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GOBERNAR LA CIUDAD

ALCALDES Y PODER LOCAL

EN VALENCIA (1958-1979)

JUAN CARLOS COLOMER RUBIO

GOBERNAR LA CIUDAD

ALCALDES Y PODER LOCAL

EN VALENCIA (1958-1979)

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© Juan Carlos Colomer Rubio, 2017

© De esta edición: Publicacions dela Universitat de València, 2017

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

Publicacions@uv.es

Maquetación: Inmaculada Mesa

Diseño de cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Fotografía de la cubierta: Franco y Adolfo Rincón de Arellano, alcalde de Valencia, en junio de 1962

© Autor de la fotografía: José María Penalba Juliá

© Titular de derechos de la fotografía: José Vicente Penalba Salvador

Fotografías de las páginas 66, 121 y 190

© Autor: José María Penalba Juliá

© Titular de derechos: José Vicente Penalba Salvador

ISBN: 978-84-9134-264-9

A la memoria de mis abuelos: Manuel, Dolores, Francisco y MilagrosEsta historia es también suya

ÍNDICE

Índice de ilustraciones

Índice de tablas y gráfico

Abreviaturas utilizadas

PRÓLOGO de Josep Sorribes Monrabal

INTRODUCCIÓN

1. ORDENAMIENTO LEGAL Y EVOLUCIÓN POLÍTICA DE LAS INSTITUCIONES LOCALES FRANQUISTAS

La red institucional-provincial del franquismo

Los ayuntamientos: contexto histórico y marco legal

Evolución de la institución municipal en el franquismo: elecciones por tercios, renovación y problemáticas municipales

2. PODER LOCAL E INSTAURACIÓN FRANQUISTA DEL AYUNTAMIENTO DE VALENCIA (1939-1958)

«A la sombra de Aranda»: instauración de las corporaciones locales valencianas

«Cuando callan los hombres hablan las piedras»: la crisis de 1957

3. «UNA IZQUIERDA DEL RÉGIMEN»: ADOLFO RINCÓN DE ARELLANO Y EL AYUNTAMIENTO DE VALENCIA (1958-1969)

Valencia, 1958-1969: una ciudad en transformación

«Impasible el ademán»: orígenes y evolución de un hombre del régimen

Una gestión para ganar la absolución: modernidad y reacción más allá de la acción municipal (1958-1969)

Afines, indiferentes, opositores: descripción del arco municipal

SALTUV: un proyecto de empresa comunal en el franquismo

¡Qué no vuelva a repetirse! «El Plan Sur»

Un modelo turístico ¿diferente?: la urbanización de la Dehesa de El Saler

Las relaciones con «otros»: diputación y gobierno civil durante su mandato

Dimisión y deriva política posterior

4. CONTINUIDAD VERSUS RENOVACIÓN: LA ALCALDÍA DE VICENTE LÓPEZ ROSAT (1971-1973)

Continuidades y rupturas tras la crisis de 1969

Vicente López Rosat: del SEU a la alcaldía

Continuidad y renovación desde la municipalidad

Una máxima: la integración

El caso Ahumada: las elecciones municipales de 1971

Grandes proyectos

«El volem verd»

«El Saler per al poble»

Entre la lealtad y la ruptura: las relaciones con la superioridad

«Siempre he sido un falangista»: crisis del proyecto falangista en el consistorio municipal

Un nuevo alcalde valenciano, regionalista y gestor

5. «NO MOS FAREU CATALANS». EL REGIONALISMO DE RAMÓN IZQUIERDO EN EL FINAL DEL FRANQUISMO (1973-1979)

«Por amor a Valencia»: Miguel Ramón Izquierdo, un alcalde regionalista

Consistorio municipal y problemática social en el tardofranquismo

Proyectos para una ciudad en tránsito

Hablan los barrios

Interinidad de un equipo de gobierno

Logros y derrotas

La instrumentalización política de la fiesta fallera

Abril de 1979: ¿fin de ciclo y fin de una etapa?

