GuíaBurros: Cómo vencer el estrés laboral

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GuíaBurros: Cómo vencer el estrés laboral
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Cómo vencer el estrés laboral

Sobre la autora


Lola López es licenciada en Psicología por la Universidad Complutense de Madrid y especialista en Psicología empresarial.

Es profesora de Mindfulness (MBSR) por las Universidades de Massachusetts y Brown y Máster en Recursos Humanos por el Instituto de Empresa (IE).

También es experta en psicodinámica de grupos para empresas además de diplomada en Psicología de las Organizaciones y en Psicología Positiva.

Es socia-directora de Mindfulness Psicólogos empresariales en donde imparte programas de formación para la reducción del estrés, Gestión e Inteligencia Emocional y Liderazgo Consciente, para diferentes empresas privadas e instituciones.

Profesora de la escuela de Gobierno y Liderazgo de Colombia para Latinoamérica.

También es psicóloga-directora de Psicología y Mindfulness Madrid donde trabaja en colaboración con distintas instituciones formativas.

Miembro acreditado de la School of Public Health de la Universidad de Brown.

Ha desarrollado su labor profesional durante veinticinco años como psicóloga y responsable de selección en el Instituto de Empresa Business School (IE).

Autora de los libros Mindfulness para empresas. La excelencia empieza en ti; GuíaBurros: Mindfulness. Programa de reducción del estrés y GuíaBurros: Aprende a gestionar el estrés.

Agradecimientos

Dedico este libro a mis padres, por su amor incondicional, sus enseñanzas y su ejemplo de vida.

También se lo dedico a mi hija Patricia, que enriquece mi vida cada día y la llena de mayor sentido.

A mis hermanos y a mis amigos más queridos, por su apoyo y cariño a lo largo de los años.

Me gustaría dedicárselo, además, a todos aquellos que favorecen al ser humano en sus puestos de trabajo y ayudan al cuidado de las personas en el entorno laboral. También quiero dedicárselo a aquellos otros que se ocupan de sí mismos para hacerse cada día más resilientes, satisfechos y felices, contribuyendo a una mayor salud personal, colectiva, social y laboral.

Mi agradecimiento también a Editatum, por su confianza.

Finalmente os doy las gracias a todos cuantos estéis leyendo este libro, por el interés en aquello que nos empuja y transforma, que es el estrés. Gracias a vosotros seguiremos avanzando como personas y como trabajadores en las empresas y organizaciones.

Introducción

El estrés es la gran pandemia del siglo XXI. La mala gestión del estrés produce muchas enfermedades, disminuye el bienestar y perjudica directamente la salud de las personas. Pero el estrés, contrariamente a lo que podríamos pensar, es algo necesario, pues gracias a la frustración y demás efectos desagradables que produce podemos avanzar, crecer como personas y encontrar nuevas oportunidades. Ante todo, el estrés es un mecanismo de supervivencia.

La clave reside en dejar de ver al estrés como un enemigo y convertirlo en un aliado; en abrazarlo en vez de resistirnos a él, pues de la aceptación viene el compromiso, hacia nosotros mismos y hacia los demás, de ser mejores y más felices y de poder solucionar con éxito las adversidades que la vida nos vaya poniendo a nuestro paso. Por mucho que en principio el estrés sea un mecanismo de supervivencia que nos puede ser muy útil a la hora de progresar, lo cierto es que, en muchas ocasiones, en vez de ayudarnos nos sobrepasa, y por ello vamos a tratar en este libro de entenderlo para gestionarlo mejor.

Lo que incide negativamente ante el manejo de los desafíos que nos pone la vida por delante es la limitación de nuestras capacidades para afrontar el estrés que nosotros mismos muchas veces generamos debido a nuestra interpretación de la realidad que nos sumerge en un mundo mental lleno de pensamientos negativos sobre nosotros y las situaciones que nos afectan. No en balde tenemos un sistema de creencias adquiridas durante largo tiempo que nos hacen ver la realidad de una forma determinada. Lo peor, es que muchas de estas creencias nos limitan.

