La armonía que perdimos

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La armonía que perdimos
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LA ARMONÍA QUE PERDIMOS

La armonía que perdimos. El desafío educativo frente a la crisis climática

Resumen

Hay un hilo que conecta todo lo que existe: la trama de la naturaleza, la sociedad y la cultura. Ese tejido es vulnerable. Desde el siglo xix consideramos plausible dominarlo todo: las leyes de la vida, la naturaleza, las sociedades y los mercados. Consideramos que podíamos crecer de manera infinita, y lo intentamos. El resultado es el mundo que vivimos: el antropoceno. La crisis se profundizará cada vez más. Hemos perdido la esencia de aquello que podía facilitarnos la construcción de una respuesta colectiva: la esencia de nuestro ser de humanos. Este libro examina el papel de la educación en la construcción de una sociedad más humana. ¿En qué consiste esa sociedad? ¿es posible construirla antes de que sea demasiado tarde? ¿cómo podemos acelerar las transiciones después de la pandemia? ¿cuál es el papel de los más jóvenes? El autor ofrece una mirada panorámica sobre el problema, pero en lugar de aventurar respuestas absolutas invita a la construcción de un pensamiento colectivo. Escribe que no tenemos mucho tiempo para reaccionar, pero si empezamos ya, hay esperanza. Advierte que el desprecio acelerado por el cultivo de las artes y las humanidades podrá llevarnos a una peligrosa simplificación de la naturaleza humana y la no humana. La educación sobre la crisis debe partir de una educación para la vida, estructurada desde las ciencias de la complejidad. Si perdemos definitivamente la visión (la noción) de los vínculos, las sutiles e innumerables interconexiones que conectan todo lo que existe, habremos perdido también la posibilidad de reconstruirnos como sociedades y como culturas. Una cruzada educativa global será útil para reconstruirnos como sociedades, y cambiar el paradigma del crecimiento sin límite por el de una sociedad más humana y sostenible.

Palabras clave: cambio climático, siglo XX y XXI, crisis ambiental, crisis climática, crisis global, calentamiento global, COP15, uso de combustibles fósiles.

The Harmony We Have Lost. The educational challenge in the face of the climate crisis

Abstract

There is a thread that connects everything that exists: the weave of nature, society, and culture. This fabric is vulnerable. Since the nineteenth century, we have considered it plausible to dominate everything: the laws of life, nature, societies, and markets. We thought that we could grow infinitely, and we tried. The result is the world we live in: the Anthropocene. The crisis will be increasingly deeper. We have lost the essence of what could facilitate the construction of a collective response: the essence of our being as humans. This book examines the role of education in building a more humane society. What does this society consist of? Is it possible to build it before it is too late? How can we have quicker transitions after the pandemic? What is the role of the younger generations? The author offers a panoramic view of the problem, but instead of venturing to give absolute answers, he invites us to construct a collective thought. He argues that we do not have much time to react, but, if we start now, there is still hope. He warns that the rapidly increasing disdain for the practice of arts and humanities may lead to a dangerous simplification of the human and non-human nature. Education about the crisis must start from an education for life, with a structure based on the sciences of complexity. If we permanently lose the view (notion) of the links, the subtle and innumerable interconnections that connect everything that exists, we will also lose the possibility of rebuilding ourselves as societies and as cultures. A global educational crusade will be useful in order to rebuild us as societies and to change the paradigm of unlimited growth for one of a more humane and sustainable society.

Keywords: climate change, 20th and 21st century, environmental crisis, climate crisis, global crisis, global warming, COP15, use of fossil fuels.

Citación sugerida / Suggested citation

Guzman Hennessey, Manuel. La armonía que perdimos. El desafío educativo frente a la crisis climática. Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2020. https://doi.org/10.12804/urosario9789587845945

LA ARMONÍA QUE PERDIMOS

EL DESAFÍO EDUCATIVO

FRENTE A LA CRISIS CLIMÁTICA

Manuel Guzmán Hennessey

Guzmán Hennessey, Manuel

La armonía que perdimos. El desafío educativo frente a la crisis climática / Manuel Guzmán Hennessey; proemio de Julio Carrizosa Umaña. – Bogotá: Editorial Universidad del Rosario, 2020.

