Vivir en las ciudades invisibles

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From the series: Arquitectura #16
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Por todo ello, creo que Las ciudades invisibles, aún más que una declaración de amor de Calvino por la vida, más incluso que la tantas veces notada denuncia que el escritor quiso también hacer ante el problema de la deshumanización y despersonalización de los espacios, es ante todo una filigrana de memorias y constataciones (por eso un diario). Un texto de la madurez calviniana en el que el escritor, jugando entre géneros (relato, ficción, ensayo, enciclopedismo parisino…), vierte algunas de sus más íntimas y a la vez sólidas convicciones. Entre ellas, resuelta a través de la belleza de las citadas metáforas visuales, la relatividad de toda certeza, que, como todo en el ser humano, es mutable y reescribible y que la más honesta labor que un escritor puede afrontar es justamente la de someter a un permanente proceso de reuso y de renarración una materia que es de por sí inestable, incluso cuando se trata de la supuesta solidez de una ciudad.21

Esas ciudades cuya materia invisible revela justamente una particular función, esta vez sí pesimista, respecto del peligro de no reconocer, de apearse de la función también memorial que la ciudad debería tener y que, en sus pliegues más oscuros, la superficialidad contemporánea esconde y en cierto modo mata:

No las frágiles nieblas de la memoria ni la seca transparencia, sino la chamusquina de las vidas quemadas que forman una costra sobre la ciudad, la esponja hinchada de materia vital que ya no circula, el atasco de pasado presente futuro que bloquea las existencias calcificadas en la ilusión del movimiento.22

Es pues desde esta perspectiva literaria y desde una interpretación también literaria como surge la duda que, ya en conclusión, ha guiado mis reflexiones. Pese a que tantas veces se ha notado, creo que con justicia, que Las ciudades invisibles es el libro en el que Calvino denuncia y condena el infierno de los que viven en las nuevas metrópolis, un asunto que sin duda en un Calvino humanista y equilibrado no era menor, creo que su texto nos plantea centralmente otro mensaje mucho más vinculado a las geografías del yo que al problema de la habitabilidad real de las urbes contemporáneas. Calvino evidentemente narra en su texto algunos de los aspectos más negativos del incontrolable desarrollo urbanístico, de esas ciudades intercambiables y sin carácter, constituidas en los célebres no lugares (o lugares de masificación y anonimización de la persona: los centros comerciales, los centros de ocio, las estaciones de servicio, los aeropuertos…, «donde las formas agotan sus variaciones y se deshacen, comienza el fin de las ciudades»).23 Sin embargo, a lo largo de esas páginas hipnóticas, a través de los arabescos y las elaboradísimas filigranas visuales con las que Calvino atrapa a sus lectores en Las ciudades invisibles, emerge por encima de cualquier otro el tema de la experiencia, de la memoria y del espacio interior.

Las ciudades invisibles son tales (invisibles) precisamente porque narran espacios habitados exclusivamente por la conciencia; son mutables y variadas porque equivalen a las proyecciones sin tregua que el yo a lo largo de la vida va percibiendo, de los múltiples espacios que habita y que lo habitan. Imposible de describir y solo susceptible de ser narrado, el espacio invisible de la ciudad es aquel que cada día el sujeto (aquel en el que creía Calvino, un sujeto ideal, reflexivo y culto) vuelve a ver, a revivir, a interiorizar, a transformar en una nueva experiencia del yo: «De una ciudad no disfrutas las siete o las setenta y siete maravillas, sino la respuesta que da a una pregunta tuya».24

BIBLIOGRAFÍA

CALVINO, I. (1983). Italo Calvino on Invisible Cities. Columbia, 8, pp. 37-42.

— (1989): Seis propuestas para el próximo milenio. Madrid: Siruela.

— (1998). Las ciudades invisibles. Madrid: Siruela.

— (2001) Palomar. Madrid: Siruela.

— (2004). El barón rampante. En I. CALVINO, Nuestros antepasados. El vizconde demediado. El barón rampante. El caballero inexistente. Madrid: Siruela, pp. 91-319.

— (2004a). «Ermitaño en París». Páginas autobiográficas. Madrid: Siruela.

— (2012). Sono nato in America. Interviste 1951-1985. Milán: Mondadori.

— (2013). Letters, 1941-1985. Princeton: Princeton University Press.

