Read the book: «Los rotos»

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Los Rotos

José Arenas


colección última salida / 6

ISBN 978-9974-8784-8-8

Los Rotos

Todos los derechos reservados.

1ª edición, Montevideo, Uruguay, 2020

1ª edición ebook 2020

© civiles iletrados

civiles iletrados editores

Castillos 2572, CP 11800

Montevideo, Uruguay

civilesiletrados@gmail.com

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civilesiletrados.blogspot.com.uy

Diseño Cubierta y diagramación: D/G José Prieto, www.prieto.com.uy

Foto autor: Paola Scagliotti

Conversión a formato digital: Libresque

¿Una novela porno? ¿Historias de amor inquietantes? “Los Rotos” se construye en clave coral respecto a sus personajes y escenarios. El lenguaje literario le deja espacio por momentos a la escritura urgente del deseo. Para hacerlo recurre a un tono seco, pragmático, quizás antilírico. Una buena cartografía para este principio de siglo tan poblado de vacío.

“...te remuerden los días

te culpan las noches

te duele la vida tanto tanto

desesperada ¿adónde vas?

desesperada ¡nada más!..”

Alejandra Pizarnik (“La enamorada”)

Para Goro. Gracias por las canciones y demás.

Parte I

…entonces por qué siempre tengo la boca vacía

y encuentro lo que no estoy buscando…”

Federico Machado

Muñeco

Soy un chico del interior. Miré un video porno antiguo donde salgo cogiendo con alguien. Le pisoteé el corazón a más de uno al ritmo de la música industrial y pesqué mucho con las redes de mi ropa. Me enamoré tupido, tomé mucha ginebra, aspiré todo lo que pude, me duelen las manos de apretar todo para que no se me escape. Montevideo me disparó, me corrió a tiros, me metió en hospitales, en algunos delirios, me han lastimado. Trabajo como todos, me gotean las monedas. Me gustan los hombres fuertes de voz clara, de seis cuerdas. Los poetas se enamoran de mí. Los brujos me persiguen. Un cantante de intenciones locas se masturbó sobre mis discos. Tengo la voz pálida y cuando canto me sale un láser pegadizo. Soy flaco y diminuto, me parezco a una navaja. Me dicen Muñeco. Alguien, una vez, escribió una novela para mí.

Esquela

Que el sexo se te vuelva plaga. Que te acuestes con un chico y con otro. Que camines la calle en la noche con un silencio monstruoso en las orejas. Que en los bares naufragues en todas las botellas, que veas un joven de intenciones diablas, que te lo devores en el baño. Que te convide a aspirar la luna, que te duela la cabeza. Que te beses con unos borrachos, que en el bar suene una música indescifrable de tal manera que desees morir en los ceniceros. Que, volviendo a tu casa, encuentres otro chico que te invite a su cama, que vayas una vez más y siempre. Que te arranques la sangre con los cuchillos del invierno. Que el sol salga de los tachos de basura a apedrearte los ojos, que tengas una rave en la cabeza, que el café tenga sabor a mentira. Que mires a la calle y la ciudad te invada como hormigas. Que desayunes cerveza tibia de una botella baldía. Que las flores de tu casa huelan a vómito. Que golpee a la puerta una deuda antigua y la revuelques por tu cama ya como una costumbre. Que salgas de tu casa otra vez y no vuelvas hasta que lluevan infartos. Que te la des con nostalgia todas las veces sobre el viento. Que aun así no puedas olvidarte del chico aquel que nunca te presta su boca.

