Destruir la naturaleza para rediseñar el territorio

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Destruir la naturaleza para rediseñar el territorio
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Uribe Castro, Hernando

Destruir la naturaleza para rediseñar el territorio: el caso del Valle Geográfico del Río Cauca, Colombia / Hernando Uribe Castro.-- Primera edición.-- Cali: Programa Editorial Universidad Autónoma de Occidente, 2020. 123 páginas, ilustraciones.—(colección investigación)

Contiene referencias bibliográficas.

ISBN: 978-958-619-061-9

1. Valle del Cauca. 2. Desarrollo regional. 3. Desecación de los territorios. 4. Canalización de ríos. 5. Río Cauca. I. Universidad Autónoma de Occidente.

338.986152- dc23

Destruir la naturaleza para rediseñar el territorio: el caso del valle geográfico del río Cauca, Colombia

Instituto de Estudios para la Sostenibilidad

Grupo de Investigación en Conflictos y Organizaciones

© Hernando Uribe Castro

ISBN Epub: 978-958-619-061-9

ISBN pdf: 978-958-619-060-2

Primera Edición, 2020

Gestión Editorial

Director (E) de Investigaciones y Desarrollo Tecnológico

Alexander García Dávalos

Jefe Programa Editorial

José Julián Serrano Quimbaya

jjserrano@uao.edu.co

Coordinación editorial

Pamela Montealegre Londoño

pmontealegre@uao.edu.co

Corrección

Luisa María Vidal

Diagramación y diseño

Melissa Zuluaga Hernández

© Universidad Autónoma de Occidente

Km. 2 vía Cali-Jamundí, A.A. 2790, Cali, Valle del Cauca, Colombia.

El contenido de esta publicación no compromete el pensamiento de la Institución, es responsabilidad absoluta de su autor.

Personería jurídica, Res. No. 0618, de la Gobernación del Valle del Cauca, del 20 de febrero de 1970. Universidad Autónoma de Occidente, Res. No. 2766, del Ministerio de Educación Nacional, del 13 de noviembre de 2003. Acreditación Institucional de Alta Calidad, Res. No. 16740, del 24 de agosto de 2017, con vigencia hasta el 2021. Vigilada MinEducación.

Diseño epub:

Hipertexto – Netizen Digital Solutions

A Jesús Alfonso Flórez López y Elizabeth Muñoz.

CONTENIDO

INTRODUCCIÓN

Capítulo 1.

DESTRUIRN ATURALEZA

¿OBRAS DE INTERÉS PÚBLICO O MERCADO DE LA TIERRA?

Capítulo 2.

DESECAR PARA

ADECUAR EL TERRITORIO VALLECAUCANO

Capítulo 3.

REDISEÑAR EL

TERRITORIO

A MODO DE CIERRE

REFERENCIAS

ANEXOS

NOTAS AL PIE

INTRODUCCIÓN

El presente libro es un producto de la investigación dirigida por el autor; titulada “Procesos modernizadores y modernizantes en Santiago de Cali”, realizada entre 2017-2019, financiada por la Dirección de Investigaciones y Desarrollo Tecnológico de la Universidad Autónoma de Occidente.

Una de las tareas que se la ha dejado a la ciencia es la de cazar mitos, confrontar realidades y desvelar las falsas transparencias con las que se ocultan los hechos. Uno de esos mitos tiene que ver con las bases sobre las que reposó el denominado “desarrollo regional” del Valle del Cauca. Se debe decir de inmediato que el Valle del Cauca es producto de la injerencia humana, de un grupo de la élite política y económica que movilizó todos sus esfuerzos políticos, tanto locales, como regionales y nacionales, para acentuar el crecimiento económico y hacer de esta región un lugar privilegiado para las actividades agrícolas y agroindustriales. De hecho, esta región se considera un ejemplo de desarrollo para el país.

