Comunidad e identidad en el mundo ibérico

Text
Author:
From the series: Historia
Read preview
Mark as finished
How to read the book after purchase
Font:Smaller АаLarger Aa

Tanto García Cárcel como Elliott, se preguntan respecto a la investigación de Jim la influencia de su origen norirlandés y la confrontación con los problemas inherentes a la relación entre centro-periferia, a la dinámica de la división interna de la periferia respecto a las fuerzas centrípetas del Estado, a las formas premodernas del nacionalismo y al estudio de países, cultural y religiosamente, heterogéneos.

A la presencia de una fuerte heterogeneidad religiosa y étnica dedica Manuel Ardit su aportación. Discute el impacto de la despoblación y la tensión social que produjo la segunda expulsión de los moriscos del Reino de Valencia en el siglo XVII, señalando la existencia, todavía reconocible y admitida, de una visión negativa y oportunista de la agricultura morisca; visión que tiene su origen en las fuentes del siglo XVII y que continúa en la época actual. Ardit explica cómo la investigación de Jim, basada sobre trabajos de difícil acceso en España, ha servido para proponer una interpretación, reelaborada años después y modificada, que evidencia la consecuencia positiva para los españoles, más allá de lo negativo, de la expulsión.

El tema de moriscos, o para ser más precisos, el de los mudéjares antiguos, es retomado por Bernard Vincent, quien plantea cómo la cuestión morisca no se resuelve con la expulsión de 1614 y debe ser estudiada partiendo de los siglos precedentes y analizando las complejas pero interesantes relaciones, primero, con los cristianos pero, también, entre los distintos grupos de población musulmana. Así, la diferencia entre moriscos antiguos y granadinos es total para el período posterior a 1570. Por ello en esta propuesta de Vincent habría que distinguir entre diversos grupos de moriscos.

El vocabulario viene en nuestra ayuda para obligarnos a revisar la denominación genérica muchas veces empleada: así, al hilo de la documentación nos encontramos con mudéjares (a secas), antiguos (a secas también), convertidos, mudéjares antiguos, moriscos antiguos, moriscos mudéjares antiguos o simplemente moriscos. Vincent propone elegir la expresión mudéjares antiguos para definir, genéricamente, la categoría. Las cinco villas del Campo de Calatrava (Aldea del Rey, Almagro, Bolaños de Calatrava, Daimiel y Villarubia de los Ojos) y los seis pueblos del Valle de Ricote (Villanueva del Segura, Ulea, Abarán, Blanca, Ricote y Ojós), demuestran que la categoría mudéjares antiguos existió en muchas partes durante el siglo XVI.

A esta situación se suma el distinto origen del morisco: granadino, valenciano, aragonés, catalán, del valle de Ricote, lo que demuestra que se trata, en definitiva, de un grupo necesitado de estudio para así profundizar en las diferencias de tal diversidad, especialmente en el caso de los mudéjares antiguos (moriscos convertidos en época precedente a la expulsión del siglo XVII).

Si la historia de los moriscos exige plantear la cuestión de la diferencia religiosa y de la conversión, una reflexión sobre los cambios confesionales y la diversidad religiosa es propuesta por Jim Amelang. El cuál dedica su contribución a explicar la experiencia personal de la religión a la luz del cambio confesional en la Europa de la primera reforma protestante y, después, de la católica. El centro del análisis de Amelang es una obra de género autobiográfico publicada en 1621 por un desconocido autor español, autodefinido como católico de nacimiento, pero pronto convertido al protestantismo.

La Europa de este período, recuerda Amelang, está influenciada por la presencia de hombres y mujeres que emigran por motivos confesionales. Un dato que refleja la compleja relación política, diplomática y militar, más allá de la religiosa, entre varios países europeos. Es evidente la fluidez de la definición de confesional y religiosa –todavía poco estudiada–, que recuerda las grandes distinciones, como la de catolicismo y protestantismo, que no se oponen necesariamente por razones doctrinales cuanto, sobre todo, por motivos diversos de orden político y económico.

