La Noche del Valiente

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From the series: Reyes y Hechiceros #6
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CAPÍTULO CINCO

Kyra estaba llena de pánico tratando de liberarse de la telaraña, agitándose desesperadamente mientras la inmensa criatura se arrastraba hacia ella. No quería mirarla, pero no pudo evitarlo. Se dio la vuelta y se llenó de terror al ver a una araña masiva que se acercaba cada vez más hacia ella. La miraba con sus grandes ojos rojos y levantaba sus largas y peludas patas negras, mientras abría su boca revelando colmillos amarillos por los que caía saliva. Kyra sabía que su vida estaba a punto de terminar, y que esta sería una manera horrible de morir.

Mientras se retorcía, Kyra escuchó el ajetreo de los huesos en la red a su alrededor; volteó y vio los restos de todas las víctimas que habían muerto antes que ella, y supo que su probabilidad de sobrevivir era limitada. Estaba atrapada en la red y no había nada que pudiera hacer.

Kyra cerró los ojos sabiendo que no tenía otra opción. No podía depender en el mundo exterior; tendría que mirar dentro de ella. Sabía que no podría encontrar la respuesta en su fuerza externa o en sus armas físicas. Si dependía del mundo exterior, moriría.

Pero sintió que en su interior su poder era vasto e infinito. Tendría que sacar su fuerza interna, invocar los poderes a los que temía enfrentarse. Finalmente tendría que entender lo que la motivaba, entender el resultado total de su entrenamiento espiritual.

Energía. Eso era lo que Alva le había enseñado. Cuando dependemos en nosotros mismos, tan solo usamos una fracción de nuestra energía, una fracción de nuestro potencial. Utiliza la energía del mundo. El entero universo está esperando para ayudarte.

Lo sentía, estaba pasando por sus venas. Era ese algo especial con el que había nacido, que su madre le había dejado como herencia. Era el poder que fluía por todas las cosas como un río debajo de la tierra. Era el mismo poder en el que siempre le había costado confiar. Era la parte más profunda de ella, la parte en la que no confiaba por completo. Era la parte a la que más temía, incluso más que a un enemigo. Quería desesperadamente invocar a su madre para que la ayudara. Pero sabía que en la tierra de Marda no podría escucharla. Estaba completamente sola. Tal vez el estar completamente sola y sin poder depender de nadie era el último trecho de su entrenamiento.

Kyra cerró los ojos sabiendo que era ahora o nunca. Sabía que debía volverse más grande que ella misma, más grande que el mundo enfrente de ella. Se obligó a enfocarse en su energía interior, y después en la energía a su alrededor.

Lentamente, Kyra se sintonizó. Sintió la energía de la red y de la araña; pudo sentirla pasar dentro de ella. Lentamente permitió que esta formara parte de ella. Ya no peleaba contra ella. En vez de eso, se permitió ser una sola con ella.

Kyra sintió que ella y el tiempo se volvían más lentos. Pudo concentrarse hasta en los más pequeños detalles, en todo lo que escuchaba y en todo lo que estaba a su alrededor.

De repente, Kyra sintió un destello de energía y por primera vez supo que el universo era uno solo. Sintió que todos los muros de separación eran derribados, y sintió que la barrera entre el mundo externo e interno se disolvía. Sintió que la distinción misma era falsa.

Al hacerlo, sintió una oleada de energía, como si una presa se abriera dentro de ella. Sus palmas le ardían como si se estuvieran quemando.

Kyra abrió los ojos y vio que la araña ya estaba cerca y lista para caer sobre ella. Se dio la vuelta y vio que su bastón estaba en la red cerca de ella. Estiró la mano ya sin dudar de ella misma. Invocó a su bastón y, al hacerlo, este voló por el aire directamente hacia su palma. Lo tomó con fuerza.

Kyra utilizó su poder sabiendo que era más fuerte que cualquier cosa frente a ella, y confió en ella misma. Al hacerlo, levantó el brazo que sostenía el bastón y se liberó de la telaraña.

Giró y, justo cuando la araña dejaba caer sus colmillos sobre ella, ella dio la vuelta y le encajó el bastón dentro de la boca.

La araña dejó salir un chillido espantoso y Kyra empujó su bastón más profundo en su boca mientras lo giraba. Esta trató de cerrar su mandíbula, pero no pudo hacerlo al tener el bastón atravesado en la boca.

