100 personas que han hecho único al Atleti

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100 personas que han hecho único al Atleti
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Fernando Castán durante el primer partido del Wanda Metropolitano, el 16 de septiembre del 2017

Fernando Castán Roncero, licenciado en Ciencias Políticas y en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense de Madrid, es periodista y escritor. Eso sí, solo escribe libros de su equipo de fútbol, como los títulos 100 motivos para ser del Atleti o 100 goles que han hecho grande al Atleti (Lectio Ediciones).

Desde 1987 trabaja en la Agencia Efe, catorce años en el departamento de deportes y, actualmente, como responsable de la redacción del fin de semana. A pesar de ese horario, casi siempre se las apaña para ir al fútbol.

De familia rojiblanca, tiene la insignia de plata del club. Su abuelo materno, Luis, fue un asiduo al viejo Metropolitano y tuvo amistad con la familia Otamendi, constructores del antiguo recinto del barrio de Cuatro Caminos. Fernando, por su parte, lleva 28 años seguidos siendo socio y abonado atlético.

Cada uno piensa que su equipo de fútbol es el mejor, pero hay razones objetivas para afirmar que el Atlético de Madrid es un club único. Sus títulos y la forma de conseguirlos, sus finales (y, a veces, la manera de perderlas) y, sobre todo, su afición es lo que hace del Atleti un club excepcional.

Aquellos miles de locos que en 1974 se desplazaron a Bruselas para ver su primera final de la Copa de Europa, los que doblaron el número de socios cuando en el año 2000 bajó a Segunda y los jugadores, técnicos, entrenadores, presidentes y empleados, hicieron y hacen del Atleti la entidad futbolística más especial del mundo. Este libro está dedicado a todos ellos, aunque en sus páginas solo aparezcan cien.

• Colección Cien × 100 – 34 •

100 personas
que han hecho único
al Atleti

Fernando Castán


Primera edición: febrero de 2021

© del texto: Fernando Castán

© de esta edición:

9 Grupo Editorial

Lectio Ediciones

C/ Mallorca, 314, 1º 2ª B – 08037 Barcelona

Tel. 977 60 25 91 – 93 363 08 23

lectio@lectio.es

www.lectio.es

Diseño y composición: 3 x Tres

Producción del ePub: booqlab

ISBN: 978-84-16918-93-5

Ser del Atleti es el orgullo de perder una final con el Madrid

y después salir a la calle con la camiseta del Atleti.

PABLO BEDOYA, seguidor rojiblanco

Dedicado a los 3.000 valientes y un poco irresponsables que viajamos en marzo de 2020 a Liverpool a ver el partido de vuelta de los octavos en Anfield Road.

Sería imposible mencionar a todos los que me han ayudado porque saldría más de una persona por capítulo, pero sí quiero hacer una mención especial a Carmen García, Michael McCleary y Rubén Díez por su colaboración.

También está dedicado a todos los colchoneros que se nos fueron al «tercer anfiteatro» en 2020.

INTRODUCCIÓN

La primera vez que pensé en este libro fue en el andén de la estación de Cercanías de Pirámides. Hace ya años y, claro, camino de algún partido en el Calderón. Aquello estaba lleno de gente, caminando hacia el río con sus camisetas y sus bufandas rojas y blancas. Observándoles me pregunté cuántas ilusiones habría allí y, sobre todo, cuántas historias anónimas en la mayor parte de los casos relacionadas con el Atleti. Me dije que alguien las debería contar, que sería una pena que todas esas anécdotas, relatos, vidas, en definitiva, tan bonitas en relación con un sentimiento, se perdieran. Así que, después de escribir 100 motivos para ser del Atleti y 100 goles que han hecho grande al Atleti, me he dedicado durante unos cuantos meses de 2019 y 2020 a contarlas.

Evidentemente no creo que haya historias de aquellos que caminaban por esos andenes, pero sí las de un montón de atléticos muy peculiares y fieles que he conocido en más de cuatro décadas de militancia rojiblanca. Algunos de ellos, es curioso, no tenían ninguna relación con España antes de convertirse en fieles colchoneros, son extranjeros y su única vinculación con nuestro país eran unos meses estudiando en Madrid. Incluso los hay a los que no les gustaba el fútbol. El Atleti te engancha y no te suelta.