6. «VIVÍAMOS TAN DEPRISA QUE NO VEÍAMOS EL PAISAJE»: LA VICTORIA SOCIALISTA EN 1979, TENSIONES Y RUPTURAS

Las elecciones de abril de 1979: candidatos, programas y cambio municipal

«Tu ciudad cambia con los socialistas»: la alcaldía de Fernando Martínez Castellano

Transición y corporación municipal en Valencia

EPÍLOGO

FUENTES Y BIBLIOGRAFIA

ÍNDICE BIOGRÁFICO DE ALCALDES Y CONCEJALES FRANQUISTAS

ÍNDICE ONOMÁSTICO

ÍNDICE DE ILUSTRACIONES

Ilustración 1. Fachada de la Casa Consistorial de Valencia

Ilustración 2. Adolfo Rincón de Arellano García (1910-2006)

Ilustración 3. Plan general de 1988

Ilustración 4. Proyecto de trazado viario del antiguo cauce

Ilustración 5. Sánchez Bella, el alcalde López Rosat y el presidente de la diputación, Perelló Morales, ante los planos de la urbanización de la Dehesa de El Saler. Febrero de 1971

Ilustración 6. Miguel Ramón Izquierdo (1919-2007)

Ilustración 7. Fernando Martínez Castellano (PSPV-PSOE) el día su investidura en 1979

Ilustración 8. Retirada de la estatua dedicada a Francisco Franco. Plaza del Ayuntamiento, 1983

ÍNDICE DE TABLAS Y GRÁFICO

Tabla 1. Número de concejales por número de población

Tabla 2. Alcaldes de Valencia durante la dictadura franquista (1939-1979)

Tabla 3. Relación de candidatos del tercio de representación familiar, elecciones de 1960

Tabla 4. Relación de candidatos electos por el tercio sindical y corporaciones, noviembre de 1960

Tabla 5. Composición del pleno tras las elecciones por tercios de noviembre de 1963

Tabla 6. Relación de candidatos del tercio de representación familiar, elecciones 1966

Tabla 7. Candidatos elecciones por el tercio familiar de 1970

Tabla 8. Candidatos elecciones por el tercio familiar en 1971

Tabla 9. Composición del pleno tras las elecciones por tercios de noviembre de 1971

Tabla 10. Índice de participación en las elecciones de 1973

Tabla 11. Candidatos elecciones por el tercio familiar de noviembre de 1973

Tabla 12. Concejales elegidos por el tercio sindical y corporaciones en noviembre de 1973

Tabla 13. Composición del pleno durante la alcaldía de Miguel Ramón Izquierdo

Tabla 14. Resultado de las elecciones generales al Congreso de junio 1977 en el País Valenciano

Tabla 15. Resultados en Valencia, 3 de abril de 1979 (Partidos con representación)

Tabla 16. Reparto de delegados-concejales y partidos políticos. Valencia, abril de 1979

Gráfico 1. Evolución de la población de hecho de la ciudad de Valencia (1920-1980)

ABREVIATURAS UTILIZADAS


ADAArchivo de la Democracia de Alicante
ADVArchivo de la Diputación de Valencia
AFMCArchivo personal de Fernando Martínez Castellano
AGAArchivo General de la Administración de Alcalá de Henares
AGVArchivo de la Generalitat Valenciana
AMRIArchivo personal de Miguel Ramón Izquierdo
AMVArchivo Municipal de Valencia
ARV/F.RdeAArchivo del Reino de Valencia-Archivo personal de Adolfo Rincón de Arellano García
BIMBoletín de Información Municipal
FET-JONSFalange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista
GAVGrup d’Acció Valencianista
HMVHemeroteca Municipal de Valencia
INEInstituto Nacional de Estadística
JCFJunta Central Fallera
JONSJuntas de Ofensiva Nacional Sindicalista
PCEPartido Comunista de España
PSPV-PSOEPartido Socialista del País Valenciano-Partido Socialista Obrero Español
SEUSindicato Español Universitario
UCDUnión de Centro Democrático
UDPVUnión Democrática del País Valenciano
URVUnión Regional Valenciana

PRÓLOGO

Hace poco mi buen amigo Juan Carlos Colomer Rubio me hizo un ofrecimiento irrenunciable: prologar el libro (resultado de su tesis doctoral) que le iba a publicar en breve la Universitat de València. Yo conocía bien las andanzas intelectuales de Juan Carlos desde hacía años. Habíamos comentado con frecuencia, y sobre todo en el transcurso de tres excursiones memorables que hicimos mano a mano, algunos temas que estaban sobre el tapete desde la lectura de su tesis doctoral. Sabía también de su incansable dedicación a las tareas menos gratificantes de gestión cotidiana y lo mucho que aportaba a sus compañeros haciendo caso omiso de una evidencia que él mismo me comunicó en tono jocoso y en términos de refrán: «En comunidad no muestres tu habilidad». Tener habilidades notables de gestión e informática –como es el caso– conllevaba que el «por favor, Juan Carlos» fuera un sonsonete habitual. Hasta yo me he aprovechado alguna vez.