El sugerente texto de Amelang, refleja cómo en la confesionalmente desunida Europa, se producían migraciones por razones de fe. De la misma manera que las habían en el siglo XIX por razones políticas. Es ésta una línea de investigación que pretende demostrar que la heterodoxia formaba parte de un tejido social en el que se entrelazaban la política y la economía. 24

Los nombres de Adrián Sarabia, Rafael Carrascón o Jaime Salgado jalonan este juego de ida y vuelta que su autor nos anuncia que convertirá en libro sobre los intercambios espirituales entre España e Inglaterra en los siglos XVI y XVII.

Señala, cómo el acceso a los textos que tratan de la experiencia personal de la religión y de la conversión –como en general la escritura autobiográfica y la tradición de la biografía espiritual– revelan aspectos sobre los cuáles queda, todavía, mucho por indagar; por ejemplo, el modo de entender la fiscalidad y la dimensión profundamente corpórea de la religión como un elemento de decisiva diversidad entre catolicismo y protestantismo. Amelang llama la atención sobre la necesidad de un análisis más amplio sobre la dimensión individual de la conversión que no siempre sigue criterios geopolíticos preestablecidos.

El problema de la diversidad religiosa enfrentada a una óptica de género, y desde un punto de vista completamente distinto, es el que dedica Silvia Evangelisti a la presunta conversión de los indígenas del Nuevo México gracias a la obra de los misioneros franciscanos. También encontramos a la prolífica escritora mística española, María de Jesús Ágreda, famosa por su relación de amistad espiritual con el rey Felipe IV. Centrando la atención sobre un texto que contiene la relación oficial de la actividad misionera de los franciscanos, publicado en Madrid en 1630, retoma un episodio poco estudiado de la vida de esta monja relativo a su milagrosa aparición en Nuevo México, donde se dedica a predicar el evangelio provocando la espontánea conversión de las masas.

Evangelisti recuerda cómo el uso de figuras y símbolos femeninos puede resultar extremadamente funcional para la propaganda católica, y en particular la relativa a la misión franciscana dentro de la poderosa religiosidad barroca inclinada a lo sobrenatural. Puede ser alentada una rigurosa distinción de género en referencia a la esfera masculina del discurso político relativo a la expansión colonial y a la conquista.

A la familia y a la dinámica social en la que ésta se encuentra implicada dedica su atención Richard Kagan. Ofrece una brillante discusión en la que examina un género particular de escritura histórica y de una gran resonancia en toda Europa y en España que, desde el siglo XIV, compartía la fascinación de toda Europa por los escudos de armas, la heráldica y los elaborados árboles genealógicos: nos referimos a la genealogía familiar. La invención de la memoria y la manía genealógica tiene en los genealogistas y sus obras un verdadero campo de estudio e investigación. El afán por el ennoblecimiento de los orígenes para ascender en la escala social o verse libre de la persecución que originaba la limpieza de sangre, eran los motivos que justificaban esa llamada «fiebre genealógica española». Se trata del proceso de reputación que abre la puerta de la movilidad social. La historia genealógica, o como afirma Kagan, la «genealogía de la reputación», se convierte en un instrumento fundamental para la realización de la movilidad social. Salazar de Mendoza, Luis de Salazar y Castro, Gonzalo Argote de Molina, Alonso López de Haro, Francisco de Cascales, José de Pellicer Ossau y Tovar, son algunos de los nombres de este repertorio de notables escritores dedicados a dar lustre y buscar nobles antepasados que limpiaran de sospechas las intenciones y deseos de promoción social.

Inmaculada Arias aborda la dinámica de la integración familiar volviendo sobre el tema de los moriscos y de la integración de la nobleza morisca en la sociedad cristiana y en la oligarquía castellana, tomando en consideración el caso de una de las más importantes familias de Granada que permanecen en la etapa posterior a la conquista cristiana: los Granada Venegas. Observa cómo la nobleza musulmana se presta a la colaboración con los católicos.

La dinámica de integración prevé una trayectoria típica que incluye la conversión, la adquisición de tierras, los mayorazgos, el acceso a los cargos públicos y a las órdenes militares y la fabricación de genealogías inventadas. Se apoya en particular sobre la mujer del casado, observando que se trata de elementos fundamentales para la realización de una política matrimonial de éxito con la creación de parentelas con familias cristianas y con las instituciones monásticas femeninas; particularmente funcionales en el proceso de ascenso social perseguido por las élites.

Una perspectiva interesante en el estudio de Arias es que deja entrever un cambio de criterio en las pruebas de limpieza de sangre como consecuencia del caso específico de la ausencia de sangre musulmana; en función de un mayor relieve a los méritos y oficios obtenidos.