Pero entonces, para la sorpresa de Kyra, esta de repente cerró las mandíbulas e hizo trizas el antiguo bastón. Rompió lo que no podía ser roto, destruyéndolo en su boca como un palillo. Esta bestia era más poderosa de lo que había imaginado.

La araña se lanzó hacia ella y, al hacerlo, el tiempo se ralentizo. Kyra sintió que todo encajaba en su enfoque. Sintió muy dentro de ella que podía ser libre, que podía ser más rápida que ella.

Kyra se lanzó hacia adelante, liberándose y rodando en la red; cuando cayeron los colmillos, atravesaron la red en vez de a ella.

Mientras Kyra se enfocaba sintió, por primera vez, una pequeña vibración en el aire, algo que la llamaba. Se dio la vuelta y vio del otro lado de la red aquello por lo que había venido a Marda: el Bastón de la Verdad. Ahí estaba, encajado en un bloque de granito negro, etéreo, brillando bajo el cielo de medianoche.

Kyra sintió una conexión intensa con este, y sintió un hormigueo en su palma al extender su mano derecha hacia este. Dejó salir el grito de batalla más grande de su vida, y entonces supo, simplemente lo supo, que el bastón la obedecería.

De repente, Kyra sintió que la tierra temblaba debajo de ella. Supo que estaba atrayendo el arma desde el mismísimo núcleo de la tierra, y por un glorioso momento no dudó ni de ella misma ni de sus poderes ni del universo.

A esto le siguió el gran sonido de piedra chocando contra piedra, y Kyra miró con admiración que el bastón se elevaba lentamente liberándose del granito. Se elevó lentamente y después voló por el aire, con su eje negro y adornado con joyas cayendo en la palma derecha de Kyra. Lo tomó y se sintió viva. Era como sostener una serpiente, como sostener un ser vivo.

Sin dudar, Kyra giró y atacó justo cuando la araña venía por ella. El bastón de repente se transformó en una cuchilla y cortó la inmensa red en dos.

La araña, chillando, cayó al suelo claramente aturdida.

Kyra se dio la vuelta y cortó la red de nuevo, liberándose completamente y cayendo de pie. Sostuvo el bastón con ambas manos por sobre su cabeza justo cuando la bestia se abalanzaba sobre ella. La enfrentó valientemente, dando un paso hacia adelante y golpeándola con el Bastón de la Verdad con todas sus fuerzas. Sintió que el bastón cortaba por entre el grueso cuerpo de la araña. Esta chilló horriblemente mientras era cortada en dos.

De esta brotó sangre negra y espesa mientras caía muerta sobre el suelo.

Kyra se quedó de pie sosteniendo el bastón con brazos temblorosos, sintiendo una oleada de energía como la que nunca había sentido antes. Sintió que en ese momento había cambiado. Sintió que se había vuelto más poderosa y que nunca volvería a ser la misma. Sintió que todas las puertas se abrieron delante de ella y que todo era posible.

En las alturas, el cielo tronaba y los relámpagos crujían. Rayos escarlata cruzaban las nubes dejándolas marcadas, como si lava fluyera por entre las nubes. A esto le siguió un gran rugido y Kyra se regocijó al ver a Theon salir de entre las nubes. Sintió que la barrera había desaparecido al haber sacado el bastón. Por primera vez supo que ella estaba destinada a cambiarlo todo.

Theon aterrizó frente a ella y, sin esperar, ella se subió a su espalda y se elevaron en el aire. Se escuchaban truenos por todas partes mientras volaban por el cielo hacia el sur, lejos de Marda y con destino a Escalon. Kyra supo que había bajado hasta los niveles más profundos y había prevalecido, que había pasado su prueba final.

Y ahora, con el Bastón de la Verdad en su mano, tenía una guerra que ganar.

CAPÍTULO SEIS

Mientras se alejaba navegando, Lorna observaba la isla de Knossos todavía en llamas desvanecerse en el horizonte y sintió que su corazón se rompía dentro de ella. Estaba en la proa del barco aferrándose a la barandilla, con Merk a su lado y la flota de las Islas Perdidas detrás de ella. Podía sentir todas las miradas sobre ella. Esta querida isla, hogar de los Observadores y de los valientes guerreros de Knossos, había dejado de existir. La gloriosa fortaleza había sido destruida con fuego y los queridos guerreros que habían hecho guardia por miles de años ahora estaban muertos, asesinados por la oleada de troles y terminados por la bandada de dragones.

