Read the book: «Una historia sepultada»

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Todos los derechos reservados. Cualquier reproducción hecha sin consentimiento del editor se considerará ilícita. El infractor se hará acreedor a las sanciones establecidas en las leyes sobre la materia.

Primera edición en papel: noviembre 2019

Edición ePub: febrero 2020

D.R. © Felipe I. Echenique March

© 2019, Bonilla Distribución y Edición S. A. de C. V.

Hermenegildo Galeana #111

Barrio del Niño Jesús, C. P. 14080

Ciudad de México

www.bonillaartigaseditores.com

ISBN: 978-607-8636-35-8 (Bonilla Artigas Editores)

ISBN ePub: 978-607-8636-81-5

Coordinación editorial: Bonilla Artigas Editores / Nuria Pons Sáez

Diseño y formación editorial: Saúl Marcos Castillejos y Jocelyn G. Medina

Diseño de portada: Mariana Guerrero del Cueto

Realización ePub: javierelo

Hecho en México


A mis amados padres

Francisco Xavier y Gloria †,

a mis queridos hermanos de sangre F. Xavier †,

J. Manuel, A. Guillermo, J. Reinaldo,

M. Ángel, J. Carlos y Rafael.

A los entrañables hermanos

que me dio la vida José Ortiz Monasterio Prieto,

Víctor Ruíz Naufal † y Rosalía Velázquez Estrada †.

La historia no es sino la sucesión de las diferentes generaciones, cada una de las cuales explota los materiales, capitales y fuerzas productivas transmitidas por cuantas la han precedido;

es decir, que, por una parte, prosigue en condiciones completamente distintas la actividad precedente, mientras que, por otra parte, modifica las circunstancias anteriores mediante una actividad totalmente diversa,

lo que podría tergiversarse especulativamente, diciendo que la historia posterior es la finalidad de la que la precede, como si dijésemos, por ejemplo, que el descubrimiento de América tuvo por finalidad ayudar a que se expandiera la Revolución francesa,

interpretación mediante la cual la historia adquiere sus fines propios e independientes y se convierte en una persona junto a otras personas.

Karl Marx, La ideología alemana.

Contenido

Al lector

Estudio Introductorio

A propósito del sustantivo México

Capítulo I

Primer soporte documental

Capítulo II

Signar y designar, actos de dominio

Capítulo III

Pedro Mártir de Anglería

Capítulo IV

Fernando Cortés, entre Temixtitan y Mexico

Capítulo V

Los Cedularios y el nombre de la ciudad

Epílogo

Bibliografía

Colofón del autor


Al lector

Este trabajo presenta un hecho no registrado en la historiografía nacional o internacional, y consiste en exhibir los distintos sustantivos que se emplearon –durante los primeros cincuenta años de conquista y dominación española– para nombrar a la principal ciudad de lo que Cortés llamó la Nueva España, y que hoy en día todo el mundo refiere como Mexico-Tenoch-

titlan o simplemente Tenochtitlan o Mexico.

Sin embargo, esta designación que cuenta con un amplio consenso universal no se puede sostener documentalmente, ya que el nombre que se consigna en las fuentes ininterrumpidamente, al menos durante los diez primeros años de conquista española fue el de Temixtitan o Temistitan, y posteriormente el de Mexico, así sin acento. Pero este uso no fue de manera contundente y continuada, sino que se alternó con el Temixtitan que sufrió variantes escriturales tales como Tenustitan, Tenuxtitan o Tenuxtitlan, hasta que después de 50 años finalmente se convirtió en una designación permanente e inequívoca llamarla como ciudad de Mexico.

La falta de acentos en esos sustantivos, y otros más, durante la época colonial me llevó a respetar esa manera de escribirlos, toda vez que este trabajo pone especial atención en las maneras de grafiar los sustantivos durante aquellos primeros años para identificar a la principal ciudad de la Nueva España.

Esa es la única explicación por la que a lo largo de este trabajo se encontrarán dos maneras de presentar los sustantivos: con acento y sin él. La diferencia la establecen los tiempos y el criterio de respeto para quienes así lo han escrito.

