Read the book: «Victoria y los colgantes de la amistad»
Título original: Vittoria e i ciondoli dell’amicizia
© 2014 Giunti Editore S.p.A., Firenze – Milano
www.giunti.it
Dirección editorial: Ana Belén Valverde Elices
Texto original: Paola Zannoner
Ilustraciones: Linda Cavallini
Traducción: Carmen Ternero Lorenzo
© 2016 Ediciones del Laberinto, S. L., para la edición mundial en castellano
ISBN: 978-84-1330-894-4
EDICIONES DEL LABERINTO, S. L.
www.edicioneslaberinto.es
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Capítulo 1
Un regalo especial
«¡Quiero montar una actividad! ¡Nueva y emocionante!», piensa Victoria.
Su tía Julia acaba de hacerle un regalo que llevaba siglos esperando.
No es un ordenador, qué va, eso es cosa del pasado. Es una tableta, y no se parece a nada de lo que ha tenido hasta ahora. La tableta es un verdadero instrumento electrónico, del tamaño de un cuaderno. Y es toda suya, así no tendrá que volver a pedirle el ordenador a sus padres. Además, ellos tienen un ordenador viejo, que pesa mucho y es de un color triste, gris ratón, mientras que su nueva tableta es pequeña, ligera y tiene una funda de un precioso fucsia fosforescente. ¡Qué bien! ¿Quién tiene un objeto tan sofisticado y con un color tan de moda? Solo ella, Victoria, y todo gracias a su tía Julia, que es un genio.
—¡Guaaau, es fucsia! ¿Dónde lo has comprado, tía? —pregunta con voz temblorosa por la emoción.
—Conozco muchos sitios, pero desde luego no es del centro comercial —contesta ella con aire misterioso.
La tía Julia suele criticar a su hermana porque la madre de Victoria lo compra todo, absolutamente todo, en el hipermercado, desde la comida hasta las camisetas, la aspiradora o las entradas para el cine.
Pero su tía, como todo el mundo sabe, es muy especial. Es simpática, elegante, guapa, habla dos idiomas y siempre está al tanto de la última moda. Si la ves aparecer con unas sandalias con cuña, puedes estar segura de que dentro de nada verás esas mismas sandalias en los pies de todas las demás. La tía siempre lo sabe todo un poco antes, porque lee revistas de moda y tiene muy buen gusto. Cuando sea mayor, Victoria quiere ser como ella, o sea, guay, como dicen las chicas de la Banda cuando una cosa es perfecta y gusta mucho.
Pero, hablando de gustar, su tía no tiene novio. Y cuando Victoria le pregunta si le gusta alguien, ella siempre levanta la mano y le dice como si nada que «ya habrá tiempo para eso».
Pero Victoria sabe que más que tiempo, lo que se necesita es encontrar a la persona adecuada. Y su tía no tiene suerte. Desde que ella recuerde, su tía tuvo un novio peluquero-trompetista, otro fontanero-fabulista y el último fue un jugador de rugby-poeta, pero ninguno de los tres le regaló nunca un anillo de compromiso ni se casó con ella «como se debe», o sea, con vestido de novia, ceremonia y cena a lo grande.
Aquellos palurdos no le hicieron ni un regalo, y eso es muy mala señal.
«El que es avaro con las cosas, es avaro con los sentimientos», piensa Victoria.
Y así es como su fabulosa tableta le ayudará a echarle una mano a su guapísima tía soltera. Desde este momento, Victoria se convertirá en una «fashionista», una experta asesora de moda, una estilista capaz de crear objetos fantásticos. Pero fantásticos no solo porque sean originales, sino porque además serán únicos, capaces de potenciar las virtudes de quienes los llevan. ¿Increíble?
¿Absurdo?
No para alguien que es capaz de ver lo que consigue ver Victoria, a pesar de ser miope.
¡No para alguien que ha conseguido domar a la bestia!
Capítulo 2
La bestia
La bestia en cuestión tiene un nombre, y ese nombre es Darío. Aparentemente es un chico como cualquier otro. De altura media, de corpulencia media, incluso el tipo de pelo es del montón (castaño y liso). Hasta el año pasado también tenía un comportamiento medio, ni inquieto ni tranquilón, pero después la cáscara se rompió y salió un marciano listillo, malo e irritante, dispuesto a rodar por el suelo con los otros niños, a poner la zancadilla y a dar tirones de pelo, codazos y patadas por debajo de la mesa.