Sin embargo, lo que no se dice es que, para alcanzar tal propósito se destruyó naturaleza para construir territorio. Se interrumpió la dinámica natural que caracterizaba este valle de inundación que tiene como eje todo el sistema hídrico del complejo del río Cauca. Pero no cualquier territorio, sino uno que fuera apropiado para la visión de mundo que poseía la dirigencia regional política y económica de la época, en la que existía una idea de naturaleza y, por supuesto, unos intereses económicos. Realizaron lo que sería —extrapolando el concepto de Joseph A. Schumpeter (1996)— una “destrucción creativa”: destruir para construir, destruir para innovar, destruir lo viejo para producir lo nuevo; destruir para desarrollar.

Expresándolo en otras palabras, como lo explica Leff,

La degradación ecológica es la marca de una crisis de civilización, de una modernidad fundada en la racionalidad económica y científica como los valores supremos del proyecto civilizatorio de la humanidad, que ha negado a la naturaleza como fuente de riqueza, soporte de significaciones sociales, y raíz de la coevolución ecológico-cultural. (Leff, 2004, p. 181)

Es posible que esta dirigencia del Valle del Cauca, de principios de siglo XX, no percibía que las obras realizadas en la construcción del territorio produjeran daños en la naturaleza. Esos daños, y sus efectos a largo plazo, hoy se pueden observar con mayor claridad por la ventaja de la distancia temporal respecto a los primeros años del siglo XX, así como por la acogida que, durante las últimas décadas, y poco a poco, están teniendo los discursos ambientales y ecologizados, que han impregnado de algún modo unos imaginarios sociales sobre ver y percibir el mundo en su propia naturaleza.

Durante ese mismo siglo, la construcción territorial del Valle del Cauca se fue desarrollando, mientras surgía con fuerza en el mundo la racionalidad ambiental, las organizaciones internacionales ambientales, las políticas y los marcos normativos de protección de la naturaleza. Por ello, con la ventaja que hoy existe, los procesos de intervención territorial deben hacerse teniendo en cuenta los nuevos marcos normativos y de responsabilidad con el planeta. No podría pedírsele a esos hombres y mujeres impulsores de este modelo territorial y económico en el valle del río Cauca de finales del siglo XIX y principios de siglo XX, lo que sí se debería pedir hoy a la alta dirigencia local, regional y nacional.

No podría suceder que, con todo este contexto actual, en donde lo ambiental y ecológico deben estar presentes como principios éticos y de responsabilidad, se permitieran decisiones que produjeran daños ecosistémicos irreparables. Por ello, es muy importante la vigilancia que pueda ejercer la sociedad civil, los intelectuales y académicos, las comunidades y pueblos, así como los grupos políticos y movimientos sociales, por evitar un mundo que vaya rumbo a la destrucción. Vigilantes no solo de los proyectos y programas implementados y sus respectivos efectos socioambientales, sino también de los discursos y argumentos, y de todo el mercado lingüístico, del que se apropian los agentes destructores de vida, para legitimar y lograr sus intereses basados en el reduccionismo económico de la existencia. Es muy importante la acción colectiva que defiende la tierra, el agua, los boques, así como las propuestas y alternativas frente a los modelos destructores de vida.

El hecho de que hoy el valle geográfico del río Cauca posea aproximadamente 243 232 hectáreas sembradas con cultivos de caña de azúcar (Asocaña, 2018, p. 11) de las 396 250 hectáreas que posee la zona plana, da una idea sobre el proceso de toma de decisiones que se dio en todos los niveles de la injerencia política y económica local, regional y nacional, e incluso internacional a lo largo de todo este tiempo, gracias al cual hoy se tiene un valle geográfico monopolizado por cultivos cañeros, cuya dinámica ecosistémica fue intervenida por las obras de infraestructura llevadas a cabo, por mencionar algunas; Represa de la Salvajina, diques y el control-canalización de las aguas del río Cauca y de todos los afluentes, así como por la extracción y uso de las aguas subterráneas y superficiales para garantizar el riego de las hectáreas sembradas. (Uribe, 2017, p. 12)

 

Así mismo, el hecho de que un centro urbano como la ciudad de Santiago de Cali, amplíe su perímetro urbano y crezca en conexión con centros poblados próximos formando una gran área metropolitana de casi tres millones de habitantes, en zonas que se caracterizaban por pertenecer a un valle de inundación, también da cuentas de la injerencia política, de los agentes de Estado local, de los terratenientes, de los capitales movilizados por las inmobiliarias y de las empresas de la construcción en el proceso de toma de decisión mencionados anteriormente.

