¿Cómo ves? Ecología urbana

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¿Cómo ves? Ecología urbana
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Universidad Nacional Autónoma de México

Enrique Luis Graue Wiechers

Rector

William Henry Lee Alardín

Coordinador de la Investigación Científica

Guadalupe Valencia García

Coordinadora de Humanidades

Jorge Volpi Escalante

Coordinador de Difusión Cultural

César Augusto Domínguez Pérez-Tejada

Director General de Divulgación de la Ciencia

Socorro Venegas Pérez

Directora General de Publicaciones y Fomento Editorial




Universidad Nacional Autónoma de México

La colección ¿Cómo ves? busca presentar a los jóvenes temas fundamentales de su interés, tratados de manera breve, clara y rigurosa, pero no por ello menos amable.

El propósito es ofrecer títulos en los que el público encuentre respuestas a interrogantes nacidas de experiencias y reflexiones cotidianas; es decir, se trata de acercar a los lecto­res jóvenes a la ciencia y demás disciplinas que constituyen la cultura.

Table of Contents

Introducción

¿Por qué todos queremos vivir en la ciudad?

La historia del crecimiento de las ciudades

Las tendencias urbanas a escala mundial en la actualidad

El concreto como aislante del ecosistema

Nos aislamos de la naturaleza

Las consecuencias de vivir aislados

Verde, verde es todo lo que tengo

Los beneficios que dan los parques y camellones a la ciudad

Los parques y la sociedad

Vecinos invasores: la naturaleza en las ciudades

En el metro pasa de todo, hasta evolución

La diversidad urbana

Todo está relacionado

La ciudad como un socioecosistema

Los actores que interactúan en la ciudad

Más calles, más autos, más contaminación (la segunda versión de la desigualdad)

Manejo del territorio (gentrificación)

Los pilares de la sostenibilidad urbana

Agua

Energía

Alimento

No hay sostenibilidad con desigualdad

El cambio climático en las ciudades

La vulnerabilidad de las ciudades frente al cambio climático

¿Las ciudades pueden ser sostenibles?

Conclusión

Lecturas recomendadas

Aviso legal

Introducción


Recientemente todos hablamos de las ciudades. Los centros urbanos se han vuelto el foco de atención de biólogos, arquitectos, políticos, economistas y paisajistas. Las ciudades han sido parte de la civilización humana desde hace más de 5 000 años, pero hasta hace unas décadas estamos tratando de entenderlas a fondo. ¿Por qué nos llaman tanto la atención estos lugares si ocupan menos de 3% de la superficie habitable del planeta? Hay varias razones, entre ellas, porque las ciudades son muy intensas en cantidad de personas, materia y energía; la humanidad pasó de ser primordialmente rural a citadina (más del 50% vive en ciudades); desde hace más de medio siglo crecen de manera exponencial (entre 1985 y 2015 las zonas urbanas se expandieron en promedio cerca de 10 000 km2 por año); todo ocurre a una velocidad vertiginosamente rápida, y tal vez porque las ciudades son como hoyos negros que succionan energía, alimento o cultura del planeta. Lo mismo sucede con los tratados comerciales.

Por estas razones y posiblemente muchas más, en este mundo que afronta grandes retos como el cambio climático, las pandemias y la reducción en la biodiversidad, los políticos, los científicos y la sociedad en general estamos volteando nuestras miradas hacia las ciudades. Éstas son fundamentales para comprender los caminos que nuestra civilización puede seguir para reducir nuestra vulnerabilidad frente a estos retos, que son mucho más grandes de lo que podemos manejar.

Sin embargo, hay de ciudades a ciudades y cada una es diferente de su vecina, incluso dentro de un mismo continente. Las ciudades contrastan desde su origen, edad, historia o la propia forma de edificarse. Curiosamente, los continentes que cuentan con las ciudades más antiguas del planeta, como África y Asia, son las que ahora están construyendo nuevas metrópolis para albergar a cientos de miles de personas en las próximas décadas. Algunos países europeos y latinoamericanos, como México, cuentan con ciudades maduras de miles de años que estabilizaron su crecimiento a finales de la década de 1980. Canadá y Estados Unidos tienen ciudades muy jóvenes (algunos cientos de años), pero también fijaron su incremento un poco antes que nosotros o los europeos.

