Read the book: «Enamorada De Una Estrella»

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Victory Storm


Enamorada de una estrella

Tabla de contenidos

  ENAMORADA DE UNA ESTRELLA Victory Storm

  PRÓLOGO

  1.

  2.

  3.

  4.

  5.

  6.

  7.

  8.

  9.

  10.

  11.

  12.

  EPÍLOGO

ENAMORADA DE UNA ESTRELLA
Victory Storm

Texto copyright © 2020 Victory Storm

Correo electrónico de la autora: victorystorm83@gmail.com

http://www.victorystorm.com

Traductor (inglés à español): Arturo Juan Rodríguez Sevilla

Editorial: Tektime

Este es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan ficticios.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte del libro puede ser reproducida o difundida por ningún medio, fotocopias, microfilm u otro, sin el permiso del autor.

Portada: diseño gráfico Victory Storm - Enlace: https://stock.adobe.com

Leny tenía solo dieciséis años cuando se quedó sola tras la partida de su querida prima Emily y su mejor amigo Chris en busca de suerte en el mundo del cine.

Han pasado siete años desde entonces y la vida de Leny es ahora una caída al abismo después de perder su trabajo y dejar a su novio, mientras que las dos personas más importantes de su vida se han convertido en famosos de Hollywood.

Justo cuando todo parece perdido, los célebres Emily Keys y Chris Hailen regresan a su ciudad natal.

¿Podrán Leny, Emily y Chris superar esos largos años de distancia y volver a encontrarse?

¿Logrará Leny confiar en su prima y declararle por fin sus sentimientos a Chris?

PRÓLOGO

Octubre de 2011

Los conductores terminaron de cargar el equipaje en los dos coches negros, demasiado lujosos para no atraer las miradas curiosas de todo el pueblo.

―Este es el momento de la despedida ―dijo la madre de Emily con los ojos aún hinchados de llorar, después de los últimos días que había pasado discutiendo para acabar rindiéndose tristemente a la decisión de su hija y permitir que se fuera para buscar su destino y hacer realidad sus sueños.

Emily corrió hacia ella entre lágrimas de exaltación y ansiedad por esa partida inminente y bastante precipitada.

―Me encantaría que pudieras venir conmigo ―le susurró al oído mientras la abrazaba con fuerza.

―Sí, a mí también, cariño ―suspiró dolorosamente su madre, pensando en las obligaciones que la mantenían anclada a ese pequeño pueblo y sus habitantes. Tenía un trabajo y su jefe se había negado a concederle un permiso de tres meses, amenazando con echarla. No podía dejarlo y quedarse sin dinero. Tenía responsabilidades y ahora estaba sola. Además, si las cosas no le iban bien a su hija, tendría que volver a sostener económicamente a las dos. A eso se sumaba que no podía dejar sola a su hermana, cuyo marido se había esfumado, dejando de contribuir al sustento de la familia.

―Ya verás, pronto será Navidad. No habrás tenido tiempo de echarme de menos y ya estaré de vuelta―le aseguró Emily, separándose de su madre con una de esas hermosas sonrisas suyas que podrían contagiar de felicidad incluso a la persona más enfurruñada y triste del mundo.

―Por favor, ten cuidado.

―Ya tengo dieciséis años. He crecido y la señora Martens va a cuidar de mí todo el tiempo.

Después de separarse de su madre, que parecía incapaz de soltarla, corrió a abrazar a su prima, que estaba rígida y temblorosa al borde de la calle.

―¡Oh, Leny! ¡Te voy a extrañar mucho!

―Yo también ―susurró su prima intentando controlar las lágrimas con un esfuerzo casi sobrehumano. Sumergida en el pelo sedoso y rubio de Emily, olía su perfume por última vez, sabiendo que nunca lo olvidaría.

Emily había sido como una hermana para ella durante todos esos años vividos en la casa conjunta, compartida por las dos familias desde que murió el padre de Emily, cuando ella tenía solo dos años.

Desafortunadamente, la soledad también había afectado a su tía, abandonada por su traicionero y falso marido, que la dejó sola con una hija pequeña y un mar de deudas.

Así las cosas, las dos hermanas se armaron de coraje y se fueron a vivir al campo en una casita que dividieron en dos apartamentos.

Emily vivía con su madre en el piso superior, su tía y Leny vivían abajo.