La contribución de Geoffrey Parker es novedosa y con sugerencias para poner en relación coyunturas recesivas en función del clima y las guerras. Se trata de considerar los recursos naturales y la historia del medio ambiente.

La crisis europea de 1590 coincidió con una anomalía de gran envergadura en el clima, produciéndose sinergia de guerra y clima. El estudio de Parker propone una revisión de las fuentes: arqueológicas, pictóricas, narrativas, de acontecimientos y tener en cuenta la polinología, glaciología, núcleos de hielo; a las que se podría añadir una propuesta hecha en su día por Bartolomé Bennassar en su estudio sobre Valladolid, como las fechas de recogida de la vid; se trata, en definitiva, de revisitar Annales incluyendo el espacio pero no sólo como ubicación humana sino en relación con las acciones de la naturaleza.

 

En perspectiva comparada, Parker, hace referencia a las guerras en Asia oriental en período de cambio climático; a las lluvias torrenciales en China, 1592-1596 y al período de sequía en el imperio otomano entre 1591-1596 o a las fuertes heladas en el Zuider Zee (Países Bajos) en el invierno de 1594-1595.

La contribución de Xavier Gil Pujol, pone de manifiesto el interés y la importancia de las lenguas en el dominio y expansión de los imperios y de las sociedades. La asociación entre lengua y nación parecía obvia. Sin embargo, no eran tanto las lenguas como las leyes, en palabras de Gil Pujol, y privilegios lo que en aquella época mejor definía a una comunidad y le confería una identidad verdaderamente diferenciable.

Los Príncipes ejercían su soberanía sobre territorios con diversas lenguas, leyes y jurisdicciones. Pero era evidente que el dominio de las lenguas permitía un mejor conocimiento del territorio y una mejor consideración de los vasallos respecto a su soberano. Lengua y poder político se unían en unos dominios pluriterritoriales y plurilingües que iban de la mano con los descubrimientos y la evangelización. El aserto de Nebrija: la lengua fue compañera del imperio se cumplía en la España de los siglos XVI y XVII.

Sin embargo, paulatinamente, la homogeneidad y el predominio de una lengua sobre una comunidad determinada que estaba teniendo homogeneizaciones forzosas en el ámbito de lo religioso y de sus propios gobernantes, comenzó a formar parte del presente de las generaciones de la Monarquía Hispánica. Los ejemplos de los Reyes Católicos al prohibir el uso escrito y hablado del arábigo, norma recogida en las concordias de 1526 y 1528, o el ejemplo de un certamen barcelonés en 1580 al que concurrieron cinco poemas en catalán, tres en latín y dieciocho en castellano, reflejan la tendencia e inflexión centralizadora y unificadora que se estaba produciendo.

Resulta de enorme interés la conclusión a la que llega Xavier Gil en su colaboración tras una erudita demostración del conocimiento de textos de época: la Monarquía puso diligencia en fomentar y asentar el uso del castellano como lengua común efectiva, no tanto en el desplazamiento de las restantes. Pero el resultado fue que la lengua común que el castellano alcanzó a mediados del siglo XVI, consolidó y provocó cambios sensibles en los usos de las otras lenguas vulgares, generó formas de bilingüismo o plurilingüismo en esos otros reinos y arrinconó, paulatina e inexorablemente, la lengua culta: el latín.

Por último, Francisco Chacón Jiménez, preocupado por la organización social y su casuística y explicación, pone en relación: individuo, familia y comunidad que traslada a: biografía, genealogía y relación social, como factores de explicación social. Es decir, el corazón del análisis se traslada hacia las interacciones e interrelaciones que explican la jerarquización del sistema social y sus propias contradicciones.

Las bases sobre la que se asienta la jerarquía social y el sistema que explica las desigualdades, son los dos grandes objetivos que intenta explicar en su texto. Los vínculos sociales y los lazos personales, dentro de la dependencia, la desigualdad y la dominación reflejados en el sistema clientelar y puesto en práctica en las distintas instituciones: iglesia, concejos, señoríos, inquisición, en las que se desenvuelven y viven, cotidianamente, los individuos, constituyen y conforman la realidad social. El sistema feudo-vasallático de vínculos personales de carácter vertical que arranca de la Corona y desciende por toda la pirámide social, se encuentra condicionado por las clientelas locales, ya que mientras éstas no se diluyan el proceso de formación del estado centralizado se encontrará condicionado. Lo que explica la continuidad y perdurabilidad de dichas clientelas hasta el siglo XIX. Lo que pone en cuestión el esquema evolucionista-tau-tológico y demasiado lineal y simple del paso de regidor del XVI-XVIII que se convierte en el cacique del siglo XIX.

