Profesores, tiranos y otros pinches chamacos

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LO QUE ANTES ERAN CALLES

–Nos lo crebamos –afirmó El Bóiler.

–¿Quieres decir que si nos lo quebramos?

–Sí, a putosos.

–¿A putazos?

–Con tal de que le suela al cabrón.

–O sea: que le duela al hijo de puta.

–Tú me entendes.

Y la noche cayó profunda.

Al otro día El Bóiler, mejor conocido como Gonzalo del Canal, tuvo una corazonada: su novia, La Negra Martínez, lo había engañado con El Señorito, alias El Otro Gonzalo, su hermano menor.

–¿A cuál de los dos matamos?

–Déjame que lo pense.

–Se dice “que lo piense”.

Pasaban de las cuatro de la tarde. El restaurante estaba a re ventar.

–¿Y de segundo plato? –preguntó el mesero.

–Una tártara con hovo.

–¿Y usted?

–Albóndigas y arroz sin huevo.

–Crébate a los dos. Lo que me ficieron no tiene madre.

Mientras terminaba de desprender una parte del cuerpo de La Negra Martínez (el brazo derecho), El Sapo tuvo un repentino sentimiento de culpa. Era humano. “La Negra no era mala”, se dijo, “aunque tampoco buena. Como regular. Y la pobre ya está partida en cachitos. Lo que es la calentura”.

Su cuñado, El Indio Valenzuela, lo invitó a jugar billar para consolarlo.

–Nomás termino de cortarla.

Descuartizar. Verbo transitivo que significa cuartear, hacer cuartos, despedazar, hacer pedazos, desmembrar, destrozar. Dividir en cuartos, a modo de castigo, el cuerpo de una persona. Cuartear y hacer cuartos también significa dividir en cuatro partes. Los demás sinónimos solo designan la acción de dividir en partes un cuerpo o un objeto. “Destrozar pone el acento en la idea de aniquilar o acabar con algo” (www.thefreedictionary.com).

L., para no dar más idea acerca de su identidad, publicó una nota escrita con pseudónimo en El Rotativo acerca del cártel de los Gonzalos. Su organización, decía la nota, apostaba sobre todo a la logística: cómo trasladar lo que sea de un lado al otro: cocaína, un riñón recién extirpado, un bebé, una bazuca, un cuadro de Picasso. El narco era solo una parte del negocio. L. llegó a decir que si los Gonzalos manejaran el Ejército el país sería el más seguro del planeta. Unos genios.

El tiempo pasaba. Hubieron dos grandes inundaciones, tres sismos de regular intensidad, una devaluación mediana, tres medallas de oro en atletismo, un caso de amibiasis severa en una actriz de reconocido prestigio y un nuevo partido político en el escenario de la nueva democracia. Si nueva. Si democracia. Y cundió el pánico también. Porque, se dijo, era un tiempo propicio al temor, a la inseguridad.

Se encontraron tres troncos. Nunca se dio con las extremidades ni las cabezas. Policías.

Y el Ejército. Y lo que antes eran calles. Y el presidente. Y los diputados. Y lo que antes eran calles y parques. Y el Estado de derecho.

L. según la nota de El Rotativo, afirmaba que el negocio de los Gonzalos es complejo y requiere de un equipo humano altamente especializado en administración, tecnología, seguridad, relaciones públicas, ingeniería, telecomunicaciones, artes visuales, etcétera. Médicos, cirujanos plásticos, choferes de toda índole de vehículos, agricultores, veterinarios, masajistas y, en fin, una amplia gama de profesiones y oficios hacen posible que el negocio de los Gonzalos prospere al grado de que su PIB es treinta y dos veces más alto que el del país.

La señora Eréndira Samaniego, de regreso del mercado (cuatro muslos de pollo, dos zanahorias, una calabaza, una papa, unas hebras de cilantro, dos cebollas, medio kilo de limón), se asomó a una cajuela que estaba abierta. Soltó la bolsa en la que llevaba lo que había comprado al tiempo que pegaba un grito. Una cabeza. Nunca se encontró el resto del cuerpo. Soldado.

Gonzalo del Canal tenía una nueva novia, a la que también le puso La Negra Martínez, como a las otras que había tenido, para no confundirse. Nunca se imaginó que era una agente infiltrada por el Ejército.

–¿Nos cocinas dos langustas?

–¿Cómo quieren las langostas?

–A la diobla.

Mariano –alias Marianito–, iba en bicicleta a la escuela, como todos los días. Llevaba en la mochila un plus: una barra de chocolate que compartiría con Lola, su mejor amiga.

