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EL ANTIGUO RÉGIMEN
Sus estructuras sociales, económicas y políticas
EDUARDO MONTAGUT

(www.antiguo-regimen.guiaburros.es)

Sobre el autor


Eduardo Montagut nació en Madrid en 1965, licenciándose en Historia Moderna y Contemporánea por la UAM en el año 1988, con premio extraordinario. En la misma Universidad alcanzaría el doctorado en 1996 con una tesis sobre “Los alguaciles de Casa y Corte en el Madrid del Antiguo Régimen, un estudio social del poder”. Por otro lado, el autor emprende estudios de la época ilustrada a través de la Real Sociedad Económica Matritense y la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País sobre cuestiones de enseñanza, agricultura, montes y plantíos. En 1996 comienza su carrera de docente en Educación Secundaria en la Comunidad de Madrid.

Con el nuevo siglo, Eduardo Montagut inicia una intensa actividad en medios digitales y escritos con publicaciones de divulgación e investigación históricas, política y de memoria histórica, siendo autor de libros como GuíaBurros: Del abrazo de Vergara al bando de guerra de Franco; GuíaBurros: Episodios que cambiaron la Historia de España, GuíaBurros: La España del siglo XVIII, GuíaBurros: Historia del socialismo español y GuíaBurros: El tiempo de las revoluciones, así como impartiendo conferencias, y participando en charlas y debates.

Agradecimientos

A mis hermanas

¿Qué entendemos por Antiguo Régimen?

El término de Antiguo Régimen (Ancien Régime, en francés) surgió en la época de la Revolución Francesa con un sentido negativo para hacer referencia a un orden que se quería suprimir.

Los historiadores, por su parte, designan con este concepto al conjunto de estructuras e instituciones económicas, sociales y políticas existentes en Europa desde fines del siglo XV y principios del siglo XVI, hasta los grandes procesos revolucionarios y de transformaciones que tuvieron lugar en la segunda mitad del siglo XVIII, sin ningún sentido peyorativo. En una palabra, coincidiría con la etapa de la Edad Moderna en Europa.

El Antiguo Régimen se caracterizaría por contar con una economía eminentemente agraria, tanto por el origen de la riqueza como por la importancia de la población rural, sin obviar el crecimiento del capitalismo mercantil, una estructura social de tipo estamental, en la que las diferencias se establecerían en virtud del origen familiar, más que por la capacidad, la riqueza o el talento personales, organizándose la sociedad en tres estamentos, estados o brazos —clero, nobleza y estado llano o tercer estado—, cuya línea divisoria estaría en la posesión o no de derechos o privilegios (desigualdad ante la ley); y por una forma de gobierno basada en la Monarquía absoluta, en la que el origen de la soberanía no dependería de la voluntad de los gobernados (súbditos, y no ciudadanos), por lo que no estaría limitada en el ejercicio de sus funciones, considerándose de origen divino.

El término histórico de Antiguo Régimen, al aplicarse a un período temporal tan amplio y en un espacio —el europeo— tan heterogéneo ha generado no pocas polémicas historiográficas. En primer lugar, estaría la crítica al sentido teleológico explícito en su propia formulación, ya que adquiriría sentido por su desenlace, es decir, las revoluciones liberales-burguesas, concepto defendido, lógicamente por la historiografía liberal clásica. Por su parte, los historiadores más conservadores suelen rechazar el término por considerar que tiene una carga peyorativa. La historiografía marxista no lo rechaza, aunque siempre ha preferido emplear otros, como feudalismo, feudalismo tardío y, sobre todo, transición del feudalismo al capitalismo, es decir, es considerado como un período en el que cambiaría el modo de producción feudal por el capitalista.

Otra crítica o, más bien, matización y en relación con los límites temporales del período, intentaría demostrar que el Antiguo Régimen fue más resistente y perduró más de lo que se piensa. En algunas zonas de Europa se mantendrían algunas características y persistencias del Antiguo Régimen hasta la Gran Guerra, momento en el que quedaría ya completamente liquidado. Esta persistencia tendría que ver con que no se dieron revoluciones liberales en esos lugares o fueron muy precarias, estableciéndose pactos con fuerzas sociales y aspectos del pasado. Los casos más evidentes se encontrarían en Europa central y oriental, aunque también se pueden rastrear reminiscencias del pasado del Antiguo Régimen en los Estados del sur europeos, como Portugal, España y en la propia Italia unificada.