Nadie parecía estar a salvo de su furia devastadora, ni los compañeros, con los que no hacía más que pelearse; ni las compañeras, víctimas de lo que él llamaba «bromas», y que iban desde esconder cuadernos y bolígrafos hasta pintarrajear los diarios o hacer desaparecer las meriendas. Todo el mundo sabía quién había sido: Darío.
Algunas compañeras se habían echado a llorar por el cuaderno o la goma desaparecidos. Y después aparecían en las otras mesas, para echarle la culpa a otro. Pero cuando todas las miradas lo apuntaban a él, Darío se reía: «¡Pero si es una broma!».
«No, es una jugarreta», respondían las compañeras.
«¡Se lo digo a la seño!», insistían, pero él se encogía de hombros.
Hasta que un buen día desaparecieron las gafas de Victoria. Las había metido en el estuche y las había dejado encima de la mesa para usar el microscopio del laboratorio y él aprovechó para escondérselas.
Victoria se preocupó muchísimo.
¡Ojalá no las necesitara tanto! Pero sin gafas, es como si nadara en una pecera en la que todo está desenfocado. Es una verdadera esclavitud, porque en la piscina también tiene que usar unas gafas especiales, graduadas, y en verano no puede ponerse las gafas de sol que más le gusten, porque tienen que ser especiales, así que para no volverse loca cambiándose las gafas continuamente, prefiere ponerse un sombrero que le resguarde la frente y los ojos.
Además, las primeras gafas que tuvo eran horribles. Redondas y negras y apenas se le veían los ojos. Y encima su hermana la llamaba Gorgorito, por lo del «Pito, pito, Gorgorito, ¿dónde vas tú tan bonito?».
Al final, su tía Julia decidió afrontar la situación y se llevó a Victoria a que viera a una amiga suya, que era óptica. Lo del Gorgorito se acabó en cuanto se compró una graciosa montura oval, ligera y roja; con sus nuevas gafas, Victoria se parecía a una cantante americana de música pop que su tía le había enseñado en una revista.
Total, que sus gafas, ligeras y bonitas, habían desaparecido, por lo que había llegado el momento de enfrentarse a la bestia de una vez por todas. Después de pedirle a una compañera que le señalara quién era entre un grupo de gente, Victoria se le acercó intentando no entrecerrar los ojos.
—Perdona, Darío. ¿Puedo hablar contigo un momento? —le dijo con tono tranquilo.
—¿Por qué? ¿Qué quieres?
—Tengo que decirte una cosa.
Ella le clavaba la mirada, mientras que él intentaba evitarla. La ventaja de ser miope es la mirada directa y fija en un punto, el único que se consigue enfocar. Muy pocos consiguen sostener esa mirada, es como un rayo láser.
—Dime —le gruñó. Los demás compañeros ya habían empezado a reírse—. ¡Callaos si no queréis que os dé una lección! —les soltó irritado y preocupado antes de alejarse un poco para que no los oyeran.
—Mira, Darío —le dijo Victoria en voz baja mientras lo miraba directamente a los ojos—. Si tienes algún problema y quieres hablar de ello, te escucho, y a lo mejor puedo ayudarte, pero no tienes por qué esconderme las gafas.
Silencio. La bestia se había quedado de piedra. Aunque las veía desenfocadas, Victoria notaba que las orejas de Darío se estaban poniendo de color rojo fuego.
—¿Qué problema? —farfulló.
—Sé que hay algo que no va bien en tu casa, pero prefiero que me lo digas tú, si quieres.
En clase todos sabían que Darío tenía problemas familiares. Sus padres se habían separado hacía poco y seguramente él estaba pasándolo mal. Pero nadie se había parado a pensarlo de aquel modo. Tan solo Victoria, porque se lo había sugerido su tía, que era realmente estupenda.
«Puede que Darío se esté desahogando así de toda la rabia que lleva dentro. Intenta hablar con él», le había dicho, pero ella no había querido acercarse a él y proponerse como confidente. ¿Qué habría pensado el resto de la clase? ¿Que le gustaba Darío? Pero ahora las cosas habían cambiado: él le había quitado algo que ella necesitaba y Victoria sabía por qué.
—Hum —bufó Darío.
—Nos puede pasar a todos —insistió Victoria—. Además, yo sé guardar un secreto —declaró, y sobre eso Darío no podía tener ninguna duda. Se sabía que Victoria no era de las que se ponen a cotillear por ahí.
—Espérame aquí —le dijo él y Victoria asintió.
Menos mal que se le acercó una compañera, porque daba un poco de corte quedarse de pie allí sola.
—¿Qué pasa, Vic?
—Nada, estoy esperando a que Darío me traiga las gafas, que se me han olvidado en la mesa.
