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LA
SUPREMACÍA
DE DIOS
EN LA
PREDICACIÓN
Dr. John Piper
Publicado por:
Publicaciones Faro de Gracia
P.O. Box 1043
Graham, NC 27253
www.farodegracia.org
ISBN 978-1-629462-23-3
© Copyright, 1990, 2004 by Desiring God Foundation. Todos los derechos reservados. Orginalmente publicado en el inglés bajo el título, The Supremacy of God in Preaching, Revised Edition, by Baker Books, a division of Baker Publishing Group, Grand Rapids, Michigan, 49516, USA.
Traducción al Español por Max Mejía Vides, y revisada por Moises Zapata, MTW. © Copyright Publicaciones Faro de Gracia.
Ninguna parte de esta publicación se podrá reproducida, procesada en algún sistema que la pueda reproducir, o transmitida en alguna forma o por algún medio – electrónico, mecánico, fotocopia, cinta magnetofónica u otro– excepto para breves citas en reseñas, sin el permiso previo de los editores.
© Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina-Valera
© 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina. © renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizado con permiso.
LA
SUPREMACÍA
DE DIOS
EN LA
PREDICACIÓN
Dr. John Piper
Contenido
PREÁMBULO
PREFACIO
PRIMERA PARTE POR QUÉ DIOS DEBERÍA SER SUPREMO EN LA PREDICACIÓN
1 La Meta de la Predicación La Gloria de Dios
2 El Terreno de la Predicación La Cruz de Cristo
3 El Don de la Predicación El Poder del Espíritu Santo
4 La Solemnidad y el Regocijo De la Predicación
SEGUNDA PARTE CÓMO HACER PARA QUE DIOS SEA SUPREMO EN LA PREDICACIÓN
5 Mantente Centrado en Dios La Vida de Edwards
6 Sométete a Dulce Soberanía La teología de Edwards
7 Haz Supremo a Dios La Predicación de Edwards
Conclusión
PREÁMBULO
Las gentes están hambrientas de la grandeza de Dios. Pero la mayoría de ellas, en medio de una vida llena de problemas, no quieren reconocerlo. La majestad de Dios es una cura desconocida. Hay en el ambiente muchas recetas populares cuyos beneficios son superficiales y breves. La predicación que no tiene el aroma de la grandeza de Dios podrá entretener por un tiempo, mas no calmará el grito del alma que clama: “Muéstrame tu Gloria.”
Hace años, durante la oración semanal en nuestra iglesia, decidí predicar acerca de la Santidad de Dios, basándome en Isaías 6. En el primer domingo del año, decidí mostrar la visión de Dios que se encuentra en los primeros cuatro versos de ese capítulo.
“En el año que murió el rey Uzías, vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, y con dos volaban. Y el uno al otro daban voces, diciendo: Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de tu gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo.
De modo que prediqué sobre la santidad de Dios, e hice lo mejor que pude para mostrar la majestad y la gloria de tan grande y santo Dios. No dije ni siquiera una mínima palabra aplicada a las vidas de las personas.
La aplicación es esencial en el curso normal de una predicación, pero aquel día me sentí llevado a hacer una prueba: ¿Acaso el mostrar apasionadamente la grandeza de Dios por sí sola llenaría las necesidades de esta gente?
No me había dado cuenta de que no hacía mucho, antes de este domingo, una pareja joven de nuestra iglesia había descubierto que uno de sus hijos estaba siendo abusado sexualmente por un pariente cercano. El asunto era increíblemente traumático. Ellos estaban allí aquel domingo por la mañana escuchando aquel mensaje. No sé cuántos fieles, aconsejando a los Pastores nos dirían hoy: “Pastor Piper, ¿no se da cuenta de que su gente está sufriendo? ¿No pudiera usted bajar del cielo y ser más práctico? ¿No se da cuenta de la clase de gente que se sienta frente a usted los domingos?” Semanas más tarde supe la historia. Un domingo por la tarde después del servicio, el esposo me llamó aparte. “John,” me dijo, “estos han sido los meses más duros de nuestras vidas. ¿Y sabe por qué he logrado resistirlos? Fue la visión de la Grandeza de la Santidad de Dios que usted nos dio la primera semana de enero. Ésa ha sido la roca a la que nos hemos aferrado.”
