Read the book: «Los increíbles poderes del señor Tanaka»

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A José Pedro y Julieta

PRIMERA PARTE TERREMOTO Y MAREMOTO EN LA COSTA
1

Entre los hechos importantes de 1969 podría destacar dos: un ser humano, el primero, dejó su huella en la luna el 21 de julio de ese año. Aquí en la Tierra, en la costa chilena, casi a la misma hora, el mismo día, un gran temporal de lluvia y fuertes marejadas casi arrasaron con caleta Recaredo.

Debo agregar otro hecho igual de importante: fue la misma semana en que el señor Tanaka llegó a Recaredo.

Durante mucho tiempo fue el único y tal vez el primer extranjero que conocieron los habitantes del pueblo. En un principio creyeron que era chino, luego alguien aclaró que era japonés.

Al principio nadie se atrevía a hablarle porque se asumía, erróneamente, que no entendía nuestro idioma. Pero se dieron cuenta del error. Esto sucedió cuando llegó la televisión al pueblo, y por un hecho que nos gustaba repetir una y otra vez como una broma divertida o como parte de una leyenda local.

El día en cuestión algunos vecinos estaban reunidos en el único restaurante de la caleta frente a un televisor donde trasmitían un partido de fútbol del Mundial de Argentina de 1978.

El restaurante “El Pinche” pertenecía a Emilio Pincheira. Hacía muchos años sus dueños, es decir, Emilio y Yolanda, su mujer, levantaron en la entrada del restaurante un cartel que decía: “Restaurante Pincheira”. Durante el invierno las letras del apellido “Pincheira” se vinieron abajo con la ventolera de la costa. Primero cayó la segunda “i”. En la noche siguiente dos letras más, “r” y “a”. Al día siguiente solo se leía en el letrero: “Restaurante Pinche”. Intentaron encontrar las letras faltantes, pero el viento las arrastró y nunca pudieron volver a subirlas, así que lo dejaron tal como estaba. Desde entonces lo llamaron de esa forma: restaurante “El Pinche”.

Esa tarde en El Pinche encendieron un televisor recién comprado, el único que existía ese año 78 en el pueblo, y vieron ese partido de fútbol donde jugaban equipos que a nadie le interesaba porque en ese mundial, como ocurría frecuentemente, no participaba la selección de nuestro país.

Entonces entró el señor Tanaka. Lo vieron sentarse en una mesa y pedir una taza de té. Pocos recordaban que antes lo hiciera, tal vez fue aquella la primera vez.

En verano y primavera veían trotar al señor Tanaka por la playa vestido como atleta, y eso sí que les resultaba algo excéntrico porque nadie trotaba en caleta Recaredo, es decir, se sabía que en Santiago la gente lo hacía por los parques o alrededor de un estadio, pero en la caleta o en sus playas nadie practicaba un deporte tan inútil y solitario.

En primavera también lo veían hundirse en el agua y nadar durante horas. Nadaba muy lento, tal como corría, pero lo hacía muy elegantemente, así que daba gusto verlo. Algunos decían que probablemente se ahogaría porque era muy viejo para internarse en el mar, pero, por supuesto, no se ahogó.

El día del partido en la televisión, el señor Tanaka se sentó a tomar su taza de té. De pronto lo vieron ponerse de pie, levantar las dos manos al cielo y gritar:

“Gooooooooool”.

En ese momento entendieron algo que luego resultó evidente, pero que nadie se tomó la molestia de averiguar en diez años: el señor Tanaka hablaba español.

No faltó, por supuesto, esa noche y al día siguiente, que alguien sugiriera que la palabra “gol” era universal y que probablemente en Tokio, la capital de Japón, se gritara del mismo modo un gol.

Fue tanta la curiosidad y polémica que dos días después se decidió salir de la duda y finalmente integrar a la comunidad a un vecino como Tanaka, quien vivía a dos kilómetros de distancia, en la playa La Herradura.

Caleta Recaredo en esos años todavía no tenía caminos pavimentados y llegaban muy pocos visitantes o veraneantes. Su aislamiento no duraría mucho, pero en esos años, fines de los setenta, todavía era un problema sin solución.

Dos días después, una comisión presidida por Yolanda de Pincheira, seguida de don Manuel Marín, el profesor del pueblo, y Glorita Mailor, la peluquera, decidió visitar la casa de dos pisos del señor Tanaka en la playa de La Herradura. Los tres creyeron que la mejor forma era presentarse con regalos. Glorita Mailor preparó un brazo de reina con manjar casero y lúcuma. Yolanda le llevó de regalo una cajita con finas bolsas de té porque, según lo que leyó en alguna revista, a los orientales les gustaba tomar el té.

Así, un día al comienzo del invierno de 1978, los tres delegados tocaron la puerta del señor Tanaka.