Las dos niñas nacieron en el mismo año y tuvieron que compartirlo todo debido a las dificultades económicas de sus madres, por lo que se habían hecho muy cercanas y se querían mucho.

Pero ahora el destino había decidido separarlas, y aunque a Leny le hubiera gustado gritarle a su prima que no se fuera, no podía hacer eso. Ella sabía lo mucho que esa oportunidad significaba para el futuro de su prima y, en el fondo de su corazón, sentía que esa decisión llevaría a Emily a lo más alto, como ella deseaba: ¡quería convertirse en una estrella de cine!

Aunque esa inminente separación la hiciera sufrir, nunca jugaría la carta del chantaje emocional. Sabía que tenía que dejarla ir. Por su bien.

Pensando solo en eso, Leny pudo retener sus lágrimas y mostrar una de sus características sonrisas tímidas.

―Prométeme que no me olvidarás ―dijo Emily abriendo sus ojos azules con esa mirada mustia y encantadora que la haría ganar el favor del público.

―¡Eso es imposible! Siempre estarás conmigo. En mi corazón ―respondió Leny con su voz tímida y dulce.

―Sabes que me será difícil comunicarme contigo, pero te juro que cada noche, antes de acostarme, miraré al cielo y te desearé buenas noches.

―¡Oh, Emily! ―susurró su prima, volviendo a abrazarla por última vez antes de que llegara la señora Martens, preocupada por perder el vuelo.

―Emily, debemos irnos. Es tarde ―dijo en su habitual tono enérgico.

Las dos primas se miraron por última vez prometiéndose en silencio que nunca se olvidarían la una de la otra.

Leny hubiera querido seguir a Emily hasta el coche, pero el dolor por su partida no le permitió mover un músculo y la chica pronto fue escoltada por su madre y su tía para el momento de los últimos consejos.

Leny tardó un tiempo en poder moverse, y se acercó al otro coche, que estaba esperando todavía aparcado en el estrecho camino de tierra, un poco detrás del otro.

De repente, el dolor por lo que estaba a punto de pasar se hizo tan agudo que la dejó sin aliento.

Ese día no solo estaba saliendo de su vida por los próximos meses o años la que era más que una hermana para ella, sino también su mejor amigo.

Ni siquiera podía imaginar cómo sería ir a la escuela sin Emily y su aura de belleza, que solía llamar la atención de los chicos más lindos y a veces la protegía de las malas compañeras que se burlaban de ella por sus orejas, ligeramente sobresalientes.

Como si eso no fuera bastante, también se encontraría sin él.

Chris.

Su mejor amigo, con quien ella y su prima pasaban todas las tardes, a quien miraba a menudo desde la ventana de su habitación, que se abría directamente frente a la suya.

Durante toda su infancia tuvo su grupo de amigos, pero debido a su exagerada timidez, solo su prima y Chris se habían ganado su confianza.

Él era el único que la hacía reír y liberaba la charlatanería que ocultaba a todos los demás.

Tal vez porque era dos años mayor que ellas, o porque lo habían puesto al cuidado de su abuelo después de haber perdido a sus padres.

En cualquier caso, Chris era el único que podía vencer su miedo por el mundo exterior y… hacer que su corazón latiera rápido.

Cuando oyó el ruido metálico y crepitante de la vieja puerta de la casa del abuelo de Chris, el corazón de Leny dio un brinco.

Se giró y vio al chico acercarse caminando con su único pariente vivo, que le estaba dando el último consejo.

―…es importante. Ese mundo es inseguro.

―Ya me lo has dicho, abuelo.

―Recuerda siempre cuál es la verdadera brújula de la vida.

―Lo haré, abuelo.

―Tu corazón, muchacho. Tu corazón. Ni dinero ni fama, como intentarán hacerte creer ―sermoneó el viejo mientras se acercaban a la señora Martens para obtener las últimas explicaciones sobre el viaje.

Chris se detuvo.

Estaba nervioso y su cara estaba cansada y afectada. Había pasado los últimos días sin dormir tratando de decidir si esta era la elección correcta: dejar a su abuelo, a sus amigos, su casa para ir al extranjero y convertirse en actor.

Finalmente había tomado la decisión, pero ahora, frente a la mirada temerosa y desconcertada de Leny causada por la alteración y el cambio, sentía una punzada de indecisión en su corazón.