Las circunstancias adversas suponen un reto del que podemos, sin duda, salir vencedores y favorecidos, pues poseemos las capacidades necesarias para hacerlo. La mayoría de las veces basta con creer que verdaderamente las poseemos, porque si no tenemos constancia de su existencia difícilmente haremos uso de ellas. Otras veces, quizá solo se trata de ajustar nuestra lente mental, o cambiarla por otra más efectiva que nos permita adaptarnos mejor a los desafíos.

En cualquier ámbito de nuestra vida, necesitamos sentir seguridad y reducir la incertidumbre que nos amenaza. Obviamente, el ser humano trata por todos los medios de deshacerse del malestar que experimenta ante la adversidad que le hace tambalearse y de perseguir aquello que le gusta y le beneficia, por eso sabe defenderse del estrés.

El bienestar que tenemos depende de muchas cosas. Las circunstancias ambientales son una de ellas. Con toda lógica podemos pensar que tener una vida más o menos ordenada donde lo que nos ocurre está dentro de la normalidad que somos capaces de gestionar es lo más deseable, pero esto no siempre sucede así. En ninguna esfera de la vida de una persona, incluida la laboral, se nos despliega un escenario “a la carta”, entonces es cuando ha de intervenir necesariamente nuestra buena gestión del estrés.

Sabemos que nuestra fuerza volitiva y recursos para superar el estrés dependerán de muchas cosas, pero especialmente del barniz interpretativo que le demos a lo que nos pasa, y esto depende de nuestra mente, que genera los pensamientos que, a su vez, generan las emociones. Pero nuestra mente es algo que podemos entender, entrenar y positivizar. La mente sirve como el mejor antídoto contra el estrés que soportamos, pero también puede poner a este en nuestra contra al hacerlo más prolongado y grave al no dejar de rumiar los pensamientos tóxicos que ella misma ha generado.

Una de las cosas que necesitamos las personas para tener bienestar es estar bien en el trabajo. El malestar en el área laboral es la primera causa de estrés entre las personas. Y es que el trabajo es muy importante en nuestras vidas, pues en él pasamos gran parte de nuestro tiempo, siendo esta una actividad que tiene un papel esencial en la felicidad del individuo. Este libro se ocupará especialmente de todo aquello que nos puede afectar en el trabajo, pero, sobre todo, de nuestros recursos y capacidades a la hora de gestionar el estrés, pues, sin lugar a dudas, está en nuestra mano el ser capaces de aminorarlo y defendernos de él.

El mundo que vivimos es un lugar frenético que, aunque ha mejorado notablemente en muchos campos, hace que nos sintamos amenazados por la sensación de volatilidad e inestabilidad que generan sus incesantes cambios. La adaptación a los mismos por nuestra parte nos somete a una prueba permanente de resistencia psíquica. En toda esta incertidumbre, supone un gran alivio para nosotros el que podamos resolver, por nosotros mismos, el estrés con el que tenemos que lidiar día a día, lo cual no siempre es fácil. Qué duda cabe de que las empresas comprometidas con las personas, las cuales apuestan por el concepto de “empresa saludable” y además optimizan las condiciones laborales en la medida de lo posible, se preocupan por el aspecto humano ayudando a la gente a reconocer y gestionar su estrés, dando así oportunidades de mayor crecimiento personal y desarrollo profesional. El resultado final es, en definitiva, que con estas medidas no solo se favorece a las personas, sino que se fomentan entornos de trabajo más productivos, equilibrados e inteligentes.

Históricamente, el tema del estrés no ha ocupado tanto tiempo y esfuerzo en el cómputo de la prevención global. La sostenibilidad humana, entendida como la preocupación y ocupación por el individuo como individuo, está menos desarrollada en lo que concierne a su parte psicológica. Por eso necesitamos urgentemente, para estos días que vivimos llenos de incertidumbre y estrés, técnicas, formación, instrumentos y entornos que favorezcan la buena gestión del estrés. Pero también tenemos que seguir investigando para conseguir un completo marco de referencia sobre las consecuencias del estrés mal gestionado en las organizaciones laborales, eliminando los perjuicios sobre este en la medida de lo posible. Aún queda mucho por hacer.

