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Que Todos
Alaben Al Señor
Exposición de Salmo 107
Dr. Martyn Lloyd-Jones
Publicado por:
Publicaciones Faro de GraciaP.O. Box 1043Graham, NC 27253www.farodegracia.org
ISBN 978-1-629462-06-6
Agradecemos el permiso y la ayuda brindada por Christian Focus Publications, Ltd. y Bryntirian Press para traducir e imprimir este libro, Let Everybody Praise the Lord, al español.
Let Everybody Praise the Lord Copyright © by Martyn Lloyd-Jones, 2011 Published by Christian Focus Publications, Ltd. Geanies House, Fearn, Ross~shire IV20 1TW, Great Britain www.christianfocus.com
This edition published by arrangement with Christian Focus Publications, Ltd., All rights reserved.
© 2016 por Publicaciones Faro de Gracia.
Traducción al español realizada por Gloria Ruiz González.
Diseño de la portada por Joseph Hearne con Relative Creative.
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© Salvo que se indique lo contrario, las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.
Que Todos
Alaben Al Señor
Exposición de Salmo 107
Dr. Martyn Lloyd-Jones
Contenido
Prólogo
1 Que todo el mundo alabe al Señor
2 El desierto
3 La prisión
4 La Terrible Enfermedad
5 La terrible tormenta
6 El Dios de la Biblia
7 La salvación de Dios
8 El verdadero cristianismo
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Prólogo
Muchos estadounidenses dirían que su sistema sanitario está atravesando una crisis. La gente anhela tener doctores compasivos y medicamentos asequibles. Ahora bien, incluso si usted no cree que exista esta crisis en el sistema sanitario del país, es evidente que en la iglesia sí que existe. En nuestra cultura podemos pensar en la iglesia de muchas maneras distintas. Podemos describirla como una unidad militar llamada a batallar en defensa de Cristo, como un colegio donde aprendemos a vivir el presente con la eternidad en mente, como una familia que no deja de crecer, a la que llegan nuevos miembros constantemente, o como un hospital donde se puede diagnosticar a los pecadores y donde las almas pueden recibir el cuidado que necesitan.
Hace ochenta y cinco años, Dios levantó a Martyn Lloyd-Jones, también conocido como “el buen doctor” porque antes de ser llamado al ministerio de la predicación en Gales trabajó como médico en Londres. Al entrar en el ministerio, el Dr. Lloyd-Jones se encontró con la crisis de un evangelio diluido y de una generación que había perdido su amor por Dios. El doctor pensaba que cada generación era responsable de recuperar el evangelio de Dios y, por ello, sentía la necesidad de predicar. También sabía que el evangelio no puede recuperarlo uno de manera aislada, lo cual es una gran lección para nosotros hoy en día. Debemos buscar con humildad lo que Dios ha hecho a lo largo de la historia y aprender de quienes han vivido el despertar del evangelio, la reforma y el avivamiento, y luego debemos aplicar el evangelio fielmente en nuestros días.
Al buscar en la historia de la humanidad a los héroes que consiguieron recuperar el evangelio, normalmente acudimos a un pasado muy lejano: Atanasio, Agustín, Lutero y Calvino, entre otros. Sin embargo, hemos tenido un ejemplo en los últimos cien años que ha sido un maravilloso regalo de Dios: “el buen doctor”. Martyn Lloyd-Jones sobresale en la historia de la iglesia como un pastor que Dios ha usado de manera radical para producir una gran reforma y una renovación muy importante en la iglesia de Gran Bretaña. Hay dos aspectos de su ministerio de renovación que me llaman la atención de manera especial.
En primer lugar, su ministerio estuvo marcado por el énfasis que le dio tanto a la Palabra como al Espíritu, un equilibrio que no vemos con frecuencia. En una iglesia donde lo más importante es la Palabra se venera la predicación expositiva y proliferan los estudios bíblicos. Un buen discípulo es aquel que está comprometido con la lectura de la Biblia y quiere conocerla y vivirla. En cambio, las iglesias en que predomina el Espíritu se centran en la expresividad de la adoración y en el gozo en el Espíritu, y para sus predicadores lo más importante es experimentar a Dios. Un buen discípulo es aquel que está lleno del Espíritu y entregado a la oración en todos los aspectos de su vida. Sin embargo, no es común que ambos aspectos se enfaticen al mismo tiempo.