La vio acercarse a él asustada y temblorosa, ceñida en su chaqueta vaquera.

―Emily ya está en el auto ―le avisó en voz baja, tratando de no mirarle a los ojos porque temía no poder contener las lágrimas. Esa sería la última vez que hablaría con él en mucho tiempo.

¿Cómo podría dormirse sin la compañía de aquella lámpara encendida hasta altas horas de la noche o salir con el resto del grupo sin su presencia para protegerla y tranquilizarla?

Pero, sobre todo, ¿cómo podría vivir sin tenerlo cerca cada día de su vida?

De repente, abrumada por las emociones, se cierra aún más la chaqueta.

―¡Estás temblando! Deberías ponerte algo más calentito, si no quieres resfriarte ―se preocupó él inmediatamente, frotando vigorosamente sus brazos y luego su espalda para calentarla.

Pocos segundos después se sintió sobrecogida por uno de los abrazos más cálidos y dulces de Chris.

¿Cómo podría dejarlo ir?

No podía.

Presa de sus propias emociones, se encontró llorando silenciosamente contra el pecho del chico.

Lo abrazó instintivamente con todas sus fuerzas.

―Te echaré de menos, Leny ―confesó él besando su pelo castaño claro.

Ella deseaba poder decirle que también lo extrañaría mucho, pero se quedó callada temiendo no poder controlarse y acabar rogándole que no se fuera.

―Pero tengo que hacerlo. ¿Lo entiendes? ―continuó con voz decidida y seria―. Te prometo que me convertiré en un actor rico y famoso, y te compraré una casa para ti y para tu madre. Te haré feliz.

¿Pero qué sería la felicidad para ella si él no iba a estar cerca?

Lentamente se apartó de él y le miró a los ojos, a pesar de que las lágrimas le empañaban la vista.

Se perdió en esos fantásticos ojos verdes que siempre la miraban con cariño y dulzura.

Ella sabía cuántas dificultades había tenido que enfrentar en su joven vida, y ahora el destino le estaba dando la oportunidad de cambiar su futuro como a menudo había deseado.

―No me importa si te conviertes en un actor rico y famoso. Solo deseo que seas feliz.

«Incluso aunque sea sin mí».

Ella lo vio dudar y agarrarse la mandíbula con nerviosismo, sus ojos estaban acuosos por la tristeza.

A pesar de las lágrimas en su cara, con forma de corazón, ella sonrió tímida y simplemente le rozó la barbilla afeitada con las yemas de los dedos.

Sorprendido por ese toque inesperado, agarró la mano de ella y la llevó a su corazón.

Siguieron mirándose fijamente hasta que el peso del momento se hizo insoportable.

―¿Me extrañarás, Leny? ―preguntó con voz ronca, rodeando su cara con sus manos.

La pregunta entró como un tsunami en la ya débil psique de Leny, y ella estalló en un gemido incontrolado que la hizo casi caer.

Afortunadamente Chris seguía abrazándola fuerte y eso evitó que cayera al suelo.

Tan pronto como Leny volvió en sí, Chris relajó su abrazo y los dos se encontraron perdidos el uno en los ojos del otro.

Aunque se conocían desde que ella tenía solo tres años, en los últimos dos las cosas habían cambiado. Leny había empezado a mirarlo de una manera distinta y deseaba un contacto físico más cercano con él.

Como las otras chicas, ella también había empezado a mirar a los chicos bajo una luz diferente de un tiempo a esta parte, y miraba a Chris por la ventana cuando se desvestía, lo que la confundía y desconcertaba, pero nunca había querido investigar a fondo el motivo de su curiosidad, ya que le importaba demasiado su amistad y el equilibrio que existía entre Chris, Emily y ella.

Es más, rara vez había estado a solas con él, sin la presencia cautivadora de Emily, con quien Chris compartía muchas pasiones, como la de actuar. O sin la multitud de chicas que a menudo seguían a Chris tratando de captar su atención, atraídas por su buen aspecto.

Pero ahora estaban solos.

Nadie los miraba.

De repente, los ojos de Chris se iluminaron con un brillo desconocido para Leny.

―Chris… ―suspiró afligida.

Ella lo vio desviar la mirada de sus ojos a su boca, y antes de que pudiera darse cuenta, los labios cálidos y suaves de Chris estaban en los suyos, estremeciéndose.

