El Cristo del camino

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El Cristo del camino
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EL CRISTO DEL CAMINO

©Patricia Adrianzén de Vergara

© Ediciones Verbo Vivo E.I.R.L

Primera Edición Digital

Perú-Noviembre 2021.

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú № 2021-10303

ISBN: 978-9972-849-46-6

Edición literaria: Adriana Powell

Diseño de carátula: Erika Arenas Adrianzén

Diagramación: Erika Arenas Adrianzén

Las citas de la Biblia han sido tomadas de la versión Reina-Valera Actualizada 2015. Otras versiones mencionadas se indican en el texto: Nueva Versión Internacional (NVI); Nueva Traducción Viviente (NTV); Reina-Valera 1960 (RVR 60).

Ediciones Verbo Vivo E.I.R.L.

Correo electrónico: edverbovivo@hotmail.com Web: edicionesverbovivo.com Dirección: Avda. Brasil 1864. Pueblo Libre. Lima-Perú.

Cel: 0051 +997564865

Padre, esta es la más grande de las historias que podría escribir. Y por eso te la dedico. En realidad, tú iniciaste esta conversación, cuando era niña y leíamos en familia las porciones del evangelio que nos daban en la iglesia. Desde entonces empezó a arder mi corazón por el Cristo del camino.

Padre sé que no comprendes del todo cómo es posible que haya dedicado mi vida a anunciar esta historia y que ella me haya transformado en la mujer que soy. No hay nada en el mundo que considere más valioso. Por eso te la entrego y te pido que leas estas páginas con la esperanza que cada línea te lleve no solamente a interpretar mi fe sino a conocer profundamente, a ese Cristo del camino en cuyos brazos podemos albergarnos tú y yo y la humanidad toda.

Padre, si este fuera mi último canto o el único que escribiera en mi vida, estaría feliz y agradecida y te lo volvería a entregar con la emoción de una niña que encuentra un tesoro y no lo guarda para sí sino que lo comparte con gozo.

EPÍGRAFES

“Lo que ha sido desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que hemos contemplado, lo que hemos tocado con las manos, esto les anunciamos respecto al Verbo que es vida.”

1 Juan 1:1 (NVI)

“Jesús hizo también muchas otras cosas, tantas que, si se escribiera cada una de ellas, pienso que los libros escritos no cabrían en el mundo entero.”

Juan 21:25 (NVI)

ÍNDICE

  PRÓLOGO

  EL CRISTO DEL CAMINO

  1. Un leve gemido.

  2. En familia

  3. Profecías inquietantes

  4. ¡No estaba perdido!

  5. Adiós al hogar

  6. En las aguas del río Jordán

  7. En el desierto

  8. Buscando nuevos amigos

  9. Tan solo un pescador

  10. De las sombras a la libertad

  11. No pasó desapercibida

  12. Un médico divino

  13. Un toque sanador

  14. ¡Cómplices!

  15. ¡Sígueme!

  16. Renacen el tacto y la esperanza

  17. De barcas y multitudes

  18. Un equipo especial

  19. Paz en la tormenta

  20. El temor de Gadara

  21. Dos milagros

  22. Rechazado en Nazaret

  23. La misión de los doce

  24. ¡Asesinado!

  25. Comida para una multitud

  26. Un camino sobre el mar

  27. Ah, esa mujer tenaz

  28. ¡Ábrete!

  29. Otra mesa servida

  30. De la oscuridad a la luz

  31. La confesión de Pedro

  32. Jesús anuncia su muerte

  33. El resplandor de su gloria.

  34. Creo, ayuda mi incredulidad

  35. Jesús anuncia otra vez su muerte

  36. Jesús bendice a los niños

  37. El joven rico

  38. Ah, ese tipo de poder

  39. Un mendigo llamado Bartimeo

  40. La entrada triunfal a Jerusalén

  41. Lección de fe

  42. Purificación del templo

  43. La ofrenda de una viuda

  44. A sus pies: Jesús es ungido en Betania

  45. Una cena en familia

  46. Jesús anuncia la negación de Pedro

  47. Jesús ora en Getsemaní

  48. Arresto de Jesús

  49. Jesús ante el concilio

  50. Si tú también lo negaste

  51. Jesús ante Pilato

  52. Crucifixión y muerte de Jesús

  53. En la cruz

  54. Jesús es sepultado

  55. Diálogos antes de la resurrección

  56. La resurrección

  57. Corazones encendidos en el camino

  58. Fiesta de peces

  59. La ascensión

  60. La exaltación

  NOTAS

  BIBLIOGRAFÍA

  ACERCA DE LA AUTORA

 

  OTRAS PUBLICACIONES

PRÓLOGO

Se dice que todo escritor cristiano tiene, tarde o temprano, la idea de escribir un libro sobre Jesús o la inclinación a hacerlo. Cuando somos discípulos del Maestro nos cautiva su personalidad tal como aparece descrita en los Evangelios. A medida que nos familiarizamos con el texto de los relatos, se va formando en nuestra mente un retrato de Jesús que sin duda tiene influencia en la manera en la cual vivimos nuestra vida como discípulos.