Muchos se han hecho del Atleti por casualidad, por una carambola, o han ampliado sus amigos de una forma rocambolesca; por ejemplo, dos estadounidenses se encuentran en la línea 5 del Metro yendo al estadio en una de sus últimas temporadas de vida (de vida del Calderón), vistiendo la camiseta rojiblanca, y comienza una amistad de años.

Cuando, ajeno a esta pasión, me pregunta alguien qué me ha dado el Atleti, siempre respondo que muchas cosas y, entre ellas, grandes amigos.

Y, junto a los seguidores, los jugadores, entrenadores, presidentes y, también, los empleados ejemplares y gentes relacionadas de una manera u otra con el club y que no pueden quedar en el olvido. Sobre estos últimos está claro que muchos de ellos han sido y son más atléticos que la mayoría de los que cada partido se enfunda la camiseta rojiblanca.

Contar historias de gentes peculiares es algo que me gusta. Siempre me ha gustado, desde niño cuando los lunes le relataba en el cole a mi primo Aníbal la peli que había visto el domingo por la tarde debidamente sazonada por mi propia imaginación; narraciones que yo exageraba. En este libro creo que no exagero.

Mi vida está llena de personas especiales y mi familia también. Así que yo, rojiblanco por la parte de mi madre, tenía el destino futbolístico escrito desde la cuna. Afortunadamente. Desde entonces me he cruzado con tantos «chalados» del Atleti que tampoco me quedaba más remedio que reflejarlos en estas páginas desde el punto de vista de otro «chalado».

Otra pretensión, humilde, es que algún jugador conozca al leer estas páginas la cantidad de gente y lo que esta puede llegar a hacer para seguir al Atleti, para apoyarle a él. Espero que les sirva para valorar el esfuerzo de todos aquellos que se sientan en las gradas o les acompañan por el mundo, y todo lo que el equipo ha generado a lo largo de más de un siglo de historia. Recordemos el increíble viaje de 3.000 colchoneros a Liverpool en marzo de 2020 al comienzo de la pandemia del coronavirus. A ellos están dedicadas estas páginas.

No he querido hacer un libro histórico de jugadores o de títulos o partidos. He primado más la identificación de los elegidos con los colores. Algunos de los seleccionados, cuando formaban parte de la plantilla, no sabían que las rayas rojiblancas les marcarían tanto y para siempre, y se dieron cuenta al retirarse o al irse a otro club. Afuera hace bastante frío.

También tengo que pedir disculpas porque hay muchísima gente que se merece con creces un capítulo, pero todos no caben. Es más, en este libro he alineado a bastantes más de 100 porque varios capítulos son compartidos y asimismo hay dos bises.

No se le escapará al lector que los capítulos 1 y 100 y sus respectivos protagonistas no han sido elegidos por azar. El libro comienza con Luis Aragonés y finaliza con Diego Pablo Simeone, las dos personas que creo que han sido las más importantes en la historia del club. Otros tienen un número relacionado con su vida deportiva, en la mayor parte de los casos su capítulo coincide con el número que portaron en su camiseta. Así, Fernando Torres es el 9; Enrique Collar, el 11, o José Eulogio Gárate, el 99 (llevaba el 9, pero no puede haber dos nueves; por lo tanto, dos veces este número para la leyenda vasca).

Es fácil entender que la numeración no se corresponde con la importancia de su «inquilino». Adelardo Rodríguez, por ejemplo, no tiene menos importancia que los cincuenta personajes que tiene delante. Está situado ahí porque su capítulo va hilado con los dos anteriores que no diré de quiénes son porque así empiezas a leer ya.

Pitido inicial. Pasen y lean; con todos ustedes, el Atleti y los atléticos, que son lo mismo.

01 / 100
LUIS ARAGONÉS, LA LEYENDA

«Forman ustedes un grupo, que yo se lo he dicho, si yo no estoy en la final con este equipo soy una mierda, he organizado una mierda, y ahora lo único que les pido es que jueguen, que se diviertan jugando. Un jugador que se precie, se lo dice uno que ha jugado muchos años, tiene que ir al campo y decir “voy a hacer el partido del siglo”.»

Estas frases son solo una parte de los consejos que Luis dio a los jugadores de la selección nacional a lo largo de la Eurocopa de 2008. Solo una parte, de unas imágenes que deberían ser obligatorias en colegios, universidades y empresas.