Incluye referencias bibliográficas.

1. Cambios climáticos. 2. Evaluación del impacto ambiental – Aspectos sociales. 3. Educación ambiental. 4. Conservación de los recursos naturales – Enseñanza. I. Universidad del Rosario. II. Título.

363.7 SCDD 20

Catalogación en la fuente – Universidad del Rosario. CRAI


JGRDiciembre 01 de 2020

Hecho el depósito legal que marca el Decreto 460 de 1995


Colección Cultura, Educación y Ciudadanía

© Editorial Universidad del Rosario

© Universidad del Rosario

© Manuel Guzmán-Hennessey

© Julio Carrizosa Umaña, por el Proemio

Editorial Universidad del Rosario

Carrera 7 # 12B-41, oficina 501

Teléfono 297 02 00, ext. 3113, 3114

http://editorial.urosario.edu.co

Primera edición: Bogotá D. C., 2020

ISBN: 978-958-784-593-8 (impreso)

ISBN: 978-958-784-594-5 (epub)

ISBN: 978-958-784-595-2 (pdf)

https://doi.org/10.12804/urosario9789587845945

Coordinación editorial: Editorial Universidad del Rosario

Corrección de estilo: Ludwing Cepeda Aparicio

Diseño de cubierta: Luz Arango y César Yepes

Diagramación: William Yesid Naizaque Ospina

Conversión ePub: Lápiz Blanco S.A.S.

Hecho en Colombia

Made in Colombia

Los conceptos y opiniones de esta obra son responsabilidad de sus autores y no comprometen a la Universidad ni sus políticas institucionales.

El contenido de este libro fue sometido al proceso de evaluación de pares, para garantizar los altos estándares académicos. Para conocer las políticas completas visitar: editorial.urosario.edu.co

Todos los derechos reservados. Esta obra no puede ser reproducida sin el permiso previo escrito de la Editorial de la Universidad del Rosario.

Para Elena


Autor

Manuel Guzmán Hennessey

Es profesor titular de la cátedra de cambio climático en la Universidad del Rosario de Bogotá. Periodista de opinión y ambientalista. Es director de la red latinoamericana KLIMAFORUM LATINOAMERICA NETWORK KLN e inspirador de la Cátedra Latinoamericana Julio Carrizosa de Pensamiento Ambiental y Crisis Climática de la Universidad Nacional de Colombia. Ha sido consultor de organizaciones y gobiernos. Estudió en la Escuela Naval de Cadetes de Colombia y se ha formado en los temas del ambiente, la producción limpia y la sostenibilidad. Ha publicado los libros Jirafa ardiendo: el desafío ciudadano frente a la crisis climática, 2020-2050; La generación del cambio climático; Clima y energías; Entre Bali y Copenhague y Cambio climático cambio civilizatorio.

Contenido

Proemio

Julio Carrizosa Umaña

A quienes conmigo van…

Primera parte El mundo en que vivimos

1. Once años: pandemia y bifurcación

2. Este anfiteatro es hoy toda la Tierra

3. El verano de 2007

4. El verano de 2018

5. ‘Cambios tremendamente radicales’

6. El punto de ruptura

Notas de la primera parte

Segunda parte El mundo que aún es posible

7. La recuperación de lo humano

8. Educación para la acción

9. Educación para la vida

10. La trampa del crecimiento

11. La educación desde la complejidad

 

12. ¿Hemos fracasado?

Notas de la segunda parte

Tercera parte Construir la esperanza

13. Fuerza en expansión

Epílogo: para Elena

Anexo Tratado Climático de Copenhague de 2009 (resumen)

Notas de la tercera parte

Agradecimientos

Bibliografía

La historia ha llegado a un punto en el que el hombre moral,

el hombre íntegro, está cediendo cada vez más espacio,

casi sin saberlo, al hombre comercial, al hombre limitado

a un solo fin, y este proceso, asistido por las maravillas

del avance científico, está alcanzando proporciones

gigantescas y oscurecen su costado más humano.