En el libro que aquí nos presenta Patricia Adrianzén hay un nivel fundamental que lo constituye la familiaridad con el texto bíblico. Siguiendo el hilo de su relato volvemos a leer textos de los Evangelios con los que estamos familiarizados, y se enriquece nuestra comprensión del sentido que el autor bíblico tuvo en mente al escribir. Este nivel inicial va entrelazado con un conocimiento adecuado del contexto social y cultural del relato bíblico, procedente de la obra de biblistas que han puesto su erudición al servicio del lector creyente de hoy. La breve pero valiosa bibliografía da cuenta de lo mucho que se ha avanzado en ese sentido, y que nos permite imaginar lo que el texto no dice, con un aceptable grado de verosimilitud. A ello se unen las notas de una visión que se va construyendo y completando con la experiencia vital cotidiana del seguimiento de Jesús – entusiasta y devota - que la autora no oculta. Su capacidad literaria y editorial, la cual conozco y aprecio desde hace tiempo, le ha permitido completar este rico y valioso texto del que ahora disponemos.

La autora ha tomado como uno de sus temas centrales la figura del camino para organizar su relato. En ese sentido está en línea con los propios autores bíblicos que utilizan la figura del camino como elemento central de su narrativa, al punto de que Lucas da cuenta en el libro de Hechos de que a los primeros discípulos se les conocía como “los del Camino”. Tenemos aquí la fuente de una espiritualidad evangélica que concibe la vida cristiana como una manera de seguir a Jesús, que va más allá de la simple admiración del Maestro desde un cómodo balcón y llega a conocer plenamente a Cristo siguiéndolo en el camino.

He dedicado tiempo y esfuerzo a escribir acerca de las imágenes de Cristo en el Perú de ayer y hoy, y de los textos que dan cuenta de cómo a lo poco recibido de la herencia colonial se unió durante el siglo veinte un conocimiento más pleno del Cristo de los Evangelios. A ello ha contribuido, sin duda, la presencia y el mensaje de los evangélicos y la difusión amplia de la Biblia desde comienzos del siglo 19. Aprecio en especial en este libro de Patricia Adrianzén su perspectiva plenamente evangélica y al mismo tiempo femenina de la persona y la obra de Jesús. Por mi experiencia familiar y pastoral de más de ocho décadas he aprendido lo mucho que se enriquece nuestra comprensión de la fe cuando prestamos atención a las percepciones propias de la experiencia vital de mujeres que sirven al Señor como, madres, maestras, pastoras y escritoras. Mi esperanza y mi oración es que este libro sea leído por miles de personas de habla castellana, y que les ayude en su peregrinaje con Jesús en el camino de la fe y la obediencia transformadoras. Gracias Patricia por haber hecho realidad este sueño.

Samuel Escobar Valencia, julio de 2016.

INTRODUCCIÓN

Y saben a dónde voy, y saben el camino. Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.

(Juan 14:5–6)

La vida está llena de caminos: anchos y estrechos, llanos y abruptos, con sus atajos y bifurcaciones. Los recorremos a diario. Los elegimos sin darnos cuenta. Los desechamos por instinto... Cada camino nos marca un rumbo a seguir, y a todos nos toca elegir entre las posibilidades direccionales de la vida.

Este libro nace de un compromiso con un camino de vida. Y trata del único hombre que pudo decir de sí mismo con autoridad y sin vanagloria que él es el camino. El mayor desafío que tenemos en esta vida es seguirlo a él, confiando que sus caminos son los mejores: “Porque mis pensamientos no son sus pensamientos ni sus caminos son mis caminos, dice el Señor”. (Isaías 55:8)

Dios siempre abrió caminos nuevos y sorprendentes para el ser humano y los dio a conocer a través de Jesús, actuando así en la historia de la humanidad. Nos dio sus principios eternos en situaciones reales y concretas. Jesús se identificó de tal manera con la humanidad que se hizo carne y vino a este mundo como un hombre judío del primer siglo, a cumplir una misión universal.

El primer camino que Cristo se trazó fue un camino misterioso: del cielo a la tierra. Un camino que desafía la comprensión humana, cuando dejó su gloria para encarnarse en el vientre de una virgen y nacer en este mundo. Fue el camino del despojo, de la renuncia, del vaciarse a sí mismo, de la humildad, el único camino por el cual podía identificarse plenamente con el ser humano.

