Read the book: «América ocupada»
BIBLIOTECA JAVIER COY D’ESTUDIS NORD-AMERICANS
http://puv.uv.es/biblioteca-javier-coy-destudis-nord-americans.html
DIRECTORA
Carme Manuel
(Universitat de València)
Primera edición en inglés, 1972
Título original: Occupied America: The Chicanos Struggle toward Liberation
Publicado por Harper and Row. Nueva York
© 1972, Rodolfo F. Acuña
Traducción: Ana María Palos
Primera edición en español: 1976
Derechos reservados en lengua española © 1976
Ediciones Era, S. A.
Avena 102, México 13, D.F.
Segunda edición en español, 2022
Traducción y edición de José Juan Gómez-Becerra.
Derechos reservados en lengua española, Rodolfo F. Acuña
Reservados todos los derechos
Prohibida su reproducción total o parcial
ISBN: 978-84-9134-964-8 (papel)
ISBN: 978-84-9134-965-5 (ePub)
ISBN: 978-84-9134-966-2 (PDF)
Imagen de la cubierta: Cosmic Migrants, Nephtalí de León
Imagen interior: Lèo Limón - https://leolimon.com/
Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera
Publicacions de la Universitat de València
Edición digital
Contenidos
AMÉRICA OCUPADA, SEGUNDA EDICIÓN El contexto
EL PREFACIO (PRIMERA EDICIÓN)
EL PREFACIO (SEGUNDA EDICIÓN EN ESPAÑOL)
INTRODUCCIÓN
PRIMERA PARTE PANORAMA DE LA CONQUISTA Y LA COLONIZACIÓN
CAPÍTULO 1 El legado de odio: la conquista del Suroeste de Estados Unidos
CAPÍTULO 2 Remember the Alamo: la colonización de Texas
CAPÍTULO 3 La libertad enjaulada: la expansión hacia Nuevo México
CAPÍTULO 4 Sonora invadida: la ocupación de Arizona
CAPÍTULO 5 La pérdida de California: América para los angloamericanos
SEGUNDA PARTE UNA VISIÓN RADICAL DEL CHICANO DEL SIGLO XX
CAPÍTULO 6 ¡Greasers Go Home!
CAPÍTULO 7 El camino hacia Delano
CAPÍTULO 8 Una era de represión
CAPÍTULO 9 Adiós a Norteamérica, I
CAPÍTULO 10 Adiós a Norteamérica, II
CAPÍTULO 11 La setenta y los ochenta
CAPÍTULO 12 Perdiéndole el miedo al diablo
CAPÍTULO 13 La ilusión de la inclusión
EPÍLOGO El ascenso de Donald Trump
América ocupada, segunda edición El contexto
Con razón del quincuagésimo aniversario de la publicación original de Occupied America, he decidido reeditar y actualizar esta segunda traducción en español de América ocupada (1972). Durante ese tiempo, en las casi cinco décadas de su publicación, se han publicado nueve tiradas de la edición en inglés, accesible en su mayoría solo para lectores de habla inglesa. Esta nueva edición en español consiste en cambios editoriales a la versión publicada en 1972 y la añadidura de tres nuevos capítulos. No obstante, el enfoque sigue puesto sobre la experiencia del mexicano en Estados Unidos y sus experiencias de vida en lo que el maestro José Martí identificara como las entrañas del monstruo.1 Precisamente, a partir de esta atmósfera sociohistórica se distingue la experiencia entre el mexicano de acá y la del de aquel lado.
La historia chicana o mexicoamericana también se distingue de la historia del resto de la población latina en Estados Unidos. El presente, la densidad y el recorrido sociohistórico de la vida diaria del mexicano en este lado son un distintivo al comparárseles con sus compatriotas en México y la población latina en Estados Unidos. De tal modo, conforme crece la población mexicana en Estados Unidos también aumenta la importancia y el interés general por la vida diaria del mexicano. En el 2016 había más de 35 millones de mexicanos en Estados Unidos, lo que en población equivale a ser la quinta nación más grande de América Latina. La magnitud del cambio se puede apreciar al considerar que la población mexicana en Estados Unidos apenas llegaba a los 5 millones de personas en 1976, cuando se publicara por vez primera la traducción de América ocupada.2
La Diáspora produce una crisis de identidad de la que ya mucho se ha escrito. Desde el siglo XIX, los pensadores y activistas políticos han conceptualizado que el cimiento de una nación es la comunión de personas quienes “historically constituted a community of people” que, por consecuencia, heredan una serie de derechos propios.3 El tema resonaba más entre los intelectuales judíos, quienes se preocupaban por la defensa de la comunidad judía, lo que nos recuerda que la experiencia de la diáspora mexicana no es única ni esencialista, sino un acontecimiento concurrente de la experiencia humana. No obstante, desde este entendimiento diaspórico, la identidad es un rasgo indispensable para definir la corriente social de los grupos minoritarios dentro de sociedades exclusivas o mayoritariamente no representativas de estos.
