Creo que me enamoré

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Creo que me enamoré
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A mi madre

“Lucha por ella, es fría, pero hasta la luna es tierna

con un poco de luz”

—Pide un deseo


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Nota del Autor

Este libro se basa en una historia real, no obstante, los sucesos narrados y sus escenarios, en su mayoría son ficticios.

Capítulo 1

Era apenas un adolescente cuando se me presentó una de las pruebas más grandes de mi vida; alejarme de mi familia. Bueno, en mi mente no existía resentimientos ni amargura, el motivo por el cual se me obligó a tomar tal medida (mis estudios universitarios) fue más grande que mis ganas de quedarme, el sueño de ser abogado, sacar a relucir el esfuerzo de mis padres pudo más que cualquier vanidad, deseo o expectativa del momento. Decidirlo no fue lo complicado, lo difícil fue decirles la desgarradora noticia a mis padres.

Mi hogar yacía en un lugar cercano al centro de la ciudad de Segovia, la entrada se encuentra asegurada por una puerta de metal negra. Para abrirla, en mi juego de llaves pendía la más grande de todas. Jamás en la vida había entrado a mi casa con el corazón tan destrozado. Introduje el pedazo de metal en la puerta mientras oía ceder el cerrojo. La puerta se abrió, dejó a relucir las antiguas gradas de mi morada, las mismas que debía subir hasta el segundo piso para encontrarme con la conversación más difícil que había tenido. Empecé a escalar con lentitud una a una las escaleras mientras pensaba cómo emitir tanto a mis padres. ¿Cómo decirles que no me tendrán cerca por cinco años? ¿Cómo decirles que se acostumbren a que mi presencia solo será de un día a la semana? ¿Cómo entender tantas cosas si mi deseo era tener cerca a mi madre todo lo que se pueda mientras la tenga conmigo?

Cuando terminé de ignorar miles de preguntas sin respuesta, me encontré frente a la puerta de nuestro departamento, la abrí y lo primero que vi fue a mis padres en los sillones que la sala ostentaba.

—Ya regresé —les dije.

—Me alegro —dijo mi padre mientras expresó actitud de asombro al verme después de verificar en donde estudiaría—. ¿Qué pasó? ¿En dónde estudiarás?

Sentí el corazón partirse en dos mitades. Maldije en mi mente brevemente el (para mí) defectuoso sistema educativo que elije por ti el lugar idóneo donde prepararte.

No le respondí, solo me senté a un costado de mi madre expresando un silencio que para ella significaba más que una conversación entera, nadie nos conoce más que nuestra mamá, ese era mi caso, quizá con mayor magnitud por el sentimiento que dentro mi corazón hacía de las suyas, carcomiéndome poco a poco.

Suspiré, dándome internamente ánimos para hablar con las palabras adecuadas.

—Lo siento —dije viéndolos con la mirada más humilde que pude—. En serio di todo mi esfuerzo pero...

No continué con la frase, tan solo me agarré la frente con actitud derrotada inclinando mi cabeza. Había dado todo de mí, pero en la vida las cosas no siempre salen como uno quisiera. Inmediatamente mi padre se levantó del sillón individual en el que siempre solía sentarse, se colocó a mi costado, posó su mano en mi hombro.

—Todo va a estar bien —me dijo—. ¿En qué ciudad te irás a estudiar?

—En Madrid.

Madrid no es un sitio tan distante pero, si lo suficiente para alejarme de todo lo que me gusta, de todas las personas que amo. Todos nos entristecimos pero, en medio de tanta confusión y desánimo mi padre, como cabeza de familia, se levantó.

—¡Basta! —Replicó y junto con mi madre levantamos la mirada—. Son cosas que pasan, es una prueba difícil ¡sí! Pero eso es parte del camino, vamos a poder —me miró a los ojos—. ¡Vas a poder!

Rápidamente logró levantarme los ánimos y pude pensar con más claridad. Después de una intensa discusión analizando cómo sería mi vida después de este acontecimiento, decidimos que sería idóneo intentar viajar a diario en lugar de rentarme un departamento en aquella ciudad. Después de todo, son solamente dos horas, aunque parecía cansado, es mejor que alejarse de todo.