Lorna sintió movimiento y vio que a su lado llegaba Alec, el muchacho que había matado a los dragones y que había logrado que hubiera silencio de nuevo en la Bahía de la Muerte. Se miraba tan confundido como ella al sostener su espada, y ella sentía una gran gratitud hacia él y hacia el arma que sostenía en las manos. Le dio una mirada a la Espada Incompleta, una obra de arte, y pudo sentir la intensa energía que emanaba de esta. Recordó la muerte de los dragones y entonces supo que lo que él tenía en las manos era el destino de Escalon.

Lorna estaba agradecida por seguir con vida. Sabía que tanto ella como Merk habrían llegado a su final en la Bahía de la Muerte si estos hombres de las Islas Perdidas no hubieran llegado. Pero también sentía mucha culpa por los que no habían sobrevivido. Lo que más le dolía era el no haber podido predecir esto. Toda su vida había podido predecir cosas, todos los giros y vueltas del destino durante su solitaria vida en la Torre de Kos. Había previsto la llegada de los troles, la llegada de Merk, y hasta había visto que la Espada de Fuego sería destruida. Había previsto la gran batalla en la isla de Knossos; pero no había previsto el resultado. No había previsto la isla en llamas ni a los dragones. Ahora dudaba de sus propios poderes, y esto le dolía más que cualquier otra cosa.

 

¿Cómo pasó todo esto? se preguntaba. La única respuesta podía ser que el destino de Escalon cambiaba momento a momento. Lo que había estado escrito por miles de años estaba siendo cambiado. Sintió que el destino de Escalon estaba en la balanza y ahora era amorfo.

Lorna sintió todos los ojos sobre ella, todos queriendo saber a dónde dirigirse ahora y el destino que les esperaba al alejarse navegando de la isla en llamas. Con el mundo entero en caos, la buscaban por respuestas.

Lorna cerró los ojos y, lentamente, pudo sentir la respuesta dentro de ella, algo que le decía en dónde se les necesitaba más. Pero algo oscurecía su visión. Con un sobresalto, lo recordó. Thurn.

Lorna abrió los ojos y examinó las aguas debajo, observando los cuerpos flotantes que pasaban y el mar de muertos que chocaban con el casco. Los otros marineros también habían estado buscando por horas, escaneando los rostros junto con ella pero sin éxito.

“Mi señora, el barco espera tus órdenes,” presionó Merk gentilmente.

“Hemos revisado las aguas por horas,” añadió Sovos. “Thurn está muerto. Debemos dejarlo.”

Lorna negó con la cabeza.

“Siento que no lo está,” replicó ella.

“Yo, más que nadie, desearía que eso fuera verdad,” respondió Merk. “Le debo mi vida. Él nos salvó del fuego de los dragones. Pero lo vimos quemarse y caer al mar.”

“No lo vimos morir,” respondió ella.

Sovos suspiró.

“Mi señora, incluso si de alguna manera sobrevivió a la caída,” añadió Sovos, “no pudo haber sobrevivido a estas aguas. Debemos dejarlo. Nuestra flota necesita dirección.”

“No,” dijo ella con una voz decisiva y llena de autoridad. Pudo sentirlo dentro de ella, una premonición, un hormigueo en medio de los ojos. Este le decía que Thurn seguía vivo ahí abajo, en medio de los escombros y en medio de los miles de cuerpos flotantes.

Lorna examinó las aguas, esperando y escuchando. Se lo debía, y ella nunca le había dado la espalda a un amigo. La Bahía de la Muerte estaba tenebrosamente callada, con los troles muertos y los dragones fuera de vista. Pero aun así tenía su propio sonido, el constante aullido del viento, el chapoteo de un millar de olas, y el agitarse del barco que no dejaba de mecerse. Mientras escuchaba, las ráfagas de viento se volvieron más feroces.

“Se acerca una tormenta, mi señora,” dijo Sovos finalmente. “Debemos irnos. Necesitamos dirección.”

Sabía que tenían razón. Pero aun así no podía irse.

Justo cuando Sovos abría la boca para hablar, Lorna sintió de repente una oleada de emoción. Se inclinó y miró algo en la distancia que se movía entre las aguas y que era atraído hacia el barco por la corriente. Sintió un hormigueo en su estómago y supo que era él.