Un buen número de editores y estudiosos han actualizaron la escritura de sustantivos y otras circunstancias sin ninguna advertencia, con lo que indudablemente facilitaron la lectura de fuentes y documentos, pero con ello también contribuyeron a ocultar la primera designación con que se conoció a la ciudad más importante de la Nueva España, como se mostrará a lo largo de este trabajo.

Por lo antes expuesto debe quedar claro el porqué de la falta de acentos cuando estoy citando documentos que no lo manifiestan, o también cuando estoy refiriendo aquellos sustantivos dentro del ambiente y tiempos en los que no se acentuaban.

Para que no quede duda de esa diferencia que me interesa resaltar y establecer, he marcado ese modo escritural con cursivas, para que se note la circunstancia histórica a la que me estoy refiriendo, mientras que la escritura normal de México, con acento, tiene que ver con quienes así lo presentan en sus publicaciones aún y cuando en el documento ológrafo que transcribieron o paleografiaron no estén acentuados, respetando así la decisión editorial de estudiosos o editores.

Además de lo antes expresado, se debe tener en cuenta que la escritura de México sin ninguna otra característica y con el modo escritural actual, indica que estoy refiriendo los tiempos y modos en que ya quedó establecido, bajo ese grafiado, desde el siglo XIX y hasta nuestros días.

Por último, a lo largo del trabajo referiré el nombre de Fernando Cortés en lugar del de Hernán Cortés, porque hasta bien entrado el siglo XIX se le conoció bajo el primer nombre y por lo tanto no considero que exista alguna justificación para invocarlo bajo otro nombre con el que nunca se le conoció en los tiempos en los que actuó, y que justamente son los que se tratan en este estudio. Siguiendo esta misma línea me referiré a los reyes de Castilla, Aragón, León, etc., como don Carlos y doña Juana su madre, pues en los documentos del tiempo no se le conoció como Carlos V, que es como la historiografía hoy en día lo acredita para presentarlo como actuante en los tiempos de la invasión y conquista de lo que se dio en llamar la Nueva España.

Brindo mi agradecimiento a todos mis compañeros de la Dirección de Estudios Históricos del INAH -donde trabajo- y de otras instituciones académicas que me acompañaron de cerca en este proceso de investigación: Lourdes Villafuerte García, René González Marmolejo, Eduardo Flores Clair, José Abel Ramos Soriano, Jorge Angulo Villaseñor, Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva, Juan Manuel Pérez Zevallos, Antonio Trujillo, Antonio Saborit García Peña y Salvador Rueda Smithers.

Por su apoyo generoso y fraternal, también manifiesto mi gratitud a los subdirectores y directores de la Dirección de Estudios Históricos: Luis Barjau Martínez, María Eugenia del Valle Prieto, Marcela Dávalos López y Carlos Ortega González. De manera externa mi reconocimiento y cariño a mis amigos y compañeros del INAH que se involucraron en el trabajo: María de los Ángeles Colunga Hernández, Alfonso Velasco Hernández, Carlos Ortega Hurtado, Hugo Vargas Comsille.

Debo también dar las gracias a los compañeros y directivos de la Biblioteca “Manuel Orozco y Berra” por sus atenciones, así como también a todos los compañeros administrativos, técnicos y manuales de la propia Dirección de Estudios Históricos por su ayuda oportuna y su trato deferente y desinteresado.

A los compañeros y compañeras que han laborado en el Archivo Histórico de la Ciudad de México que, desde el 2000 y hasta estas últimas fechas de 2019, me permitieron fotografiar los libros de las Actas del Cabildo que se editaron en el siglo XIX y las Actas autógrafas para, después, proporcionarme el material digitalizado de las Actas de Cabildo que les solicité para mejorar los documentos que ahora se presentan. Mi agradecimiento sobre todo para Carlos Ruíz Abreu, Donají Morales Pérez, Alejandra Sánchez Archundia, Estefanía Mijangos y Elizabeth Piñón.

De igual manera, mi reconocimiento a los distintos servicios que ofrecen los trabajadores de la Biblioteca Nacional de México, a través de las publicaciones y del Catálogo Nautilos, y a los compañeros que laboran en los distintos acervos y en el Fondo Reservado, pues sus resultados en publicaciones, trato y comedimiento terminan siendo un aliento para continuar con la investigación.