En efecto, el burnout,o “estrés laboral”, es un problema al que se enfrenta, cada día más, el mundo empresarial, y también las personas en activo. Debido a lo difícilmente que se puede interpretar, entender y manejar las consecuencias derivadas del estrés, aún puede considerarse como una asignatura pendiente en la sociedad, en el mundo laboral especialmente, y la forma de gestionarlo, una de las tareas más importante a desarrollar por las personas en las empresas.

El estrés exige por nuestra parte un reconocimiento, pero también una gestión y una adaptación al mismo. Aunque son las empresas las que deben colaborar impregnando la cultura organizacional de sincero interés por el individuo no solo como trabajador, sino también como persona, mejorando así la calidad y las condiciones del entorno laboral. Del mismo modo, los trabajadores también deben preocuparse por sí mismos y por su bienestar tanto dentro como fuera del trabajo. Necesitamos saber cómo vencer el estrés laboral, el objeto de este libro.

Cuando el estrés se acumula en el tiempo es más complicado gestionarlo adecuadamente. Por ello es mejor conocer antes todas aquellas premisas que nos hacen más fuertes ante él y los recursos con los que contamos para enfrentarlo.

 

Es prácticamente imposible trabajar sin estrés, pues el estrés es inherente al hecho de vivir. Es más, sin él no haríamos nada, pues una cierta dosis de intranquilidad nos impulsa a conseguir nuestros logros. Nos incita no solo a subsistir, sino a obtener resultados y alcanzar metas. Pero a veces las condiciones laborales son tan adversas, o nuestros “tanques de resiliencia” están tan vacíos, que de forma inevitable, los efectos negativos empiezan a notarse subjetivamente y los malos resultados objetivos se manifiestan de una forma clara tarde o temprano, siendo una necesidad contundente hacer frente a la situación.

Es bien sabido que cuando no se puede afrontar adecuadamente el estrés decae nuestro bienestar, se resiente nuestro organismo a todos los niveles y, como consecuencia directa, decae también el rendimiento, la productividad, la satisfacción y el compromiso en el trabajo a la par que aumenta el absentismo. Esto no solo afecta a la empresa, sino mucho más, y más directamente, a nosotros mismos.

El gran reto que tenemos por delante no es acabar con el estrés, pues como ya hemos visto también nos es necesario, sino mejorar las condiciones de laborales para reducirlo. Pero cuando esto no sea posible y no podamos contar con la mejor de las opciones, lo ideal será lograr la suficiente resiliencia para hacerle frente, y esto depende mucho de nosotros. Es una decisión y un esfuerzo individual crecer en resiliencia. Este esfuerzo debe partir del convencimiento de que somos realmente capaces, así que recuerda que lo somos.

Empeoramos cuando nuestro malestar se prolonga en el tiempo o cuando no vemos expectativas de mejora. Entonces, las señales inequívocas ante el estrés, que nuestro cuerpo despliega, se acumulan y dañan nuestro sistema inmunológico, hormonal, endocrino, neurológico, etc. aumentando el riesgo de sufrir enfermedades, así como de desarrollar ansiedad y depresión. Por eso, lo mejor es saber cuándo estamos llegando a nuestro límite de resistencia para poder tomar medidas a tiempo y que este estrés no se haga crónico menoscabando significativamente nuestra salud.

Todo el mundo está estresado alguna vez o bien ante contrariedades cotidianas que se van presentando, o ante acontecimientos dolorosos vitales por los que todos pasamos tarde o temprano (muertes, separaciones, enfermedades, perdidas…). La vida es una carrera de salto de vallas y el estrés es inherente a ella, pero si este no nos sobrepasa conseguirá motivarnos y empujarnos para que alcancemos nuestras metas.

Si creemos que ante los problemas planteados en las situaciones que vivimos no hay nada que hacer, estamos perdiendo de antemano la batalla. Todos tenemos, potencialmente, recursos y energía suficiente para defendernos de lo que nos incomoda o nos hace sufrir, pero muchas veces no lo sabemos hasta que no llega el momento de sobrevivir, sea como sea, o de enfrentarnos con una realidad desagradable. Digamos que no nos queda más remedio que usar las defensas innatas que tenemos, aunque no hayamos nunca reconocido en nosotros esas capacidades.

