La organización social del cuidado de niños, niñas y adolescentes en Colombia

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El problema y los métodos de investigación

El cuidado de la niñez y la adolescencia ha estado sustentado en la idealización de la familia nuclear biparental que divide la función del padre como encargado de la proveeduría y de la madre como responsable de las labores domésticas del hogar y del cuidado de los miembros de la familia. Cuando esto no ocurría, el Estado o las instituciones de beneficencia asumían el cuidado que las mujeres no proporcionaban (Fraser, 1997; Puyana y Valencia, 2013). Desde la mitad del siglo XX, la metáfora del proveedor universal empezó a fracturarse debido a las complejas transformaciones económicas, sociales y culturales, así como a las luchas democráticas por los derechos ciudadanos de las mujeres (Fraser, 1997; Hochschild, 2008; Puyana y Mosquera, 2003; Pineda, 2008). La vida y el cuidado familiar se reconfiguran a partir del cuestionamiento de las tradicionales relaciones de género, la necesidad de conciliar los tiempos dedicados a la actividad laboral con las necesidades de cuidado, la regulación por parte del Estado y la demanda de participación de otras instituciones en el proceso.

En Colombia, la información respecto a la división sexual del trabajo en los grupos familiares indica cambios significativos. En las últimas tres décadas del siglo XX la tasa de participación laboral femenina aumentó y la mayoría de las mujeres en edad fértil trabajaba fuera del hogar (Pineda, 2011, p. 137). En el presente siglo estas tendencias se han mantenido y persisten unos “techos de género” que han impedido seguir incrementando la participación laboral femenina. Una de las causas es la sobrecarga del cuidado familiar doméstico que tensiona las relaciones entre el trabajo productivo y el no remunerado: “Las mujeres que trabajan fuera de casa enfrentan una triple jornada: el mercado laboral, los oficios del hogar y el cuidado de los infantes, adolescentes, ancianos y personas en estado de discapacidad” (citado en Puyana y Valencia, 2013, p. 7).

En seguimiento de lo dispuesto en la Ley 1413 de 20104 que “regula la inclusión de la economía del cuidado en el Sistema de Cuentas Nacionales con el fin de medir la contribución de la mujer al desarrollo del cuidado en Colombia” (Art. 1), la Encuesta de Uso del Tiempo del DANE (2013) mostró, como se verá en detalle en el contexto de la ciudad, una inequitativa distribución del trabajo que se concentra en las mujeres. Esta asimétrica distribución resulta particularmente crítica frente a fenómenos de cambio en la estructura y dinámica familiares como el incremento de la jefatura femenina, el crecimiento de las familias en grupos en desventaja o la existencia de NNA sin padres, que viven solos, que están al cuidado de otros parientes o que cuidan a hermanos menores, particularmente en los hogares más pobres, en los que se registran mayores necesidades, sobrecarga de cuidado y déficit de servicios. En respuesta a ese panorama, el Estado ha implementado políticas tendientes a desfamiliarizar el cuidado. Acciones como ampliación de coberturas escolares, salas cuna y jardines infantiles, mejor cobertura de los servicios de salud, programas de apoyo a las tareas escolares y de uso del tiempo libre. Sin embargo, persiste una amplia brecha entre lo formulado en las políticas y el acceso y calidad de los servicios, que se acentúa en los barrios populares donde la responsabilidad del cuidado aún es prioritariamente familiar.

Además de la relación con el Estado, es importante analizar la relación con el mercado y las redes comunitarias y ONG en el apoyo al cuidado. El mercado ofrece servicios de cuidado que pueden minimizar los efectos del déficit estatal, pero se requiere de recursos. Por otra parte, el sector productivo colombiano poco considera, en las prácticas de responsabilidad social empresarial, la conciliación entre el cuidado familiar doméstico y el tiempo laboral (Toca, Grueso y Carrillo, 2012), una situación que ha sido señalada para toda la región latinoamericana. Sumado a esto, los avances legales, como las licencias de maternidad y paternidad o para el cuidado de los infantes y adolescentes enfermos, no cobijan a las mujeres con empleos precarios y el acceso a los bienes y servicios del cuidado es desigual de acuerdo con la posición socioeconómica (Puyana y Mosquera, 2003). En relación con las ONG, estas se han convertido en instituciones de prestación de servicios de atención a NNA mediante el mecanismo de la contratación estatal dirigida a la población de menores ingresos. Por último, están las redes vecinales y parentales que juegan un papel central en el cuidado directo o en su gestión.