Para la construcción de este material académico, se desarrolló un proceso exploratorio y de indagación documental con fuentes primarias y secundarias, a través de las cuales se buscó reconstruir unas primeras explicaciones del fenómeno de desecación dado en el territorio en el valle geográfico del río Cauca, como política de Estado local y Nacional, con el cual se busca aportar al debate y al diálogo sobre los temas regionales sobre sostenibilidad y construcción del territorio, y provocar con estas páginas preguntas que puedan motivar futuros trabajos de investigación sobre estas cuestiones.

El primer capítulo, titulado “Destruir naturaleza ¿obras de interés público o mercado de tierra?”, tiene como objetivo mostrar, muy rápidamente, que la política de desecación de tierras operó en el contexto latinoamericano, así como en Colombia, a lo largo de todo el siglo XX. En algunos casos, estos procesos de desecación venían heredados desde la lógica del orden territorial colonial, pero se profundizaron con el modelo económico que mercantilizó bienes como la tierra y el agua, y los demás elementos de la naturaleza.

El segundo capítulo, “Desecar para ‘adecuar’ el territorio vallecaucano”, muestra cómo ese panorama regional impactó de manera significativa en esta región del suroccidente, es decir del valle geográfico del río Cauca, aunque con particularidades muy precisas, relacionadas con las características geográficas y sociopolíticas que existieron en esta parte del territorio nacional, ya que si bien, en la región vallecaucana se implementaron las políticas de desecación promovidas por agencias consolidadas desde el Estado, la evidencia muestra que en esta región del país, la dinámica desecadora, reguladora y canalizadora de ríos fue significativa, no solo para el rio eje central del valle, como lo es el río Cauca, sino para sus principales tributarios; ríos como el Cañaveralejo, el Lili y el Meléndez, fueron convertidos a través de obras de infraestructura de regulación de aguas, en un solo canal y, por lo tanto, en una sola cuenca hidrográfica.

El tercer y último capítulo, titulado “Rediseñar el territorio”, muestra cómo los procesos de desecación de la tierra van a abrir las posibilidades de construir un territorio que benefició a sectores de las actividades agrícolas y agroindustriales, así como a sectores interesados en la expansión urbana y el mercado inmobiliario. Zonas antiguas caracterizadas por ser zonas de inundación hoy están convertidas en urbanizaciones de conjuntos cerrados.

Así pues, este libro tiene por objeto mostrar cómo el territorio del valle geográfico del río Cauca fue afectado e intervenido en su dinámica natural para luego ser reconstruido y diseñado a partir de la ya mencionada ‘destrucción creativa’, y cómo los intereses de agentes privados, que actuaban como agentes de Estado, movilizaron todo su capital social para incidir en las políticas y tomas de decisión del Estado, y su ejecución, con las que poco a poco se fue construyendo esta región.

AGRADECIMIENTOS

Agradezco a la Dirección de Investigaciones y Desarrollo Tecnológico, así como a la Vicerrectoría Académica por todo el apoyo dado al Instituto de Estudios para la Sostenibilidad que se encuentra a mi cargo y por los apoyos para la financiación de estos proyectos. Agradecimientos que se hacen extensivos al Programa Editorial de la Universidad Autónoma de Occidente, quienes siempre abren sus puertas a mis libros y productos académicos. Gracias por acoger la publicación de esta obra.


Capítulo 1.

DESTRUIR NATURALEZA

¿OBRAS DE INTERÉS PÚBLICO O MERCADO DE LA TIERRA?