A pesar de sus «otras» preocupaciones y ocupaciones, Juan Carlos, a base de horas, esfuerzo y constancia ha sido capaz de, primero, elaborar una tesis sólida en cuya lectura no se huyó de la polémica (¡¡qué gusto!!) y, posteriormente, preparar un texto publicable que hiciera llegar al público interesado –no sólo ni necesariamente sólo a los «especialistas»– el resultado del esfuerzo.

Y aquí me tienen, convertido en prologuista por petición expresa del interesado que –siempre tan formal– insistía en que para él era «un honor». El honor –menudo palabro–, es, en todo caso, mío, y soy perfectamente consciente que el libro de Juan Carlos Colomer Rubio (Gobernar la ciudad. Alcaldes y poder local en Valencia (1958-1967)) hubiera tenido, de querer él, prologuistas mucho más avezados. ¿Me incapacita mi amistad para ejercer ese complicado oficio eventual? Sinceramente, lo ignoro, pero lo que sí que puedo asegurarles es que precisamente por mi amistad huiré de cualquier tentación hagiográfica y, con mis muchas limitaciones, echaré mano del baúl de la honestidad, cosa que procuro hacer haciendo caso a una frase de Mark Twain que no hace mucho me impactó: «Se tú mismo. Los demás puestos ya están ocupados». Procuraré ser fiel a mi daemon socrático.

Empezaré afirmando con voz alta y clara que el libro de Juan Carlos es una excelente noticia para los que nos dedicamos a la tan menospreciada «divulgación» de la no menos menospreciada «cuestión local» en el ámbito de València, su área metropolitana o ese País Valenciano que se resiste a traspasar el umbral de una región con fuerte personalidad como apunta mi buen amigo Ricard Pérez Casado en un libro reciente (Ser valencians. Ed. Balandra, 2017).

Una buena noticia en diferentes sentidos. No me resisto a no compartir con el lector, aunque no sea, ni de lejos, lo más importante, que al leer el libro no he podido contener un ¡¡Por fin!! Por fin tenemos un texto muy serio que nos habla de un período histórico crucial para entender nuestro presente. Llevamos –esa es al menos mi opinión– demasiado tiempo con la dichosa capitalidad de la Segunda República. No se me entienda mal. Tras tantos años de ominoso silencio era justo y necesario ejercer el derecho a la memoria de aquel breve y creativo tiempo que las armas se encargaron de yugular. El propio Juan Carlos Colomer ha participado y participa del esfuerzo, al igual que mi buen amigo Jose Azkàrraga que viene trabajando incansablemente desde hace muchos años en el contexto hostil de la Valencia de Rita Barberá. Nada menos que 24 años de activa oposición a la memoria histórica.

Era lógico que reverdeciera el interés y los estudios por aquella realidad republicana y que se valorara en su justa medida el hecho de haber sido capital de la Segunda República por un breve período, con todo lo que ello supuso. Fracasado el golpe en Valencia, quizá más por incompetencia de los golpistas de primera hora, Valencia «cayó» en el bando republicano y tuvo que ejercer de retaguardia y de sede del gobierno de Azaña en su éxodo de Madrid. Lo hizo con dignidad, mucho esfuerzo y demasiadas víctimas y desde aquí se irradiaron cultura y esperanzas.

Pero he dicho en su «justa medida» y eso es lo que ha fallado, En parte por la ley del péndulo y en parte por los réditos obtenibles y los no pocos oportunistas que siempre aparecen. Ha habido –siempre en mi opinión– una inflación de celebraciones, efemérides y libros, amén de algún que otro mobiliario urbano prescindible. Un exceso que además impide percibir con nitidez algunos elementos de sentido y calidad como la ruta republicana (¡¡cuántos paseos didácticos lleva Jose Azkárraga!!), la guía de la Valencia republicana, la labor realizada con los refugios, el plano catastral de 1944 que Tito Llopis y Luis Perdigón pusieron a nuestro alcance, la presencia de la arquitectura racionalista o la reciente magnífica exposición Tempesta de Ferro en el Ayuntamiento de Valencia.