La grandeza y la gloria de Dios son relevantes. No importa si las encuestas salen con una lista de necesidades perceptibles que no incluyan la suprema grandeza de la soberanía del Dios de la Gracia. Hay una necesidad mas profunda, y nuestro pueblo está hambriento de Dios.
Otra ilustración de lo anterior es la manera cómo la movilización misionera está ocurriendo en nuestra iglesia y la forma cómo en la historia esto ha sucedido vez tras vez. La juventud de hoy no se entusiasma por denominaciones y agencias. En cambio, se entusiasma por la grandeza de un Dios global y por el incontenible propósito de un rey soberano. El primer gran misionero dijo: “Se nos ha dado la gracia y apostolado para despertar la obediencia por la fe, por razón de Su nombre, a todas las naciones.” (Romanos 1:5, énfasis marcado) Las misiones existen por razones del amor de Dios. Fluyen por un amor a la gloria de Dios y por el honor de Su reputación, como la respuesta a una oración: “Santificado sea tu nombre.”
Estoy convencido que la visión de un gran Dios es una pieza clave en la vida de la iglesia, tanto en lo pastoral, como en el esfuerzo misionero. Nuestras gentes necesitan oír de un Dios milagroso. Necesitan oír que alguien, por lo menos una vez a la semana, alce su voz y magnifique la supremacía de Dios. Ellos necesitan contemplar el completo panorama de las excelencias de Dios. Robert Murray MʼCheyne dijo: “Dios no bendice a los grandes talentos tanto como a la gran semejanza a Jesús. Un Ministro santo es una poderosa arma en las manos de Dios.”1 En otras palabras, lo que la gente demanda es nuestra santidad personal. Y ciertamente, la santidad personal es nada menos que una vida inmersa en Dios – el vivir de una filosofía extasiada en Dios.
Dios mismo es la materia fundamental de nuestra predicación – en Su majestad, verdad, santidad, rectitud, sabiduría, fidelidad, soberanía y gracia. No quiero decir que no debamos predicar sobre las menudencias de las cosas prácticas como la paternidad, el divorcio, el Sida, la TV y el sexo. Lo que quiero decir es que cada una de esas cosas deberá ser traída ante la santa presencia de Dios y dejada descubiertas sus raíces de piedad o impiedad.
No es la tarea del predicador cristiano dar pláticas morales o psicológicas para animar acerca de cómo conducirse en el mundo, cosa que cualquier otro puede hacer. Mas la mayoría de nuestra gente no tiene en este mundo quien les diga una y otra vez acerca de la suprema belleza majestuosa de Dios. Trágicamente por eso, muchos están hambrientos de la visión centrada en Dios, del gran predicador Jonathan Edwards.
Mark Knoll, historiador eclesial, descubrió que en los dos siglos y medio pasados desde Edwards, trágicamente “los evangélicos norteamericanos no han pensado desde un inicio acerca de la vida como cristianos, porque toda su cultura se los ha impedido. La piedad de Edwards continuó en una tradición de reavivamiento, a su teología siguió un Calvinismo académico, mas no hubo sucesores para la visión universal de su Dios poderoso o de su profunda filosofía teológica. La desaparición de la perspectiva de Edwards en la historia de la Cristiandad norteamericana ha sido una tragedia.”2
Charles Colson repite esta convicción: “La iglesia moderna de Occidente – en su mayoría desviada, llena de cultos e infectada con gracia barata – necesita oír el reto de Edwards... Creo que las oraciones y las obras de los que aman y obedecen a Cristo en el mundo podrán prevalecer siempre que atesoren los mensajes de un hombre llamado Jonathan Edwards.”3
La recuperación de “La visión universal de un Dios Poderoso” causará gran regocijo sobre la tierra en los mensajeros de Dios, y una razón de profundo agradecimiento al Dios que hace todas las cosas nuevas.