Un beso. Ese beso fue suficiente y finalmente abrió la cerradura del corazón de Leny, que descubría el amor por primera vez. Amor de verdad. El que va con A mayúscula.

Ella sintió su boca moviéndose sobre la suya, mientras ese nuevo sentimiento inundaba su corazón hasta dejarla sin aliento.

Cuando Chris se separó de ella, se encontró jadeando.

Se pasó la lengua por los labios ardientes. Sabían a lágrimas y a él.

Nunca olvidaría aquel sabor tan dulce y masculino al mismo tiempo.

Su corazón seguía martilleando frenéticamente en su pecho, cuando escucharon la voz de la señora Martens llamándolo para que subiera al coche.

Ese momento mágico de ternura se desvaneció en un instante, dando lugar a la más oscura desesperanza.

Leny deseaba con todas sus fuerzas gritarle que no se fuera, porque lo amaba. Ahora lo sabía. Estaba muy segura, pero su mente le impedía poner fin a los sueños de Chris por puro egoísmo. ­

―Leny, ¿me extrañarás? ―le preguntó con voz rota.

―Yo…, no sé cómo podré seguir sin ti, sobre todo porque he entendido que te quiero.

―Leny, una palabra tuya será suficiente… Solo una y me quedaré aquí. Contigo.

¿Cómo podía cargarle esa responsabilidad?

¿Cómo podría ser ella la que eligiera entre hacer realidad su sueño de amor o el sueño de él de triunfar en el mundo del espectáculo?

Ella realmente deseaba declararle sus sentimientos y permanecer en sus brazos para siempre, pero se dio cuenta de lo injusto que sería cortarle las alas.

­Un prometedor director de cine había visto en él un talento natural y una futura carrera como actor. ¿Cómo podía quitarle todo eso?

Se obligó a sí misma a apartarse de él, con la certeza de hacerlo solo por el amor infinito que sentía por él, y él quedó abatido.

―Debes irte o perderás el vuelo ―logró decir ella tratando de mantener la voz firme.

―Leny, yo… te…

―Estaré bien. No te preocupes.

―¿En serio?

Lenny asintió intensamente, sentía que había perdido el control de su dolor.

―Volveré pronto ―susurró casi tan sorprendido como ella.

Ella consiguió sonreír por última vez antes de darse la vuelta y volver corriendo a casa, mientras su corazón se rompía en mil pedazos.

―Cuida de mi abuelo. ―Esas fueron las últimas palabras que escuchó de Chris antes de llegar a la puerta de su casa y cerrarla tras ella.

Ni siquiera escuchó los coches arrancando ni las últimas despedidas a gritos de su madre y de su tía, porque en cuanto la puerta se cerró tras ella, cayó al suelo rota de dolor.

Un dolor oscuro y profundo que rompió su alma.

Y esta vez no había nadie para consolarla. Ni siquiera Emily.

1

Abril de 2018

―¡Tengo que dejar de perderlo todo! ―se dijo Leny a sí misma molesta, cerrando la sexta caja llena de las muñecas que había compartido con Emily a lo largo de su infancia.

No podía evitarlo: no podía apartarse de nada que la recordara los felices días pasados con su prima, antes de que un famoso director de cine se fijara en ella y la arrastrara al brillante mundo de Hollywood, del que nunca regresó.

Habían pasado siete años y apenas había visto a Emily y, aunque era más fácil hablar con su agente, la señora Martens, que con ella, nunca dejó de tenerla presente.

Además, la serie de televisión Love School, que la había catapultado, iba ya por la sexta temporada y Leny podía ver a su prima en la tele todos los martes por la noche.

Estaba muy orgullosa de ella y, aunque la había echado de menos durante todos estos años, era feliz por lo que había conseguido: ¡ser una estrella de cine! ¡Lo que siempre quiso!

Enjugándose las lágrimas por el recuerdo de todas las veces que había sufrido por su ausencia, tomó otra caja para meter las carpetas con todos los recortes de prensa que había guardado en aquellos años: desde las primeras reseñas sobre la protagonista de la nueva serie Love School, sobre sus apariciones en fiestas VIP, sobre sus coqueteos con algunas de las jóvenes y más famosas estrellas de la época, el anuncio que había hecho, los cientos de entrevistas en las que a veces incluso había insinuado su fantástica relación con Leny…

Desafortunadamente, en todas esas publicaciones no se hablaba solo de ella, también de Chris Hailen, el nuevo ídolo que había llevado al éxtasis a miles de fans y había vuelto locas a decenas de actrices y cantantes, incluso a la famosa Shannon de F3 y a Donna, con quien había tenido una trepidante historia de amor dentro de la serie Love School.