Rabindranath Tagore

Proemio

Este libro es un ejemplo excelente de cómo la complejidad de la realidad, completamente demostrada por la actual pandemia, puede ser enfrentada por una mente compleja como la de Manuel Guzmán Hennessey, quien decide reconocerla y aprovecharla para comprender lo que está sucediendo y tratar de mejorar la situación. El autor hace el reconocimiento de la complejidad de la situación actual del planeta no solo desde el punto de vista científico de quienes han estudiado la crisis global, como acertadamente la llama Manuel; el planteamiento general de su libro no se reduce a ponernos al día acerca de la información disponible al más alto nivel internacional, sino que plantea con extraordinario detalle las polémicas entre los mismos científicos —y entre ellos y los políticos— que han convertido este proceso en uno de los más intensos y riesgosos de la historia de la humanidad.

Tampoco se detiene Manuel en lo político y en lo científico. Va mucho más allá, pues abarca aquello que solo se puede afrontar desde la filosofía, la ética y la estética actuales: su pensamiento intenta alcanzar las formas en que se entrelazan las visiones de los científicos y las decisiones de los políticos, con esa realidad que solo se puede afrontar ampliando la mente, saliendo de las disyuntivas, de las reducciones, e inclusive de las abstracciones, abriendo los ojos para comprender, por ejemplo, por qué Dalí tuvo que salir de la realidad para enseñar a entenderla. Ese ‘más allá’ el autor lo encuentra en sus vivencias personales, en sus relaciones con la ciudad y con la gente. En su reconocer de la historia, la geografía y la vida familiar. Es en su reflexión acerca del futuro de sus hijos y de su nieta Elena en donde el libro proporciona las claves para que cada uno de nosotros se dé cuenta de la gravedad de la situación y de la necesidad de aportar para solucionarla. Para Guzmán Hennessey, es “necesario admitir nuestra nueva vulnerabilidad”, dejar atrás nuestra confianza en el crecimiento como la vía hacia la supervivencia y el bienestar. Admitir que esa idea fue únicamente una esperanza ilustrada; tremendamente atractiva para todos los humanos conscientes de haber dejado de ser niños. Reconocer que inclusive el ‘desarrollo sostenible’, como ya está demostrado, no es la solución; que es únicamente una retórica agradable de pensar cuando añoramos nuestros caminos hacia la madurez. Que, a pesar de los avances científicos y tecnológicos, la pandemia nos demuestra que existen límites que ni siquiera los humanos podemos traspasar.

Sin embargo, este libro no puede considerarse solo como un aporte más a las denuncias de la inminencia de la catástrofe ecológica. A lo largo de la mayoría de sus páginas, se insiste en la posibilidad y en la obligación que tenemos de aportar todo lo que somos para impedir esa catástrofe tan mentada y también tan desmentida hoy. Esos aportes podrían, dice Guzmán Hennessey, evitar la catástrofe si todos nos comprometiéramos, primero, a reconocer la complejidad de la realidad que puede generarla y, segundo, aportando a lo que él llama una cruzada educativa global.

En estos años que estamos sufriendo los colombianos, casi todos coincidimos en que la solución está en la educación, y podríamos estar de acuerdo en que el cambio debería tener la fuerza, la decisión y el espíritu de sacrificio que tuvieron los cristianos en la Edad Media. A pesar de que nuestras desgracias son tan originales y específicas, la mayoría de nosotros estamos de acuerdo en que nada eficaz podría hacerse sin la colaboración de la mayoría de los habitantes del planeta. Sin embargo, esas ‘originalidad’ y ‘especificidad’ de nuestras desgracias nos podrían llevar también a identificar soluciones de suficiente complejidad, ya que la enorme complejidad de lo nuestro y el fracaso de las soluciones simples que copiamos ciegamente del pensamiento ajeno es lo que hoy nos agobia. Por eso esa cruzada que propone Manuel no puede ser como una versión más de lo que generó a nuestros países, pero podría ser el resultado de reflexiones colectivas acerca de nuestras horrorosas experiencias, ya que ellas han sido generadas por las mismas ideas que hoy llevan a la crisis global, por las mismas ortodoxias de la izquierda y de la derecha, por el marxismo-leninismo y por el desarrollismo neoliberal que han impedido nuestro buen vivir.