1 Sobre la’Destrucción Creativa’

2 Destrucción Creativa y Creatividad Destructora en Colombia

3 Creación del Fondo Rotatorio de Irrigación y Desecación como política nacional


1

SOBRE LA

‘DESTRUCCIÓN CREATIVA‘

Uno de los hechos que ha caracterizado el proceso de modernización de algunas regiones en América Latina y en Colombia, en especial, a lo largo del siglo XX, ha sido sin duda alguna, la práctica sistemática de la desecación de los territorios, la canalización de los ríos, la construcción de diques y embalses, los cuales son el resultado de una racionalidad, que reducida al economicismo, se presenta ante la opinión pública como intereses ‘protectores’ de la sociedad y como obras de interés público1. Como lo expresa Leff (2004, p. 193) “La capitalización de la naturaleza individualiza a los recursos y a las personas […] los abstrae de los sistemas ecológicos y culturales en donde adquieren su valor y su sentido como bienes comunes y comunales”.

Si bien es cierto que la desecación de un territorio puede obedecer a procesos naturales generados por cambios hidroclimáticos y pluviométricos, también lo es el que la desecación sea el efecto de unos procesos antrópicos. Por ejemplo, puede resultar por efecto de nocivas prácticas de grupos locales que hacen un uso intensivo de bosques con tala y quemas, que repercuten a su vez, en las fuentes de agua y en altas tasas de erosión y sedimentación. También puede ser el producto de la implementación de políticas de intervención territorial desde el Estado, basadas en la estrategia de la ‘destrucción creativa’, y que busca el control de los cuerpos de agua superficiales y subterráneas, a través de la construcción y puesta en funcionamiento de obras de ingeniería para el drenaje y la irrigación en espacios que se consideran estratégicos y potenciales para el desarrollo de las actividades agrícolas, ganaderas, agroindustriales, industriales y urbanas, pero que se caracterizan por ser zonas que enfrentan constantemente o en determinados periodos, importantes eventos de inundación. Procesos que, además, producen escases del agua como elemento primordial para la vida2.

A principios de siglo XX, una de las características de la forma de pensamiento que habitaba en las sociedades —y sobre todo en los grupos de la dirigencia y de los tomadores de decisiones en los escenarios local, regional y nacional—, era la percepción aquella que consideraba las zonas naturales de inundación de los ríos y de todo su complejo ecosistémico como unos espacios que imposibilitaban el progreso y el beneficio social. Espacios que iban en contra de la idea de bien público y del interés público local. Odum y Warret (2006), han indicado para el caso de lo que sucedió en el Oeste de Estados Unidos, que entre 1833 y 1934, cerca del 90 % de las planicies de praderas, 75 % de los pantanos y la mayor parte del bosque fueron transformados en tierras de cultivo, pastizales y lotes madereros:

La vegetación natural se restringió a la tierra muy inclinada y al suelo poco profundo e infértil […] Desde 1935 hasta alrededor de 1960, tuvo lugar la intensificación de la agricultura asociada con subsidios de combustibles químicos no costosos, mecanización y un aumento en la especialización de las cosechas y monocultivos. (Odum y Warret, 2006, p. 407)

Estas zonas con pantanos, lagos y ciénagas eran consideradas como anegadizas, y que por tanto, debían de intervenirse con obras de ingeniería capaz de transformarlas en espacios productivos y rentables. Así pues, las inundaciones eran percibidas como fenómenos que afectaban la sociedad, y como obstáculos que limitaban la riqueza potencial de los territorios. Bajo esta lógica de entendimiento, de comprender y de apreciar el mundo, los esfuerzos debían encaminarse a la regulación de los ríos, las canalizaciones y las desecaciones. En otras palabras, la naturaleza debía ‘rectificarse’ y ‘mejorarse’ con la técnica y la tecnología humana, y de este modo transformar las condiciones espaciales y, en consecuencia, paisajísticas.