Concluiríamos con palabras de su maestro: «La historia social y cultural no se puede separar de la historia política, como tampoco la historia política se puede separar de la cultural y social. Jim siempre ha sido consciente de su estrecha y continua interrelación, y esta conciencia intuitiva de la telaraña sin costuras del pasado ha hecho de él el fino historiador cuya obra festejamos en este volumen».

FRANCISCO CHACÓN JIMÉNEZ

Universidad de Murcia

SILVIA EVANGELISTI

University of East Anglia

* Nuestro más sincero agradecimiento a la profesora Mia Rodríguez Salgado, que ha participado en el simposio, y no ha podido finalizar su contribución a tiempo por lo que no la hemos podido incluir en la publicación.

1 John Elliott (2012), Haciendo Historia, Madrid, Taurus, 55.

2 Véase Richard L. Kagan (ed.) (2002), Spain in American: The origins of Hispanism in the United States, Urbana y Chicago, University of Illinois Press; Richard J. Evans (2009), Cosmopolitan Islanders: British Historians and the European Continent, Cambridge, Cambridge University Press.

3 The history of the family, 1989 (trad. española, 1990); The early modern Spain. A social history, 2001 (trad. española, 2001); Family and community in early modern Spain: the citizens of Granada, 1570-1739, 2007 (trad. española, 2007); Familia y sociedad en el Reino de Granada durante el Antiguo Régimen, 2008, que contiene 8 artículos publicados entre 1985-2005.

4 John Elliott (ed.), (1991), El mundo hispánico, pp. 185-202, Crítica, Barcelona.

5 «La famille espagnole et europeenne aux XVIe et XVIIe siecles», Revue d’Histoire Moderne et Contemporaine, nums. 41-42 (abril-junio 1994), pp. 314-328.

6 Francisco Chacón Jiménez, Antonio Irigoyen López, Eni de Mesquita Samara, Teresa Lozano Armendares (eds.), 2003, Sin distancias. Familia y tendencias historiográficas en el siglo XX, pp. 25-45; colección Mestizo, Universidad de Murciauniversidad Externado de Colombia, Murcia.

7 Pedralbes, 23, 2003; 779-796.

8 Santiago Castillo (1991) (coord.), La Historia social en España. Actualidad y perspectivas, Siglo XXI, Madrid.

9 Julián Casanova (1991), La historia social y los historiadores, Crítica, Barcelona.

10 Ayer (2006), Miguel Ángel Cabrera, «Más allá de la Historia Social». Revista de la Asociación de Historia Contemporánea, Madrid.

11 Historia Social (2008), «20 Años de Historia Social 1988-2008», 60, pp. 5-128 y pp. 129-252.

12 James Casey (1995), «Patriotism in early modern Valencia»; en nota 3, texto John Elliott en este mismo libro.

13 Arlette Farge (1991), La atracción del archivo, p. 74, Instituto Alfonso el Magnánimo, Valencia.

14 Julián Casanova (1991), La historia social y los historiadores, p. 66, Crítica, Barcelona.

15 Aunque participó en la reunión de 1 de Julio de 2010, a la profesora Mia Rodriguez Salgado (London School of Economics): «The forgotten friend: Charles V and the King of Tunis» no le ha sido posible entregar su texto. Sin embargo queremos dejar testimonio de su presencia y participación.

16 The Kingdom of Valencia in the Seventeenth Century, 1979 (Cambridge University Press, Cambridge); traducido al castellano (1979), siglo XXI y al catalán (1981), Curial.

17 Francisco Chacón Jiménez (2011), «Familia, sociedad y sistema social. Siglos XVI-XIX», en Francisco Chacón Jiménez y Joan Bestard i Camps (dirs.), Familias. Historia de la sociedad española (del final de la Edad Media a nuestros días), pp. 325-444, Cátedra, Madrid.