La historia, así como llegar a la verdad, siempre depende del método de preferencia que se elija. Uno de los métodos más antiguos de indagación es la negación –la lógica tras la oposición semántica. La búsqueda de la verdad a través de la matización de la historia tiene gran importancia porque permite promover la justicia social y estimular un sentido de igualdad. En el contexto mexicoamericano, este sentido de la verdad histórica cobra mayor valor dentro del sistema de control y la división social al que está subyugado el mexicano en Estados Unidos, un sistema de castas comparable al impuesto por la colonia española en América. El presente histórico se distingue por la ambigüedad discursiva, la que nos lleva a la distorsión de la verdad y el propio desvanecimiento de la historia. Concomitantemente, esto dificulta, aún más, el impulso del sentido de comunidad necesario para articular la memoria histórica colectiva. Por ende, el encuentro entre el pocho, el inmigrante, el obrero, la clase media, y los diversos grupos latinos, es necesario al fomentar la defensa de los derechos humanos tanto para la comunidad mexicoamericana como para los latinos en general.
Durante esta era de ambigüedad discursiva, el pensamiento crítico depende de la conciencia histórica.4 Por ejemplo, en diálogos con estudiantes, los estudiantes inmigrantes suelen preguntarme qué hay en común entre ellos y los mexicoamericanos. Mi primera respuesta es pedirles que contemplen críticamente una lista de varios servicios y beneficios sociales a su disposición; entre los que seguramente figuran la admisión a la universidad, becas, y hasta diferentes frentes y organizaciones de apoyo social que benefician al inmigrante. Después, recalco cómo estos servicios y beneficios son el legado del movimiento chicano, y son parte del proceso histórico de ser mexicano en Estados Unidos. En 1968, el número de estudiantes mexicoamericanos en colegios y universidades cercanos a comunidades mexicanas, como San Fernando Valley State College, no alcanzaba ni el ciento de estudiantes matriculados; como resultado del proceso histórico que representa el movimiento chicano, esta universidad –ahora California State University Northridge– tiene una matrícula de más de 20 000 estudiantes latinos.
Ya para 1970, el movimiento chicano forjaba los cimientos sobre los cuáles se edificaría la clase media mexicoamericana. El esfuerzo político-cultural chicano había amplifacado el acceso a la educación superior causando una apertura del campo profesional para los mexicanos y latinos por igual. Por lo general, casi todo líder defensor de los derechos de inmigrantes y casi todo político mexicoamericano, sea en California, Texas o el resto del país, proviene de esta tradición político-cultural. Estos acontecimientos concurren junto a la época en la cual el gobierno mexicano y las clases privilegiadas mexicanas sostenían prejuicios hacia los paisanos que inmigraban a Estados Unidos sin la documentación apropiada; inclusive, esta actitud oficial generó un sesgo nacionalista que cuestionaba la lealtad nacional del emigrante.5 Por lo contrario, la comunidad mexicoamericana se mantuvo al pie junto a estos inmigrantes, por lo que resulta sorprendente que algunos inmigrantes perpetúen un sesgo similarmente nacionalista en contra del pocho. En ocaciones olvidamos que gran parte de la población mexicoamericana está conformada por ciudadanos de segunda generación, quienes con frecuencia son estudiantes universitarios de primera generación al igual que algunos estudiantes inmigrantes. Las intersecciones entre los mexicoamericanos y los inmigrantes son numerosas, son un sinfín de posibilidades colectivas.
El presente ensayo contextual no pretende realzar la figura del mexicoamericano frente a la del inmigrante, más bien, el propósito es hacer hincapié en los puntos de encuentro entre el inmigrante y el mexicoamericano. Por sí solos, la etnia y la identidad racial son elementos suficientes para la comunión grupal del ser humano. La clave en ello es la memoria histórica colectiva. Esta enmarca e hilvana un discurso común. Por ejemplo, en el entendimiento social europeo, el buen ciudadano acepta ciertas responsabilidades a favor del bienestar mutuo a pesar de contar con la plena libertad de negarse. La articulación de una conciencia social colectiva es mucho más difícil en los Estados Unidos si se compara con la mayor parte de las naciones europeas ya industrializadas, donde, entre otras ventajas sociales, sus ciudadanos tienen acceso a coberturas de salud públicas y universales y a una educación superior gratuita; mientras tanto, en Estados Unidos aún se debaten temas tan básicos sobre los derechos humanos y servicios públicos, como lo es el acceso a la cobertura universal de salud.
