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La fortuna, pocos años después, los castigó de la misma manera; pues Chabrias, capitán general de sus fuerzas navales, habiendo vencido a Pollis, almirante de Esparta, en la isla de Naxos, perdió totalmente los frutos de su victoria, una de gran importancia para sus asuntos, para no incurrir en el peligro de este ejemplo, y para que no perdiera algunos cuerpos de sus amigos muertos que flotaban en el mar, dio oportunidad a un mundo de enemigos vivos para que se alejaran con seguridad, quienes después les hicieron pagar caro esta inoportuna superstición: -

"Quaeris, quo jaceas, post obitum, loco?

Quo non nata jacent".

["¿Preguntas dónde yacerás después de la muerte?

Donde yacen las cosas no nacidas, que nunca se tuvieron"].

Séneca, Tyoa. Choro ii. 30.

Este otro devuelve el sentido del reposo a un cuerpo sin alma:

"Neque sepulcrum, quo recipiatur, habeat: portum corporis, ubi,

remissa human, vita, corpus requiescat a malis".

["Ni que tenga un sepulcro en el que pueda ser recibido, un refugio

para su cuerpo, donde, habiendo desaparecido la vida, ese cuerpo pueda descansar de sus

Ennius, ap. Cicerón, Tusc. i. 44.]

Como la naturaleza nos demuestra que varias cosas muertas conservan aún una relación oculta con la vida; el vino cambia su sabor y complexión en las bodegas, según los cambios y las estaciones de la vid de la que procede; y la carne de venado altera su condición en el polvorín, y su sabor según las leyes de la carne viva de su especie, como se dice.

CAPÍTULO IV: QUE EL ALMA GASTA SUS PASIONES EN OBJETOS FALSOS, DONDE FALTAN LOS VERDADEROS

Un caballero de mi país, maravillosamente atormentado por la gota, siendo importunado por sus médicos para que se abstuviera totalmente de toda clase de carnes saladas, solía responder agradablemente, que en la extremidad de sus ataques debía tener necesariamente algo con lo que pelear, y que rabiar y maldecir, un tiempo las salchichas de Bolonia, y otro las lenguas secas y los jamones, era alguna mitigación de su dolor. Pero, en buena hora, como el brazo cuando se adelanta para golpear, si falla el golpe, y se va por el viento, nos duele; y como también, que, para hacer una perspectiva agradable, la vista no debe perderse y dilatarse en el aire vago, sino tener algún límite y objeto que la limite y circunscriba a una distancia razonable.

"Ventus ut amittit vires, nisi robore densa

Occurrant sylvae, spatio diffusus inani".

["Como el viento pierde su fuerza difundida en el espacio vacío, a menos que en

su fuerza se encuentre con la madera gruesa" -Lucano, iii. 362.]

Así parece que el alma, al ser transportada y descompuesta, vuelve su violencia sobre sí misma, si no se le suministra algo que se le oponga, y por lo tanto siempre requiere un objeto al cual apuntar, y sobre el cual actuar. Plutarco dice de los que se deleitan con los perritos y los monos, que la parte amorosa que hay en nosotros, a falta de un objeto legítimo, en vez de permanecer ociosa, forja y crea así uno falso y frívolo. Y vemos que el alma, en sus pasiones, se inclina más a engañarse a sí misma, creando un objeto falso y fantasioso, incluso contrario a su propia creencia, que a no tener algo en lo que trabajar. De esta manera, las bestias brutas dirigen su furia a caer sobre la piedra o el arma que las ha herido, y con sus dientes incluso ejecutan la venganza sobre sí mismas por la lesión que han recibido de otro:

"Pannonis haud aliter, post ictum saevior ursa,

Cui jaculum parva Lybis amentavit habena,

Se rotat in vulnus, telumque irata receptum

Impetit, et secum fugientem circuit hastam".

