Read the book: «Arraigados solo en Él»

Font:

© Editorial Santidad, 2021

www.editorialsantidad.com

info@editorialsantidad.com

Fotografía de portada de la editorial Santidad

Todos los derechos reservados. Queda rigurosamente prohibido, bajo las sanciones establecidas en las leyes, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra que solo puede ser realizada con la autorización del autor.

ISBN: 978-84-18631-18-4

Depósito legal: CS 708-2020

Y ahora dice así Yahveh, tu Creador: «No temas, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán. Si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti. Porque yo soy Yahveh, tu Dios, tu Salvador. Eres precioso a mis ojos, eres valioso, y yo te amo. No tengas miedo, que yo estoy contigo».

Isaías 43, 1-5

ÍNDICE

Presentación

1. Agradecidos siempre

2. Vivirse sediento

3. Ternura que no termina

4. También el otro es hijo de Dios

5. Tu amor en nuestros vacíos

6. Consciente de mi poca fe

7. ¿Me permites estar contigo, Señor?

8. Elegirte siempre

9. Tomando la cruz

10. Pongámonos en pie

11. Que se haga tu voluntad y no la mía

12. Tiempos para buscarte y descubrirte

13. Soltando amarras para seguirte

14. Dando de lo que Tú me has dado

15. Pequeñas obras

16. Estemos alegres, alegres en el Señor

17. Adorándote incondicionalmente

Presentación

Querido lector, pongo a tu disposición esta pequeña obra con el deseo de compartir contigo una grata experiencia de encuentro en la que puedas hallar cierto alivio, apoyo o consuelo en momentos de prueba, de dificultad, dolor, angustia o verdadera fragilidad.

Tengo la experiencia de que en todos los grandes oleajes de mi vida, el Señor no me ha fallado nunca. Su mano siempre ha estado, y sigue estando, abierta y disponible a que me agarrara a Él, y era yo la que, creo que sin saber, me sustentaba en Jesús desde muy niña y encontraba la paz que solo su presencia y su infinita bondad es capaz de darnos.

Desde pequeña siempre ha habido en mí un deseo profundo, casi innato, de complacerle en todo, y no porque me lo inculcaran intencionadamente en casa, aun perteneciendo a una familia cristiana, sino como algo que surgía en mí espontáneamente, como algo más grande que yo misma. Y cuál fue mi sorpresa cuando hace unos años escuché esta frase: «Los deseos del corazón son presagios de Dios al alma; Dios te hará desear lo que Él te quiera regalar».

Empecé a entender que los anhelos de Dios, que siempre he tenido en mi vida, y los tempranos deseos de tener siempre presente a Jesús y a Nuestra Madre, se han ido convirtiendo a lo largo de la vida en verdaderos regalos inesperados. He llegado a experimentar que al desearlos tanto y con tanta intensidad, ellos mismos se ofrecen desinteresadamente. Si realmente los deseamos y les damos espacio en nuestra vida, en nuestros pensamientos, diálogos, añoranzas o preocupaciones, Jesús y María se dan a ti y a mí. Quizá no nos dan cosas materiales, como a veces quisiéramos, sino que se dan a sí mismos, dan Su persona y Su Presencia, su corazón, sus actitudes, un saber ser y un saber hacer, un saber estar en medio de la vida cotidiana con todo lo que estar en ella conlleva, desde la sencillez y su misericordia.

Mi experiencia ha sido como si el mismo Jesús, por su infinita bondad, se hubiera acercado delicadamente a mí, y como a la samaritana, me hubiera dado de beber de esa agua fresca de vida nueva y eterna, que sacia toda nuestra sed y llena todos nuestros vacíos.

Estos regalos o perlas preciosas que el Señor pone en mí, como en toda mujer y hombre anhelantes de amor, no me los puedo quedar sino que he de ponerlos a tu disposición. Me hace muy feliz ofrecértelos. Dios sabe que deseo ser un pequeño frasco de perfume que se rompa, desde el amor, para que otros exhalen su olor, para que a otros les pueda llegar algo del aroma a felicidad que nace del encuentro con nuestro buen amigo Jesús y con nuestra Madre. Por experiencia tan solo permaneciendo en ellos, en su gracia, nos basta.