Aunque algunos de los problemas mencionados han sido objeto de investigación, los estudios se han concentrado en la medición y distribución del trabajo según sexo, entre los cuales se resaltan las encuestas nacionales de uso del tiempo (DANE, 2013, 2017b) y los indicadores construidos por Profamilia (2015). Resulta más escasa la indagación sobre aspectos que lleven a analizar en profundidad las emociones, los conflictos, las expectativas, la flexibilidad del tiempo del cuidado y la carga de cuidado y sus consecuencias. Entre estos pueden mencionarse dos estudios cualitativos sobre el estilo de crianza, paternidad y maternidad (Puyana y Mosquera, 2003 y Tenorio, 2000) en los que se sistematizan los patrones culturales comunes en la crianza de niños y niñas de 0 a 6 años en medio de una variedad de formas familiares, y la investigación de Hernández (2015) sobre carga de cuidado según posición social.

La revisión sobre las investigaciones realizadas muestra que no se ha hecho en Bogotá un estudio que analice la organización del cuidado de NNA desde la perspectiva de quienes cuidan. En respuesta a ese vacío propusimos esta investigación orientada por la pregunta: ¿cómo los grupos familiares organizan y significan el cuidado de las niñas, niños y adolescentes en Bogotá y cómo se articulan con el Estado, el mercado, las ONG y las redes vecinales? Nos preguntamos además: ¿cómo se distribuye el cuidado al interior de los hogares? ¿Cómo se realiza y cuándo se hace? ¿Qué sentimientos, gratificaciones, frustraciones y expectativas se construyen en torno al cuidado? ¿Qué tensiones y conflictos surgen y cómo se resuelven? Y, finalmente, ¿cómo se perciben las políticas y programas estatales y cómo se utilizan los servicios del Estado? ¿Cuál es el uso de los bienes y servicios que ofrece el mercado para el cuidado y cómo se percibe la respuesta del mercado a las necesidades y demandas de cuidado? ¿Cómo interactúan los grupos familiares con las redes vecinales y las ONG para el cuidado y, en general, cuáles son las desigualdades de género y posición social que se identifican?

El objetivo principal del estudio fue comprender la organización social del cuidado de la niñez y la adolescencia en Bogotá desde la perspectiva de los grupos familiares, según género y posición social, y en su articulación con el Estado, el mercado, las redes vecinales y las ONG. Con un enfoque metodológico de carácter cualitativo-interpretativo, privilegiamos los relatos tanto de quienes cuidan como de las/los sujetos de cuidado como fuente principal de información. Consideramos que es a través de una relación dialógica que comprendemos cómo quienes cuidan y son cuidados nos comunican sus vivencias, tratando de interpretar a la vez el significado de estos relatos. Por ello, retomamos el aporte de Gergen:

Los términos y formas mediante los cuales obtenemos información del mundo y de nosotros mismos son artefactos sociales, producto de intercambio histórico y culturalmente situados entre las personas. Son resultado de relaciones cooperativas que adquieren significado en el diálogo, de la acción conjunta y son inherentemente interindividuales. (1996, p. 162)

A través de un muestreo teórico (Strauss y Corbin, 2002) y de la voluntad de las personas que quisieron participar en el estudio, configuramos una muestra heterogénea según sexo, estrato socioeconómico y contextos relevantes5 tales como: diferentes estratos socioeconómicos, vinculaciones laborales, formas de organización familiar y presencia de enfermedad o discapacidad en los sujetos cuidados. La búsqueda de las personas que participaron en el estudio tuvo como puertas de entrada colegios, empresas, organizaciones comunitarias y entidades de atención a personas enfermas o con discapacidad.

