Ditirambo
Mosto en los labios.
Rizan oscuras orlas en la frente
los pámpanos.
Salto de lince los ojos,
fulguración,
horizonte de límites cambiantes.
Bistró
Humildes honores rinden,
siervos del dios.
La risa ebria trastoca el oído,
la hora se incendia de racimos,
febriles equinoccios.
Leve arpegio desmaya en el teclado.
Bebedores de ajenjo
trituran una frase a media voz,
—así amantes esquivos.
Alto en el friso reaparece.
Cortejo fugaz
su paso reverencia.
Amanecer de Rodas
Las colinas distantes tocadas por el sol.
El gusto del vino todavía.
La música que se apaga en los últimos bares.
El muelle cenagoso.
Los pájaros que se acercan a la playa.
El ruido del mar.
El vaho en los cristales.
Los pregones incomprensibles.
El sol sobre los techos.
El humo.
Las sirenas.
El viento afuera.
Las caras en el espejo de la barra.
Las gaviotas hambrientas.
Las bocinas que acallan el ruido del mar.
El humo del cigarro.
La embarcación que zarpa.
El sol.
El mar.
Los pájaros.
El viento.
Rodas, Rodas, dando nombre a un instante.
Ghiaie
En lo alto del verano
trazamos las vías antiguas.
Ghiaie por dondequiera,
guijarros de colores
en el Jardín de los Caballeros de la Cruz de Malta,
en el Jardín de las Musas.
El vino abre tajos en la memoria.
Así tu cuerpo,
¿no era el mismo que reflejaban las piscinas de Adriano?
¿o el escorzo de la deidad marina
cerrándome el paso en una calle?
Desde el Palatino trazamos las vías antiguas.
Pero nada tocaba el corazón.
Poco nos fueron
los peristilos de luz bajo el crepúsculo romano,
poco nos fueron los cipreses.
Nos dormíamos en sus historias,
y mientras venían a degollarnos
estaba el día con su espalda de ceniza.
El hastío carcomiendo los libros
y las buenas maneras en la mesa.
Irrupción
(Sobre una lectura de Nietzsche)
Te apacientas de viento.
Gustas vinos a punto de corromperse
cuando te has hastiado de las mixturas suaves.
No hay polvo enamorado.
El polvo es polvo,
y al argumento vacuo de la fugacidad,
y al argumento soso de las rosas de la vida,
y al argumento discutible del amor,
opones el gusto simple de los cuerpos,
excedes el color local de las estatuas.
Pero ya también carecen de interés.
Y cuando te descubres bostezando
vuelves la atención hacia las nobles cosas,
te apacientas de viento,
te nutres de grandes músicas y grandes poesías.
y vuelves a interrogarte
frente a los «Bebedores del ajenjo»
cuando descubres tu hastío
por el ajenjo, los bebedores, la pintura
y las nobles cosas.
Los ejércitos del Reich marchan
con odas a la alegría como telón de fondo,
Tannhäuser aberrante babea a las puertas de Roma,
y todo puede impregnarse
de esa viscosidad tumefacta de las nobles cosas.
Te apacientas de viento.
Te nutres de grandes filosofías y de grandes retóricas.
Oh ingeniosos,
proposiciones no tan relevantes
como pasar una tarde en el Prater comiendo palomitas.
O una retórica confesional que va muy lejos
sólo para decir:
Krieg! Krieg! Krieg! Krieg!
Off Stage
para Ludwik Margules
Hundimiento invisible,
hundimiento embriagado y silencioso
Of his bones are coral made
Those are pearls that were his eyes
Conversaciones de taberna
al final de la representación
—los actores hablando ya sólo para sí.
La Sirena llamando incautos desde el piélago.
«Tuve el esplendor del mundo entre las manos
y las danzas de la muerte.»
El alcohol vuelve fuego las entrañas.
Gestos procaces
por un baile sostenido hasta la madrugada,
oh morcilleros,
fuera del escenario
las mismas calzas raídas.
Aprenderemos
después de jugarlo todo y de perder.