Como verás, el título de esta obra alude a una invitación respetuosa y amable a transitar y navegar por los caminos de esa auténtica felicidad que reside cuando nos sustentamos en el Señor, aunque no entendamos nada. Como dice san Pablo en la carta a los Colosenses 2, 6-7: Arraigados en Él, dejaos construir y afianzar en la fe que os enseñaron, y rebosad agradecimiento.

En mi caso puedo decir que con la gracia del Señor me he agarrado siempre y en todo a Él y que, en sus manos, me he sentido sostenida. Como habrás experimentado, la vida, en sí, es un viaje por alta mar que pretende llegar a algún destino y, a veces, las olas que nos llegan son tan grandes que desmoronan de arriba a abajo nuestra barca, nuestro proyecto, lo que creíamos nos daba sentido a la existencia. De ahí surgió esta obra, con el ánimo de que en aquello que parece desmoronar nuestra vida, nos mantengamos firmes en la fe, arraigados solo en Él, con su fortaleza y con su gracia.

Cada capítulo de esta obra se presenta en forma de virtudes a ir cultivando, en forma de dones, de actitudes, a modo disposiciones internas necesarias para transitar y atravesar oleajes, tinieblas, tempestades, desiertos, pruebas y gozos. Es tan solo reconocer, vivencialmente, que sin Él todo combate es absurdo, y muy al contrario, con Él todo desafío merece la pena ser afrontado y tiene sus frutos espirituales, si nos orientamos adecuadamente en la vida eligiendo siempre lo que Dios nos dice. Recordemos las palabras del Señor: «Sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

Quizá, dejándonos acariciar por lo que de aquí se desprenda, o lo que a ti te llegue, es ya un giro en nuestra forma de estar en el mundo —desde otro lugar— aunque sigamos haciendo las mismas cosas de siempre. Quizá surjan pequeños gestos que podamos dejar de herencia a nuestros pequeños como semillas que ir esparciendo e ir sembrando en nuestros entornos comunitarios, sociales y profesionales.

Nos encontraremos en el inicio de esta obra con una pequeña oración Con ayuda de tu Gracia, como una disposición primera de petición y reconocimiento de que sin ella nada es posible. Nos damos cuenta de que nosotros solos, no podemos. Es su Gracia la que nos impulsa, estimula, inspira, nos salva, nos sana, acaricia, abraza, late en cada uno de los poros de nuestra piel; y lo hace en todos, no en unos pocos privilegiados, pero necesitamos estar abiertos a ella.

Como podrás observar, para la estructura del contenido del libro me he inspirado en la oración atribuida a san Francisco de Asís:

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz;

que allí donde haya odio, ponga yo amor;

donde haya ofensa, ponga yo perdón;

donde haya discordia, ponga yo unión;

donde haya error, ponga yo verdad;

donde haya duda, ponga yo fe;

donde haya desesperación, ponga yo esperanza;

donde haya tinieblas, ponga yo luz;

donde haya tristeza, ponga yo alegría.

¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto

ser consolado, como consolar;

ser comprendido, como comprender;

ser amado como amar.

Porque dando es como se recibe;

olvidando, como se encuentra;

perdonando, como se es perdonado;

muriendo, como se resucita a la vida eterna.

Antes de escribir esta obra, tenía un anhelo profundo de que mi experiencia sirviera a otras personas que estuvieran pasando por momentos de prueba o dificultad. Quería ofrecer palabras de esperanza para que las dificultades de la vida, los sentimientos de dolor, de desánimo, de ansiedad, no tuviesen la última palabra. Este deseo se lo ofrecía al Señor con frecuencia e, inspirado por Él, lo convertí un día en pequeña oración, cuyos versos se transformaron en los diecisiete capítulos que configuran la obra que tienes en tus manos. Al final de cada capítulo te encontrarás con cuatro apartados:

A. FRASES PARA CULTIVAR: una forma de verbalizar lo que le expresamos al Señor, y que se impregne en nuestro alma, vida, mente, cuerpo y corazón.