El material de la Parte 1, fue inicialmente expuesta como las Conferencias Harold John Ockenga sobre Predicación, en el Seminario Teológico Gordon Conwell, en febrero de 1988. La esencia de la Parte 2 fue primeramente expuesta como las Conferencias del Centro Billy Graham sobre Predicación, en Wheaton College, en octubre de 1984. Tales privilegios y esfuerzos fueron una tremenda ganancia para mí más que para cualquier otro. Doy gracias a los administradores de estos Colegios que confiaron en mí, y me permitieron tener un atisbo del alto llamado del predicador cristiano.
Siempre doy gracias a Dios, que nunca me ha abandonado sin una palabra y un celo para hablarla la mañana de un domingo, todo para Su gloria. Oh, pero yo tengo mis momentos. Mi familia de cuatro hijos y una esposa estable no es ajena a las penas y las lágrimas. Las críticas pueden herir al irritable, y el desanimo puede llegar tan profundo como para dejar a este predicador mudo. Pero la inconmensurable y soberana gracia de Dios, más allá de toda soledad e inconveniencia, me ha revelado Su Palabra y me ha dado un corazón capaz de saborearla y enviarla semana tras semana. Por eso nunca he dejado de amar la predicación.
En la misericordia de Dios hay una razón humana para ello. Charles Spurgeon lo sabía, y la mayoría de predicadores felices lo saben. Cierta vez le preguntaron a Spurgeon acerca del secreto de su ministerio. Al cabo de una breve pausa, respondió: “Mi gente ora por mí.”4 Por eso es que yo he sido revivido una y otra vez en la obra del ministerio. Así es como La Supremacía de Dios en la Predicación pudo ser escrito. Mi gente ora por mí. A ellos dedico este libro con afecto y gratitud.
Oro porque este libro pueda volver los corazones de los heraldos de Dios, para el cumplimiento de la gran admonición apostólica:
Si alguno habla,hable conforme a las palabras de Dios...conforme el poder que Dios dapara que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén. (1 Pedro 4:11)
John Piper
PREFACIO
Prefacio a la Edición Revisada (2003)
Más que nunca, creo en la predicación como una parte de la adoración en la iglesia congregada. La predicación es adoración, y pertenece a la vida de adoración regular de la iglesia, sin importar el tamaño de la iglesia. No se vuelve conversación o “compartir” en la iglesia pequeña. No se convierte en una inyección estimulante o retintín de campanillas en la mega-iglesia. La predicación es adoración sobre la Palabra de Dios –el texto de la Escritura- con explicación y exultación.
La predicación pertenece a la adoración corporativa de la iglesia, no sólo porque el Nuevo Testamento ordena “predica la Palabra” ( keruxon ton logon) en el contexto de vida corporativa (2 Tim. 3:16-4:2), sino aun más fundamentalmente porque la esencia doble de la adoración lo demanda.
Esta esencia doble de la adoración proviene de la manera en que Dios se revela a nosotros. Jonathan Edwards lo describe así:
Dios se glorifica a Sí mismo hacia las criaturas en dos maneras también: 1. Por manifestarse a… sus entendimientos. 2. Comunicándose a Sí mismo a sus corazones, y en su regocijarse y deleitarse y gozar las manifestaciones que Él hace de Sí mismo… Dios es glorificado no solamente porque Su gloria sea vista, sino también cuando esa gloria es gozada. Cuando aquellos que la ven se deleitan en ella, Dios es más glorificado que si ellos solamente la ven. Su gloria es recibida entonces por toda el alma, por ambos, el entendimiento y el corazón.