Historia

Se acomodó en el asiento del ómnibus, todo para él, el viaje en soledad le gustaba, ir atravesando la noche, la comodidad del viaje y el silencio como un regalo inesperado. Necesitó de unos días silenciosos, pasó en casa de sus padres, recorrió el sol de su barrio niño, calmó el tornado de los ojos que la ciudad le dejaba con sus noches zorras y picantes. Esos días estuvieron bien, ahora quería de nuevo la música lisérgica de los autos por la puerta del sótano donde vivía, despertarse sobre el mediodía, quedarse a la noche tomando tripas y escribiendo canciones. No pudo dormir demasiado en el viaje porque la piel le picaba, sentía la ansiedad por llegar, sacarse la ropa, fumar tabaco en calzoncillos, tomarse una caja de vino que había dejado en la heladera. Recordó que la calma lo molestaba y se sintió angustiado. En la mitad del viaje se despertó y llegó a la ciudad mirando fijo hacia afuera, como si la noche entre los campos se fuera diluyendo mientras entraba en las calles, llegaba a la terminal, se bajaba rápido y llegaba a respirar el aire viciado del sótano, el placer de lo sucio, la comodidad de lo insano. Ya otra vez en su casa la piel se le calmó, la noche bien entrada asomó por una ventanita que daba a la vereda y por una hendija entreabierta el sótano se le llenó de azul frío. Mientras armaba un tabaco con la última hojilla y sus dedos flacos y pálidos le daban forma como acomodando el mundo, pensó en que tenía que contestar un mensaje que le había llegado mientras viajaba. Pff...

Esquela

Necesito beber un poco de él, comerme el aire que sale de su boca, lamer un poco de su cinismo sensual. Me duele Muñeco.

Historia

El Oscuro llegó hasta el sótano donde vivía Muñeco. Con su aire industrial y las ojeras entre maquilladas y tatuadas a la piel por el cansancio, golpeó la chapa y entre papeles y cartones apareció Muñeco doblándose sobre su vientre flaco. Le colgaba la resaca de los ojos.

— No me avisaste que habías llegado.

— Llegué cansado y quería estar solo.

— Dijiste que ibas a avisarme, imbécil.

— Todos los locos me persiguen.

— Qué se yo. Te traje unas cosas que dejaste en casa.

— La casa de la que me echaste.

— Qué se yo, no jodas. Dejame pasar…

— Ok...

El Oscuro entró detrás de Muñeco y bajó la estera metálica dejando el mundo al margen. Tiró la caja que traía entre las que ya poblaban el sótano y se acercó a Muñeco por detrás. Le mordió la nuca, le alborotó la sangre, le toco la lengua con los dedos, respiró la excitación de ambos y le apoyó la verga dura por detrás. El colchón en el piso de Muñeco los esperó cuando cayeron encima. El sol, afuera, siguió insistiendo en que el día avanzaba.

Rato pasó en la sombra del sótano y los cuerpos eran líquidos excitantes de color pálido. El Oscuro prendió un cigarro y convidó a Muñeco, ambos sintieron las salivas en el filtro y ese fue el último beso que se dieron después del polvo. Muñeco se paró y se vistió, El Oscuro dijo que ya tenía que entrar al trabajo, comentó que le estaba yendo bien, Muñeco supo que eso quería decir que le iba mejor que a él, en silencio lo odió con antiguo cariño.

— Me voy.

— Ya sabés dónde está la puerta. Dejá la estera abierta, ya salgo yo también.

El Oscuro se fue con su espalda ancha y los brazos fuertes a la calle, al trabajo, a no sé dónde. Muñeco se dio de cara contra la soledad, pensó que también tenía que entrar al trabajo, pero quiso que alguien le tuviera pena, que lo quisiera en silencio y no dijera nada más. La sombra del sótano quiso metérsele en los ojos. Escribió mensajes.

Muñeco

— Hola.

— Hola, Muñeco. Pensaba en vos, justo.

— Qué loco, ¿en qué andás?

— Escribiendo unas cosas, ¿vos?

— Yendo a trabajar, ¿querés que nos veamos luego?

— Siempre quiero.

— Dale, luego te escribo y paso por tu casa.

— Perfecto.

¿Para qué carajo le habré escrito a este pibe?

Esquela

En una esquina de la ciudad me afanaron el corazón a punta de fierro. Desmiento lo que siempre nos dijeron; sin corazón también se vive.

