Read the book: «De tu boca dos palabras murmurantes»
© del texto: Miguel Á. Mesa
©diseño de cubierta: Equipo BABIDI–BÚ
© corrección del texto: Equipo BABIDI–BÚ
© de esta edición:
Editorial BABIDI–BÚ, 2021
Fernández de Ribera 32, 2ºD
41005 - Sevilla
Tlfns: 912.665.684
info@babidibulibros.com
Primera edición: enero, 2021
ISBN: 978-84-18297-99-1
Producción del ePub: booqlab
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra»
A mi Claudia.
No pierdas la esperanza, algún día escribiré sobre unicornios.
Me gustaría saber qué fue de ella, la que me dijo que necesitaba tiempo para sí misma, la que no deseaba tener una relación seria hasta aclarar sus ideas. Recuerdo esa noche perfectamente: los dos tumbados en la cama; sus lágrimas falsas; yo observando el techo. ¿Por qué lo llaman tiempo-para-mí-misma si en realidad quieren decir no-me-atraes-lo-suficiente? No quise discutir, en momentos así, solo hay que escuchar en silencio y aceptar la situación. Sabía que no la vería más, y también sabía que en breve encontraría al hombre por el que sí sentiría algo fuerte. Cuando te abandonan es duro, pero más duro es cuando te parten el corazón con excusas alejadas de la realidad; en esos instantes de sosegada agonía apetece más un cigarro que después de hacer el amor, aunque ni siquiera fumes. Un buen pitillo, aspirando el humo tóxico, el perfecto contexto para asistir a la triste destrucción del romance. Si vas a sufrir, sufre bien.
Le dije que la comprendía, que no había problema, que son cosas que pasan. La acompañé a su casa portando una disposición tan animada como forzada. Sé perder con profesionalidad. Me rocié con perfume antes de salir. Si vas a acompañar a la chica que ha dejado de quererte, acompáñala bien.
En la puerta de su casa me pidió perdón de nuevo, su pelo negro rizado se percibía voluminoso por el viento, sus ojos caoba evitaban a los míos. Entendí que no hacía falta hablar demasiado. Un abrazo y que te vaya bonito, soy un caballero, no hay rencor. Me monté en el coche con la firme intención de olvidarla en aquel mismo minuto. Si vas a olvidarla, olvídala bien... aunque yo no supiera hacerlo.
«Soy una chica normal», repites. Y me río.
Si fueras normal, las flores permanecerían quietas, estáticas, durmientes mientras pasas a su lado, pero las flores se giran para mirarte y envidiar la elegancia de tus formas.
Si fueras normal, la luna y el sol cumplirían sus turnos en las horas asignadas, pero el sol y la luna luchan entre sí por verte más tiempo.
Si fueras normal, la muerte esperaría con paciencia para poseer tu existencia, pero la muerte llora al saber que tu aura vivirá eternamente.
Si fueras normal, el sabor de cada alimento mantendría la esencia natural que mi lengua percibe, pero todo me sabe a ti, y mi lengua solo piensa en la tuya, y tu olor está en todo lo que huelo, y tu textura en todos mis sentidos, tu presencia en cada persona que me rodea, tu cara en el aire, tus ojos en el viento.
Si fueras normal, tus palabras al escribirme no pasarían de la usual gramática, pero tus palabras funcionan con mecanismo exquisito y poético, con lírica grandiosa y suave, con mensajes nocturnos que me hacen soñar con días a tu lado.
Te quiero inaudita, peculiar, singular. No eres una chica normal. Si fueras normal... yo no me habría enamorado de ti.
De un mundo sin romance, ni carnalidad, ni corazón,
una valiente princesa sin corona, singular y fisgona, se escapó.
Su mente, altiva y diferente, viajó rumbo a otro lejano universo,
donde solo los elegidos navegaban, libres y esmerados como versos.
Allí quiso buscar un impulso que a su mundo hiciera despertar.
No sabía qué era, ni qué encontrar, pero por su intuición se dejó guiar.
Y cerca de un manantial de fuego violeta, con un ser de luz se topó.
Tenía manos de fulgor electrizante, y con mirada curiosa, a ella se acercó.
«¿Qué haces aquí? ¿Quién eres tú?», dijo el ente susurrando al viento.
«Vine sin mapa y sin discernir la meta, pero mi tierra delirio y frenesí necesita», respondió la mujer al hermoso ser, nada parecido a algo que hubiera visto otra vez.