CONDE, A. (2016). «Hechas de deseos y miedos». En M. A. CHAVES MARTÍN, Ciudad y Comunicación. Madrid: Grupo de Investigación Arte, Arquitectura y Comunicación en la Ciudad Contemporánea, Universidad Complutense de Madrid, pp. 157-166.

FOUCAULT, M. (1997). Los espacios otros. Astragalo, 7, pp. 83-91.

1 El texto es resultado de un encuentro organizado por la Universidad Francisco de Vitoria y el Instituto Schuman de Estudios Europeos. Quiero aprovechar esta ocasión para agradecer a sus organizadores y responsables no solo la concepción del encuentro, del máximo interés y actualidad, sino que quisieran en su día contar conmigo.

2 Remitimos al imprescindible texto Lecciones americanas: Seis propuestas para el próximo milenio, publicación póstuma, en su primera edición italiana, de 1988 y al capítulo «Visibilità» para contextualizar la importancia que Palomar tiene en la concepción de la estética del escritor, no solo en relación con la cuestión del espacio urbano.

3 CALVINO, 2001, p. 102.

4 La casa familiar estaba rodeada por un gran parque, poblado de innumerables variedades de árboles, y San Remo es la capital de esa parte de la costa ligur, también conocida como la Costiera dei Fiori, precisamente por la abundancia de vegetación que caracteriza su hermoso paisaje.

5 CALVINO, 2004, pp. 101-104.

6 CALVINO, 1998, p. 100.

7 El asunto, que no va a tratarse en esta contribución, es sumamente complejo; en el final de este breve diálogo, Calvino integra otra de sus reflexiones teóricas más inquietantes: «Las imágenes de la memoria, una vez fijadas por las palabras, se borran —dijo Polo—. Quizás tengo miedo de perder Venecia de una vez por todas si hablo de ella. O quizás, hablando de otras ciudades, la he ido perdiendo poco a poco» (Ídem). Esta duda respecto a la posibilidad que la escritura tiene de fijar la experiencia sin alterarla hasta el punto de transformarla en algo distinto, acompañará al escritor en su madurez y, como se sabe, será tratada y analizada también a niveles teóricos en numerosos ensayos.

8 Leemos en las Seis propuestas para el próximo milenio: «Poseemos todos los lenguajes: los elaborados por la literatura, los estilos en los que se han expresado civilizaciones e individuos en todos los siglos y países, y también los lenguajes elaborados por las disciplinas más dispares, los concebidos para alcanzar las más variadas formas de conocimiento. Y lo que nos proponemos es extraer de ellos el lenguaje más apropiado para contar lo que queremos contar, un lenguaje que sea aquello que queremos contar» (CALVINO 1989, p. 66).

9 CALVINO, 2004a, p. 277.

10 CALVINO, 2004a, pp. 276-277. En muchos otros escritos, además del reportado, el escritor dio rienda suelta a su entusiasmada y pasional atracción por esa ciudad, lo que no deja de ser interesante puesto en relación con una de las lecturas más canónicas justamente de Las ciudades invisibles, porque, en algunas de las cartas que el escritor envió desde Estados Unidos, esa interpretación negativa y pesimista de un Calvino que denuncia a un sujeto atrapado en la dimensión caótica e impersonal de una gran metrópoli contemporánea parece negarse de raíz: «Life in New York has started to become ferociously pleasant again. I must be daft, but I am more in love than ever with this horrendous city. New York is the only true love of my life» (CALVINO, 2013, p. 562).

11 «Debo sacar la conclusión de que mi París es la ciudad de la madurez, en el sentido de que ya no la veo con el espíritu de descubrimiento del mundo que es la aventura de la juventud. En mis relaciones con el mundo he pasado de la exploración a la consulta» (CALVINO, 2004a, p. 199). París representó para Calvino, entre otras muchas cosas, su integración en el grupo del OuLiPo, el contacto y la amistad con personalidades fundamentales para él como Perec o Barthes y su acercamiento a las corrientes más radicalmente nuevas de la crítica, la filosofía y la literatura, que determinarían profundamente el rumbo y los contenidos de la suya propia.