["Así que la osa, más feroz tras el golpe del dardo lanzado por el licio

lanza, se vuelve sobre la herida, y atacando la lanza recibida, la retuerce

Lucano, vi. 220.] ["Así, la osa, tras el golpe del dardo lanzado por el licio, se vuelve sobre la herida y, atacando la lanza recibida, la retuerce mientras vuela. 220.]

¿Qué causas de las desventuras que nos ocurren no inventamos? ¿Qué es lo que no achacamos, bien o mal, para tener con qué reñir? No son esos hermosos mechones que rasgas, ni el blanco pecho que en tu cólera golpeas tan despiadadamente, lo que con una bala desafortunada ha matado a tu amado hermano; riñe con otra cosa. Livio, hablando del ejército romano en España, dice que por la pérdida de los dos hermanos, sus grandes capitanes:

"Flere omnes repente, et offensare capita".

["Todos a la vez lloraron y se rasgaron los cabellos" -Livio, xxv. 37.]

Es una práctica común. Y el filósofo Bion dijo agradablemente del rey que se arrancaba el pelo a manos llenas por pena: "¿Cree este hombre que la calvicie es un remedio para la pena?"-[Cicerón, Tusc. Quest., iii. 26.]-¿Quién no ha visto a los malhumorados jugadores masticar y tragarse las cartas, y tragar los dados, en venganza por la pérdida de su dinero? Jerjes azotó el mar, y escribió un desafío al Monte Athos; Ciro empleó un ejército entero varios días en el trabajo, para vengarse del río Gyndas, por el susto que le había dado al pasar sobre él; y Calígula demolió un hermosísimo palacio por el placer que su madre había disfrutado allí una vez.

-[El placer -a menos que "plaisir" fuera originalmente "deplaisir"- debe entenderse aquí de forma irónica, pues la casa

deplaisir- debe entenderse aquí de forma irónica, ya que la casa era una en la que ella había sido encarcelada.

Séneca, De Ira. iii. 22]-

Recuerdo que, cuando era niño, se contaba que uno de nuestros reyes vecinos, [probablemente Alfonso XI de Castilla], había recibido un regalo. de Castilla], habiendo recibido un golpe de la mano de Dios, juró que se vengaría, y para ello proclamó que durante diez años nadie le rezara, ni le mencionara en sus dominios, ni creyera en él, hasta donde llegara su autoridad; con lo que pretendían pintar no tanto la locura como la vanagloria de la nación de la que se contaba esta historia. Son vicios que siempre van juntos, pero en verdad acciones como éstas tienen aún más de presunción que de falta de ingenio. Augusto César, habiendo sido sacudido por una tempestad en el mar, cayó en desafiar a Neptuno, y en la pompa de los juegos Circenses, para vengarse, depuso su estatua del lugar que tenía entre las otras deidades. ¡En lo que fue aún menos excusable que lo anterior, y menos que lo fue después cuando, habiendo perdido una batalla bajo Quintilio Varo en Alemania, en la rabia y la desesperación fue corriendo su cabeza contra la pared, gritando: "¡Oh Varo! devuélveme mis legiones! ", pues esto excede a toda locura, ya que a ella se une la impiedad, invadiendo al mismo Dios, o al menos a la Fortuna, como si tuviera oídos sujetos a nuestras baterías; como los tracios, que cuando truena o relampaguea, se ponen a disparar contra el cielo con una venganza titánica, como si con vuelos de flechas pretendieran hacer entrar en razón a Dios. Aunque el antiguo poeta en Plutarco nos dice-

"Point ne se faut couroucer aux affaires,

Il ne leur chault de toutes nos choleres".

["No debemos molestar a los dioses con nuestros asuntos; ellos no hacen caso

de nuestros enojos y disputas" [Plutarco].

Pero nunca podremos denunciar suficientemente los desórdenes de nuestras mentes.