Los mismos estímulos debo reconocer a los compañeros que trabajan en la Biblioteca “Rafael García Granados” del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM. Y qué decir de los de la Real Biblioteca del Palacio Real de Madrid, de la Biblioteca Nacional de Madrid, de La Real Academia de la Historia en Madrid y del Archivo General de Indias, quienes lograron que mis estancias en esos sitios fueran muy provechosas y productivas. Provecho y productividad que en estos últimos casos se ve notablemente aumentado gracias a la difusión masiva de un buen número de sus acervos digitalizados y colocados en el ciberespacio, al alcance de cualquier ciudadano del mundo.

Circunstancia que también debe reconocérsele a universidades privadas y públicas de muchísimos países, archivos y bibliotecas públicas como la del Congreso de los Estados Unidos de Norteamérica, que junto con Google y otras herramientas cibernéticas, permitieron que esta investigación pudiera contar con materiales que, hasta hace muy pocos años, hubiese sido inimaginable lograr consultarlos todos en pocos años y con una excelente calidad visual.

Y si la vida institucional es la que hace posible este tipo de trabajos, éstos no llegarían quizás a su final si no hubiese acompañamiento cariñoso y desinteresado de familiares y amigos que son tan indispensables para que la vida diaria sea más que llevadera. Sin el ejercicio de un deporte, las largas horas de estudio, serían imposibles. Por lo tanto, agradezco a los trabajadores donde lo ejercito y cuyo buen trato siempre se corresponde, al igual que tener esos amigos Ernesto, Jorge y Guillermo, con quienes comparto la cancha de juego y me hacen disfrutar de amenas pláticas.

Para mi fortuna, Juan Manuel Sandoval Palacios -entrañable compañero de aventuras intelectuales y políticas- me presentó a Juan Luis Bonilla Rius, director de esta casa editorial, para que valorara la posibilidad de publicarlo. Así fue y en muy poco tiempo, el editor consideró que valía la pena convertir en libro esta ardua investigación.

La casa, el hogar, es indispensable para mantener la cordura ante los desenfrenos de la realidad. A mi compañera y cómplice de andanzas intelectuales Carmen García Bermejo siempre le estaré reconocido por su apoyo, comprensión y auxilio. A mí querida hija Ximena Valentina su amor e inteligencia para discutir y discernir son un estímulo permanente para no dejar de pensar.

A mi hijo León Felipe le estaré siempre reconocido y agradecido por su acompañamiento crítico y riguroso en éste y otros trabajos que, en mucho, me han ayudado a alcanzar las versiones definitivas que llegan a manos de los editores.

No puedo dejar de mencionar la satisfacción que me genera el trabajo de los compañeros que diseñaron y formaron este libro, así como a Nuria Pons Sáez, a cargo de la corrección y mejoramiento del estilo.

Sierra Encantada, Huitzilac, Morelos.

Espacio y Comunidad que me ha

permitido años de tranquilidad

para llevar a cabo mi trabajo.


Estudio Introductorio

A propósito del sustantivo México

Palabras admonitorias

Es probable que, en estos días, pocos especialistas, políticos o ciudadanos discutan abiertamente sobre las variantes y diferencias de los contenidos y proyecciones que, a lo largo de la historia, se le ha dado al sustantivo México. Esto no significa que falte interés o que se haya agotado la reflexión o discusión sobre el tema. Más bien considero que en estos tiempos estamos en un remanso en el que pareciera que nada se mueve en torno a tan emblemático y sugerente sustantivo.

Sin embargo, esto es aparente porque aún en esa supuesta quietud hay un constante movimiento que, si bien no se materializa en álgidas y acaloradas discusiones o escritos sobre los contenidos y significados del término, siguen mostrándose intentos de reapropiación y resignificación.

Existe una nutrida bibliografía relacionada con el tema a partir de distintos ángulos: desde los posicionamientos gentilicio-toponímicos de los más variados grupos, por ejemplo, de la mexicanidad, que se expresan de diferentes maneras, hasta los políticos de cualquier partido que pretenden amoldar a sus intereses su significación y proyección, pasando por la redacción de discursos especializados de historiadores y antropólogos, que hacen que el término México no sea un sustantivo muerto o detenido en los tiempos en que se acuñó.