Por eso, por el exceso y la no justa medida, bienvenido sea un libro como el de Juan Carlos que, ¡¡por fin!!, nos hace mirar a otro período trascendente y del que todavía sabemos bien poco. Algún trabajo sobre los grupos de la posguerra, algunos estudios sobre el plan de 46 y el Plan Sur, algún trabajo sobre la arquitectura autárquica y los grandes proyectos no ejecutados, algún análisis de los proyectos especulativos de la Valencia del desarrollo. Muy poco, aunque meritorio, y mucho trabajo por hacer.

Pero con el libro de Juan Carlos Colomer ya sabemos bastantes cosas más y ese es su mérito principal. Y lo sabemos por su esfuerzo y su buen oficio de historiador. Ya entendemos mucho mejor la red institucional del franquismo y la importancia del poder local, la supeditación jerárquica, compatible con la existencia de diferentes «familias» (ahora les llaman «sensibilidades») y el juego entre Falange, el ejército, la Iglesia, los tradicionalistas, los monárquicos y el Opus.

El libro es tan rico en documentación y matices que resumirlo es un esfuerzo estéril y una inútil pasión. No caeré en la trampa por respeto al autor y al lector. El volumen se centra en el periodo 1957-1979 y ello nos permite disfrutar del análisis de la disidencia tolerada pero hasta cierto punto (la crisis de 1957); de la figura clave del «jefe» Rincón de Arellano, una personalidad poliédrica llena de matices a pesar de su coherencia falangista, su intento de situarse a la «izquierda del régimen» y su prédica de la revolución pendiente y de la ciudad falangista; el continuismo de Lopez Rosat no exento de alguna sorpresa como la famosa encuesta sobre barrios depauperados de 1973 que le costó el «malhumor» del «poncio» Oltra Moltó (Altra Multa como le llamaba la izquierda en la Transición) y, last but not least, la figura clave del regionalista/blavero Miguel Ramón Izquierdo, último resistente del tardofranquismo, prudente y escurridizo (cuenta la leyenda que llevaba cinturón y tirantes de tan prudente que era) y personaje clave para entender la «batalla de Valencia» junto con Attard, Abril, Martorell, Broseta y personajes secundarios pero eficientes como Giner Boira o Pascual Lainosa,

El libro ofrece mucho, mucho más y por ello me abstendré de todo detalle. Los «perfiles» están muy conseguidos, se analiza por primera vez la dinámica y resultados de la democracia orgánica local (los famosos tercios, que no de Flandes). Se constata también el, al menos, relativo esfuerzo por adaptar lo inadaptable, la democracia orgánica a los cambios sociales que se iban produciendo, sobre todo a partir del Plan de Estabilización de 1959 (los famosos cursos en Peñíscola, desde 1960 a 1976 sobre los «problemas políticos de la vida local» de sabor ligeramente reformista...).

Es el libro de Juan Carlos un magnífico libro que podríamos «tejuelar» como de historia política (aunque trasciende y mucho la etiqueta porque, por ejemplo, la historia urbanística está bien presente) y que tiene el gran mérito no sólo de utilizar fuentes documentales «internas» al régimen (siempre complicadas de obtener) sino, además, de «meterse en la piel» de los protagonistas lo cual le permite «entender» (que no justificar) los resortes de la acción y la naturaleza de las pugnas. Por decirlo alto, claro y breve, un gran libro.

Quizá algún lector pueda estar pensando a estas alturas que la loa es excesiva. Lamento defraudarle. No lo es, pero en aras a la honestidad de la que hablaba al principio, reconozco que, además de divertirme y aprender mucho con la lectura del libro, me he quedado con hambre, con bastante hambre. El libro es un magnífico aperitivo que cumple la función inaplazable de divulgar lo que ha supuesto tantas horas de estudio e investigación. Juan Carlos es joven, muy joven (con mis 66 cumplidos, le doblo en edad) y tiene mucho más que ofrecernos si la tediosa «carrera universitaria» y su proverbial dedicación a resolver problemas de los compañeros y de la institución no le distraen en exceso.