CAPÍTULO V: SI EL GOBERNADOR DE UN LUGAR ASEDIADO DEBE SALIR ÉL MISMO A PARLAMENTAR

Quinto Marcio, legado romano en la guerra contra Perseo, rey de Macedonia, para ganar tiempo para reforzar su ejército, puso en marcha algunas propuestas de conciliación, con las que el rey, adormecido, concluyó una tregua por algunos días, dando así a su enemigo la oportunidad y el tiempo libre para reclutar sus fuerzas, lo que fue después la ocasión de la ruina final del rey. Sin embargo, los senadores más ancianos, conscientes de las costumbres de sus antepasados, condenaron este procedimiento por considerarlo una degeneración de su antigua práctica, que, según decían, consistía en luchar con valor, y no con artificios, sorpresas y encuentros nocturnos; ni con una huida fingida ni con reuniones inesperadas para vencer a sus enemigos; nunca hacían la guerra hasta haberla proclamado primero, y muy a menudo asignaban tanto la hora como el lugar de la batalla. Por este generoso principio entregaron a Pirro su médico traidor, y a los etruscos su desleal maestro. Este fue, en efecto, un procedimiento verdaderamente romano, y nada aliado con la sutileza griega, ni con la astucia púnica, donde se consideraba una victoria de menor gloria vencer por la fuerza que por el fraude. El engaño puede servir para una necesidad, pero sólo se confiesa vencido quien se sabe no sometido por la política ni por la desventura, sino a fuerza de valor, de hombre a hombre, en una guerra justa y equitativa. Se ve muy bien, por el discurso de estos buenos y viejos senadores, que esta bella sentencia no era aún recibida entre ellos.

"Dolus, an virtus, quis in hoste requirat?"

["¿Qué importa si por el valor o por la estrategia vencemos al enemigo?

enemigo?"-Aeneida, ii. 390]

Los aquianos, dice Polibio, aborrecían todo tipo de doble juego en la guerra, no considerándola una victoria a menos que el valor del enemigo fuera sometido con justicia:

"Eam vir sanctus et sapiens sciet veram esse victoriam, quae, salva fide et integra dignitate, parabitur"-["Un hombre honesto y prudente reconocerá como verdadera victoria sólo aquella que se obtenga salvando su propia buena fe y dignidad"-Florus, i. 12.]-Dice otro:

"Vosne velit, an me, regnare hera, quidve ferat,

fors virtute experiamur".

["Si tú o yo gobernaremos, o qué sucederá, determinémoslo por el valor".

Cicerón, De Offic., i. 12].

En el reino de Ternate, entre esas naciones que tan ampliamente llamamos bárbaras, tienen la costumbre de no comenzar nunca la guerra, hasta que no se proclame primero; añadiendo además una amplia declaración de los medios que tienen para hacerla, con qué y cuántos hombres, qué municiones y qué armas, tanto ofensivas como defensivas; pero también, hecho esto, si sus enemigos no ceden y llegan a un acuerdo, conciben que es lícito emplear sin reproche en sus guerras cualquier medio que pueda ayudarles a conquistar.

Los antiguos florentinos estaban tan lejos de querer obtener alguna ventaja sobre sus enemigos por sorpresa, que siempre les avisaban con un mes de antelación antes de sacar su ejército al campo, mediante el continuo tañido de una campana que llamaban Martinella.