12 CALVINO, 2004a, p. 191.

13 Ibídem, pp. 196-197.

14 Los autores que Calvino leyó (y, en algunos casos, conoció personalmente) durante el período parisino son ejemplos indiscutibles de esa transformación del tema del espacio en la ficción contemporánea. Es, por ejemplo, el caso de Borges o de De Lillo; a esos nombres de referencia para el escritor italiano, habría que añadir la casi interminable lista de otros autores coetáneos o posteriores a Calvino que han hecho del espacio en sí un tema actancial de sus ficciones.

 

15 CALVINO, 1989, p. 86. Cursiva nuestra.

16 CALVINO, 1983, p. 37.

17 CALVINO, 2012, p. 179.

18 No se menciona en este artículo la otra imprescindible e importantísima novedad y aportación de Las ciudades invisibles; es decir, su dimensión visual, la magistral forma en la que Calvino resuelve con puras metáforas visivas la materia escritural. Mucho habría que decir sobre la relación entre Calvino y lo visual, no solo a través de sus numerosos y valiosos ensayos, sino tomando en consideración su conocimiento y atención de la pintura, el cine, la arquitectura. No entro en el tema de esta contribución, pero es sin duda un tema axial de la ficción calviniana, y no por nada su escritura ha sido juzgada como uno de los mejores ejemplos del llamado visual-writing, al tiempo que Las ciudades invisibles son, de forma continuada y sin interrupción desde su publicación, una de las obras en prosa más reinterpretadas por artistas plásticos y arquitectos de todas las nacionalidades.

19 FOUCAULT, 1997, pp. 83-85.

20 CONDE, 2016, pp. 163-164.

21 Este hecho responde a buena parte de la estructura y de la forma de Las ciudades invisibles y ha sido analizado a menudo. El propio índice del texto refuerza esta idea: «Así hay que entender, creo, el final (de nuevo señalado por el ritmo del índice) de Las ciudades invisibles y ese repetido y marcado ritmo alterno entre ciudades “continúas y escondidas, continúas y escondidas, escondidas, escondidas…”» (Ibídem, p. 164). Es casi innecesario notar que la mención al índice no es asunto banal si se piensa en la importancia de muchos de los índices de las obras de madurez de Calvino; baste pensar en el célebre de Si una noche de invierno un viajero.

22 CALVINO, 1998, p. 112.

23 Ibídem, p. 148.

24 Ibídem, p. 58.


¿Qué hace que las ciudades sean habitables?

ANTONIO PUERTA LÓPEZ-CÓZAR

APL Arquitectos, Madrid

París es una de las ciudades más bellas y emblemáticas del planeta. Nadie diría que posee uno de los índices más altos de contaminación atmosférica de la Unión Europea. Sin duda es una gran ciudad: contando con su área metropolitana, alcanza la suma de doce millones de habitantes. Y, aunque no es una de las mayores ciudades del mundo, algunos días la contaminación envuelve la torre Eiffel de tal manera que su famosa estructura metálica se desdibuja sobre el cada vez más frecuentemente cielo gris parisino. Cuando el aire de la ciudad se hace irrespirable, no es difícil imaginar lo que fue la gran niebla londinense de 1952, por la que murieron doce mil personas. Aquella desgracia marcó el comienzo de una nueva era ambiental: la preocupación por la calidad del aire de las ciudades.

La contaminación atmosférica es solo uno de los grandes problemas de las ciudades actuales. Al mencionar el nombre de la capital francesa, la mente inevitablemente nos transporta al centro histórico: los bulevares parisinos, el barrio de Montmartre o Notre Dame, junto al Sena, sin reparar en la corona de pequeñas ciudades periféricas. Como en muchas otras capitales, en gran parte de esas ciudades dormitorio, convertidas algunas de ellas en auténticos guetos, la vida se presenta difícil y cargante, porque, como pequeñas ciudades que son, les falta autonomía y dependen para todo del centro de la capital. Las infraestructuras y algunos equipamientos se encuentran lejos, los transportes se hacen eternos y fallan las conexiones entre unas y otras. Se entiende entonces la importancia de fomentar la creación de nuevos escenarios que permitan diseñar y plantear otros modelos de ciudad.