Tanto Emily como Chris salían guapísimos en cualquier situación y siempre aparecían junto a otras personas famosas.

Las últimas fotos los mostraban siempre juntos, después de haber anunciado su noviazgo, como si hubieran escuchado los años de rezos y oraciones de los fans para que los dos protagonistas de Love School, Sarah y Max, acabaran juntos también en la vida real.

Con manos temblorosas, Leny abrió el último álbum que había hecho para Chris.

Habían pasado siglos desde que lo había abierto por última vez, pero esa sonrisa fugaz y dulce de hacía siete años todavía estaba grabada en su mente, y aunque el refrán «ojos que no ven, corazón que no siente» fuese cierto, tampoco funcionaba para ella, porque no había ninguna revista, programa de entrevistas o de radio que no hablara de la vida del muchacho y de sus locuras y sus problemas con el alcohol.

Amar a alguien que estaba tan lejos y tan… fuera de su alcance era demasiado doloroso.

Agotada y con gran pesar, Leny cerró el álbum suavemente, tratando de no aferrarse a las imágenes del fascinante y arrebatador chico de la portada.

Puso los últimos artículos, que no estaban en la lista de la carpeta, y empujó todo contra el fondo de la caja, deseando poder enterrar sus sentimientos también. Finalmente selló la caja con doble cinta y la empujó al interior del armario junto con las otras, había estado recogiendo todo en el último mes porque tenía que dejar su piso, al haber perdido su trabajo en el bufete de abogados Marshal & Son.

Afligida por los últimos acontecimientos de su vida, que no había dejado de empeorar desde que las dos personas más importantes de su vida se marcharon, fue al baño a tomar una larga ducha revitalizante antes de salir para casa de Arthur.

Dos horas más tarde regresó a Pieville, el pequeño pueblo donde había pasado toda su infancia y adolescencia con su querida prima Emily, con la que también había compartido casa, y con Chris, que vivía en la casa de al lado con su abuelo, Arthur Hailen.

Para no levantar sospechas, Leny esperó unos minutos más antes de ir a casa de Arthur.

No le había contado a nadie su despido, con la esperanza de que pronto encontraría otro trabajo, pero no le estaba siendo nada fácil.

Habían pasado veintisiete días y ocho entrevistas, pero seguía desempleada en ese momento y si no se iba pronto de su piso, empezaría a endeudarse y perdería el coche que estaba a punto de terminar de pagar.

Con un largo suspiro, Leny salió del auto y caminó temerosa hacia la casa del abuelo de Chris.

―Arthur, soy Leny ―exclamó al entrar en la casa del viejo, preocupándose por no encontrarlo frente a la televisión viendo alguna película de detectives.

―Leny ―murmuró el hombre con voz jadeante desde el dormitorio.

Nerviosa, Leny corrió a la habitación, donde encontró a Arthur acostado en la cama con respiración irregular.

―Has estado trabajando en el huerto de la cocina otra vez, ¿verdad? ―le reprochó Leny inmediatamente, observando las botas manchadas de barro a los pies de la cama, antes de ir a la cocina a por las píldoras que le habían recetado en el hospital después de su ingreso por la grave bronquitis que le había mantenido en cama durante todo el mes de febrero.

Tan pronto como Leny le ayudó a tomar la medicina con un vaso de agua, Arthur se relajó y su respiración volvió a su cadencia habitual.

―Arthur, tienes ochenta y dos años. A tu edad no puedes permitirte hacer… ―le empezó a decir Leny, pero la mirada furiosa y despectiva que siempre mostraba cuando alguien hablaba de su vejez la interrumpió.

―Soy viejo, no discapacitado ―dijo con aspereza.

―Lo sé, pero no quiero que te esfuerces. Acabas de salir del hospital y aún no te has recuperado. Sabes que te voy a ayudar con la huerta ―le recordó ella, feliz de haber cuidado de ese pobre anciano durante todos estos años… y no solo porque Chris se lo pidiera antes de irse.

―Lo sé, pero tú trabajas y no quiero molestarte ―murmuró con una extraña luz en sus ojos.