B. PALABRAS PARA MEDITAR: una manera de interiorizar las palabras del evangelio acorde con la virtud que corresponda.

C. MÚSICA PARA ESCUCHAR: como medio para anclar dicha virtud y hacerla danza, oración y vida a través de la música.

D. POESÍAS PARA ORAR: como formas de oración vocal.

Deseo de corazón que conociendo y sintiendo cerca al Señor, su mansedumbre y su humildad, puedas permanecer junto a Él siempre y en todo, y a no moverte de ahí nunca, ni en tiempos de dulce brisa, ni en tiempos de fuerte oleaje o en tiempos de tibieza o desesperanza.

Espero que esta obra sea de tu agrado y la recibas con el mismo cariño con el que ha sido escrita, como forma amable de testimoniar el amor de Dios en nuestra vida. Deseo que sea una obra que te inspire a seguir perseverando en el camino de encuentro con nuestro Señor, aunque no veas ni sientas nada especial. Él es quien nos conforta y en quien, permaneciendo fieles, junto con nuestra Madre, todo lo podemos.

Recuerda que lo importante no es tanto lo que conseguimos u obtenemos —pobreza, riqueza, honores o deshonores, éxitos o fracasos, enfermedad o salud—. Lo que verdaderamente importa es lo que Él va haciendo en nosotros por su misericordia y nuestra fidelidad. Permanezcamos arraigados siempre y en todo en Él, a través de la oración, a través del recuerdo y rezo de algún misterio del Rosario en algún momento del día, y a través de los sacramentos vividos desde el amor, y no desde la rutina. Todo lo demás se nos irá dando por añadidura, si Dios así lo desea. Al fin y al cabo todo son medios para conducirnos a Jesús, nuestro principio, nuestro fundamento y nuestro fin.

CON AYUDA DE TU GRACIA

Señor, que acoja con humildad, y ayudado de tu gracia,

lo que Tú hoy me quieras revelar.

¡Gracias, Señor!

1. AGRADECIDOS SIEMPRE

Que donde haya desilusión o desánimo, ponga con tu gracia, agradecimiento por todo lo dado.

Qué importante es aprender la virtud de ser agradecidos, incluso por lo inesperado que aparentemente puede haber puesto patas arriba nuestra vida en alguna ocasión. Ya no hablamos de saber «dar las gracias», que tanto inculcamos a nuestros pequeños como norma de cortesía o educación, sino que se trataría de poder llegar a sentirse y vivirse agradecidos siempre y en todo.

Y quizá me preguntes: ¿Por qué hemos de ser agradecidos o vivirnos agradecidos? ¿Qué importancia tiene la virtud del agradecimiento?

El hecho de agradecer, ya nos pone en una disposición de apertura, de humildad, de pobreza, de considerarnos pequeños ante el Todo que Dios nos ha dado: la vida y el amor que se esconde en ella.

Considero que la virtud de vivirse agradecidos nos sitúa en una disposición de acogida, de esperanza, de saber percibir y recibir los tesoros que Dios nos tiene detrás de cada esquina. Nos podemos sentir y vivir agradecidos hasta por un precioso trocito de cielo que contemplamos desde la calle, o por el sol que sale todos los días en un nuevo amanecer, por una flor que nos fascina, por una brisa fresca y suave, por vivir en un entorno de seguridad y de paz para nosotros, nuestros pequeños y nuestros mayores. Nos podemos vivir y sentir agradecidos porque comemos tres o cuatro veces al día, porque no nos falta agua, por nuestra salud y las de los nuestros. Por tantas cosas podríamos vivirnos agradecidos, y por tanto, ¡tan felices! Comprueba tú mismo que siempre tienes algo por lo que sentirte agradecido.

Consecuentemente, con esta virtud del vivirte agradecido, observarás, que te lleva a una disposición para la alegría; pero una alegría con una cualidad diferente, una alegría profunda que no se acaba nunca, eterna, y que no depende de nada que obtengamos con las manos, ni con nuestro esfuerzo o nuestros méritos, ni con nuestro empeño, sino que depende de un cambio en nuestra mirada, en nuestra alma y corazón.