Los últimos días de las vacaciones de verano fueron más efímeros que nunca, el gran día se acercaba, con el apoyo de todos en casa se me hacía cada vez menos dura la decisión, poco a poco, en lugar de sentir tristeza, ingresar a clases me causaba una expectativa difícil de explicar, pero se sentía bonito. Y sin darme cuenta el gran día llegó.

Mi hogar está comprendido por cuatro integrantes, mis padres, mi hermano (tengo tres hermanas más, están casadas así que relación con él es más estrecha) y yo, soy el último hijo. Días atrás, con mi hermano viajamos a Madrid para conocer la Universidad que tiempo después me recibiría y sería el instrumento para cumplir mi sueño. Por esto, para el primer día de mi travesía universitaria no conocía nada más que la terminal de buses y la Universidad.

Domingo, después de salir todo el día llegué a casa por la noche, ingresé a mi recámara, lo primero que hice fue ir a preparar las prendas que utilizaría el día de mañana, vestí con las mismas, miraba mi reflejo en el espejo, me quedé por mucho rato viéndome, analizando el giro que daría mi vida desde entonces.

Cuando estuve satisfecho con la apariencia que tenía con las ropas recién estrenadas, me las quité, me senté en la cama, coloqué la laptop en las piernas, busqué la página de la Universidad para verificar el horario que me correspondía, la inauguración sería por la tarde ¡Perfecto! Así no tendría que despertarme temprano. Apagué la portátil, después de guardarla me recosté, no me apetecía encender la tele, ni siquiera revisar las redes sociales. Tan solo cerré los ojos hasta que me quedé completamente dormido.

Al ver que al día siguiente debía estar listo para la tarde, no coloqué alarma para que me despertase, abrí los ojos a eso de las nueve de la mañana. Apenas me desperté, escuché a mi madre preparándome el desayuno, seguido de un grito que jamás olvidaré.

—¡A comer Andrés! Rápido que es tu primer día.

—Voy ma.

Me estiré dentro de las sábanas, me levanté, calcé las sandalias que siempre yacían al costado de mi cama y corrí a la cocina. Le di los buenos días a mi madre y me senté en mi lugar favorito del comedor.

—¿Listo para tu primer día? —Me preguntó mientras colocaba en la mesa la taza de leche caliente.

—Si mamá, súper listo —le dije, pero por dentro me comían miles de sentimientos encontrados.

Cuando terminé el desayuno, me conduje a mi cuarto para arreglarme, me vestí y me contemplé en el espejo por última vez. Para eso mi padre ya había llegado y escuchaba su voz conversando con mi madre en la cocina. Me sentí aún más nervioso, pronto tendría que irme, era temprano pero tenía que partir con dos horas de anticipación. Salí de mi habitación y fui a despedirme de mis padres.

—¿Ya te vas? —Me dijo mi madre mientras mi papá se levantaba de su sillón individual.

—Sí, ya es hora pero, quería pedirles una cosa antes de marcharme.

Lo había pensado desde hace unos días, sabía que sería muy emotivo pero, quería la bendición de mis padres antes de irme, no acostumbraba a hacer aquello pero la situación lo ameritaba demasiado.

—Claro Andrés —expresó mi padre.

—¿Me podrían dar la bendición?

Juro que fue lo más lindo y duro que había dicho en meses. Se acercaron, se pusieron de frente, mamá y papá me dieron su bendición respectivamente junto con un abrazo grupal, no pude contenerme y derramé lágrimas en sus cabellos. No había nada más que decir, solo los solté y giré para abrir la puerta y salir.

Escuché a la puerta metálica de la salida de mi casa cerrarse después de halarla, me dirigí al terminal de buses, al inicio, al caminar no hice más que mirarme los zapatos. Por un momento, pensé en las aventuras que me esperan en mi nueva etapa, en todos los nuevos amigos que me esperaban y las cosas divertidas por vivir. Tomé valor, levanté la mirada a cielo y aceleré el paso en busca de más historias que contar.

