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Capítulo 04
EL SEGUNDO MURO

Ahora entendía por qué Jorad no había querido decirle nada sobre el trabajo. ¡Un golpe de estado! Manyou quería que la tierra se la tragara. ¿Cómo había permitido que la metieran en semejante embrollo? Daba igual que los ancianos de Taj Mahal la hubiesen recomendado; que fuese una maga de tipo Bélico no era motivo suficiente para justificar el poner su vida en peligro de aquel modo.

—Puede que usted no entienda nuestros motivos, pero le aseguro que… —empezó a decir Nere al ver la expresión de la maga.

—No es necesario —lo interrumpió.

Por supuesto que quería y necesitaba conocer todos los pormenores de aquel asunto, pero no allí donde no sabían quién podía oírles.

—Siento haberla disgustado —se disculpó el soldado.

No era culpa de él que estuviese de mal humor. En todo caso de Jorad, que debió informarla mejor, o de ella misma, que dejó de preguntar cuando el guerrero le entregó como pago adelantado el Ojo de Dragón.

—No lo has hecho, Nere, y ya te he dicho que puedes llamarme Imi.

—Oh, no. No sería correcto.

Llevaban bastante tiempo caminando, pero sin ascender.

—¿No subimos? —preguntó, pues la ciudad de Eren Joo se encontraba sobre las copas de los árboles.

—Me temo que no es posible. Una vez aquí abajo no hay modo de ascender a menos que se alcance alguno de los dos muros, o que se sea un pájaro, claro —dijo aquello por el pequeño ave azul zafiro que los sobrevoló en aquel momento—. Puesto que nuestro destino es la capital, caminamos en dirección a la segunda muralla, desde allí subiremos —explicó.

Se sintió algo culpable de que aquel hombre tan dulce se estuviese llenando de barro por culpa de su caída, y de lo descuidado que había sido Jorad, que debió explicarle cuáles eran las costumbres de Eren Joo antes de acceder a ella.

—No tendremos que caminar mucho más, ¿verdad? —Estaba ya cansada.

Él se volvió para sonreírle.

—Mírelo por el lado bueno: así evitaremos tener que cruzar toda la ciudad. Aquí abajo nadie hará preguntas ni comentarios porque esté siendo acompañada por un hombre que no es de su familia.

Cierto. Allí no había apenas nadie.

—¿Cómo supiste dónde encontrarme?

—Jorad y yo acordamos buscarla durante dos días y luego ir hasta el segundo muro o con usted o para pedir ayuda y continuar con la búsqueda. Yo simplemente tuve la suerte de hallarla cuando revisaba una de las zonas donde podía haber caído.

No pudo evitar sentirse importante.

—¿Con cuántos adeptos contáis? — se refería al golpe de estado, claro.

El silencio momentáneo de él la asustó. Sabía de tres personas al menos, contándose a ella misma, pero necesitarían un ejército si querían lograr algo.

—Con usted: un ma… mago —dijo con tono vacilante y bajito—, tres Hojas Doradas y no sé si alguien más, la verdad.

Aquello debía de ser una broma, ¿no? ¿Solo cuatro personas para dar un golpe de estado? ¿Es que estaban locos? Empezó a dolerle la cabeza y su malestar se unió a su cansancio general.

—¿Podríamos descansar un momento, Nere?

—Si siente que las fuerzas le fallan, puedo cargarla —se ofreció—. Sin embargo no debemos detenernos aquí, podría ser peligroso, además de un retraso considerable en nuestro viaje.

Manyou lo iba a tener muy difícil si todos los Hojas Doradas resultaban ser así de cabezotas. ¿Qué mal podría hacerles un pequeño descanso? Bueno, si no iban a detenerse, entonces… No, lo había prometido: nada de magia. ¡Maldito Jorad!

Estaba agotada. Necesitaba distraerse para no quedarse dormida; buscar algún tema de conversación.

—¿Por qué sois todos tan galantes, aquí en Eren Joo? —No se le ocurrió otra cosa que preguntar.

Notó el tono cohibido de Nere cuando este habló, aunque no consiguió ver la expresión de su rostro.

—Me avergüenza decirlo, pero es por los puntos. El Rey otorga veinte puntos a la familia de aquel que se case con un extranjero.

De repente Manyou se había convertido en una joven con dote. ¿Cuánto eran veinte puntos? ¿Mucho? ¿Poco? Bueno, al menos ahora todo tenía sentido, ya que ella nunca había sido lo que se consideraba una belleza.

