Read the book: «Hijo de Malinche»
“Hijo de Malinche”
Conquistado
por las Américas
Marcos González Morales
@marcosgonzalezm
#HijodeMalinche
A Martina, mi hija, mi monita, mi mejor creación, el principio de todo.
A Rosi, Teo y Estrella, mis padres y hermana, por su apoyo incondicional.
A todas las maravillosas personas y organizaciones corresponsables
que creen y crean un mundo mejor.
A los valientes, a los que riegan siempre su raíz.
A los más de 500 millones de hispanohablantes de ambos lados del charco,
patria única de todos los que la practican, 500 años después de la conquista.
“No somos ni vencedores ni vencidos, somos los descendientes de los vencedores y de los vencidos”.
José Antonio del Busto, historiador peruano
“Cortés no tiene pueblo, es rayo frío, corazón muerto en la armadura”.
Pablo Neruda, poeta chileno
“Hernán Cortés fue un hombre extraordinario, un héroe en el antiguo sentido de la palabra. No es fácil amarlo, pero es imposible no admirarlo”.
Octavio Paz, poeta mexicano
“Las Indias, refugio y amparo de los desesperados de España,iglesia de los alzados, salvoconducto de los homicidas,
pala y cubierta de los jugadores, a quien llaman ciertos los peritos en el arte, añagaza general de mujeres libres, engaño común de muchos y remedio particular de pocos”.
Miguel de Cervantes, novelista español
“No pude evitar un contradictorio sentimiento de comprensión; un guiño cómplice hacia todos esos valientes animales que a lo mejor nacieron en mi pueblo, y en el de ustedes”.
Arturo Pérez-Reverte, novelista español
“A partir del descubrimiento, las venas abiertas de América Latina comenzaron a chorrear sangre y plata, sangre y esmeraldas, sangre y azúcar, para alimentar el capitalismo europeo. Ellos se enriquecieron empobreciéndonos”.
Eduardo Galeano, escritor uruguayo
“La leyenda negra es un fenómeno histórico y social muchísimo más amplio, que nace en la propaganda, pero vive en la literatura y la historia, donde cobra realidad y prestigio, hasta convertirse en la que primordialmente es: un hecho de opinión pública casi universal en Occidente”.
María Elvira Roca Barea, escritora española
“La historia universal está llena de conquistas y no ya solo desde Alejandro Magno o César, incluyendo a antiguos señores indígenas de México, Perú y otros lugares. Las conquistas en sí mismas no son justificables”.
Miguel León-Portilla, historiador mexicano
“Llegaremos en América, antes que en parte alguna del globo, a la creación de una raza hecha con el tesoro de todas las anteriores, la raza final, la raza cósmica”.
José Vasconcelos, filósofo mexicano
“España, si es algo de nosotros, fue la madrastra que vino aquí a obligar, a destruir, a masacrar”.
Xokonoschtletl Gómora, indigenista mexicano
“Algunos ven el origen de todos sus males en la colonización y la sangre española. España resulta en ese sentido un útil chivo expiatorio que carga con las culpas de la comunidad”.
Juan Eslava Galán, escritor español
“Lo cierto y verdadero es que la realidad superóa la ficción en la conquista de México”.
Ramón Tamames, economista español
Nota del Autor
Prefacio
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO 1. Misterioso mensaje de Whatsapp
CAPÍTULO 2. Sangre, sudor y lágrimas
CAPÍTULO 3. La mala vida
CAPÍTULO 4. La curiosidad mató al gato
CAPÍTULO 5. Coge el toro por los cuernos
CAPÍTULO 6. Hacer de detective
CAPÍTULO 7. Cita en el Raval
CAPÍTULO 8. La buena suerte
CAPÍTULO 9. El México real
CAPÍTULO 10. La vaca Ramona
CAPÍTULO 11. Santuario
CAPÍTULO 12. ¡Viva México, cabrones!