El trabajo de campo fue extenso y los realizamos entre abril y noviembre de 2016. La fuente principal fueron cincuenta entrevistas semiestructuradas con cuidadoras y cuidadores de NNA de hogares de distintos estratos y territorios de la ciudad. Complementariamente, para conocer la perspectiva de las y los sujetos de cuidado, convocamos cinco talleres lúdicos en instituciones educativas con niños y niñas entre 5 y 10 años (cuarenta y cuatro participantes) y cinco grupos focales con adolescentes entre 10 y 14 años quienes eran sujetos de cuidado y a la vez, tenían responsabilidades de cuidado (sesenta y dos participantes); además de dos entrevistas colectivas con dieciséis mujeres y dos hombres entre 30 y 60 años, personas cuidadoras y lideresas comunitarias, y un grupo focal con jóvenes entre 16 y 25 años (siete mujeres y dos hombres), cuidadoras/es principales de sus hijos/as nacidos en la adolescencia y/o de sus hermanas y hermanos. En total consultamos a 183 personas, 67 % de ellas mujeres. Grabamos las entrevistas y grupos focales en audio, las transcribimos con mínima edición y las procesamos en el programa NVivo versión 10.0.

Con base en los referentes teóricos anotados definimos dos ejes de indagación y análisis. El primero para dar cuenta de la distribución del cuidado al interior de los grupos familiares. Este incluyó categorías sobre contexto del hogar, nociones e hitos sobre cuidado, dimensión material (trabajo doméstico, cuidado directo y gestión del cuidado), emocional y ética del cuidado, además de carga del cuidado y sus efectos sobre quienes cuidan. El segundo para mostrar las relaciones de los hogares con el Estado, el mercado y la comunidad. En el transcurso del análisis de los relatos encontramos nuevos aspectos como las particularidades de quien recibe el cuidado, las trayectorias vitales de quienes cuidan, las nociones de género que influyen en el cuidado, las concepciones sobre el papel de la familia y las diversidades en la conformación de los hogares. En la primera parte construimos una caracterización parcial de las personas participantes en sus aspectos sociodemográficos, socioeconómicos y de funciones, tiempo, recursos, apoyos y tipo de actividades de cuidado, revelándonos diferencias y desigualdades en la naturaleza y la carga de cuidado más allá del nivel socioeconómico. Para dar cuenta de estas, realizamos un ejercicio de construcción de la posición social de cuidadoras/es a partir de distintos aspectos.

 

De acuerdo con Bourdieu (2002; 2013),6 la posición social de un individuo o grupo en la estructura social no se restringe a la posición de clase, es decir, a las posiciones diferenciadas según la participación en el mercado de trabajo (empleo/ocupación/categoría ocupacional) y a las relaciones sociales de trabajo que conllevan y explican diferencias en la participación desigual en recursos, oportunidades de vida y nivel de calidad de vida (propiedades de posición), sino también al habitus cultural diferenciado entre grupos más allá de las características objetivas o materiales (propiedades de situación).7 Sin embargo, las posiciones sociales no son estáticas y pueden variar (ascenso o descenso) dependiendo tanto de la trayectoria vital como del devenir de la estructura social.

Para el caso que nos ocupa, nos importaba identificar tanto las condiciones objetivas como los significados, conductas y actitudes comunes entre grupos, en un marco de relaciones sociales y de género que definen las trayectorias sociales y el lugar que ocupan quienes realizan el cuidado. Esto es, los estereotipos y prejuicios socialmente construidos que asignan responsabilidades y privilegios diferenciales a hombres y mujeres en función de la división sexual de trabajo, a partir de la cual el trabajo doméstico y el cuidado son funciones principalmente femeninas. Un recurso para caracterizar el contexto material y los rasgos culturales que definen la posición social es la categoría de autonomía, que no es otra cosa que la capacidad de las personas de realizar sus derechos en condiciones de igualdad a partir de tres pilares: autonomía económica, autonomía física y toma de decisiones (CEPAL, 2016). Interesa en particular la primera, entendida como la capacidad de las personas de acceder a bienes y servicios que les permita satisfacer, de manera independiente, sus necesidades y expectativas (Fundación Sol, 2015).

La potencia de esta categoría radica en que recupera varias dimensiones: roles, tiempo y acceso a recursos y oportunidades, aspectos que, como ya mencionamos, son centrales al cuidado y permiten decidir si cuidar o no, además de las condiciones para el cuidado y los recursos para cuidar que, en últimas, definen la carga de cuidado y sus efectos sobre la vida de las personas. Son aspectos centrales de la equidad de género (Hernández, 2015). A partir de esta discusión, construimos un mapa de posiciones sociales según características de las personas que definen las condiciones y posibilitan o, por el contrario, son adversas al cuidado (tabla 1), estas son: socioeconómicas (estratificación, nivel educativo, protección social); del hogar (composición, jefatura, niños/as escolares a cargo); autonomía económica (inserción laboral y calidad del empleo, recursos para vivir); recursos para cuidar (fuentes de recursos, subsidios, cuotas, transferencias, servicios de cuidado, licencias/conciliación) y compra de servicios (relación con el mercado).