«Te ayudaré», la voz melodiosa de la criatura declaró, y con labios rojos la acarició.
La grácil y aterciopelada piel femenina de la atrevida chica se encendió,
y en su interior se esparció una sensación nueva, vital, tierna y animal.
Incontrolablemente, lágrimas de placer brotaron y la hicieron volar en el infinito.
Su cuerpo y su mente sin pudor se desnudaron, y al ser de luz una sonrisa le regaló.
Sin poder tan siquiera dar las gracias, ya que el sobrecogedor éxtasis no la dejaba, la princesa sin corona volvió a su lugar natal, y allí repartió el regalo del ser.
Años después, los sabios del lugar contaron, con mesura y emoción, que del amor nació el sexo, del sexo el amor, y en el mundo se instaló la Pasión.
Sé que el sexo te gusta calmado y suave, tierno y melancólico, y te beso lentamente el cuerpo en esos instantes en los que tus ojos se ponen en blanco mientras mis manos miman tu espalda, poco a poco, entrando los dos en el refinamiento del erotismo. Lo salvaje no forma parte de tu corazón.
A ti no se te gana con palabras explícitas y pornográficas, a ti se te gana con la pulpa de las uvas...
Hoy no voy a hablarte de lo importante que eres en mi vida ni de lo feliz que me siento en amaneceres y crepúsculos mientras te acompaño, hoy me abro la carne con el tacón de tus zapatos o la horquilla de tu pelo para mostrarte la hemoglobina que arde de deseo por tus huesos, el músculo cardiaco palpitando a la velocidad de tus sueños, los pulmones respirando el oxígeno que emana de tu ánimo, mi bulbo raquídeo suspirando por tu vulva y mis vasos venosos codiciando tus pechos velados.
No te imaginas lo fácil que es decirte que te amo ahora que estoy borracho.
El problema será mañana, cuando me dé cuenta de que también te amo sin haber bebido.
Ella era como un ángel que no sabía que tenía alas, hasta que empezó a creer en sí misma y voló hacia mi corazón con el ímpetu que nace del amor propio.
Cuando un hombre le dice a una mujer que está conociendo eso de «hoy he soñado contigo», en general es mentira. Científica y freudianamente es poco probable. Se usa como pura táctica de manual en los mecanismos del flirteo.
Y sin embargo…
… sin embargo…
… esta noche he soñado contigo.
Odio el hecho de no encontrarme junto a tu pelo y tu pie.
Asesino a la distancia con sagaz mirada aniquiladora.
Soy un egoísta que desea tomar tu dulce corazón infinito.
Me alzo arrogante por anhelar tus huesos.
Desobedezco las reglas de este destino ausente e indebido.
Luce mi absurda hipocresía gritando que duele imaginarte… aunque me guste.
Ambiciono lo máximo, que es besar tu alma tierna y pulcra.
Se jacta mi altanería escribiéndote con la meta de un reclamo.
La presunción de que nos uniremos corre rauda en mis venas.
Envidio el aire que te lame y me encelo por la saliva de tu boca.
… y a pesar de mis interminables pecados, sé que me ganaré el cielo y no el infierno, porque nadie como yo te ha querido.
—Nada me sale bien, soy un incompetente para todo. Siempre he sido un perdedor.
Ella volvió mi cara hacia la suya, me miró fijamente, puso mi mano en el lado de su corazón y me dijo:
—Ahora estás ganando.
Ella no estaba loca de remate, ella simplemente quería remar junto a mí hacia los paraísos perdidos de la imaginación y el deseo, y para querer algo de tal calibre hay que estar muy centrada y tener las ideas claras, cristalinas.
Ella me cuidaba con calor y rituales diarios de besos nada tibios. Cuando se reía, no lo hacía a carcajadas para escandalizar a todo aquel o aquella que se encontrara alrededor, sino con delicadeza, guardando las formas de manera elegante, con estilo. No era vulgar, brillaba llena de sutileza y sofisticación. Esas cosas no se aprenden, hay que llevarlo en las venas.
No sabía contar chistes ni hacer bromas tontas, pero era la más graciosa del planeta si sacaba un tema de conversación sin venir a cuento de nada, como aquella vez en la que estábamos cenando y dijo muy seria, solemnemente: «Hoy he leído que los hombres ya se afeitaban en la Edad de Piedra». Después seguía comiendo tan tranquila hasta que yo empezaba a atragantarme de la risa.