Todo esto mantiene vigente y actuante la evocación y convocatoria que provoca el dicho sustantivo de México. Cabe destacar que, en los últimos años, sobre todo con el asalto del Partido Acción Nacional al gobierno de la república mexicana (2000-2012), el paroxismo de la ultraderecha llegó a tal punto que inclusive lo promovió como una más de las tantas “marcas” que circulan en el extenso y diversificado mundo del consumo de mercancías.1 No es de extrañar que, entre otros tantos efectos, la derecha2 intentara diluir la discusión de contenidos y significados, para sólo quedarse con los tonos y emociones que desata su sola mención o advocación.3

En los últimos quince años4 se ha generalizado en diversos ámbitos el uso político y mercadológico del sustantivo México. Los gobiernos federal, estatales y municipales, los partidos políticos, pasando por todo el espectro de movimientos religiosos y sociales, así como entre publicistas inescrupulosos a través de todo tipo de anuncios radiales, televisivos o escritos, pretenden que dicho término pase del sustantivo al adjetivo y hasta el verbo, con el pretexto de hacerlo valer por su sola tonalidad, como algo que en sí y por sí mismo convoca y, cuya carga histórica no tiene ni por qué o para qué discutirse ni reflexionarse, debido a que ya es algo dado, que en sí mismo es una esencia, que está allí inamovible, sólo evocable y convocable; para lo cual es suficiente su exclamación para que cientos de miles y hasta millones de personas se sientan parte de esa comunidad adjetivada que convoca.5

Esa sustancia se convierte en centro y proyecto que muchos pueden llegar a creer que no está en entredicho porque ni siquiera en los momentos de la más drástica tensión religiosa6 o incluso política,7 desde que se consolidó el movimiento por la Independencia en el Congreso de Apatzingán, en 1814,8 se ha cuestionado que seamos mexicanos y el territorio sea denominando como México, independientemente de su designación geopolítica en el tiempo.9

Así que sustantivo, adjetivo y aún convertido en verbo, México es aceptado en forma general y sin respingos, aunque dicho consenso no quiere decir –aunque así lo pretendan algunos– que exista homogenización o acuerdo en lo que esto significa y debe seguir indicando como rumbo al futuro. Disputa acallada y silenciada bajo el subterfugio de la democracia, o mejor dicho partidocracia y “comentocracia”, que pretenden ocultar el debate y las acciones políticas que intentan redefinir al sustantivo y llenar de nuevos contenidos los adjetivos.

Las televisoras y sus “comentócratas” han sometido a los partidos políticos a la más abyecta vulgaridad y simpleza. Por eso no se detienen a pensar en la historia, en el sentido y significado de las palabras, porque para ellos la voz México no es más que otro sonido articulado que nada dice, tal como lo hacen con toda esa verborrea que lanzan sin descanso día tras día para someter a la sociedad.

En forma resumida y esquemática, considero que la ultraderecha intenta explotar las cargas emotivas de los sonidos del sustantivo México para continuar con su proyecto de alienación y subordinación hacia las potencias imperiales, mientras que los vividores de la “política” (PRI, PRD, PT, PVE, Movimiento Ciudadano, Morena, y los recién ingresados micropartidos) lo usan para justificar su accionar –siempre interesado–, no con lo que pueda comportar o proyectar dicho sustantivo para los millones de mexicanos, sino para sus personas o grupos en los que se encuentran. Aunque hay otros muchos ciudadanos y organizaciones que pretendemos una sustantivación que arrope y proyecte a los más de 120 millones de mexicanos, en condiciones de vida digna, libre y soberana.10

Para quienes estamos convencidos de que hay nuevas posibilidades de construcciones históricas, entre otras tantas acciones y prácticas a desplegar, está la de revisar críticamente y con minuciosidad todo cuanto se ha escrito de las historias. Acción que muy posiblemente nos termine mostrando que vivimos más con dogmas que con verdades establecidas. La crítica analítica radical nos permitirá tirar lastres y armarnos de nuevos sentidos, contenidos y proyectos. Todo debe de estar en permanente examen crítico, incluyendo las certezas consagradas por el tiempo y los discursos imaginados e impuesto al pasado, al presente y al propio futuro.