Julio Carrizosa Umaña

A quienes conmigo van…

He escrito este libro con sentido de urgencia. Es el año de 2020. Me encuentro, como casi todos los humanos de este tiempo, confinado. Una pandemia, que empezó en un mercado de pescados de China, a finales de 2019, se extendió por todo el mundo, y ya cobra millones de infectados. Hoy es 13 de octubre de 2020. Los efectos de la crisis son más devastadores que lo que pensábamos. La Organización Mundial de la Salud ha revelado que el duelo, el aislamiento, la pérdida de ingresos y el miedo están generando o agravando trastornos de salud mental en el 93 % de los países del mundo. Ha aumentado el consumo de alcohol o drogas y afecciones como el insomnio y la ansiedad. Un estudio llevado a cabo entre junio y agosto de 2020 reveló que la Covid-19 puede traer complicaciones neurológicas y mentales, como estados delirantes, agitación o accidentes cerebrovasculares*. No obstante, este no es un relato sobre la crisis, sino una argumentación de la esperanza, por eso pido escuchar (aquí, para empezar) una canción que se conoce desde el siglo XV, y que forma parte del romancero fundacional de nuestra lengua: el “Romance” del conde Arnaldos. Esta especie de ‘descanción de la esperanza’ —“yo no digo esta canción sino a quien conmigo va”— se ha venido cantando desde los tiempos en que la vida humana era una suerte de armonía en ebullición (que ahora hemos perdido) entre los seres humanos y los demás seres vivos**.

Algunos textos de este libro funcionan de manera independiente. Los lectores pueden ir a ellos siguiendo esta especie de bitácora para organizar sus navegaciones. El mar es turbulento (no los voy a engañar). Pero, aunque hay puertos felices, no es fácil llegar a ellos. Este es el desafío: mirar la crisis desde una perspectiva de complejidad para alcanzar los puertos difíciles. Quienes quieran esquivar las tempestades pueden ir directamente a la página 165. Ahí está “la armonía que perdimos”. Lo que podemos hacer para recuperarla. No hay fórmulas simples, pero sí una fuerza en expansión, viento ligero del sur que empuja la esperanza desde el corazón de los más jóvenes. Las coordenadas están dispersas a lo largo del texto (en forma de poesía, música, pintura, notas, frases destacadas; los códigos QR son los faros), pero el motor de la esperanza está en la página 403. Los dos capítulos iniciales pueden leerse como una introducción. No le llamé así debido a que es algo larga. Pero funciona como diagnóstico del mundo en que vivimos, y examina la emergencia climática en clave Covid-19. Los dos veranos reseñados resultan claves para entender la manera como se fue agravando la crisis, especialmente entre 2007 y 2018; también fue durante esta década que se profundizó el divorcio entre la ciencia y la política. Intenté atenuar lo triste de las burocracias con algunos paisajes de verano. Si quieren ir al del 2007, los invito a la plaza Margarita Xirgú de Madrid (ver página 93), pero si lo que prefieren es un verano aún más caliente, vayan a la página 113. El tema de la bifurcación es esencial; está entre las páginas 165 y 225. A quienes se interesan por el porqué de las cosas les sugiero empezar por el principio. Este libro es eso: una larga reflexión sobre el porqué. Desde la página 367 intento contestarme la pregunta de Baltazhar: ¿hemos fracasado? La respuesta es evidente, pero desde la educación podemos enmendar los errores sistémicos y construir un futuro ladrillo a ladrillo (capítulos 7, 8, 9 y 11). Acertar en el diseño de las infraestructuras tecnológicas de las transiciones es definitivo. Estas opciones deben examinarse primero en las universidades y los centros de pensamiento. En la página 151 me refiero a la energía nuclear de fisión como opción de transición hacia un futuro nuclear de fusión atómica. Invito a las grandes acciones (páginas 148, 161 y 225) desde mi experiencia docente (páginas 283 y 291) para lo cual es útil repensar el activismo ecologista (página 273) y concebir una educación para la acción (página 263). Jean-François Millet hizo su cuadro del Ángelus en 1859 (página 439). Salvador Dalí acabó Reminiscencia arqueológica del ángelus de Millet en 1934. La portada de este libro sugiere la evolución de la crisis entre los siglos XIX y XX. La relación entre los seres humanos y la tierra. Ahí está buena parte del porqué de las cosas. Y, por último, mi nieta Elena brinca por cada página, pero lo suyo va en el epílogo (página 433). ¡Buen viento y buena mar!