Siempre hay dos partes en la verdadera adoración. Hay el ver a Dios y hay el saborear a Dios. No los puedes separar. Tienes que verlo a Él, para saborearlo a Él. Y si no lo saboreas a Él cuando le ves, le insultas. En la verdadera adoración, siempre hay entendimiento con la mente y siempre hay sentimiento en el corazón. El entendimiento siempre debe ser el fundamento del sentimiento. Si no, todo lo que tenemos es emocionalismo sin base. Pero el entendimiento de Dios que no motiva sentimiento por Dios se vuelve mero intelectualismo e indiferencia. Por esto la Biblia nos llama continuamente a pensar, a considerar y a meditar, por un lado, y a regocijarnos, a temer, a gemir, a deleitarnos, a tener esperanza y a estar alegres, por el otro. Ambos, entendimiento y sentimiento, son esenciales para la adoración.
La razón que la Palabra de Dios toma la forma de predicación en la adoración es que la verdadera predicación es la clase de discurso que consistentemente une estos dos aspectos de la adoración, tanto en la manera en que es hecha como en el propósito que tiene. Cuando Pablo le dice a Timoteo, en 2 Timoteo 4:2, “Predica la Palabra”, el término que utiliza para “predicar” es una palabra que se usa para “pregonar” o “anunciar” o “proclamar” ( keruxon). No es una palabra que se usa para “enseñar” o “explicar”. Es lo que un pregonero del pueblo hacía: “¡Oigan, oigan, oigan! El Rey tiene una proclamación de buenas nuevas para todos aquellos que juren alianza a su trono. Sea conocido de ustedes que Él dará vida eterna a todos los que confíen en y amen a Su Hijo.” Yo llamo a este pregonar exultación. La predicación es una exultación pública sobre la verdad que trae. No es desinteresada, fría o neutral. No es una mera explicación. Es manifiesta y contagiosamente apasionada acerca de lo que dice.
Sin embargo, este pregonar contiene enseñanza. Puedes verlo al mirar de nuevo 2 Timoteo 3:16 –La Escritura (que da motivo a la predicación) es útil para enseñar. Y puedes verlo al mirar adelante el final de 2 Timoteo 4:2: “Que prediques la Palabra… redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina (enseñanza).” Así que la predicación es expositiva. Versa sobre la Palabra de Dios. La verdadera predicación no es la opinión u opiniones de un mero hombre. Es la fiel exposición de la Palabra de Dios. Así que, para decirlo en una oración gramatical: La predicación es exultación expositiva.
En conclusión, entonces, la razón que la predicación sea tan esencial a la adoración corporativa de la iglesia es que es adecuada de manera única para alimentar ambos, entendimiento y sentimiento. Es adecuada de manera única para despertar el ver a Dios y el saborear a Dios. Dios ha ordenado que la Palabra de Dios venga en una forma que enseñe a la mente y toque el corazón.
Quiera Dios usar esta edición revisada de La Supremacía de Dios en la Predicación para fomentar un movimiento de adoración y vida teocéntricas, centradas en Dios. Que la predicación de nuestras iglesias muestren más y más la verdad de Cristo y el sabor de Cristo. Que los púlpitos del país resuenen con exposición de la Palabra de Dios y exultación en la Palabra de Dios.
John Piper
2003
PRIMERA PARTE
POR QUÉ DIOS
DEBERÍA SER SUPREMO
EN LA PREDICACIÓN
1
La Meta de la Predicación
La Gloria de Dios
En septiembre de 1966 era yo un novato estudiante de medicina, con estudios superiores en literatura en Wheaton College. Había terminado un curso de verano en química, estaba locamente enamorado de Noel y estaba más enfermo que nunca con mononucleosis. El doctor me envió al centro de salud durante las tres semanas más decisivas de mi vida. Fue un período por el cual nunca dejo de dar gracias a Dios.