Si a la madurez y al crecimiento se le añade la cultura que se cultiva en cada ciudad, se forma un collage urbano que se refleja en las contrastantes actividades que hacen todos los citadinos en cada región. Algunas ciudades comienzan muy temprano con la venta de la pesca nocturna; otras se despiertan más tarde con café y pan recién horneado; algunas más con personas semidormidas en transporte público con la prisa de llegar al trabajo. Esto repercute en los olores, la movilidad, la comida, la arquitectura, el carácter de la ciudad y en la razón de este libro: la forma en la que nos relacionamos los citadinos con la naturaleza urbana.


Centro Histórico de la Ciudad de México.

Y sí, los urbanitas vivimos dentro de un ecosistema que tiene procesos naturales constantes, a pesar de que nos pensamos aislados gracias a las capas de concreto que separan nuestros pies de la tierra que alguna vez vio el Sol. Pero incluso con ese aislante, es un hecho que los citadinos interactuamos con el ecosistema urbano que nos rodea.

La dinámica que el ecosistema ha tenido por milenios en la región donde se establece una ciudad influye en la vida cotidiana de los humanos que viven en ella. Y no sólo me refiero a barrer las hojas del árbol que está frente a nuestra casa o gritar cuando una araña osa traspasar las barreras de concreto y aposentarse en nuestro lavabo en espera de un mosquito; hablo de toda nuestra vida cotidiana.

Dependemos de la dinámica del ecosistema para tener agua para beber y bañarnos, para que no huelan mal las calles con nuestros deshechos, para respirar aire limpio y alimentarnos, o para caminar en días soleados sin deshidratarnos. Aun cuando no la vemos, la naturaleza está ahí dentro de nuestras casas, trabajos, escuelas, calles, parques y lotes baldíos.

La naturaleza ha estado presente desde antes de que nuestros antepasados construyeran la primera casa, pero es sólo cuando nos fijamos en las pequeñas cosas que cotidianamente suceden en nuestro hogar, en el parque y hasta en el metro, que podemos ver a la naturaleza desplegada frente a nuestros ojos. Conocerla y entenderla puede ser el último recurso para transitar hacia la sostenibilidad en las próximas décadas, ya que enfrentaremos eventos extremos por el cambio climático, pandemias por la destrucción del hábitat, y disminución de agua y alimento por la reducción de la biodiversidad.

 

¿Por qué todos queremos vivir en la ciudad?


Antes de pensar en nuestra obsesión por vivir en una ciudad, debemos comenzar por saber a qué nos referimos cuando hablamos del término “ciudad”. ¿Cómo distinguimos una ciudad de un pueblo, una ranchería o un caserío? La respuesta está en el número de personas que viven en ese territorio. En México, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía e Informática (Inegi) define a la ciudad como un lugar donde viven más de 2 500 personas. Este dato también es utilizado en Estados Unidos para categorizar a una población como ciudad, pero otros países, por ejemplo Japón, sólo considera calificar un lugar como ciudad cuando alberga a 50 000 personas. Todo lo contrario sucede en los países escandinavos, como Suecia y Dinamarca, que consideran que una ciudad es aquella población que cuenta con un mínimo de 500 habitantes. Las poblaciones que están por debajo del umbral de número de habitantes que considera cada país, se categorizan como rurales.

México dejó de ser primordialmente rural a mediados del siglo xx (desde 1950 más de la mitad de los mexicanos viven en alguna ciudad). La cifra ha ido en aumento, y el mismo Inegi indica que para el censo de 2010, 78% de los mexicanos viven en una ciudad, y diez años después el porcentaje aumentó a 80; es decir, somos un país que está por encima de la media en esto de vivir en las ciudades.