En síntesis, se construyeron cuatro posiciones sociales. Las posiciones 1 y 2 son las que tienen mayores desventajas sociales y de autonomía económica, la 3 algunas ventajas sustanciales en cuanto a recursos para cuidar respecto a las dos primeras, pero carece de autonomía económica para su estatus social, y la 4 es la que cuenta con mayores y mejores condiciones para cuidar. Junto con la categoría género, la estratificación por posición social sirvió de lente de análisis de los relatos.

Bogotá y sus realidades

Bogotá, capital de Colombia, presenta unas características, como ciudad, en su estructura y devenir sociodemográfico que inciden en facilitar o dificultar el cuidado de niños, niñas y adolescentes, como se trata en este sintético contexto.

TABLA 1. Entrevistadas/os según posición social


Fuente: elaboración propia a partir de información de entrevistas.

Aspectos sociodemográficos

Según proyecciones del DANE, en 2016 la población de la ciudad era de 7 980 001 habitantes, correspondiente al 16.4 % de la población del país, de los cuales 22.7 % era menor de 15 años, 11.9 % tenía 60 años y más y el 65.5 % restante eran personas en edades medias. El 51.6 % de la población eran mujeres y 48.4 % hombres, para una relación de masculinidad de 94.2 hombres por cada cien mujeres (DANE, 2018a). La población habitante de la ciudad que refirió pertenencia étnica fue el 6.6 % (5.4 %, afrodescendiente, 1.2 % indígena) (Profamilia, 2015, p. 76).

La esperanza de vida al nacer proyectada 2010-2015 era de 78 años (76 años hombres, 80 años mujeres), mejor que los niveles nacionales de 72 y 79 años respectivamente. Por su parte, la tasa bruta de natalidad para el mismo período es de 15.9 por mil y la tasa global de fecundidad de 1.9 hijos/as por mujer, por debajo de las tasas nacionales de 18.9 por mil nacidos vivos y de 2.4 hijos/as por mujer, respectivamente (DANE, 2018b). El ascenso en la Esperanza de Vida al Nacer (EVN) junto con el comportamiento de la fecundidad y natalidad inciden en la pirámide poblacional, como se muestra en la figura 1. La tasa de mortalidad infantil entre 2010-2015 fue de 14.3 por mil, menor que la tasa nacional de 17.1 por mil, como también inferior la tasa bruta de mortalidad de 4.5 por mil para la ciudad y 5.8 por mil para el país.


FIGURA 1. Pirámide poblacional de Bogotá 2015

Fuente: elaboración propia basada en datos Salutada, Observatorio de Salud de Bogotá (2019).

Según el DANE, la edad media de las madres al nacimiento de sus hijos/as en Bogotá entre 2010-2015 era de 28.6 años (27.7 años la tasa nacional). A pesar de la tendencia a tener hijos a una edad mayor, un porcentaje importante de mujeres, entre 15 y 19 años, refirió ser madre o estar embarazada de su primer hijo (Profamilia, 2015). Puede decirse que es una ventaja para el cuidado de NNA el que haya aumentado la edad de tener el primer hijo. Sin embargo, la fecundidad de menores de 19 años tiende a ser aún alta y se concentra entre los grupos menos educados y de menores ingresos, lo que conlleva dificultades para el cuidado.

La Encuesta Multipropósito de 2014 (DANE, 2015) reportó que había en Bogotá un total de 2 438 000 hogares con un promedio de 3.2 personas por hogar. Para 2017, según la misma encuesta (DANE, 2017a), el número de hogares en la cabecera de Bogotá había ascendido a 2 697 440, pero el promedio de personas por hogar se redujo a tres. Según la ENDS-2015 (Profamilia, 2015), el 36.7 % de los hogares tenían una mujer como jefa de hogar (25.5 % zona rural, 39.6 % zona urbana), una cifra cercana a la del país, de 36.4 %. La tabla 2 muestra la composición de los hogares según tipo de familia (Profamilia, 2015).8

TABLA 2. Hogares por tipo de familia Bogotá y nacional en 2015


TIPOLOGÍABOGOTÁNACIONAL
Unipersonal10.011.2
Nuclear59.355.5
Extensa28.430.0
Compuesta2.33.2

Fuente: Profamilia (2015).