Cuando yo era niño, cuando veía su imagen en los cromos o en la tele, Luis Aragonés (Madrid, 28-7-1938) me infundía un gran respeto. Otros jugadores me provocaban otros sentimientos, pero él no. Tenía un halo diferente. Era como un maestro fuera del colegio, su presencia, aunque fuera en una foto y yo fuera un crío, imponía, y mucho.

Y uno de mis primeros recuerdos del Atleti cuando era un crío quizás sea su famoso gol en el estadio Heysel de Bruselas en la final de la Copa de Europa de 1974. No estoy seguro. Durante décadas no lo volví a ver, ni quise ni pude, y tuve una vaga idea del mismo hasta que ya en el siglo XXI reviví aquel partido en alguna tele. En cualquier caso, mis primeras imágenes son de aquella temporada y de un Aragonés ya sabio dentro y fuera del campo.

 

La historia moderna del Atlético de Madrid no se entiende sin Luis. La del fútbol español, tampoco.

Jugador rojiblanco desde 1964, tras pasar entre otros equipos por el Plus Ultra, conjunto vinculado al Real Madrid (sí, quién lo diría, el Madrid) y el Betis. Debutó en el viejo Metropolitano el 13 de septiembre de esa temporada pero su nombre pronto se vincularía para siempre al entonces nuevo estadio del Manzanares o Vicente Calderón, en cuyo césped lograría el primer gol de su historia en un partido contra el Valencia. Era la cuarta jornada de aquella temporada, un 2 de octubre de 1966. Y el 8 estrenaba el marcador del coliseo con un gol de cabeza; él, un especialista en marcar de falta. Paradojas de la vida y del club colchonero.

El Atleti inauguraba estadio y lo hacía como campeón de Liga, la primera de nuestro protagonista. A este título le sucederían en su palmarés las Ligas de 1969-70 y 1972-73, así como las Copas de 1964-65 y 1971-72 y el subcampeonato de la Copa de Europa de 1974, perdido en el último suspiro tras su tanto en la prórroga de falta directa. El alemán Hans-Georg Schwarzenbeck enjugó la ventaja obtenida por «el Sabio de Hortaleza» cuando los jugadores entrenados por Juan Carlos Lorenzo se preparaban para levantar el máximo título continental.

En aquellos años no había penaltis al término de la prórroga; otra fatalidad, pues alguna oportunidad habría tenido el Atleti de imponerse en la misma a pesar de que la potencia del Bayern de Múnich no invitara al optimismo. En cualquier caso, el gol alemán condujo a un partido de desempate en el que el Atleti fue vapuleado por un conjunto que sería la base de la selección alemana que ese mismo año se proclamó campeona del mundo.

Tiempo tendría Luis de resarcirse de aquella derrota, pues la temporada siguiente, la 1974-75, fue elegido entrenador por el presidente, Vicente Calderón. Otra paradoja en la historia del Atleti: su primer título internacional como técnico, la Copa Intercontinental (hoy Mundialito de Clubes y que en la década de los setenta jugaban los campeones de Europa y de la Libertadores) la ganaría sin haber sido campeón continental.

Comenzó Aragonés su carrera como entrenador, de forma igual o más brillante que la de jugador. Llevó su sabiduría, su espíritu competitivo y su ansia por la victoria a los banquillos para hacerse, tras la citada Intercontinental, con la Liga de 1976-77 y con las Copas de 1976, 1985 y 1992, además de la Supercopa de España de 1985.

Después de entrenar en diversas etapas al Atleti, Aragonés se sentó, entre otros, en los banquillos de Valencia, Barcelona, con el que se hizo con la Copa de 1988, Sevilla, Betis o Mallorca. Regresó en 2001 al Calderón para lograr el ascenso tras dos temporadas en Segunda.

La cima de su carrera como técnico llegó el 29 de junio de 2008 en el estadio Ernst Happel, de Viena, cuando España se proclamó por segunda vez en su historia campeona de Europa con un gol de Fernando Torres, uno de los jugadores que en el club había contribuido a moldear de forma decisiva. Luis, a pesar de la Eurocopa, no continuó en la federación. Un hecho inexplicable e inexplicado.

El 1 de febrero de 2014, Luis se llevó su sabiduría al «tercer anfiteatro».