La cantidad de mexicanos que viven actualmente en una ciudad es muy similar al promedio de los países de la Unión Europea. Uno pensaría que Japón tendría un porcentaje menor de población viviendo en ciudades, pues el umbral de personas para calificar un espacio como ciudad es mucho más elevado al del resto del mundo, pero la proporción de personas que viven en ciudades en el país del Sol Naciente roza el 90%. Los países con menor proporción de personas que viven en ciudades (sólo 13% de urbanitas) son Burundi en África y Papúa Nueva Guinea en Oceanía.

Para comprender lo rápido que estamos cambiando en el planeta podemos hacer una comparación en el tiempo. Curiosamente ese mismo dato, 13% de personas, era el promedio mundial de habitantes de ciudades apenas en 1950. Si piensa el lector que es una fecha muy antigua, considere que la Segunda Guerra Mundial tenía apenas cinco años de haber terminado y Elvis Presley estaba por llegar a la fama con Love me tender. Sólo 57 años después, en 2007, los cálculos del Banco Mundial indican que la población urbana total cruzó el 50%, y actualmente ese porcentaje alcanzó el 55%. De modo que en siete décadas pasamos de un planeta tan rural como ahora consideramos a Burundi, a uno netamente urbano. Lo que asombra es la velocidad con la que las ciudades han crecido en número y en habitantes, y estremece pensar cómo es que el planeta soporta tantos lugares con tanta gente junta exigiendo agua, energía y alimento todos los días.


Número de personas que viven en ciudades, en diferentes continentes, desde 1990 y proyectado al 2050. El crecimiento urbano más reciente ha sido en África y Asia. Datos de la onu.


La migración del campo a la ciudad en el mundo, desde 1950 y proyectado al 2050. En tan sólo 100 años se invertirá el número de personas que habitaban en el campo y que vivirán en ciudades. Datos obtenidos de la onu.

Pero, ¿cuál es la razón por la que en menos de un siglo hubo un cambio tan radical en las costumbres de la mayoría de los pobladores de la especie humana?, ¿qué ha hecho que las personas con diferentes pasados, culturas, costumbres y aspiraciones opten por la vida urbana?, ¿será algo inherente a nuestra especie o está relacionado con la historia? Es muy difícil tener una respuesta para estas preguntas, en parte porque son varias las circunstancias que nos llevaron a que los humanos decidamos vivir principalmente en las ciudades. Un análisis de la historia de éstas y de las tendencias actuales urbanas nos ayudaría a sentar las bases para comprender este fenómeno.

La historia del crecimiento de las ciudades

Desde hace unos 5 000 años al ser humano se le ocurrió construir ciudades para vivir en ellas. Mesopotamia fue el sitio donde surgieron las primeras aglomeraciones de pobladores, aproximadamente 2 000 años después de que los humanos dejaran de ser nómadas y comenzaran a practicar la agricultura y ganadería sedentaria. Alrededor de las ciudades se fundaron y desarrollaron las grandes civilizaciones como las asiáticas, las europeas y las precolombinas. Todas ellas tuvieron diferentes tiempos de desarrollo urbano y con distintas etapas de crecimiento, debido a circunstancias particulares como guerras, religiones, arquitectura y el propio ecosistema donde se establecieron; pero todas tienen un patrón similar en su relación con la agricultura y la naturaleza.

La agricultura y ganadería sedentaria tuvo muchas ventajas. En primer lugar, las familias que la practicaban lograron producir más de lo que necesitaban para vivir. Una familia que tiene asegurado su futuro inmediato de alimentación tiene dos grandes ventajas: la primera, es que pueden sentarse a pensar después de la faena, sabiendo que comerán al día siguiente; de este modo, la mente humana puede meditar sobre cualquier tema. Los tiempos de reflexión cotidiana promovieron la cultura, la posibilidad de razonar (la filosofía) para explicarse cómo funciona el mundo (la ciencia) y mejorar la producción agrícola con menos esfuerzo (la tecnología). En segundo lugar, las familias que producían más alimento de lo que consumían intercambiaban sus excedentes, lo que llevó a una mayor capacidad de reproducción. Esto les permitió aumentar la variabilidad en la dieta y obtener otro tipo de bienes.