Después de esta breve introducción ya es hora de adentrarnos en el estudio de esta época fundamental para la Historia, abordando los aspectos demográficos, económicos, sociales, políticos y culturales de la misma, sin pretensiones de exhaustividad por el propio diseño de estos manuales de GuíaBurros, pero con el afán de estimular para que el lector se aficione a profundizar en todos o algunos de los temas que aquí esbozamos.

Demografía y economía
El modelo demográfico antiguo

La población durante el Antiguo Régimen siguió las pautas del modelo demográfico antiguo o tradicional, muy inestable entre recursos y población, y que se mantuvo desde la época medieval hasta el siglo XVIII en algunos lugares, persistiendo en otros durante gran parte del siglo XIX.

Este régimen demográfico se caracterizaría por una alta natalidad, que podía llegar a ser superior al 40 por mil, unida a una alta mortalidad, que, además, podía ser irregular, ya que en ocasiones de hambrunas y epidemias se elevaba de tal manera que generaba crisis demográficas profundas. La mortalidad infantil, por su parte, también era muy elevada. En consecuencia, el crecimiento natural de la población era muy débil, y existía una esperanza de vida muy baja, generando poblaciones muy jóvenes.

El mecanismo de regulación del régimen demográfico tradicional era la mortalidad, cuya incidencia dependía estrechamente de la producción agraria. El desequilibrio entre recursos y población provocaba periódicamente las denominadas crisis de subsistencia, que eran el resultado combinado del hambre, provocada por malas cosechas, y de enfermedades de carácter epidémico, que se extendían entre una población mal alimentada. El resultado era una mortalidad catastrófica que reducía el crecimiento demográfico de las épocas de bonanza económica. En algunos lugares de Europa la incidencia de las guerras fue importante en la demografía, como en el caso de Alemania durante la Guerra de los Treinta años en el siglo XVII por las requisas de alimentos, los campos devastados, la fuerza de trabajo convertida en tropa, una evidente presión fiscal, las muertes y por algunos desplazamientos de población.

No debe olvidarse tampoco que en la Europa moderna se padecían graves problemas de higiene y salubridad pública, además de que la medicina aún no era consciente del origen de las enfermedades y las infecciones.

Durante el siglo XVIII el régimen demográfico comenzó a cambiar en algunos lugares, como en Inglaterra. Se aminoraron los efectos de las hambrunas y epidemias gracias a ciertos progresos médicos e higiénicos, las guerras fueron menos intensas y devastadoras y se produjeron mejoras en la nutrición de la población. Estos factores posibilitaron un importante crecimiento demográfico en el oeste europeo, poniéndose los cimientos de la transición demográfica.

La economía agraria

La principal actividad económica en el Antiguo Régimen era la agricultura. La mayoría de la población vivía y trabajaba en el campo. De la tierra se obtenía la mayor parte de la riqueza, aunque los rendimientos económicos fueran muy bajos y la producción estuviera sujeta a las crisis de subsistencia, que hemos mencionado en el capítulo anterior. El retraso técnico era evidente, con predominio de aperos arcaicos, como arados antiguos tirados por el ser humano o animales, así como, sistemas de cultivo con barbechos improductivos (hacer descansar cada año a una parte de la tierra de cultivo), y con una fuerte dependencia de la climatología. En este sentido, es importante destacar que el siglo XVII fue especialmente frío y esto influyó, evidentemente en la agricultura.

El cultivo predominante sería el de cereal, base de la alimentación humana.

La tierra no sólo representaba la principal fuente de riqueza, sino también de prestigio social y de poder. Era el bien más preciado en la Europa del Antiguo Régimen, pero era muy escaso porque se encontraba vinculada, es decir, que no se podía vender. La vinculación suponía sujetar los bienes para perpetuarlos en una determinada sucesión, por disposición del fundador de un vínculo.

En primer lugar, estaban las manos muertas, que eran bienes pertenecientes a la Iglesia Católica e instituciones benéficas, asistenciales y de tipo piadoso, cuya transmisión y enajenación (venta) estaban expresamente prohibidas por diversas disposiciones del derecho canónico y por la voluntad de los fundadores. La Iglesia estaba autorizada para adquirir bienes, pero no para venderlos, lo que conducía a una acumulación creciente. Durante el Antiguo Régimen, en los países católicos, como España, esta acumulación fue muy notable.