Muñeco

Te estoy esperando hace casi quince minutos, esta plaza oscura me da miedo. Dale, vení ya. Es que hace un rato ya deberías estar acá. No sé para qué te dije para vernos, no me entiendo. Bueno, voy a pasar la noche en tu casa, voy a robarte unas tibiezas, me voy a llevar alguna que otra en el bolsillo y a la mierda. Me molesta ser débil y caer en tu delirio, tu obsesión dramática de poeta, no me cierran tus ojos de loco. Pero, no digas a nadie, estoy re solo, ¿sabés? No espero que me creas, te digo esto con debilidad, pero se me nota en las ojeras, la soledad me afana monedas, me esconde las cosas, me espera en la esquina. Vos sabés muy bien de lo que te hablo. No me digas esas cosas, estoy en otra, no puedo estar contigo más que esto. Dame el ruido de tu voz, dejar escapar unas risas juntos, fumar y que el humo haga yunta, dormir en la misma cama, amanecer sonrientes por un rato. No puedo más que eso, al menos por ahora. Bueno, qué se yo, dale vení que la noche me molesta, que necesito alcohol, que quiero inflar los pulmones con el aire de tu marihuana. Llevame con vos, como siempre hasta tu casa y no toques nada, no le abras la puerta a ninguna confusión. Mañana vemos.

Historia

Muñeco espera a que Poeta se de vuelta para sacarse la camisa. Ni siquiera piensa descubrir del todo su piel, va a dormir con una musculosa puesta, evitando que algo insinúe desnudez, provocación. Sabe que Poeta lo va a mirar, de todas maneras, y va a dejar caer por la comisura un hilo de luna plateado en la baba. Poeta se quita la remera, baja los pantalones, queda en boxers sin ningún pensamiento escondido, esa tarde se le ocurrieron unos versos, pero ya ha tomado algunas pastillas y no los recuerda, confía en que el cuerpo de Muñeco le dicte cosas nuevas.

Muñeco se tira sobre la cama con algo de alivio, las piernas respiran, la piel se le pone fresca, siente lo blando de la cama en su cuerpo y no puede evitar sonreír. Poeta se acuesta a su lado, cerca y a kilómetros, se queda mirando hacia el techo, escuchando la respiración sonriente de Muñeco. La luz es suave, pálida, les choca contra la piel. Muñeco habla y cuenta que estuvo con El Oscuro, que lo vio, que le dolió no estar más con él, que cogieron casi toda la mañana hasta que no les quedó más salida que ir a trabajar. A poeta se le trenzan las tripas, siente un oscuro placer con lo que Muñeco le cuenta, ama que ahora él lo tenga en su cama, aunque Muñeco ni siquiera lo mire, ni siquiera le busque los ojos y se los guarde en el bolsillo. Qué importa, lo escucha, se acomoda y lo ve mirando el techo.

Muñeco se da vuelta y queda con su cara en frente, desafiando la compostura de Poeta. Sabe que no se animará al beso, nunca antes lo ha hecho, no corre peligro. Agarra a poeta del hombro y le sigue hablando, a Poeta algo le dice que si Muñeco no fuera un flaco oscuro y tormentoso, largaría alguna lágrima, pero sabe que ambos son iguales. La tristeza se les ha vuelto cucarachas que les habitan la casa hace mucho tiempo, han tratado de matar algunas, pero ya ni siquiera les molestan. La tristeza es una plaga tierna, por eso escriben canciones y poemas, por eso no tienen un peso, por eso. Poeta piensa en el día en que por fin no necesite de Muñeco para hacer correr su sangre oscura y espesa. Muñeco aprieta el hombro de poeta y habla.

— Sos muy divino.

— Ajá...

Poeta no dice demasiado. Estos diálogos le hacen explotar el esqueleto. Nunca sabe dónde terminarán, qué sombra se esconde detrás de la esquina.

— En serio. Me divierto, me siento bien...

— ...

— Lo que sucede es que... sabés que estoy en otra y...

— Si, ya sé, ya lo hablamos. Está todo bien...

A Poeta se le tranca la noche en la garganta. Siente los placeres de las pastillas. Dormirá volando.

— ¿Me abrazás? ¿Podemos dormir abrazados?

— Podemos.

Poeta abraza por detrás a Muñeco, le suelta en la nunca su aliento químico de yonqui. Piensa en que hace un año ese chico era su sueño imposible, igual que ahora, aunque lo tenga abrazado en el país de su cama.

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