A mis padres no les importo

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From the series: Psicología y educación #21
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A mis padres no les importo
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A mis padres no les importo

Problemas de conducta en los adolescentes

Rosa María Boal Herranz


© SAN PABLO 2021 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid) Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

E-mail: secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es

© Herranz, Rosa María Boal

Distribución: SAN PABLO. División Comercial Resina, 1. 28021 Madrid

Tel. 917 987 375

E-mail: ventas@sanpablo.es

ISBN: 9788428564083

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Se lo dedico a todos los niños y adolescentes

de los que tanto he aprendido,

ellos han sido mis mejores maestros.

También se lo dedico a mis hijos Daniel y Jaime.

Introducción

Las dos etapas sobre las que voy a centrar este libro son la niñez y la adolescencia. Por ello quiero empezar por su definición y describir cómo están estructuradas –el periodo que abarca cada una de ellas–, para situarnos dentro del marco de estos dos grandes estadios de la vida. La niñez es el periodo de la vida humana que se extiende desde el nacimiento a la pubertad. Dentro de la niñez podemos diferenciar tres etapas llamadas: primera infancia, de 0 a 3 años; segunda infancia, de 3 a 6, y tercera infancia, de 6 a 12. En esta última etapa se establecen dos subetapas: de 6 a 9 y de 9 a 12 años.

Igualmente, la adolescencia se extiende a lo largo de 3 etapas: la primera etapa, de 11-12 años hasta los 14-15, es la pubertad; la segunda etapa de 15-16 años hasta los 18-19 y la tercera etapa de 18-19 años a los 21-22. La adolescencia es la etapa puente que transita el paso de la niñez a la adultez. Unos autores sitúan el término de la adolescencia a los 21-22 años y otros a los 24-25 años, coincidiendo con el final del periodo de crecimiento. Es un momento de grandes cambios físicos, psicológicos y sociales. Siempre he considerado estas dos etapas de una importancia capital en el desarrollo psíquico y emocional de toda persona. Sobre ellas se asentará toda la vida posterior. El estado emocional del adulto será el reflejo de cómo se hayan vivido estos años.

Ha sido para mí de gran interés la experiencia tan privilegiada como profesional de la psicología que he tenido y que tengo por haber podido trabajar desde mis comienzos, hace ya varias décadas, como psicoterapeuta de niños, adolescentes y adultos, porque esto me ha permitido tener una visión global del desarrollo del ser humano a lo largo de la vida. He podido conocer de primera mano cómo se van gestando y trasladando los problemas desde los primeros comienzos de la vida hacia la etapa adolescente y hacia la vida adulta. También he podido observar cómo los problemas que se inician en la infancia, si no son tratados y corregidos, se van manteniendo y consolidando día a día, permaneciendo latentes y casi en silencio en la mente y con mayor o menor presencia e intensidad en la conducta diaria a lo largo de toda la existencia de la persona.

Este es el tema sobre el que va a tratar este libro. Conocer cómo se van creando y se mantienen los problemas psicológicos desde los primeros años y cómo pueden llegar a acompañar toda la vida. Principalmente, será la exposición de mis ideas sobre el desarrollo de la depresión y los problemas de conducta en los adolescentes. Cuando observamos un mal comportamiento en un adolescente, como puede ser la desobediencia, las peleas, los hurtos, un bajo rendimiento escolar, los conflictos continuos con los padres u otras conductas desadaptativas, estamos viendo la punta del iceberg, unas manifestaciones negativas que se han formado sobre la base de unas experiencias vividas también negativas. Debajo de esta punta del iceberg subyace un mundo interior de malestar y resentimiento hacia los padres que se ha ido generando desde los primeros años. Detrás de estas alteraciones visibles del menor existe una mala comunicación o una comunicación ineficaz en la familia que no sirve para solucionar los problemas sino para generar otros nuevos, porque se ha producido una desconexión entre lo que los padres hacen y dicen y lo que los hijos interpretan de lo que hacen y dicen sus padres. Pero si seguimos ahondando en las razones de esta comunicación ineficaz, observamos otras que subyacen y sustentan esta mala comunicación entre ellos. Estas otras razones son carencias importantes que los adolescentes sienten que han tenido y tienen desde su infancia y el rencor y resentimiento por ello hacia los padres, porque les hacen responsables de los déficits, de las carencias y de las vivencias que les han generado tanto sufrimiento. Estas insatisfacciones han incidido negativamente en los hijos generando un autoconcepto negativo y una baja o muy baja autoestima que desencadena en la depresión.