Sin salirme, al menos en demasía, del período que ha elegido estoy deseoso, por ejemplo, de que persevere en una buena biografía de Rincón de Arellano sobre la que hemos hablado mucho y en la que tiene como guía la magnífica biografía que Ramir Reig escribió sobre Blasco Ibáñez.

El personaje, Rincón de Arellano, poliédrico y lleno de matices como ya he apuntado, se lo merece. Y conviene poner a la luz la diferencia entre la teoría y la praxis de su «ciudad falangista» puesto que la segunda está llena de errores, admitiendo la dificultad de hacer frente a la vez a los destrozos de la riada y al alud inmigratorio. Pero queda mucho por saber del Plan Sur, de la megalomanía de El Saler, del destino previsto para el viejo cauce del Turia (aquello de «lo que los afanes comunitarios demanden»), de las operaciones especulativas realizadas al socaire de un Plan General (el de 1966) aprobado bajo su mandato. También su pretendido izquierdismo requiere quizá más datos biográficos y comprobar si su ideario falangista era tan naïf como parece. Urge la biografía y solo Juan Carlos Colomer puede abordarla con rigor.

Puestos a pedir, el primer franquismo, el de 1939-1952 (hasta el acuerdo de las bases y el Concordato), del que también habla el libro, se presta a mayor profundización. Y, como no hay dos sin tres, el crucial período de 1975-1981 está también esperando los buenos oficios de Juan Carlos. El libro es un magnífico punto de llegada, pero los que estamos inoculados por el virus (el autor ya está con todo derecho en el club), tenemos la mala costumbre de convertir los puntos de llegada en puntos de salida. Estoy seguro que el futuro nos deparará más alegrías de la mano de Juan Carlos Colomer. De momento, mi más sincera enhorabuena.

JOSEP SORRIBES MONRABAL

INTRODUCCIÓN

En el centro de la ciudad de Valencia, cercano a la estación del Norte, podemos observar un gran edificio sede del gobierno municipal de la ciudad. Esta construcción, rematada por dos amplias cúpulas de color rojo cobrizo y fuertes columnas, se sitúa en la parte lateral de la plaza del Ayuntamiento constituyéndose como uno de los edificios más importantes de la urbe. En su fachada destacan cuatro esculturas que remiten a las virtudes cardinales que deben guiar todo acto de gobierno: la justicia, la prudencia, la fortaleza y la templanza. La obra queda rematada por un alto torreón coronado con un enorme reloj. Esta edificación, conocida como la Casa Consistorial, invita a detenerse y mirar a caminantes, turistas y curiosos.

Esta obra arquitectónica de principios del siglo XX, superpuesta a elementos de épocas anteriores, fue diseñada por el arquitecto Carlos Carbonell y parece aguantar estoicamente el paso del tiempo. Desde su inauguración en 1930 ha presenciado el devenir de la Segunda República, una Guerra Civil que dejó marcas de metralla en su base, una dictadura franquista que gobernó férreamente la ciudad desde sus despachos y las vicisitudes de un proceso democratizador que inauguró la democracia actual. Y este edificio, testigo silencioso de toda una larga trayectoria histórica: Valencia en el siglo XX, calla, observa y permanece. Su historia es la de sus gobernantes y la de la ciudad que administró y gobierna.

Con esta pequeña reflexión inicial pretendemos introducir este trabajo de investigación sobre un tiempo y un lugar: la historia de la ciudad de Valencia, especialmente de sus alcaldes y del poder local que ostentaron durante el tardofranquismo y los inicios de la Transición.


Ilustración 1. Fachada de la Casa Consistorial de Valencia.