“¡AHÍ!” gritó ella.

Los hombres se apuraron hacia la barandilla y también lo miraron: ahí estaba Thurn, flotando en el agua. Lorna no perdió tiempo. Dio dos grandes pasos, saltó por la orilla, y se lanzó cabeza abajo por el aire hacia las heladas aguas de la bahía.

“¡Lorna!” gritó Merk detrás de ella, con preocupación en su voz.

Lorna vio a los tiburones rojos nadando debajo de ella y entendió su preocupación. Estaban rodeando a Thurn, y aunque lo atacaban, ella vio que todavía no eran capaces de penetrar su armadura. Ella se dio cuenta de lo afortunado que era Thurn de todavía traer su armadura; y más afortunado aún al poder sostenerse de un tablón de madera que lo mantenía a flote. Pero los tiburones ahora atacaban con más fuerza, volviéndose más valientes, y supo que se le acababa el tiempo.

También sabía que los tiburones irían por ella, pero esto no la detendría, no cuando la vida de él estaba en peligro. Estaba en deuda con él.

Lorna cayó en el agua impactada por lo helada que estaba y, sin detenerse, nadó y pateó por debajo del agua hasta llegar con él, usando sus poderes para nadar más rápido que los tiburones. Lo tomó poniéndole un brazo alrededor y sintió que estaba vivo, aunque inconsciente. Los tiburones empezaron a nadar hacia ella y ella se preparó, lista para hacer lo que fuera necesario para mantenerse con vida.

Lorna de repente vio cuerdas a su alrededor y se aferró de una fuertemente, sintió que era jalada hacia atrás, y voló por el aire. Fue justo en el momento exacto: un tiburón rojo saltó del agua y trató de morderle las piernas, pero falló.

Lorna, sosteniendo a Thurn, fue levantada en el aire atravesando el viento helado que los hacía chocar contra el casco del barco. Un momento después fueron levantados por la tripulación y, antes de subir al barco, echó una mirada hacia abajo y alcanzó a ver a los tiburones furiosos por haber perdido su almuerzo.

Lorna cayó en la cubierta con Thurn todavía en sus brazos, y al hacerlo, inmediatamente le dio la vuelta y lo examinó. La mitad de su rostro estaba desfigurado, quemado por el fuego, pero al menos había sobrevivido. Sus ojos estaban cerrados. Al menos no estaban abiertos hacia el cielo; esto era una buena señal. Le puso una mano en el corazón y sintió algo. Aunque muy débil, era un latido de corazón.

Lorna le puso las palmas sobre el corazón y, al hacerlo, sintió una oleada de energía, un intenso calor que salía de las palmas de sus manos y hacia él. Invocó a sus poderes y esperó que Thurn pudiera regresar a la vida.

Thurn de repente se sentó derecho con un jadeo y respirando agitadamente y escupiendo agua. Tosió y los otros hombres se acercaron rápidamente para cubrirlo en pieles y calentarlo. Lorna estaba eufórica. Vio que le regresaba el color al rostro y supo que viviría.

Lorna entonces sintió que le colocaban pieles calientes sobre los hombros, y al darse vuelta vio que Merk estaba de pie a su lado, sonriéndole y ayudándole a ponerse de pie.

Los hombres pronto ya estaban todos a su alrededor, mirándola incluso con más respeto.

“¿Y ahora?” le preguntó él a su lado. Casi tuvo que gritar para ser escuchado por sobre el viento y el mecimiento del barco.

Lorna sabía que les quedaba poco tiempo. Cerró los ojos y levantó las palmas al cielo, y lentamente sintió el tejido del universo. Con la Espada de Fuego destruida, Knossos acabado, y los dragones desaparecidos, necesitaba saber en dónde los necesitaba más Escalon en este tiempo de crisis.

De repente sintió la vibración de la Espada Incompleta a su lado, y entonces lo supo. Se dio la vuelta hacia Alec y él la miró, claramente esperando.

Ella sintió que su destino especial empezaba a aparecer dentro de ella.

“Ya no deberás perseguir a los dragones,” dijo ella. “Aquellos que han huido no te buscarán; ahora te temen. Y si los buscas, no los encontrarás. Han ido a pelear en otra parte de Escalon. La misión de destruirlos ahora es de otra persona.”