El bienestar común de la población mexicana y latina no solo se debe a la osadía del pensamiento colectivo dentro de una sociedad individualista, este también es el producto de la expansión del repertorio de conocimiento sobre el pueblo mexicano llevado a cabo en los últimos cincuenta años. Cuando cursé mi doctorado, en la década de 1960, casi no había cursos sobre México y Latinoamérica, y los cursos sobre la experiencia mexicoamericana eran inexistentes. En la actualidad, la mayoría de las universidades importantes ofrecen cursos sobre la experiencia mexicana y latinoamericana, por lo menos. Igualmente, ha habido una proliferación de publicación de artículos y textos sobre estos temas. Las bibliotecas de renombre, como la biblioteca Bancroft (Berkley), University of Texas Austin, o Arizona State University, y varios museos a lo largo del país, cuentan con colecciones de enfoque latino o mexicano. A pesar de estos logros y avances, aún nos queda mucho por hacer; los estudios chicanos aún sufren la falta de apoyo y, en ocaciones, como en Tucson, Arizona, enfrentan también un proceso de desmantelamiento y de persecución—tomése por ejemplo la prohibición y confiscación en Arizona de América ocupada por ser considerado un texto de historia subversivo y “anti-americano”.
La memoria histórica colectiva concomitantemente está sujeta al conjunto de estructuras oficiales como a las extraoficiales; por ende, es necesario el esfuerzo para manter estos estudios en ambos planos sin dejar de desarrollar y apoyar aquellos a nivel comunitario. Son en estos espacios que un pueblo tiene la posibilidad de acercamiento y aprendizaje a sus experiencias sociales como un conjunto. Para el chicano, este conjunto es la experiencia transfronteriza del devinir histórico del mexicano de este y del otro lado. La historia es el espejo por la que el mexicoamericano y el inmigrante pueden reconocerse mutuamente y donde se encuentra el cruce de una agenda sociopolítica de mutuo beneficio. Tal ha sido el caso en las recientes vicisitudes en torno a la inmigración y la creación de soluciones incompletas, pero que son aún así de gran impacto para los latinos en general.
A consecuencia de que los legisladores en la CXII reunión del Congreso estadounidenses obstruyeran el Dream Act (Acta para el Desarrollo, Alivio y Educación para Menores Extranjeros), el 15 de junio del 2012, el presidente Barack Obama decretó el programa de DACA (la Acción Diferida para los Inmigrantes Llegados en la Infancia). El Presidente proclamó una orden ejecutiva, conocida como un White House Memorándum, donde ordenaba que la secretaria de Seguridad Nacional, Janet Napolitano, redactara la guía de “‘prosecutorial discretion’ with respect to a certain class of younger immigrants without legal status”.6 ¿Por qué será que el presidente Obama tomó una medida tan controversial aun después de no haber impulsado una reforma migratoria y, con toda franqueza, haberles dado rienda suelta a los agentes de inmigración para que hostigaran y acorralaran a la comunidad inmigrante durante su primer término presidencial?