Capítulo 2

Al terminar la inauguración, las autoridades informaron que los estudiantes de primer semestre iban a utilizar el horario de siete de la mañana a una de la tarde, también dispusieron que, por este día tendríamos unas horas para conocer las aulas. Lo pensé por un momento e hice mis cálculos. Si la primera hora tengo a las siete, entonces de mi casa debo salir a las cinco, lo que significa que a las cuatro debo estar despierto para ducharme y desayunar. Me decepcioné, me preguntaba cuántos de mis compañeros iban a despertarse a esa hora para ingresar a tiempo a la Universidad, de seguro nadie.

Uno por uno iban subiendo los cursos a sus salones guiados por sus respectivos docentes. Cuando fue el turno del mío, la emoción volvió a mi cuerpo, me imaginaba la clase de salón que me correspondía, asimilé que era hermoso, puesto que estaba ya en un ciclo educativo más alto, muchas expectativas invadían mi mente. En el camino por las instalaciones, pasé observando muchos salones, eran muy bonitos, con proyectores en excelente estado y los pupitres olían a nuevo. Cada salón era mejor que el anterior, razón por la cual mis esperanzas crecían cada vez más.

Nos acercamos en grupo a una puerta que al empujarla se abrió con un rechinido, aquel sonido calló los murmullos de mis compañeros que se escuchaban en el ambiente. Mi primera impresión fue la desilusión en su más grande expresión, las sillas estaban todas desordenadas, en el salón no había proyector, y el piso parecía no haberse trapeado en años. La timidez de todos al ser estudiantes de nuevo ingreso pudo más que las ganas de quejarnos, así que todos nos sentamos en pupitres elegidos por afinidad sin decir ni una palabra.

 

Sonó el timbre de salida, no salí corriendo a la puerta como todos los días de mi vida al terminar clase. Pensaba que, en lugar de saborear la comida preparada por mi madre, debía ir a comer en un restaurante para poder viajar a Segovia sin que me diera hambre. Me perdí un momento mirando a la nada con la cara apoyada en mi puño, cuando me di cuenta, ya todos se habían ido, miré a los lados, me paré de golpe y me fui.

Salí de la Universidad, lo primero que busqué fue un restaurante, giré a la izquierda, caminé dos cuadras, una más adelante encontré un lugar de comidas que parecía ser confiable, ingresé y pedí un almuerzo completo.

Terminé de almorzar e intenté irme a la terminal de buses sin perderme, fue la primera vez que me dirigí hacia aquel lugar sin la necesidad de subirme a un bus, me demoré un poco pero la ciudad era al menos un poco menos desconocida. Llegué y me subí rápidamente al bus que me llevaría a mi hogar.

Transcurrieron las dos horas de viaje, descendí del bus, caminé rápidamente a mi casa con la esperanza de encontrar a mis padres y contarles mi día. Efectivamente, ellos me recibieron, tuve la oportunidad de compartirles todo, les conté que ahora todos los días debía madrugar pero que me acostumbraría con el tiempo. Al menos mi día terminó junto a ellos.

Al siguiente día me desperté como lo había planeado anteriormente, todos en mi casa estaban dormidos así que intenté ducharme, desayunar y vestirme sin hacer ruido. No quería que mis padres se molestaran en hacerme el desayuno a esa hora de la madrugada.

Al finalizar todo, abrí la puerta, salí y la cerré cuidadosamente. Me arrimé a ella desde afuera, pensé que fue muy triste salir a afrontar mi día sin despedirme de nadie, ni siquiera de mis padres, no tenía tiempo para mis pensamientos, así que debieron ser breves, salí y cerré la puerta de entrada con la misma cautela que la anterior, ingresé a la calle, verifiqué y aún no amanecía, mis ojos querían estar igual de cerrados que todos los locales a mi alrededor pero, tenía que mostrar coraje en la situación.

Llegué a mi salón y pretendí atender a la clase sin dormirme, fue difícil pero con unos pellizcos como autocastigos logré no desfallecer en mi pupitre.


Y así transcurrieron los días, madrugué a diario, cada vez con menos fuerza y más tristeza. Me sentía más y más lejos de mi familia, los veía un rato en la noche cuando llegaban, pero el sueño me obligaba a dormirme con rapidez. Pero bueno, no todo fue malo, en la Universidad ya hice nuevos amigos, me caían bien pero era evidente que no sé comparan con los que tenía en mi antigua ciudad.