—¿Acaso os habéis quedado sin mujeres en Eren Joo?

Aquello divirtió a su guía de brillante armadura.

—Por supuesto que no. Sin embargo, según nuestras leyes las mujeres no pueden heredar los puntos familiares; eso es algo que les corresponde a los varones. Como mucho les es cedido uno o dos a la familia del novio una vez celebrado el enlace.

Entonces sí, veinte puntos era una grandísima dote, lo que suavizaba cualquier defecto que Manyou pudiese tener. Puede que hasta lo de ser maga. ¡Malditos hipócritas! Manyou estaba deseando acabar con todo aquel asunto y salir de esa condenada ciudad cuanto antes.

—¿Por qué no es correcto que me llames por mi nombre, Nere? —En fin, ya que estaba allí más le valía aprenderse todas las reglas y normas de etiqueta si no quería ser colgada de la rama más alta junto a Jorad.

Lo escuchó detenerse.

—¿Va a estar haciendo preguntas todo el camino, señorita?

Manyou se preguntó si su curiosidad se consideraba molesta y si acaso su dote no era suficiente para que no se le tuviera en cuenta.

—Solo trato de conocer mejor tu pueblo y sus costumbres, Nere. —Además de no pensar en lo agotada que estaba.

Él sonrió y retomó la marcha.

—Es comprensible. Yo en su lugar también querría saber más acerca del lugar donde me encuentro. —La maga ya apenas le veía y lo seguía más por el sonido de su voz que por ninguna otra cosa—. Pues no es correcto que la llame por su nombre porque tanto usted como yo estamos sin desposar y no pertenecemos a la misma familia —explicó.

—¿Sería distinto si estuviésemos casados?

—¡Por supuesto! —Notó en su voz un timbre nervioso—. Si estuviésemos casados la trataría con otro nombre…

Lo había malinterpretado todo y ella misma no pudo evitar el sonrojarse.

—Quería decir si alguno de los dos estuviese casado —aclaró.

Muy a su pesar tuvo que reconocer que Nere le gustaba mucho más que Jorad. Era un encanto, y además gracioso.

—Si usted estuviese casada debería dirigirme a su marido primero para que él decidiera si podemos o no hablar. Sin embargo si el casado fuera yo, la llamaría por su nombre como si fuese mi hija o hermana pequeña.

Los modales de aquellas gentes y sus normas eran casi tan extraños como su sistema económico.

—¿Y está bien que yo te llame por tu nombre? —preguntó, temiendo haber sido irrespetuosa todo el tiempo que habían estado juntos.

—Claro, ¿por qué no habría de estarlo?

Manyou ya no entendía nada.

De repente un escalofrío recorrió la espalda de la maga. Había alguien con la mirada fija en ella, ¿pero quién? Nere continuaba caminando por delante de ella y a juzgar por el sonido de sus pisadas debía ir muy pendiente de por dónde pisaba, ya que caminaba con desdén y paulatinamente. ¿Podría ser alguno de los anónimos habitantes de allí abajo? Hacía tiempo que habían dejado las chabolas atrás, aunque todo podía ser. A todo eso, la sensación se le antojó familiar. Algo realmente absurdo.

Todo aquello debía ser producto de su cansancio.

—¿Qué? —Nere había dicho algo, pero no le había oído bien.

—Me preguntaba de dónde era usted, señorita, antes de convertirse en… bueno, ya me entiende.

He ahí un hombre que también detestaba la magia y que no por ello era irrespetuoso con su profesión. Hacía falta más gente como él en el mundo.

—Vivía en la Meseta del Este. En uno de los pueblos Kilalik —explicó.

—Pues pronuncia usted perfectamente nuestro idioma—observó él.

Sin quererlo, Nere hizo que fuese consciente de cuánto extrañaba hablar en su propio idioma, y es que hacía años que no pronunciaba una sola palabra en kilalik.

—Gracias —dijo por el cumplido.

—¿Es bonito aquello?

Se sorprendió de que fuese él el que intentara entablar conversación en aquel momento. Eso era algo que con Jorad jamás habría ocurrido.

—Sí. Cuando me fui aún era primavera: los campos estaban verdes y los jardines en flor. —Recordó la vista desde la ventana de su habitación.

Se descubrió a sí misma preguntándose si todo seguiría igual que cuando se marchó.

—Debió de costarle mucho dejar todo aquello.

Aquella inesperada comprensión le llegó a lo más hondo, y eso era un peligro.

—Era necesario, la falta de control es muy peligrosa.