Si gestionamos bien el estrés, aunque las circunstancias sean muy adversas, disfrutaremos más con nuestro trabajo, y como consecuencia, disfrutaremos también mucho más de nuestro tiempo libre. No siempre está en nuestra mano cambiar las circunstancias, pero si al menos entenderlas y aceptarlas para saber gestionarlas mejor.

Lo que nos sucede también depende de lo que la mente espera encontrar. Esta actitud de partida, es decir nosotros con respecto al mundo, es como un espejo mental que debemos resetear de vez en cuando para tener más claridad mental. Esta claridad nos pone en la antesala de la positividad y facilita mucho las cosas.

Estar mal en el trabajo nos hace no implicarnos en él lo necesario. Eludimos responsabilidades para no tener que dar cuentas de nada. Puede convertirse en un letargo permanente si no llega una solución y no podemos esperar que los demás la encuentren por nosotros, ya que está nuestra salud en juego.

La fuerza psíquica que tengamos y una buena reserva de recursos personales nos vendrán muy bien en muchas vicisitudes que se van presentado a lo largo de la vida.

En definitiva, en este libro, sobre todo abordaremos el estrés laboral desde un punto de vista individual, tratando de entender los mecanismos y recursos que nos ayudan a gestionarlo mejor desde uno mismo. Repasaremos todo lo que está en nuestra mano para poder cuidar de nuestro propio bienestar. Hablaremos fundamentalmente de la prevención como factor determinante que nos hará más fuertes y nos dará las herramientas para el afrontamiento y la gestión del estrés.

El estrés

El estrés es una respuesta espontánea de nuestro organismo ante una amenaza. Cuando es muy prolongado y no conseguimos volver al estado de reposo después de haber desaparecido el estímulo que lo provoco, pasamos del estrés (estrés bueno) al distrés (estrés malo). Lo podemos definir como malo o bueno dependiendo de si nos impulsa o nos bloquea y colapsa. Cuando llega el distrés, lo que antes nos serviría para avanzar positivamente, defendernos de posibles peligros y salvaguardar nuestro bienestar, empieza a desequilibrar nuestro organismo a todos los niveles.

En efecto, el estrés sirve para despertar los sistemas de alarma en el individuo con el fin de que este se adapte a las circunstancias del entorno, pero cuando estas demandas exceden nuestros mecanismos de adaptación durante mucho tiempo, se produce el distrés, que es el estrés patológico o crónico. Es entonces en el distrés cuando percibimos cualquier amenaza como excesiva, por muy pequeña que esta sea y nuestros recursos se ven desbordados fácilmente.

El estrés puede ser cualquier cosa que nos haga sentir mal, incómodos o amenazados. Puede ser desde un pequeño susto al cruzar una calle, hasta tener un accidente importante o que nos ocurra un acontecimiento muy traumatizante como la perdida de alguna parte de nuestro cuerpo, la muerte de un ser querido o un gran desengaño amoroso. Se puede dar en todos los ámbitos, tanto en el personal, como en el social y el laboral. Es importante saber que para que el estrés sea considerado insalvable no tiene por qué haber sido necesariamente producido por un acontecimiento especialmente desagradable, pues los efectos del estrés dependen más de la persona y su resiliencia que de los hechos objetivos.

Cuando se da lo que llamamos un estresor, que puede ser una circunstancia externa o una circunstancia interna como una emoción o un pensamiento, pues estos últimos se pueden convertir en los mayores estresantes, simplemente tratamos de defendernos para evitar la incomodidad o reducir el sufrimiento que nos produce.

Al considerar que estamos ante una situación de amenaza, experimentamos una reacción automática de alarma y nuestro cuerpo se prepara para una acción de huida o de lucha, si somos incapaces de hacer cualquiera de estas dos cosas, colapsamos. Por eso, antes de que esto ocurra, nuestro organismo se prepara para defenderse o escapar ante los peligros y los problemas.