En medio de la jornada de clases algunos docentes solían concedernos quince minutos de receso, no era su obligación otorgarnos ese privilegio, puesto que en la Universidad no consta el goce de esta condición, pero al pedirlas con respeto no nos lo negaban. En este tiempo con mis amigos frecuentábamos fumar o jugar naipes.

En una de estas ocasiones, salimos con mi grupo de amigos con el objetivo de jugar naipes, nos sentamos en las gradas formando un círculo que más bien parecía un óvalo y empezamos a jugar. El juego se llamaba “culo sucio” y consistía en lo siguiente (o al menos así lo jugábamos): el mazo de naipes se dividía en partes iguales entre los jugadores participantes, de entre ellas se deben buscar cartas iguales y lanzarlas a la mesa. Cuando solo queden cartas diferentes, entre los jugadores se intercambian, continúan buscando pares y tirándolos a la mesa, restando cada vez más naipes, hasta que el joker sea la única carta en juego, el jugador que se la quedaba es el perdedor. En nuestro caso al perdedor de este juego se le condenaba a cumplir un reto, así el juego era más interesante.

Continuamos el juego, entre mis cartas constaban un cuatro, un cinco y el joker, aunque tenía la carta que probablemente me daría la pérdida me relajé.

Albert, Linda, Rafa y yo quedábamos en el juego, los demás tiraron todos sus naipes, eliminando posibilidad alguna de perder. Albert intercambió los naipes, formó el par y salió del juego. Lo cual significó que entre las tres personas que quedábamos, uno sería el perdedor, en un juego adquirí un naipe con número cuatro, lancé con el naipe del mismo número que poseía y me restaban dos naipes. El caso de Albert sucedió con Linda y también salió. Quedábamos Rafa y yo, a él le correspondía escoger uno de mis naipes, tuvo dos opciones, el cinco y el joker, de esta elección dependía el juego, si escogía el cinco yo sería el perdedor. Ladeó un poco, lo pensó una y otra vez. Rosó sus manos sobre mis cartas, intenté no darle ninguna señal con la mirada, hasta que por fin escogió un naipe y lo tomó. Observé y solo me quedaba uno, el joker, lo que dio como resultado mi pérdida.

No me lamenté mucho por este incidente, pero si me hizo sentir mal. Ahora venía la peor parte, el reto, al perder con Rafa le concedía el derecho de elegir el reto que me correspondía cumplir.

—Haber…—dijo colocando su mano en la barbilla—. ¡Ya sé! Mira a tu alrededor, hay muchas mujeres, de entre ellas debes elegir a la más bonita, debes acercártele, coquetearle un poco y hacer que te de su número telefónico.

—Vale… —le dije en tono confiado.

A decir verdad ese reto le he hecho un sin número de veces sin que pierda ningún juego, no es complicado, pero el simple hecho de hablarle a una desconocida con esas intenciones no es fácil, y sin saberlo, cambiaría mi vida.

Capítulo 3

Cuando Rafa me asignó el reto todos se sentaron con mucha expectativa, de todos mis amigos fui el único que estaba de pie, lo pensé un rato y miré a mi alrededor. Vi todas las mujeres del lugar, una por una.

En medio de esta acción, me enmudecí por un momento, en el tercer piso de uno de los edificios cercanos, se encontraba el rostro de una mujer que me cautivó, vestía con una blusa de color naranja, sus cabellos sueltos al mezclarse con el aire hipnotizaron mi cerebro, salí temporalmente de la realidad, entré a una utopía donde quise habitar por siempre y no regresar nunca a la vida que poseía en esa etapa. Sus ojos, podría asegurar que eran los más bonitos que había visto jamás, el marrón claro se convirtió en ese momento en el mejor color de toda la existencia.

En ese instante, Rafa me codeó levemente, acto que me hizo volver a la realidad de forma brusca. En esa fracción de minutos sentí que el alma volvía a mi cuerpo, por fin reaccioné.

—¡Ya encontré a la chica! —Le dije desesperado por ir a hablarle.

—¿Ya? ¿Tan rápido? —Dijo Rafa muy tranquilo.

—Apresúrate.

—Tranquilo ya vamos, solo es una chica.

—¿Bromeas? Es una diosa.