Para lo que nos concierne a nosotros, que no somos tan escrupulosos en este asunto, y que atribuimos el honor de la guerra a quien tiene el beneficio de la misma, y que después de Lisandro decimos: "Donde la piel del león es demasiado corta, hay que sacarle un poco a la del zorro"; las ocasiones más habituales de sorpresa se derivan de esta práctica, y sostenemos que no hay momentos en los que un jefe deba ser más circunspecto, y tener su ojo tan vigilado, como los de las negociaciones y los tratados de acuerdo; y es, por lo tanto, una regla general entre los hombres marciales de estos últimos tiempos, que un gobernador de un lugar nunca debe, en un tiempo de asedio, salir a negociar. Fue por esto que en los días de nuestros padres los Señores de Montmord y de l'Assigni, defendiendo a Mousson contra el Conde de Nassau, fueron tan altamente censurados. Pero, en cuanto a esto, sería excusable en aquel gobernador que, saliendo, lo hiciera, no obstante, de tal manera que la seguridad y la ventaja estuvieran de su parte; como hizo el conde Guido di Rangone en Reggio (si hemos de creer a Du Bellay, pues Guicciardini dice que fue él mismo) cuando se acercó a parlamentar el señor de l'Escut, que se alejó tan poco de su fortaleza, que al producirse un desorden en el ínterin del parlamentar, no sólo el Señor de l'Escut y su grupo que avanzaba con él, se encontraron por mucho más débiles, de modo que Alessandro Trivulcio fue allí asesinado, sino que él mismo siguió al Conde, y, confiando en su honor, para asegurarse del peligro del disparo dentro de los muros de la ciudad.

Eumenes, estando encerrado en la ciudad de Nora por Antígono, y por él importunado para que saliera a hablar con él, como le mandó decir que era conveniente que lo hiciera con un hombre más grande que él, y que ahora tenía ventaja sobre él, le devolvió esta noble respuesta. "Dile", dijo, "que nunca consideraré a nadie más grande que yo mientras tenga mi espada en la mano", y que no consentiría salir a su encuentro hasta que, según su propia demanda, Antígono le hubiera entregado a su propio sobrino Ptolomeo como rehén.

Y, sin embargo, algunos han hecho muy bien en salir en persona a parlamentar, bajo la palabra del asaltante: Testigo de ello es Enrique de Vaux, caballero de Champaña, que estando asediado por los ingleses en el castillo de Commercy, y Bartholomew de Brunes, que mandaba en el Leaguer, habiendo socavado de tal manera la mayor parte del castillo por fuera, que no quedaba más que prender fuego a los puntales para enterrar a los asediados bajo las ruinas, pidió a dicho Enrique que saliera a hablar con él por su propio bien, lo que hizo con tres más en compañía; y, siendo evidente su ruina, se creyó singularmente obligado a su enemigo, a cuya discreción se entregaron él y su guarnición; y aplicándose en seguida el fuego a la mina, no bien empezaron a fallar los puntales, sino que el castillo fue inmediatamente volado desde sus cimientos, no quedando una piedra sobre otra.

Podía confiar, y de hecho lo hago, con gran facilidad en la fe de otro; pero lo haría de muy mala gana en tal caso, pues se juzgaría que era más bien efecto de mi desesperación y falta de valor que voluntariamente y por confianza y seguridad en la fe de aquel con quien tenía que ver.

CAPITULO VI—QUE LA HORA DEL PARLAMENTO ES PELIGROSA

Vi, sin embargo, últimamente en Mussidan, lugar no lejano de mi casa, que los que fueron expulsados de allí por nuestro ejército, y otros de su partido, se quejaron mucho de traición, pues durante un tratado de avenencia, y en el mismo intervalo en que sus diputados trataban, fueron sorprendidos y despedazados: cosa que, tal vez, en otra época, podría haber tenido algún color de juego sucio; pero, como acabo de decir, la práctica de las armas en estos días es otra cosa muy distinta, y ahora no hay confianza en un enemigo excusable hasta que el tratado está finalmente sellado; e incluso entonces el conquistador tiene bastante que hacer para mantener su palabra: tan arriesgado es confiar a la licencia de un ejército victorioso la observación de la fe que un hombre ha comprometido en una ciudad que se rinde en condiciones fáciles y favorables, y dar al soldado libre entrada en ella al calor de la sangre.