Dios no quiere que haya divisiones artificiales en su reino, y esta división sólo se puede reconciliar si nuestro objetivo es tanto predicar como experimentar las Buenas Nuevas del evangelio. El propósito de la Biblia no es sólo que amemos la Palabra de Dios. Jesús les habló a los que se preocupaban tanto por la Palabra en su tiempo, diciéndoles: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Juan 5.39). Y el propósito del Espíritu no es señalar su propia gloria, sino la de Cristo (Juan 14.16).
Martyn Lloyd-Jones era un hombre inmerso en la Palabra, que llenaba sus mensajes con las Escrituras porque ellas nos hablan de Jesús. Sin embargo, también era un hombre lleno del Espíritu Santo, de quien dependía sin reservas. Estaba completamente convencido de que el evangelio no puede avanzar basándose en las palabras nada más, sino que debe ir “en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre” (1 Tesalonicenses 1.5).
El segundo aspecto de su ministerio que ha tenido un profundo impacto en mí es que el “buen doctor” era al mismo tiempo enormemente sencillo y enormemente profundo. Conocemos a muchos predicadores que se pasan de sencillos. En su deseo de conectar con la gente y de que sus enseñanzas resulten relevantes, toman la belleza de la verdad de Dios y la reducen a clichés y a principios para llevar una vida mejor.
Por otra parte, hay predicadores que hablan de manera que nadie los entiende. Toman los misterios de Dios y los convierten en laberintos, haciendo de sus sermones disertaciones. Estos hombres parecen estar más preocupados por demostrar su propia inteligencia que por revelar la gloria de Cristo.
Lloyd-Jones, sin embargo, es sencillo sin ser simplista y profundo sin ser confuso. Sus enseñanzas atraían tanto al pueblo llano como a los más eruditos, y siguen haciéndolo aún hoy. Como dijo una vez Gregorio Magno, “La Escritura es como un río (…) ancho y profundo, con tan poca agua por aquí que puede pasar andando un cordero, pero con tanta por al í que puede pasar nadando un elefante”. Lloyd-Jones ejerce de fiel guía pastoral para atravesar estas aguas.
Eso es lo que encontramos en estos mensajes sobre el Salmo 107. Está claro que predica con una lógica contundente, pero parece como si estuviera hablando con nosotros directamente. De la misma manera que queremos un médico que nos explique el diagnóstico de manera clara, anhelamos encontrar predicadores que expongan la verdad de Dios de forma sencilla y sin pretensiones.
Hace algún tiempo tuvimos un médico de familia que siempre nos recetaba amoxicilina fuera cual fuera nuestra enfermedad. ¿Dolor de garganta? Amoxicilina. ¿Dolor de cabeza? Amoxicilina. ¿Una uña encarnada? Amoxicilina. ¿Molestias en la espalda? Amoxicilina. Algunos médicos nunca van más al á de la superficie, pero Martyn Lloyd-Jones, como los cirujanos, penetra hasta el fondo con sus predicaciones y se dirige específicamente a las necesidades más urgentes del enfermo corazón del hombre con claridad y autoridad. Todos sus mensajes tienen algo en común: en todos ellos intenta que el pueblo reconozca la profundidad de su pecado y que vea la inagotable profundidad de la misericordia de Dios en Cristo.
Mi oración es que Dios use a Martyn Lloyd-Jones en su vida como lo hizo en la mía y que produzca el tipo de renovación que se dio durante la vida y el ministerio del “buen doctor”.
Daniel Montgomery
Pastor Principal
Sojourn Community Church
Lousville, Kentucky
1
Que todo el mundo
alabe al Señor
Alabad a Jehová, porque él es bueno; Porque para siempre es su misericordia.Díganlo los redimidos de Jehová, Los que ha redimido del poder del enemigo, Y los ha congregado de las tierras, Del oriente y del occidente, Del norte y del sur. (Salmo 107:1-3)
Sin lugar a dudas, el Salmo 107 es un himno de alabanza, un canto de acción de gracias y de adoración. Al estudiar en detalle estos primeros versículos, debemos prestar atención también a todo el salmo en su conjunto y al mensaje que transmite.