Aun cuando predomina la modalidad nuclear, es significativo que cerca de la tercera parte de los hogares en Bogotá son extensos con predominio de hogares biparentales al interior de ellos (12.0 %). Los datos indican que los hogares bogotanos, como los del resto del país, tienden a ser de una conformación similar y, además, las personas se organizan de diversas maneras para cumplir con las funciones familiares. Sobresale el alto nivel de hogares monoparentales de familias nucleares y extensas (22.4 %).

Recursos y necesidades de los hogares bogotanos

El total de 2 438 000 hogares de la ciudad reportados por Encuesta Multipropósito de 2014 (DANE, 2015) estaban distribuidos así: los estratos 1 y 2 concentraban el 48 % de los hogares, el estrato 3 el 36.7 %, el estrato 4 el 9.7 % y los estratos 5 y 6 el 5.8 %. En relación con las viviendas, 54.6 % de los hogares vive en apartamento (29 % el promedio nacional) y 40.1 % en casa (67.9 % nacional), siendo las principales formas de tenencia la propiedad (49 % pagada o pagando vs. 54.3 % nacional) y el arriendo o subarriendo (44.2 % vs. 32.5 % nacional). El 99.9 % de las viviendas cuenta con electricidad, 95 % con servicio de acueducto público, 99.8 % con alcantarillado, 99.6 % con servicio de recolección de basuras y 92.5 % están conectadas a red de gas (Profamilia, 2015).

En el mismo año el 9.1 % de los hogares presenta déficit de vivienda en materiales de paredes y pisos, acceso a servicios públicos y/o espacio, y al menos 35 % de los hogares reportó uno o más problemas en el sector donde reside, como contaminación del aire, malos olores, ruido, manejo inadecuado de basuras, invasión de andenes o exceso de anuncios publicitarios. Si bien el acceso a los servicios públicos de los hogares bogotanos es casi universal, los parques se ubican en los barrios de los estratos más altos mientras hay deficiencia en el equipamiento urbanístico de los estratos 1 a 3, precisamente los más densamente poblados. Pese a esto, el 54.2 % de los hogares consideró que sus condiciones de vida eran mejores en 2014 comparadas con cinco años atrás (DANE, 2015). En cuanto a bienes de consumo duradero, el 65 % de los hogares tiene teléfono fijo, 97.3 % posee celular, 98.5 % televisión, 62.9 % computador y 59.3 % conexión a internet, con importantes diferenciales según nivel de riqueza (Profamilia, 2015).

En materia de indicadores laborales, conforme la Gran Encuesta Integrada de Hogares del DANE, en el trimestre octubre-diciembre de 2016 las tasas de participación, ocupación y desempleo en Bogotá fueron 71.0 %, 64.8 %, y 8.8 % respectivamente (DANE, 2017a). Los hallazgos de la ENDS-2015 muestran que la tasa de participación de mujeres entre 13-49 años que trabajaban al momento de la encuesta era de 64.3 %, sustancialmente más alta que la tasa nacional (53.6 %), mientras la de los hombres de la misma edad era de 73.3 % en la capital y de 79.2 % en el país (Profamilia, 2015). La alta proporción de personas ocupadas muestra la necesidad del apoyo para el cuidado de las nuevas generaciones.

En educación, el promedio de años de escolaridad de hombres y mujeres bogotanos era en 2015 de 9.2 años, mayor que el nivel nacional de 7.9 años (Profamilia, 2015). Según el programa Bogotá Cómo Vamos (2017), en 2016 la tasa global bruta en educación era de 92.1 %, siendo la cobertura en preescolar de 78 %, la básica primaria 92.4 %, la de secundaria 98.3 % y la media vocacional 86.1 %. A pesar de las altas coberturas, la brecha difícil de superar para continuar en el sistema educativo es el paso de la secundaria a un nivel de formación técnico o universitario, entre otras cosas por el bajo nivel de calidad, en especial en los colegios oficiales, lo que ha sido reconocido por la Alcaldía en el Plan de Desarrollo 2016-2020 (Concejo de Bogotá, 2016).