La arquitectura —y por extensión el urbanismo— es omnívora, se nutre de las demás artes: la escultura (Oteiza ha sido uno de los grandes inspiradores de la arquitectura española), el cine (la arquitectura de Koolhaas, por ejemplo, no se explica sin su visión cinematográfica), la poesía o la ciencia y, ¿por qué no?, la filosofía o la cultura en general (Picasso fue un auténtico devorador y recolector de ideas…). Siendo el material de trabajo del arquitecto tan amplio como la vida misma, una buena obra se distingue sin embargo de las demás porque, como dice Jaume Plensa, «da luz, orienta». Es una obra, en definitiva, que está enraizada en el pensamiento profundo, aquel que se pregunta por el habitar del hombre, que no es otra cosa sino volver al origen de la ciudad, como hace Joseph Rykwert en su libro La idea de ciudad: sus páginas recorren las inquietudes espaciales del ser humano en todas las épocas, acudiendo a los arquetipos antropológicos, metafísicos y religiosos que se esconden en el interior de toda obra humana fundamental.1

EL PENSAMIENTO DE ITALO CALVINO Y SUS CIUDADES INVISIBLES

El pensamiento de Italo Calvino, al que me acerqué por primera vez a través de su libro Seis propuestas para el nuevo milenio, despertó, hace ya tiempo, abundantes vibraciones intelectuales. Sin embargo, la faceta poética de Las ciudades invisibles, que está entretejida por el diálogo entre Kublai Kan y Marco Polo, y en la que desgrana sus ideas filosófico-literarias sobre la crisis de las ciudades modernas, para mí era desconocida. Cada una de esas ciudades imaginarias, que en sus relatos Marco Polo va describiendo al gran kan, nos sumergen, desde una óptica distinta, en los problemas que afectan a la ciudad de hoy y del futuro, en cuanto tocan la misma esencia del habitar. En realidad, el texto (sin duda, enriquecedor) no es otra cosa que «un último poema de amor a las ciudades, cuando es cada vez más difícil vivirlas como ciudades».2 Todo el texto está inspirado en una ciudad de la que el autor del libro está enamorado, y no lo oculta, aunque la desvele casi al final.

El interés que despierta Calvino con sus imágenes poéticas va parejo con el deseo de querer «descubrir las razones secretas que han llevado a los hombres a vivir en las ciudades, razones que puedan valer más allá de todas las crisis».3 Él ve las ciudades como una «maraña de las existencias humanas»,4 «como un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque […], de mercancías […], de palabras, de deseos, de recuerdos».5 En el fondo, subyace el deseo de «buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacer que dure, y dejarle espacio».6 Y utiliza bien el término infierno referido a algunas de las ciudades actuales. Calvino va relatando ciudades imposibles y utópicas, ensalzando a la vez la vida urbana, a la que ve en clave poética como «una nave que lo sacará del desierto, un velero a punto de zarpar».7 Es verdad que sus ciudades imaginarias —Fílides, Octavia, Anastasia…— no aportan soluciones concretas, pero él anda a la zaga de la esencia de lo humano y, por ende, de lo que es imprescindible para que una ciudad sea habitable.

DEFINICIÓN DE CIUDAD HABITABLE

Definir qué hace que una ciudad sea habitable, vivible, no resulta fácil. Al plantearse esta cuestión, los urbanistas y los políticos, cada vez más inmiscuidos en esa labor, sostienen que, para lograr esa condición, una ciudad debe ser:

a) Sostenible. Una ciudad que se renueve y conserve continuamente: con zonas verdes, redes de transporte, calidad del aire —reducción de emisiones de CO2: uso de energías renovables—, ahorro de agua y de energía, recogida de basuras, reciclaje y consumo responsable, atenuación del ruido ambiental… Cuando escribo este texto, la ciudad considerada como más sostenible del mundo es Viena.

b) Segura. Una ciudad intensiva, compacta y vigilada: con gran movilidad, con calles multiusos y espacios abiertos para peatones y ciclistas, alumbrado urbano, etc. Todo lo que Río de Janeiro tiene de inseguridad, especialmente en las favelas (barrios marginales sin infraestructura ni servicios básicos) o en las zonas residenciales (lugares sin observadores), lo tiene Tokio de seguridad, valorada como la ciudad más segura del mundo.

c) Inclusiva. Una ciudad multidimensional que integre una gran diversidad de aspectos: sin barreras físicas, culturales, sociales, ambientales, institucionales…; en la que convivan pobres y ricos, personas discapacitadas, inmigrantes, jóvenes y mayores. Y en la que se admitan las tradiciones religiosas, oficios técnicos o artesanales y especialidades del lugar, destrezas comerciales o profesionales y, por supuesto, que atienda a los derechos y deseos de sus habitantes. Nueva York es la ciudad más inclusiva del mundo.

d) También se habla mucho de ciudades resilientes, un nuevo término con el que se califica a las que están preparadas para actuar ante todo tipo de crisis, desde un terremoto hasta un atentado terrorista, y cuentan con medidas y recursos adecuados para recuperarse de ellas en el menor tiempo posible. Suiza es el país más resiliente del mundo.