Por otro lado, estaban los mayorazgos, es decir, instituciones destinadas a perpetuar en una familia la propiedad de ciertos bienes que recibía el heredero sin posibilidad de enajenarlos, estando obligado a transmitirlos intactos a su sucesor y en las mismas condiciones. Los mayorazgos eran recibidos por el hijo primogénito. En España fue un instrumento legal para estabilizar la propiedad de la nobleza y evitar, de ese modo, que se fragmentara a través de los matrimonios y las herencias.

Por fin, estaban los bienes municipales, los denominados de propios y comunales, y que eran la base de la Hacienda de los Concejos. Los primeros proporcionaban una renta al arrendarse. Solían ser fincas rústicas, montes, prados, dehesas, etc. Los comunales no se arrendaban, y eran aprovechados por los vecinos.

El marco jurídico en el que se desenvolvía el trabajo en el campo era el señorío, nombre que recibía el territorio propiedad de un señor, ya fuera un noble, las Órdenes Militares o la Iglesia. Eran trabajados por jornaleros y arrendatarios libres en Europa occidental, mientras que en la Europa oriental predominaban más los siervos sujetos a la tierra. Podemos distinguir dos tipos de señoríos. En primer lugar, estarían los señoríos territoriales, donde los señores eran, realmente, dueños de la tierra. Estos señoríos estaban divididos en una parte denominada reserva de explotación directa por parte del señor con mano de obra de los colonos, y los mansos, pequeños lotes de tierra arrendados a los colonos.

Por su parte, en los señoríos jurisdiccionales el señor ejercía funciones de gobierno, administración y justicia en sustitución de la Administración real. A cambio de estos servicios recibía tributos. En estos casos no era dueño de las tierras, pero, en realidad, existían muchos señoríos mixtos, es decir, territoriales y jurisdiccionales.

Luego estarían las tierras y lugares de realengo, es decir, donde el rey era el señor jurisdiccional. No implicaba que el rey fuera propietario de las tierras, pero sí, lógicamente, tenía la potestad de gobernar, administrar justicia y cobrar tributos, además de poder concederlas en señorío a un noble.

Los campesinos estaban sujetos a muchas obligaciones: pagar censos o contribuciones en dinero o especies por cultivar las tierras del señor, realizar corveas, es decir, efectuar trabajos gratuitos en la reserva del señor, pagar por usar el molino, cruzar puentes, o utilizar los pastos para sus animales. Además, los campesinos estaban obligados a contribuir con los diezmos a la Iglesia, que suponía la décima parte de la cosecha.

Las crisis de subsistencia

Las crisis económicas del Antiguo Régimen pueden ser denominadas como de subsistencia, muy distintas en causas, características y consecuencias a las de las economías capitalistas. Las periódicas crisis de subsistencia tienen que ver con una economía eminentemente agraria y dependiente de la combinación de las malas cosechas y el atraso tecnológico. Aunque pueden presentarse algunas variantes, las circunstancias solían ser siempre las mismas. En primer lugar, los fenómenos climáticos, como sequías, granizos o inundaciones, así como plagas de insectos (langosta), guerras y devastaciones, provocaban malas cosechas de cereal (trigo). Los sistemas de cultivo y los aperos eran atrasados y daban pocas o nulas alternativas a la caída de la oferta del trigo. Este descenso llevaba a una elevación sustancial del precio del mismo que se prolongaba o agudizaba hasta la cosecha del año siguiente. Si se repetían las malas cosechas la situación derivaba en verdadera catástrofe. Estaríamos ante una grave crisis de subsistencia, afectando a un número variable de personas, pero siempre a muchas.

El funcionamiento del mercado solía agravar la situación de crisis. La insuficiencia de reservas y el acaparamiento de las mismas en manos de unos pocos poderosos, como miembros de los estamentos privilegiados, mercaderes y tratantes de cereal, así como arrendatarios de rentas, eran fatales. El almacenamiento de trigo con fines especulativos, es decir, esperando a que los precios subieran más y más para obtener beneficios, contribuía a su vez a una escalada sin freno de los mismos. En una sociedad poco dada a la inversión para mejorar la productividad, sobre todo por las cargas y rentas que soportaban las explotaciones agrarias, este mecanismo del acaparamiento suponía un medio para obtener pingües beneficios.