“¿Entonces qué, mi señora?” preguntó él, claramente sorprendido.

Cerró los ojos y sintió que llegaba la respuesta.

“Las Flamas,” respondió Lorna sintiendo que esa era la respuesta. “Deben ser restauradas. Esa es la única forma de evitar que Marda destruya Escalon. Eso es lo que más importa ahora.”

Alec parecía perplejo.

“¿Y eso que tiene que ver conmigo?” preguntó él.

Ella lo miró.

“La Espada Incompleta,” respondió ella. “Es la última esperanza. Esta, y solo esta, podrá restaurar el muro de fuego. Deberá ser regresada a su hogar original. Hasta entonces, Escalon nunca podrá estar seguro.”

Él la miró con sorpresa en el rostro.

“¿Y dónde está su hogar?” preguntó él mientras los hombres se acercaban para escuchar.

“En el norte,” dijo ella. “En la Torre de Ur.”

“¿Ur?” preguntó Alec, estupefacto. “¿No ha sido ya destruida la torre?”

Lorna asintió.

“La torre, sí,” respondió ella. “Pero no lo que yace debajo.”

Respiró profundo mientras todos la miraban fijamente.

“La torre tiene una cámara secreta muy por debajo del suelo. En realidad la torre nunca fue importante; tan solo era una distracción. Se trata de lo que hay debajo. Ahí encontrará su hogar la Espada Incompleta. Cuando la regreses, la tierra estará segura y Las Flamas volverán para siempre.”

Alec respiró profundo, claramente tratando de procesarlo todo.

“¿Quieres que viaje hacia el norte?” preguntó él. “¿Hacia la torre?”

Ella asintió.

“Será un viaje muy peligroso,” dijo ella. “Encontrarás enemigos por ambos lados. Lleva a los hombres de las Islas Perdidas contigo. Naveguen por el Mar de los Lamentos y no se detengan hasta llegar a Ur.”

Dio un paso hacia adelante y le puso una mano en el hombro.

“Regresa la espada,” le ordenó. “Y sálvanos.”

“¿Y usted, mi señora?” preguntó Alec.

Ella cerró los ojos y sintió una terrible oleada de dolor; entonces supo a dónde debería ir.

“Duncan muere mientras hablamos,” dijo ella. “Y solo yo puedo salvarlo.”

CAPÍTULO SIETE

Aidan cabalgaba por los páramos con los hombres de Leifall, Cassandra a su lado, Anvin al otro lado, Blanco a sus pies, y todos galopaban dejando una nube de polvo mientras Aidan se regocijaba por el sentimiento de victoria y orgullo. Había ayudado a lograr lo imposible: redirigir las cataratas, cambiar la inmensa corriente de Everfall, y enviar las aguas a borbotones por las planicies para inundar el cañón; y así salvar a su padre justo a tiempo. Al acercarse y estando muy deseoso de poder reencontrarse con su padre, Aidan pudo ver a los hombres de su padre en la distancia, pudo escuchar los gritos de júbilo que llegaban hasta ahí, y se llenó de orgullo. Lo habían conseguido.

Aidan estaba eufórico al ver que su padre y sus hombres habían sobrevivido, el cañón inundado, rebosante, y miles de Pandesianos muertos a sus pies. Por primera vez Aidan sintió un gran sentido de propósito y pertenencia. En realidad había contribuido a la causa de su padre a pesar de su corta edad, y se sentía un hombre entre los hombres. Sintió que este sería uno de los momentos más grandes de su vida.

Mientras galopaban acompañados por el brillante sol, Aidan estaba impaciente por el momento en que viera a su padre, el orgullo en sus ojos, su gratitud y, más que nada, su mirada de respeto. Estaba seguro de que ahora su padre lo miraría como a un igual, como a uno de los suyos, como a un verdadero guerrero. Era todo lo que Aidan siempre había querido.

Aidan siguió avanzando con el estruendoso sonido de los caballos en sus oídos, cubierto de tierra y quemado por la larga cabalgata, y al pasar la colina vio el último trecho delante de ellos. Miró hacia el grupo de los hombres de su padre con el corazón acelerado por la anticipación; cuando de repente se dio cuenta de que algo andaba mal.

Ahí en la distancia los hombres de su padre estaban abriendo camino, y en medio caminaba una sola figura, caminando sola por el desierto. Una chica.