Lucio AEmilio Regilo, pretor romano, habiendo perdido el tiempo en intentar tomar la ciudad de Fócea por la fuerza, a causa del singular valor con que se defendían los habitantes, se condicionó, al fin, a recibirlos como amigos del pueblo de Roma, y a entrar en la ciudad, como en una ciudad confederada, sin ninguna clase de hostilidad, de lo cual les dio todas las garantías; pero habiendo traído con él a todo su ejército para mayor pompa, ya no le fue posible, por más que se esforzara, contener a su pueblo: De modo que, la avaricia y la venganza pisotearon tanto su autoridad como toda la disciplina militar, y vio una parte considerable de la ciudad saqueada y arruinada ante sus ojos.

Cleomenes solía decir, "que todo el daño que un hombre pudiera hacer a su enemigo en tiempo de guerra estaba por encima de la justicia, y nada responsable ante los dioses y los hombres". Y así, habiendo concluido una tregua con los de Argos por siete días, la tercera noche después cayó sobre ellos cuando todos estaban sumidos en el sueño, y los pasó a cuchillo, alegando que no se había mencionado ninguna noche en la tregua; pero los dioses castigaron esta sutil perfidia.

También en tiempo de tregua, y mientras los ciudadanos confiaban en su garantía de seguridad, la ciudad de Casilinum fue tomada por sorpresa, y eso incluso en la época de los más justos capitanes y de la más perfecta disciplina militar romana; pues no se dice que no nos sea lícito, en tiempo y lugar, aprovecharnos de la falta de entendimiento de nuestros enemigos, así como de su falta de valor.

Y, sin duda, la guerra tiene naturalmente muchos privilegios que parecen razonables incluso a los prejuicios de la razón. Por lo tanto, aquí falla la regla: "Neminem id agere ut ex alte rius praedetur inscitia" [Nadie debe aprovecharse de la locura de otro] -Cicerón, De Offic, iii. 17.]-Pero me asombra la gran libertad que se permite Jenofonte en tales casos, y eso tanto por precepto como por el ejemplo de varias hazañas de su completo emperador; un autor de muy gran autoridad, confieso, en esos asuntos, por ser en su propia persona tanto un gran capitán como un filósofo de la primera forma de los discípulos de Sócrates; y sin embargo no puedo consentir tal medida de licencia como la que dispensa en todas las cosas y lugares.

El señor d'Aubigny, asediando Capua, y después de haber dirigido una furiosa batería contra ella, el señor Fabricio Colonna, gobernador de la ciudad, habiendo comenzado desde un baluarte a parlamentar, y siendo sus soldados entretanto un poco más negligentes en su guardia, los nuestros entraron en el lugar sin avisar, y los pasaron a todos a cuchillo. Y de memoria posterior, en Yvoy, el señor Juliano Romero, habiendo hecho el papel de novicio para salir a parlamentar con el condestable, a su regreso encontró su lugar ocupado. Pero, para que no pudiéramos salir indemnes, habiendo el marqués de Pescara puesto sitio a Génova, donde mandaba el duque Ottaviano Fregosa bajo nuestra protección, y estando los artículos entre ellos tan avanzados que se consideraban como cosa hecha, y a punto de concluirse, habiéndose colado entretanto los españoles, se valieron de esta traición como de una victoria absoluta. Y como en Ligny, en Barrois, donde mandaba el conde de Brienne, habiendo el emperador en su propia persona asaltado aquel lugar, y saliendo Bertheville, lugarteniente de dicho conde, a parlamentar, mientras capitulaba fue tomada la ciudad.

"Fui il vincer sempremai laudabil cosa,

Vincasi o per fortuna, o per ingegno,"

["La victoria es siempre digna de alabanza, tanto si se obtiene por valor como por sabiduría.

Ariosto, xv. I.]