Los padres, en muchos casos, son ajenos a este mundo interior del niño, a esta manera en que él ha ido interpretando lo que sus padres han hecho y lo que él ha vivido. No han percibido ni identificado sus necesidades ni sus preocupaciones. Esto se debe, bien a que el niño no se expresa adecuadamente o no lo habla por miedo, o bien a que los padres no lo han sabido entender. Es en la adolescencia cuando el joven muestra todo lo que ha ido interpretando y acumulando, es el resultado de lo que ha ido viviendo en todos los años anteriores.

El objetivo de este libro es informar a los padres, tender un puente para la buena comunicación y entendimiento entre padres e hijos y que esto revierta en la salud mental de los niños y adolescentes y en formar cimientos sanos de su personalidad para su bienestar y para su vida de adultos. En absoluto, es hacer una crítica negativa a los padres, eso no tiene cabida en este libro, porque entiendo lo difícil que es educar a los hijos. Sí pretendo alertarlos para que tengan en cuenta dónde deben fijar su mirada en los niños para no encontrar sorpresas inesperadas en su comportamiento cuando lleguen a la adolescencia. Los padres cometen errores en la relación con los hijos, más por ignorar y desconocer que lo que están haciendo es perjudicial para sus hijos, que por tener la intención de dañarles. Los padres quieren lo mejor para sus hijos, pero sí deben saber lo que puede hacer verdadero daño a un niño para poder evitarlo. Mi deseo es poner algo de luz donde haya dudas, es aportar conocimiento sobre los niños y adolescentes para conocer mejor la psicología infantil y dar pautas a los padres para educar a sus hijos de manera más fácil y eficaz para la mejor relación de todos. Y espero y deseo que esta obra cumpla estos objetivos.

Por último, quiero enfatizar que en los adultos el desarrollo de la depresión es igual que en los niños y en los adolescentes, siempre está presente, alimentándola, una autoestima negativa. Y, además, hay que tener en cuenta que en muchos casos la depresión en los adultos se inició en la infancia o adolescencia y ha acompañado a la persona a lo largo de toda su vida.

[Nota: Quiero señalar que en toda la extensión del libro me voy a referir a los menores en género masculino, pero siempre entendiendo que cuando escriba él o niño me estoy refiriendo al niño y a la niña, y cuando haga mención a adolescentes me refiero a adolescentes varones y mujeres. Esto lo hago para evitar la redundancia de nombrar niño/niña y él/ella con excesiva frecuencia. En todos los casos me estaré refiriendo a ambos].

Capítulo 1 Depresión, autoconcepto y autoestima

La depresión y la autoestima son los dos temas que van a centrar el libro, dado que están íntimamente interrelacionados. Uno de los principales elementos que subyace a una depresión es la baja autoestima. Por ello es importante conocer qué significan estos dos grandes componentes que se entrecruzan.

1.Trastornos depresivos: La depresión

Voy a comenzar exponiendo algunos datos de la Organización Mundial de la Salud sobre el estado de la depresión en el presente en personas jóvenes. En 2015 la OMS[1] publica un informe para dar a conocer datos y pautas acerca de este trastorno psicológico. En este informe recoge algunas estadísticas que ponen de manifiesto que afecta a más de 350 millones de personas en el mundo y que es la principal causa mundial de discapacidad. Como consecuencia puede desencadenar el suicidio, se producen más de ochocientos mil suicidios al año por esta causa. Entre los 15 y 29 años es la segunda causa de muerte. Cuando es de intensidad moderada o grave puede ser incapacitante para realizar las actividades normales de la vida diaria tanto laborales, como sociales y familiares. Es más frecuente en la mujer que en el hombre. Es un problema psicológico que va en aumento. La Asamblea Mundial de la Salud urge a los Estados miembros a la colaboración entre los distintos países para abordar este problema desarrollando planes dirigidos a las personas jóvenes, porque aunque hay tratamientos adecuados, más de la mitad de los afectados no reciben tratamiento.

