Read the book: «Lo que hicimos»
ESTE LIBRO SE ESCRIBIÓ CON EL APOYO DEL FONDO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES A TRAVÉS DEL SISTEMA NACIONAL DE CREADORES DE ARTE.
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© 2018 Tedi López Mills
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Edición digital: 2021
ISBN: 978-607-8764-42-6
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Tedi López Mills Lo que hicimos
[Textos escritos a partir de frases tomadas de las Iluminaciones de Arthur Rimbaud. En el índice aparecen las frases.]
Lo que hicimos
Tedi López Mills
1.
Cualquier cordillera serviría, aunque los Alpes (según me dicen) retienen la historia de sus cimas, una capa de palabras que las describe cuando uno la observa desde abajo como siempre, aunque nunca es así, aclara la Señora, dándonos un reglazo en los nudillos: “¡No son capas las palabras y jamás se observan!” Pero al menos hoy no me disuaden los golpes. Capas esconden capas y después huecos si falla el sistema. ¿Has visto un oquedal, un verdadero oquedal? Hay simulacros peores que los sinónimos y los hoyos que van dejando. Un sotobosque, por ejemplo, ¿qué podría hacer o construir en medio del camino para que notáramos su contraste con la luz? Quizás una sombra arbórea, un retazo de follaje caído en el pavimento y luego los residuos con su propia idiosincrasia. La Señora instaló un piano en los Alpes –fue un martes, creo– con la idea de recomponer la partitura que le había fallado a ras de tierra y de averiguar cómo sonaban las notas en la atmósfera más exigua. La Señora *** tenía aspiraciones; sus dedos sutiles en las teclas (según ella) eran prueba de su juventud. Aunque tú y yo tenemos otro recuerdo, el manoseo en la escalera estrecha, el hielo contrito en la imaginación, las escarchas furtivas en el vidrio de tu aliento en mi boca. Giramos hacia una orilla: uno y dos y tres se convirtieron en el principio de una anécdota que se llamó curiosa. No dimos el cuarto paso por miedo a caernos. Diez albañiles clavaban sus picas en la grava sin los Alpes al fondo. Un idioma no se oye bien en otro idioma.
2.
La niña con el labio de naranja o la muchacha de los labios anaranjados o la niña con los días contados sin la naranja en los labios o la muchacha en el viento con las cáscaras de naranja pegadas a la piel sin los labios en la cara. Cuesta lo mismo venderlas que comprarlas. Gratis no sirven. Ofrezco cuatro por dos o seis por cuatro. Pierdo amigos según las sumas y las restas. Antes vi flores donde había apenas los alambres de una reja antigua. Mis cuadrúpedos de hoy no son hermosos, no se estiran bajo ningún sol que al cabo los fastidie; me ignoran cuando los llamo. Entre una ventana y otra puede inventarse un país. Eso he notado mientras cuento y descuento. Nadie me dijo hija, nadie me puso nombre. La niña o la muchacha abren los surcos que hacen falta para resguardarse de la lluvia o la imagen de la lluvia o mi voz cuando la oigo en el cuarto frente a un espejo donde la niña o la muchacha fabrican las mentiras del caso. Está prohibido revelarlas salvo si llega un extranjero pidiendo instrucciones: “Se da usted la vuelta hasta topar con pared y ahí se rinde”. La niña o la muchacha me tienden la mano, me conducen por la brecha, me hablan de las naranjas que hallaron junto a un río de basura. Eran naranjas secas. En un barrio cercano la gente orina en las cloacas cuando los techos se desploman. Es la historia del día.
3.
No habrá nada mejor si nos invoca de pretexto la hora del tedio. Yo he visto el transcurso, la empatía, las piedras que embonan por la facilidad de un esquema. Cuando te lleve, ¿me traes? Cuando te mencione que antes el querido cuerpo, el querido cuerpo, querido corazón querido corazón se refugiaron en las zonas ásperas, ¿me creerás sin reclamarme la sorna? No divido regiones. Lo sé: mi viaje deja que desear; el tiempo de acá, con su madera, su ruido, sus varillas, el timbre de lejos o la música en la cortina, improvisa una cantidad vacía del otro lado que termina por llenarse de tropiezos o aduanas o cuarteles donde tres soldados empinan a un joven y lo embisten muy señorialmente mientras le susurran con suavidad que eso se llama destino y placer. Querido cuerpo, ¿te estoy usando? A mitad de tus huesos, con la forma exacta de un esqueleto y una persona encima, hay una grieta y detrás un muro blanco sin clavos; es una figura moral, una ausencia de temas. El querido corazón es otro asunto precisamente porque es querido. Me aconsejas que lo rompa: tú me ayudas. Ayer tuve instintos; hoy los rebaso con explicaciones. No hay remedio para la cabeza más que aumentar el volumen. Pienso en los colores nuevos, en los ritmos nuevos. La Señora recomienda que busquemos la “verdadera vida”. Lo suyo es la alquimia nocturna: carbón con oro y al final torres de marfil o alabastro. Pero tú y yo nunca llegaremos tan lejos.
4.
La tía de la comarca aledaña, la tía de las bolsas amarradas con bolsas en una bolsa, la tía que nos ofrece galletas o chocolates o paquetes pequeños de papel aluminio con pollo crudo adentro; la tía gorda con su delantal sucio o mojado, la tía de viernes a lunes, la hermana del papá, la cuñada de la Señora, astuta según el tamaño del propósito, tonta cuando no hay ardid que la provoque; la tía herida por el tío que huyó a una guerra, cualquier guerra, la reciente o la anterior, la tía de mí y de ti, la tía que extiende pedazos enormes de plástico en su patio y los cubre de agua y los rodea de polvo y le grita a su hijo, el primero: “Ven al mar”, y sale el hijo, nuestro primo, y se mete de nuevo a la casa y vuelve a salir con su carreta y se para en el polvo, y te digo: “La carreta del primo rechina en la arena”. Y me reclamas lo fácil de la burla: nada hago yo para contribuir a la distribución de las aguas, pero no me asusta más el reclamo que ese mar de plástico ni que esa arena de polvo. La comarca aledaña suele disolverse por las tardes. Me preguntas por la niña muerta, por los rosales, por el final de un acertijo que ya no recuerdas: “Hay que llegar a tiempo a la casa del teniente, a tiempo, si no la tuerca del reloj se cae y aparece un soldado y repite un refrán...” ¿Cuál es? Ninguno es uno. Sin el mar de plástico no habríamos visto el fondo.
5.
Están lavando ropa las señoras en la azotea por la mañana, cantando a veces o silbando, mientras se acumula el proceso de lavar y exprimir y llenar de nuevo las tinajas y meter más ropa. ¿Cómo se llama el episodio? No eran de luz los minutos que se iban esfumando ni había calcas de cada escena: la Señora dueña de la casa y sus diminutas colegas en la azotea, tallando, no eran sucedáneas de otra ocasión. Debe haber una clave en este enredo que no hemos resuelto entre las palabras elegidas: la melancólica lejía en tu rodilla fue un comienzo, ¿te acuerdas?; los cañones se habían hundido en el desierto a esas alturas; “Ahí está la guerra”, me señalaste, a una orilla con las flamas y las púas y las vacas hinchadas cerca de las trincheras. Ahí está el fuego, pienso, que ya estuvo, aunque eso es trampa, poner la imagen en un lugar que ya la acogió. La lejía en tu rodilla por melancolía no va a matarte sino a esparcir la rima por tu pierna y después tu otra pierna hasta que el código se difunda y lo descifre yo y cumpla con el protocolo de las conclusiones inhibidas por la trama.
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