Por aquellos días, el semestre de otoño comenzó con una Semana de Énfasis Espiritual. El orador en 1966 era Harold John Ockenga. Fue la primera y última vez que yo le oí predicar. La radio del colegio WETN transmitió los sermones, y yo los escuché mientras estaba acostado en mi cama, a unos doscientos metros de su púlpito. Bajo la predicación de la Palabra por el Pastor Ockenga la dirección de mi vida fue permanentemente cambiada. Puedo recordar cómo mi corazón casi explotaba anhelante, conforme escuchaba – deseando conocer y dominar la Palabra de Dios en aquella forma. Por medio de esos mensajes, Dios me llamó al ministerio de la Palabra, de manera irresistible y (creo) en forma irrevocable. Desde entonces, ha sido mi convicción que la evidencia subjetiva del llamado de Dios al ministerio de la Palabra (para citar a Charles Spurgeon) “es un intenso y todo-absorbente deseo por la obra.”5
Cuando salí del centro de salud, dejé la química orgánica y tomé filosofía como materia secundaria, y me propuse obtener la mejor educación bíblica y teológica posible. Veintidós años más tarde (a esa disertación en 1988) puedo testificar que el Señor no me ha dejado dudar de ese llamado. Está tan claro en mi corazón hoy como nunca antes. Y solamente me maravillo de la maravillosa providencia de Dios – de salvarme y llamarme como un sirviente de la Palabra, y luego dejarme hablar, después de dos décadas, bajo la bandera de las Conferencias Harold John Ockenga sobre Predicación, en el Seminario Teológico Gordon-Conwell.
Éste es para mí un precioso privilegio. Oro porque sea un tributo aceptable al Dr. Ockenga, que nunca me conoció – y por tanto es un testimonio al hecho de que nunca sabremos de la verdadera utilidad de nuestra predicación, hasta que todo el fruto de las ramas del árbol que han brotado de las simientes que hemos sembrado haya madurado a la luz de la eternidad.
Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve al á, sino riega la tierra y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra, y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mi vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquel o para que la envié. (Isaías 55:10-11)
El doctor Ockenga nunca supo lo que su predicación hizo en mi vida, y puede usted tomar nota de que si usted es un predicador, Dios le va a ocultar mucho del fruto que Él produce en su ministerio. Verá lo suficiente para estar seguro de Su bendición, pero no tanto como para pensar que usted podría vivir sin ello. La meta de Dios es que Él sea exaltado y no el predicador. Esto nos lleva al tema principal: La Supremacía de Dios en la Predicación. Su bosquejo es intencionalmente trinitario:
La Meta de la Predicación: La Gloria de Dios.La Base de la Predicación: La Cruz de Cristo. El Don de la Predicación: El Poder del Espíritu Santo.
Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo son el inicio, el medio y el fin en el ministerio de la Predicación. Sobre toda labor ministerial, especialmente la predicación, se destacan las palabras escritas por el apóstol: “Porque en él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.” (Romanos 11:36)
El predicador escocés James Stewart dijo que los objetivos de una predicación genuina son para “despertar la conciencia por medio de la santidad de Dios, para alimentar la mente con la verdad de Dios, para purificar la imaginación por medio de la belleza de Dios, para abrir el corazón al amor de Dios, para consagrar la voluntad al propósito de Dios.”6 En otras palabras, Dios es la meta al predicar, Dios es el fundamento de la predicación – y todos los demás recursos son dados por el Espíritu Santo.
Mi carga es rogar por la supremacía de Dios en la predicación – que la nota dominante en la predicación sea la libertad de la Gracia soberana de Dios, que el tema unificador sea el celo que Dios tiene de Su propia Gloria, que el gran propósito de la predicación sea la infinita e inagotable realidad de Dios y que la penetrante atmósfera de la predicación sea la santidad de Dios. Entonces, cuando en la predicación se tocan las cosas ordinarias de la vida – la familia, el ocio, las amistades o las crisis de nuestro diario vivir – Sida, divorcio, adicciones, depresiones, abusos, pobreza, hambre y, lo peor de todo, la gente inconversa del mundo, estas cosas no sólo son consideradas: Son llevadas a la misma presencia de Dios.