Anteriormente, la OMS había elaborado y publicado otro informe, en esta ocasión centrado, específicamente, en la depresión en los adolescentes titulado Health for the world’s adolescents[2] («Salud para los adolescentes de todo el mundo»), con fecha del 14 de mayo de 2014, para manifestar la preocupación por este problema psicológico en esta etapa de la vida. Señala que es la principal causa de enfermedad y discapacidad de ambos sexos entre los 10 y 19 años y considera el suicidio como la tercera causa de mortalidad entre estas edades. Insta a los países a tomar medidas para responder eficazmente a la curación de los problemas psicológicos y a la prevención de la salud mental de los menores, ya que en la adolescencia se sientan las bases de la salud mental de la vida adulta. Aporta los siguientes datos:

 

a) Principales causas de muerte entre los adolescentes:

 Traumatismos causados por automóviles.

 VIH/Sida.

 Suicidio.

 Infecciones de las vías respiratorias inferiores.

 Violencia.

 Diarrea.

 Ahogamiento.

 Meningitis.

 Epilepsia.

 Trastornos endocrinos, hematológicos o inmunitarios.

b) Principales causas de enfermedad y discapacidad:

 Depresión.

 Traumatismos causados por el tránsito.

 Anemia.

 VIH/Sida.

 Lesiones autoprovocadas.

 Dolores en la espalda y el cuello.

 Diarrea.

 Trastornos de ansiedad.

 Asma.

 Infecciones de las vías respiratorias inferiores.

La depresión es de interés prioritario en el Programa de Acción de la OMS para promover y mejorar la salud mental. Su objetivo es ayudar a los países a mejorar y ampliar los servicios de atención para personas con alteraciones mentales. Insiste en que mejorar los datos mediante la información y la formación sobre la salud de los adolescentes es una necesidad y se deben crear programas para abordar este problema. Y propone que la ayuda psicosocial y la medicación lleguen a millones de personas con trastornos mentales, entre ellos la depresión, de cualquier lugar del mundo y clase social para que les permita tener una vida normalizada y saludable.

2. Tipos de trastornos depresivos

El Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-V)[3] establece diferentes modalidades de trastornos depresivos. Voy a hacer una breve exposición de dos de estas modalidades por ser frecuentes en la práctica clínica: 1. Trastorno de depresión mayor, y 2. Trastornos depresivos persistentes.

2.1. Trastorno de depresión mayor: Definición

En la depresión mayor se manifiesta un estado de ánimo deprimido con déficit del interés y de la capacidad de disfrutar. Se experimenta pérdida o reducción de la energía y se produce una disminución visible de la actividad. El Ministerio de Sanidad y Consumo[4] define la depresión mayor como:

«Un trastorno del humor, constituido por un conjunto de síntomas, entre los que predominan los de tipo afectivo (tristeza patológica, desesperanza, apatía, anhedonia, irritabilidad, sensación subjetiva de malestar) y se pueden presentar también síntomas de tipo cognitivo, volitivo y físicos. Podría hablarse, por tanto, de una afectación global del funcionamiento personal, con especial énfasis en la esfera afectiva» (p. 39).

Para el diagnóstico del trastorno de depresión mayor se requiere la presencia de entre cinco o más (dependiendo del grado de depresión) de los síntomas recogidos en el DSM-V (tabla 1) y que hayan estado presentes durante el periodo mínimo de dos semanas. Si bien, puede consolidarse como crónico y mantenerse durante meses o años. De estos cinco o más síntomas, al menos uno debe ser tener un estado de ánimo deprimido o experimentar una pérdida de interés o de placer por actividades que habitualmente sí producían placer, como juegos, relaciones sociales, actividades de ocio, etc.