Así es como surgen las ciudades, pues es más práctico vivir aglomerados cuando se cuenta con bienes acumulados para protegerse de ataques externos, tanto de otros grupos de personas como de animales depredadores. También la alta densidad de personas da mayor facilidad para comerciar los productos excedentes. Rápidamente esta primera organización llevó a la especialización de producción dentro de las ciudades, ya que mientras unos cultivaban otros hacían telas para vestir o jarrones para conservar agua. El humano se dio cuenta de que no era práctico llevar a cabo muchas actividades: una persona no puede ser experta en el cultivo, la costura, la alfarería y al mismo tiempo traer agua y reparar el techo de la casa después de una tormenta. Aun cuando una persona pueda hacer todas esas tareas, requiere de más tiempo que aquellas que se especializan en una sola de ellas. De este modo, el territorio de la mayoría de las ciudades que se establecieron eran un mosaico de personas que cultivaban en sus parcelas y otras que se dedicaban a distintas labores.


Plano de México Tenochtitlan, impreso en 1524. Ubicado en las Cartas de relación, escritas por Hernán Cortés al emperador Carlos I de España.

El contacto con la naturaleza se mantuvo en estas ciudades nacientes, pues caminando rumbo a su casa un citadino podía ver al vecino cosechar sus productos y ayudarle, si se llevaban bien. También sufriría si la helada destruyó toda la cosecha en una noche, pues sabía que esto ocasionaría hambruna en la ciudad en las siguientes semanas. Observando, las personas estaban conscientes de que lo que sucedía en sus ecosistemas les afectaba incluso en lo que comerían en el futuro cercano.


Área rural. Sembradío en el campo.

Sin embargo, poco a poco las personas que se dedicaban al cultivo fueron relegadas hacia la periferia de las ciudades, pues el comercio requiere poco espacio y la agricultura de mucho terreno. Aun fuera de la zona céntrica, los productores de alimentos mantenían una relación relativamente cercana con la ciudad. La producción era, en ese entonces, lo que ahora consideramos “orgánica y local”, pues los fertilizantes eran naturales (fondo de los lagos, guano de aves, estiércol de ganado y desechos vegetales) y la energía requerida para el transporte era baja, pues incluso llevaban las mercancías cargándolas sobre sus espaldas.

Suena trivial, pero el hecho de que el alimento se generara cerca de las ciudades tuvo muchas implicaciones en el comportamiento de las personas. Los productores de alimentos y los citadinos compartían el mismo clima, y éste afectaba a ambos: una sequía o una inundación era un problema que tenían que afrontar ambos grupos al mismo tiempo.

La evolución de las ciudades fue complicada por las guerras, la economía, las alianzas entre Estados y los virajes radicales de los gobernantes, lo que modificó profundamente las raíces de cada ciudad. Con el tiempo, las ciudades se volvieron centros para comerciar debido a la facilidad para intercambiar productos por la apertura de caminos y la fortaleza de los gobiernos que proveían de seguridad a los viajeros entre cada región urbana. Así, la especialización cambió de escala. Antes se encontraba en los barrios, y posteriormente la ciudad completa se especializó en la producción de algún bien en específico. Con esto, algunos artículos agrícolas perecederos, pero de vida más larga, podían transportarse entre ciudades y la agricultura se desplazó todavía más hacia las afueras de las zonas urbanas. Ya no eran los vecinos cercanos, ni los que vivían a la orilla de la ciudad; los agricultores pasaron a otra categoría de región: la zona rural.

Así, mientras que la densificación urbana permitía mayor comodidad a sus habitantes con servicios como abastecimiento de agua, drenaje, centralización de alimentos y electricidad, la poca densidad de las zonas rurales hacía incosteable la provisión de estos servicios y se fueron volviendo menos atractivas. Las personas de las zonas rurales comenzaron a ser extraños, con costumbres y preferencias diferentes, que vivían en zonas inhóspitas alejadas del bullicio de la ciudad.

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