Ella no cantaba por la calle la música de algún coche que pasaba por allí, porque le daba vergüenza, y ahí es cuando más dulce me parecía, ya que yo intuía que la tarareaba en su interior. Muchas veces la escuché a escondidas mientras entonaba en la ducha con voz experta.
Nunca intentó desquiciarme, no era una pesada, respetaba mis ritmos tanto como yo respetaba los suyos, y nuestros silencios eran maravillosos a la hora de relajarnos con abrazos, de esos que no ahogan, de esos que nos hacen volar en sueños diurnos.
No le gustaba montar numeritos, no gritaba, y su carácter templado era un reloj de arena, de caída infinita, al que no había que darle la vuelta. Su corazón se componía de inigualable paciencia, entereza y calma.
Era ella la que me daba fuerzas para seguir adelante y creer en mí mismo, decía que las piedras del camino que se multiplican a medida que vamos creciendo pueden esquivarse con el arte del afecto. No, ella no era una loca de remate, ella era el sosiego del mundo, de mi mundo, y la luz que guio mis caricias hasta su apacible naturaleza.
La pasión principal de Alejandra era viajar. Ocupaba el número uno de la lista. Un picor ineludible. Se sentó junto a su pareja y le reconoció que debía recorrer el mundo, que su alma inquieta y su cuerpo joven la obligaban a no eludir todos los espacios que había que investigar, que necesitaba esas aventuras mientras tuviera fuerzas, que anhelaba experimentar y aprender. Era un picor que en esta etapa de su vida podía calmar únicamente volando, sentada en un tren o caminando entre rocas montañosas. Pero también una pena inmensa atormentaba su corazón: iba a abandonarlo, abandonar al hombre de su vida. Rezaba para que él la entendiera, quería a Alberto más que a nadie. Y, por supuesto, nunca le pediría que dejara su trabajo durante tanto tiempo con el fin de hacer los dos un viaje tan loco, aunque estar unidos en esos momentos fuera maravilloso, casi perfecto. Sería desastroso en la carrera profesional de su chico, ella no le reclamaría jamás que sacrificara el futuro. Lo haría sola, asumiendo las consecuencias. Nueva York, Viena, Vietnam, Quito, Monterrey, Vancouver... debía colocarse la mochila a la espalda y descubrir, marchar por algunos meses y volver con él… si aún la esperaba. Alejandra intuía que ya no estarían juntos de nuevo, las lágrimas caían mientras le hablaba de aquellos sueños de pisar tierras desconocidas. «Perdóname, Alberto, ojalá no sintiera que la vida se me va si no entro en ese avión, ojalá pudiera explicarlo mejor, ojalá me sigas amando cuando regrese para no separarme más de ti», dijo ella antes de abrir la puerta con intención de marcharse de la casa.
Y, entonces, Alberto respondió: «Me voy contigo».
Hay algo en una mujer que va más allá de la superficialidad e impulsividad sexual del ente masculino. Es uno de esos grandes y maravillosos misterios que emergen de su ser. Siempre estaremos a años luz de la ceremonia, la dignidad, la relevancia y la acentuada profundidad del corazón femenino en lo referente al sexo. Los hombres no asimilamos que muchísimas chicas deban esperar el tiempo necesario hasta llegar a dar el paso que permita la absoluta sintonía entre cuerpo y alma, hasta acostarse con su pareja en el momento justo. Un tiempo que pueden ser días, meses o incluso años. Tomamos a la ligera una relación sexual debido a la incapacidad para sobrepasar lo físico cuando nuestra carne nos pide agitar los genitales. Donde nosotros percibimos un simple coito, vosotras experimentáis un rito valioso, eterno e inolvidable. Las chicas comprendéis la completa y compleja importancia de la ternura y el sentimiento amoroso antes de pulirlo, perfeccionarlo, mediante la unión carnal; los chicos solo entendemos una parte, y por eso estamos en desventaja, provocando además dolor en las historias sentimentales. Cuando una mujer entrega su piel, lo entrega todo. Ocurre que hay particulares excepciones, no es una ciencia exacta, así que a veces... en ocasiones... un hombre consigue alcanzar la sensibilidad de esa belleza con la que fantasea dormido y despierto, espera lo que haya que esperar hasta que ella se sienta preparada y con la visible e inequívoca confianza para mezclar miradas con caricias, fluidos con pasión, besos con succiones... amor corporal con amor metafísico y perenne. Entonces el romanticismo adquiere su prodigioso sentido.