Anoté algunos epígrafes para enmarcar las reflexiones que aquí ofrezco. Cierto marco de pensamientos (también faros) que otros han expresado, al tenor de otras crisis (que a lo mejor es una sola), y que la humanidad ha soportado en diferentes momentos. Me anima la esperanza de que, cuando todo esto acabe, admitiremos nuestra ‘nueva vulnerabilidad’, depondremos ciertas dosis de soberbia, y construiremos una mejor sociedad. Escribo desde las voces de quienes conmigo vienen: mis maestros, mis alumnos, mis obsesiones y mis dudas. De ellos son los epígrafes que buscan enmarcar la lectura de este libro.

Empezaré con Sófocles, un poeta trágico de la antigua Grecia que comparte con Eurípides y Esquilo el Olimpo del teatro universal. Pero decir que Sófocles me acompaña (año 496 a. C.) sería una muestra de pedantería tal que no quisiera ofrecer como abrebocas. Entonces diré que la cita que he escogido la obtuve no de Sófocles, sino de Malcolm Lowry, este sí, contemporáneo de mis días. Lowry, quien alcanzó a escribir que la única esperanza es el próximo trago, puso este epígrafe de Sófocles en su novela Bajo el volcán, una de mis obsesiones más felices:

 

De cuantas maravillas pueblan el mundo, la mayor, el hombre. A la Tierra también, la anciana diosa, incansable, inmortal, ha domeñado con sus ágiles mulas […] su avance no detiene azar alguno, y no hay dolencia que le salga al paso que a soslayar no acierte. De solo un mal no escapa: de la muerte1.

Mi abuelo era irlandés —por lo tanto, testarudo y escéptico—; gustaba espolear mi prepotencia juvenil con un verso de William Yeats: “Things fall apart; the centre cannot hold” (las cosas se desmoronan, el centro no puede resistir). Yeats escribió este verso en su poema “El segundo advenimiento” a principios del siglo XX. En 1977, lo retomó Theodore Roszak e hizo, tal vez, una reinterpretación optimista de aquel mensaje en su libro Persona/planeta. Lo que había escrito Yeats es que:

La anarquía se abate sobre el mundo, se suelta la marea de la sangre, y por doquier se anega el ritual de la inocencia; los mejores no tienen convicción, y los peores rebosan de febril intensidad. Se aproxima el segundo advenimiento2.

Pero Roszak, que era norteamericano y (por lo tanto) más optimista que Yeats, matizó que aunque era cierto que algunas veces las sociedades se desmoronan, también lo era que (en algunos casos) liberaban energías afirmadoras de vida; de manera que aquello que podía haber parecido anarquía fatal o ‘desmoronamiento valórico’ desde el punto de vista del centro cultural establecido, podía ser, en realidad, el conflictivo nacimiento de un nuevo y apropiado orden más humanamente social3. Creo que lo ocurrido, por lo menos durante los diecinueve siglos posteriores al aserto de Sófocles, confirma de alguna manera su sentencia. El hombre era la mayor maravilla de las que poblaban el mundo. Me pregunto si hoy lo seguirá siendo, teniendo en cuenta que, por haber intentado domeñar a ‘la anciana diosa’ Gaia, ha conseguido impactar a la esfera de la vida: la biósfera, de modo letal e irreversible. Rabindranath Tagore, educador indio del siglo XIX, vio venir al monstruo (también en los albores del siglo XX) y lo anunció en el epígrafe que da marco a este libro:

La historia ha llegado a un punto en el que el hombre moral, el hombre íntegro, está cediendo cada vez más espacio, casi sin saberlo, al hombre comercial, al hombre limitado a un solo fin, y este proceso, asistido por las maravillas del avance científico, está alcanzando proporciones gigantescas que causan el desequilibrio moral del hombre y oscurecen su costado más humano, bajo la sombra de una organización sin alma4.