Revisando uno de los últimos trabajos sobre nuestro tema

En su último libro, el buen compañero del Instituto Nacional de Antropología e Historia y destacado lingüista, Ignacio Guzmán Betancourt, ante la pretensión de Carlos Salinas de Gortari de querer cambiar la designación oficial de Estados Unidos Mexicanos por la sola mención de México, elaboró una nutrida y bien equilibrada compilación historiográfica para recordar lo que se había escrito sobre el nombre de México desde el siglo XVI, hasta lo discutido a finales del siglo XX.11

Acompaña a dicha antología un estudio introductorio, en el que sostiene como tesis central que el sustantivo México, era parte indiscutida del nombre de la ciudad prehispánica localizada en medio de los lagos de agua dulce y salada12 denominada México-Tenochtitlan; que la desaparición del segundo componente, de lo que Guzmán Betancourt conceptualizó como “binomio”, se debió más a cuestiones de conveniencia y comodidad, que a lo que pudiéramos suponer como un silenciamiento mal intencionado, o por omisión deliberada, para que prevaleciera solamente el primer componente, ya como sustantivo exclusivo de la ciudad más importante del virreinato de la Nueva España, donde se establecieron las sedes de los poderes económico, político, religioso y sociales de la nueva colonia española.13

Después de esa exposición, pasa revista al uso que tuvo el sustantivo México ya dentro del virreinato de la Nueva España y hasta que se comenzó a emplear para referir al propio virreinato al finalizar el siglo XVIII.

Ya no se ocupa de lo ocurrido en los siglos XIX y XX porque su antología contiene un buen número de artículos, disertaciones y ensayos que ilustran muy bien las maneras y modos con que se estudió y presentó lo referente al nombre de México.

Esta compilación historiográfica es el mejor esfuerzo sistemático que se haya realizado hasta nuestros días para exhibir los textos que acompañan el argumento histórico que sostiene Guzmán Betancourt sobre la denominación de la ciudad; aunque no por ello dejó de considerar algunos escritos que de una u otra manera contrastan con su propio argumento central, como son los de fray Andrés de Olmos o fray Gregorio García.14

Además de lo anterior, se debe hacer notar que la compilación de Betancourt dejó fuera todo ese cúmulo de escritos que se supone fueron escritos por mestizos y que de una u otra manera dan información sobre el nombre de la ciudad. De muchos de ellos desconocemos los nombres de sus autores, por lo que su referencia les viene dada por los títulos que se les han impuesto como por ejemplo: Anales de Tlatelolco;15 Anales de Cuauhtitlan; Historia de los mexicanos por sus pinturas,16 o el llamado Códice Mendocino; o esos otros en los que sí es reconocible el autor, como sucede con las Relaciones…, de Chimalpain,17 el denominado Códice Chimalpopoca; los Anales de Alvarado Tezozómoc, las distintas obras históricas de Ixtlilxochitl,18 o la Crónica Mexicáyotl de Fernando Alvarado Tezozómoc,19 que si bien están referidos en muchos de los extractos de los escritores que presenta, creo que hubiese sido oportuna su inclusión específica, por más de una razón.

Observación semejante podría hacérsele con otras exclusiones de personajes distinguidos del siglo XVIII, como podrían haber sido Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, Antonio de León y Gama, así como lo expuesto por los jesuitas expulsos, que desde Italia se hicieron eco de la designación que le daban los europeos al virreinato de la Nueva España, ya referido como Mexico. Designación que ellos utilizaron en los propios textos que publicaron en la tierra de su exilio político, tal y como se puede apreciar en los títulos de los libros de Francisco Xavier Clavijero, Pedro José Márquez, Rafael Landívar y Juan Luis Maneiro.20

Estas apreciaciones al trabajo de Guzmán Betancourt no se exponen para demeritar su esfuerzo, sino para señalar que tiene limitaciones, al igual que algunas imprecisiones, como la de señalar que Veytia le dio el título a su historia de: Antigua de México.