Según Marcelo Suarez-Orozco, profesor en University of California Los Angeles y experto en inmigración, el crecimiento de la población latina ha sido tan drástico que, “numerically, the U.S. is being transformed”. Esta transformación es más impactante al considerar que el crecimiento demográfico de la población latina ha estado acompañado de un histórico declive demográfico de la población angloamericana; lo que ha resultado en el desvanecimiento progresivo del esquema racial que divide a la sociedad estadounidense en blanco y negro. Según el New York Daily News, el aumento de población latina ha puesto a prueba los límites de los derechos civiles y, conforme disminuye la hegemonía de la población angloamericana, ha efectuado una reconfiguración de las alianzas políticas del país.7 Los mexicanos han sido el motor de este espectacular aumento de población, ya que conforman dos tercios de la población latina. Cabe recalcar que estos cambios demográficos no solo constan del flujo constante de inmigrantes, sino también del número de natalidades en el país. Según Suarez-Orozco, el acrecentamiento demográfico de la población latina queda sutilmente manifestado en la transformación de los organismos sociales que fungen como el motor político para efectuar cambios institucionales. Un claro indicio de la extensión de estos cambios se encuentra en el margen de crecimiento de la población latina durante la década de 1990; mientras en 1990 había 22,4 millones de latinos en Estado Unidos, para el 2000 la población alcanzaba los 35,3 millones (57,9 por ciento). Ya para el 2014, la población latina llegó a los 55,4 millones, representando un 17,4 por ciento de la población total de Estados Unidos.8
En el 2015, el periódico digital Latino Post señaló que “President Obama’s announcement this week regarding his proposal to pay for two years of community college could have a huge effect on millions of Latinos around the nation who are considering a postsecondary education”.9 Aproximadamente, “16.5 percent of all college students around the U.S. were Latinos, while Hispanics also made up roughly one quarter of all 18-to-24-year-old college students, their numbers particularly growing in two-year colleges”.10 De igual manera, en el 2014 el Pew Hispanic Research declaró que “Hispanics today make up 11.3% of all eligible voters. But voter turnout among Hispanics has not kept pace with the growing number of eligible voters in recent national elections. In 2010, Hispanics cast a record 6.6 million ballots out of 21.3 million eligible voters, a turnout rate of 31.2%. But that was still far below the turnout among black voters (44%) and white voters (48.6%)”.11
La participación electoral latina es una formidable fuerza para el cambio, especialmente al tratarse del sufragio mexicoamericano. Los cambios demográficos inclusive han obligado a que el Partido Republicano fortifique su presencia entre los votantes latinos. Por ejemplo, la conocida red reaccionaria de los hermanos Koch financió sesiones de repaso y preparación en español para el examen de conducir en el estado de Nevada. Tamara Keith de National Public Radio acentuó que los políticos “care so much about capturing the so-called ‘Latino vote’ because the U.S. Hispanic population is exploding”.12 El patrón de crecimiento demográfico de la población latina continuó entre el 2000 y el 2012, aumentando casi 49 por ciento mientras el resto de la población estadounidense solo crecía un 5,8 por ciento. Aún más impresionante es el hecho que entre el 2012 y el 2030 los latinos constituirán el 40 por ciento del crecimiento total del electorado.13 Con este aceleramiento demográfico la comunidad latina se aproxima a cumplir el aforismo de Juan Bautista Alberdi, “gobernar es poblar”.
En 1960 la mujer mexicana que vivía en México tenía un promedio de siete hijos, lo cual cambió a solo dos hijos para el 2009. En los Estados Unidos de 1970 solo había menos de un millón de inmigrantes mexicanos, y durante la década de 1980 y 1990 la inmigración se convirtió en la causa principal del crecimiento de población. Sin embargo, camino a la primera década del siglo XXI se produjo un giro importante en esta tendencia y el número de natalidades aumentó a 7,2 millones frente a los 4,2 millones de nuevos inmigrantes. La vitalidad de la población mexicoamericana en Estados Unidos ha sido tal que, en la actualidad, el número de natalidades es mayor al número de nuevos inmigrantes.14 Asimismo, en el presente, la población latina ya es el grupo minoritario más numeroso de los Estados Unidos.
Aproximadamente, cada año 800 000 jóvenes latinos cumplen su mayoría de edad electoral (18 años), un hecho que sin duda innfluye política e institucionalmente en la infraestructura social estadounidense. Mientras en México ha disminuido la tasa de natalidad, el número de natalidades latinas en Estados unidos ha aumentado a 9,8 millones en el 2000 y a 12,5 millones en el 2007. La comparación de estos números muestra que 11,4 millones de inmigrantes nacieron en México mientras que 22,3 millones latinos nacieron en Estados Unidos.15 Una pregunta clave por resolver es si otros grupos latinos remplazarán el flujo de inmigración hacia Estados Unidos en caso de que la inmigración mexicana menguara en los años venideros.
