y todas sus conversaciones no versan más que sobre caballos, tren de caza y perros; según él tutea a los más copetudos, y la palabra señor no entra en su vocabulario.

CLITANDRO

Se dice que está a partir de un confite con Belisa.

CELIMENA

¡Qué mujer pobre de espíritu y dura de palabra! Cuando viene a verme padezco un martirio: hay que sudar continuamente buscando qué decirle y la esterilidad de su ex-presión hace morir sin remedio cualquier plática. En vano para atacar su estúpido silencio os acogéis a todos los lugares comunes: el buen tiempo y la lluvia, el calor y el frío son reservas que agotáis con ella en seguida. Mientras tanto su visita, ya de por sí insoportable, se eterniza en una duración aterradora y podéis preguntar la hora y bostezar veinte veces, que ella se va a mover tanto como un poste.

ACASTO

¿Qué os parece Adrasto?

CELIMENA

¡Ah, qué orgullo sin límites! Es un hombre hinchado de amor propio. Jamás está satisfecho de la corte su mérito: hace profesión de despotricar contra ella cada día, y no se concede empleo, carga ni beneficio sin ser injusto con todo lo que él se cree.

CLITANDRO

¿Y qué decís del joven Cleón, cuya casa frecuenta ahora nuestra mejor sociedad?

CELIMENA

Que hace méritos con su cocinero y que es su mesa la que se visita.

ELIANTA

Se cuida de servir en ella manjares muy delicados.

CELIMENA

Sí, pero yo querría que no se sirviera él mismo: es muy mal plato su tonta persona, que estropea, para mi gusto, todas las cenas que ofrece.

FILINTO

Se tiene muy en vista a su tío Damis: ¿qué os parece, señora?

CELIMENA

Es uno de mis amigos.

FILINTO

Me parece hombre de bien y bastante culto.

CELIMENA

Sí; pero quiere tener demasiado talento, cosa que me harta, vive en perpetuo énfasis y en todas sus palabras se ad vierte que se esfuerza por decir grandes cosas. Desde que se metió en la cabeza que era ingenioso, nada le satisface, tan difícil es su gusto; quiere ver defectos en cuanto se es cribe, y piensa que no es propio de un literato la alabanza, que ser sabio es encontrar algo que criticar, que admirar y reír es bueno sólo para los tontos, y que al no aprobar ninguna de las obras contemporáneas se pone por encima de los demás; encuentra qué reprender hasta en las conversaciones; son temas demasiado vulgares para dignarse descender a ellos: y con los brazos cruzados mira compasivamente de lo alto de su espíritu cuanto dice cada uno.

ACASTO

Que me condene si no es ese su auténtico retrato.

CLITANDRO

Vos sois admirable para describir a las gentes.

ALCESTE

Vamos, firmes, continuad, mis buenos amigos de la corte; no perdonáis a nadie y a cada uno le toca el turno: sin embargo, ninguno de ellos se presenta ante vosotros que no se os vea apresuradamente ir a su encuentro, tenderle la mano y con un mimoso beso apoyar los juramentos de ser su servidor.

CLITANDRO

¿Por qué tomarla con nosotros? Si lo que se dice os hiere, el reproche debe dirigirse a la señora.

ALCESTE

No, ¡pardiez!, a vosotros; porque vuestras complacientes risas arrancan a su espíritu esos maldicientes tiros. Su humor satírico se ve alimentado sin cesar por el culpable incienso de vuestra adulación; y su corazón se sentiría menos tentado de burlarse, si hubiera observado que no se le aplaudía. Es por eso que debe acusarse siempre a los aduladores por los vicios que vemos extenderse entre los seres humanos.

FILINTO

¿Pero por qué un interés tan grande por esas gentes, vos, Que condenaríais lo que se critica en ellos?

CELIMENA

¿Y acaso no es indispensable que el señor contradiga? ¿Queréis que se reduzca a la voz común, y que no haga os tentarse donde quiera el espíritu de contradicción que recibió del cielo? Lo que otro piense no puede agradarle jamás; toma siempre partido por la opinión contraria, y creería que dar como un hombre de poco más o menos si se le viera estar de acuerdo con alguien. El honor de contradecir tiene para él tanto encanto, que bastante a menudo toma las armas contra sí mismo; y sus propias ideas son atacadas por él tan pronto como las ve en boca de otro.

ALCESTE

El público está por vos, señora, no hay que decir, y podéis continuar enderezándome vuestra sátira.

FILINTO

Pero es cierto también que vuestro espíritu se levanta siempre contra todo lo que se dice, y por una particularidad que él mismo confiesa, no podría soportar que se alabe ni que se critique.