LAS CUALIDADES RECÓNDITAS DEL HABITAR

¿Y cuál es la ciudad que ocupa la mente de Italo Calvino cuando escribe Las ciudades invisibles, por más que intente no fijarla con palabras?… Venecia. «Cada vez que describo una ciudad digo algo de Venecia. […]

Para distinguir las cualidades de las otras he de partir de una primera ciudad que permanece implícita. Para mí es Venecia».8 Un lugar desde el que evocar las cualidades recónditas del habitar e indagar en ellas, cualidades que anidan también en los conceptos o parámetros anteriores, pero que, como las anguilas, se escurren entre los dedos de las manos, y son difíciles de asir y fáciles de perder, pues no bastan aquellas que se encuentran en el ámbito de lo económico, científico, medible o cuantificable. «Las imágenes de la memoria, una vez fijadas por las palabras, se borran —dijo Polo—. Quizás tengo miedo de perder Venecia de una vez por todas si hablo de ella. O quizás, hablando de otras ciudades, la he ido perdiendo poco a poco».9 La imaginación funciona así, y por ese motivo pretende no fijar las imágenes, no hablar explícitamente de esas impresiones venecianas alojadas en su memoria.

Para Calvino, las ciudades invisibles son las que no ven quienes viven allí… El acostumbramiento (al que nos exponemos continuamente) se asemeja en el tiempo al no ver, y hay ciudades que acaban siendo invisibles. Solo consiguen percibirlas quienes vienen de fuera: los forasteros. En ellos se produce el extrañamiento, un misterioso encantamiento que surge cuando por sorpresa los asalta su belleza y su poética…, y emerge el asombro. «Muchas son las ciudades como Fílides que se sustraen a las miradas, salvo si la atrapas por sorpresa»,10 dice Calvino. Desde otra óptica distinta, el escultor catalán Jaume Plensa sabe evidenciar lo mismo cuando, hablando de su trayectoria vital, explica que toda su vida ha sido una búsqueda sintetizada en el viaje como concepto. «Siempre he sido un extranjero y eso me mantiene vivo. Es como esos libros a los que vuelves una y otra vez, y cada vez lo haces de forma distinta»,11 dice Plensa.

Lo que desea Calvino es hacer visible el alma de Venecia, mas el miedo a perderla, a que se desvanezca en la niebla, lo induce a relatar, en boca de Marco Polo, ciudades asombrosas, ciudades todas ellas en las que destellan algunos rasgos de lo que las hace humanas: habitables. Sin embargo, actualmente no se incide a fondo en lo que significa habitar, una noción restringida tal vez, como decía antes, a lo que es cuantificable o al resultado de una compleja fórmula urbanística, cuando la realidad es que se trata de un concepto que trasciende el mero estar en la tierra.

 

Una de las preguntas esenciales que se hacía Kant era «¿cómo hay que vivir?». Si pensamos en la casa, el tren, los jardines, la ciudad…, todos ellos han sido instrumentos interpuestos por el hombre entre él y la naturaleza para modificar el paraje donde vive y mejorar su vivir. «Habitar quiere decir estar en un sitio teniéndolo».12 El hombre es habitante porque es habiente: tiene un paraje. «Los animales no habitan el mundo, el único que habita el mundo es el hombre: y lo habita en la misma medida en que establece en las cosas referencias a su cuerpo, según las cuales el cuerpo las tiene. Todo habitar es tener».13 Por ejemplo, las cosas de nuestra habitación las hemos hecho nuestras, las tenemos, forman parte de nuestro mundo personal, y solo poseen un significado profundo para nosotros.