Cuando era niña solía jugar con su vecino, un chico de más o menos su misma edad. Juntos recreaban fantásticas aventuras y épicas batallas que a menudo se volvían reales cuando empezaban a discutir. Un día su pelea se les fue de las manos y ella experimentó por primera vez el poder de la magia recorriendo su cuerpo, y el peligro que suponía no saber controlarla. Su amigo quedó herido, no de gravedad por fortuna, pero a ella no le quedó más remedio que huir de allí.

—¿Entonces usted no quería convertirse en…?

—No lo esperaba, aunque no me arrepiento de haberlo escogido —confesó.

Aunque lo cierto era que el rechazo social que sufría debido a su condición era de todo menos deseable. Claro que eso era lo último que confesaría a alguien a quien acababa de conocer.

—Pues yo celebro que lo sea, de otro modo no la hubiese conocido.

Se sintió cohibida. Había llegado la hora de cambiar de tema.

—¿Falta mucho para el segundo muro?

Ya no los observaban, pero se había distraído y no había logrado descubrir quién había estado pendiente de ellos o cuando había dejado de estarlo.

—Por la mañana habremos llegado.

—¿¡Vamos a caminar toda la noche!? —preguntó escandalizada.

—Puedo cargarla si se siente cansada —repitió su oferta.

—No, gracias.

El terreno era cada vez más fangoso y ella no podía dar un paso más, pero tenía su orgullo y no iba a permitir que nadie la cogiera en brazos pudiendo ella usar magia. Recordaba su promesa, y aquella no era una cuestión de vida o muerte, sin embargo prefería someterse a la ira del dios Hoprürpoh, encargado de castigar a los mentirosos y desleales, que seguir en aquel lamentable estado.

—Imagino que tendría muchos pretendientes en su pueblo —siguió hablando su escolta.

Mientras se aliviaba el dolor de las piernas con un hechizo le vino a la mente una imagen de sí misma: ojos pequeños y oscuros, cabello lánguido y de un color rojo oxido, piel excesivamente pálida, nariz puntiaguda, inexistencia de curvas… La lista era larga y el resultado poco agraciado, por no decir nada. Así que no, no había tenido problemas rechazando pretendientes porque no los había habido.

—Dejé mi hogar con diez años, aún no tenía edad para pensar en esas cosas. —Prefirió evitar hablar de su aspecto en voz alta, pues tras su involuntaria demostración de poder jamás habría podido disfrutar de una verdadera vida en aquel pueblo.

—¿¡Con diez años!? —exclamó—. ¡Es usted sorprendente, señorita!

No se lo negó. Se pasó medio año vagando sola por el mundo antes de dar con la entrada a Taj Mahal, y el mundo no era nada cándido para con aquellos que no tenían nada que dar.

—Si sigues alagándome tanto pensaré que tratas de cortejarme —bromeó para no seguir pensando en su pasado.

Nere, que hasta entonces se había mostrado bastante hablador guardó silencio, y solo después de unos minutos murmuró lo siguiente.

—No pretendía que se notase tanto.

Aquella situación se salía de los esquemas de Manyou y decir que se quedó perpleja sería quedarse cortos. El problema era que desde que la anciana le había leído la mano, la maga se había vuelto especialmente sensible con aquel tema.

Espantó aquellos pensamientos con un suspiro. Definitivamente, cuanto antes terminara con lo que había ido a hacer allí tanto mejor. De todas formas a ese hombre solo le interesaba la dote que se ganaría si se casaba con una extranjera, no ella. Y Manyou se aseguró de convencerse de que esa era la única verdad detrás te todos esos galanteos.

—¿Falta mucho para que amanezca? —Nere le había dicho que alcanzarían el segundo muro cuando saliera el Sol.

—Muy poco —aseguró él—, ya debemos de estar cerca —se aclaró la garganta—. Creí que no volvería a hablar, señorita.

—¿Por qué dices eso?

—He sido muy atrevido antes —se disculpó.

Ya estaban otra vez con el mismo tema.

—Es cierto. —No iba a desmentir una verdad, pero tampoco a culparlo por querer esos veinte puntos que ella representaba—. No me has ofendido, Nere, tan solo sorprendido. No estoy hecha a vuestros modales, y mucho menos a este trato que me estás dando.

Seguramente aquel hombre no acababa de creerse que era maga, de otro modo la trataría de forma similar a Jorad. En el momento en que la viese emplear su don todas aquellas tonterías serían cortadas de raíz.

—Temo que en Eren Joo solo reciba esta clase de trato, señorita.