Lo único que no haría por amor sería cambiar por ti. Debes aceptarme tal y como soy, de principio a fin, respetar mis ritmos, mis hobbies, mis preferencias… por muy locas que pudieran parecer. Amarme no es una obligación, no te amenazo para que lo hagas y no me pondría de rodillas para suplicarte que me quisieras, aunque mis lágrimas empaparan mi cara viendo cómo te alejas. No moldearé mi personalidad en la primera cita para atraerte, eso sería absurdo, el tiempo te demostraría que lo que te gustaba de aquel primer encuentro era puro teatro. Cambiar supondría dejar vacía mi esencia para llenarla de elementos extraños que ocasionarían una reacción alérgica. Si vas a quererme, piénsalo bien, porque querer también está ligado al pensamiento y no solo al corazón. Piensa en el futuro, en lo que te estoy advirtiendo, no voy a ser el objeto de tus experimentos para modificarme a tu antojo, no voy a llevar la ropa que desees si no me complace, y a lo mejor hasta voy sin corbata a la boda de tu prima, y ten presente que no vamos a comer siempre con tus padres, que los míos también merecen nuestra compañía. Son ejemplos, cosas que ocurren con tantas y tantas parejas, ya me conocerás cuando me conozcas, y espero que de verdad me aceptes cuando empieces a aceptarme y que me ames con orgullo cuando me ames. Lo único que no haría por amor sería cambiar por ti... pero si finalmente me acoges en tu vida, seré tuyo hasta el fin de los días y haré que te sientas la mujer más especial del mundo, porque por tu amor lo haría todo... o casi.
En una primera cita puede ocurrir cualquier cosa. Tú te manchaste la blusa con el vino y yo te dije que quería pasar mi vida a tu lado. Cualquier cosa.
«No me gusta que me compares con nadie», dijiste. Pues... tendrás que aguantarte. Te seguiré comparando. Túmbate y déjame susurrarte lo siguiente al oído. Siento que no te guste, pero si mi amor por ti es tan irremediablemente sólido y firme es porque mis mecanismos mentales o «corazonales» te comparan sin remedio con lo que otras personas me ofrecen, sin despertar ellas mi más mínimo interés en la puntuación final.
Si me quedo con tu risa es porque mis ojos te prefieren al comparar el bello estiramiento de tus labios con variadas carcajadas que no alimentan mi entusiasmo.
Si te elijo a ti para escucharte cuando me hablas de tus sueños y realidades, de tu tristeza y tu bienestar, es porque sales ganando cuando te pongo en la balanza y descubro que tu peso intelectual supera con creces la materia gris que existe en decenas de anodinos cerebros.
Si bailo contigo y no con las que me pidieron unas vueltas en la pista es porque en el estribillo de la balada comparo el perfume de tu pelo rozando mi rostro con el insignificante tacto de otros mechones femeninos, y no hay nada como tu melena para transportarme al cauce del deseo infinito.
Si decido correr a tu lado para ver quién llega antes a la farola de forma loca e imprudente, es porque te comparo con las que no han querido correr conmigo por ser tan sensatas y racionales.
Si adoro contarte sobre mi vida es porque no he conocido una mirada que me escuche como la tuya, y mientras te interesas por mí voy comparándote con todas aquellas que perdían la concentración al minuto y medio.
Si estoy contigo, si mi afecto empaña tus gafas cuando te beso y si te amo más que a nadie en el mundo, es porque sé que no hay otra como tú, es porque te comparé y te puse la medalla de oro blanco que hará juego con el futuro anillo de nuestro compromiso.
En mi país de las maravillas las flores cantan,
el cielo se llena de constelaciones brillantes,
de luciérnagas que dejan estelas gigantes,
arcoíris que cubren como una suave manta.
En mi país de las maravillas hay un conejo sin prisa,
que casi nunca mira su reloj de manecillas finas,
que con un sombrerero cuerdo en la yerba descansa
o prepara con soltura cuentos y joviales rimas.