La afirmación es incorrecta, porque dicho título es el que le proveyó el cronista mayor de Indias: Juan Bautista Muñoz, para su identificación dentro de su colección de manuscritos. Referencia que repitió su primer editor en el siglo XIX, pero no fue la que asentó don Mariano Fernández de Echeverría y Veytia a su manuscrito, en el cual se puede leer:

Historia del Origen de las Gentes que poblaron la América Septentrional que llaman la Nueva España, con noticia de los primeros que establecieron la Monarchía que en ella floreció de la Nación Tolteca, y noticias que alcanzaron de la Creación del Mundo. Su Author El Licenciado Don... Caballero profeso de la Orden Militar de Santiago, etc.21

Aparte de esa imprecisión, es necesario advertir que tengo fundadas razones para diferir de la tesis central que defiende Betancourt y a los que él siguió, sin que ello demerite el material que presentó de manera sistemática y profesional y que mucho ayuda a tener vigente la visión que él avala. Pero es controvertible como trataré de demostrar en este trabajo.

Desacuerdos iniciales

Ya indicadas algunas diferencias con el trabajo de Betancourt y que insisto, no demeritan en nada su esfuerzo pues sigue siendo muy útil para acercarse al tema, paso ahora a expresar mi principal diferencia con él y, con los que él ha seguido, en un punto que considero es central y que se localiza en unas cuantas palabras de lo escrito por Fernando Cortés,22 en lo que se conoce como Segunda Carta de Relación.

En ella es donde por primera vez plasmó el nombre de Meſico23 (Mexico).24 En ese apartado manifiesta claramente su parecer con relación al uso de tal sustantivo, que lo usará para designar a la provincia –hoy diríamos geohumana– que tenía ante sus ojos y ambiciones, correspondiente exactamente a lo que denominamos cuenca de México. Su redacción fue la siguiente:

Antes que comience a relatar las cosas de esta gran ciudad (Temixtitan)25 y las otras que en éste capítulo dije, me parece, para que mejor se puedan entender, que débese decir de la manera de Meſico, que es donde ésta ciudad (Temixtitan) y algunas de las otras que he hecho relación están fundadas, y dónde está el principal señorío de este Mutezuma. La cual provincia es redonda y está toda cercada de muy altas u ásperas sierras, y lo llano de ella tendrá en torno hasta sesenta leguas, y en el dicho llano hay dos lagunas que casi lo ocupan todo, porque tienen canoas en torno más de cincuenta leguas.26

Guzmán Betancourt y los que han estudiado o publicado las Cartas de Relación o se han ocupado del tema de la designación del nombre de la ciudad, han visto en este párrafo la incomprensión de Cortés, ante la realidad prehispánica que tenía frente a sí, que no podía ser otra que la ciudad de México-Tenochtitlán, que los estudiosos conceptualizan como “binomio” conformado por esos dos sustantivos.27

Guzmán Betancourt, como otros especialistas, se han basado para tal afirmación en los pareceres y discusiones que aporta el estudio de las etimologías convenientes a la visión que se quiere imponer, o bien, en lo que refirieron los cronistas o “historiadores” que de una u otra manera ayudan a sostener ese discurso.28

Una revisión crítica de los “historiadores” o cronistas que ayudan a soportar el punto de vista que hoy en día se conceptualiza como binomio, expusieron como soportes de sus narrativas las tradiciones verbales que muchas de ellas se dijeron estaban guardadas en pictogramas, que después pasaron a ser anales, crónicas o historias gracias a la trasmisión de generación a generación hasta llegar a ellos, quienes escriben ya muy entrado el siglo XVI o principios del XVII. Sin embargo, en muchos de esos escritos se puede notar fácilmente el entrelazamiento de las “narrativas alcanzadas” con los intereses que pudieran perseguir criollos y mestizos sobre todo en la reivindicación de derechos familiares muy parecidos a los que se acostumbraban en España.

No es difícil encontrar que muchas de esas narrativas se mezclaron en los siglos XIX y XX con una apasionada lírica nacionalista sobre el nombre de México. Esto último no demerita en nada lo expuesto y exaltado, sin embargo, no permiten un entendimiento claro y sostenido de la tradición que presentan y exaltan como realidades primigenias, que entre otros tantos hechos y circunstancias que refieren, se encuentra el empleo del sustantivo México.29

Pedirle congruencia a los mitos y a sus entramados es inconsecuente, pero no sucede lo mismo con las exposiciones historiográficas que no someten a las llamadas fuentes primarias a una rigurosa crítica interna y externa para notar contradicciones, desviaciones, inconstancias, trasvases, etcétera.