Los ayuntamientos españoles en la época contemporánea tuvieron un gran papel como gestores de las ciudades que iban creciendo en un contexto de crecimiento y transformaciones económicas. Regulados a partir del establecimiento del sistema constitucional de Cádiz en 1812, el sistema municipal español se expandió por el territorio bajo las líneas de autoridad del ejecutivo central, con una limitada capacidad administrativa y una elección de los cargos impuesta por el Estado. Los municipios actuaban con una vocación de control y gestión del espacio urbano. Aquí resultaron fundamentales en el desarrollo político y en este ámbito, con frecuencia, eran la primera y única referencia política de los ciudadanos. Estas líneas maestras que regularon la vida del municipio liberal no se vieron cuestionadas a lo largo de la primera mitad del XIX. Así, hubo que esperar a la corta experiencia de la Primera República para que se configurase un modelo autónomo y verdaderamente democrático de ayuntamiento que fracasó por la corta duración de esta experiencia política. Con la restauración monárquica, se volvió al modelo liberal anterior y las sucesivas leyes municipales tan sólo abordaron aspectos técnicos y no acometieron los dos grandes desafíos impuestos por la corta experiencia republicana: la elección de los alcaldes, por un lado, y la autonomía financiera de los ayuntamientos, por otro. Tras la crisis de 1898 se intentaron nuevas vías de reforma municipal, como la experiencia de las mancomunidades, truncadas por la dictadura de Primo de Rivera.

La única experiencia intensa de cambio por lo que respecta a la evolución de la institución municipal fue la Segunda República que introdujo la elección libre de los alcaldes, recuperó el sistema de mancomunidades y la posibilidad de la participación popular en la administración municipal. Una auténtica experiencia liberalizadora en la trayectoria administrativa del ayuntamiento que desapareció por el golpe militar de julio de 1936.1

Con la victoria de Franco en la Guerra Civil, el ayuntamiento sufrió lo que algunos autores han denominado una conversión o refundación de su funcionamiento y estructura para asemejarlo a otros modelos externos como el de la propia Italia fascista.2 Esta refundación, que simplemente consistía en una involución de la liberalización de la institución con la aplicación de novedades de otras realidades políticas, se basó en tres aspectos fundamentales. En primer lugar, el régimen franquista recuperó el esquema de homogeneidad del sistema liberal, derogando el sistema de mancomunidades, y eliminó cualquier procedimiento representativo para establecer un nuevo principio jerárquico, algo que nunca había sucedido en la historia de la institución. El alcalde y los concejales dependerían directamente del gobernador civil y éste del propio ministerio de la Gobernación. Un esquema jerárquico matizado a partir de la elección por tercios desde 1948 pero que consiguió perpetuarse hasta el final de la dictadura. En segundo lugar, el franquismo dotó de una fuerte preeminencia al alcalde frente al resto de la corporación y, lo que es más importante, un peso de la propia ciudad en el propio organigrama franquista. No olvidemos que el municipio fue incluido dentro de los pilares de la democracia orgánica. La dictadura otorgó a las ciudades un marco normativo –la Ley de Bases de Régimen Local de 1945–que reguló su funcionamiento hasta prácticamente la Transición y trazó una red de intervención institucional, desde el Gobierno central hasta las diferentes provincias, que facilitó el control y dominio de la población. El ayuntamiento, sobre el cual el ciudadano de a pie no tenía ningún tipo de vigilancia directa ni posibilidad de fiscalización, reforzó su peso como principal centro de poder local y su máximo mandatario, el alcalde, se convirtió en la representación directa de Franco. En tercer lugar, para el nombramiento de puestos de confianza, fue fundamental el ministerio de la Gobernación, que cooptó a todo un personal afín para la ocupación del poder en estas instituciones. Un personal que para ocupar un puesto de poder a partir de 1939 debía haber apoyado la victoria del ejército sublevado, así como militar en el partido único: FET-JONS. Sin olvidar que muchos de estos militantes lo eran por su apoyo a la victoria y no tanto por la creencia en las líneas políticas e ideológicas del partido impulsado por José Antonio Primo de Rivera.

En definitiva, con el modelo franquista municipal se rompía con una línea de renovación llevada a cabo por los gobiernos democráticos de la república y se resolvía, para la lógica de los sublevados, un auténtico problema: la contradicción que podía suponer el poder del Estado encarnado en Franco y el poder de los diferentes municipios. Así, limitando el poder municipal al máximo se podía romper con esta supuesta contradicción.