John Henry Jowett, quien predicó en Inglaterra y América durante treinta y cuatro años hasta 1932, pudo ver este gran poder de tales predicadores del siglo IX como Robert Dale, John Newman y Charles Spurgeon. El dice:
“Siempre estuvieron dispuestos a detenerse a ver lo que sucedía en el pueblo, pero siempre vincularon las calles con las alturas, y enviaron sus almas errantes sobre las eternas colinas de Dios... Es este tema de la inmensidad, sentido de Su eterna presencia e indicación de lo infinito, que considero que debemos de recuperar en nuestras predicaciones.”7
Casi a finales del siglo XX, la necesidad de recuperación es diez veces mayor.
Tampoco estoy proponiendo alguna forma de preocupación artística elitista con imponderables filosóficos o intelectuales. Hay cierto tipo de personas que gravitan a los cultos de alta liturgia, porque no toleran el “palmoteo” de la adoración evangélica. Spurgeon fue todo, menos un intelectual elitista. Casi no ha habido Pastor de mayor agrado popular. Sus mensajes, sin embargo, estaban llenos de Dios y la atmósfera estaba cargada con la presencia de tremendas realidades. “Nunca tendremos grandes predicadores” decía, “hasta que tengamos grandes teólogos.”8
No fue que él se preocupara más por los grandes ideales que por las almas perdidas. Se preocupaba por lo uno, debido a que amaba lo otro. Lo mismo sucedió con Isaac Watts, que vivió un siglo antes. Samuel Johnson dijo de Watts: “Todo lo que él tomaba en sus manos, debido a su incesante hambre por almas, fue convertido en teología.”9 Lo que quiero decir con el caso de Watts es que él todo lo llevó a una relación con Dios, porque se preocupaba por las personas.
Hoy día, creo que Johnson opinaría de mucha predicación contemporánea que, “cualquier cosa que el predicador toma en sus manos es, por su constante afán de relevancia, convertido en psicología.” Ni las grandes metas de predicación ni el valioso lugar de la psicología valen nada ante la pérdida del fundamento teológico. Una de las razones por las que la gente a veces duda del valor que tiene una predicación centrada en Dios es porque nunca han oído una. J. I. Packer cuenta que oyó predicar a D. Martyn Lloyd-Jones en la Capilla de Westminster cada domingo por la noche durante 1948 y 1949. Dice que nunca antes oyó predicación semejante. Vino a él con la fuerza y el ímpetu de un choque eléctrico. Lloyd-Jones, dijo, le llevó a “la presencia de Dios, más que ningún otro hombre.”10
¿Es esto lo que la gente de estos días se lleva de la adoración – sentir la presencia de Dios, un toque de Su soberana gracia, una disertación del panorama de Su gloria, el gran propósito de la infinita razón de ser de Dios? ¿Acaso entran durante una hora a la semana – que no es un sacrificio – a una atmósfera de la santidad de Dios que deja Su aroma en sus vidas por toda una semana?
Cotton Mather, quien ministró en Nueva Inglaterra hace 300 años, dijo: “En la tarea de un predicador cristiano, el gran esquema e intención es restaurar el trono y dominio de Dios en las almas de los hombres.”11 Eso no fue una exhuberancia retórica. Era una conclusión exegética mesurada y exacta de uno de los más grandes textos bíblicos que conducen a los fundamentos de la Supremacía de Dios en la Predicación. El texto que respalda lo dicho por Mather es Romanos 10:14-15: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian las buenas nuevas!”
Del texto anterior, la predicación puede ser definida como la proclamación de las buenas nuevas por un mensajero enviado por Dios – (“proclamación” - de la palabra kerussontos en verso 14, “buenas nuevas” de las palabras euangelizomenon agatha, en verso 15; “mensajero enviado de la palabra apostalosin en verso 15).
La pregunta clave es: ¿Qué es lo que el predicador proclama? ¿Cuáles son las buenas nuevas a que se refiere el texto? Puesto que el verso 16 es una cita del verso 7 de Isaías 52:7, haremos bien en regresar y dejar que Isaías lo defina para nosotros. Oiga lo que Mather oyó en este verso concerniente al gran designio de la predicación Cristiana.
Cuán hermosos sobre los montes son los pies de
aquel que trae buenas nuevas,
aquel que anuncia la paz,
aquel que trae noticias de bien,
aquel proclama la salvación,
aquel que dice a Sion: Tu Dios reina.