En general las fuentes para estudiar el nombre de México se han tratado como si fuesen piezas de un rompecabezas; esto es, como narrativas que en algún momento se fracturaron y dispersaron en trozos convenientes para que, junto con otros tantos de distintos tiempos y circunstancias, pudieran volverse a juntar y así develar la realidad primigenia que contienen aquellas narrativas originales que inexplicablemente fueron rotas y desperdigadas.

Lo anterior da pie a la creencia de la presencia de diversos y variados soportes pictográficos u orales que guardan la existencia de esa realidad pretérita predicada como única, que se reconoce y refiere aún por grupos distintos y hasta distantes.30 Todo lo cual da fundadas esperanzas de recuperar la imagen prístina del momento iniciático, que por extraña razón fue fracturada y desperdigada entre los tiempos y los espacios.

Así, el trabajo arduo y creativo de los especialistas restituirá las piezas en los lugares convenientes, con lo cual se recuperarán no sólo los momentos e imágenes de aquel pasado primigenio, sino el mismo fluir de aquella realidad preexistente, que quedó consignada en todos y cada uno de sus detalles en aquellas narrativas tan disímbolas y dispersas como hoy se refieren.

Pedazos de un mito se ocupan en la narrativa de otro que conviene a lo que se está contando y, trozos de otros, pueden complementar las secuencias de algunos más hasta que se tiene armado el rompecabezas.31

Lo anterior apunta más a ficción y creación literaria que a empeños científicos. Si bien esa manera de proceder puede resultar en creaciones convenientes y hasta convincentes y maravillosas, no por ello dejan de sorprender los amarres con que logran tejer las narrativas disímbolas y distantes que bien pueden convencer a unos, pero también hay que decirlo, no dejan satisfechos a otros.

Bajo esa línea de acción intelectual ya contamos con abundantes, sostenidos y profusos esfuerzos intelectuales que muy probablemente lleguen a contarse por miles y cuyo máximo representante, desde mi punto de vista es Gutierre Tibón, con su libro Historia del nombre y de la fundación de México, que ya he venido refiriendo en notas a pie de página.

Con lo antes expresado de ninguna manera quiero siquiera insinuar que está agotado el trabajo historiográfico, filológico y hermenéutico de aquellas fuentes y lo que sobre ellas se ha escrito y se puede seguir analizando. Todavía hay mucho que hacer; sin embargo, en mi caso considero que poco podría aportar si siguiera esas líneas de investigación y narrativas, sobre todo si quisiera contribuir con renovadas discusiones y, si se quiere, hasta conocimientos al tema del sustantivo México.

Dejo pues, fuera de mi atención esos caminos y senderos, y prefiero tomar otros rumbos a partir de reconsiderar lo expresado por Cortés en su Segunda Carta de Relación, en cuanto a que el sustantivo Meſico (Mexico)32 debería referir una provincia que hoy correspondería a lo que designamos como Cuenca de México, que naturalmente comprendía la ciudad de Temixtitan33 donde residía Mutezuma (Moctezuma).

Así la mención de Meſico (Mexico) para Fernando Cortés tenía que ver más con una propuesta de designación para una provincia tan maravillosa como indigna –por la acción de los sacrificios humanos, según refería el conquistador–, y no con el nombre ni parte del nombre de la ciudad de Temixtitan.34

Lo anterior ni siquiera ha sido considerado como una posibilidad a explorar y, a lo más, la escritura de esas líneas se toma como la muestra de un error de entendimiento de Cortés; sin embargo, no ha sido probada o, más aún, no ha sido documentado satisfactoriamente ese desliz. Esto es, se establece el descrédito y no se demuestra a plenitud los antecedentes o los consecuentes de esa supuesta pésima incomprensión y, luego de aquel señalamiento, ya no hay nada que decir o investigar. El reproche se queda como el todo de esa parte y modo de actuar de Fernando Cortés.