Antes de la década de 1980, los sudamericanos mayoritariamente eran refugiados políticos o contaban con un poder adquisitivo que les permitía vivir apartados del resto de la población latina en Estados Unidos. En la actualidad, la población latina de origen sudamericano es 2 769 434, un equivalente al 5,5 por ciento del total de la población latina. El conjunto sudamericano es pequeño debido a la distancia y el costo de transporte en el curso de inmigración, lo cual hasta no muy reciente no estaba al alcance de la clase obrera y clase media. Dado que un número considerable de sudamericanos son refugiados políticos, la mayoría cuentan con condiciones más favorables, condiciones a las que no tienen acceso el resto de la población latina en Estados Unidos. La inmigración argentina que en gran parte tomó lugar durante la guerra sucia, entre 1976 y 1983, sirve como ejemplo. Un grupo importante de esta corriente inmigratoria eran los judíos quienes enfrentaban fuerte antisemitismo y represión militar. Uno de cada cinco argentinos que inmigraron durante esta época se asentó en Nueva York, mientras otra parte se estableció en Miami, Florida. No obstante, el número de habitantes argentinos seguía siendo pequeño. Sin embargo, el 40 por ciento de argentinos en Estados Unidos mayor de 25 años cuenta con un título universitario, a comparación del 13 por ciento del resto de la población latina.16 La gráfica a continuación refleja la población total de los países de donde proviene la población latina y la distancia aproximada entre Estados Unidos y estos países. Estos datos son indisplensables para observar los patrones de inmigración; por ejemplo, es deducible que no hay una inmigración considerable de bolivianos porque resulta más costoso cubrir la distancia del viaje a comparación de México o los países centroamericanos.
Latinoamérica | Población | Distancia aprox. |
Estados Unidos | 318 892 103 | |
Brasil | 202 656 788 | 4552 millas |
México | 120 286 655 | 0 |
Argentina | 43 024 374 | 5610 millas |
Colombia | 46 245 297 | 2627 millas |
Canadá | 34 834 841 | 0 |
Perú | 30 147 935 | 3471 millas |
Venezuela | 28 868 486 | 2804 millas |
Chile | 17 363 894 | 5267 millas |
Ecuador | 15 654 411 | 2918 millas |
Guatemala | 14 647 083 | 1512 millas |
Cuba | 11 047 251 | 1521 millas |
Rep. Dominicana | 10 349 741 | 2001 millas |
Honduras | 8 598 561 | 1622 millas |
Paraguay | 6 703 860 | 4840 millas |
El Salvador | 6 125 512 | 1665 millas |
Nicaragua | 5 848 641 | 1797 millas |
Costa Rica | 4 755 234 | 2034 millas |
Puerto Rico | 3 620 897 | 2195 millas |
Uruguay | 3 332 972 | 5462 millas |
Jamaica | 2 930 050 | 1725 millas17 |
La siguiente gráfica permite una mejor contextualización de estos números:18
Como ya se ha dicho, si los latinos en Estados Unidos fuesen una nación, sería el tercer país más grande de América Latina, siendo así también la segunda nación más grande de hispanohablantes. Como tal, la población latina en Estados Unidos es mayor a la de España o Argentina. Más aún, el conjunto mexicano por sí solo sería la quinta nación más grande en Latinoamérica y la séptima en cuanto a hablantes del español. Parecería lógico que la academia estadounidense, con su lema de ir tras la verdad, se preocupase más por fomentar los estudios latinos, aún solo si fuese con interés de averiguar la densidad del impacto latino en la identidad nacional del país. No podemos cometer el error de asumir que a cincuenta años del presente se dará una homogeneidad social y que ocurrirá una asimilación de los mexicanos en Estados Unidos tal cual como sucedió con los inmigrantes italianos; solo basta ver un mapa y preguntarnos qué se puede deducir de la distancia geográfica entre Estados Unidos y México en comparación con Italia. Esta cuestión resulta alarmante para un gran número de angloamericanos –según ellos, todos deben aspirar a adoptar el modelo normativo del hombre blanco. Sin lugar a duda, desde la incepción de los Estados Unidos, los valores y figura del hombre blanco han marcado las pautas de la formación nacionalista del individuo. Debido a ello se entiende el porqué varios senadores reaccionaron frenéticamente cuando la juez Sonia Sotomayor dijo lo siguiente: “I would hope that a wise Latina woman with the richness of her experiences would more often than not reach a better conclusion than a white male who hasn’t lived that life”. La controversia de su promulgación se debe al rechazo de una predeterminación histórica que legitima y normaliza la supuesta verdad común del hombre blanco, los fundamentos y base de la supremacía blanca en Estados Unidos.