THE REFORMED SPANIARD: CAMBIOS E INTERCAMBIOS CONFESIONALES ENTRE ESPAÑA E INGLATERRA

James S. Amelang

History, Grand Valley State University (Michigan)

Se ha escrito mucho sobre las relaciones entre la España moderna y las islas justo al norte de ella, es decir, las dos esferas de la vida y trabajo de James Casey. Jim destaca entre los hispanistas por muchas razones, y una de ellas es la tenacidad con que se ha esforzado en buscar una salida a la sempiterna trampa de ver a Inglaterra y a España como enemigos eternos, además de haberse encaminado cada uno de estos países por senderos históricos opuestos, el primero de éxito y el segundo de fracaso.

Desde luego existen muchas pruebas de la larga conflictividad entre españoles y británicos.1 Hace sólo dos semanas participé en un congreso en Valladolid que tuvo lugar en un lugar muy curioso, el colegio jesuita inglés de St. Albans. Allí, a pocos metros del llamado Corredor de los Mártires –decorado con una serie de retratos que reflejaban las torturas que esperaban a sus alumnos tras su graduación– una docena larga de estudiosos dedicamos un par de días a hablar de una mujer igual de curiosa, doña Luisa de Carvajal y Mendoza, aristócrata española objeto de una biografía reciente de Glyn Redworth. Carvajal fue introducida subrepticiamente en Inglaterra por los jesuitas en 1605, después de renunciar a sus considerables bienes terrenales y de hacer voto de martirio. Allí puso en marcha una misión personalísima cuyo objetivo era la recuperación de ese malaventurado país para la Iglesia católica. Las circunstancias eran poco afortunadas –la llamada Conspiración de la Pólvora fue descubierta justo antes de su llegada– y no dispuso de la posibilidad de circular libremente tal como esperaba. De todos modos, se enfrentó con todas sus fuerzas a los perseguidores de su fe y fue detenida dos veces por predicar el catolicismo en público y por mantener lo que las autoridades locales sospecharon que era un convento clandestino. Otra pizca de mala suerte: en vez de convertirla en mártir, como era su ferviente deseo, esas mismas autoridades la excarcelaron ambas veces. Después de su muerte en 1614, el embajador conde de Gondomar envió su cadáver y sus papeles personales a España, manifestando la esperanza de que no tardaría en ser canonizada.

Las numerosas cartas escritas por Carvajal durante su década londinense son fascinantes. Nunca menguó su entusiasmo por la causa y, como era de esperar, confiaba firmemente en que sus esfuerzos contribuyeran significativamente a la restauración de la fe verdadera. Esperaba mucho de y para Inglaterra, aunque era suficientemente realista para reconocer los defectos de aquel país, entre ellos el tiempo abominable, una gastronomía aún peor y unos precios exorbitantes en Londres. Pero ninguno de estos obstáculos la disuadió de sus propósitos. Por eso Luisa de Carvajal tal vez sea la persona equivocada con la que iniciar un texto sobre cambios confesionales: su fervor religioso nunca menguó a lo largo de su vida tan singular. Pero Carvajal sólo era una de las personas que se movió entre España y Gran Bretaña durante la época moderna. Gracias a su epistolario, tan abundante, y su visibilidad dentro de varios contextos documentales, sabemos bastante sobre ella. Y gracias también a las investigaciones de estudiosos como Gordon Kinder, Albert Loomie y otros especialistas de la conexión anglo-española, estamos cada vez mejor informados sobre muchos de los otros individuos que probaron suerte en ambas direcciones, en búsqueda de riquezas, conocimientos, salud espiritual y servicio a un amplio abanico de ideales e intereses.

 

Quisiera en estas pocas páginas echar una mirada a una de estas figuras, alguien que podría ser definido casi literalmente como el polo opuesto de Luisa de Carvajal. En 1621 una tal «John Nicholas and Sacharles» –una traducción muy literal, uno sospecha que los nombres originales pudieron ser Juan [o Joan] Nicolás y Sacharles– publicó en Londres un opúsculo con un título francamente delicioso: The Reformed Spaniard. Es un texto bastante breve, de unos veinte folios. Una nota al principio explica que fue escrito (e impreso) originalmente en latín, y luego traducido a tiempo para la reunión del sínodo de Londres del mismo año. El autor se identifica como español y católico de nacimiento. Aunque no dice nada sobre sus orígenes geográficos y sociales, podríamos suponer por sus apellidos y los pocos detalles biográficos que deja escapar que era catalán o tal vez aragonés.