ALCESTE

¡Pardiez! Es que jamás tienen razón los hombres, es que el enfado contra ellos está siempre a tiempo, y que veo en todos los asuntos que son o loadores impertinentes o censores temerarios.

CELIMENA

Pero...

ALCESTE

No, señora, no; aunque me muera, tenéis placeres que no puedo soportar; y se equivocan aquí alimentando en vuestra alma tan gran inclinación por los defectos que en ella se critican.

CLITANDRO

Por mi parte, no sé, pero declaro bien alto que hasta aquí he creído sin defectos a la señora.

ACASTO

Yo veo que está provista de gracias y atractivos; pero los defectos que tenga no me hieren los ojos.

ALCESTE

Todos ellos hieren los míos; y lejos de ocultarlo, ella sabe bien que me tomo el trabajo de reprochárselos. Mientras más se ama a alguien menos hay que adularlo; el verdadero amor se manifiesta en que nada perdona; y por mi parte ex pulsaría a todos esos cobardes enamorados que viera sumisos a todos mi pareceres, y cuyas blandas complacencias incensaran con cualquier motivo mis extravagancias.

CELIMENA

En fin, si los corazones se han de modelar por el vuestro, para amar bien debemos renunciar a los cumplidos, y cifrar el honor supremo del perfecto amor en injuriar de firme a las personas amadas.

ELIANTA

De ordinario el amor está poco sujeto a tales leyes, y vemos a los amantes alabar siempre a su elegida; jamás ve su pasión nada de criticable en ella, y todo se vuelve digno de amor en el objeto amado: consideran perfecciones los defectos y saben darles favorables nombres. La pálida es comparable a los jazmines en blancura; la negra a dar miedo a una adorable morena; la flaca tiene talle y ligereza; la gorda está llena de majestad en su porte; la inelegante dueña de pocos atractivos, se clasifica bajo el nombre de belleza descuidada; la gigante parece una diosa a la vista; la enana, un resumen de las maravillas del cielo; la orgullosa tiene el alma digna de una corona; la trapacera tiene ingenio; buenísima es la tonta; la charlatana es de humor agradable y la muda muestra un pudor honesto. Es así como un amante cuya pasión es extrema, ama hasta los defectos de la persona amada.

ALCESTE

Yo, por mi parte, sostengo...

CELIMENA

Quede la discusión aquí y vamos a dar dos pasos en la galería. ¿Qué? ¿Os marcháis, señores?

CLITANDRO y ACASTO

No tal, señora.

ALCESTE

Mucho os ocupa el ánimo el temor de su partida. Mar chaos cuándo queráis, señores; pero advierto que yo no par tiré antes de que vosotros hayáis partido.

ACASTO

A menos de ver molesta a la señora, nada me reclama fuera en todo el día.

CLITANDRO

Yo siempre que pueda estar cuando el Rey se recoja, no tengo ningún otro asunto que me preocupe.

CELIMENA (a Alceste)

Creo que estáis de broma.

ALCESTE

No, de ningún modo; veremos si deseáis que sea yo el que salga.

ESCENA SEXTA

Vasco, Alceste, Celimena, Elianta, Acasto, Filinto, Clitandro

VASCO

Señor, ahí está un hombre que querría hablaros, por un asunto que, según dice, no puede esperar.

ALCESTE

Dile que no tengo asuntos tan urgentes.

VASCO

Lleva una casaca con grandes faldones plegados, y con oro encima.

CELIMENA (a Alceste)

Id a ver qué es o bien hacedle entrar.

ALCESTE (yendo al encuentro del Guardia)

¿Qué se os ofrece, pues? Venid, señor.

ESCENA SÉPTIMA

Alceste, Celimena, Elianta, Acasto, Filinto, Clitandro, un Guardia del Mariscalato

EL GUARDIA (bajo, a Alceste)

Señor, tengo que deciros dos palabras.

ALCESTE

Podéis hablar alto, señor, para informarme de ellas.

EL GUARDIA

Los Señores Mariscales, cuya autoridad represento, os ordenan, señor, presentaros ante ellos sin demora.

ALCESTE

¿A quién? ¿A mí, señor?

EL GUARDIA

A vos mismo.

ALCESTE

¿Y para hacer qué?

FILINTO (a Alceste)

Es vuestro ridículo asunto con Oronte.

CELIMENA (a Filinto)

¿Cómo?

FILINTO

Oronte y él se han desafiado hace un momento a causa de ciertos versillos que él no aprobaba; y quieren apaciguar la cosa en sus comienzos.