Halé a Rafa del brazo y corrí en dirección a las gradas, hubiese sido una buena decisión tomar el ascensor pero jamás mi cerebro estuvo tan disfuncional como en ese momento. Traía a Rafa tropezándose por todas las gradas, empujando a todo aquel que se interpusiera en mi camino.

<<Ya casi, ya casi, ya casi>> repetí mientras subía aquellas interminables gradas.

Rafa me gritaba al ascender las escaleras, pero mi mente estaba tan concentrada en acercarse a aquella bella dama que no entendí nada de lo que decía. Por fin llegamos al piso en donde estaba, nos acercamos lentamente a su salón, se había metido, la podía ver dentro de él. No sé si su belleza era solo para mis ojos, pero al ver su cuerpo me pareció perfecto, a pesar de carecer una figura de cine, fue el más hermoso que había visto. No me hubiese importado ir a por ella pero no lo hice, una de sus compañeras se encontraba a fuera y acudí a ella por ayuda.

—Disculpa… ¿puedes decirle a esa chica que la estoy buscando? —Le pregunté señalando a la mujer que me cautivó minutos atrás.

—Claro —me contestó con cierto desconcierto.

Caminó en dirección a ella mientras mi corazón latía cada vez más fuerte. Tocó su hombro, y le dijo cierta frase que no la escuché por razón de la distancia. La esbelta mujer dirigió su mirada hacia mí y gesticulé con mis manos dando a entender que quería que se acercara. Se turbó un poco porque no me conocía, con cierta timidez se acercó poco a poco.

Sus ojos eran aún más bonitos al reducir la distancia cada vez más, me temblaron las manos y los bellos de los brazos se me erizaron. Pero tomé valor, con un poco de vanidad me arreglé el peinado y me decidí a hablarle.

—¿Sí? —Me dijo.

—Sí, disculpa… —me detuve unos segundos y continué—, sé que no me conoces, yo tampoco pero, hace rato estuve jugando con mis amigos y no pude evitar verte. Perdón por el atrevimiento pero eres muy bonita, quería saber si tú… no sé, podrías darme la oportunidad de conocerte.

—Hay —palabra que se mezcló con un suspiro y se sonrojó—. No lo sé… está bien, pero si te soy sincera, me das mucho miedo.

—Te entiendo, a mí también me dio mucho miedo hablarte. Pero aquí me ves, en frente de la mujer más linda de este lugar.

—Mientes —me dijo con timidez, característica hermosa de una buena mujer.

—En serio… —me detuve como queriendo llamarla por su nombre—, me dices tu nombre.

—Claro, me llamo Julissa ¿Y tú?

—Qué bonito nombre. Me llamo Andrés.

Fueron los halagos más difíciles de mi vida, pero sentía que valía la pena, no era fácil que una mujer me cautivara de esa manera, por las circunstancias en que tuvo origen nuestro encuentro, le di créditos al destino, asumí que debía inténtalo con ella, esta vez en serio.

—No sé si puedas —le dije—, pero me harías sentir muy bien si me das tu número telefónico. Prometo no ser muy intenso en el chat.

Lo pensó un momento hasta que asintió con la cabeza.

—Está bien anota.

Mientras extraía el celular de su cartera sonreía, y mientras más lo hacía, más me enamoraba, tanto que en tan poco tiempo quise rosar sus labios, hacerla mi mujer y no dejarla ir nunca de mi lado. Pero, debía esperar, luchar por tan anhelada meta, hacer lo que un caballero hace por una bella dama, ganarme su amor.

Desbloqueó su teléfono, miré de reojo su fondo de pantalla, relucía la foto de unos libros, esto hizo que tenga aún más puntos a favor. Encontró su número, regresó su mirada a la mía, tuve la suerte de reflejarme en sus ojos una vez más, fingí que su mirada no me causaba nervios y saqué también mi teléfono. Lo desbloqueé, nuevamente se dirigió hacia mí, anoté su número, al guardarlo coloqué su nombre y junto a él, un corazón, sentí el primer paso completado.

—Muchas gracias —le dije y al mismo tiempo Rafa gesticuló con su cabeza, indicando que el receso concedido por el docente había terminado.

—De nada, creo que tu amigo tiene prisa.