El fenómeno de la desecación de tierras tuvo fuerte impacto en todo el contexto latinoamericano. Incluso, De Gasperi (1955) en Argentina, abordó este fenómeno desde una perspectiva ambiental, en su texto titulado La desecación ambiental del Oeste formoseño, donde mostraba cómo las prácticas humanas habían producido efectos de erosión y pérdida de la capa vegetal, pero que, mediante estrategias de conservación, y la construcción de estaciones biológicas lograron recuperar la flora y fauna autóctona. Aunque la actividad fue positiva, de todas maneras, en el contexto latinoamericano, los procesos de desecación eran alarmantes. Este autor señala que:

La alteración del equilibrio biológico natural de extensas regiones tropicales y subtropicales, como consecuencia de la destrucción por el hombre de los bosques y sabanas originarios, y las modificaciones del balance higro-termosolar que suceden a la eliminación de la cubierta vegetal, producen un cambio muy profundo en el microclima primitivo, cambio que lleva sucesivamente a la desecación, erosión y desertización de las regiones afectadas. (De Gasperi, 1955, p. 1)

En México es bien conocido el caso de la desecación de lagos en la zona metropolitana del Valle del México desde tiempos de la conquista española, pasando por los procesos de desagüe del valle durante el siglo XIX y la construcción de los drenajes profundos del siglo XX con fuertes repercusiones en la actualidad3.

Según Perló (1989) su construcción se inició en 1966 y se concluyó en 1975. En la actualidad cuenta con un emisor central principal, un segundo, un emisor poniente, interceptor oriente e interceptor oriente-oriente. El emisor central es un conducto con 51 kilómetros de largo, 6,5 metros de diámetro y una profundidad de 240 metros. El sistema de drenaje profundo es un legado naturalizado, es decir que desde el inicio del proceso de desecación de la cuenca hasta nuestros días, somos herederos de una cultura del entubamiento, supuesta y acorde a la buena voluntad de impedir que la ciudad se inunde. Las inundaciones y los hundimientos son dos cosas que no pueden desligarse cuando se habla del problema del agua, porque forman una relación causa-efecto, la cual se ha vuelto impostergable. (Castillo y Ramos, 2014, p. 92)

No obstante, realizando una mirada atenta al modo como se fue consolidando el proceso de intervención de los territorios para desecarlos y ‘acomodarlos’ a los intereses generales de los gobiernos, es posible percibir que la toma de decisiones encaminadas a ‘mejorar’ las condiciones físicas de los territorios y hacerlos ‘amigables’ y ‘servibles’ para la sociedad, estuvo marcado de fuertes intereses económicos y de valorización de la tierra.

 

Se tienen ejemplos donde es claro que las intervenciones y transformaciones profundas producidas mediante políticas y sus respectivos planes de ejecución buscaban beneficios de capital, tanto para el Estado como para los grupos económicos privados. Este fenómeno ha sido bautizado como la destrucción creativa, que en términos concretos hace referencia a cómo los procesos de modernización producen daños ecológicos para acumular capital4.

El concepto fue utilizador por Joseph A. Schumpeter en su clásico libro Capitalismo, socialismos y democracia (1971), donde plantea que el capitalismo es por naturaleza una forma o método de trasformación económica dinámica. Y que esta dinámica no solo se debe a la cambiante dinámica del medio social y natural, al crecimiento de la población y del capital, ni al vértigo del sistema monetario:

El impulso fundamental que pone y mantiene en movimiento a la maquinaria capitalista procede de los nuevos bienes de consumo, de los nuevos métodos de producción y transporte, de los nuevos mercados, de las nuevas formas de organización industrial que crea la empresa capitalista. (1971, p. 120)

Todo ello significa que la apertura de nuevos mercados, el desarrollo de la organización productiva, la mutación industrial que revoluciona “la estructura económica desde dentro, destruyendo ininterrumpidamente lo antiguo y creando continuamente elementos nuevos” (1971, p. 121) es la destrucción creativa o ‘creadora’. Según Schumpeter (1971, p. 121), el proceso es de tipo sistémico, orgánico, donde “cada fragmento de la estrategia económica solo adquiere su verdadero significado poniéndolo en relación con este proceso y dentro de la situación creada por él”, y sus rasgos y efectos de se ven a largo plazo. Para Schumpeter, lo interesante es entender la forma como el capitalismo administra las estructuras existentes, cómo las crea y cómo las destruye.