Los viticultores se saben dueños de sus tierras, de sus viñedos, pero, al mismo tiempo, al cuidar la tierra, disfrutar de sus frutos, celebrar el proceso de elaboración del vino y hacer de él su modo de vida, pueden acabar poseídos por ellas. Del mismo modo, la ciudad en que vivimos la hemos hecho nuestra, nos pertenece, y dicha pertenencia reclama nuestra presencia como parte ineludible de su propia existencia, nos hace cautivos, aunque solo sea de manera inconsciente. Esa tensión, que tan magistralmente condensa el adagio clásico «tengo, no soy tenido», nos da el punto entre ese tira y afloja que existe en la relación del habitante con la ciudad. Como dice Millán-Puelles, «el “dominio de los bienes materiales” significa una posesión que consiste, a la vez, en un “no-ser-poseído”».14 En ocasiones la voluntad se apega tanto a los bienes instrumentales (los goces de la ciudad) que acaba siendo esclava de ella y pierde su libertad.

La ciudad se te aparece como un todo en el que ningún deseo se pierde y del que tú formas parte, y como ella goza de todo lo que tú no gozas, no te queda sino habitar ese deseo y contentarte. Tal poder […] tiene Anastasia, ciudad engañosa: si durante ocho horas al día trabajas tallando ágatas ónices crisopacios, tu afán que da forma al deseo toma del deseo su forma, y crees que gozas de toda Anastasia cuando solo eres su esclavo.

Esclavo de la ciudad, ¡trabajas para ella!15

Volviendo a la condición de habiente del hombre, Heidegger afirma que construir (bauen) es habitar (wohnen). Se construye para habitar, como un medio para un fin, pero este fin de habitar preexiste al construir, porque ya el hombre habita —es decir, está en el universo, en la tierra, ante el cielo, entre los mortales y hacia los dioses—, construye, a fin de que su habitar llegue a ser un contemplar (schönen), un cuidar de ese universo, un abrirse a él y hacer que sea lo que es: que la tierra sea tierra, cielo el cielo, mortal el mortal y el Dios inmortal. Ahora bien, toda esta faena dedicada al universo es, en última instancia, pensar, meditar (dichten).16

Sin embargo, Ortega y Gasset disiente de la afirmación de Heidegger, según la cual «ser hombre significa: estar en la tierra como mortal, significa: habitar».17 El filósofo español piensa que «el hombre se encuentra, sí, en la tierra, pero no habita —wohnt— en ella».18 El habitar no le es dado, no precede al construir, el hombre es un intruso en la naturaleza y por eso construye. Y además «el hombre no está adscrito a ningún espacio determinado y es, en rigor, heterogéneo a todo espacio. Sólo la técnica, sólo el construir —bauen— asimila el espacio al hombre, lo humaniza».19 Mientras que Heidegger identifica habitar con ser, Ortega sostiene finalmente que «el hombre tiene conciencia de que su “ser o estar en la Tierra” no es siempre ni constitutivamente habitar —wohnen—, sino que el habitar es una situación privilegiada y deseada a que algunas veces, más o menos aproximadamente se llega y que, lograda, es la forma más plena de ser».20

En la búsqueda de Calvino por lograr esa forma más plena de ser nos va iluminando con sus ciudades imaginarias: «Cae la noche sobre las obras» de Tecla, una ciudad que alarga su construcción «para que no empiece la destrucción». «Es una noche estrellada. Éste es el proyecto, dicen».21 Esta vez nos habla de una ciudad que se construye ininterrumpidamente, bajo las estrellas —en conexión con la tierra y el universo—, a fin de no dejar de pensar, contemplar, meditar cómo hemos de habitar la tierra. Si el hombre no piensa cómo mejorar su vivir, acaba pensando tal como vive. Humanizar una ciudad supone proteger la siempre frágil libertad de sus habitantes y respetar también la de los demás. En la ciudad hemos de sentirnos y ser libres como las estrellas. Esa libertad está también relacionada con la capacidad de contemplación y la propia configuración de la ciudad puede contribuir a ese fin. Necesitamos del asombro, del extrañamiento, como una vía para reflexionar sobre nuestro vivir en la ciudad; pero solo podremos disfrutar de ese potencial si es posible pararse, caer en la cuenta, redescubrir (admirar) la novedad y la belleza de la ciudad en que moramos. Necesitamos contemplar —es decir, poseer de modo reflexivo lo que se vive— y ser dueños de la ciudad sin que la ciudad se adueñe de nosotros mismos. (La seguridad de una ciudad, por ejemplo, se consigue no solo con vigilancia, sino cuando se puede confiar en ella). Desde lo alto de la torre Eiffel, se ensanchan nuestros horizontes, se descubre una imagen renovada de París. Desde esa altura se abre ante nuestros ojos un panorama extraordinario. Un panorama que nos excede por su inmensidad, pero al mismo tiempo nos hace libres, nos hace capaces de pensar, de contemplar: mirar atentamente las cualidades de la ciudad. En esos momentos, el habitar alcanza su más plena expresión y se logra una plenitud especial.