El peso de la municipalidad en la política franquista fue, a todas luces, incuestionable.3 Por tanto, con este trabajo planteamos cómo se configuró y se ejerció este poder en estas instituciones por parte de una minoría plenamente identificada con el franquismo y de qué manera ese poder político se relacionó con los sucesivos gobiernos del régimen franquista y, especialmente, en la Transición. Para ello optamos por un caso local, la ciudad de Valencia, que permite ampliar los estudios sobre los apoyos y evolución del régimen franquista con los que contamos en la actualidad.4

Estos trabajos que estudian al mundo local o municipal están abriendo un camino nuevo que enriquece nuestro conocimiento sobre lo ocurrido en la dictadura.5 En primer lugar, estudiar lo que sucedió en las ciudades, especialmente en el marco cronológico que proponemos para la ciudad de Valencia –1958-1979–, permite comprender el largo desarrollo de las políticas franquistas que explican el propio mantenimiento de la dictadura. Los alcaldes, conectados directamente con las acciones de los sucesivos gobiernos, administraron los recursos provenientes del Estado y gestionaron las políticas públicas en nombre del régimen. En segundo lugar, la propia ideología del alcalde al frente del consistorio, por el peso del mismo en la administración municipal, marcó las políticas públicas puestas en marcha y condicionó, por tanto, la propia evolución de la ciudad. Además, en pocas ocasiones pensamos la esfera local como un ámbito con una cierta autonomía en este proceso, con sus propias dinámicas y con capacidad de determinar las decisiones a nivel regional o nacional. Es cierto que en muchas ocasiones los pactos, acuerdos o leyes que surgieron a escala nacional sirvieron de marco de referencia ante el que reclamar el cumplimiento de determinadas políticas, pero esto no debe restar valor a muchas acciones autónomas llevadas a cabo en los municipios o en las zonas rurales cuyas lógicas, en ocasiones, escapaban a la mera reproducción de los comportamientos a escala estatal por parte del mando político. Los propios ayuntamientos y, en especial, los alcaldes que los presidieron, ¿fueron participes activos del sistema u observadores pasivos del mismo? El espacio local puede aportar las respuestas. Así, el relato escrito del franquismo o de la transición a la democracia realizado desde Madrid puede no coincidir con lo observado si desplazamos nuestra atención a la periferia.

A partir de lo planteado, el presente trabajo pretende una serie de objetivos fundamentales:

Por un lado, proporcionar un conocimiento, con fuentes que hasta ahora no habían sido exploradas, de los alcaldes y del ayuntamiento de la ciudad de Valencia en el tardofranquismo y los inicios de la Transición. Para ello se ha intentado responder a las siguientes cuestiones: ¿qué tipo de élite política lo dirigió? ¿Cómo se planteó y llevó a cabo el ejercicio del poder que ostentaba? Así, se ha estudiado un periodo donde hubo cambios en el modo de gobernar la ciudad en función de la personalidad, las ideas de cada uno de los mandatarios y de las circunstancias políticas internas de Valencia y externas del régimen de Franco.

Por tanto, en segundo lugar, se rescata un estudio de los alcaldes también como gestores de la ciudad, vinculando estrechamente su personalidad ideológica con las políticas concretas de administración municipal. El alcalde no se entiende sólo como mero gestor, sino como una figura que está ampliamente relacionada con su posición ideológica y política dentro del régimen. Aquí, la introducción del estudio biográfico resulta fundamental para delimitar bien los perfiles ideológicos divergentes de la élite al frente del ayuntamiento. Ello ha permitido destacar dos fases en la propia evolución del régimen municipal franquista de la ciudad de Valencia. Por un lado, analizaremos el proyecto propiamente falangista de gestión urbana del municipio de Adolfo Rincón de Arellano y seguido por su sucesor Vicente López Rosat. Durante la puesta en marcha de este proyecto, la ciudad experimentó la transformación demográfica y urbana más importante de su historia en el siglo XX. A las etapas de gestión municipal de estos dos alcaldes, le siguió una etapa de gobierno encabezada por Miguel Ramón Izquierdo, alcalde formado en las políticas del Movimiento en la inmediata posguerra y cuya gestión distó de las líneas básicas de las políticas precedentes, impulsando un fuerte regionalismo esencialista que marcó, como veremos, todo el proceso transicional valenciano. Por tanto, la vinculación estrecha que marcamos entre alcaldes, percepción ideológica y gestión municipal constituyen una novedad en el presente estudio.

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365 p. 26 illustrations
ISBN:
9788491342649
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