La noche anterior se la había pasado al teléfono con ella. Así hizo la tarea de matemáticas, a distancia, con la dulce voz de Lola como agradable compañía al otro lado de la línea.

El martes cumplía doce años.

El general Díaz Arriola dio órdenes al coronel Buenrostro de coordinar el operativo. Dos tanquetas cerraron la calle al tránsito de vehículos.

La casa de seguridad, por su humilde fachada, no reflejaba su interior: sillones de cuero, alfombras persas, una cabeza de león, cajas de coñac y vino, una reproducción del David, los restos de un cabrito que habían sobrado de la cena.

Un grupo de élite (quince) bajó del transporte militar. Pasamontañas. Armas de asalto.

7:27 a.m.

–¿Por qué me despertas? –gritó enojado El Bóiler.

–Tenemos visitas.

–¿A estas potas horas?

–Sí, a estas putas horas. Y no vienen a traernos flores.

–¡No manchas! ¿Ya levantuste a los damás?

–La guardia está preparando el túnel. Órale, cabrón. A correr.

–¿En payama?

7:38 a.m.

@diegole Reporta ENE presencia súbita del ejército en la colonia Dante. Dos tanquetas cortan el paso #aylascalles.

@diegole Tiroteo en la colonia Dante siembra el pánico entre sus habitantes #aylascalles.

Solo murió un niño que iba en bicicleta a su escuela. Una bala disparada por un arma de uso exclusivo del Ejército, de venta, por cierto, en las calles, en lo que antes eran calles.

Y todo terminó con una gran limpieza.

ENCICLOPEDIA

Para Héctor Subirats

Uno

No comprendo las razones de la Dirección. Me pidieron que diera un llamado Curso General y ahora no saben cómo pararlo. Es claro el boicot que me han declarado las autoridades administrativas, la Junta de Gobierno y el Colegio de Profesores.

La idea, ciertamente innovadora, y por lo tanto no exenta de riesgos, de impartir una cátedra amplia a los preuniversitarios provino de ellos. Un estudiante con conocimientos amplios seguramente elegiría mejor una carrera y tendría mayores perspectivas de vida que uno ignorante del mapa del conocimiento: la era de las especialidades ha llegado a su fin. Qué duda.

Ciertamente yo reunía todas la aptitudes impuestas al perfil que diseñaron: hay pocos enciclopedistas en el mundo que se precien de conocer los principales compendios del saber humano. Más aún: saberlos, practicarlos, ejecutarlos.

Además, precisamente eso significa enciclopedia: “ciclo educativo completo”.

Ellos me buscaron: con una fuerte suma de dinero por delante, me obligaron a renunciar a mi puesto de profesor de asignatura en la Universidad de Browninburgo.

¿Y ahora? Ahora quieren echarme. Quieren echarme por cumplir cabalmente con las tareas que me asignaron. Si no, ¿qué significan todos esos nuevos reglamentos aprobados, sin duda, para entorpecer mis enseñanzas?

Por lo demás, es un hecho que mi clase es tan popular que antes los alumnos preferían reprobar el examen con tal de volver a cursar la materia conmigo. Hoy ya no es posible: el reglamento prohíbe repetir. Y la verdad, no sé aún qué les gusta más: las clases en sí, mi manera de exponer los temas, la sorpresa, el espíritu enciclopedista o yo mismo.

He dado cursos de muchas cosas: de Literatura Escandinava Medieval (especialmente el Gylfaginning y el Skáldskaparmál), de Artes Marciales, de Cocina Práctica para Horno de Microondas, de Administración de Hospitales y Casas de Cuna, de Orografía de los Andes y los Alpes, de Latín Vulgar, de Dominó, de Arpa Jarocha y de Lavado de Ropa. Etcétera.

Y no todo ha sido capricho mío. Los pupilos lanzan al aire sus dudas y sus apetitos de conocimiento. Me preguntan: ¿Cómo se cultivan las zanahorias? ¿Es Hitler lo que nos han enseñado en los cursos de Historia? ¿Cree usted que Andy Warhol era un artista de vanguardia? ¿La marihuana causa adicción? ¿La cocaína? Etcétera. ¿La reacción profesional?: Cursos sobre Cultivo de las Raíces, Historia de la Segunda Guerra Mundial, El Arte y los Artilugios en el Siglo XX, Bondades y Efectos de las Drogas e Introducción a Escohotado.