—¿Darío? —se sorprendió su amiga, que se ofreció a ir a por ellas—. ¿No es mejor que vaya yo? Ese es capaz de rompértelas, aunque solo sea para fastidiar.
—No, ya verás como no —replicó Victoria segura.
Enseguida llegó Darío con el estuche rosa en la mano.
—Toma.
—Gracias —le dijo Victoria, y se las puso inmediatamente.
—Estás mejor con las gafas —comentó Darío y se alejó a toda prisa.
—¿De verdad? —le preguntó Victoria a su amiga.
Pero la otra no tenía ninguna intención de contestar. Mirándola con los ojos como platos, le preguntó:
—Pero, Vic, ¿cómo has conseguido domar a la bestia?
Capítulo 3
La página de Vic
Aun así, lo de ser confidente no es lo que más le gusta del mundo. Ella se ve más bien como «asesora», evidentemente de moda, y así es como piensa que se ha comportado con su compañero. La moda también abarca los modales, porque ¿qué sentido tiene ir bien vestida, guapa y original, para después comportarse como una antipática y una maleducada?
Y ahora, con su tableta, ya puede escribir una «columna especializada», como en las revistas de su madre. Pero no le hace falta un periódico ni una revista. Es más fácil hacerlo en una página de Internet como la de su tía, en la que después de contar sus viajes y publicar sus fotos, recibe los comentarios de medio mundo. No es difícil hacerse una página. En realidad ya tiene una, que hizo con su padre, donde ponen las noticias de la familia y que solo pueden visitar sus amigos y familiares. Pero esta vez se trata de una página solo para ella y, sobre todo, ¡profesional! La firmará Victoria la fashionista; o mejor, Vic la fashionista.
Ya está. Sí, a la página le falta algo, necesitaría alguna imagen, dibujos y fotos, y a lo mejor un fondo. Por ejemplo, su tía le ha puesto un marco a la suya, como si fuera un cuadro antiguo, y hasta tiene algunas animaciones. ¿No quedaría muy bonito si apareciera su nombre, Vic, con letras brillantes? También podría poner una foto suya, o mejor un retrato dibujado y otras imágenes, como unos corazoncitos que caen desde lo alto, como ha visto en el perfil de su hermana, pero si se lo pidiera a ella, Vic ya sabe la respuesta: «Perdona, Victoria, pero ahora no puedo».
Sí. Elvira, su hermana, siempre tiene algo mejor que hacer, sobre todo pasarse horas y horas pegada al móvil, con los auriculares o sin ellos, con sus amigas o sola. Así es como actualiza su página. Entre otras cosas, ¡porque ella no tiene una tableta como la que le ha regalado su tía! Tiene un portátil muy viejo, blanco y pesado, como una lápida, que le regaló su padre hace dos años porque parecía que sin un ordenador era imposible estudiar en la ESO.
Cuando vio la tableta, Elvira la miró maravillada y se puso más melosa que nunca: «¿Puedo verla, Vicky? ¿Me la dejas un momentito?».
«Perdona, Elvirita, pero ahora no puedo», le dijo Victoria mientras abrazaba con fuerza su tableta. Es más, para evitar incursiones, le puso enseguida una contraseña, aunque está segura de que Elvira no le pondrá las manos encima, entre otras cosas porque ha preferido poner en marcha su acostumbrada estrategia de ponerse de morros con sus padres, diciendo que Victoria es el ojito derecho de su tía, que es una niña mimada y que no es justo que una niña tenga cosas que no sabe usar y que sin duda estropeará.
O sea, que de alguien así, ¿qué te puedes esperar? Nada. Además, Elvira es un desastre con las nuevas tecnologías. Ni siquiera sabe usar bien el portátil. ¡No sabe ni descargarse una película! Seguro que esos trucos de su página se los ha copiado a alguna amiga.
Y por lo que se refiere a amigas, Victoria tiene muchas con las que sabe que puede contar: ¡Patapatero! Ha llegado el momento de acudir a la Banda de las chicas.
Capítulo 4
Todos locos por la tableta
Esa misma noche, Victoria llega al rincón redondo rebosando satisfacción por los poros.
—¡Mirad lo que me ha regalado mi tía Julia! —anuncia orgullosa y saca su pequeña joya del bolso, que también es fucsia.
—¡Qué bonita! —exclama Celeste—. Mi madre también tiene una. Yo sé usarla, si quieres te enseño...
—Yo también sé usarla. ¿Puedo ver una cosa? —se entromete Elena y, sin esperar respuesta, abre la funda, le pide la contraseña y empieza a toquetear la pantalla.
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