CAPÍTULO 13. La estudiante de Chilpancingo
CAPÍTULO 14. No es lo que parece
CAPÍTULO 15. La venganza de Moctezuma
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO 16. Puerca carne española
CAPÍTULO 17. Caníbales en Chilpacingo
CAPÍTULO 18. La visita de la Malinche
CAPÍTULO 19. Lo que pasa en Acapulco…
CAPÍTULO 20. Un nuevo despertar
CAPÍTULO 21. Empresarios cazando a narcos
CAPÍTULO 22. El regreso y la mentira
CAPÍTULO 23. Cargar el mochuelo
CAPÍTULO 24. La muerte de algo que se acaba
CAPÍTULO 25. Regresar o no, esa es la cuestión
TERCERA PARTE
CAPÍTULO 26. De nuevo en México lindo
CAPÍTULO 27. De miedos y de amantes…
CAPÍTULO 28. La mariposa y el temazcal
CAPÍTULO 29. La insoportable levedad del «no ser»
CAPÍTULO 30. Liberarse
CAPÍTULO 31. Quemando las naves
CAPÍTULO 32. Un nuevo Cortés
CAPÍTULO 33. Alianzas y desvelos
CAPÍTULO 34. De arte, sexo y Mitzi
CAPÍTULO 35. Ser corresponsable
CAPÍTULO 36. De aventuras, indias, españoles y conquistas
CAPÍTULO 37. La calma después de la tormenta
CAPÍTULO 38. Escondido en la memoria
CAPÍTULO 39. Amor versus sexo… y viceversa
CAPÍTULO 40. Metiendo la pata (la de verdad)
CAPÍTULO 41. El incidente
CAPÍTULO 42. Tocando fondo y más allá
CAPÍTULO 43. ¿Todo se acaba aquí?
CAPÍTULO 44. Nuevo aviso, más presión
CAPÍTULO 45. Nuevo aviso, más presión
CAPÍTULO 46. Que tiemble nuestro suelo sagrado
CAPÍTULO 47. Un cazador cazado
CAPÍTULO 48. El crepúsculo de los dioses… o casi
Epílogo
Agradecimientos
Nota del autor
Por fin he logrado terminar mi primera novela: Hijo de Malinche. ¡Aún no me lo creo! Nunca imaginé que me costaría tanto. Pensaba que, siendo periodista, sabía escribir, pero confieso que me ha costado mucho adaptarme al lenguaje y cánones literarios.
Gracias a los profesores del Ateneu Barcelonès y a tod@s los que me habéis ayudado en este arduo pero apasionante proceso de dar vida a una idea que nació en 2012, en México, cuando mi querida hija Martina solo tenía cuatro años. En plena crisis económica, durante la presentación de la Fundación Corresponsables, ante una veintena de medios de comunicación, un importante empresario y presidente de una gran asociación civil me definió como «el Hernán Cortés bueno, el de la Responsabilidad Social». Casi me da algo, pensé que ahí terminaba mi aventura por las ‘Américas’, dada la mala prensa que tiene el conquistador aún en la actualidad.
Pero sucedió todo lo contrario, en ese instante comenzó a afianzarse mi emprendimiento social y fue el inicio de una hermosa historia de amor, respeto y admiración por América Latina, especialmente por sus gentes, sus paisajes, sus raíces, sus tradiciones. Comencé a interesarme por la figura de Hernán Cortés, hasta ese momento denostada por mí al igual que por tantas personas de ambos lados del charco, y os confieso que, cada vez que leía más y más sobre el conquistador, me ocurría lo mismo que reveló alguien tan poco sospechoso como el premio nobel mexicano Octavio Paz en la cita que recojo en la página previa: «No es fácil amarlo, pero es imposible no admirarlo». Aunque no compartáis la opinión de este poeta excepcional, entenderéis mejor lo que digo y por qué lo digo al leer la novela.
Sea como fuere, los más de 500 millones de hispanohablantes somos, de alguna manera, parte importante de su legado, aunque no siempre seamos conscientes de ello. Ojalá que estas páginas contribuyan, en algún sentido, a superar de forma definitiva los rencores, prejuicios, desencuentros, culpas, lamentos y reproches entre los pueblos, y brindemos por el presente y futuro con vino, chelas, tequila o mezcal, sin ignorar ni olvidar, claro está, los excesos que se cometieron en la Conquista. Como en todas...