«Esqueleto cabalgando sobre vastas planicies
con el pendón desgarrado por el viento.»
Fuera del Escenario
son lo mismo el verdugo y la víctima,
el mismo átomo que gira,
la misma fracción del universo.
Y la Sirena a la orilla del piélago
llamando,
pez de rapiña,
salteadora de ensueños.
Paisaje de fuego
II
La puerta golpea.
Al azar
el viento precede los pasos.
Aromas de sal
y el caracol
junto a la puerta abierta que golpea.
Salitre creciendo en los muros de cal blanca
—fuga de insectos.
La tempestad fraguándose.
Silenciosos relámpagos.
Mariposa inmóvil en la hoja,
fragor de ríos subterráneos
acallando todo otro rumor.
La puerta golpea.
Los pasos se desligan de sus huellas.
Ante su umbral
doblega la memoria sus desiertos,
su fuego nómada.
La noche va cayendo,
noche violada.
La escaldan luces.
Impura noche luce sus mantos harapientos;
sus astros guarda.
Se desperezan felinos,
saltan
a la espesura negra.
La puerta golpea
y tierra adentro
el inasible desplazamiento de los astros.
Fiesta de insectos
y el contagio carnívoro
brilla sobre los cuerpos
en el rictus de una danza atroz.
La escama tornasol del ojo inmóvil
al sesgo airoso y fijo
sobre los cuerpos dúctiles.
Quieta cantárida en el cáñamo
élitros sedosos,
baba de caracol,
crepúsculo lunar sobre cortezas.
Ojos como grana,
frutos de vid,
espejos del dios entre nosotros
sus criaturas nutriendo,
sus dones abundando a aquél que no pregunta,
oh dador imparcial.
Lenta pantera se desliza
el racimo en sus fauces.
Blanco manso inclina la cerviz.
El dios dicta su imperio.
En las faldas del monte
roja la noche
estalla,
ciñe sus flancos la neblina.
El rayo se muestra,
el júbilo empuja sus turbas
en línea a los desfiladeros.
Lugar de piedras rotas,
dará piel a la voz,
nube a los rostros,
pues tantas armas fueron allí vencidas.
V
Del vuelo nupcial
a la prisión por siempre
su sueño omníparo
un fragmento apenas
frase suelta
pronunciaba al azar.
Guardan sus altas nombradías
y en cofre de oro
–patriarcas sapientísimos–
los grandes libros;
deletrean los ábacos del sol,
suman los silabarios de la noche
y han de hallarla de pie
desnuda
anima-mundi
escoria de la tierra.
Interroga al vacío
huye el suelo de sus pies
y ante sí los abismos abiertos.
¿No allí la luz radiante parecía?
¿No siguiendo su cauda
dejó tras sí los valles
donde el viento
su casto rebaño apacentaba?
Oye la voz de lo divino
en la boca del antro.
No rehúsa imposible bebida
mi mano de turba que descorre
el mismo paño andrajoso.
Oh Delfos,
tripié de vapores inmundos.
Y los brebajes nunca demasiados
para cerrar los ojos que cerrados ven.
Cuencas incoloras
hacia adentro vuelven
esperpento
en blanca oveja
estridencia marchita
en voz de agua.
Un poco más a la deriva
y en derrumbe caerán sobre su espalda
destinos no queridos
que llevan de puerta en puerta su ceguera
sus hocicos de perro.
Tanto
por ese polvo crecido sin grandeza.
Ante sí los abismos abiertos.
Y ella demora en los vinos más agrios,
respira los aires más cerrados.
Rompe todo vínculo,
y sin querer,
envía destrucción con sus hechizos,
castra con el filo de la lengua,
finge, roba, adultera,
comete incesto,
danza sobre huesos.
Pasaje de fuego.
A su vista no borran límites
de luz y oscuridad
los giros simples de la mente.
Ebria,
conduce su carro de dragones,
su danza al fondo del abismo.
Bebe las pócimas heladas
—y la siguen turbas invisibles
poniendo en su boca las palabras.