En mis ratitos de oración me gusta imaginarme y contemplar a nuestro buen amigo Jesús de Nazaret. Quiero saber cómo era, su forma de ser y el modo en el que se relacionaba con las personas de su tiempo. Y por lo que leo e investigo, me consta que era una persona agradecida con todo lo que vivía en cada momento, en su presente, y especialmente con su Padre. Me llama la atención cómo siendo quien era, seguía dando gracias. En Él encontramos siempre una actitud constante de humildad, de sentirse Hijo enviado, pero nunca protagonista de sus actos; más bien, instrumento de Dios. Incluso en el mismo gesto de la partición del pan, en la última cena con sus amigos, sabiendo que su vida corría peligro, seguía dando gracias a Dios por ese pan y ese vino. Posiblemente, por dentro, nuestro Señor sentía temor, incertidumbre, dolor, pero todo ello siempre sostenido por el Padre. La verdad es que no me deja de asombrar y conmocionar.

Considero que sentirnos agradecidos es algo que va vinculado con la sensación de sentirse afortunado y agraciado por lo que uno es y tiene, por tanto amor que la vida ha ido poniendo en ti y que has sido capaz de ofrecer a otros desinteresadamente desde el amor.

Igualmente creo que la virtud del agradecimiento va vinculada con la virtud de apreciar, de admirar, de valorar, de gustar y sentir lo que vivimos en el presente. Con el arte de contentarse con los pequeños detalles que la vida nos da: incluso aunque a veces parezca que nos «quita» cosas o personas.

Por experiencia, más adelante sabremos el porqué de todo lo que nos ha pasado, entendiendo nuestros pesares y sufrimientos. Esa dura prueba, ese desierto, nos trae, con el tiempo y mucha humildad, una nueva delicia. Y por esa pequeña o gran delicia, damos gracias, encontramos sentido a nuestra pérdida, a nuestro duelo o a nuestro mayor fracaso. Dios permite el sufrimiento en nuestras vidas para que nos hagamos más conformes a Él, más conformes con lo que Él quiere y desea. Y ese debería ser nuestro fin, querer lo que Dios quiere, para alcanzar así la felicidad, la paz y la santidad a la que somos llamados.

Experimento la sensación de agradecimiento al sentirme pequeña y sabiéndome amada con muy poquito, como acariciada por un amor más grande imposible de ser abarcado y comprendido. Me siento feliz y agradecida, no porque tenga todo resuelto o no tenga problemas, sino porque me es suficiente con lo que tengo y soy, y por tanto me siento agradecida con lo que la vida me da. Me siento agradecida por los adioses que he tenido que ir elaborando en mi historia y con los cuales tanto he aprendido; agradecida por todo lo que Dios me ha dado y me invita a dar a mis hermanos desde la sensación de dar gratis lo recibido gratis, con amor y desde el amor.

Te ofrezco una pequeña invitación a tomar conciencia de los pequeños o grandes regalos que Dios ha puesto en ti. ¿Qué regalos consideras que forman parte de tu sensación de agradecimiento? Quizá saldrá agradecimiento por los dones que el Señor te otorga; por tu entereza y sensibilidad en momentos delicados; por tu saber hacer desde la ternura; por tu sensación de dar y recibir mutuos; agradecimiento por los rostros sagrados con los que te has cruzado en la vida; por el testimonio de amor de tantas personas que conoces y por las que te has sentido realmente amado; por las agradables sorpresas de tu vida que no han dependido de tu empeño, tus fuerzas o talentos. Solo tú sabes, por qué vives agradecido y te sientes agradecido hoy.

Finalmente te hago una invitación amable y respetuosa a que puedas expresar ese agradecimiento que vives, bien con un pequeño gesto, una imagen que te venga, con una flor que pongas en tu mesa de trabajo, o en el pequeño altarcito de oración que tienes en casa. También puedes expresarlo con un pequeño gesto de alabanza, con un deseo de oración, con una música que te conecte con esa sensación de agradecer. Uno mismo se conoce y sabe de su forma de expresar agradecimiento a la vida.

A. FRASES PARA CULTIVAR

Gracias, Dios mío, por el nuevo día, por todo lo que me espera vivir en él siempre de tu mano.

Te doy gracias, Dios nuestro, por el día tan lindo de hoy, y gracias por las personas con las que voy a compartir este tiempo de trabajo en servicio a otros.