Mis respuestas, por las que fui requerido en el Colegio, tenían que ser “la materia didáctica” del Curso. De eso no me cabe la menor duda. ¿Enseñar todo? Imposible. De cualquier manera, si ese hubiera sido el reto, habría llegado a lo mismo: el Cultivo de las Raíces, las Bondades de la Marihuana, etcétera.

Todos los días me abordan estudiantes para decirme que tal o cual enseñanza mía les ha sido útil en la vida. Algunos ejemplos: luego del curso que impartí sobre Elaboración de Aguardientes, uno de mis alumnos más avanzados compró una destilería y hoy es un tipo rico y próspero que me regala cada tres meses diez litros de aguardiente de caña con hierbas finas. Aguedita Minolta es conductora de un taxi, según me dice, gracias a la clase que di sobre Trabajos Alternativos. Lucas Vidal, alias El Muerto, tiene un consultorio homeopático que rige según los conocimientos que adquirió conmigo. Etcétera. Los casos de Chema Godoy (narrador), Irene Tournier (elevadorista), Chuy Mendieta (diputado) y Jerónima Salvatierra (lanzadora de jabalina) me llenan de gozo porque sé que su actual vida se gestó en alguna de mis cátedras.

 

Los problemas con la Dirección empezaron con mi clase Técnicas de Besado. Susan Roth –estudiante de Chicago con aspiraciones a ser actriz de reparto– preguntó, en el curso que di sobre Conversar es Hu mano: ¿nos podría enseñar, maestro, cómo besar ante una cámara? Por supuesto que al día siguiente impartí la materia Cómo Besar Ante los Otros. Para eso fui contratado, según me dijeron, para enseñar.

Sin embargo, el profesor de Dibujo Geométrico se inconformó con mi materia, llevó el caso a la Junta de Gobierno y me enviaron una “reprimenda”.

Viendo a Hannibal ad portas llamé a la Universidad de Browninburgo para solicitar mi reingreso, me aceptaron de nuevo en su nómina, renuncié al Director, me pidió que no me fuera: que modificaría el reglamento. Al fin, decidí quedarme.

El caso es que ahora todo el mundo está en mi contra.

Los colegas me aceptan como profesor. Me saludan cada vez que nos topamos en la cafetería o en los pasillos. Incluso comí con el decano Rasgado la semana pasada y no se incomodó conmigo. La maestra de Tablas Gimnásticas me regaló una virgen que ella misma pintó. Y así: en apariencia soy un maestro más.

Pero en el fondo: he sentido el desprecio de muchos colegas: Huberto, Fiur, don Robert Tapia, la dulce Catita, Lope, Poncelis y la doctora Angelina. No me cabe la menor duda: Veritas odium parit para alguien que Vitam impendere vero .

Dos

Ya comparecí ante la Junta de Gobierno para exponer los fundamentos de mi Curso. Me cuestionaron mucho sobre mis técnicas pedagógicas, en especial las concernientes a los diversos subtemas de las áreas de Práctica Sexual, Consumo de Drogas y Cocina para Dos.

Como al día siguiente me tocaba responder a la pregunta de Rolan do Rijosa, “¿Cómo escoger entre una cosa y otra?”, expuse ante la Junta el abecé de mi clase Fundamentos de la Elección y el Libre Albedrío.

Supongo que mi exposición fue algo más que elocuente ya que los indecisos tomaron una postura (en especial el vacilante Poncelis y la inestable doctora Angelina): sería expulsado del Colegio por los siguientes motivos:

1) Incitación a la rebelión

2) Comportamiento políticamente incorrecto

3) Improvisación de conceptos

4) Conducta reprobable y

5) Faltas al reglamento interno (en especial me echaron en cara el artículo 49: “El maestro no podrá, bajo ninguna circunstancia, desnudarse en el aula ni besar a un(a) alumno(a)”).

Afuera del lugar donde se llevó a cabo la reunión con la Junta, el Aula Magna Charles Fourier, el estudiantado esperaba las conclusiones. Con un altavoz, el Director dijo a los presentes que su maestro había decidido “renunciar”. Mientras él hacía su falso anuncio yo negaba con el dedo índice todo lo que decía. Los estudiantes lo abuchearon.

Sin embargo, custodiado por dos elementos de seguridad, fui a mi cubículo a recoger mis pertenencias. Aunque les advertí que, como decía el filósofo Bías: omnia mea mecum porto, me obligaron a llevarme los retratos de François-Marie Arouet, Denis Diderot, Pierre Larousse y Walter Yust, mi corbata, mi taza para el café y las cartas que me habían escrito mis alumnos a lo largo de los diez años que impartí cátedra en el Colegio.