No tenía sentido. ¿Qué estaba haciendo una chica sola ahí caminando hacia su padre? ¿Por qué se detenían todos los hombres dejándola pasar? Aidan no sabía exactamente qué era lo que estaba mal, pero por el latir de su corazón supo que algo dentro de él le decía que esto significaba problemas.

Y lo que fue más extraño, al acercarse Aidan pudo reconocer la figura particular de la chica. Vio su capa de gamuza y cuero, sus altas botas negras, su bastón en la mano, su cabello largo color rubio claro, su rostro orgulloso distintivo, y parpadeó confundido.

Kyra.

Su confusión siguió creciendo. Al verla caminar, vio la forma de su marcha y la forma en que sostenía los hombros, y supo que había algo extraño. Se miraba como ella, pero no lo era. No era la hermana con la que había pasado toda su vida, con la que había leído libros apoyado en su regazo.

Aún a cien yardas de distancia, el corazón de Aidan se aceleraba al sentir cada vez más nerviosismo. Bajó su cabeza, pateó a su caballo para que acelerara y cabalgó tan rápido que apenas si podía respirar. Tenía una terrible premonición, un sentimiento de muerte inminente al ver a la chica acercarse a Duncan.

“¡PADRE!” gritó.

Pero desde ahí sus gritos eran apagados por el viento.

Aidan galopó más rápido, separándose del resto del grupo y bajando a toda velocidad. Miró con impotencia cómo la chica se acercaba para abrazar a su padre.

“¡NO, PADRE!” gritó él.

Estaba a cincuenta yardas de distancia, después cuarenta, después treinta; pero aún muy lejos como para poder hacer algo.

“¡BLANCO, CORRE!” le ordenó.

Blanco avanzó corriendo incluso más rápido que el caballo. Pero aun así Aidan sabía que no llegaría a tiempo.

Entonces lo vio suceder. Para el horror de Aidan, la chica sacó una daga y la encajó en el pecho de su padre. Los ojos de su padre se ensancharon y cayó de rodillas.

Aidan sintió que él también era apuñalado. Sintió que todo su cuerpo se colapsaba dentro de él al nunca haberse sentido tan impotente. Todo había pasado tan rápido que los hombres de su padre estaban estupefactos y confundidos. Nadie sabía qué estaba pasando. Pero Aidan lo sabía; lo había sabido desde un principio.

 

Aún a veinte yardas de distancia, Aidan desesperadamente sacó la daga que Motley le había dado de su cinturón, se inclinó hacia atrás y la lanzó.

La daga giró por el aire reflejando la luz del sol y dirigiéndose hacia la chica. Ella sacó la daga, sonriendo, y se preparó para apuñalar a Duncan otra vez; pero entonces la daga de Aidan llegó a su objetivo. Aidan se sintió aliviado al ver que le había atravesado la mano, al verla gritar y soltar su arma. No fue un grito de este mundo, y ciertamente no era de Kyra. Quienquiera que fuese, Aidan la había expuesto.

Se dio la vuelta y lo miró y, al hacerlo, Aidan miró con horror cómo su rostro se transformaba. La apariencia femenina fue reemplazada por un grotesco rostro masculino que crecía a cada segundo. Los ojos de Aidan se agrandaron por la sorpresa. No era su hermana. Se trataba del Grande y Sagrado Ra.

Los hombres de Duncan se quedaron perplejos al verlo. De alguna manera, la daga en su mano había interrumpido la ilusión, había destruido la hechicería utilizada para engañar a Duncan.

Al mismo tiempo Blanco saltó hacia él, atravesando el aire y cayendo sobre el pecho de Ra con sus grandes patas, derribándolo hacia atrás. Gruñendo, el perro atacó su cuello y utilizó sus garras. Le cortó el rostro tomando a Ra completamente por sorpresa y evitando que pudiera prepararse para atacar a Duncan de nuevo.

Ra, peleando en la tierra, miró hacia el cielo y gritó unas palabras, algo en un lenguaje que Aidan no pudo entender y claramente invocando un hechizo antiguo.

Y entonces, de repente, Ra desapareció en una esfera de polvo.

Todo lo que quedó fue su daga ensangrentada en el suelo.

Y ahí, en un charco de sangre, estaba el cuerpo inmóvil del padre de Aidan.

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