Podemos observar que a veces el acontecimiento más nimio puede provocar en nosotros una reacción desmesurada. Esto nos demuestra que el potencial estresante no reside tanto en el estresor como en el modo que nosotros lo percibimos y lo gestionamos. Esta forma de gestionar está vinculada también, en cierto modo, a nuestro momento de saturación psíquica personal producido por la presión continua a la que nos enfrentamos. Cuando surge una situación de estrés, que es toda situación frustrante, incómoda, peligrosa, desagradable… comenzamos a producir hormonas como la adrenalina y el cortisol, que a su vez generan un aumento en la concentración de glucosa en la sangre. Todo ello facilita un mayor nivel de oxígeno y energía, cuyo objetivo es protegernos, sobrevivir y/o adaptarnos, enviando esta energía a aquellas partes del cuerpo que utilizaremos como defensa, o sea, las piernas para correr, las manos para defendernos, etc., es decir, a aquellos miembros del cuerpo que nos servirían para salir huyendo o atacar.

Cuando el estrés se prolonga demasiado en el tiempo, se acumula la indefensión ante él por nuestra parte, por lo que empiezan a notarse los efectos negativos que este tiene sobre la atención, la memoria y otras funciones cognitivas. Al acumularse y desbordarnos, las funciones ejecutivas (ubicadas en nuestra corteza prefrontal cerebral), disminuyen u operan de forma errónea, las emociones nos sobrepasan y esto provoca un círculo vicioso que produce mayor estrés. La red neuronal por defecto se pone en funcionamiento disminuyendo las funciones de la red ejecutiva responsable de nuestra capacidad de raciocinio, con la que pensamos lógicamente, tomamos decisiones, aprendemos, memorizamos, etc.

Pero así como nuestro cerebro está preparado para defenderse de acontecimientos externos de una forma automática, también lo está para hacer lo propio ante fenómenos internos como pueden ser los pensamientos incómodos o amenazantes que pueden surgir. Como resultado de estos pensamientos incontrolados, que nos hace sentir mal, nos defendemos de la misma forma que si tuviéramos un león enfrente dispuesto a lanzarse sobre nosotros…, cuando en realidad, el enemigo está dentro y desgraciadamente somos nosotros mismos. La consecuencia es que al defendernos, como lo haríamos ante un peligro real, gastamos también muchas de nuestras energías y recursos por un estrés añadido que nos autogeneramos y no corresponde realmente a un peligro físico y objetivo.

La respuesta al estrés, provenga el peligro desde fuera o desde nuestros pensamientos, es siempre la misma. No distinguimos si estamos delante de las fauces de un león o tan solo ante un miedo irracional creado por nuestra mente. Nuestro cerebro no sabe distinguir entre lo que es real y lo que no lo es, siendo por ello por lo que este reacciona del mismo modo ante amenazas tanto reales como ilusorias.

Cuando hay distrés emocional, es decir, cuando el estrés acumulado es demasiado toxico y patológico, se produce un desgaste en el organismo. Lo que era una función protectora del estrés, se transforma radicalmente generando un desequilibrio en el cerebro y en los sistemas nervioso, inmune y endocrino.

Como decimos, la amenaza que nos hace ponernos en estado de alerta puede ser real, pero también imaginaria. Cuando es nuestra mente quien imagina o interpreta generando mayor peligro, agrandamos el estrés y entramos de lleno en la esfera del miedo. Muchos de nuestros problemas, si dejamos de lado el factor miedo, no suelen ser para tanto, pero nuestra mente los puede hacer inmensamente más grandes, amenazantes y duraderos si no conseguimos darnos cuenta de los pensamientos tóxicos que generamos en torno a ellos y los sentimientos desagradables que surgen en consecuencia.

El estrés y el dolor emocional existen y aparecen muchas veces en nuestra vida, aunque no lo deseemos. Este es un hecho incuestionable. Por tanto ante esta evidencia, hemos de tratar de modificar nuestra actitud hacia las dificultades que nos trae la vida y de ser conscientes de que el dolor y el placer son experiencias humanas que no podemos esquivar. Sobre todo, debemos recordar que tenemos capacidad para gestionar los malos momentos si sabemos en primer lugar interpretarlos mejor y confiar más en nosotros mismos a pesar del miedo. No en vano, Seligman, psicólogo que acuño el término de “indefensión aprendida”, dice:

“El potencial estresante no depende tanto del estrés como de nuestro modo en que lo percibimos y gestionamos”.