En esta dinámica de destrucción creativa o creación destructiva, el Estado cumplía un papel importante, porque el conjunto de sus instituciones debía crear los mecanismos y mercados necesarios para dinamizar y modernizar económicamente los territorios5. Aunque desde el Estado se promovió con fuerza los procesos de intervención profunda y de transformación de los territorios para hacerlos más productivos, los agentes del sector privado no se quedaban atrás, y desde sus espacios corporativos y empresariales gestaron y participaron en gran parte de todo el proceso. Con la implementación del discurso y las prácticas políticas económicas neoliberales —basadas en la idea de que el con las libertades empresariales en los marcos institucionales legales, se puede alcanzar el bienestar humano— la intervención profunda en el territorio privilegió el modelo de la especialización productiva y económica en la región.

Bajo esta lógica, el Estado centró su tarea no solo en crear los marcos institucionales para las políticas neoliberales, sino también el de preservarlas. En este sentido, Harvey (2008) indica que el Estado debe velar por la calidad y la integridad del dinero, establecer funciones militares, policiales y judiciales para asegurar los derechos de propiedad privada y apoyar mercados de libre funcionamiento. Si los mercados no existen, el Estado debe crearlos, y pueden ser en áreas como la educación, la atención sanitaria, o la contaminación del medioambiente.

Pero señala David Harvey que, en esta lógica, el Estado

No debe aventurarse más allá de estas tareas. El intervencionismo del Estado en los mercados (una vez creados) debe limitarse a lo básico porque el Estado no puede posiblemente poseer suficiente información como para anticiparse a señales del mercado (precios) y porque poderosos intereses inevitablemente deformarán e influenciarán las intervenciones del Estado (particularmente en las democracias) para su propio beneficio. (2008, p. 3)

[…] La creación de este sistema neoliberal ha involucrado mucha destrucción, no sólo de previos marcos y poderes institucionales (tales como la supuesta soberanía previa del Estado sobre los asuntos políticos-económicos) sino también de divisiones laborales, de relaciones sociales, provisiones de seguridad social, mezclas tecnológicas, modos de vida, apego a la tierra, costumbres sentimentales, formas de pensar, etc. (p. 3).

En los escenarios de las prácticas neoliberales, elementos como materiales genéticos o plasmas de semillas que han estado presente en los territorios de las comunidades y los pueblos, ahora son tomados y apropiados como derechos de propiedad privada. Han caído bajo el dominio corporativo y el monopolio de la producción. En este sentido Harvey señala que:

Derechos de propiedad privada establecidos a través del así llamado acuerdo Adpic (Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual relacionados con el Comercio) dentro de la OMC, define como propiedad privada a materiales genéticos, plasmas de semillas, y a todo tipo de otros productos. Entonces se pueden extraer rentas por su uso de poblaciones cuyas prácticas han jugado un papel crucial en el desarrollo de esos materiales genéticos. La biopiratería es rampante, y el pillaje de las reservas de recursos genéticos del mundo ha avanzado en beneficio de unas pocas grandes compañías farmacéuticas. La escalada del agotamiento de los bienes comunes medioambientales del globo (tierra, aire, agua) y la proliferación de las degradaciones del hábitat que imposibilitan todo lo que no sean modos de requerimiento intensivo de capital para la producción agrícola han resultado asimismo de la con modificación de la naturaleza en todas sus formas (p. 15).

2

DESTRUCCIÓN CREATIVA Y

CREATIVIDAD DESTRUCTORA EN COLOMBIA

Ahora bien, la ‘destrucción creativa’ o ‘creatividad destructora’ tiene, por tanto, no solo una fuerte carga de implementación técnica, tecnológica, científica, política y económica, sino también estética. Y como práctica ha estado presente en escenarios territoriales de Colombia. Ejemplos interesantes se tienen tanto con el Valle del Risaralda, tal lo presenta Victoria (2017, p. 65), e incluso en el valle geográfico del río Cauca:

Los procesos de modernización, a partir del concepto de destrucción creativa, expuesto por el economista Joseph A. Schumpeter (2010), han tenido en uno de los apéndices al norte del valle geográfico del río Cauca, la demostración palmaria del daño ecológico consistente en desecar humedales para acumular capital.