02 / 100
MANUEL OPPENHEIMER, UN EJEMPLO DE LUCHA

Si Luis Aragonés es una leyenda y simboliza una parte de la historia rojiblanca, un niño argentino, Manuel Oppenheimer, representa el futuro. He querido que en este libro a un mito del club le suceda en el segundo capítulo un chaval nacido en la otra orilla del Atlántico en el año 2009, por lo que en 2018 tenía 9 años. El futuro y la gran proyección internacional que ha tenido la entidad en los últimos años han hecho que este chaval sea un fanático del Atleti.

Manuel Oppenheimer es un niño argentino al que una extraña enfermedad le dejó sin piernas y sin una mano al poco tiempo de nacer. En la otra, tiene dos dedos. «Oppe» —como figura en una de sus camisetas del Atleti, de las muchas que debe de tener— entró en contacto con Antoine Griezmann a través de un vídeo que le envió y al que el francés respondió mostrándole su admiración, ya que «solo» juega al fútbol, nada y practica el atletismo.

En noviembre de 2018, el chico viajó a Madrid para cumplir uno de los sueños de su vida: ver un partido del Atlético de Madrid y saludar a su ídolo, quien ya la noche anterior al partido disputado contra el Athletic de Bilbao se había desplazado al hotel de la «delegación» argentina para abrazar a Manu.

Si hay una historia que me ha emocionado en las últimas temporadas, esa es la que refleja el vídeo El sueño de Manu, cuando Oppenheimer presenció el 10 de noviembre el choque con el club vasco, un partido en el que se impusieron los locales por 3-2 con un increíble tanto de un Diego Godín cojo, bajo la lluvia y al final del encuentro.

Me gusta cómo habla y su acento: «es muy, pero que muy lindo», dice al acercarse en coche al estadio y verlo al fondo con la gran bandera, y añade: «encima con esa banderita del Atlético de Madrid», y la cara de asombro del chaval. Y me hace gracia la pasión que muestra al celebrar los tantos locales y, sobre todo, su naturalidad a la hora de mirar a la cámara y a la hora de ser saludado uno a uno por los jugadores y el cuerpo técnico del Atleti. ¡Qué desparpajo! No me imagino a mí mismo con esa tranquilidad en la puerta del vestuario rojiblanco cuando tenía la edad de «Oppe».

No creo que haya un buen atlético que no haya visto el documental. Pero por si acaso aquí dejo las palabras de despedida del niño argentino: «Les recomiendo mucho venir a este estadio y ser de este equipo, porque es muy lindo y te apasiona este equipo porque vos sentís los partidos en un estadio tan lindo como este y encima con tanto respeto por los jugadores [supongo que por los locales]. Es muy lindo ser de este equipo. ¡Aúpa Atleti!»

03 / 100
MICHAEL MCCLEARY, EL MÁS ATLÉTICO DEL MUNDO ES AMERICANO

El atlético más atlético del mundo no vive en Pirámides, ni en Carabanchel, ni en la avenida de Luis Aragonés, ni siquiera reside en España, aunque sí nació en ella.

Michael McCleary, mi amigo Miguel, es una de las personas más auténticas que conozco y entre otros motivos es tan auténtico porque es el atlético más atlético del mundo. De broma solemos poner en duda su condición de líder en una imaginaria clasificación de aficionados rojiblancos y más en los últimos años durante los cuales en nuestras vidas han aparecido nuevas personas capaces de competir con él. Pero este «americano loco», nacido en Madrid, en Fuencarral, el 8 de abril de 1957, es imbatible, no tiene rival.

En los años cincuenta, la familia McCleary vivía en la capital de España ya que el padre, John, era el coronel de las Fuerzas Aéreas de los EE. UU. en España y sus hijos iban al colegio de la base de Torrejón de Ardoz, en la que entonces los norteamericanos tenían uno de sus principales centros en Europa.

Miguel, a diferencia de otros niños de la base, además se decantó por un deporte tan poco americano como el fútbol y su equipo de Torrejón incluso disputaba una Liga con los combinados de otras bases de los Estados Unidos como la de Rota (Cádiz) o Zaragoza. Siempre ganaban, dice él, que jugaba de lateral izquierdo con el 3 en la espalda, número que aposta lleva este capítulo y que tenía la camiseta de algunos mitos de la historia rojiblanca, Isacio Calleja y José Luis Capón, entre otros.

El primer contacto de McCleary con el Atleti fue ya muy curioso, pues un compañero suyo celebró su cumpleaños nada más y nada menos que en el antiguo estadio Metropolitano. Pudiera ser que algún chaval del centro militar se enganchase al club colchonero debido a que creía que había una vinculación entre la entidad y su país por los colores. Piensen en el rojo y el blanco, las barras del escudo, las estrellas e, incluso, el tono del azul del pantalón.