Te doy gracias, Dios nuestro, por este día pasado, por los regalos tuyos a través de las personas que me quieren, por las sonrisas que he recibido, por la belleza del día. También te doy gracias por las dificultades que he tenido, porque siempre encuentro en ellas oportunidades para elegirte y seguir creciendo en tu misericordia y amor.

Te doy gracias, Señor, por no cansarte de amarnos incesantemente, aun con nuestros fallos. Te doy gracias porque te manifiestas de tantas formas y en tantos detalles.

B. PALABRAS PARA MEDITAR

Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterno su amor.

Salmo 136, 1

Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección. Y que la paz de Cristo presida vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados formando un solo Cuerpo. Y sed agradecidos.

La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría, cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos inspirados, y todo cuanto hagáis, de palabra y de boca, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio a Dios Padre.

San Pablo a los Colosenses 3, 12-17

No es la felicidad lo que nos hace agradecidos, es agradecer lo que nos hace felices.

Hermano David Steindl-Rast

Si en nuestra vida la única oración que hacemos es la de acción de gracias, en efecto eso sería suficiente.

Meister Eckhart, escritor espiritual

C. MÚSICA PARA ESCUCHAR

«De todo corazón», en Fuego en las entrañas de Ain Karem.

«Tú haces maravillas», en Con tu mismo amor de Mª Angeles Ruiz.

«A este Dios», en Francisco íntimo de José Antonio Díaz.

D. POESÍAS PARA ORAR

GRACIAS

Gracias, Señor, por tanto bueno,

que hoy amanece en mi vida.

Gracias, Madre, por acompañarme

y estar conmigo cada día.

Gracias, Señor, por los regalos,

que a diario tú me ofreces.

Sin yo pretender encontrarlos,

y que en mi camino aparecen.

Gracias, Señor, por cada persona,

que por mi vida con sorpresa pasa.

En todos oportunidad sincera,

de contar tus maravillas, sin reservas.

Gracias, Madre, por permanecer silenciosa,

a mi lado y en espera.

Velando tú por mi felicidad,

tu pretensión primera.

Cómo no amarte, Madre mía,

si en mí y en todos perseveras.

Que sepa yo con mi vida,

soportar cruces, como tú, siempre fuerte y con fe plena.

Quisiera ser instrumento tuyo, Madre mía,

llevar al mundo esta buena nueva.

Despertar y alegrar otras almas,

almas santas que así lo desean.

Que solo con tu amor y gracia,

es suficiente para que empiece la fiesta.

Ponme, Tú, donde haga falta.

Sírvete de mí cuando tú quieras.


RECORDÁNDOTE

Refugio siempre nuestro.

Fortaleza ante lo que emprendo.

Regalo y abrazo diario,

sin tu caricia me pierdo.

Mirando hacia ti primero,

se apaciguan ya todos mis miedos.

Que quiero tenerte siempre, Madre,

como tesoro y sustento.

Ánimo en mi debilidad.

Protección en el duelo.

Ternura en el desaliento.

Calor que derrite el hielo.

Abrazo que protege el alma.

Soporte amoroso en el desconsuelo.

Esperanza tras el adiós más hondo.

Renacer de comienzo en comienzo.

Que concedidas las gracias tuyas,

que no sé por qué merezco,

me abra a este amor sagrado

y que te lleve hoy en mi recuerdo.

Y que no me olvide de ti nunca,

ni un solo momento.

Que sea siempre agradecido

como tú nos enseñas primero.

HABITAS EN MÍ

Aún en lo roto, en lo hueco,

en mi duelo, en lo que ya no tengo.

En mi dolor, en mi desconsuelo,

habitas en mí, en mi miedo.

Vacío que siente mi alma,

en donde me habitas y te encuentro.

¡Cómo tú, Señor, vienes a verme,

y yo te recibo y tiemblo!

Que no soy digna, Señor,

de que mores hoy en mi centro.

Me dejo acariciar con ternura.

Me dejo acariciar a tu encuentro.

Que sepa ser agradecida, siempre tuya,

aun en lo roto, en mi mayor empeño.

Que todo esto me lleve, incluso a oscuras,

a danzar siempre tu amor, un amanecer más bello.