El segundo camino que recorrió fue en el vientre de una joven, desde Nazaret al norte de Galilea, para nacer en Belén conforme a las profecías. Fue el camino del pobre, a lomo de bestia. A punto de nacer debió soportar un viaje de 120 kilómetros, de cuatro a seis días, para cumplir con una ordenanza política. Llegaron a una concurrida ciudad y con María experimentó la angustia de los sin techo, sintió la aflicción del que no tiene las condiciones mínimas de salubridad, aunque su alumbramiento se tratara del más importante de la historia.

El tercer camino fue el de los exiliados: de Belén a Egipto. El camino de la zozobra, de la incertidumbre, de la amenaza a la vida. Siendo aun muy pequeño tuvo que huir con sus padres para salvarse de la muerte, por lo cual puede identificarse también con la niñez en riesgo. Solo Dios sabe las circunstancias que enfrentaron, los apuros de José, su padre terrenal, por conseguir un trabajo, una vivienda. Quién sabe cuánta soledad vivió su madre lejos de la familia. Y cuántas necesidades debieron suplir en una tierra extraña. Porque vivieron esta experiencia Jesús puede entender al extranjero, al inmigrante, y al refugiado.

El cuarto camino lo retornó a Nazaret, donde vivió el resto de su infancia y su juventud. Allí se identificó plenamente con la gente sencilla, fue un artesano más. Aprendió el oficio de carpintero, vivió en familia, y supo lo que significa ser un hijo del pueblo.

Entonces llegó el momento de cambiar de rumbo, y Jesús tomó el camino que lo llevó al río Jordán para ser bautizado antes de iniciar su ministerio. Quiso identificarse plenamente con los pecadores, aunque en él nunca hubo pecado.

Después de bautizado eligió el camino hacia el desierto, donde fue tentado para aprender a compadecerse de los seres humanos y llegar a ser su sacerdote ante el Padre. Fue en ese desierto donde tuvo su primera gran victoria sobre el Enemigo de este mundo.

Durante tres años Jesús recorrió los caminos de esta tierra para acercarse tanto a humildes pescadores como a cobradores de impuestos. Fue llamado “amigo de pecadores”.[1] Nos enseñó con su ejemplo que mayor es el que sirve, y que las jerarquías no son de su agrado.

Caminó de aldea en aldea sanando enfermos, alimentando hambrientos, liberando endemoniados, resucitando muertos. Caminó buscando a los pobres y necesitados, a los que ya no tenían esperanza, a los marginados. Abrió un camino para la fe en medio de una tempestad. Perfiló un camino de asombros a orillas del mar de Galilea en la concurrida ciudad de Capernaúm, donde hizo tantos milagros. Tomó también el camino hacia el monte de la transfiguración donde mostró su gloria a los ojos humanos.

¡Y qué decir del conmovedor camino de Galilea a Jerusalén, para morir! El camino de la cruz, que aceptó voluntariamente para darnos redención, para abrirnos el camino de reconciliación con el Padre. Dio su vida por sus amigos. Conoció el camino del calvario, que recorrió agonizante, maltratado, llevado al matadero como oveja sin abrir su boca,[2] hasta ser clavado en esa cruz, donde derramó su sangre hasta la muerte.

Y cuando se pensó que todo terminaba allí, en una tumba, ¡resucitó! Jesús se levantó de los muertos. Y tomó el camino a Emaús, dándose tiempo para acompañar a dos de sus discípulos que se hundían en la desesperanza. Doce kilómetros, casi tres horas a pie, que él aprovechó para recordarles las Escrituras y explicarles que ya estaba escrito todo aquello que había de suceder.

El último camino contemplado por ojos tan humanos como los nuestros fue ¡de la tierra al cielo! Otro misterio. Pero antes de partir dejó bien trazado el camino que nos propone seguir, el camino del reino de Dios como una nueva forma de mirar la vida, de mirarnos a nosotros mismos y a los demás desde la perspectiva celestial. Nos reveló que su reino no era de este mundo. Pero demostró que era el único camino viable para la reconciliación de Dios con la humanidad. Y de la humanidad consigo misma.

Te invito a seguir las huellas del Maestro. Si en estas páginas escuchas su voz diciéndote “Sígueme”, no dudes en aceptar esa invitación. Solo así comprobarás que Él es el camino.

Capítulo 1
UN LEVE GEMIDO

El gemido de Jesús no quedó suspendido en el aire. El viento de Nazaret lo impulsó hacia la ventana de la casa, donde María acunaba al menor de sus hijos. Inmediatamente reconoció esa voz, inconfundible. Sin duda algo había sucedido en el taller donde su esposo y el niño practicaban la carpintería. Su corazón latió más de prisa, dejó al bebé en la cuna al cuidado de su segundo hijo de tan sólo cinco años y fue en busca de su primogénito. Lo encontró sentado en las piernas de su padre, quien sostenía su mano. Jesús se había hecho una herida con un clavo, mientras intentaba cepillar una de las maderas. La sangre manaba del corte, pero al ver a su madre el niño valientemente intentó retener sus lágrimas.