Tabla 1: Síntomas de la depresión mayor (DSM-V)[5]


Los síntomas causan grave malestar y pueden producir incapacidad y deterioro en la vida de la persona en las áreas personal, social, laboral u otras actividades de la vida del sujeto.

2.2. Trastornos depresivos persistentes: Definición

Los trastornos depresivos persistentes son el trastorno de depresión mayor crónico y el trastorno distímico o distimia. El trastorno de depresión mayor se considera crónico cuando, una vez que se ha presentado el trastorno de depresión mayor, el estado de ánimo depresivo se mantiene durante meses o años. En cuanto al trastorno de distimia, se diagnostica cuando se describe un estado de ánimo deprimido durante la mayor parte del día, presente más días que los que está ausente, según se desprende de la información subjetiva del sujeto o de la observación por parte de otras personas. La duración o tiempo que deben estar presentes los síntomas es un mínimo de dos años (en niños y adolescentes un año). Estos dos trastornos se diferencian en cómo es su inicio, en la forma de comenzar. En el primer caso, irrumpe una depresión mayor que se mantiene a lo largo del tiempo. En el segundo caso, no hay depresión mayor de inicio, solo se presenta un estado de ánimo distímico permanente.

Los síntomas del trastorno depresivo persistente distímico que se requieren para establecer el diagnóstico son dos (o más) de entre los recogidos en la tabla 2.

En los dos tipos de trastorno los síntomas causan malestar clínicamente significativo y pueden producir deterioro en las distintas áreas de la vida del sujeto y en su funcionamiento. Este malestar no puede ser atribuido a otros efectos como ingesta de sustancias u otra enfermedad médica. Durante el trastorno distímico pueden sucederse intervalos con síntomas de depresión mayor que deben ser diferenciados de la distimia y diagnosticados como depresión mayor. La diferencia respecto al trastorno de depresión mayor es que el distímico se caracteriza por síntomas depresivos menos graves que se han mantenido durante dos o más años, en niños y adolescentes un año.

Tabla 2: Sístomas del trastorno depresivo persistente distímico o distimia (DSM-V)


La depresión, en muchos casos, no suele presentarse de forma aislada como un cuadro único sino que es habitual su asociación a otras alteraciones psicopatológicas. Va acompañada de síntomas de otros trastornos relacionados con ella, lo que se conoce como trastornos comórbidos. Por comorbilidad se entiende la unión de dos o más alteraciones que se presentan simultáneamente. Muchas personas, niños, adolescentes y adultos, junto con la depresión, padecen ansiedad, alteraciones del sueño, de la comida, problemas de conducta, dificultades de atención y concentración y también otros síntomas como dolencias físicas sin justificación o explicación médica. Se habla de comorbilidad cuando se produce la coexistencia de dos o más trastornos, con implicación asociativa, en una misma persona y en el mismo momento o uno inmediato al otro. Un ejemplo es la frecuente asociación entre trastorno depresivo y ansiedad en todas las edades. En niños y adolescentes también se presenta con mucha frecuencia la unión entre depresión y problemas de conducta.

La ansiedad es un estado de inquietud física y psíquica persistente que la persona vive como situación de falta de control. Se diagnostica ansiedad cuando están presentes, durante un episodio de depresión mayor o trastorno depresivo distímico, dos o más de los siguientes síntomas:

 El individuo se siente nervioso o tenso.

 Se siente inhabitualmente inquieto.

 Tiene dificultad para concentrarse debido a las preocupaciones.

 Tiene miedo a que pueda suceder algo terrible.

 Siente que podría perder el control de sí mismo.