2

Pero no he venido a contar exclusivamente lo que sucedió esa tarde de 1978 en que los vecinos de caleta Recaredo llegaron a la casa del señor Tanaka. Más bien quería hablar sobre el señor Tanaka, pero treinta años después, cuando realmente estaba viejo, aunque a él poco se le notaba, o diría, para no ofender a nadie: que se le notaba menos que a otros vecinos de la caleta. Y a otros tampoco se les notaba porque estaban bajo tierra, es decir, muertos después de treinta años.

Poco ocurrió en caleta Recaredo en treinta años. La excepción tuvo una fecha: año 2000. Esa fecha significó un cambio. Para caleta Recaredo fue el inicio del fin como caleta, al menos eso decía Yolanda, quien seguía a cargo del restaurante y la panadería El Pinche, después de que su marido, Emilio Pincheira, falleciera atorado con un cuesco de níspero, uno lo suficientemente grande como para impedirle la respiración. Eso había ocurrido hacía cinco años, desde entonces la señora Yolanda vivía relativamente feliz, solo amargada por no tener a su Emilio y no tener hijos, aunque en algo ayudaba la visita de sus sobrinos en verano.

Pero algo trascendental sucedió en Recaredo ese año 2000. Y de alguna manera el culpable de aquello fue el señor Tanaka. Desde esa fecha entonces nadie le dirigió la palabra al japonés, culpándolo de la desgracia del pueblo.

Por supuesto, el señor Tanaka, que era oriental, tenía la paciencia propia de esas lejanas latitudes y pudo vivir con esa culpa que le atribuían.

En este momento debería contar qué fue lo que ocurrió en Recaredo para que todos sus habitantes cambiaran de parecer sobre el viejo señor Tanaka, el que antes era adorado por los mismos. Para contarlo debo primero relatar lo ocurrido el día en que los vecinos de caleta Recaredo lo visitaron por primera vez en su casa.

Así que me obligo a contar aquello que me propuse callar, es decir, debo regresar al pasado, a esa tarde de día viernes en que la señora Yolanda, junto con el profesor Manuel Marín y la peluquera del pueblo, la señorita Glorita Mailor, golpearon la puerta del señor Tanaka a las 3:15 de la tarde.

3

Cuando el señor Tanaka abrió la puerta de su casa creyeron que realizaría una reverencia, lo que les hubiera parecido muy oriental y adecuado. En cambio, el señor Tanaka solo dijo:

“Adelante”.

Como si los esperara y no le sorprendiera la visita de la delegación.

Estaban más o menos advertidos de que hablaba español, así que ninguno de los visitantes se hizo problema, ni trataron de disimular algún atisbo de sorpresa al escucharlo hablar como todos ellos.

Primero le entregaron los regalos.

El señor Tanaka no estaba acostumbrado a recibir a nadie, creyó entonces oportuno preparar té, el mismo que recibió de regalo, junto con rebanar el brazo de reina.

En el interior de la casa de dos pisos los visitantes constataron una sencilla decoración. Destacaba una gran fotografía en la pared que mostraba a Mario Kempes, un jugador de fútbol de la selec ción argentina. Y en otra pared, una fotografía de una montaña o un volcán nevado. Más tarde, el profesor Marín instruyó a los demás comentando que se trataba del famosísimo monte Fuji. Por supuesto, ninguno se atrevió a preguntar qué hacía la fotografía del futbolista en la pared; solo Glorita, conocedora de aquel deporte, pudo identificar con certeza al jugador.

Le explicaron entonces que durante años el pueblo, es decir, caleta Recaredo, se portó muy mal con él, pero que desde ahora se comprometían a cambiar esa actitud. Por eso lo invitaban a integrarse a las pocas pero muy esperadas celebraciones que se hacían durante el año, entre las cuales la más importante y la más próxima era la celebración del patrono de los pescadores, San Pedro, un santo que también fue pescador antes de dedicarse a otras cosas más espirituales.

Por su parte, el profesor Marín le pidió acudir a la escuela para conversar con sus alumnos y contarles sobre su país de origen, Japón.

Las dos proposiciones el señor Tanaka las respondió de la siguiente manera.

Sobre acudir a la escuela a hablar de su país, dijo:

“Le agradezco la invitación, pero no tengo mucho qué decir de mi país”.

Y sobre la invitación a la celebración de San Pedro en quince días más dijo:

“Me gustaría ir, pero ese día lloverá hasta la cuatro de la tarde y yo quiero cuidar un resfriado que tengo desde hace unas semanas”.

Por supuesto, las dos respuestas confundieron a los invitados, pero las dejaron pasar porque se dieron cuenta de que el señor Tanaka era un hombre agradable, de modales elegantes. “Un caballero”, dijo después Yolanda de Pincheira. “Y buenmozo”, agregó Glorita, que estaba soltera desde hacía demasiado tiempo.

La reunión siguió otra media hora en que bebieron calmadamente el té.

El señor Tanaka les contó una historia sobre las plantas que cultivaba en su jardín, especies medicinales que crecían bien cerca del mar, pues se beneficiaban de la brisa salobre. Esto último impresionó a las visitas.