¿Y existen otros momentos en los que ocurre lo mismo? Sí, son precisamente los que, de intento, Calvino va retratando a través de las narraciones poéticas de sus sonoras ciudades —Eufemia, Aglaura, Zaira, Baucis…—, las cuales se van engarzando como perlas de un collar con los distintos aspectos que hacen de ellas lugares más humanos. Al caer la noche, Eufemia se convierte en un punto de encuentro. «Junto a las hogueras que rodean el mercado, sentados sobre costales o barriles, o tendidos sobre pilas de alfombras, a cada palabra que dice uno […], los otros cuentan cada uno su historia».22 Esta escena me trae a la memoria los fuegos de campamento de mi adolescencia, esos espacios de tiempo de ensoñación compartida bajo un cielo estrellado, el crujir de la leña y las llamas. En esos instantes, uno se siente libre formando parte del cosmos. También en Aglaura, Calvino se explaya aún más precisando la fugacidad de esos momentos mágicos que nos asaltan en la ciudad, «en los recovecos de algunas calles, ves abrirse la sospecha de algo inconfundible, raro, acaso magnífico».23

Hay un instante de la narración en que Marco Polo está tratando de describir a Kublai Kan la ciudad de Zaira, y le hace ver que «no está hecha [de los materiales de sus fachadas, suelos o tejados], sino de relaciones entre las medidas de su espacio y los acontecimientos de su pasado».24 Está hablando de la importancia de la escala humana en las tres dimensiones de la ciudad y su relación con la historia y el cuerpo humano. Las medidas de una farola o barandilla están en proporción con las del hombre y, si pudieran hablar, nos contarían miles de historias, sucesos en los que intervienen como protagonistas de diversas situaciones humanas: las del habitar. «La ciudad o cuenta su pasado, lo contiene como las líneas de una mano, escrito en las esquinas de las calles, en las rejas de las ventanas, en los pasamanos de las escaleras, en las antenas de los pararrayos, en las astas de las banderas»,25 continúa Marco Polo. Otra de las perlas hilvanadas por Calvino: la historia de una ciudad no se cuenta, se contiene. No se fabrica artificialmente mediante el juego pretencioso y superficial de los materiales de sus edificios, que a veces pretenden contar algo, o nada, mediante un lenguaje desligado de la historia. Las ciudades se hacen más humanas en tanto en cuanto están relacionadas con la historia plural de sus habitantes. Y, al mismo tiempo, en tanto en cuanto son más amables, no solo en su interior, sino en su rostro, en su paisaje urbano, en su cara limpia y alegre. En sus gestos, no violentos ni intimidatorios. Y también en sus signos, en sus palabras (cuando no son eufemismos), en el lenguaje visual de sus anuncios, en su melodía, etc. Cada ciudad tiene su música: una melodía inolvidable, con sus diferentes notas. Sin embargo, en el urbanismo actual está ausente la melodía. Todo es igual o con sonidos discordantes, que recuerdan más bien a la música dodecafónica, no queda nada en la memoria. Calvino se pregunta «cómo es verdaderamente la ciudad bajo esta apretada envoltura de signos, qué contiene o esconde, el hombre sale de Tamara sin haberlo sabido».26

También aborda el respeto a lo natural, el respeto a la tierra que se respira en Baucis: «Nada de la ciudad toca el suelo salvo las largas patas de flamenco en que se apoya, y en los días luminosos, una sombra calada y angulosa que se dibuja en el follaje. […] Odian la tierra; que la respetan al punto de evitar todo contacto; que la aman tal como era antes de ellos».27 Denota, cómo no, su preocupación ecológica. Yo me imagino ciudades flotantes en el aire con apoyos mínimos en el terreno. Pero ¿y por qué no ciudades soterradas que preservan intacta la corteza terrestre?, ciudades verticales sin calles, con rascacielos y vías subterráneas de metro…

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