Los trastornos de conducta son descritos en el DSM-V como un patrón repetitivo y persistente de comportamiento que se manifiesta mediante falta de respeto a los derechos básicos de otros o se incumplen las normas o reglas sociales propias de la edad. Pueden ser leves, cuando los problemas de conducta provocan un daño relativamente menor a los demás (por ejemplo, mentiras, absentismo escolar, regresar tarde por la noche sin permiso, incumplir alguna otra regla); moderados, cuando el número de problemas de conducta y el efecto sobre los demás son de gravedad intermedia (por ejemplo, robo sin enfrentamiento con la víctima, vandalismo), y graves, cuando existen muchos problemas de conducta además de los necesarios para establecer el diagnóstico o dichos problemas provocan un daño considerable a los demás (por ejemplo, violación sexual, crueldad física, uso de armas, robo con enfrentamiento con la víctima, atraco e invasión).

Los datos recogidos por el Ministerio de Sanidad y Consumo[6] ponen de manifiesto que la comorbilidad es una regla más que una excepción. Entre el 40 y el 90% de los adolescentes deprimidos padecen un trastorno comórbido y al menos entre el 20-50% tienen dos o más diagnósticos comórbidos. Los trastornos de conducta (40%) y de ansiedad (34%), seguidos del abuso de sustancias, son los trastornos comórbidos con depresión que se presentan con más frecuencia. Estos trastornos pueden ser interdependientes unos de otros pero también, indistintamente, ser unos causa y consecuencia de los otros o bien ser todos parte de un cuadro común. En los adolescentes, con cierta frecuencia, esta comorbilidad puede no ser advertida y un trastorno podría estar eclipsando a otro. Un ejemplo son los problemas de conducta que, en ocasiones, están ocultando un estado depresivo de fondo eclipsado por la resonancia y las dificultades que genera el problema de conducta en la vida familiar y social.

Otro aspecto importante que también hay que tener en cuenta son los grados de un trastorno depresivo. La depresión se mide en grados. El DSM-V[7] establece tres grados, leve, moderado y grave, que se van a diferenciar en función del número de síntomas que presente el sujeto, de la intensidad y del grado de deterioro e incapacidad que produzcan en una persona para realizar sus actividades diarias. En la depresión leve las personas dentro del malestar que sienten pueden llevar una vida normalizada sin mucha dificultad. En ocasiones, aunque encuentren algún problema para realizar sus actividades habituales, probablemente no tengan que suspenderlas completamente. Los síntomas, en esta clasificación, producen malestar en el sujeto pero son manejables y alteran poco la vida familiar, social o laboral. En la depresión moderada la persona puede presentar dificultades más notables para hacer frente a sus responsabilidades diarias teniendo, en algunos casos, que interrumpir algunas actividades temporalmente, apareciendo la necesidad de una baja laboral transitoria. En el grado de depresión grave, con mucha probabilidad, una persona no podrá mantener las responsabilidades habituales de su vida diaria requiriendo cuidados y apoyo de familiares u otras personas. Es frecuente que necesite ayuda para realizar sus actividades y sus tareas en las distintas facetas de su vida, siendo muy probable que abandone algunas. Durante un episodio depresivo grave los síntomas causan gran malestar y el sujeto no lo puede controlar o manejar, se puede llegar a producir falta de autonomía para cuidarse uno mismo, abatimiento y pérdida de energía creando un estado de ánimo que interfiere claramente en el funcionamiento familiar, social y laboral. El número de síntomas supera notablemente a los necesarios para hacer el diagnóstico. En determinados casos, se requiere la asistencia hospitalaria.