Todo pantano y ciénaga no solo eran percibidos como espacios carentes de vida, y por tanto desaprovechados, sino que estéticamente se percibían como focos de infección que atentaban contra la salud pública y los centros poblados. Estos escenarios surgían como ‘caprichos’ de la naturaleza. Un ejemplo claro sobre este aspecto se puede ver en el informe que la firma Olarte, Ospina, Arias y Payán (OLAP) Ltda., entregó a la gobernación del Valle en 1951 sobre el “Proyecto Aguablanca”, en el que asevera que:

La zona estudiada, sobre la margen izquierda del río Cauca, abarca toda el área que puede recuperarse para la agricultura por medio del drenaje e irrigación, y cuyos linderos, indicados en el Plano General de Suelos son: Por el Sur, el río Jamundí; por el Norte, el río Cañaveralejo y el canal de drenaje que se muestra en el plano; por el Este, el río Cauca; por el Oeste, los canales interceptores (…) Como puede apreciarse en el plano, se trata de una zona adyacente a Cali, con suelos de buena calidad, aptos para cultivos diversos, lo que hace que este proyecto revista interés muy especial, tanto desde el punto de vista económico como del sanitario. Los pantanos y ciénagas que cubren actualmente gran parte de la superficie de esta zona, constituyen verdaderos focos de infección que atentan constantemente contra la salud pública de Cali y de los numerosos centros poblados anexos. (OLAP, 1951, p. 10)

Lo anterior sería un ejemplo palpable de lo expuesto por Schumpeter (1971), donde la base del crecimiento económico y la productividad parte de las dinámicas innovadoras que requieren de unas condiciones sociales y físicas apropiadas. Así como el hecho de que toda innovación implica de algún modo destrucción de lo viejo por lo nuevo.

A diferencia de lo que se podría pensar, la práctica de la desecación de tierras fue significativa en la primera mitad del siglo XX en Colombia, bajo el argumento de mejorar las condiciones de la tierra a través de la realización de obras de ingeniería. Una de las estrategias utilizadas por el Gobierno para regular, registrar y mantener controlado este álgido proceso fue la creación del Fondo Rotatorio de Irrigación y Desecación, a través de la Ley 204 del 30 de noviembre de 1938, y posteriormente el Instituto Nacional de Aprovechamiento de Aguas y Fomento Eléctrico mediante la Ley 80 de diciembre 24 de 1946.

Como se podrá observar más adelante, en estas leyes, escasamente se tratan los efectos sociales y naturales de la realización de las obras, reducidos todos ellos a los estudios técnicos. Abordan los beneficios de las obras de canalización, irrigación y desecación en los territorios, y se enfocan con mucho hincapié, en establecer todos los aspectos relacionados con la valorización de los predios, los empréstitos, las amortizaciones, los sistemas de bonos de deuda y recaudos. Todo un proceso de institucionalización y control sobre las actividades llevadas a cabo en las regiones con respecto a las intervenciones territoriales y sus mejoramientos, ambos hechos por el Estado.

Pareciera que la actividad desecadora no solo se percibiera como un ejercicio de la nación en la búsqueda de desarrollar obras de interés público con la que se beneficiara a la sociedad, sino también a la de la gestión de recursos económicos a través del mercado de la tierra y de su valorización para el recaudo de impuestos que generan importantes ingresos a las arcas de la nación.

Esto lo percibió muy bien Tobasura (2006), en su análisis realizado al conflicto ambiental en la laguna de Sonso en el Valle del Cauca. Según este autor,

Con el argumento y con la idea de que los pantanos y cuerpos de agua atentan contra el desarrollo de la región, se ha incentivado la desecación y ‘adecuación’ de las tierras, en donde el desarrollo se entiende sólo como productividad en términos monetarios y, así, justifica la presión sobre la laguna. Para la clase empresarial del Valle, las lagunas y ciénagas que abundan en la planicie eran pantanos inservibles, terrenos improductivos que debían ser adecuados, es decir desecados (p. 24).

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