Pero el filósofo Crisipo era de otra opinión, en la que yo también coincido; pues solía decir que los que corren una carrera deben emplear toda la fuerza que tienen en lo que hacen, y correr tan rápido como puedan; pero que no es en absoluto justo que pongan ninguna mano sobre su adversario para detenerlo, ni que pongan una pierna delante de él para derribarlo. Y aún más generosa fue la respuesta de aquel gran Alejandro a Polipercón que le persuadía de aprovechar la oscuridad de la noche para caer sobre Darío. "De ninguna manera", dijo, "no es propio de un hombre como yo robar una victoria, 'Malo me fortunae poeniteat, quam victoria pudeat'". Quint. Curt, iv. 13]-

"Atque idem fugientem baud est dignatus Oroden

Sternere, nec jacta caecum dare cuspide vulnus

Obvius, adversoque occurrit, seque viro vir

Contulit, haud furto melior, sed fortibus armis".

["No se dignó a derribar a Orodes en su huida, ni a darle con la

lanza para herirlo sin que lo viera, sino que, alcanzándolo, lo enfrentó

cara a cara, y se enfrentó hombre a hombre: superior, no en

Aeneida, x. 732].

CAPÍTULO VII—QUE LA INTENCIÓN ES JUEZ DE NUESTRAS ACCIONES

Es un dicho: "Que la muerte nos libera de todas nuestras obligaciones". Conozco a algunos que lo han tomado en otro sentido. Enrique VII, rey de Inglaterra, pactó con don Felipe, hijo de Maximiliano el emperador, o (para ponerlo más honorablemente) padre del emperador Carlos V, que dicho Felipe debía entregar en sus manos al duque de Suffolk de la Rosa Blanca, su enemigo, que estaba huido en los Países Bajos; lo que Felipe hizo en consecuencia, pero con la condición, sin embargo, de que Enrique no atentara contra la vida de dicho duque; pero llegando a morir, el rey en su última voluntad ordenó a su hijo que le diera muerte inmediatamente después de su fallecimiento. Y últimamente, en la tragedia que el duque de Alva nos presentó en las personas de los condes Horn y Egmont en Bruselas, -[Decapitado el 4 de junio de 1568]- hubo pasajes muy notables, y uno entre los demás, que el conde Egmont (en la seguridad de cuya palabra y fe el conde Horn había acudido y se había entregado al duque de Alva) suplicó encarecidamente que subiera primero al cadalso, con el fin de que la muerte lo desligara de la obligación que había pasado al otro. En cuyo caso, creo que la muerte no absolvió al primero de su promesa, y que el segundo quedó liberado de ella sin morir. No podemos estar obligados más allá de lo que podemos cumplir, por razón de que el efecto y el cumplimiento no están en absoluto en nuestro poder, y que, en efecto, no somos dueños de nada más que de la voluntad, en la que, por necesidad, se fundan y establecen todas las reglas y todo el deber de la humanidad: por lo tanto, el Conde Egmont, concibiendo su alma y su voluntad en deuda con su promesa, aunque no tuviera el poder de hacerla valer, había sido sin duda absuelto de su deber, aunque hubiera sobrevivido al otro; pero el rey de Inglaterra, quebrantando voluntaria y premeditadamente su fe, no tenía más excusa para aplazar la ejecución de su infidelidad hasta después de su muerte que el albañil de Heródoto, que habiendo guardado inviolablemente, durante el tiempo de su vida, el secreto del tesoro del rey de Egipto, su amo, a su muerte lo descubrió a sus hijos. -[Herodes, ii. 121.]