3. El autoconcepto y la autoestima

El autoconcepto y la autoestima juegan un papel principal en el desarrollo de la depresión, están íntimamente entrelazados e interrelacionados en su formación. En primer lugar, voy a definir qué son estos dos conceptos y, posteriormente, cuál es la interconexión con la depresión. El autoconcepto y la autoestima son la percepción, la valoración y la estima que cada persona tiene de sí misma. Existen diferentes opiniones entre los expertos a la hora de conceptualizar y establecer diferencias entre estos dos términos. Para algunos autores autoestima y autoconcepto engloban un único sentido, describen lo mismo. Para otros, por el contrario, son términos que se refieren a aspectos diferentes, por un lado, entienden el autoconcepto como la autopercepción o la opinión que tiene una persona de sí misma en las distintas facetas de su personalidad y de su vida, lo consideran como la descripción cognitiva e intelectual de uno mismo y, por otro lado, entienden la autoestima como la autovaloración personal que se da cada persona a partir de esa opinión. Se podría decir que es la «puntuación» que se da uno a sí mismo en los diferentes aspectos de su persona y de su vida. Esta autovaloración lleva asociados sentimientos positivos o negativos que van a conformar una autoestima positiva o negativa. Ante estas dos corrientes a la hora de entender estos dos conceptos, yo me voy a posicionar en la corriente que considera el autoconcepto y la autoestima como elementos diferentes pero íntimamente interconectados e interrelacionados, en tanto en cuanto, un elemento es cómo se percibe uno a sí mismo y el otro es la valoración y el sentimiento que le produce esa autopercepción.

 

El autoconcepto, considerado como la percepción que tiene una persona de sí misma, se refiere a los pensamientos y las opiniones con las que se autodescribe. Hace referencia a la dimensión cognitiva de la persona. Es la representación mental que el sujeto se ha formado de sí mismo a partir de sus experiencias, de sus interrelaciones y de sus vivencias. El autoconcepto es multidimensional y las dimensiones son las diferentes facetas del individuo, como la familiar, social, escolar, personal, emocional, espiritual, material-económica, el aspecto físico, etc. Se puede tener una autopercepción global formada por el balance de todas las áreas o se puede tener una opinión de sí mismo diferente en cada una de ellas. El sujeto va creando esta opinión en función de las experiencias con su entorno, de la propia opinión de su conducta y de su personalidad, y de la visión que los demás le van transmitiendo acerca de sí mismo. Cuando la imagen es favorable, obtendrá un autoconcepto positivo; cuando no sea favorable, el autoconcepto será negativo, y puede ser en su conjunto o en alguna de las áreas.

La autoestima, por su parte, es la valoración que se da una persona a partir de la percepción y opinión formada de ella misma. Si el autoconcepto es el componente cognitivo de la visión de sí mismo, la autoestima es el componente afectivo-emocional. Esta evaluación y valoración de las diferentes dimensiones de la persona lleva asociados sentimientos y emociones en sintonía con ella, de satisfacción o insatisfacción, de autoestima positiva o negativa. Por lo tanto, la autoestima son los sentimientos y las emociones que se despiertan en un niño, adolescente o adulto, como consecuencia de la autovaloración o «puntuación» que hace sobre las diferentes facetas de su vida, tanto de las internas como de las externas. La autoestima también puede ser el resultado del balance global de todas las áreas, no estar satisfecho con nada de lo que tiene, o puede tener una valoración distinta para cada categoría. Por ejemplo, una persona puede tener una autoestima saludable por una valoración positiva en su dimensión académica, pero sentir una autoestima negativa de su imagen física. Es importante tener en cuenta que esta valoración puede ser subjetiva y no tiene por qué corresponderse con la vida real del sujeto. Puede ocurrir que una persona haya demostrado en su trabajo y en sus resultados académicos su valía, pero emocionalmente sentir que no vale. Lo que sí será importante, cuando una persona haya desarrollado una autoestima negativa y desee modificarla, es conocer dónde se sustenta y de qué área o áreas nace. Voy a exponer algunas de estas áreas o dimensiones del autoconcepto y la autoestima:

 La dimensión física. Se refiere a la percepción y valoración que el niño o adolescente tiene de su apariencia física: gordo, flaco, guapo, feo... (imagen física).

 Cómo se siente dentro de su grupo social (imagen social). Esta depende de cómo se percibe y se valora en sus relaciones con sus compañeros y amigos, de la integración en su grupo y del feedback que recibe de su grupo.