La temática principal de este folleto es la conversión, incluyendo las razones que la motivaron. El rechazo del catolicismo por el protestantismo por parte de Nicolás tuvo unos comienzos muy lentos; según él empezó durante su adolescencia, cuando se dio cuenta de que no había verdad en muchas de las cosas que le habían enseñado. La primera duda que menciona, que ubica en sus «años de discreción», es la sospecha de que la transformación del pan y vino en el cuerpo y la sangre del Señor era «una mera ficción» [A3]. Esta y otras dudas comenzaron en 1596, nos explica, cuando asistía a las muy concurridas lecciones públicas de Bartomeu Hernández, profesor de la universidad de Lleida. Gracias a su influencia empezó a sospechar de la doctrina de la transubstanciación, «que presume de colocar el cuerpo de Nuestro Señor en muchos millones de lugares en el mismo instante de tiempo» [A5]. Es especialmente interesante que el autor atribuya a Hernández un propósito deliberado de plantar la semilla de la duda, a través de una sutil estrategia de poner en evidencia fallos en la doctrina oficial de la Iglesia.

Sin embargo esto no era suficiente para provocar una ruptura con la fe en la que se había criado. Nicolás nos informa que siguió negando la verdad durante nueve años más: incluso cuando cumplió dieciséis años se hizo fraile jerónimo. Acabó estudiando en el colegio de la orden en el monasterio de El Escorial, donde experimentaba «ninguna alegría, ningún consuelo, ninguna quietud ni tranquilidad de conciencia» [B1]. Al contrario, mientras mostraba exteriormente entusiasmo por las misas, ponía mucho tiempo y diligencia en «examinarme a mí mismo». No por casualidad (al menos para un protestante en ciernes) es aquí donde el lector le encuentra citando la Biblia por primera vez, en este caso I Corintios 11:28 («Probet autem seipsum homo»). Pero los resultados no eran alentadores. No encontraba ninguna justificación bíblica de la misa, ni de la transubstanciación (la palabra clave aquí es «bíblica»; como acabo de sugerir, citó la Biblia varias veces, y parece haber sentido una atracción especial hacia el libro de la Revelación). Otras cosas también le molestaban. En primer lugar las diferencias entre los catecismos pontificio y español en torno a, por ejemplo, cuál de los Diez Mandamientos tenía prioridad. A Nicolás también le preocupaba la contradicción entre la llamada de Cristo a todos los fieles a beber del cáliz, y cómo el catolicismo había transformado esta invitación abierta en un privilegio reservado exclusivamente al clero. Sobre todo no tenía ninguna confianza en la Iglesia como institución, que veía dominada por «el orgullo luciferiano del Anticristo romano... el jefecillo [ring-leader] de los Hipócritas» [B2].

Sin embargo flaqueaba. Cada vez que se sentía con suficientes fuerzas para dejar atrás esta Babilonia, se sentía inhibido por su atracción hacia la Virgen María (en efecto admitía que tenía una media docena de imágenes de ella en su celda). De todas formas, esta devoción se debilitaba y acabó de una forma inesperada. Mientras leía un libro en la biblioteca de El Escorial (de la cual fue responsable durante un breve período de tiempo) encontró un pasaje en un texto de un dominico español sobre el rosario, que interpretaba como una referencia al estímulo sexual que sentía el creyente cuando contemplaba los pechos de María. Esto, nos dice, le puso enfermo, y literalmente «enfrió» (son sus palabras) su lealtad a la Virgen. A partir de ese momento entendía que existía «un único abogado con Dios el Padre, es decir, Jesucristo» [B3-4].