―Aunque trabaje, vendré a verte todas las noches y pasaremos los fines de semana sembrando lo que quieras, ¿vale?

―Pero tu trabajo…

―Sí, pero no debes preocuparte por eso.

―¿No debo?

Lenny asintió alegremente, tratando de ocultar el sentimiento de culpa por la mentira que acababa de contarle a la única persona en la que le había confiado totalmente en los últimos cinco años.

―Eso es extraño… llamé a Andrew Marshall esta mañana para preguntarle por su padre, que tiene Alzheimer, y me dijo que te despidió hace un mes ―murmuró, fingiendo indiferencia, mientras que sus ojos entrecerrados connotaban algo completamente diferente.

La sonrisa de Leny desapareció de inmediato.

Debería haber imaginado que Arthur lo descubriría tarde o temprano gracias a su amistad de toda la vida con el padre de su ex jefe. De hecho, ella había conseguido ese trabajo como secretaria en el bufete nada más terminar la secundaria gracias a Arthur, en primer lugar.

―Lo siento… Te lo quería contar, pero no sabía… ―susurró Leny con culpabilidad, manteniendo la mirada baja en sus zapatos negros y pulidos.

―La gente dice que te despidieron porque le tirabas los tejos a Andrew.

―¡Eso no es verdad! ―gritó Leny indignada.

―Eso es lo que dije yo, y cuando le pedí que me explicara, empezó a murmurar algo sobre la crisis y los recortes.

―La verdad es que perdí mi trabajo por culpa de esa víbora de Pamela, la nueva esposa de Andrew Marshall. Nos despidió a mí y a Laurel porque somos jóvenes y solteras. Temía que nos acostáramos con el monstruo de su marido. Nos acusó de coquetear con él y nos despidió. Bastará con que nos dé la indemnización.

―Lo siento, pero no entiendo… Tú no estás soltera.

―Lo dejé con Travis hace unos días ―confesó la chica, sonrojándose por la enésima mentira de la conversación y tratando de no especificar que estaba hablando de cincuenta y seis días.

―¿Por qué no me sorprende? ―soltó Arthur, tratando nerviosamente de levantarse de la cama.

―Pensé que era el correcto, pero no funcionó. Cosas que pasan ―se justificó, esperando evitar la inminente reprimenda.

―¡Eso es lo que dices siempre, Leny! Es una pena que tus amoríos no duren nunca ni tres meses. Estaba seguro de que Travis y tú ya os habíais separado hace un par de meses.

¡Viejo zorro!

―No es fácil.

―Nunca será fácil si sigues amando a mi estúpido nieto ―gritó Arthur de repente atormentado, como siempre que hablaba de Chris.

Un nudo en la garganta le impidió a Leny responder.

―Leny, querida, yo te quiero mucho, de verdad, pero tienes que dejar de aferrarte al pasado. Chris no va a regresar y tú eres demasiado hermosa para desperdiciar tu juventud por alguien que no está aquí ―dijo Arthur con gesto dolido debido a la distancia con su amado nieto.

―Chris volverá ―susurró Leny, tratando de consolar el alma turbada del viejo.

―¡No, no lo hará! Está demasiado ocupado viviendo como una estrella de Hollywood para acordarse de su abuelo. ¡Lo único que sabe hacer es llenar mi cuenta bancaria con cantidades tan altas que no podría gastar en dos vidas! ―gruñó el anciano, que se había negado en todos esos años a gastar ese dinero en algo que no fuesen sus cuidados médicos y en una mujer que cuidaba la casa y de las comidas diarias entresemana.

―Arthur, ¿por qué no lo llamas? ¿Por qué no hablas con él? ―le preguntó una vez más inútilmente, conociendo su naturaleza terca y orgullosa.

―Absolutamente no y tú tampoco, te lo prohíbo.

Leny asintió, dándose por vencida. Era inútil hacer razonar a Arthur.

Todavía recordaba la bronca que tuvieron cuando lo llevaron al hospital por un ictus que, por suerte, solo le afectó ligeramente el funcionamiento de su pierna derecha, o la que tuvieron después de su ingreso el mes pasado.

Leny lo había cuidado y apoyado todo el tiempo. Sabía que Arthur no quería molestar a su nieto. Pero ella no estaba de acuerdo. A menudo había pensado traicionar la confianza de Arthur y llamar a Chris, pero nunca lo hizo. Solo una vez, después del ictus. Aquella vez contestó el agente de Chris, y aunque Leny insistió en hablar directamente con él por un problema familiar, el agente no la dejó.