Tres

En la Universidad de Browninburgo una tal Mashenka había ocupado mi lugar entre el profesorado. Lo lamenté.

Lo lamenté porque lo que más me gusta en la vida es enseñar y, al parecer, la puerta se había cerrado.

Sin embargo, a un enciclopedista de mi rango, nunca se le cierran las puertas por completo: sabe todo.

Pane lucrando, durante algún tiempo conseguí diversos trabajos regularmente pagados: hice el diseño de una máquina para procesar camarón seco, compuse canciones para un trío, jugué en un equipo de futbol, hice el aseo en una mansión y extraje muelas, apéndices y una vesícula.

Hasta que, dos años y medio después, el Director, Huberto y Fiur me pidieron que regresara. Me negué: dignidad. Me suplicaron: los cachorros estaban abúlicos, indiferentes, raros. Acepté: libertad. Aceptaron: cualquier cosa a cambio de que el Colegio volviera a tener vida.

Cargué con mis retratos de Voltaire, Diderot, Larousse y Yust y me instalé en mi nuevo cubículo.

Mi primera clase la tuve que dar en el Auditorio Aldous Huxley porque en el Aula Magna Charles Fourier no cabían todos los alumnos del Colegio. Versó (la clase) sobre Papiroflexia.

Asistieron también, en calidad de oyentes, casi todos los maestros regulares (ausentes: la dulce Catita, que tenía catarro, y Poncelis, que vacacionaba en la playa con su amante). Don Robert Tapia me preguntó: ¿qué es la geometría? –materia que, por cierto, él conocía de sobra, ya que era el encargado de impartirla en el Colegio–. Por supuesto, como guiño cordial, mi siguiente curso fue Lo que es la Geometría.

Para entonces las cosas ya estaban muy claras: yo era el Colegio.

Cuatro

Y sucedió, para fortuna de todos, que al Director le llegara un síncope que lo dejara parapléjico. La Junta quiso imponer a Lope, luego a don Robert Tapia, hasta que en un nuevo y sorpresivo sufragio obtuve yo la mayoría de votos.

Mi primer acto de gobierno fue modificar los planes de estudio: ya no se impartirían materias especializadas. A aquellos maestros que decidieron enciclopedizarse a sí mismos para formar parte del nuevo cuerpo docente les di la bienvenida. Quienes optaron por el re clamo, la negativa y la resistencia fueron liquidados conforme lo marca la ley.

Mi tarea, además de gobernar, fue impartir la Clase de Clases, como se llamó el curso de preparación de maestros enciclopedistas.

Contraté a la tal Mashenka de Browninburgo para que me auxiliara en la preparación del profesorado, y otorgué a los alumnos un año sabático, que fue mal visto al principio por la Junta de Padres de Familia, pero que luego, en cuanto informé acerca de los beneficios de mi nuevo plan de estudios, fue apreciado con justicia: Chi va piano, va sano.

A lo largo de ese año de preparación, las cartas de los estudiantes llenaron mi oficina. Tuve que recontratar a la dulce Catita, que había sido finiquitada generosamente, para que leyera las cartas, las contestara e hiciera la clasificación de las dudas, propuestas y preguntas de la primera generación de estudiantes enciclopedizados.

A partir de esa clasificación elaboré los cursos que se ofrecerían durante el primer año. Había dos opciones:

1) Se impartirían las clases simultáneamente, de tal manera que el alumno pudiera asistir a la que más le atrajera.

2) O bien, el Colegio sería una gran aula a la que todos tuvieran acceso.

Decidí lo primero, a pesar de las protestas de algunos que querían entrar a todas las clases.

Con base en los deseos de conocimiento expresados por los pupilos en sus cartas armé las primeras materias de cátedra: Fabricación de Puros, Introducción a la Litografía, Orinología, Compostura de Excusados, Administración de Burdeles y Casas de Juego, ¿Es La guerra y la paz una novela rusa?, Psicoanálisis y Charlatanería, Mambo, Danzón y Chachachá, Montesquieu Hoy.

Cinco

A la inauguración de los cursos asistió el presidente de la república, tres secretarios de Estado, el director de la enciclopedia Mis Primeros Conocimientos y muchos de los empresarios cuyos hijos se habían inscrito en el Colegio.

Fue una ceremonia sencilla: corte de listón, develación de placa conmemorativa, ágape con vino y canapés. Para declarar formalmente la iniciación de cursos, Huberto impartió una primera clase en el patio central: ¿Cómo Enviar y Recibir un Fax?, a la que asistió el presidente –¿gesto?, ¿ignorancia?, ¿necesidad de ampliar sus conocimientos?– como un alumno más (hizo tres preguntas, anotó en su libreta y pasó al frente cuando Huberto preguntó si alguien sabía accionar el start o el stop).