Justo cuando estaba terminando de escribir esta novela, apareció en nuestras vidas, por desgracia, la ya famosa COVID-19 que, en poco tiempo, se convirtió en una terrible pandemia. Durante los primeros días de confinamiento pensé en incluir el virus en la trama. Lo sopesé y, finalmente, decidí que no apareciese. No la dejé entrar y que perturbara cómo sus personajes viajan, viven, sienten, se enamoran, padecen, se transforman.
Quiero también dar mi más sinceras condolencias a todas aquellas personas que habéis perdido a algún ser querido o estáis sufriendo de manera importante las consecuencias de esta maldita pandemia. También deseo agradecer de corazón el encomiable trabajo de todas las personas y organizaciones que habéis estado al pie del cañón y seguís ahí, cuidándonos, protegiéndonos y colaborando de múltiples maneras para paliar sus devastadores efectos en la salud, en la economía y en la vida de tantas personas.
Todos somos corresponsables y todos podemos aportar nuestro grano de arena, tanto personal como profesional, para mejorar este complejo y apasionante mundo que nos ha tocado vivir. Por ello, donaré más de la mitad de los beneficios de la novela a entidades no lucrativas como Cruz Roja, Plan Internacional, Banco de Alimentos, Aldeas Infantiles, Reforestamos México, Techo, etcétera. Asimismo, seguiré haciendo lo posible desde Corresponsables por poner en valor el excepcional trabajo de todas las maravillosas personas, la mayoría anónimas, que trabajáis por un mundo mejor.
Somos los únicos responsables de nuestra felicidad. No tengas miedo al cambio. Diseña tu mundo, personaliza tu vida, que tu viaje merezca la pena. Nuestra primera obligación es ser felices, solo así podemos hacer felices a los demás. Seamos felices cueste lo que cueste, pésele a quien le pese, pues la vida pasa en un suspiro. No olvides que justo cuando la oruga piensa que es su final se transforma en mariposa. Alguien dijo que la felicidad es como una mariposa. Cuanto más la persigues, más huye. Pero si vuelves la atención hacia otras cosas, ella viene y suavemente se posa en tu hombro. En esta línea, una antigua leyenda maya dice: «Cuando quieras desear felicidad y convertir los sueños en realidad, susurra tu petición a una mariposa y déjala libre después. Agradecida, ella volará y tu deseo cumplirá».
Marcos González Morales
@marcosgonzalezm
#HijodeMalinche
15 de noviembre de 2020
Prefacio
“Hoy no sé bien quién soy... sé que no estoy donde quisiera; hoy no sé la razón y, aunque lo intento, no levanto cabeza...”.
Hoy no soy yo (Jarabe de Palo)
Martín sentía un intenso calor en aquella habitación sin ventana, el dolor de cabeza no le daba tregua. El lugar olía a viejo y estaba a oscuras. Vestía un apretado traje negro de tres piezas, rematado por una corbata raída. No le gustaba, pero era la ropa de los domingos, la que casi todos los niños llevaban en el pueblo para ir a misa; es más, solo entonces recibirían la paga semanal.
Alcanzó a percibir un grupo de pisadas al inicio del pasillo. Primero al lado izquierdo y luego en el opuesto. Las de la derecha se acercaban cada vez más. Solo se vislumbraba una luz tenue por debajo de la puerta de madera, desde donde venía el sonido que, en esos momentos, se mezclaba con el de un olfateo rápido y fuerte enfocado en la rendija junto al suelo. El animal comenzó a gruñir de forma leve, aunque al poco tiempo sus gañidos se volvieron frenéticos. Martín se puso derecho y dio un paso hacia atrás. Otras zancadas se abalanzaron contra la puerta y parecieron unirse al frenesí.
Martín miró alrededor. Solo había una cama con un cabezal de hierro negro y un armario igual de viejo que contenía sus escasas pertenencias. También la enorme cruz sobre la alcoba. No recordaba los días que llevaba allí. Cogió el pantalón corto, sacó el cinturón y se acercó a la puerta con sigilo. Los perros del cura comenzaron a rascar su parte baja. Uno de ellos se lanzó contra la madera provocando un ruido explosivo y seco. Martín se sobresaltó por el golpe, se le cayó el cinturón y dio un paso atrás. Al otro lado, los ladridos se volvían cada vez más intensos. «¡Dejadme en paz!», gritó desesperado. De repente, vio una mariposa que se posaba junto a él. «No tengas miedo, mi querido Martín —le dijo—. Vuela tan alto como yo». En aquel momento, uno de los perros logró abrir la puerta y entró en la lúgubre habitación.