En mi país de las maravillas tú paseas por un prado,
y el gato sonriente de cerca te ronronea cariñoso,
pero nadie de amor sabe más que yo en mi país,
y cuando levitando vienes a besarme, soy feliz.
Un día me enamoré cuando creció la semilla del amor... suena ostentoso pero apropiado, remilgado pero auténtico. Sabéis de lo que hablo. De pronto se manifiesta un ser que se mete dentro de ti sin pedir permiso y te da un singular obsequio que, tal vez, no buscabas. ¡Qué cierto es eso de que el amor aparece cuando menos te lo esperas! Y es porque al amor no le gusta que lo observen, que lo obliguen a salir, es como el ordenador estropeado que funciona cuando se lo enseñas al técnico, como el árbol que al caerse no retumba si nadie se encuentra presente alrededor... según reflexionaban los filósofos de antaño. Existe un extraño orden que nunca llegaremos a comprender.
El regalo que te dejará mientras piensas qué vas a hacer para almorzar hoy irá germinando, creciendo dentro de tus vísceras y tu naturaleza sin que te des cuenta. Vete preparando si luego tienes un sueño nocturno con esa persona... ya que desde ahí estarás definitivamente perdido en besos imaginarios con vistas a proclamarse reales; y ya no pensarás en otras cosas si no en lo único que te mantendrá brioso y nutrido. El chico o la chica más especial se transformará en el objeto de tu todo, en la ilusión de tu futuro, en tu fundamental presente. Y, a pesar del control emocional al que te verás sometido, no querrás cambiarlo por nada del mundo, es la enfermedad que nos da la vida, la única muerte que te hace inmortal y el único infierno sin diablo. Incluso si no eres correspondido, hay algo en esa emoción romántica que vibra en ti y te eleva, te activa la sensibilidad y hace que te regocijes en tu melancolía. Un día me enamoré... la semilla estaba completamente desarrollada, y el ruido del universo se convirtió en música cósmica.
Llámame empalagoso, pero yo sí soy de los que se mueren si dejo de verte solamente por unos breves minutos. Que sí, que me falta el aliento en tu ausencia.
Llámame abrumador, si quieres, pero no voy a cambiar el hecho de que tengas que hacer un pequeño esfuerzo para separarte de mí cuando te abrazo con pasión. Llámame vehemente, pero es que no puedo sentir menos que una lluvia de vida, de energía, de gozo, cuando llegas al orgasmo con mi lengua en tu sexo. Repito, cuando tú llegas, así que imagina lo que siento cuando consigues que eyacule en un arrebato frenético de tus caderas. Llámame exagerado por lo anterior, dale. Y también puedes llamarme madrugador insensato, por despertarme temprano un domingo solo para ver cómo duermes mientras me tomo el té sentado en mi-silla-de-pensarte. Llámame chalado por decirte que los Reyes Magos te dieron parte de su magia en el instante que naciste, que la sombra de Peter Pan lo abandonó para visitarte y que Dumbledore inventó un conjuro para que tu belleza fuera extraordinaria. Llámame ingenuo porque crea en el destino y en el amor para toda la vida, soy un soñador que declara inocente a mis ganas de ti hasta que se demuestre lo contrario. Llámame conservador, porque mi meta más primordial es conservarte y cuidarte para que te sientas segura de mis sentimientos, para que, aunque me llames todo lo anterior, al final llegues a la conclusión de que no hay ni habrá otra persona que te respete, te estime y te quiera tanto como el que escribe estas letras.
¿Te imaginas que no hayamos nacido para echar de menos los besos que dejamos de darnos?, ¿que las piedras del camino sean en realidad una señal que nos indique que debemos buscar el amor en otra parte?, ¿que el pensar uno en el otro solo fuese un acto reflejo?, ¿te imaginas que el hecho de que nuestras miradas se crucen se deba a la casualidad o que las caricias que nos dedicamos surjan de pura soledad y no de puro deseo?, ¿te imaginas que la gente lleve razón y pensarnos cada día sea un espejismo?, ¿te imaginas que tú no fueras mi destino ni yo el tuyo?... ¿Te imaginas que mandamos a la mierda al destino, a las casualidades, a la soledad, a la gente, a las piedras, a los actos reflejos y decidimos huir juntos para inventar un universo alternativo, mientras el sol mañanero del horizonte nos invita a recorrer el camino pase lo que pase? ¿Te vistes y nos vamos?