 

Respecto a la cobertura en salud, datos citados de la Secretaría de salud muestran que en el 2016 el total de población asegurada de la ciudad era de 99.4 %, casi dos puntos porcentuales más que la cobertura de 2015 (97.6 %). De estos, el 77.5 % pertenecía al régimen contributivo, 14.6 % al subsidiado y 2.6 % a regímenes especiales (Bogotá Cómo Vamos, 2017). A pesar de estas cifras, la ENDS-2015 encontró que el 13.6 % de los hogares no tenía aseguramiento en salud y en el 8 % se reportaron barreras de acceso a servicios (Profamilia, 2015). Además, existen evidencias sobre problemas de calidad. Una encuesta de percepción ciudadana reportó que apenas el 40 % de las personas estaba satisfechas con los servicios de salud (Bogotá Cómo Vamos, 2017). La situación es peor para el 11.4 % de los hogares de la ciudad que habitan con personas que tienen dificultades para realizar actividades diarias (9.8 % a nivel nacional), de los cuales 55.2 % reportó barreras de acceso a los servicios de salud (Profamilia, 2015).

De interés resultan algunos indicadores de la salud infantil en el período 2012-2016. Pese a la tendencia general al descenso, existen importantes desigualdades entre localidades y grupos poblacionales según riqueza y aseguramiento, y preocupan: la elevación de la tasa de mortalidad de menores de 5 años (de 10.3 a 10.8 por mil entre 2015 y 2016); la mortalidad por IRA en aumentó; el descenso en las coberturas de vacunación de triple viral (de 98 % a 95.3 %); la prevalencia en 2016 de desnutrición global (5.1 %), crónica (17.5 %); la mortalidad por desnutrición (0.7 por cien mil) en menores de 5 años sin cambios significativos en el período, y la duración de la lactancia también sin cambios (3.1 meses en promedio) asociada con el reingreso de las mujeres a la vida laboral.

En lo referente al trabajo no remunerado, a partir de cálculos de la encuesta ENUT se aprecia una intensa división sexual entre hombres y mujeres que concentra el cuidado en estas últimas. En efecto:

Durante el periodo de agosto de 2012 a julio de 2013 en Bogotá, el tiempo total de trabajo diario de las mujeres fue de 15 horas con 1 minuto. De estas, 9 horas con 24 minutos fueron dedicadas a actividades de trabajo que es contabilizado en el Producto Interno Bruto (PIB) y 5 horas con 37 minutos dedicadas a trabajo no incluido en esta medición. El 88.4 % de las mujeres en Bogotá realizó actividades de trabajo no comprendido en el Sistema de Cuentas Nacionales (SCN) durante un día promedio, dedicando a estas actividades 7 horas y 43 minutos. Por su parte el 70.3 % de los hombres realizó estas actividades con 3 horas y 39 minutos de dedicación.9 (Cetré, 2015, p. 15)

Esto se refleja en los datos de la ENDS-2015 sobre economía del cuidado donde predominan ampliamente las actividades de limpieza y mantenimiento del hogar en las mujeres en un 69.9 % vs. 14.1 % en hombres, mientras que en las actividades de compras y administración del hogar se ubican mayoritariamente los hombres, aunque no con mucha superioridad, 31.9 % vs. 27.2 % las mujeres. Respecto al cuidado de otros, particularmente de los hijos/as menores de 5 años, la participación de las mujeres es mayor (52.5 %) que la de los hombres (31.9 %) (Profamilia, 2015). La segunda encuesta ENUT (DANE, 2017b) revela que la brecha entre géneros de participación en las labores no remuneradas se mantiene. Prevalece la participación femenina en el trabajo doméstico, de cuidado y voluntario no remunerado frente a la masculina (87.5 % vs. 64.8 %), lo que se expresa en una ocupación promedio en estas labores de cinco horas y treinta y tres minutos en mujeres y dos horas y veintidós minutos en hombres.