En realidad era buena publicidad para los viajeros. Eren Joo: donde hasta la más fea de las solteronas puede triunfar con solo respirar. ¡Menuda estupidez! ¿Es que aquel soldado no tenía ojos en la cara?

—Deja de decir tonterías o conseguirás que me enfade de verdad, y te aseguro que en una pelea contra mí llevas las de perder.

Entre las ramas de los árboles se filtraron las primeras luces del amanecer, justo a tiempo para que Manyou viera volverse a Nere cuando este le respondía su reprimenda.

—Pero yo hablaba en serio, señorita.

No pudo evitar sentirse algo confusa. Nunca antes había tenido que enfrentarse a ese tipo de situación y los cumplidos y galanteos eran ataques de los que no sabía defenderse. Aunque lamentaba reconocerlo casi extrañaba la silenciosa figura de

Jorad. Contra el desprecio a la magia sabía luchar pero Nere era un caso aparte.

Por fin empezaron a divisar lo que parecía su destino y Manyou no pudo evitar dejar escapar un suspiro de alivio.

—¿Por qué se llama segundo muro? ¿Es que hay más murallas en Eren Joo?

—En esta ciudad solo existen tres construcciones hechas con piedra, señorita, por eso tienen su propio nombre —explicó Nere—. Supongo que para alguien que viene de fuera será toda una novedad y puede que hasta extraño, pero en Eren Joo lo inusual es utilizar la piedra para nuestros edificios.

Era un dato curioso, sí, pero Manyou no estaba de humor para sorprenderse por esos asuntos. Porque si había tres lo más probable era que se tratase de un último muro, o eso pensaba. Aún le quedaba bastante para descubrir qué era esa tercera construcción de la que hablaba Nere.

De nuevo, al llevar al pie de la muralla, se repitió el protocolo de los silbidos y una escalera de cuerda calló desde las alturas. Manyou estaba tan cansada que ni se lo pensó dos veces antes de usar un poco de su magia y así ascender de forma rápida, segura e indolora.

Estaba agotada y le daba igual lo que pensaran de ella. Nada más llegó arriba se sentó en el suelo y se permitió descansar unos minutos. El bajo de su vestido estaba hecho un asco y tenía barro hasta en el cuello, ahora sí que se le antojaban falsos los halagos que antes le había dedicado Nere.

Cuando lo creyó conveniente, y siguiendo la costumbre de aquellas gentes, preguntó por la localización del baño y en esta ocasión se aseguró de que la guiaran hasta la mismísima puerta, pues no estaba dispuesta a caerse de nuevo. No le costó encontrar voluntarios dispuestos a escoltarla y, todo sea dicho, la verdad es que Manyou no dudó en aprovecharse de la posición que le otorgaba su cuantiosa dote de veinte puntos.

Todo el baño estaba hecho de madera, tallado en el interior de un solo tronco pero sin matar al inmenso árbol al que pertenecía. ¿Cómo lo habrían conseguido? Las paredes eran lisas y con una textura parecida a la porcelana, como si una película de algún material desconocido para la maga lo cubriese todo. Tal vez por eso el agua y los vapores de las bañeras no habían podrido aquella construcción, que era en lo más básico un pasillo que daba a varias habitaciones. En cada una de estas había una especie de fuente que daba a una bañera siempre llena y varias mudas de ropa femeninas y masculinas. La privacidad de cada baño estaba asegurada por una cortina en la entrada y la seguridad de que cualquier exceso por parte de sus usuarios sería duramente castigado por los guardianes de aquel lugar.

Manyou dedicó un buen rato a quitarse todo el barro y la suciedad que había acumulado el día anterior. Aquel baño era la primera cosa que le agradaba desde que había llegado a esa maldita ciudad y se permitió retrasar su salida del agua hasta que se le arrugaron las yemas de los dedos. Ya fuera de la bañera contempló los vestidos allí dispuestos, porque no iba a ponerse el suyo después de haberse lavado cuando este seguía lleno de barro. Al principio pensó que habría distintos ropajes, uno para cada clase social de Eren Joo, pero un segundo vistazo le demostró que el diseño y tejido de los trajes eran más o menos el mismo en todos, y que lo único que cambiaba era el color.