Seligman demostró con ratas como estas aprendían el hecho de que no se podían defender. Después de administrarles descargas eléctricas en laboratorio en distintas partes del cuerpo, los animales asumían que era inútil lo que hicieran, ya que cuando aprendían a defenderse de la descarga aplicada en una parte de su cuerpo, el investigador le administraba la descarga en otra parte. Al final aprendían la indefensión, percibían que no tenían ningún control sobre el estímulo estresante y morían. Esto mismo nos pasa a los humanos. Cuando a una persona se le castiga continuamente haga lo que haga, o en su vida se producen uno tras otro, acontecimientos muy negativos que no consigue superar, desarrolla la indefensión aprendida. La persona deja de responder para generar un alivio, porque asume que, haga lo que haga, no podrá escapar del castigo. Esto es común en muchos tipos de depresión y se da cuando las situaciones de crianza han sido extremadamente malas o autoritarias. Lo mismo nos ocurre en la vida: podemos tener ganas de rendirnos cuando una y otra vez nos salen mal las cosas y asumimos que no tenemos ningún control sobre ellas.

 

Podemos decir que el estrés se convierte en distrés o estrés patológico cuando las demandas del entorno agotan o exceden los recursos propios que la persona tiene para defenderse. En algunos casos, desgraciadamente, la mala respuesta ante estas presiones está condicionada por las creencias que hemos introyectado de que nosotros no somos lo suficientemente válidos para muchas cosas, en base a experiencias negativas que hemos tenido. Es decir, hemos aprendido que somos incapaces y estamos indefensos ante determinados acontecimientos por el hecho de sentir impotencia ante ellos y no haber sabido, o podido, en algún momento de nuestra vida, afrontarlos. En la vida de las personas se dan fluctuaciones vitales, pero también hay una serie de contrariedades o conflictos que se pueden ir acumulando y ante los que tenemos que reaccionar.

Cuando llegan situaciones amenazantes, entra en juego nuestra interpretación de los hechos y el subsiguiente afrontamiento de estos para poder defendernos. Es lo que nosotros interpretamos de la situación estresante lo que va a marcar nuestra gestión de la misma.

A veces imaginamos desenlaces muy negativos de las situaciones a las que nos enfrentamos porque agrandamos con nuestros pensamientos el problema, anticipando resultados imaginarios nefastos y esto merma considerablemente nuestra capacidad de afrontamiento. Por eso depende mucho de nuestra personalidad como salgamos de bien o mal parados: de nuestra tendencia hacia la negatividad, o por el contrario, a la positividad; ser positivo también es un acto de voluntad.

Si sabemos gestionar el estrés y conocer nuestros límites ante él, este nos ayudará a evolucionar, prosperar y a avanzar en la vida. Es decir, actúa a nuestro favor en lugar de en nuestra contra. Una carga de estrés razonable es necesaria para conseguir nuestras metas. El estar sometidos a un estado de competición nos estimula para obtener buenos logros. Esta situación es la propia de los atletas, en la que no podemos hablar de un estrés malo, sino beneficioso, ya que es el detonante que pone en marcha la vitalidad y la energía positiva necesarias para ser competitivo.

Todos tenemos un nivel óptimo de tolerancia al estrés que depende de muchos factores, entre ellos de los recursos personales de los que disponemos para gestionarlo. Este nivel idóneo es un punto en el cual funcionamos mejor a nivel personal, familiar, laboral o social. La Ley de Yerkes-Dodson sostiene que nuestro rendimiento va en ascenso a medida que el estrés va creciendo. Existe un punto en el cual, a mayor estrés, nuestro rendimiento es máximo, pero a partir de ese punto empieza a decaer progresivamente siendo ese el momento en el cual ya no se puede aguantar más presión.

Si el grado de activación que nos produce el estrés está por encima de lo que somos capaces de gestionar, entonces se produce una saturación que desencadena una respuesta inapropiada ante él al haber quedado impotentes para gestionarlo sin comprometer nuestra salud. Este grado de saturación, o de tensión acumulada, acaba agotándonos y quemando nuestras resistencias.