La suerte estaba echada. Volvió a su tierra natal –otra vez, sin identificarla– y sin perder tiempo viajó a Roma (para dar a su antigua fe una últi-ma oportunidad, nos dice), para acabar en Montpellier, donde abandonó su hábito monástico y se hizo miembro de la iglesia Reformada. No pudiendo predicar por su falta de conocimiento del francés, se dedicó a estudiar medicina. Tuvo un último contacto con su familia, provocado por el intento desesperado de un hermano y un primo (que era sacerdote) de convencerle que volviera al catolicismo. Entre los muchos motivos de hacerlo, le explicaron, estaba la amenaza de que sus doce sobrinas nunca pudieran casarse por la infamia de ser parientes de un hereje. Por «el honor de nuestro linaje y sangre», le instaron, debería volver a la grey [C2]. Pero Nicolás se mantuvo firme en su determinación de seguir siendo protestante, y finalmente se doctoró en medicina. Practicó como médico en el sur de Francia y en ocasiones participó en disputas públicas con jesuitas y otros sobre los sacramentos y otras cuestiones teológicas. Al mismo tiempo se iba familiarizando cada vez más con las doctrinas calvinistas, e incluso llegó a traducir un tratado (no identificado) escrito por el predicador hugonote Pierre du Moulin. Cuando su familia ofreció una recompensa por su muerte, decidió refugiarse en Inglaterra. Sobrevivió a un intento de asesinato en Londres, donde fue atendido por el médico real (y también hugonote) Théodor de Mayerne. Y allí, en vísperas del sínodo de la Iglesia anglicana de 1621, acabó con la redacción del resumen de lo que había sido una vida espiritual bastante turbulenta hasta aquel momento.

Pocos dudarían del interés de un texto semejante. No obstante, muchos aspectos de ello distan de estar claros. Un primer misterio es obviamente la cuestión de la identidad del autor. No tengo la certeza de que nadie llamado Nicolás y Sacharles haya existido, al menos bajo este nombre. Incluso (hasta el momento) no se puede garantizar que haya un auténtico español detrás de este escrito. Lo que motiva estas dudas es sobre todo la abundancia de los tópicos presentes en la narración. Se ve con facilidad que muchos de los detalles ostensiblemente personales se encuentran también en otros textos polémicos contemporáneos. Estereotipos de esta índole incluyen la familia española dispuesta a contratar asesinos para proteger su honor católico ofendido, o la mención de los triunfos dialécticos de Nicolás en las disputas públicas sobre cuestiones controvertidas de teología (algo que Luisa de Carvajal también relataba con cierta complacencia). Por no hablar de la visita a la misma cueva de la iniquidad, Roma, que servía sólo para confirmar su decisión de romper con la Iglesia, etc., motivo que encontramos en los escritos de Lutero, un cuento de Boccaccio y varias fuentes folklóricas. Todos estos temas se encuentran fácilmente en otras partes y, tomados en su conjunto, pesan algo en contra de la credibilidad del autor, fuera quien fuera.

Pero más allá de estas dudas, una de las facetas más intrigantes de este relato es la semejanza tan estrecha que mantiene con determinados aspectos de la vida de Luisa de Carvajal. Y llama la atención que, aunque aparentemente Nicolás y Carvajal nunca estuvieron en el mismo lugar en el mismo tiempo, existían varias vinculaciones indirectas entre ellos. Para empezar, Gondomar poseía un ejemplar de la versión latina del librito de Nicolás en su biblioteca personal, dentro del apartado bastante extenso de libros prohibidos (el diplomático gallego disponía del permiso de la Inquisición para coleccionar y leer obras heréticas). Además, hay el curioso dato de que el libro de Nicolás, e incluso tal vez el título, podían haber sido inspirados por una obra anterior del teólogo puritano William Perkins, A Reformed Catholic, publicado originalmente en Cambridge en 1597, y reeditado en Londres en 1617, poco antes de la aparición del opúsculo de Nicolás. Este era un texto muy conocido que trataba la misma temática que la del español, es decir, las diferencias entre el catolicismo y el protestantismo. También dio lugar a una cadena de respuestas, incluyendo una primera réplica escrita por un anónimo exiliado católico inglés, seguido por un libro llamado A Defence of the Reformed Catholic, que salió en Londres en tres tomos entre 1606 y 1609. Esta última polémica era obra de un tal Robert Abbot, obispo de Salisbury. Éste resultó ser el hermano de George Abbot, el individuo al que Luisa de Carvajal se refirió como el «falso obispo de Canterbury», un «insolente instrumento del infierno» y una «bestia terrible» porque como arzobispo de Canterbury persiguió a Luisa e incluso la interrogó personalmente después de su segunda detención, de la cual se jactó de ser responsable.