Pero Tagore no alcanzó a comprobar hasta dónde el oscurecimiento de nuestro costado más humano nos llevaría como especie, como civilización y como cultura, hasta la amenaza de nuestra propia supervivencia colectiva. No alcanzó a comprobar hasta dónde la sentencia de Sófocles se quebraría durante la segunda mitad del siglo XX, pues murió (Tagore) en 1941, pero Hans Joachim Schellnhuber, reciente director emérito del Instituto Potsdam, uno de los centros de investigación científica sobre el cambio climático más reconocidos, nos completó la plana en 2019 (el hombre ya no es la mayor maravilla de cuantas pueblan el mundo):

El cambio climático está ahora alcanzando el desenlace en el que, muy pronto, la humanidad deberá elegir entre tomar acciones sin precedentes, o aceptar que todo se ha dejado para muy tarde y sufrir las consecuencias […] si seguimos por el camino que llevamos ahora hay un gran riesgo de que acabemos con nuestra civilización. La especie humana sobrevivirá de alguna manera, pero destruiremos casi todo lo que hemos construido en los últimos dos mil años5.

Los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) habían alertado a la humanidad, en el año 2018, sobre una acción urgente que debían emprender las sociedades: implementar, antes de 2030, “cambios de gran alcance y sin precedentes” para abandonar la economía intensiva del carbono y aspirar a un salvamento integral de la vida. Pero diez años parecían un periodo demasiado corto para realizar los grandes cambios. Este inusitado “laboratorio de sociedad baja en carbono” al que nos obligó la pandemia puede ayudarnos a acelerar los procesos de cambio estructural. Pero también puede empujarnos hacia un abismo inédito, si no aprendemos las lecciones de la crisis y preferimos la inercia de la inacción.

Creo que una cruzada educativa global pensada no para los próximos diez años, sino para un periodo mucho más largo, puede garantizar el tránsito hacia una nueva sociedad, y con ello detener la doble amenaza que hoy nos arrincona. La amenaza del Antropoceno y la amenaza de la gobernanza global. Dos procesos en trance de desmoronamiento valórico. La amenaza del Antropoceno se manifiesta mediante la emergencia ambiental y climática global; y la amenaza de la gobernanza global puede comprobarse en el crecimiento de las desigualdades, el aumento de la pobreza, los estados fallidos, las precarias democracias y la amenaza nuclear.

El tránsito hacia una nueva sociedad debe empezar ya; durante la pandemia (periodo incierto), cabalgando entre sus miedos e incertidumbres, desafiando la cotidiana muerte de miles de seres humanos y afirmando, por encima de todo, la vida. Escribo desde mi experiencia como profesor universitario. Desde mi puesto de ser humano al que le fue dado transitar entre los siglos XX y XXI, el periodo de formación, y quizá de desenlace, de la crisis del cambio global. Escribo en calidad de testigo del Antropoceno. Durante el tiempo de los más fabulosos avances tecnológicos alcanzados por la más alta ciencia que hemos labrado a través de siglos de cultura y civilización humanas, podemos constatar que la doble amenaza que nos acecha —la crisis climática y el debilitamiento de las democracias— son producto del pensamiento del Hombre.

Noam Chomsky les ha llamado “las amenazas gemelas” (Cooperación o extinción, Penguin Random House, 2020), pero el cambio global y las armas nucleares de destrucción masiva son quizá las más complejas elaboraciones de un pensamiento humano que ha venido refinándose desde cuando Nicolás Copérnico, Galileo, Kepler, Descartes y Newton dieron forma a una ciencia prometeica que, sin embargo, hemos usado como armas de doble filo. Estas dos amenazas son bélicas. El carácter guerrero del armamentismo nuclear es evidente, el otro es menos conocido. Andrew Harper, asesor especial sobre Acción Climática de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), se ha encargado, recientemente, de recordarlo: “Es una guerra contra la naturaleza. Nosotros la hemos desencadenado y estamos pagando las consecuencias. La gente está huyendo para poner a salvo su vida”6.