ALCESTE

Jamás he de tener yo cobardes complacencias.

FILINTO

Pero hay que obedecer la orden: vamos, disponeos...

ALCESTE

¿Qué arreglo se quiere hacer entre nosotros? ¿El voto de esos señores me condenará a encontrar buenos los versos que causan nuestra querella? Yo no me desdigo de lo que dije, los encuentro malos.

FILINTO

Pero con más gentileza de ánimo...

ALCESTE

No he de soltar presa: los versos son execrables.

FILINTO

Debéis demostrar sentimientos dúctiles. Vamos, venid.

ALCESTE

Iré, pero nada será capaz de hacer que me desdiga.

FILINTO

Vamos a enseñaros.

ALCESTE

A menos que reciba del Rey una orden expresa de encontrar buenos los versos en cuestión, sostendré siempre que son malos, ¡pardiez! y que un hombre merece la horca después de haberlos hecho. (A Clitandro y Acasto que ríen.) ¡Voto a bríos! Señores, no creía ser tan gracioso.

CELIMENA

Id pronto a presentaros donde debéis.

ALCESTE

Allá voy, señora, y volveré aquí al instante a terminar nuestras discusiones.

****

ACTO TERCERO

ESCENA PRIMERA

Clitandro, Acasto

CLITANDRO

Caro Marqués, te veo muy satisfecho de ánimo: nada te inquieta y todo te divierte; sinceramente, y sin tratar de cegarte, ¿crees tener grandes motivos para estar contento?

ACASTO

¡Pardiez! Al examinarme, no veo dónde encontrar motivo para tener pesarosa el alma. Tengo fortuna, soy joven, pertenezco a una familia que se dice noble con algún fundamento; y por el rango que me da mi linaje, creo que hay pocos cargos a los que no pueda aspirar. En cuanto al valor, al que debemos considerar ante todo, sin vanidad, se sabe que no me falta, y me han visto en sociedad hacer frente a un asunto de manera bastante gallarda y vigorosa. En cuanto a ingenio, lo poseo, sin duda, y buen gusto para juzgar sin estudio y platicar sobre todo, para hacer en los estrenos, de los que soy idólatra, figura de entendido en las butacas del teatro, disponer allí como jefe y hacer ruido en todos los bellos pasajes que lo merecen. Soy bastante diestro, tengo buena apariencia, buena cara, hermosos dientes sobre todo, y el talle muy fino. En cuanto a estar bien colocado, creo sin jactancia que sería ridículo venir a discutírmelo. Me veo estimado tanto como es posible serlo, muy amado del bello sexo, y bien con el Rey. Creo, mi querido Marqués, creo que con esto se puede estar contento de sí mismo en cualquier parte.

CLITANDRO

Sí; pero encontrando en otra parte fáciles conquistas, ¿por qué exhalar aquí suspiros inútiles?

ACASTO

¿Yo? ¡Pardiez! Yo no tengo ni talle ni humor para poder soportar la frialdad de una bella. Queda para las gentes mal hechas, de méritos vulgares, eso de arder constante mente por beldades severas, languidecer a sus pies sufriendo sus rigores, buscar socorro en los suspiros y en las lágrimas, y por medio de una corte muy prolongada tratar de obtener lo que se niega a su poco mérito. Pero las gentes como yo, Marqués, no están hechas para amar a crédito, y hacer todo el gasto. Por súbito que sea el mérito de las damas, pienso que, ¡a Dios gracias!, valemos tanto como ellas, que no es razonable que no les cueste nada el honrarse con un corazón como el mío, y que al menos, para que todo sea equitativo, se deben hacer adelantos a los gas tos comunes.

CLITANDRO

Así, pues, Marqués, ¿piensas estar muy bien aquí?

ACASTO

Tengo alguna razón, Marqués, para pensarlo así.

CLITANDRO

Créeme, sal de ese acabado error; tú te jactas, caro mío, y a ti mismo te ciegas.

ACASTO

Es verdad, me jacto y me ciego, en efecto.

CLITANDRO

¿Pero qué te hace juzgar tan perfecta tu dicha?

ACASTO

Me jacto.

CLITANDRO

¿Sobre en qué fundar tus conjeturas?

ACASTO

Me ciego.

CLITANDRO

¿Tienes pruebas seguras de ello?

ACASTO

Me engaño, te digo.

CLITANDRO

¿Acaso te ha hecho Celimena alguna secreta confesión de su amor?

ACASTO

No, me veo maltratado.

CLITANDRO

Respóndeme, te lo ruego.