ESTRUCTURA
La estructura de este salmo es bastante clara: se divide de manera natural, siendo estos tres primeros versículos una especie de introducción. Es como si el salmista estuviera reuniendo un gran coro para cantarle a Dios este himno de alabanza, así que llama a las personas que van a cantar las distintas partes y les extiende una gran invitación, llamándolos a congregarse “del oriente y del occidente, del norte y del sur”, a unirse para dar gracias al Señor. Dice: “Díganlo los redimidos de Jehová”, y explica por qué deben reunirse en este gran himno todas estas personas que vienen de tantos lugares.
A continuación entra en los detalles. No se conforma con hacer una afirmación general, sino que quiere probar lo que afirma. Dice que todos los redimidos del Señor se unirán aunque, de alguna forma, hayan tenido experiencias diferentes; así que nos da cuatro ejemplos o ilustraciones de cuatro tipos de experiencia distintos.
El primer grupo son personas que vemos vagando por el desierto en busca de una “cuidad habitable”. El segundo grupo son los que están “aprisionados en aflicción y en hierros”. El tercero son los que están siendo consumidos por la enfermedad y la falta de alimento; y el cuarto es una imagen de aquellos que están en el mar, en las muchas aguas, en medio de una terrible tormenta. El salmista describe detalladamente estos cuatro grupos y habla de la experiencia de cada uno, pero usando siempre el mismo lenguaje. En todos los casos repite lo mismo: “Entonces clamaron a Jehová en su angustia”, y en todos puede decir: “Y los libró de sus aflicciones” (versículo 6). Por tanto, invita a cada grupo diciendo: “Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (versículo 8).
Después de presentar los cuatro tipos mediante cuatro ilustraciones, nos muestra cómo trata Dios a estas personas en general y concluye con una palabra final de desafío y exhortación: “¿Quién es sabio y guardará estas cosas, y entenderá las misericordias de Jehová?” (versículo 43).
Ése es un análisis general de este gran salmo. Es un ejemplo típico de la alabanza del Antiguo Testamento. En cierto sentido, es un salmo muy característico, y me gustaría que te fijaras en él porque, al mismo tiempo, representa lo que se puede describir como verdadera religión. No todas las religiones son verdaderas. La falsa religión también existe y es de vital importancia que sepamos distinguirla. Al estudiar este salmo juntos, recibiremos como beneficio adicional la capacidad de hacerlo.
Aquí se nos presentan de una manera dramática, pictórica, las bendiciones que reciben las personas que tienen una relación con Dios. El tema del salmo es que debemos conocer y entender el amor y la bondad del Señor; el propósito del escritor es que todo el mundo llegue a comprender esta verdad. Invita a toda esa gente a cantar este himno de alabanza a Dios para que los que no lo están alabando se paren a pensar y se pregunten: “¿Por qué alaban a Dios estas personas? ¿Qué razones tienen para hacerlo? ¿Qué los impulsa?” No lo hacen sólo para su propio disfrute, sino que además quieren ser instrumentos para llevar a otros a un conocimiento similar del amor y la bondad del Señor.
Por tanto, este salmo es un típico ejemplo de la alabanza de las personas piadosas en la dispensación del Antiguo Testamento. Sin embargo, no es sólo eso. También es una imagen de la alabanza que sale de la mente, el corazón y el alma de las personas del Nuevo Testamento. Dios es el mismo en el Antiguo Testamento y en el Nuevo. Los santos del Antiguo Testamento forman parte del mismo Reino de Dios que los del Nuevo. El propio Señor dijo que los que entran en el reino de la nueva dispensación entran en el mismo reino que Abraham, Isaac y Jacob (Mateo 8:11). Los padres, dice, pertenecen al mismo reino. Entramos en el reino bajo una nueva dispensación, pero se trata del mismo reino. En cierto sentido, las bendiciones del Antiguo Testamento son también las del Nuevo. Es el mismo pacto de gracia; es el mismo Dios derramando su gracia sobre nosotros. Y por esa razón, a lo largo de los siglos, los cristianos no han encontrado una manera mejor de expresar su adoración y su alabanza que acudir al Libro de los Salmos y leer o cantar un salmo juntos. Es el mismo reino eterno.