Desgraciadamente, cuando sufrimos situaciones muy largas e intensas de contratiempos, preocupaciones y problemas, nuestra energía se puede acabar debilitando. Es entonces cuando nuestra atención decae y entramos en una espiral de pensamientos rumiantes negativos que no ayudan en nada, sino que, por el contrario, pueden hasta desequilibrarnos emocionalmente. Nuestros razonamientos entonces se pueden volver irreflexivos, obsesivos y cíclicos, incrementando el nivel de estrés en vez de reduciéndolo.

Hay un balanceo constante entre nuestra capacidad de gestionar el estrés y las demandas del ambiente (preocupaciones, presiones, conflictos). Ya hemos visto que si esta balanza se desequilibra, empezaremos a notar los efectos perjudiciales del estrés sobre nuestra salud. También existe como consecuencia aparejada un balanceo continuo entre nuestro sistema nervioso simpático (que nos activa) y el parasimpático (que nos relaja), los cuales forman el sistema nervioso vegetativo, estando ambos en estrecha relación con el estrés. Cuando nuestro sistema nervioso simpático se mantiene por mucho tiempo no equilibrado por el sistema nervioso parasimpático, o sea, cuando la situación de estrés persiste, y no logramos volver a la situación de reposo, nos volvemos cada vez más incapaces de gestionar nuestra ansiedad.

El sistema nervioso simpático (SNS) se dispara con el estrés, produciendo una serie de síntomas corporales: sudoración, palpitaciones, temblores, dilatación de las pupilas, sequedad en la boca, tensión de músculos, aumento de la frecuencia cardíaca y respiratoria, aumento de la presión arterial, disminución de la secreción gástrica y aumento de secreción de adrenalina y noradrenalina.

Cuando el contrapunto de este SNS, que es el sistema nervioso parasimpático (SNP), no consigue equilibrar la tensión y llegar a una homeostasis hormonal y fisiológica en nuestro cuerpo, reduciendo la actividad del sistema nervioso simpático, es que persiste la situación de alarma (dentro o fuera de nosotros), haciendo imposible que nos relajemos. Cuando es muy prolongado, entonces caemos en el distrés o burnout. Está comprobado que la buena resolución del estrés depende fundamentalmente de la forma en que valoramos nuestra propia capacidad de encararlo. Si creemos que no podemos con las circunstancias, estas, a la larga, podrán con nosotros. Por otro lado, si podemos tener cierto control sobre la situación, o percibir que lo tenemos, esto nos hará ser más positivos, pues no hay mejor condición para enfrentar las cosas que saber que podemos solucionarlas por nosotros mismos.

Cuando el estrés nos sobrepasa, nos sumimos en emociones de tristeza, ansiedad, desesperanza, incomodidad e impotencia a nivel emocional y a nivel conductual, podemos empezar a desplegar comportamientos no beneficiosos, ni para nosotros ni para el resto de las personas que nos rodean. Por eso, antes de llegar a esta situación de descompensación, es bueno ir percibiendo las señales que nos manda nuestro cuerpo en forma de sensaciones, (dolor de estómago, nudo en la garganta, ganas permanentes de llorar, palpitaciones…), y aprender a escucharlas. El reconocer que todo lo que estás soportando te supera en un momento determinado no es ser débil o significa estar enfermo, pues muchas veces esto no depende de nosotros, sino de aquello que nos toca vivir; además es humano sentirse mal.

Ante el estrés patológico, también podemos defendernos si nos preparamos para ello: esto lo haremos aumentando nuestra resiliencia, lo cual conseguiremos preparando a nuestra mente para hacerla más fuerte sirviéndonos de técnicas de reducción del estrés. El mindfulness, o desarrollar la atención en el momento presente, es una de ellas y nos será de gran ayuda. También nos será de utilidad el tener una vida sana donde exista una buena alimentación y un ejercicio continuado y en la que fomentemos nuestra fuerza de voluntad y determinación. En definitiva, hemos de esforzarnos por emprender acciones que favorezcan a nuestro autocuidado.

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