***
Cortés despertó, sobresaltado, sintiendo un profundo escalofrío. Percibió cómo se contraían sus músculos a causa del calambre que comenzaba a subir desde su pierna izquierda. No pudo evitar soltar un grito y agitar los brazos. Escuchó voces desconocidas que le pedían, en un español de lo más variopinto, que por favor se callara. Volvió a chillar, esta vez con menos intensidad, pero sintió un fuerte dolor al tratar de incorporarse en su asiento. Se dio cuenta de que tenía la cintura atada.
«¿Por qué estoy así?», se preguntó mientras sacudía la cabeza. Sentía frío, una densa oscuridad, un olor a restaurante de comida rápida flotaba a su alrededor. Solo vislumbraba una luz confusa y, más allá, un pasillo en el que destacaban unas borrosas lucecitas amarillas sobre un techo que tampoco conseguía identificar.
Se palpó la cara. No llevaba las lentillas ni las gafas. Sí unos auriculares que no recordaba haberse puesto. Escuchó una canción que no conocía, aunque la voz masculina y uniforme le resultó familiar. Asustado, volvió la vista atrás. Por el pasillo sobresalía la sombra de un señor mayor que hacía un gesto severo para que guardara silencio. Movió la cabeza varias veces, tratando de despertar de aquella pesadilla. De pronto, notó que le tocaban la mano, volvió a gritar por culpa de otra sacudida que recorrió su cuerpo en forma de descarga, como si estuviera en una silla eléctrica.
Un rumor volvió a alzarse a su alrededor. Giró el rostro a su izquierda, una chica desconocida le acariciaba el brazo; tras sonreír, le entregó sus gafas.
—¿Qué hago aquí? ¿Por qué las tienes? —preguntó—. No sé dónde estoy, no sé a dónde voy... —repetía la estrofa de la canción Hoy no soy yo, de Jarabe de Palo, que sonaba en ese momento en sus auriculares.
Se quedó paralizado, dejando que la cadencia de las notas y la armonía pusieran orden en su cerebro: «Hoy no sé bien quién soy... sé que no estoy donde quisiera; hoy no sé la razón y, aunque lo intento, no levanto cabeza...».
—Cálmate —le pidió la chica con voz suave, casi un susurro—. Te quedaste dormido con las gafas medio caídas y te las quité para que no te molestaran. Disculpa si te he asustado.
Cortés la miró durante unos segundos sin responder, luego suspiró y se puso los lentes. Por fin se dio cuenta de lo ocurrido. Una vez más había sufrido la pesadilla, la misma desde que era pequeño, cuando los perros le atacaron en el pueblo de su padre. Sin darse cuenta, comenzó a tararear la canción que había estado escuchando tanto rato seguido: «No sé qué sucedió, pero todo eso cambió; la vida ya no es un sueño; no he resuelto el misterio; hoy no soy el que quiero ser; el mismo de antes, lo que fui ayer».
«¡Joder!, se me va la cabeza, yo no soy así de lunático, todo lo contrario. Tranquilízate», intentó convencerse.
Lo peor, pensó, es que parecía haber escrito la canción él mismo, y encima iba camino de un país en el que nunca había estado y que tampoco quería conocer. Recordó cómo hizo lo imposible para intentar escabullirse de emprender ese viaje.
Después de encender la luz de su asiento y de limpiarse las gafas con la manga de la camiseta, se disculpó con la joven y también con la azafata, que se acercó para interesarse por lo que ocurría.
Cortés decidió no contarles lo de la pesadilla de los perros y les comentó que no comprendía bien por qué había gritado como un loco. Sabía estar en los sitios y mantener las apariencias. Es más, consideraba que durante los últimos años había hecho un máster en ese sentido, tanto en su faceta profesional como personal, ambas en horas bajas. «Hasta eso que se me suele dar tan bien ya lo hago mal», pensó apesadumbrado, mientras veía alejarse a la auxiliar de vuelo.