Seis

Durante los primeros meses no fue difícil gobernar y administrar el Colegio. Los problemas comenzaron cuando las aulas se saturaron y se convocó al primer mitin.

El CENA (Consejo de Estudiantes No Admitidos) reclamó su derecho a enciclopedizarse. Las protestas fueron subiendo de tono, colapsaron la ciudad, llegaron al despacho del secretario de Educación, se coludieron con la prensa y se extendieron por todo el país.

El presidente me envió un fax a mi casa (que para ese entonces ya compartía con la tal Mashenka): me decía “Tiene que hencontrar una solusión para que hesto no perturve a mi goviernos”. Le regresé el fax: “Mañana impartiré yo mismo una materia de cátedra sobre Ortografía al Enviar un Fax”.

El presidente comprendió mi mensaje, fue al curso, tomó notas, hizo dos preguntas (acerca del uso de la erre y de la hache) y pasó al frente a encontrar los errores de la frase “pero Que zuerte a cido averte konosido”. Sacó un nada despreciable 6.5 de calificación: si bien respondió al azar, el conocimiento y las buenas decisiones de gobierno no son ajenas al sabio albur.

Al terminar la clase, los del CENA, que estaban esperando a que terminara la cátedra, lanzaron sus consignas contra él (“No seas transa, danos enseñanza”, “No seas regio, queremos el Colegio”, “Te apena, te apena, que no tengamos clases los del CENA”).

El pobre recibió un botellazo en el cráneo, que yo mismo le suturé, y se fue a platicar conmigo a mi oficina. Le expuse lo siguiente: “La sociedad reclama enseñanza”. Me dijo: “Llo hamo la edukasión”. “Demuéstrelo”. “Husted pida”. “Deme la Universidad”. “Ez Sulla”. “¿Con presupuesto?”. “Husted pida”.

Al día siguiente mandé a la dulce Catita con todas mis peticiones: éticas, humanas, materiales y financieras.

Siete

El mismo día que me dieron la Universidad, Mashenka se suicidó. Yo no estaba del todo seguro acerca de sus motivos. De cualquier manera le hice la autopsia. Dados mis conocimientos en Anatomía, Criminalística y Teoría del Suicidio, descubrí que la trayectoria de la bala que le segó la vida indicaba otra cosa: homicidio.

Al día siguiente yo mismo impartí la materia Descubriendo al Asesino, al cabo de la cual recluté a noventa investigadores para que me ayudaran a llegar hasta el culpable.

Ciento veinte horas más tarde, un grupo de cinco alumnos se presentó en mi oficina con un individuo de aspecto enfermizo, gorra de beisbolista y chicle bomba. Me explicaron, paso a paso, todas las pistas que siguieron hasta dar con el homicida. Pensé: Se non è vero, è ben trovato. Sin embargo, pronto deseché las dudas: asesino confeso, esposado y cabizbajo, dijo que amaba a Mashenka y que, al no ser correspondido, “me deshice de ella”. Había sido jefe de meseros en la universidad de Browninburgo. Lo remití al Ministerio Público para que se procediera conforme la ley.

La tristeza por la pérdida de Mashenka se vio compensada por la satisfacción que me dio la respuesta inmediata de los pupilos a mis enseñanzas.

Enterada la prensa del homicidio y su pronta solución a través de mi cátedra, le hicieron una difusión excesiva al acontecimiento, entrevistaron a los detectives, al criminal y al procurador de Justicia, que así se expresó: “Habremos de lograr más logros si la ciudadanía logra organizarse. Este es un claro ejemplo de lo logrado”. “¿Y sus propios logros?”, le preguntó con ironía un reportero del semanario La cantaleta. “Nuestros logros son los logros de todos. Lo que logremos juntos logrará acabar con el crimen”.

Me llamó el presidente para felicitarme. Le dije que lo menos que esperaba de él era un pésame. “¿Thenía una rrelasion hamorosa con la oxiza?”, me preguntó. “Era mi amante, ¿qué no ha leído los periódicos?”. Se disculpó de inmediato y me ofreció el Ministerio de Educación: “El paiz lo nesecitta”.

Lo dudé al principio: la enciclopedia y la política, a mi claro entender, equidistan. Fiur y Huberto se encargaron de convencerme: “El país te necesita”.

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