2. VIVIRSE SEDIENTO

Que donde haya sed y cansancio, aprenda con tu gracia, a descansarlo todo en ti.

¿Quién no se ha sentido sediento alguna vez? ¿Sediento de justicia, del bien, de la verdad, de amor, de ternura, de escucha, de consuelo, de vida?

Hace poco tiempo escuché que la espiritualidad no es cuestión de agua, sino cuestión de sed. Esta frase me resonó especialmente, me hizo caer en la cuenta de cuánta verdad se esconde en ella. «Y es que Dios tiene sed de nuestra sed de Él», como decía san Agustín. Quizá al vivirnos sedientos, instintivamente buscamos algo para saciar esa sed, pero no nos permitimos escucharla, hacerla hueco en nosotros, acogerla para recibir aquello que nos quiera contar y expresar.

Quizá al principio pensemos que mi sed superficial pasará pronto. Pero si le dedico tiempo a escucharla y a escucharme, resulta ser una sed más profunda con nombres y apellidos.

Un ejercicio muy bonito podría ser tomarse un tiempo para orar con estas preguntas que brindo a continuación, a modo de pinceladas, y responderlas desde la voz de nuestro interior.

¿Habita algún tipo de sed en mí? Tómate un tiempo para respirar y hacer hueco en ti a esta pregunta y ubicarla corporalmente. Puede haber por ejemplo, una sed de amabilidad, de justicia o de alegría en mi entorno. La ubicaría quizá en la zona del pecho, o el corazón, en el alma, o garganta. Permítete escucharla, a ver qué es lo que te quiere transmitir, de dónde procede y hacia dónde te mueve. Algo de lo que he ido aprendiendo por experiencia, es que el Señor desea morar en esa sed que tú y yo vivimos, una sed que es una oportunidad para darle espacio en nuestra vida.

Contemplando el evangelio de Jesús y la samaritana, esta aparece sacando agua de un pozo, algo que hacía como rutinario, como sin esperar nada, como si fuera para nosotros bajar la basura o ir a por los niños al colegio. Las primeras palabras del Señor hacia ella son: «Dame de beber» (Jn 4, 7). Y la samaritana le responde: «¿Cómo es que me pides a mí si soy samaritana?» (Jn 4, 9). Se extraña, no confía, no cree que lo que ella le pueda dar sea adecuado para Él, pero aun así no duda en ofrecerle agua. Y es que a veces no nos creemos que el Señor vea algo valioso en nosotros como para darle a Él. No nos creemos que el Señor nos pueda pedir a nosotros algo y pensamos: ¿cómo, Señor, me pides a mí? No puedes, ¡mira quién soy!

Pero Dios es más grande que nuestra lógica, planteamientos, sentido común y raciocinio. Si conociéramos el don de Dios, no haríamos tantas preguntas, ni dudaríamos tanto. Si supiéramos Quién nos pide de beber, le pediríamos más bien nosotros de esa agua de vida eterna.

La samaritana, al escuchar al Señor, le expresa: «Dame de esa agua, así no tendré que venir más veces aquí» (Jn 4, 15), como que se siente cansada, aburrida, llevada de la mano de la rutina, falta de sentido en lo que hace. Ella desea eso que le propone el Señor: un agua de la cual ya nunca más vuelva a tener sed. Y ella le sigue escuchando con asombro y admiración.

Algo en ella está cambiando al escuchar al Señor cara a cara. Algo en ella se está despertando, como algo que estuviera dormido. Un agua nueva brota de su interior, pero no es un agua que saque del pozo, con esfuerzo y sacrificio, sino un agua que viene de la escucha, de la admiración, del dejarse interpelar y empapar del Señor, del permitirse asombrar por Él.

La reacción de la samaritana, al saber que el que le hablaba era el Mesías, el Señor, es primero alegrarse, cambia su rostro, antes serio, y ahora asombrado, esperanzado. Deja su cántaro y sale corriendo a contar lo vivido. Y me llama la atención ese «dejar su cántaro» como algo simbólico de dejar nuestras cosas, lo que estábamos haciendo, nuestros planes, nuestros apegos, nuestros proyectos y nuestra configuración de vida para ir a contar lo que el Señor me ha dicho, lo que Él por su misericordia ha puesto en mí.