He tenido noticia de varios en mi tiempo, que, condenados por sus conciencias de haber retenido injustamente los bienes de otro, han procurado reparar por su voluntad, y después de su muerte; pero no tenían tan buen hacer como el de tomarse tanto tiempo en un asunto tan apremiante, o el de ir a remediar un mal con tan poca insatisfacción o perjuicio para ellos mismos. Deben, además, algo propio; y por lo mucho que su pago es más estricto e incómodo para ellos mismos, por lo mucho que su restitución es más justamente meritoria. La penitencia exige un castigo; pero aún hacen cosas peores que éstas, quienes reservan la animosidad contra su prójimo hasta el último suspiro, habiéndola ocultado durante su vida; en lo cual manifiestan poca consideración por su propio honor, irritando a la parte ofendida en su memoria; y menos a su poder, incluso fuera de hacer morir su malicia con ellos, pero extendiendo la vida de su odio aún más allá de la suya. Jueces injustos, que aplazan el juicio hasta un momento en que no pueden tener conocimiento de la causa. Por mi parte, procuraré, si puedo, que mi muerte no descubra nada que mi vida no haya declarado antes y abiertamente.

CAPÍTULO VIII—DE LA OCIOSIDAD

Como vemos algunos terrenos que durante mucho tiempo han permanecido ociosos y sin cultivar, cuando se enriquecen y fecundan con el descanso, abundar y gastar su virtud en el producto de innumerables clases de malas hierbas y hierbas silvestres que no son provechosas, y que para hacerlas desempeñar su verdadero oficio, hemos de cultivarlas y prepararlas para las semillas que son propias de nuestro servicio; y como vemos que las mujeres que, sin conocimiento del hombre, a veces dan a luz por sí mismas bultos de carne inanimados y sin forma, pero que para causar una generación natural y perfecta han de ser cultivadas con otra clase de semilla: lo mismo ocurre con las mentes, que si no se aplican a algún estudio determinado que las fije y contenga, se lanzan a mil extravagancias, vagando eternamente aquí y allá en la vaga extensión de la imaginación...

"Sicut aqua tremulum labris ubi lumen ahenis,

Sole repercussum, aut radiantis imagine lunae,

Omnia pervolitat late loca; jamque sub auras

Erigitur, summique ferit laquearia tecti".

["Como cuando en las cubas de bronce del agua los rayos de luz temblorosos

reflejados por el sol, o por la imagen de la radiante luna,

flotan rápidamente sobre todos los lugares alrededor, y ahora se lanzan hacia arriba

alto, y golpean los techos de los tejados más altos".

AEneida, viii. 22.]

-en cuya salvaje agitación no hay locura, ni fantasía ociosa que no enciendan:-

"Velut aegri somnia, vanae

Finguntur species".

["Como los sueños de un enfermo, creando vanos fantasmas".

Hor., De Arte Poetica, 7.]

El alma que no tiene un objetivo establecido se pierde a sí misma, pues, como se dice-

"Quisquis ubique habitat, Maxime, nusquam habitat".

["El que vive en todas partes, no vive en ninguna" -Marcial, vii. 73.]

Cuando últimamente me retiré a mi propia casa, con la resolución, en la medida de lo posible, de evitar toda clase de preocupaciones en los asuntos, y de pasar en la intimidad y en el reposo el poco tiempo que me queda de vida, creí que no podía obligar más a mi mente que permitirle que se entretuviera y divirtiera en su tiempo libre, lo que ahora esperaba que pudiera hacer en lo sucesivo, al estar más asentada y madura; pero encuentro...

"Variam semper dant otia mentem,"

["El ocio crea siempre un pensamiento variado" -Lucan, iv. 704]

que, muy al contrario, es como un caballo que se ha desprendido de su jinete, que corre voluntariamente hacia una carrera mucho más violenta de lo que cualquier jinete le pondría, y me crea tantas quimeras y monstruos fantásticos, unos sobre otros, sin orden ni designio, que, mejor dispuesto para contemplar su extrañeza y absurdo, he comenzado a plasmarlos por escrito, esperando que con el tiempo se avergüence de sí mismo.