Parece que fue ayer cuando cosí tu halo en el interior de mis entrañas y en mi psique más visceral. Parece que fue ayer cuando nací, cuando nací en ti al enamorarme sin complejos, al lanzarme al vacío de toda tu dimensión, al desaparecer dentro de tus ojos para volver a existir en este mundo que es tan cruel si no nos aferramos a nuestros sueños. Parece que fue ayer cuando mi sueño se cumplió, y comentan por ahí que hay que tener cuidado con conseguir lo que soñamos, y yo me río pensando que los sueños que se sueñan no son un sueño como tú, y que conseguirte debería ser la meta de cualquier hombre de bien... o incluso de mal, que lo importante no es participar, sino que tu piel participe en la mía. Y es ahora cuando viene la parte en la que te digo que me siento el tío más afortunado del universo y de lo que haya después, que inventaste mi luz y mis estrellas cuando te hablé por primera vez el día que el botón de mi chaqueta de cuero se enganchó en tu suéter de lana, que las horas posteriores combinadas con té, carne a la brasa, Rioja, con palabras ocultas en miradas evocadoras y el placer de los sentidos oculto en nuestros diálogos, con risas escandalosas en un restaurante taciturno, con aquel paseo de interminable madrugada... fueron las mejores que había experimentado hasta entonces. Parece que fue ayer cuando el asfalto se convirtió en nubes, cuando caminamos a tu casa y te despediste de mí sin la fuerte convicción que hace que una despedida sea una despedida de verdad, cuando ese «hasta luego» dio paso a diez o doce besos, cuando entré en tu habitación e hicimos el amor dándole un nuevo sentido a la eternidad... Parece que fue ayer cuando imaginé un mañana contigo.
¿Egoísta? No, «tugoísta». Prefiero oír usando tus tímpanos, mirarme en el espejo para ver tu cara, reflejar tus pensamientos en mi cabeza, soñar tus sueños y levantarme con tu pie derecho, o incluso con el izquierdo... Mi «tugoísmo» quiere el yo en el tú, amarme amándote, viviéndote, viviéndome y que mis latidos retumben en mi pecho con el ritmo de los tuyos. A mí solamente te importa yo, y a ti solo me importas tú.
Mi única opción política eres tú.
Quiero ser anarquista en tu corazón, sin control, corriendo traviesamente por tu alma, borracho de pasión.
Anhelo disfrutar de tu lado derecho y de tu izquierdo antes de sumergirme en el nirvana del centro de tu sexo.
Apelo a la oligarquía que nos vuelva privilegiados en un mundo alejado del dolor y sí dentro de la adoración eterna.
Ansío que en el imperio de esta unión solo tenga cabida la dictadura del amor, y una monarquía compuesta únicamente por ti, mi bondadosa reina.
¿República? Mejor la relacionada con el cuadro de Honoré Daumier, donde no pare de alimentar mi vida a través de tus senos.
Y muero porque seas la ministra de mi salud emocional, de mi educación intelectual, de mi trabajo diario para satisfacerte, de la defensa del afecto, de exteriores llenos de besos y caricias… y, sobre todo, de interiores…
… ministra de igualdad que nos permita respetarnos y querernos como nadie lo ha hecho…
… ministra de justicia que defienda el inevitable e íntegro hecho de que tú y yo estamos destinados a vivir juntos en el absolutismo de nuestra ley divina e indivisible.
No estaban destinados a amarse,
y por eso se amaron.
Menos los domingos, todas las mañanas compra el pan a eso de las nueve. Lo sé porque todas las mañanas me encuentro aquí sentada en el balcón, esperándolo. Es ahí abajo, el supermercado de la esquina, creo que los dos nos escucharíamos hasta con susurros. No lo hemos probado aún, no conozco su voz, ni él la mía. Me parece que sus ojos son verdes, aunque es mucho suponer, no estoy tan cerca. Debe de haberse mudado al barrio hace poco, es posible que lo hiciera hace tres semanas, cuando lo vi por primera vez. ¿De dónde viene? ¿Adónde va? ¿Por qué es tan tremendamente guapo? Siempre me ha gustado relajarme en esta silla y con este cielo, pero desde aquel día tengo una excusa más. Al salir de comprar el pan, levanta su cara, me mira, me sonríe, y a mí me entra tal temblor que necesito soltar la taza de café en la mesa, o se me caería. Soy torpe, no quiero «ayuda» para tirarla al suelo, gracias. El asunto es que hoy ha hecho algo novedoso. Hoy me ha mirado y me ha sonreído dos veces, antes de entrar en el supermercado y también al salir. Aparte de torpe, soy romántica, darle significado a las señales se me da bien, o mejor dicho: se me da bien imaginar que la vida está llena de señales. Es hora de pasar a la acción. Decidido. Mañana bajo en cuanto lo atisbe, sin taza pero con nervios, compraré cualquier cosa, se me caerá, me caeré yo misma, seguro.