Finalmente se había dado por vencida para hablar con Chris, y había decidido hacerse cargo de la situación y tratar de convencer a Arthur para usar el dinero de su nieto en renovar la casa y hacerla más accesible, por sus dificultades para caminar, y en contratar a un cuidador o enfermero que pudiera ocuparse de él mientras ella trabajaba.

También habían hablado de contratar a un jardinero alguna vez, pero a Leny le encantaba trabajar en el jardín, así que al final eso se había quedado en nada.

―Como quieras, pero no puedes seguir así con Chris. Él te quiere, lo sabes. Solo intenta hacer realidad su sueño y convertirse en alguien ―lo defendió Leny.

―¿Convertirse en alguien? ¿Te refieres a un actor alcohólico que entra y sale de rehabilitación?

―No podemos entender la presión a la que Emily y Chris están sujetos. No debe ser nada fácil tener éxito en ese campo y a ese nivel. Pero Chris es un chico listo y seguro que la segunda vez ha sido también la última. Hace trece meses que no tiene esos problemas ―le informó, recordando la última entrevista de Chris en la que hablaban de sus problemas con el alcohol.

Declaró que había perdido la cabeza, pero que ahora la había encontrado de nuevo. Leny recordó también cómo se puso la mano en el corazón mientras lo decía, y unos meses después, salieron unas fotos de Chris en el Caribe, saliendo entre las olas del mar con la rosa de los vientos tatuada en su pectoral izquierdo hinchado y duro, como resultado de un entrenamiento muy estricto que había fortalecido su cuerpo hasta dejarlo en perfecta forma.

―Cuando llegas a tener una adicción así, ya no estás haciendo realidad tu sueño, sino que estás cayendo en el abismo, Leny. También se lo he dicho a él ―le recordó Arthur, arrugando la frente al pensar en su última conversación, cuando claramente le había dicho que no llamara más si no quería volver a casa, y que se guardara el dinero para sí mismo.

Rindiéndose a la terquedad de Arthur, Leny terminó de prepararle la cena y ordenar su cocina y su antes de salir a ver a su madre al otro lado de la calle.

―Si necesitas dinero, yo… ―le ofreció Arthur antes de que se fuera.

―No, estoy bien. Tenía algo ahorrado ―mintió la muchacha, ya que no quería limosnas.

―No importa. Me llevas al banco el lunes y te hago un depósito ―insistió antes de dejarla marchar. Ayudarla económicamente ahora que estaba desempleada era lo menos que podía hacer después de todo lo que ella había hecho por él en todos esos años sin pedirle nada a cambio.

Tan pronto como entró en casa de su madre, Leny comenzó a zigzaguear entre las muchas cajas que llenaban el pasillo.

―¿Te mudas? ―preguntó Leny preocupada al entrar en la cocina, donde su madre preparaba carne asada para la cena.

―No. Son los últimos regalos de Emily. Puse tu nombre en los que son para ti.

―¿Más ropa? ―preguntó resoplando.

―¡Ropa, zapatos y maquillaje! ¡No puedes creer todo lo que hay ahí! También está el último disco de F3 con un autógrafo y una dedicatoria para ti ―explicó su madre, siempre alegre.

Leny intentó mostrar la misma felicidad, pero no pudo.

Odiaba ser la prima friki que siempre llevaba ropa de diseñador gracias a su prima actriz.

Nunca llegó a entender si la gente que la rodeaba la apreciaba por sí misma o por ser la prima de la famosa Emily Keys. Incluso el grupo de amigos de la escuela secundaria con los que se reunía algunos sábados por la noche nunca había mostrado interés real en ella, aparte de considerarla una fuente de cotilleos sobre la vida estelar de su prima y de Chris.

Leny cargó con los paquetes para unirlos a los que se amontonaban en el fondo del trastero.

Luego volvió a entrar y, deseando que no hubiese más sorpresas, se sentó a la mesa donde su madre ya había servido la carne asada al vapor.

―¿Cómo va el trabajo? ―preguntó su madre, antes de tomar un gran bocado de carne asada.

―Bueno… ¡esta carne está excelente! ―dijo Leny apresuradamente.