En este caso concreto, no hay duda de que el salmista tenía en mente la liberación de los hijos de Israel del cautiverio. El mensaje del Antiguo Testamento puede resumirse así: el pueblo de Dios tiene una relación con Dios, y mientras vivan una vida de obediencia a él, Dios derramará sus bendiciones sobre ellos, pero les ha dejado claro desde el principio que si no le obedecen, si no mantienen esa relación con él, les volverá la espalda temporalmente. Serán conquistados por sus enemigos y llevados al cautiverio; serán sacados de su tierra, la tierra que Dios les había dado; y serán fugitivos errantes, extranjeros en una tierra extraña.
Desde el principio, Dios les había dicho lo que pasaría, pero como, en su insensatez, se olvidaron de él y le desobedecieron, eso fue exactamente lo que pasó. Fueron extranjeros en el cautiverio, pero desde al í clamaron al Señor y él los escuchó y los trajo de vuelta a su tierra. Fueron hechos cautivos, algunos por los asirios, otros por los caldeos, y llevados lejos de Jerusalén, a Asiria y a Babilonia. Pero aquellos que clamaron al Señor fueron traídos de vuelta; un remanente regresó, y seguro que el salmista estaba pensando en eso. “Díganlo los redimidos de Jehová”, dice, “los que ha redimido del poder del enemigo, y los ha congregado de las tierras, del oriente y del occidente, del norte y del sur.”
No cabe duda de que esa historia del Antiguo Testamento es una descripción perfecta de la salvación del Nuevo Testamento y de lo que le pasa al cristiano. Los hijos de Israel fueron creados por Dios y él los usa como ejemplo para dar a entender al mundo su manera de tratar con la humanidad. Y eso es lo que yo pretendo hacer al usar este salmo.
A veces es bueno pensar en estas cosas por medio de imágenes. La doctrina aparece de manera muy clara en muchos pasajes del Nuevo Testamento, pero veamos esta ilustración. Si sabemos buscarlo, el evangelio aparece a lo largo de todo el Antiguo Testamento en bellas imágenes que hacen que se fije en nuestra mente, ayudándonos a recordarlo.
LA ALABANZA:
LA CARACTERÍSTICA PRINCIPAL
En mi opinión, aquí se nos enseñan varios principios muy importantes. El primero es que la característica primera y fundamental del cristianismo y, por consiguiente, del cristiano, es la alabanza a Dios: “Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia. Díganlo los redimidos de Jehová…”. Que lo digan, dice el salmista, y los insta a hacerlo porque tienen razones para ello, como veremos más adelante.
Pero primero debemos entender claramente la importancia que tiene para el cristiano este sentido de gratitud y de alabanza a Dios. Sin duda, ésta es una de las mejores y más sencillas maneras de ponernos a prueba y descubrir quienes somos.
La Relación
¡Entonces, hagámoslo! ¿Somos conscientes de esa gratitud? ¿Qué es un cristiano? Obviamente, un cristiano debe de ser una persona que es consciente de su relación con Dios. Es imposible leer el Nuevo Testamento y no llegar enseguida a esa conclusión, y como ya he señalado, lo mismo se puede decir del Antiguo Testamento. Según la Biblia, sólo hay dos clases de hombres: o somos de Dios, o no lo somos; o lo más importante para nosotros es nuestra relación con él, o no lo es.
Si leemos la Biblia, veremos que siempre es así. ¿Qué diferencia hay entre Caín y Abel? ¿Y entre Noé y su familia y el resto del mundo? ¿Qué es lo que caracteriza a Abraham? ¿Qué es lo que lo separa del ambiente pagano en que creció? Su relación con Dios. Abraham era un hombre que confiaba en Dios, que dependía de él y se sentía agradecido a él. Lo mismo podríamos decir de los demás patriarcas y santos y profetas del Antiguo Testamento. Siempre es eso lo que los hace diferentes. Tienen un cierto concepto de Dios; eso es lo que los distingue de los demás.