No sé si lo que hace que piense mucho más en ti es exactamente el silencio de la sugerente noche o el resplandor y las sombras de las luces que la iluminan. En cualquier caso, estás presente en mis sentidos, y tanto y tan serena, pero volátil, un fantasma que acaricia mi piel, la belleza etérea concebida desde mi extenuada imaginación. Miro el vino que derramo en la copa y juro que alcanzo a distinguir la marca del rojo de tus labios en ella, tus dedos sujetando el tallo. Espectro que nunca me abandona, eso eres. Te amo, desde el primer día que te vi, y no habrá día último en que alguna vez deje de amarte. No quiero recordar aquella madrugada, pero a mi memoria llega con la fuerza de lluvias torrenciales. Lluvia que quema, en este caso. De nada sirve suplicar a mi mente. Piedad, exijo, aunque es inútil. Debo mirar al dolor cara a cara, como un hombre impasible y férreo. Me dijiste que no estábamos hechos el uno para el otro, y a pesar de ser tu voz delicada y de bajo volumen, las palabras atravesaron mis tímpanos; tal dolor experimenté que quise saltar al vacío, evaporarme en las tinieblas. Sueño con que vuelvas mientras las sombras bailan...
Lo primero que recordarás cuando empieces a recordarme es el momento en el que te dije que nunca me olvidarías.
Nunca he tenido la sensación de haberte visto con anterioridad. Ya sabes, lo que se suele decir, lo de amarte antes incluso de nacer, en otra época, otro universo paralelo, no sé, no lo he notado entre los dos y no creo que el destino nos haya vuelto a unir como a dos amantes viajeros del tiempo. Sin embargo, esta relación es mi favorita de todas, no solo por tu maravillosa presencia cada día. Sentir que te conozco por primera vez y que por primera vez te amo como no he amado hace que este romance sea tan especial, en mi presente vida y… ¿en cualquier otra que haya vivido? Algo me dice, me susurra, me grita que es el inicio de un sentimiento inigualable. Me pregunto si dentro de doscientos, trescientos, mil años, mi versión futura reencarnada tendrá una relación de amor con tu nueva versión. Me pregunto si en algún momento te diré que tengo la sensación de haberte visto antes, en una existencia pasada, cuando eras mi mundo y mi todo…
Ojalá me guardaras en tu alma
con la misma ternura que dedico
para defender los recuerdos
que de ti custodio.
Al principio, durante los meses iniciales, creía que era el amor de su vida, sin ningún tipo de dudas. Ella lo tenía todo. Dulzura, inteligencia, buen humor, empatía y los ojos más bonitos que había visto. ¿Por qué se abandona entonces a una persona con tantas aptitudes importantes? ¿Miedo a una relación seria? No, deseaba ese tipo de relación con todas sus ganas, así que el problema no residía ahí. Su autoestima también se encontraba en buena forma. ¿Qué pasaba? Difícil de saber, y aunque lo hubiera sabido, asimilarlo habría sido un trabajo complejo, igual que la pura existencia. Lo que sí sabía era que no podía obligarse a sí mismo a querer a alguien porque la lógica y la presión social le pedían hacerlo. Buscaba, en definitiva, algo que… por desgracia… nunca encontró, un componente sutil no relacionado con cualidades ni perfecciones, un elemento tan invisible como esencial para sentir la pasión verdadera e indisoluble. Siempre pensó que moriría soñando con ángeles imposibles, pero lo cierto es que murió extrañando a aquella mujer que un día abandonó, real de carne y hueso, no una fantasía. Llegó a una conclusión impetuosa mientras dejaba este mundo… el amor no es solo ciego cuando nos enamoramos de la persona menos esperada, sino también cuando no vemos la oportunidad que el destino nos pone enfrente: la peor ceguera.
The free excerpt has ended.