La subida de precios traía consigo una terrible consecuencia: el hambre, porque muchas personas no podían comprar el grano o el pan. En las ciudades el fenómeno se agravaba no sólo por las dificultades para poder acceder a algunas fuentes naturales de alimentos, sino porque la subida del precio del trigo y del pan arrastraba la de otros alimentos, productos y servicios. Muchos artesanos y comerciantes subían el precio de sus manufacturas y mercancías para intentar compensar con una elevación de ingresos los altos precios del grano. Pero como no subían tampoco al mismo nivel que el del grano los artesanos y comerciantes se arruinaban, con el consiguiente cierre de talleres y negocios, y la pérdida de puestos de trabajo. El número de mendigos se multiplicaba.

Las subidas de precios y el hambre traían una nueva consecuencia: el aumento de la mortalidad, especialmente entre los sectores más humildes y desfavorecidos de la sociedad estamental. No era infrecuente que esta mortalidad tuviera, además, un componente epidémico. La debilidad, junto con la evidente insalubridad, especialmente en el ámbito urbano, eran dos componentes que facilitaban el desarrollo de las enfermedades contagiosas.

Las crisis de subsistencias solían provocar otra consecuencia: el aumento de la tensión social, los motines. La población salía a la calle espoleada por algún hecho concreto, como la muerte de alguna persona por hambre, o un encontronazo con una autoridad en un mercado público, para demandar la bajada de los precios, produciéndose asaltos a las casas de las autoridades y, sobre todo, a los almacenes de los acaparadores. Por eso era natural que las autoridades en el Antiguo Régimen intentar prevenir estas crisis de subsistencia o paliar sus efectos. No primaban las motivaciones humanitarias, demográficas o económicas, sino las derivadas de los peligros de que se quebrase el orden público.

En consecuencia, a partir de la Baja Edad Media se establecieron y perfeccionaron distintos medios de intervención por parte del poder en relación con estas crisis de subsistencia. En primer lugar, se crearon pósitos en las ciudades donde se almacenaba el grano comprado por los concejos o municipios para venderlo en momentos de subida de precios y así intentar bajarlos. Estos pósitos también prestaban grano a los productores en buenas condiciones para evitar que la escasez de simiente provocara una futura mala cosecha. Por otro lado, se crearon mercados de grano para controlar y regular la venta del mismo. Una tercera medida era establecer una tasa de precios del grano, es decir, un precio oficial. En caso de emergencia se podía llegar a la incautación o adquisición forzosa de grano al precio de la tasa. Otras medidas pasaban por la prohibición de sacar trigo de un determinado territorio en crisis, o el recurso a la caridad pública o privada.

Un grave problema que tenían las autoridades se daba en las grandes ciudades donde había serias dificultades para mantener el abastecimiento del grano y los alimentos. Los casos de las capitales de los Estados eran especialmente graves porque eran las sedes de las cortes y, por lo tanto, un lugar donde había que asegurar la paz social a cualquier precio. Los Concejos de las grandes ciudades comenzaron a dedicar crecientes cantidades de recursos para financiar los distintos medios, que hemos estudiado, con el fin de asegurar el abastecimiento de grano.

En todo caso, las crisis de subsistencia fueron difícilmente atajadas, y fueron constantes durante toda la Edad Moderna, manteniéndose, cruzándose con otras más modernas, más capitalistas, durante todo el siglo XIX. Una de las causas era la falta de previsión, pero, sobre todo, que algunas medidas de intervención podían ser nocivas. La tasa de grano, por ejemplo, podía provocar un aumento del mercado negro del grano. Los controles de abastecimiento y las prohibiciones de sacar grano de las zonas en crisis podían dificultar que llegara grano a zonas que estaban peor.

Pero la razón principal de la existencia y pervivencia de las crisis de subsistencias está en la propia estructura productiva y mercantil del Antiguo Régimen. La agricultura producía poco y a bajo rendimiento por la estructura de la propiedad, las rentas y la presión sobre los arrendatarios. Además, no había un mercado articulado, tanto por la existencia de aduanas y peajes, como por la insuficiencia de los transportes. El flujo de los cereales de una región a otra era casi inexistente y solamente se daba cuando las diferencias de precios entre unas y otras eran de tal envergadura que podían generar beneficios.

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