Pues si eso pasa en el Antiguo Testamento, ¡cuánto más en el Nuevo! Los cristianos, por definición, son personas que creen que tienen una relación con Dios de una cierta manera y por una razón determinada. Lo fundamental no es que tengan un cierto tipo de vida y que no hagan ciertas cosas, sino que les importa Dios. Y del mismo modo, lo que es obvio entre los no cristianos es, en última instancia, que Dios no está presente ni en su mente, ni en su corazón, ni en su vida.
La Gratitud
“Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia.” Además, no es sólo que a los cristianos les importe su relación con Dios, es que sienten gratitud hacia Dios en lo más profundo de su ser. Están deseando alabarlo. Dios es el Señor de su vida; son conscientes de que dependen de él y saben que Dios es bueno. Escucha lo que dicen otros salmistas: “Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días” (Salmo 23.6); “Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre” (Salmo 103.1). Eso es lo que encontramos en el Antiguo Testamento.
Pues si eso es en el Antiguo Testamento, ¡cuánto más en el Nuevo! Ésa es la característica principal del Nuevo Testamento. Se ha dicho con frecuencia, acertadamente, que el libro de los Hechos de los Apóstoles es el más lírico del mundo. Lo que caracterizaba a los primeros cristianos era su irreprimible gozo. No importa lo que les hicieran; podían llevar a gente como Pablo y Silas a la cárcel y encadenarles los pies, “pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios” (Hechos 16.25). Repito que no importaba lo que les estuviera pasando, tenían gozo en su interior. Sus corazones cantaban; alababan a Dios.
Y si leemos las Epístolas vemos exactamente lo mismo. De alguna manera, todas ellas se escribieron para decirle al pueblo de Dios que, pasara lo que pasara, debían seguir alabando a Dios. Tenían que ver las condiciones adversas a la luz de su nueva relación con él. Por eso el apóstol Pablo, en su carta a los filipenses, repite siempre lo mismo: “Por lo demás, hermanos, gozaos en el Señor” (Filipenses 3.1). Y luego les vuelve a decir: “Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: ¡Regocijaos!” (Filipenses 4.4).
¿Y por qué se escribió el libro de Apocalipsis? La razón principal no fue para que pudiéramos intentar averiguar la fecha del fin del mundo. Ésa sería una terrible mal interpretación del libro. Apocalipsis se escribió para que el pueblo de Dios que estaba experimentando unas persecuciones y adversidades terribles pudiera seguir regocijándose. Es un libro que les mostraba la victoria final del Señor sobre Satanás y sobre las fuerzas del mal. Era para que sintieran gozo. Se escribió para personas que habían tenido dificultades y el propósito era ayudarlos a ellos, no a quienes vivirían unos dos mil años después. Y en ese sentido ha sido de ayuda a cristianos de todas las épocas y generaciones; si la manera en que entendemos Apocalipsis no nos ayuda a regocijarnos, es que no lo entendemos bien.
Así pues, ésa es sin duda la primera, la más importante y la más característica marca del cristiano. Los cristianos no sólo conocen a Dios y creen en él, sino que además quieren darle gracias. Lo alaban. Son conscientes de su bondad.
Una Prueba Fundamental
Entonces entenderás lo importante y valiosa que es esta prueba. La moralidad, por muy buena que sea, nunca produce estos resultados. Un hombre moral es muy bueno. Ciertamente puede que sea muy bueno, pero sólo con la moralidad nunca llegará a alabar a Dios. Será muy correcto, y probablemente muy meticuloso. Puede que no encontremos nada que reprocharle, que no haya ni una sola mancha en el libro de su vida, pero una característica común a todos los hombres morales es que no te calientan el corazón porque su propio corazón está frío; en ellos no existe gratitud. Por eso un gran pensador como Matthew Arnold, aun no siendo cristiano, pudo definir la religión como “moralidad con un toque de emoción”. En cierto sentido tenía toda la razón, y en cualquier caso entendía la diferencia entre moralidad y cristianismo. La moralidad es correcta, y puede que sea completa, pero es fría, carece de emoción. Incluso un incrédulo como Matthew Arnold, ciego como estaba, al leer las Escrituras y la historia de la iglesia y al aprender algo de la vida de los santos, pudo entender que es imposible ser cristiano sin emoción. Y no es que yo defienda el sentimentalismo; sería la última persona de la tierra en hacerlo, pero insisto en que si no hay emoción en tu religión, no es cristianismo; es moralidad.