CAPÍTULO IX—DE LOS MENTIROSOS

No hay hombre vivo al que le venga tan mal hablar de memoria como a mí, pues apenas tengo ninguna, y no creo que el mundo tenga otra tan maravillosamente traicionera como la mía. Mis otras facultades son todas suficientemente ordinarias y mezquinas; pero en esto me considero muy raro y singular, y merecedor de ser considerado famoso. Además de los inconvenientes naturales que sufro por ella (porque, ciertamente, considerado el uso necesario de la memoria, Platón tenía razón cuando la llamaba una diosa grande y poderosa), en mi país, cuando quieren decir que un hombre no tiene sentido, dicen que tal hombre no tiene memoria; y cuando me quejo del defecto de la mía, no me creen, y me reprenden, como si me acusara a mí mismo de ser un tonto: sin discernir la diferencia entre la memoria y el entendimiento, lo cual es para empeorar las cosas para mí. Pero me equivocan, pues la experiencia nos muestra a diario que, por el contrario, una memoria fuerte suele ir acompañada de un juicio débil. Me hacen, además, (que no soy tan perfecto en nada como en la amistad), un gran mal en esto, que hacen que las mismas palabras que acusan mi debilidad, me representen como una persona ingrata; ponen en duda mis afectos a causa de mi memoria, y de una imperfección natural, hacen un defecto de conciencia. "Ha olvidado", dice uno, "esta petición, o aquella promesa; ya no se acuerda de sus amigos; ha olvidado decir o hacer, u ocultar tal o cual cosa, por mí". Y, en verdad, soy bastante apto para olvidar muchas cosas, pero descuidar algo que mi amigo me ha encargado, nunca lo hago. Y debería bastar, me parece, que sienta la miseria y la inconveniencia de ello, sin tacharme de malicia, vicio tan contrario a mi humor.

Sin embargo, obtengo estos consuelos de mi enfermedad: primero, que es un mal del que principalmente he encontrado razones para corregir uno peor, que fácilmente habría crecido en mí, a saber, la ambición; siendo el defecto intolerable en aquellos que se encargan de los asuntos públicos. Que, como nos demuestran los ejemplos del progreso de la naturaleza, ella me ha fortalecido en mis otras facultades proporcionalmente a lo que me ha dejado sin amueblar en esta; de lo contrario, habría sido propenso a depositar implícitamente mi mente y mi juicio en el mero informe de otros hombres, sin ponerlos nunca a trabajar en su propia fuerza, si las invenciones y opiniones de otros hubieran estado siempre presentes en mí por el beneficio de la memoria. Que por este medio no soy tan hablador, porque el almacén de la memoria está siempre mejor provisto de materia que el de la invención. Si la mía me hubiera sido fiel, antes de esto habría ensordecido a todos mis amigos con mis balbuceos, pues los temas mismos despertaban y agitaban la poca facultad que tengo de manejarlos y emplearlos, calentando y distendiendo mi discurso, lo cual era una lástima: como he observado en varios de mis íntimos amigos, que, como su memoria les suministra una visión completa y cabal de las cosas, comienzan su narración tan atrás, y la abarrotan con tantas circunstancias impertinentes, que aunque la historia sea buena en sí misma, hacen un giro para estropearla; y si es de otro modo, hay que maldecir la fuerza de su memoria o la debilidad de su juicio: y es cosa difícil cerrar un discurso, y cortarlo, cuando se ha comenzado; no hay nada en que se vea tanto la fuerza de un caballo como en una parada redonda y repentina. Veo incluso a aquellos que son lo suficientemente pertinentes, que querrían, pero no pueden detenerse en su carrera; porque mientras buscan un período hermoso para concluir, siguen al azar, rezagándose sobre trivialidades impertinentes, como hombres que se tambalean sobre piernas débiles. Pero, sobre todo, los ancianos que conservan la memoria de las cosas pasadas, y olvidan las veces que las han contado, son una compañía peligrosa; y he conocido historias de la boca de un hombre de gran calidad, por lo demás muy agradables en sí mismas, que se vuelven muy fastidiosas al ser repetidas cien veces una y otra vez a las mismas personas.

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1832 p. 5 illustrations
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9783968585000
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