Tras aquel encuentro y aquel cumple, Michael ya lo tuvo claro: sería del Atleti. Y lo sería para siempre y tanto que ya no encontró rival a la hora de hacer locuras por su equipo. Años después, mi amigo buscó en una hemeroteca la crónica del partido de su debut. Y la encontró: Atlético de Madrid, 4 – Pontevedra, 0. Fue un 6 de marzo de 1966. Tenía 9 años, los mismos que Manuel Oppenheimer (ver capítulo 2) cuando visitó Madrid.

Años más tarde, sería su hermano mayor, Brian, quien le llevaría al estadio Vicente Calderón. Y uno de sus mejores recuerdos, me ha explicado, es precisamente el momento en el que dejó atrás la glorieta de Pirámides y vio el coliseo del Manzanares de repente y en todo su esplendor, pues entonces no estaban los edificios que había entre el fondo sur y la plaza, y que quitaron la bonita vista cuando hasta no hace tanto se encaraba el paseo de Los Melancólicos.

Sus primeros años de «militancia» colchonera le dieron la pauta de lo que iba a ser su vida en rojo y blanco: alegrías y decepciones. La vida misma reflejada en un trozo de césped. Entre las primeras, la Copa de 1972 ganada al Valencia o la semifinal de 1974 frente al Celtic de Glasgow; entre las segundas, su primer derbi en el Bernabéu, perdido el día de Reyes de 1972. Ya empezaban «los Reyes» a hacernos «regalos».

Los estudios le llevaron a Boston en 1976. Sin embargo, su progresión en esa imaginaria clasificación de atléticos hasta la muerte era ya imparable hasta conseguir la primera posición, y en su país siguió como pudo la actualidad rojiblanca. En mayo de 1977 solicitó a sus profesores que le adelantaran los exámenes por «un acontecimiento familiar». No mintió porque se trataba de su familia rojiblanca que se disponía a celebrar su octava Liga, y el partido decisivo era en el Santiago Bernabéu. Mereció la pena.

Desde Estados Unidos, siempre al tanto de lo que le ocurría al club. A veces de manera increíble: dejaba un casete grabando los partidos a través de Radio Exterior de España cuando se iba a trabajar y era sábado o domingo y jugaba su Atleti. El problema era que no tenía a nadie en casa que le diera la vuelta a la cinta, de tal forma que a su regreso solo podía escuchar una parte de la narración del encuentro y esperar a que el lunes llegara la prensa española. Ahora parece increíble, pero era así. Ni Internet, ni plataformas de televisión ni nada que se le parezca. Un día o dos de incertidumbre.

Miguel se ha superado en los últimos años. No solo viaja un par de veces al año a España a ver al Atleti, sino que gasta sus vacaciones en hacerlo. Con motivo de la final de la Liga Europa de 2018 viajó desde Washington a Lyon, y ni que decir tiene que estuvo en la despedida del Calderón y en la inauguración del nuevo Metropolitano. Ese día portaba una cartulina en la que relataba que había hecho un «triplete» de estadios: los dos Metropolitano y el Manzanares.

Alguna compañera de trabajo me ha comentado alguna vez después de hablarle del «americano loco» que debería escribir un libro solo dedicado a él. Me lo pensaré. Se lo merece, desde luego. Miguel tiene una historia asombrosa y coincido con amigos que tenemos en común que lo más increíble es que una vez que dejó España siguiera contra viento y marea fiel al equipo, incluso más que si se encontrara en Madrid.

Aparte de una colección única de objetos relacionados con el Atleti —butacas, trozos del Calderón, una almohadilla de los 70—, el culmen de su pasión llegó en forma de matrícula, pues su Jeep Cherokee porta por las calles de Washington una placa en la que se puede leer «ATLETI». Así que si usted camina cerca de la Casa Blanca y ve esta placa con esa palabra, no piense que lo está soñando, no. Se trata del coche de McCleary.

No acaba ahí, Miguel ya tiene un sitio reservado para cuando parta hacia el «tercer anfiteatro». En su tumba, en el corazón de la capital de los Estados Unidos, hay un epitafio que exclama: «¡Aúpa Atleti!»

PD: Miguel es una de las mejores personas que conozco.