Habíamos aprendido a usar los recursos naturales para el bienestar colectivo, pero inventamos también la forma de acabar con ellos hasta la extinción de innumerables especies y ecosistemas; consagramos el esfuerzo colectivo del progreso al propósito de crecer de manera ilimitada (como si este fuera un planeta infinito) y logramos la proeza de desestabilizar las condiciones físicas y químicas de la atmósfera, algo que ninguna otra civilización había logrado. Cuando nos dimos cuenta de que podíamos aprovechar las formulaciones teóricas de la física clásica para dar el gran salto ‘en hombros de gigantes’ que significó la mecánica cuántica, decidimos usar aquel conocimiento simultáneamente para la vida y para la muerte. Para la producción de energía nuclear y de armas nucleares. Parece que no habíamos quedado satisfechos con los resultados de la Primera Guerra Mundial (1914-1917) y decidimos prepararnos en serio para la segunda, y después para la tercera. Niels Bohr y Werner Heisenberg y Robert Oppenheimer y Leo Szilard y Jonh von Neumann y Enrico Fermi y Albert Einstein se emplearon a fondo en los proyectos Manhattan y Uranio. Parecían competir por el hallazgo de una gran solución para la vida, cuando, en realidad, lo hacían para la muerte; así se comprobó el 6 de agosto de 1946 en Hiroshima y Nagazaki. Sin embargo, esos mismos principios teóricos habrían de servirles a Rutherford, Planck, Hahn, Fermi, Meitner y algunos otros para desarrollar la energía nuclear para usos pacíficos7. Chomsky publicó sus advertencias en medio de la pandemia, y sus pensamientos han removido los míos sobre la urgencia de abandonar la perspectiva ecologista tradicional que rechaza el uso de la energía nuclear de fisión como energía de transición hacia un futuro libre de carbono8. Propongo adoptar una actitud favorable a este uso de energía mediante un nuevo tipo de ambientalismo: el ambientalismo nuclear. Y me apoyo en quien iluminó el camino sobre esta nueva realidad, James Lovelock:

Debemos vencer el miedo y aceptar la energía nuclear como una fuente de energía segura y probada que causa perjuicios mínimos a escala global. Hoy es tan fiable como puede serlo cualquier otro sistema en el que intervenga la ingeniería humana, y tiene las mejores estadísticas de seguridad de todas las fuentes de energía a gran escala9.

Una de las primeras alertas que lanzaron los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) fue la de que podría haber nuevas enfermedades, pandemias, zoonosis y mutaciones biológicas en los ecosistemas intervenidos artificiosamente por el Hombre. En el año 2015 apareció un artículo del investigador Boris Schmid en la revista PNAS. Allí se explicaba cómo el clima podía crear una pandemia. El autor recordó que la peste negra, que diezmó la población europea a mediados del siglo XIV (la bacteria Yersinia pestis, que desapareció en el siglo XIX), surgió como consecuencia de una zoonosis. Los investigadores estudiaron las condiciones climáticas que precedieron a la propagación de la enfermedad, recopilando datos epidemiológicos de más de 7700 brotes de peste y en los anillos de los árboles de varias regiones de Asia Central. El trabajo sostiene que los diversos brotes de peste en Europa fueron consecuencia de diferentes eventos climáticos. Pues bien, a pesar de que ya se han publicado numerosos artículos, corroborados por estudios científicos, sobre el hecho de que los nuevos virus están asociados a la destrucción de los ecosistemas, la deforestación, el tráfico de animales silvestres, la expansión de los monocultivos y el cambio del uso del suelo, la mayoría de los análisis sobre la pandemia parece ignorar estas evidencias.

Me he preguntado muchas veces ¿por qué perdimos la armonía que tuvimos? Y he corroborado, ya en los primeros veinte años del siglo XXI, lo que pensó Roszak en la segunda mitad del siglo XX, cuando escribió, en su libro El nacimiento de una contracultura, que la angustia ambiental de la Tierra ha afectado nuestras vidas como una transformación radical de la identidad humana10. En medio del encierro del coronavirus, he tenido días en que pierdo la esperanza y días en que la recupero. He tenido, incluso, días de una esperanza demencial (como escribió Ernesto Sábato). Momentos en los que siento que las posibilidades de una vida más humana están al alcance de nuestras manos. Escribo desde esta perspectiva: la de poder impulsar, desde la educación, la construcción de una sociedad más humana. Creo que eso bastaría para empezar a recuperar la esperanza. Por eso haré mías las palabras que escribió Sábato, hace más de veinte años, en su libro La resistencia, y que parecen haber sido escritas (sentidas, pensadas) para uno de estos días difíciles que estamos viviendo: