Counselling humanista

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Counselling humanista
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Índice

Portada

Portadilla

Créditos

Introducción

Parte I. Counselling para humanizar

1. Qué es el counselling

2. Counselling para humanizar las relaciones

3. Relación centrada en la persona

4. La alianza terapéutica

5. Valencia educativa del counselling

Parte II. Claves del acompañante para una ayuda eficaz

1. Nada humano me es ajeno. A vueltas con la empatía

2. La ausencia de juicio en la ayuda

3. Ser uno mismo

4. Counselling integrativo

5. La magia de la escucha, la palabra y el cuento

Parte III. Hacia un counselling

1. Formarse en counselling

2. Asociacionismo en el counselling

3. Acreditarse como counsellor

Parte IV. El counsellor ante el espejo

1. La revolución de la ternura

2. No hay desarrollo sin liberación

3. Y a ti, ¿quién te cuida?

4. Satisfacción por compasión

Parte V. Algunos desafíos particulares en el counselling

1. Gestionar y abordar la vergüenza

2. Malas noticias

3. Resignarse o reinventarse

4. Ayudar al que abusa y maltrata

Cerrando el libro. Counselling y alfabetización ética

Biografía del autor


Colección dirigida por José Carlos Bermejo

© SAN PABLO 2018 (Protasio Gómez, 11-15. 28027 Madrid)

Tel. 917 425 113 - Fax 917 425 723

secretaria.edit@sanpablo.es - www.sanpablo.es

© José Carlos Bermejo Higuera 2018

Distribución: SAN PABLO. División Comercial

Resina, 1. 28021 Madrid

Tel. 917 987 375 - Fax 915 052 050

E-mail: ventas@sanpablo.es

ISBN: 978-84-285-6203-4

Depósito legal: M. 6.465-2018

Impreso en Artes Gráficas Gar.Vi. 28970 Humanes (Madrid)

Printed in Spain. Impreso en España

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio sin permiso previo y por escrito del editor, salvo excepción prevista por la ley. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la Ley de propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal). Si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos – www.conlicencia.com).

Introducción

Hablar de relación de ayuda y de counselling es hablar de acompañar en situaciones de dificultad y para promover el bien y el desarrollo de las personas.

Hablar de counselling es hablar de acompañar para el cambio. A veces, de manera ilusoria, tiendo a pensar que una persona puede mágicamente producir un cambio en otra con una simple receta. Efectivamente, no es así.

Muchas personas experimentan resistencias, falta de motivación e incluso beneficios secundarios de la situación de mal, con la consiguiente dificultad para el cambio. Sencillamente, hay también quien no quiere cambiar aunque esté mal como está. El counselling es esa forma de ayuda que acompaña al otro motivando para el cambio, empoderar para la transformación y la autoayuda.

En contextos de relación de ayuda y counselling, el empleo de «empoderar» y «empoderamiento», que comenzó en el ámbito de la sociología política, es cada vez más extenso, y evoca uno de los significados centrales de lo que entendemos por «relación de ayuda»: acompañar a que el otro se haga responsable de su vida, de sus recursos y sus límites, los afronte reforzando –mediante la relación– su propia capacidad de autogestión o de vivir sanamente lo que no se puede cambiar.

Ayudar es lo que hacemos en los centros de escucha en España (que llevan casi todos el nombre «San Camilo»). Lo que enseñamos en los másteres de counselling y de intervención en duelo es precisamente eso: fomentar el poder que el otro tiene de enfrentarse por sí mismo a sus dificultades y retos.

No hay que dar por supuesto que todos los estilos de pretendida ayuda se inspiren en esta clave. Hay quien, intentando ayudar, más bien exhorta a aceptar como normal, en tono fatalista, su propia situación. Los hay también que no confían en los recursos ajenos (quizá andan mal de autoestima estos ayudantes) y dan indicaciones sobre lo que los demás tienen que hacer, como si conocieran la solución por arte de magia.

Empoderar hace referencia a la necesidad que las personas tienen de fortalecer su capacidad de controlar su propia vida.

Solo se logra un cambio significativo en el desarrollo de una persona que sufre si se cuestionan directamente los patrones de poder existentes. En la línea opuesta del empoderamiento estarían el fatalismo o el victimismo.

El que ayuda al enfermo, a su familia, a la persona en situación de exclusión social en el centro de escucha, como counsellor o informalmente, será tanto más eficaz cuanto más ponga en su objetivo este término y su significado: el poder que el otro tiene de hacer, de ser capaz, así como de sentirse con mayor control de las situaciones. Así disminuye el sufrimiento: reforzando la sensación de control. Así promovemos la responsabilidad; es decir, la capacidad que cada individuo tiene de dar una respuesta personal, también en la adversidad.

Según este enfoque la persona tiene un rol activo y puede actuar en cualquier situación de crisis personal, relacional, impuesta por la naturaleza o por la condición humana. Esta noción rompe con la idea de que el individuo es un ser pasivo en la recepción de ayuda y pasa a convertirse en un actor legítimo.

La responsabilidad personal del otro promovida mediante el empoderamiento se incentiva cuando se fomentan la autoconfianza, la seguridad en uno mismo y la asertividad. La conciencia de tener que dar una respuesta personal ante la adversidad y de tener poder para ello confiere autoridad para tomar decisiones, realizar cambios y resolver problemas y la capacidad de organizarse con otras personas para alcanzar una meta común. Para esto sirve el counselling.

Acompañar a ser responsables en las relaciones de ayuda es un proceso largo y costoso, que se inicia en la familia y tiene su continuidad en la escuela y otros ambientes sociales. Pero en todo caso, es el centro del significado de ayudar mediante la relación. Provocar en la relación que el otro defina lo que quiere lograr en el fondo, es el inicio para caminar hacia la meta.

El counselling, del que hablan estas páginas, es una forma de relación de ayuda que intenta empoderar a las personas e ir a la raíz de sus males para disminuir el sufrimiento evitable y vivir sanamente el sufrimiento inevitable. No ha de verse solo como una intervención asistencialista de ayuda, sino como un modo de ir a la raíz, a la causa de los males, como puede inspirarnos el siguiente cuento breve:

Un hombre estaba paseando por la ribera cuando se dio cuenta de que había un cuerpo flotando río abajo. En aquel momento, un pescador se lanzó al río, arrastró el cuerpo hacia la orilla y le hizo la respiración boca a boca salvando de este modo la vida del hombre. Unos minutos más tarde sucedió lo mismo, y así una y otra vez. Posteriormente, flotaba de nuevo otro cuerpo río abajo. Esta vez el pescador ignoró totalmente al hombre que se estaba ahogando y empezó a correr por la orilla río arriba. El observador preguntó al pescador: «¿Qué estás haciendo? ¿Por qué no intentas rescatar a este hombre que se está ahogando?». «Esta vez –replicó el pescador– me voy río arriba a ver quién demonios está tirando a esta pobre gente al agua».

 

Proponemos en estas páginas algunas claves del counselling humanista, que son fruto de la reflexión y experiencia de 20 años de liderar un centro de escucha creado para acompañar con esta metodología y de dirección de un máster en counselling por el que van pasando cientos de personas en un apasionante camino de desarrollo de las potencialidades de acompañar.

Me preparé especialmente en Roma, de la mano de formadores que habían estudiado en Estados Unidos y Canadá. Escribí otros libros académicamente más organizados, con sus referencias y distingos oportunos. Estas páginas quieren ser más personales y divulgadoras de algo que hoy hacemos en España con mucha ilusión.

PARTE I
Counselling
para humanizar

Desde que Carl Rogers nos ayudara a pensar en formas de ayuda centradas en la persona y con un estilo conocido como «no directivo», sino facilitador, han pasado algunas décadas en las que el counselling se ha ido desarrollando.

Un ayudante preparado (llamado «consejero» en algunos países de América Latina), un counsellor, un profesional de la ayuda con competencias relacionales, encuentra a otro en contextos de fragilidad, crisis, desorganización interna y, creyendo en él y en el poder de la relación, le acompaña a desarrollarse en el máximo de sus posibilidades.

Hoy podemos entender el counselling como una forma de relación de ayuda competente que desarrollamos en centros de counselling (muchos conocidos como «centros de escucha») y también como forma de ayuda de profesionales que ya acompañan por la misma naturaleza de su rol, como médicos, enfermeros, psicólogos, trabajadores sociales, animadores socioculturales, acompañantes espirituales, educadores, etc.

Hay otras formas de ayuda con inspiración semejante, como el coaching, más breve aún, que reclaman menos formación que la que se suele dar en los programas de counselling.

El potencial humanizador del desarrollo de las competencias del counselling en profesionales de ayuda es prometedor. Auguramos formas de entrenamiento supervisado hecho por personas acreditadas, apasionadas por construir un mundo con menos sufrimiento.

1
Qué es el counselling

Pongamos que en estas líneas counselling sea sinónimo de «ayudar».

¿Y cómo se ayuda?, nos preguntamos muchas personas.

Respondamos aquí diciendo que el counselling es un

medio privilegiado. Pero no resulta fácil traducir la palabra

«counselling», decimos todos los que la utilizamos.

Consejo, relación de ayuda, asesoramiento psicológico...

Todas ellas se quedan pobres o no recogen cuanto en inglés

–e importada también a nuestro diccionario– queremos decir.

En los últimos años están surgiendo programas de formación en counselling destinados a profesionales y voluntarios (quizá más profesionales) que realizan sus tareas en diferentes ámbitos donde se practican relaciones de ayuda. Existe en este momento el máster en counselling impartido por el Centro de Humanización de la Salud en Tres Cantos (Madrid) y en Barcelona, ambos de la Universidad Ramón Llull, así como el máster en relación de ayuda y counselling on-line de la Universidad Católica de Valencia.

En realidad el counselling es casi sinónimo de «relación de ayuda» tal como esta expresión se está utilizando en la bibliografía española. Es un modo de relacionarse una persona experta en ayudar con otra en situación de crisis. Esta vive alguna dificultad sobrevenida con ocasión de problemas relacionales, de salud, de trabajo, familiares, emocionales, de empresa, éticos, etc., y difícilmente maneja dicha dificultad sin un acompañamiento externo que le ayude a explorar cuanto vive y a buscar dentro de sí los mejores recursos para salir al paso de las dificultades. Por eso necesita ayuda.

Aunque la traducción más literal de la palabra «counselling» sería «consejo», es obvio que no significa dar consejos, sino acompañar a la persona o al grupo que vive la dificultad a que se ayuden a sí mismos. Este acompañamiento pretende ayudar al «cliente», «usuario» o como le queramos llamar, a clarificar cuanto está en juego en su situación problemática, a concretar también aquello que desea mejorar y a adquirir las habilidades y el compromiso concreto por hacer lo que vaya determinando en el proceso para superar las dificultades, afrontarlas sanamente o vivir lo más pacíficamente posible con las dificultades que no sean superables.

Qué pretende el counselling

Con el counselling se pretende ayudar a mejorar las relaciones (especialmente las problemáticas), cambiar las conductas destructivas para uno mismo y para los demás, adquirir destrezas para vivir más efectivamente y adaptarse a las situaciones siendo protagonista de las mismas, más que víctima.

Para conseguirlo, el ayudante o counsellor (asesor, consejero) acompaña al otro a clarificar cuanto vive, a identificar los recursos con los que cuenta, a movilizarlos y a comprometerse activamente para hacer frente a las dificultades.

En realidad resulta espontáneo preguntarse qué distingue al counselling de otras formas de ayuda clásicas, como las que puedan prestar los profesionales del trabajo social, de la medicina, del acompañamiento espiritual o los psicólogos. En efecto, no faltan reacciones contrarias al counselling movidas también por un cierto temor de que este, si se llega a profesionalizar como en otros países, les «coma un poco el terreno» a los profesionales de la psicología.

Y no resulta fácil establecer las líneas divisorias entre la cada vez más conocida «relación de ayuda», el counselling, la psicología clínica y la psicoterapia. Algo semejante pasa con la relación entre counselling y coaching. Todas estas formas de relación tienen en común la clara voluntad de acompañar a una persona a afrontar sus dificultades o a desarrollar sus propios objetivos y –a excepción de la relación de ayuda, que es la expresión más genérica– se practican en ámbitos de alguna manera profesionalizados, que no son los exclusivos en los que los seres humanos nos ayudamos unos a otros.

Hay entre estas expresiones una cierta progresión hacia la gravedad de la dificultad que vive la persona a la que se pretende ayudar, hasta llegar al trastorno psicopatológico que necesita psicoterapia. Pero, en mi opinión, no es incompatible su desarrollo simultáneo por profesionales distintos, ofreciendo apoyo complementario una y otra intervención. Hay también indicaciones específicas para ellas, tanto más cuanto más grave es la problemática del ayudado y más competencia específica se requiere por parte del ayudante. Es obvio que la psicoterapia está reservada a los psicoterapeutas entrenados y que la intervención psicológica solo puede realizarla un psicólogo debidamente adiestrado.

Ahora bien, hay numerosas situaciones en la vida en las que muchas personas no se encuentran bien a causa de problemáticas diferentes, a causa de relaciones insanas consigo mismos y con los demás, a causa de conductas no saludables para alcanzar un modo gratificante de vivir su propia vida. Son situaciones en las que se experimenta la necesidad de un cierto «consejo», algún tipo de «orientación» o «apoyo» para alumbrar las tinieblas experimentadas, los bloqueos emocionales, relacionales o de conducta. En situaciones como los problemas en el trabajo, la decisión o no de cambiar en algo, la elección de una u otra carrera, problemas de pareja, con los hijos o los padres, enfermedades con fuerte impacto emocional, pérdidas significativas, duelos difíciles, necesidad de realizar procesos de integración social y otras, un experto debidamente adiestrado en counselling puede ofrecer una ayuda significativa mediante su relación para lograr un más alto nivel de felicidad, de gratificación, de eficacia, de adaptación, de salud en el modo de vivir la propia vida, incluida la enfermedad.

En todas estas situaciones, el consejero (¡qué mal suena en nuestra lengua!) intentará promover el máximo de autonomía de la persona a la que quiere acompañar, proporcionándole estrategias para estimular el cambio después de haberle garantizado una aceptación incondicional, haberle comprendido con su actitud empática y haberse mostrado auténtico en la relación.

Quién realiza el counselling y dónde

En cierta manera, la historia de la humanidad es la historia del acompañamiento recíproco, ofreciéndose apoyo unos a otros porque «no es bueno que el hombre esté solo». Ahora bien, en algunos países, más en el ámbito anglosajón, se ha promovido esta figura con carácter profesional, como lo van haciendo otras figuras también en nuestro país, como la de mediador familiar, por ejemplo.

Los centros de escucha surgidos también en España a raíz del primero en Madrid (Centro de Escucha San Camilo), en realidad lo que hacen es counselling, con la particularidad –podría discutirse– de ser un servicio gratuito.

Más interesante resulta, a mi juicio, promover la formación en counselling de aquellos trabajadores que, al ejercer profesiones de ayuda por su propia naturaleza, se encuentran con personas en serias dificultades y necesitan capacitarse en las destrezas para ayudar mediante el recurso de la relación.

Es el caso de los trabajadores sociales, los diplomados en enfermería, los médicos, los pedagogos, los maestros, los abogados, los psicólogos, los mediadores, los orientadores familiares, los agentes de pastoral, los tutores, así como los directivos de las organizaciones (empresas y otras) que tienen que realizar su trabajo afrontando dificultades e intentando resolverlas no solo centrados en los problemas, sino en las personas.

Si bien no tenemos la suficiente tradición de formación en counselling y, por tanto, no hay suficientes expertos, no se han resuelto posibles problemáticas como la delimitación profesional, los criterios de derivación a otros profesionales, etc. Pero las experiencias existentes en nuestro país dan buenos resultados si los que realizan este tipo de relación de ayuda –de manera formal o en el ejercicio de su profesión– han sido debidamente entrenados con un buen programa. Los existentes en la actualidad comparten la mayoría de las características y se inspiran en modelos de referencia similares, con su base en el no-directivismo de C. Rogers y su desarrollo posterior por parte de otros autores como R. Carkhuff o G. Egan.

No cabe duda de que, en pocos años, tendremos más profesionales expertos en el acompañamiento en situaciones de dificultad y serán bienvenidos especialmente en los contextos donde la vulnerabilidad humana requiere de buenos ayudantes.

2
Counselling para humanizar
las relaciones

Confieso que cada vez siento mayor incomodidad

al constatar que, en diferentes contextos de reflexión,

se tiende a equiparar la humanización con el trato cálido,

acogedor, en las relaciones asistenciales.

Casi como si lo más genuinamente humano estuviera

en estas cualidades de las relaciones de ayuda.

Hablar de humanización, en cambio,

es mucho más comprometedor:

reclama la dignidad intrínseca de todo ser humano

y los derechos que de ella derivan.

Fácilmente se tiende a describir el fenómeno de la deshumanización de la práctica sanitaria asociado al desarrollo tecnológico y a la despersonalización. Si por un lado parece fácil adherirse a la lamentación por este proceso, no parece tan fácil, por otro lado, definir, aclarar, profundizar, sobre el significado de una seria humanización del mundo de la salud, siendo así este el problema bioético fundamental.

 

Humanización

A mi juicio vivimos en una sociedad más humana respecto a la del pasado. Vivimos en un momento de la historia en el que la dignidad de la vida humana está más considerada, a la vez que grandemente violada.

El Diccionario de uso del español de María Moliner, dice que «humanizar» es una palabra moderna que ha sustituido a «humanar», y la define como: «Hacer una cosa más humana, menos cruel, menos dura para los hombres». Hablar de humanizar algunos ambientes supone partir de una idea: cómo debería vivir el ser humano para realizarse plenamente como tal.

Humanizar una realidad significa hacerla digna de la persona humana, es decir, coherente con los valores que percibe como peculiares e inalienables, hacerla coherente con lo que permite dar un significado a la existencia humana, todo lo que le permite ser verdadera persona.

Ser rico en humanidad consiste en restituir la plena dignidad y la igualdad de derechos a cualquier persona que se vea en dificultades y no pueda participar plenamente en la vida social. La riqueza de humanidad es un compromiso con las capas débiles y los sujetos frágiles, que finalmente configura la propia personalidad. Quien tiene la cualidad de la humanidad mira, siente, ama y sueña de una manera especial. La riqueza de humanidad transforma y cualifica la propia sensibilidad personal: no mira para poseer, sino para compartir la mirada; y, en lugar de creer que el individualismo posesivo es la última palabra, piensa que solo la sociedad cooperativa, convivencial y participativa es digna de ser deseada.

La conocida segunda formulación del principio categórico de Kant es evocada como «principio de humanidad». Dice así: «Obra como si la máxima de tu acción debiera convertirse, por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza».

La pre-ocupación por el otro vulnerable constituye la fuerza motora de la humanización. Ya no solo es ocuparse de él aquí y ahora, sino anticipar esta ocupación, pensar en él, prever sus necesidades; en definitiva, ocuparse con antelación. Y esto es, precisamente, preocuparse. Esta preocupación por el otro puede articularse de una doble manera: el cuidado competente y el cuidado personal. Gabriel Marcel diría que «lo humano no es verdaderamente humano más que allí donde está sostenido por la armadura incorruptible de lo sagrado. Si falta esta armadura se descompone y perece».

Humanizar los cuidados

Humanizar el mundo de la salud es un proceso complejo que comprende todas las dimensiones de la persona y que va desde la política hasta la cultura, la organización sanitaria, la formación de los profesionales de la salud, el desarrollo de planes de cuidados, etc.

En el mundo sanitario, «humanizar» significa hacer referencia al hombre en todo lo que se realiza para promover y proteger la salud, curar las enfermedades y garantizar un ambiente que favorezca una vida sana y armoniosa a nivel físico, emotivo, social y espiritual.

En los ambientes de salud se habla más humanamente del hombre cuando los cuidados suministrados, a todos los niveles, revelan a las personas devastadas por la enfermedad, física o mental, la palabra más fundamental que puede pronunciarse: «Tú eres una persona». Decir esta palabra que «humaniza», que da «significado» a un ser fácilmente condenado a la insignificancia, compromete a la comunidad no solo a nivel teórico, sino también, y en primer lugar, a nivel de las actitudes de fondo.

La humanización a introducir en la práctica sanitaria es más radical que la simple recuperación de los aspectos filantrópicos que hay que tener en cuenta, o que la cualificación de las relaciones profesionales, y va más allá de la competencia profesional en la relación con el enfermo y la familia.

Un primer aspecto humanizador de la salud se centra en el respeto a la unicidad de cada persona. Cada persona es irrepetible, no puede ser generalizada, y responde con un estilo propio a las crisis de la vida. El peligro es que todo el tiempo sea absorbido por la enfermedad y que no quede nada para las personas. En segundo lugar, el contacto debe intentar reconocer el protagonismo de los pacientes y familiares en los procesos de salud. Para convertirse en protagonista, al enfermo hay que ayudarle a comprender su situación con una información clara y precisa. Además, para poder asumir responsabilidades, el enfermo tiene derecho a conocer las opciones terapéuticas disponibles; de lo contrario, solo desempeñará un papel pasivo de dependencia.

Humanización y relaciones de calidad

Con frecuencia hablamos de la importancia del concepto de «calidad de vida», vinculado con el de «dignidad de la vida humana». Atender a la calidad de vida es una exigencia moral innegable, si con ello nos referimos a cualquier tipo de acción orientada a crear condiciones más favorables para la expansión y desarrollo de cualquier ser humano... Una comprensión global de la calidad de vida que mire a las condiciones de vida que responden a la dignidad humana para el mayor número posible de personas merece una consideración moral seria.

La calidad de vida nos hace referir la vida, verla de manera comparativa consigo misma en otras circunstancias o con otros. Por eso, humanizar las relaciones es parte del principio de responsabilidad al que se refiere Hans Jonas.

La responsabilidad ha de extenderse a todos los seres humanos, porque, hemos de decirlo, también los más débiles tienen el peligro de plegarse ante las dinámicas perversas que los esclavizan o que los hacen objetos, en lugar de sujetos de su propia historia. Los frágiles, los enfermos, los pobres deben pasar de la resignación y pasividad a la confianza en sí mismos y a la colaboración solidaria en el camino a la salud. El individualismo puede ser también en ellos el peor enemigo para su sanación. Todos los hombres y mujeres, todos los pueblos, sanos y enfermos, incluidos los más débiles, tienen derecho a ser sujetos activos y responsables en el desarrollo de sí mismos y de la creación entera.

Humanizar la vida cuando esta se presenta en situaciones de precariedad significa, ante todo, comprometerse a erradicar las injusticias, sus causas y sus consecuencias, las condiciones no saludables –en cualquiera de las dimensiones de la persona–, a vivir los límites de la naturaleza responsabilizándose al máximo de la propia historia y de la de los semejantes. También en situaciones de extrema precariedad, como nos ha ayudado a tomar conciencia Viktor Frankl, se puede ser libre y responsable en medio de la esclavitud.

En el mundo de la acción social y de la salud, donde nos encontramos con la dignidad humana que nos interpela presentándose vulnerable y precaria, la humanización consistirá en promover al máximo la responsabilidad en los procesos de integración y de salud, evitando que las relaciones de ayuda se conviertan en intervenciones paternalistas y sustitutorias allí donde la responsabilidad del individuo pueda participar –en mayor o menor medida– en la lucha por la dignidad no solo como algo debido, sino también como algo conquistado.

De ahí que haya tantas situaciones que denunciar y que interpelan las relaciones interpersonales en la práctica sanitaria, que necesita humanizarse no solo en clave de cordialidad y ternura, sino en clave de verdadero respeto de los derechos de todos los seres humanos en virtud de su dignidad. Hablar de humanización es también hablar de derechos; sin duda, también del derecho a una relación de ayuda adecuada a la situación de cada uno. Es aquí donde el counselling y la humanización se encuentran, porque este último permite personalizar y atender a cada persona promoviendo su dignidad más intrínseca.

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