—Un poco, lo que pasa es que se nos terminó el receso y debemos volver al salón.

—Está bien, entonces, hasta pronto —se inclinó ofreciéndome su mejilla como acto de despedida.

Nos despedimos, sentí que su “hasta pronto” conmovió mi alma, dio a entender que en sus planes cotidianos, sí se podía agregar una cita entre los dos.

Rafa se adelantó, regresé hacia ella mi mirada por última vez, indicando que desde ese instante me causó encanto y un sentimiento pequeño pero muy bonito que suelen llamarle “me gustas”. Seguí a Rafa, mis demás amigos me esperaban en el patio, descendí las gradas pensando en lo que había pasado. Seguí a mi grupo hasta estar de nuevo dentro del salón.

Tomé asiento en mi pupitre, inmediatamente revisé WhatsApp para cerciorarme que el número que me entregó no haya sido erróneo, la aplicación tardó un poco en iniciarse, como si supiera que me encontraba en apuros, pero se inició por fin, presioné el ícono de contactos, la busqué, ahí estaba, mi corazón latió fuerte de nuevo al ver su nombre dentro de mis posibles chats. Mi deseo era ver su foto, pero para mi mala suerte se encontraba oculta, no sabría si en verdad era ella hasta emitirle mi primer mensaje.

En toda la mañana escuchaba a los profesores hablar sin parar, dentro de mi mente solo existía ella, sus ojos no abandonaban mi imaginación y por más que quise no pude dejar de recordar su imagen en aquel tercer piso. Quise concentrarme pero, todo fue inútil, me di por vencido, me entregué a su cálida estancia en todos los sentidos de mi cuerpo.

 

Sí, hubiese querido comunicarme con ella de inmediato pero no quería parecer un desesperado (cosa que ya parecía pero no quise que lo comprobara), decidí que dejar pasar un día antes de enviarle un mensaje sería prudente, seguí mi rutina diaria y al terminar mis clases me dirigí hacia Segovia. Al llegar a casa no hice más que ver su contacto una y otra vez, a pesar de no hablar con ella, con esto ya me hizo feliz.

Lo más difícil del día, aunque estuviera tan cansado como siempre, fue intentar dormir, no paraba de recordar todo lo que pasó horas atrás, me imaginaba escribiéndole por primera vez. No encontraba una posición exacta para conciliar el sueño, después de mucho rato sin poder dormir, el sueño pudo vencerme.

Desperté por un ruido, era el celular que sonaba sin parar, la alarma se había activado y mi día empezó.

Cuando terminé de ducharme y desayunar salí corriendo rumbo a la Universidad, con la esperanza de hablarle a la causante del insomnio de anoche, a pesar que el medio fuese el celular, para eso había que esperar unas horas puesto que aún no amanecía.

Salí de Segovia, el viaje se tornó eterno, las ventanas del bus aún estaban oscuras pero mi mente destellaba luces porque dentro estaba ella. Cuando llegué a la terminal de buses de Madrid tomé un taxi, llegué justo a tiempo a la primera hora de clases, vi mi reloj, mostraba las 7:05am, puse en mi agenda el propósito de iniciar la conversación vía celular a las ocho en punto, pensé que esa hora sería prudente. Sé perfectamente que todos estos detalles ella no los iba a notar, pero soy un hombre cauteloso.

Hasta que por fin llegó “la hora cero”, vi mi reloj y marcaba las 7:56am, así que sigilosamente extraje mi celular de la mochila, fui muy cuidadoso debido a que en el salón de clases es prohibido utilizar aparatos móviles. Lo desbloqueé e inmediatamente ingresé a WhatsApp, abrí su ventana de chat y escribí mi primer mensaje.


Traté de ser lo más atento posible, miré dos veces el mensaje y presioné el botón de enviar. Guardé rápidamente el teléfono, el corazón nuevamente se me aceleró, no era para menos, acabé de enviar el codiciado mensaje que tanto había planeado, esperé un tiempo sensato antes de revisarlo nuevamente y traté de entender de lo que se trataba la clase. Veinte minutos después hice el mismo proceso para adquirir el móvil, lo revisé, y sí, se encontraba una notificación por explorar. Me emocioné nuevamente y comprobé que el mensaje si era de ella.

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