Adicionalmente, son relevantes los hallazgos sobre programas de atención para niños y niñas de 6 años o menos reportados por Profamilia. En la ENDS-2015, apenas el 48.9 % de los menores asiste a algún programa, la mayoría a jardín privado u oficial (60.5 %), y entre las razones de no asistencia, se resaltan el cuidado en casa (45.7 %), el considerar que el niño o niña no está en edad de asistir (35 %) y razones como el no cumplimiento de requisitos, la ausencia de cupo o la negación del servicio en cerca del 10 % (Profamilia, 2015). Conforme lo reportado por Bogotá Cómo Vamos (2017) en relación con las condiciones de niñez y juventud, en 2016 el 8.1 % de los hogares tenía barreras de acceso a servicios para el cuidado de la primera infancia y el rezago escolar10 se presentó en la cuarta parte de los hogares, indicadores de privación que alertan sobre las demandas de cuidado.

Bogotá presenta un alto nivel de desigualdad en términos de recursos económicos. Con datos del DANE de la GEIH, entre 2012 y 2016 el coeficiente de Gini se mantuvo relativamente estable (0.497 vs 0.499), inferior al promedio nacional (0.539 vs. 0.517) que no obstante mostró un descenso importante en el período (Bogotá cómo Vamos, 2017). Esta desigualdad incide en las estrategias del cuidado de los hogares. La pobreza en términos monetarios11 era en 2016 de 11.6 % de las personas, un aumento de 1.2 puntos porcentuales frente a 2015 e igual cifra que en 2012, y la pobreza extrema de 2.3 %, un aumento con respecto al quinquenio anterior, lo que en números es algo más de 1 100 000 bogotanos. En todo caso, la mayoría de los hogares de la ciudad percibe que sus ingresos solo alcanzan para cubrir los gastos mínimos (63.3 %) o no llegan a cubrirlos (18.9 %) (DANE, 2016).

Conforme la Encuesta Nacional de Calidad de Vida, la pobreza multidimensional (IPM) aumentó de 4.7 % a 5.9 % entre 2015 y 2016, aunque el porcentaje del distrito era en 2016 la tercera parte del nacional de 17.8 % (Bogotá Cómo Vamos, 2017). Sin embargo, algunos de los indicadores de privación en la ciudad son preocupantes en lo que a las condiciones del cuidado se refiere como se muestra en la tabla 3: alto porcentaje de inasistencia escolar, proporción de hogares con falta de servicios para la primera infancia, hogares con trabajo informal y hogares sin aseguramiento en salud.

Por último, existen otros asuntos que interesan a los efectos de este capítulo. En general, la alta densidad poblacional, la desorganización del transporte público, la carencia de vías suficientes y el crecimiento vertiginoso y desordenado del parque automotor generan un grave problema para las cuidadoras/es que trabajan fuera del hogar, porque a su jornada laboral deben sumarle varias horas en transporte. A estos problemas se añade la inseguridad que se concentra en las localidades con mayores índices de pobreza. Para el caso, en 2016 el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses (2018) contabilizó 1302 homicidios en la ciudad, setenta casos menos que el año anterior, y 4211 presuntos delitos sexuales, principalmente contra mujeres, casi 300 menos. No obstante, la violencia contra NNA que se denuncia aumentó en los mismos años, de 3238 a 3473 casos, y la violencia de pareja de 11 259 a 12 888 casos, principalmente de mujeres; la mortalidad por accidente de tránsito también se incrementó de 556 a 591 casos. Este panorama puede explicar los datos de la Encuesta de Calidad de Vida para Bogotá, 2016, según la cual 32.8 % de las personas se sienten inseguras en el barrio donde viven.

TABLA 3. Hogares con privaciones en indicadores básicos de pobreza multidimensional seleccionados en Bogotá y ámbito nacional en 2015


INDICADORBOGOTÁNACIONAL
Hogares con bajo logro educativo30.548.4
Hogares con inasistencia escolar41.143.5
Hogares con privación en servicios para 1ª infancia14.114.9
Hogares con trabajo infantil0.61.7
Hogares con trabajo informal13.210.9
Hogares sin aseguramiento en salud13.611.7
Hogares con barreras de acceso a servicios de salud8.08.7
Hogares con barreras a fuente de agua mejorada0.19.0
Hogares con hacinamiento6.69.3

Fuente: Profamilia (2015).