El encuentro con Jesús cambia nuestra vida y siempre es una llamada a dar pasos hacia delante y por los demás, a volver a la vida cotidiana pero por otro camino, de otro modo, haciendo las cosas desde la otra orilla, mirando la realidad con una perspectiva que no es la nuestra.

¿Soy consciente de la sed que hay en mí? ¿Cómo vivimos nuestra propia sed? ¿Nos escandaliza? ¿Nos juzgamos por ella? ¿La negamos o disimulamos? ¿Huimos de ella? ¿La intentamos llenar con otras actividades o la acogemos y la integramos en nuestra vida? ¿Cómo crees que respondería Jesús si le hablaras de tu propia sed? Preguntas que nos harán reflexionar, aunque la pregunta clave sería: ¿qué debo hacer yo para saciar la sed de Jesús?

Quien bebe del agua que el Señor ofrece, recibe una vida nueva y eterna. Jamás volverá a tener sed. Quizás tenga sed o cansancio físico, pero no espiritual porque estamos constantemente en manos del Padre.

Me llama la atención cómo Jesús, con su cansancio físico, se dejó cuidar por la samaritana, no escondió su debilidad, su sed, su necesidad. Entonces me pregunto: ¿Me dejo fácilmente cuidar por los demás o me cuesta mostrarme vulnerable ante otros por miedo o vergüenza? ¿Sé expresar mis necesidades a mi prójimo tal como expresan los niños desde su infancia? ¿Cómo vivo el que otros me cuiden? ¿Estoy a las escucha de las necesidades del otro para que, si así me lo piden, poder responder desde el amor y desde sus necesidades y no tanto desde las mías?

Muchas veces no sabemos olvidarnos de nosotros mismos, porque somos incapaces de dejar nuestro cántaro a un lado y desviar la atención en lo que pasa fuera sin descuidar lo que pasa dentro. Y esto creo que es un verdadero arte: saber equilibrar lo que pasa dentro y fuera de nosotros sin descompensación por ningún lado.

Te lo pedimos a ti, Señor, que nos sustentas siempre y en todo. Nos fijamos en María, mujer atenta a la voz de Dios y atenta a las necesidades de los demás como manifestó en las bodas de Caná. ¿Falta vino a mi alrededor, en mi familia, comunidades, lugar de trabajo? ¿Cómo suplo esa carencia? ¿Me falta el vino de la Vida? ¿Me dejo acompañar por el Señor y por mis hermanos? ¿Me siento digno de ser invitado a su fiesta? ¿A qué me llamas, Señor?

A. FRASES PARA CULTIVAR

Padre, hoy te pido, que donde haya sed en mi vida, esta sea oportunidad para hacerte espacio en mí.

Padre, hoy te pido que cuando sienta cansancio, aprenda el don de permitirme un descanso, de dejarme cuidar por otros, de reconocer mi desgaste y mis deseos de recuperación a través del amor y la ternura.

Padre, deseo ser instrumento tuyo hoy, con lo que soy y lo que tengo. Que sea capaz de saciar la sed de mis hermanos como Tú saciaste la mía. Que viva esta sed que siento, desde tu gracia por tu misericordia.

Padre, deseo saciar la sed de Jesús, su sed y hambre de justicia, de verdad, de bien, de belleza. Que sea un instrumento útil para tus planes en nuestra vida a través de nuestras tareas cotidianas y nuestros humildes trabajos.

B. PALABRAS PARA MEDITAR

Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.

Mateo 11, 28-30

Jesús le respondió: Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna. Le dice la mujer: «Señor, dame esa agua, para que no tenga más sed y no tenga que venir aquí a sacarla».

Juan 4, 13-15

(…) Si alguno tiene sed, venga a mí, y beba el que crea en mí (…) De su seno correrán ríos de agua viva.

Juan 7, 37-38

Lo que hacemos no lo hacemos por el trabajo mismo, sino por saciar la sed de Jesús.

Santa Teresa de Calcuta

C. MÚSICA PARA ESCUCHAR

«Venid conmigo», en Busca mi rostro de Ain Karem.

The free excerpt has ended.