—¿Qué sucedió, mi amor? Déjame ver, voy a curarte.

Jesús extendió su mano.

—Gracias a Dios no es muy profunda la herida —dijo José—. Pudo haber sido peor. No se dio cuenta que la punta de un clavo sobresalía por debajo de la madera y se hizo un raspón muy grande.

—Ven pequeño, te lavaré la herida —ordenó María tiernamente.

Jesús salió del taller tomado de la mano de su madre. José observó que camino a la casa ella jugueteaba como siempre con los cabellos de su hijo y este parecía haber olvidado el dolor. ¡Había una comunicación tan fluida entre ellos!... algo así como un pacto secreto entre madre e hijo que en ocasiones le hizo sentir algo de celos. Él también amaba profundamente a Jesús, pero en el fondo de su corazón sentía que no era tan suyo como de María. Desvió su mirada hacia el trozo de madera manchado con la sangre del niño. Un sentimiento de ternura lo invadió... Jesús tenía solamente ocho años, sin embargo, había elegido pasar la mayor parte de la mañana aprendiendo en el taller en lugar de jugar con sus amiguitos. Como premio a su dedicación, José diseñó varios juguetes de madera para el niño; se sentía realmente orgulloso de él. ¡Estaba seguro de que llegaría a ser un gran carpintero! Cogió un trapo y limpió las huellas de la sangre de su hijo. De pronto reaccionó, Jesús no había nacido para ser carpintero. Recordó las palabras de ángel: “... porque él salvará a su pueblo de sus pecados”.[3] Sin entender por qué, un presentimiento hizo que relacionara la solemnidad de la misión de su hijo con esas manchas rojas que se impregnaron en la madera.

Capítulo 2
EN FAMILIA

Durante la cena José observó el comportamiento de los tres hijos que Dios les había dado hasta el momento.[4] Jesús ensayaba el uso de la mano izquierda para comer, pues tenía vendada la mano derecha. Le sorprendió que el niño no se quejara más ni renunciara a volver al taller al día siguiente.

—Mira papá —le dijo—, ¡qué gracioso es hacer todo con la izquierda, me demoro más!

¡Era tan alegre!

Jacobo no quería comer. Su madre había intentado de todo mientras daba de lactar al más pequeño. Jacobo siempre había sido más inquieto, no duraba mucho tiempo sentado a la mesa. Pero fue Jesús quien se levantó en esa ocasión sin terminar sus alimentos. José y María se miraron, tal vez había perdido el apetito. Pero a los pocos minutos regresó con dos de sus juguetes nuevos que apenas podía sostener con su mano izquierda. Los puso al lado de Jacobo, su hermanito menor. La madre entendió el mensaje. Jacobo se distrajo con los juguetes y ella pudo llenarle la boca con el alimento.

 

José recibió al bebé en sus brazos para que María continuara su labor con Jacobo. Miró una vez más a su primogénito, que había regresado a su lugar en la mesa. El tiempo había pasado tan rápido. Pensó que hacía solamente unos años Jesús era el que estaba envuelto en pañales lactando del pecho de María. Recordó la noche de su nacimiento, con cuánto temor y reverencia lo cargó la primera vez. El anuncio del ángel lo había atemorizado. ¿Cómo ser un padre para el hijo de Dios? ¿Cómo sería ese niño? ¿Cómo debía tratar al salvador del mundo? ¿Por qué Dios había permitido que naciera de una forma tan humilde? ¿Por qué no hubo para ellos lugar en el mesón?

Jamás olvidaría la angustia que vivió buscando un lugar para el alumbramiento. Parecía una pesadilla, después de un viaje tan largo, María con los dolores, y él desesperado por hallar un lugar limpio y cómodo. ¡Terminaron en un establo! Eso no fue justo para Jesús. Su primera cuna un pesebre, un comedero de animales, como si el bebé fuera un alimento para las bestias. No, no entendía nada. Pero entonces llegaron los pastores, con esa noticia maravillosa de un coro celestial que confirmaba que había nacido el salvador del mundo. Venían a adorarle, sabían dónde encontrarlos porque habían recibido el anuncio angelical. Él los hizo pasar, les mostró al niño envuelto en pañales. En ese momento entendió que Dios, en su soberanía, había elegido esa forma para venir al mundo. Y que él tendría que asumir el rol del padre terrenal. Y vaya que ya lo había asumido, corriendo de puerta en puerta, suplicando por un lugar. Pero ya todo había pasado y por fin el niño recién nacido descansaba en el pecho de su exhausta madre.

La risa de Jesús interrumpió sus pensamientos. Jacobo se atoró con la última cuchara del alimento, y el bebé había terminado por dormirse en los brazos de su papá.

Era hora de descansar y concluir el día.