Y de la misma manera, la acción de gracias y la alabanza diferencian al cristianismo de la filosofía. Existen muchos sistemas filosóficos y muchos de ellos son excelentes y muy nobles, con grandes ideales y pensamientos maravillosos. Sin embargo, la filosofía se queda en el intelecto y por eso siempre es fría. Si un filósofo muestra alguna emoción, rápidamente sus colegas empezarán a criticarlo y a decir que le pasa algo raro. El arte del filósofo consiste precisamente en distanciarse. El filósofo es analista, observa, trata con categorías y desarrolla conceptos. No puede perderse en su análisis; si lo hace, deja de ser un buen filósofo. La filosofía implica una separación fría, científica, intelectual.
Y en ese sentido, es totalmente diferente del cristianismo. La gloria del cristianismo es que implica a la persona de manera global, no sólo su voluntad, como en la moral; no sólo su intelecto, como en la filosofía; y no sólo sus emociones, como en ciertas sectas y religiones. No, no; se trata del hombre en su conjunto.
Una Característica Esencial
Pero, sobre todo, quiero enfatizar que la alabanza es el elemento absolutamente fundamental del cristianismo. Los cristianos son personas que, antes que nada, son conscientes de que se lo deben todo a la gracia de Dios. El apóstol Pablo lo expresa así: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Corintios 15.10). Todo se lo debe a Dios y por eso lo alaba.
Es primordial que nos examinemos. Ésta es la única cosa en esta vida que no podemos permitirnos dar por sentado. Es posible tener una religión en que no sintamos gratitud hacia Dios. La religión puede ser algo que llevamos en una bolsa, por así decirlo; puede ser una especie de club en el que lo único que hacemos es admirarnos a nosotros mismos. Es suficiente con mostrarle nuestros respetos a Dios y creemos que, por hacerlo, somos buenos, pero en el fondo nos estamos adorando a nosotros mismos por ser buenos, no a Dios.
No podemos confundir ser miembro de una iglesia con el verdadero cristianismo. Se puede ser miembro de una iglesia sin ser cristiano, y si tu cristianismo consiste tan sólo en pertenecer a una iglesia como miembro, o incluso en trabajar en la iglesia, si te falta este sentido de gratitud a Dios, si lo importante es lo que estás haciendo tú y lo que eres tú más que tu alabanza a él, entonces no es un verdadero cristianismo neotestamentario.
No hay vuelta de hoja. Los cristianos comprenden que se lo deben todo a la gracia de Dios en nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Por lo tanto, ésta es la prueba principal, la más importante: ¿Hay alabanza a Dios en tu corazón? ¿Quieres responder a la invitación de este hombre, que dice: “Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia. Díganlo los redimidos de Jehová”? ¿Quieres ser uno de ellos? ¿Esta respuesta está dentro de ti? ¿Lamentas no alabarlo más de lo que lo haces? ¿Lo sientes de verdad? ¿Puedes hacer tuyas estas palabras de William Cooper: “Señor, mi queja principal es que mi amor es débil; y aun así, te amo y te adoro, y por gracia, quiero amarte más”?
¿Puedes decir por lo menos eso? Si no puedes decir de manera rotunda que estás alabando a Dios, ¿puedes decir por lo menos que quieres hacerlo? ¿Puedes decir que lamentas no hacerlo más? Yo creo que el hecho de querer alabar cuenta, porque de alguna manera, con el deseo ya estás alabando. Ésta es la primera y principal característica de los verdaderos cristianos. El cristianismo es una filosofía que adoptamos; no es una moralidad que practicamos; es saber que se lo debemos todo a Dios.
LA ALABANZA:
CARACTERÍSTICA DE TODOS
LOS CREYENTES
El segundo principio es que esto es algo que les pasa a todos los creyentes. Y quiero insistir en esto. “Díganlo los redimidos de Jehová”, dice el salmista, “los que ha redimido del poder del enemigo, y los ha congregado de las tierras, del oriente y del occidente, del norte y del sur.”
