La sonrisa de Mikel

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A TODAS MIS MONTAÑAS

Una noche de insomnio me di una palmada en la frente

y comprendí que tenía que hacer un verso diferente,

con estrofas larguísimas como las cumbres de las cordilleras

que hay entre los pechos de una hermosa mujer y sus caderas,

y con un ritmo suave y cadencioso como el mar de fondo

que barre eternamente el Sur de nuestro jardín redondo.

Un verso ondulante a todas las montañas a las que he subido

y a las montañas de algunas mujeres con las que he dormido.

He subido a montañas peladas con bosques en la cumbre

y a colinas arboladas que tenían pelada la techumbre.

Frías montañas que no eran nada más que un montón de piedras,

o selvas montañosas de árboles estrangulados por líquenes y yedras.

He subido a cumbres puntiagudas donde reina la nieve

y a rampas imperceptibles donde sólo, sólo y sólo llueve.

He caminado por laderas en sombra donde olía a heno,

donde la felicidad me hacía olvidar mi espíritu sarraceno,

y he navegado por colinas saladas, con barba de nazareno,

penetrando la noche con mi vela y un farol de queroseno.

En medio de algunas montañas encontré increíbles lagunas

y en mitad de las olas del mar mágicas lunas,

pero donde descubrí las cosas más maravillosas y eternas

fue entre los pechos de una hermosa mujer y entre sus piernas.

Y cuando al final tuve que elegir entre tantas maravillas...

tantas montañas, tanto mar, y la mujer que me aflojaba las rodillas...

fui listo y me quedé con las cercanas, las que refleja el mar de mi bahía,

y con la mujer que alumbra la serena placidez del alma mía.


ATENTO MALTÉS

“Atento Maltés, atento Maltés, para Amazona”

repetía la radio del barco con voz machacona.

Yo, que ya conocía ese saludo estrafalario,

sacaba la cabeza por el tambucho para ver a Mario.

Y allí estaba sonriente en su barco pequeño y azul marino,

ajeno a la crudeza de la geografía de su destino,

pendiente de la vela, del rumbo, la radio, la cacea,

de que no se fuera al agua uno de la patulea.

Solo ha pasado un año desde los hermosos días

en que navegábamos por los estuarios y por las bahías

con los barcos cargados de mochilas, de gafas submarinas,

y de niños marcados por los bisturíes y las medicinas.

Solo un año desde el último precioso veraneo,

el último que oyó el silbido de la jarcia, el guadralpeo

de una vela, el chocar contra el mástil de una driza

o el runrún de la olita que se forma detrás de una baliza.

Nada más que un año y se acabaron para él los galanteos,

las siestas, el farniente, los desembarcos, los fondeos,

los mensajes cruzados por la radio, el marisqueo...

todo lo que atesoro de aquellos tiempos de ajetreo.

Ya no vemos en Puerto Chico su motocicleta...

todo, todo se lo robó el último golpe de claqueta.

Y ahora si consigo disfrutar de nuevas correrías,

navegar en días radiantes o hacer nuevas travesías,

me acordaré de él en el rincón de la bahía santanderina

donde volcaron las cenizas de mi amigo de la hornacina.


DESPUÉS DEL VIENTO SUR

Después de haber sido ayer una adolescente impura,

violenta, traviesa y revoltosa,

la mar hoy parece una mujer madura,

tranquila, profunda, poderosa,

y duerme en la bahía

como después de una noche tormentosa

duermes tú, vida mía.

Es bonito vivir cerca de la bahía

cuando se tiene lejos a la mujer amada:

porque me recuerda la luz de su mirada,

su ondulada sensualidad, su preciosismo,

sus sentimientos, y hasta su pornografía...

y así la soledad no me duele lo mismo.

Ayer vi a la mar en la cumbre de su concupiscencia,

de su electricidad, de su erotismo,

y hoy aplanada por un santo quietismo,

por una sospechosa imagen de condescendencia.

La próxima vez que presuma

que la mar va a cruzar esa raya

que domestica sus olas nocturnas de espuma

me iré a dormir con ella cerca de la playa.

Y así me acordaré de mi compañera,

y de aquella noche de amor tan fiera.


PRONTO SERÁS EL PÍCARO RUBITO

Cuando el Nordeste levanta borreguitos

vuelvo a escuchar tus risas y tus gritos,

cuando el mar se despeina contra el cielo

veo tu imagen con fuerzas y con pelo,

y el viento y el mar me preguntan, Carlos,

cuándo volverás a recuperarlos.

Pronto serás el pícaro rubito,

el simpático, el tierno, el desganado

que conocimos antes de la quimio:

renacerás del gordo y del calvito

como modela en un tronco abandonado

una silueta un escultor eximio.

Lleno de fuerza y de curiosidad

volverás a embarcar en mi velero,

para olvidarnos de la enfermedad

con las velas, el ancla y el bichero,

y contemplar de lejos la ciudad

donde duermen las gasas y el gotero.

Y volverás a preguntarme un nudo,

y volverás a cazar de las escotas,

y volverás a remar en la neumática,

cuando muy pronto el hombre testarudo

que patrulla por tus infancias rotas

vuelva a poner en fuga a la Antipática.

Y allí estaremos los del Corto Maltés

y los de algún otro velero

para darle los últimos puntapiés

en el trasero.


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