—¿Ya mejor? —La joven le sacó del trance. Estaba arropada con la manta roja de la aerolínea—. Me llamo Elena García.
Durante unos segundos Cortés no reaccionó.
—Eh..., disculpa, sí, Martín. Soy Martín Cortés —balbuceó.
Se dieron dos besos en el reducido espacio entre los asientos. Casi sin querer, se rozaron los labios.
—Recuerda que a donde vamos se da solo un beso —le comentó ella.
Cortés cayó en la cuenta de que Elena se había sonrojado debido a aquel contacto imprevisto.
—Ah, ¿sí? No lo sabía, es mi primera vez —repuso Cortés ya más tranquilo. Se estiró en el asiento cual gato desperezándose e hizo una larga pausa—. Y espero que sea la última.
—¿Y eso? —inquirió Elena.
Cortés la observó. No tenía ganas de contar sus penas a nadie y menos a una desconocida. Pero había sido muy amable con él y tenía una bonita sonrisa. Sentada parecía alta, casi como él, tenía el cabello moreno y rizado.
—Perdona, he de ir al baño —mintió.
Mientras caminaba por el pasillo y pedía disculpas a los que le observaban con cara de pocos amigos, se sorprendió tarareando otra vez, en voz baja, la canción de su paisano catalán Pau Donés, en horas también bajas, pero por algo mucho más complicado que lo suyo. Por el dichoso cáncer, el mismo que se había llevado a una querida prima no hacía mucho tiempo. «Hoy sé que no estoy. Lo que prometí. Lo que de mí esperan. Volver a ser como ayer. Mi espacio, mis penas, mi forma de ser. Cuando todo era un sueño. Y la vida un misterio que había que resolver. Hoy me siento un problema. Un cero a la izquierda. Hoy no soy yo».
Se tuvo que apoyar en la pared del habitáculo después de lavarse varias veces la cara. Cayó en la cuenta de que estaba entonando una canción que nunca había escuchado y que encajaba como anillo al dedo en su vida actual. Sintió que su respiración se aceleraba de nuevo. «¿Qué me está pasando? ¿Un infarto? ». Se llevó la mano al pecho y respiró hondo.
«Tranquilo, tú puedes con todo», se dijo. Al salir se sentó en el primer asiento que vio, uno de los asignados a los auxiliares de vuelo. La misma azafata de antes, de unos cincuenta años y de largo cabello rubio recogido en una coleta, volvió a acercársele con semblante de preocupación. Sostenía un vaso de agua. Cortés masculló un «gracias» y se lo tragó de un sorbo.
—¿Se encuentra bien? —le preguntó.
—Sí, disculpe. —Cortés hizo un gesto como queriéndole quitar importancia al asunto—. Es que he sentido una ristra de espasmos muy fuertes, como si me hubieran dado una descarga eléctrica.
Cayó en la cuenta de que, después de mucho tiempo, había vuelto a usar la hipnopedia, la técnica que tanto le ayudó al estudiar, hacía ya unos veinte años, Periodismo en la Autónoma de Barcelona. ¡Aprender durmiendo! «No me jodas», se rio de sí mismo. Más de una vez se había quedado dormido escuchando su propia voz en un casete, monótona y carente de expresión, como si recitara la lista de la compra, mientras preparaba algún examen que le obligaba a memorizar mucho. Comenzó a aplicar ese sistema después de leer Un mundo feliz, de Aldous Huxley, y aunque era ficción, a él si le funcionaba en algunas ocasiones.
Cuando volvió a su asiento, la chica de la sonrisa bonita parecía dormida. Percibió que tenía la manta medio caída y que se le había desabrochado un botón que dejaba entrever un generoso escote. Pensó en arroparla, pero no quiso pecar de osado. Se acordó de su mujer, durante aquella fría despedida que se habían dado en el aeropuerto del Prat de Llobregat pocas horas antes. También en el sentido abrazo que le dio a su hija y a sus padres. Como si fuera la última vez.