Este aspecto es muy importante. Este hombre está invitando a personas de distintas partes del mundo a congregarse; a pesar de todas sus diferencias, los está animando a unir sus voces con un propósito común. Es una invitación para que todos canten juntos este himno universal.
Lo explico de esa manera por las ideas modernas que se tienen del cristianismo. Hoy en día somos todos tan buenos psicólogos que creemos que podemos explicar fácilmente el porqué del cristianismo. Decimos: “Claro, es que hay personas que son religiosas, cristianas, y lo son porque nacieron así; fueron hechas así; son del tipo religioso. O si lo prefieres, tienen el complejo religioso. Existen varios tipos de temperamento: algunas personas son volubles; otras, pragmáticas; algunas son meticulosas; otras, descuidadas y negligentes; a algunas les interesan la música, el arte, la literatura, la política, la ciencia y todas esas cosas. Así se divide la raza humana y entre los distintos tipos está el religioso. Por supuesto, la tragedia del pasado fue que la Iglesia solía enseñar que todo el mundo tenía que ser religioso. No comprendían; no tenían el conocimiento que tenemos ahora, por el que sabemos que la religión está bien para algunos, pero no para todos; es sólo para cierto tipo de personas.” Así se desarrolla este argumento.
Una Invitación Universal
Pero al enviar su invitación, el salmista contradice frontalmente esta teoría moderna. Invita a personas “del oriente y del occidente, del norte y del sur”. Dice que todas estas divisiones y distinciones son completamente irrelevantes. No tienen ninguna importancia. Está pidiendo que se unan en una misma alabanza personas de distinta procedencia, y eso es algo que ha caracterizado a la iglesia de Cristo a lo largo de los siglos y que la caracteriza aún hoy, algo de lo que puede presumir. No importa de qué país proceda una persona, ni de qué color sea su piel, ni cuál sea su herencia biológica, ni su trasfondo cultural, ni cómo sea su temperamento, ni cómo sea psicológicamente, ni a qué siglo pertenezca. Su experiencia no tiene la menor importancia. La invitación para que se una con las mismas palabras, en el mismo himno de alabanza, se extiende a todos. “Alaben la misericordia de Jehová, y sus maravillas para con los hijos de los hombres” (versículo 8).
Para mí, éste es uno de los principios más importantes que podemos llegar a comprender. Lo fundamental es que no importa que nuestras experiencias sean totalmente diferentes. Aun así, llegamos al mismo sitio. No existe un tipo de conversión estándar. No importa cómo haya sido la vida de una persona. Me explico: Conozco a gente que piensa que sólo cierto tipo de personas necesita convertirse. Una vez, siendo pastor de una misión en una zona portuaria de Gales del Sur, prediqué un sermón evangelístico como éste en una ciudad muy religiosa, y después me dijeron que un pastor de aquella respetable ciudad había hacho el siguiente comentario: “Bueno, eso está muy bien para su iglesia, pero aquí no lo necesitamos.”
Y en otra ocasión le oí decir a una señora que estaba tranquilamente sentada en la Capilla de Westminster: “Este hombre predica como si fuéramos todos pecadores”. Como se ve, la idea es que hay ciertas personas que son pecadoras y necesitan convertirse, que necesitan ser regeneradas, pero no todas. En otras palabras, la gente hace una gran distinción según el tipo de experiencia que hayamos tenido. Los borrachos, por supuesto, necesitan convertirse. Los adúlteros necesitan convertirse. Pero la gente agradable y educada que lleva asistiendo a una iglesia desde la infancia, ¡ellos no necesitan convertirse! Eso es lo que se enseña.
Una Naturaleza Común
Pero ésta no es la doctrina de la Biblia. La Biblia enseña que no importa cuál sea tu pasado o tus antecedentes, quienes sean tus padres o tus abuelos, el apellido que lleves o dónde te hayas criado, todas las personas necesitan convertirse, necesitan nacer de nuevo. Es un llamamiento universal: este y oeste, norte y sur; todas estas divisiones y distinciones son completamente irrelevantes. Todos nosotros, en algunos aspectos, nos hacemos uno cuando aceptamos a Cristo.