MEA CULPA
Un punto por mejorar de la primera edición de América ocupada (1976)19 ha sido la ausencia de capítulos sobre las sociedades indígenas y españolas. Aunque tal caso fue atendido en las subsecuentes ediciones en inglés, decidí no hacer lo mismo en la presente edición en español. La ausencia de esta temática en la primera edición es el resultado de una carencia epistemológica en mi formación académica, al igual que la de otros académicos mexicoamericanos de mi generación. Por lo general, la mayoría tomamos cursos de postgrado en los que la esfera de estudio se enfocaba en Estados Unidos o Europa. La prevalencia del eurocentrismo en los programas de historia es un hecho, y no ha sido hasta muy reciente que se lleven a cabo esfuerzos para disminuir tal influencia en la profesión. Sin embargo, aún hay quienes se oponen a ello y “some Europeanists worry that their field is no longer considered of central importance. Graduate students and recent PhDs (understandably concerned about finding jobs and getting tenure) are probably most acutely troubled. But some senior Europeanists are anxious about their ability to continue training and placing PhD students”.20 Durante mi formación académica en la década de 1960, los estudios mexicanos y latinoamericanos solo recibían atención secundaria; para recibir legitimación académica, los estudiantes de postgrado se veían obligados a cursar bajo historiadores americanistas y europeístas de renombre.
La práctica común del campo era que los historiadores comenzaran la periodización de una época histórica partiendo de la historia estadounidense o usándola como modelo. Meramente, la periodización pretende organizar o segmentar áreas de estudio en etapas históricas que faciliten su análisis. En este sentido, la periodización es una herramienta. Por lo tanto, al abordar la periodización de la historia chicana no me remonté más allá del año 1821 porque mi especialización, inclusive mis estudios sobre México, se sitúa en la frontera norte, donde la historia se ha formado a partir de (des)encuentros con Estados Unidos. Asimismo, el que mis abuelos fueran de Sonora y estuvieran en constante contacto con Estados Unidos determinó mi acercamiento a la historia chicana desde un locus espaciotemporal de la frontera.
Tomando en cuenta que la presente edición está dirigida a un público hispanohablante, decidí no agregar capítulos que atendieran el tema de Mesoamérica y la conquista española ausentes en la edición anterior. Los sociólogos mexicanos especializados en Mesoamérica proveen un mejor relato de tal historia. Estos capítulos hacían falta en las ediciones en inglés porque los lectores de habla inglesa no pueden acceder a la información disponible en español, maya o náhuatl. México es muy diverso, y cuanto más me adentro en estudiarlo más caigo en cuenta de las ramificaciones que producen lo que Lesley Byrd Simpson llamara “muchos Méxicos”.21 Otra ausencia igualmente importante en la primera edición fue la falta de consideración a las cuestiones de género; esencialmente, se requeriría la traducción de la novena edición de la versión en inglés para corregir este fallo. Dicho esto, la presente edición hace un recuento histórico desde cuando apenas había 5 millones de habitantes de ascendencia mexicana viviendo en Estados Unidos.
BREVE COMENTARIO ACERCA DE MESOAMÉRICA
Toda la región de América Central funge como una cuna de civilización para Norteamérica. Este valor patrimonial es a veces ignorado entre los mexicanos, entre aquellos para quienes ese legado cultural pasa desapercibido a la vez que el gobierno subasta sus tesoros más preciados. En un artículo publicado por El Economista en el 2013, titulado “La gastronomía mexicana, el nuevo petróleo”,22 Vicente Gutiérrez, organizador del Proyecto Mesoamérica, “un encuentro incluyente y multidisciplinario alrededor de la cocina que reúne a los exponentes más destacados de la gastronomía global en uno de los eventos más relevantes en el mundo”, sostiene que “La gastronomía es nuestro nuevo petróleo”.23 La gastronomía mexicana se ha destacado por la reputación de ser una de las más variadas y versátiles del mundo. El enriquecimiento de esta cocina ha sido el resultado de siglos de cultivo y experimentación con la flora y fauna nativa a lo largo de varias civilizaciones. Este proceso habría comenzado miles de años previo al desarrollo de la primera civilización norte-centroamericana, asentada en el 1200 a.C. en lo que es el litoral sur del golfo de México.
La evidencia arqueológica nos dice que el maíz evolucionó del teocintli (teocinte), una hierba silvestre de la que los indígenas cultivaron el maíz y que ha existido en el hemisferio occidental por más de 80 000 años. Asimismo, los granos de polen se domesticaron hace 10 000 años en el valle de Tehuacán, México. El proceso evolutivo de la genética del maíz terminó creando un sinnúmero de variedades en adaptación a las diferentes condiciones medioambientales. Es así como la historia del maíz es equivalente a la historia migratoria de las sociedades indígenas, para quienes el maíz es algo sagrado.24