Las buenas nuevas del predicador, la paz y la salvación que él anuncia están grabadas en una oración: “Tu Dios Reina.” Mather aplica esto con plena justificación al predicador: “El gran designio... de un predicador cristiano es restaurar el trono y el dominio de Dios en las almas de los hombres.”
La nota más relevante en la boca de cada profeta-predicador de los días de Isaías, de Jesús o de nuestros días, es “Tu Dios Reina.” Dios es el Rey del universo; tiene derechos absolutos de Creación sobre este mundo y sobre cada uno de los que en él viven. Rebeliones y motines, sin embargo, se dan por todos lados, y Su autoridad es menospreciada por millones. Por eso es que Dios manda predicadores por todo el mundo gritando que Dios reina, que no va permitir que Su gloria sea menospreciada indefinidamente. Que Él va a vindicar Su nombre con grande y terrible ira. Pero también son enviados a proclamar que, por el momento, Dios ofrece una total y libre amnistía a los rebeldes que abandonen su rebeldía, que clamen por misericordia, que se arrodillen ante Su trono y le juren sujeción y fidelidad para siempre. La amnistía está firmada con la sangre de Su Hijo.
Mather está en lo cierto: El gran esquema del predicador cristiano es restaurar el trono y el dominio de Dios en las almas de los hombres. ¿Pero, por qué? ¿Podremos profundizar más? ¿Qué es lo que motiva el corazón de Dios al demandar someternos a Su autoridad, además de ofrecernos amnistía?
Isaías nos da la respuesta en un texto anterior. Hablando de la misericordia para Israel, Dios dice:
Por amor a mi nombre diferiré mi ira, y para alabanza mía la reprimiré para no destruirte. He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción. Por mí, por amor a mí mismo lo haré, para que no sea mancillado mi nombre, y mi honra no la daré a otro. (Isaías 48:9-11)
En el fondo del soberano ejercicio de misericordia de Dios como rey está Su inalterable pasión por el honor de Su nombre y la demostración de Su gloria.
Así pues, podemos profundizar más el punto de Mather. Tras el compromiso de Dios de reinar como Dios, está el profundo compromiso de que Su gloria un día llenará la tierra. (Num. 14:21; Isa. 11:9; Hab. 2:14; Sal. 57:5; 72:19) Este descubrimiento tiene una tremenda implicación en la predicación, porque el profundo propósito de Dios en el mundo es el de llenarlo con la reverberación de Su gloria en la vida de una nueva humanidad, rescatada de cada pueblo, tribu, lengua y nación. (Apoc. 5:9)12 Mas la gloria de Dios no se refleja claramente en los corazones de hombres y mujeres cuando se agachan con desgano en sumisión a Su autoridad o cuando obedecen por temor servil o cuando no hay regocijo en respuesta a la gloria de su rey.
Las implicaciones para la predicación son claras: Cuando Dios envía emisarios a declarar, “Tu Dios Reina”, Su objetivo no es obligar la sumisión del hombre por un acto de cruda autoridad; Su meta es cautivar nuestras afecciones con irresistibles demostraciones de gloria. La única sumisión que refleja completamente el valor y la gloria del rey es la sumisión gozosa. Sumisión a regañadientes ofende al rey. Sin gozo en el súbdito, no hay ninguna gloria para el rey.
Esto es lo que Jesús en efecto dijo en Mateo 13:44, “El reino (la norma, el dominio) de los cielos es como un tesoro escondido en un campo, que un hombre encuentra y esconde; entonces feliz (su alegre sumisión a aquel reino y su deleite en su gloria, su valor) va y vende todo lo que tiene y compra aquel campo.” Cuando el reino es un tesoro, la sumisión es un placer. Al revés, cuando la sumisión es un placer, el reino es glorificado como un tesoro. Por tanto, si la meta de la predicación es glorificar a Dios, deberá orientarse a una alegre sumisión a Su reino y no a una sumisión superficial.
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