Luego, cuando los vecinos rememoraron el encuentro, sentados en una mesa de El Pinche, le adjudicaron al señor Tanaka cualidades de viejo curandero oriental, aunque esa era solo una de las hipótesis y conclusiones de la visita.

Otros dijeron que tal vez era un médico titulado de alguna universidad de Tokio. Los menos propusieron, simplemente, que había sido el jardinero real de Hirohito, el emperador del Japón.

Emilio Pincheira interrogó a los delegados, quiso saber si en algún momento de la visita alguno de ellos le preguntó al japonés a qué se dedicaba. Los aludidos se miraron y permanecieron en silencio. Solo entonces se dieron cuenta, tanto el profesor Marín como Yolanda de Pincheira y Glorita Mailor, la peluquera, que no se les ocurrió preguntar algo así.

En los días siguientes vieron por las mañanas al señor Tanaka en su rutina conocida, es decir, trotando por la playa La Herradura, por la península del Ahorcado y también por la costanera. O comprando sus alimentos en la panadería y en el almacén de las hermanas Zapata, donde adquiría el producto más auténtico de la zona: el arrollado casero, el que hacían las hermanas según una receta antigua y secreta. A ese almacén, y a comprar ese arrollado, llegaban de todas partes de la región.

El día de la procesión de San Pedro y San Pablo, los pescadores de la caleta prepararon sus botes y lanchas, luciéndolas con guirnaldas, flores de papel, serpentinas y globos de cumpleaños, preparándolo todo para el paseo marítimo del santo de yeso que traían de una parroquia a sesenta kilómetros de la caleta, un ritual que se repetía cada año. Pero entonces, esa madrugada, comenzó un temporal inesperado para esa fecha. El viento hizo imposible el zarpe y la lluvia no se detuvo durante el día entero.

El cura y los habitantes de caleta Recaredo comprendieron que lo más conveniente era realizar la ceremonia religiosa en el gimnasio del pueblo.

Y, tal como lo predijo el señor Tanaka, a las cuatro de la tarde en punto, cesó el viento y la lluvia amainó de pronto.

Entonces se reunieron de urgencia el profesor Marín y Yolanda acompañada de Emilio Pincheira, su marido, y Glorita Mailor. Con sorpresa, y casi en secreto, recordaron la respuesta a la invitación que quince días antes hicieron al señor Tanaka. Los delegados repitieron las mismas palabras del japonés sobre el fuerte temporal que caería en la zona, el que cesaría exactamente a las cuatro de la tarde. Cuando esto efectivamente ocurrió, el profesor Marín, Yolanda, Emilio y Glorita quedaron atónitos. Trataron de elucubrar algunas explicaciones, pero nada se acercaba a algo sensato. No existían pronósticos climáticos con tanta antelación y exactitud. Como lo adelantó Tanaka, la lluvia y la ventolera acabaron ese día a la hora anunciada.

De todas maneras, el grupo de vecinos delegados decidió no decir nada de aquello tan insólito y curioso, y darse un tiempo para pensar qué hacer a continuación con respecto al señor Tanaka.

Ninguno de los anteriores contaba con Glorita Mailor y su peluquería. Desde ese lugar fue que se esparció el rumor. Después de tres días todos en la caleta, y un poco más allá, en otros pueblos costeros, se enteraron de la acertada predicción del señor Tanaka.

Algunos concluyeron lo que sospechaban desde hacía años: el señor Tanaka era un brujo oriental. Otros, en cambio, argumentaron que más bien era un científico que vivía en secreto y que había inventado una máquina para predecir el clima.

La única consecuencia de aquellas habladurías y malos entendidos fue que cada vez que veían al señor Tanaka trotar por la playa, por la costanera y la península, ahora lo saludaban con un:

“Buenos días, señor Tanaka”.

Algunos se atrevían a decirle:

“Que le vaya bien en su trote, señor Tanaka”.

Nadie osaba a hablarle nada más.

Excepto Óscar Neculñir.

Neculñir era el más viejo de los pescadores de la caleta, uno de los habitantes más antiguos junto a Emilio Pincheira y a las hermanas Zapata, estas últimas famosas por el arrollado de la zona.

Óscar Neculñir era un hombre que medía dos metros, un gigante, con cinco hijos, todos pescadores. Cuando Neculñir escuchó lo ocurrido en el día de la fiesta de San Pedro y San Pablo y las predicciones del señor Tanaka, permaneció en silencio meditando. Observó la línea del horizonte en el mar, luego meditó otra media hora. Al final se lavó la cara, se peinó y pidió a su mujer su abrigo de guardia marina.

Dijo que regresaría en una hora.

Caminó por la costanera, la península del Ahorcado, recorrió la playa de La Herradura y llegó a tocar la puerta del señor Tanaka.

En ese momento se enteró de quién era o qué hacía realmente en ese lugar el señor Tanaka. Y si fue a él, a Óscar Neculñir, el gigante, a quien le confesó aquello, fue porque nadie más se lo preguntó antes.

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