En aquel momento la maga se percató de que nunca había vestido de azul y decidió que aquella sería una buena ocasión para probárselo. Se dejó el cabello suelto, pues ni podía usar la magia ni tenía nada con que recogérselo y salió de allí sintiéndose muy relajada. El agua tibia había conseguido llevarse todo su estrés, nerviosismo y enfado, además del barro, y ahora solo le apetecía comer algo y echarse a dormir. No se había dado cuenta hasta que se relajó de lo hambrienta que estaba, y es que no había tenido una comida decente desde mucho antes de llegar a la primera muralla.

—Nere, ¿sabemos algo de Jorad?

Se dirigió a él directamente esperando que así el resto de admiradores, que muy a su pesar se había ganado, la dejasen tranquila. Con la luz del día pudo apreciar las pequeñas diferencias que había entre Jorad y su igual. Ambos tenían el cabello castaño y largo pero el de Nere no estaba recogido con trenzas sino con una simple cola de caballo baja. Sus ojos también eran verdes pero de un tono más vivo y su nariz más pequeña y redonda. Pero la diferencia más significativa era sin lugar a dudas la cicatriz de la mejilla derecha que tenía Nere.

—No es probable que sepamos nada de él hasta… Oh, veo que se ha cambiado, señorita.

Él seguía llevando puesta la armadura, aunque el trozo de camisa que sobresalía por el cuello daba a entender que él también había renovado sus prendas.

—¿He hecho mal? —Tal vez los colores de las ropas sí que fueran distintivos al fin y al cabo.

—En absoluto, está encantadora. Aunque creo que un tono rojo le quedaría mucho mejor, si me permite el atrevimiento.

¿Era esa la forma en la que las gentes de Eren Joo se llamaban feas unas a otras? Manyou se ofendió. Había elegido aquel traje porque le gustó el color y no había más de qué hablar.

—Tengo hambre y estoy cansada. Si Jorad no va a aparecer pronto, te pediría que me llevaras a donde quiera que os reunáis para que pueda descansar un poco mientras le esperamos.

—Os pido perdón, señorita. Debí darme cuenta. —Parecía incómodo—. Os llevaré a la casa del Capitán Jorad, allí podréis descansar.

—Te lo agradezco.

Guiada por Nere caminó a través de los casi infinitos puentes de madera construidos sobre los árboles que conectaban unas copas con otras. Poco a poco la vista de la maga se fue acostumbrando a su nuevo entorno, en el que la gente iba y venía por aquellos puentes, y no tardó mucho en poder distinguir los árboles que hacían de hogar de los que no.

—¿Siempre es así? —se refería al bullicio de la ciudad.

—¿El qué?

— La gente yendo de un lado para otro sin parar. Me siento como si estuviese en una colmena de abejas. —Se rió de su propia broma para quitarle peso, pues realmente pensaba lo que había dicho.

—Sí, desde hace algún tiempo es así todos los días.

Aquella frase iba con segundas, seguramente porque el estado actual de la ciudad estaba relacionado con el trabajo para el que la habían contratado, pero como eso era algo de lo que no se debía hablar en público no siguió preguntando.

—Es una ciudad preciosa —dijo aquello por cumplir, no porque lo pensara realmente.

—Para mí sería todo un honor enseñársela cuando haya descansado, a menos que el Capitán Jorad ya se lo haya prometido, claro.

—No existe tal promesa —aseguró, aceptando con ello y sin querer la oferta de Nere.

Estaba algo mareada y se sentía a punto de desfallecer. Puede que por eso no se diese cuenta de que su guía se había detenido, y ella misma, ante cierto personaje también muy parecido a Jorad, aunque por otras razones que descubriría más tarde.

—¡Señor Astor! —Nere se puso firme—. Buenos días, señor.

El desconocido era sin duda la viva imagen de Jorad, pero en una versión vieja y algo más baja.

—Nere —dijo a modo de saludo el hombre—, ¿puedo preguntarte por la encantadora joven que te acompaña?

—Oh, por supuesto… —Necesitó unos segundos para aclarar sus propias ideas—. Señorita, permítame presentarle al señor Astor, padre del Capitán Jorad —de ahí su parecido— y antiguo Hoja Dorada de Segundo Rango. Ella es la señorita Imy, señor.

Manyou ya había renunciado a que pronunciaran bien su nombre.

—Es un placer conocerle, señor. —Sonrió, tratando por todos los medido de los que fue capaz el parecer agradable.

—La señorita Imy ha hecho un largo viaje desde el oeste, señor Astor. —Aquello último alteró los sentidos del padre de Jorad que incluso cambió de postura antes de hablar.

—Será mejor que paséis…

Manyou no llegó a escuchar lo que dijo, porque perdió el conocimiento allí mismo.

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