 El autoconcepto académico. Es la opinión sobre su competencia y capacidad (imagen de autoeficacia y autorrealización). Se forma a partir de sus habilidades y de sus logros como estudiante en las distintas áreas o materias escolares, teniendo un peso importante las calificaciones que obtenga.

 La opinión sobre su familia y su situación familiar (imagen familiar).

 El autoconcepto de las cosas materiales (imagen material-económica). Es la idea formada a partir de su estatus económico-material, derivado del poder económico y de los bienes materiales que posee él o su familia.

 La imagen personal-emocional-moral-espiritual es la visión de sí mismo como persona, a nivel intelectual (sus capacidades, actitudes y habilidades), a nivel emocional (sus sentimientos y emociones, el optimismo o pesimismo, la alegría, la positividad o negatividad, etc.), a nivel moral (su ética, honestidad, idea de justicia y de hacer bien a los demás) y sus cualidades espirituales (su sentido de vida y su religiosidad).

Se puede decir que estos dos elementos resumen lo que piensa y siente cada persona de sí misma. A partir de esta percepción y valoración de las propias dimensiones se pueden extraer dos maneras de formarse y sustentarse la autoestima:

a) La formación de la autoestima por lo que se tiene. Esta imagen está formada en la autovaloración de la persona basándose en lo que tiene, derivada de su estatus familiar, económico, por la salud, el físico, la economía, etc. Es la percepción y estima sustentada en lo material o concreto y, por lo tanto, es más dependiente de lo que se ha logrado. Nace de la situación externa y de lo bueno o malo que la persona cree que tiene.

Esta forma de autoestima se corresponde con la autoestima condicionada, contingente o dependiente. Está condicionada en la medida en que una persona se siente importante si logra lo deseado.

b) La formación de la autoestima por lo que se es. Se sustenta en el respeto y el amor a sí mismo por existir y por ser quién es. La persona se valora y se quiere porque siente que se lo merece por ser un ser humano y como cualquier otro. En este caso, la autoestima no está condicionada a los logros, se sustenta en el reconocimiento que se otorga uno a sí mismo, en la aceptación de los defectos y las virtudes y en la satisfacción con todo lo que es y cómo es. Es una autoestima basada en la autocomprensión y la autoaceptación que permanecerá cuando las cosas salen bien y cuando las cosas salen mal. Es más estable, ya que se mantiene cuando una persona tiene éxitos y cuando tiene fracasos, porque se aprecia a sí misma por ella misma.

Esta forma de autoestima se corresponde con la autoestima incondicional, no contingente o independiente. Es quererse como persona, independientemente de lo que se tenga, no está sometida al estatus social, ni a los bienes materiales, ni a la profesión, ni al nivel económico y cultural, es el amor así mismo y por sí mismo.

No obstante, hay que tener en cuenta que estas dos formas de entender la autoimagen y la autoestima se pueden encontrar con obstáculos como cuando lo que se tiene y lo que se es no es lo que desea el sujeto, sea niño, adolescente o adulto. En esta línea hay autores[8] que definen la autoestima como la distancia entre lo que se es y se tiene (el Yo real) y lo que se desea ser y tener (el Yo ideal). Cuanto mayor sea la distancia que separa el Yo ideal del Yo real, más baja será su autoestima.

En cualquier caso, los distintos tipos de presentación de la autoestima nos llevan a describirla en su totalidad como una cualidad personal que se va formando durante el desarrollo del niño a través de las interacciones y de la educación, teniendo un papel importantísimo en ello los ambientes sucesivos que va transitando. En este proceso de desarrollo se pueden considerar algunas características de la autoestima como son:

a) Se desarrolla en base a las interrelaciones del sujeto en los diferentes entornos. La autoestima y el autoconcepto se van formando desde el momento de nacer y tiene gran influencia en su desarrollo la valoración que recibe de los demás, la primera y muy importante la de los padres y, posteriormente, cuando el niño comienza la escolarización y socialización, la de los profesores, compañeros y amigos. En la adolescencia el tipo de relación con amigos y compañeros va a tener especial influencia en la autoestima.