ACASTO

Sólo alcanzo repulsas.

CLITANDRO

Dejemos las bromas y dime qué esperanzas pueden haberte dado.

ACASTO

Tú eres el afortunado y yo el miserable: tienen una gran aversión por mi persona y será preciso que me ahorque alguno de estos días.

CLITANDRO

Y bien, ¿quieres, Marqués, que para conciliar nuestros de seos, nos pongamos de acuerdo ambos en una cosa? ¿Que si uno puede mostrar una señal segura de tener la mejor parte en el corazón de Celimena, el otro dejará el campo al presunto vencedor y lo libertará de un rival asiduo?

ACASTO

¡Ah, pardiez! Me gusta ese lenguaje y me comprometo con toda el alma a ello. Pero ¡chist!

ESCENA SEGUNDA

Celimena, Acasto, Clitandro

CELIMENA

¿Aquí todavía?

CLITANDRO

El amor retiene nuestros pasos.

CELIMENA

Acabo de oír entrar abajo una carroza, ¿sabéis quién es?

CLITANDRO

No.

ESCENA TERCERA

Vasco, Celimena, Acasto, Clitandro

VASCO

Señora, Arsinoe sube aquí para veros.

¿Qué quiere conmigo esa mujer?

VASCO

Elianta está abajo atendiéndola.

CELIMENA

¿Qué se trae entre manos?, ¿a qué viene?

ACASTO

En todas partes pasa por gazmoña consumada y el ardor de su devoción...

CELIMENA

Sí, sí, hipocresía pura: en el fondo es mundana, y todas sus diligencias tienden a conquistar a alguno sin demostrarlo. No puede ver sino con ojos de envidia los pretendientes declarados que siguen a otra; y su triste mérito abandonado de todos, está siempre iracundo contra el ciego siglo. Trata de cubrir con un falso velo de mojigatería la espantosa soledad que se advierte en su casa; y para salvar el honor de sus débiles atractivos, considera criminal el poder de que carecen. Sin embargo, un enamorado le agra daría mucho a la dama, y hasta tiene el corazón tierno para Alceste. Los homenajes que me rinde ultrajan sus encantos, ella pretende que le haga un robo; y su celoso despecho que oculta a duras penas, se desencadena contra mí bajo cuerda en todas partes. En fin, para mi gusto no he visto nada más tonto, es impertinente en máximo grado, y...

ESCENA CUARTA

Arsinoe. Celimena. Acasto. Clitandro

CELIMENA

¡Ah! ¿Qué feliz casualidad os trae por aquí? Sinceramente, señora, os extrañaba.

ARSINOE

Vengo por cierta noticia que he creído de mi deber comunicaros.

CELIMENA

¡Ah, Dios mío ¡Qué contenta estoy de veros! (Clitandro y Acasto salen riendo)

ESCENA QUINTA

Arsinoe, Celimena

ARSINOE

Su partida no podía venir más a propósito.

CELIMENA

¿Queréis que nos sentemos?

ARSINOE

No es necesario, señora. La amistad debe manifestarse sobre todo en las cosas que más pueden importarnos; y como no las hay de mayor importancia que las del honor y la decencia vengo a testimoniaros por medio de un aviso que atañe a vuestra honra, la amistad que por vos siente mi corazón. Estaba ayer en casa de gentes de singular virtud, cuando recayó sobre vos el tema de la plática; y vuestra conducta tan llena de brillo tuvo entonces, señora, la mala suerte de no ser alabada. Esta turba de gentes cuya visita soportáis, vuestra galantería y los rumores que provoca, encontraron más censores de lo necesario y mucho más rigurosos de lo que yo hubiera querido. Ya pensáis cuál fue mi actitud: hice cuanto pude por defenderos, os excusé con vuestra buena intención y quise dar caución por vuestra alma. Pero vos sabéis que hay cosas en la vida que no se pueden excusar por mucho que se desee hacerlo; y me vi obligada a convenir en que la manera como vivís os perjudica un poco, que adquiere mal aspecto ante la sociedad, que no hay cuento impertinente que no se borde sobre ella, y que si vos quisiérais, todo vuestro comportamiento podría dar menos pie a los malos juicios. No es que yo crea, en el fondo de todo esto, la honestidad herida: ¡presérveme el Cielo de tal pensamiento!, pero se presta fácil fe a las apariencias del crimen, y no basta ser honesta para sí misma. Señora, os creo un espíritu demasiado razonable para tomar a mal este provechoso aviso, y para atribuirlo a otra cosa que a los secretos impulsos de un celo que me liga a todos vuestros intereses.