La ética en Wittgenstein y el problema del relativismo

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La ética en Wittgenstein y el problema del relativismo
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Darlei Dall’Agnol

La ética en Wittgenstein y el problema del relativismo

Traducción de Jonathan Elizondo Orozco

Prismas

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15

Darlei Dall’Agnol

La ética en Wittgenstein y el problema del relativismo

Traducción de Jonathan Elizondo Orozco

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, foto químico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el per miso previo de la editorial.

© Darlei Dall’Agnol, 2016

© De esta edición: Universitat de València, 2016

© De la traducción: Jonathan Elzondo Orozco, 2016

© De la presentación: Vicente Sanfélix Vidarte, 2016

Publicacions de la Universitat de València

Arts Gràfiques, 13 – 46010 València

Diseño de la colección: Inmaculada Mesa

Corrección y maquetación: Communico. Letras y Píxeles

Ilustración de la cubierta:

«Wittgenstein» (Daniel Muñoz Mendoza)

ISBN: 978-84-9134-039-3

Para Milene

Parece que no puede decirse más que: ¡Vive feliz!

WITTGENSTEIN

Afirmar que existen diversos sistemas de ética no equivale a afirmar que todos ellos sean igualmente correctos. Esto carece de sentido. De la misma manera que carecería de sentido afirmar que cada uno es correcto desde su propio punto de vista. Lo único que significaría es que cada uno juzga como lo hace.

WITTGENSTEIN

AGRADECIMIENTOS

Este libro reúne principalmente tres conferencias pronunciadas en la Universitat de València en marzo de 2013 por invitación del profesor Vicente Sanfélix Vidarte, en el ámbito del proyecto de investigación «Formas de Vida y Cultura: Wittgenstein y el Relativismo». Tienen en común la tentativa de entender el sentido ético que el filosofar tenía para Wittgenstein, y también mostrar que su ética no es relativista. Este tema surgió con mayor énfasis con ocasión de la reseña publicada en Pasajes, n.º 42, de mi libro Seguir Regras hecha por Vicente Sanfélix, quien se mostró crítico con mi interpretación no-relativista de Wittgenstein. Para facilitar la comprensión de un público más amplio, agregué un texto introductorio. Los lectores especializados en Wittgenstein pueden simplemente saltarse esta parte. Me gustaría agradecer la invitación de la Universitat de València y a los participantes en las discusiones que tuvieron lugar con motivo de mis conferencias, especialmente a Vicente Sanfélix Vidarte, Nicolás Sánchez Durá, José Vicente Bonet y Julián Marrades. Agradezco también a Jonathan Elizondo Orozco la traducción de las conferencias al español y a Vicente la revisión; así como al CNPq, con el que estoy en deuda por el constante apoyo a mi investigación filosófica.

Índice

PRESENTACIÓN: WITTGENSTEIN Y MÁS, por Vicente Sanfélix

INTRODUCCIÓN: UN LUGAR PARA LA ÉTICA EN LA OBRA DE WITTGENSTEIN

Algunos aspectos de la vida de Wittgenstein

El único libro publicado en vida: el Tractatus logicophilosophicus

El abandono y la vuelta a la filosofía

El libro Investigaciones filosóficas

Observaciones finales

1. EL SENTIDO ÉTICO DEL TRACTATUS: LO QUE NO SE PUEDE DECIR, SE DEBE HABLAR

Los límites de lo que puede ser dicho

Aquello que solamente puede ser mostrado

Sobre la naturaleza de los juicios éticos

Más allá de la ética: la moralidad

El sentido ético del Tractatus

El debate actual entre cognitivistas y no-cognitivistas

2. EL SENTIDO ÉTICO DE LAS INVESTIGACIONES: LA FORMA DE VIDA HUMANA Y SUS JUEGOS DE LENGUAJE MORAL

Algunas observaciones filosóficas sobre la forma de vida humana

Juegos de lenguaje moral

3. EL SENTIDO ÉTICO DEL ON CERTAINTY: LAS CERTEZAS MORALES

Sobre el supuesto fundacionismo de Wittgenstein

Las certezas morales y sus funciones en los juegos de lenguaje

BIBLIOGRAFÍA

PRESENTACIÓN WITTGENSTEIN Y MÁS

El libro que el lector tiene entre sus manos le resultará de interés tanto si no está familiarizado con el pensamiento de Wittgenstein, como si lo está. En el primer caso, porque en el capítulo inicial de su libro el profesor Dall’Agnol ofrece una síntesis, admirablemente concisa y precisa, de las líneas maestras del pensamiento de quien muchos no dudarían en considerar hoy como el filósofo más importante del siglo XX. En el segundo, porque en el resto de capítulos el lector familiarizado con la filosofía wittgensteiniana será testigo del abordaje de esta desde una perspectiva que no suele ser usual, me refiero a la ética.

En efecto, aunque contamos con evidencias suficientes para concluir que Wittgenstein consideraba que su pensamiento gravitaba en torno a un centro ético, lo cierto es que fueron muy pocas las páginas, y aun observaciones, en que explicitó, por decirlo con expresión wittgensteiniana, el “espíritu” ético de su obra. De ahí quizás la escasa atención que, por comparación con otros aspectos de esta: la filosofía de la lógica, del lenguaje, de la psicología, incluso la metafísica…, su dimensión ética ha concitado. Y de ahí, ahora a buen seguro, la extrema dificultad de la empresa abordada por el profesor Dall’Agnol. Intentar sacar a la luz el significado ético del pensamiento wittgensteiniano es como intentar precisar la forma y dimensión de un inmenso iceberg del que solo una mínima parte aflora a la superficie.

En cualquier caso, en esta tarea, y esto es algo que me gustaría subrayar, el autor de este libro no se queda en la exposición de una simple interpretación del pensamiento wittgensteiniano. Y no se queda en esto por dos razones al menos. La primera, porque la interpretación que Dall’Agnol propone de los textos wittgensteinianos va a menudo más allá de ellos; es decir: acuña distinciones y conceptos que no están en el propio Wittgenstein, con el objetivo de hacer hablar a los textos wittgensteinianos sobre aquello acerca de lo cual su autor principalmente calló. La segunda, porque Dall’Agnol no se limita a forjar una interpretación propia del pensamiento wittgensteiniano en discusión con las tendencias interpretativas más recientes de este, sobre todo la de los así llamados neo-wittgensteinianos, sino porque utiliza a Wittgenstein, su interpretación de Wittgenstein, para terciar en discusiones filosóficas sustantivas y plenamente actuales.

Del primero de estos dos rasgos recién apuntados de este trabajo de Dall’Agnol da buena cuenta, por ejemplo, la distinción que establece entre «decir» y «hablar», para superar de esta forma el mutismo obstinado al que la última sentencia del Tractatus, aludida en su Prefacio como un resumen del sentido del libro, parece abocar, recuérdese: “De lo que no se puede hablar, se debe guardar silencio”. Dado que entre aquello de lo que no puede hablarse Wittgenstein sitúa la ética (y la estética, y la religión…) parecería que una consecuencia del pensamiento wittgensteiniano sería que debiéramos callar ante cosas como la homofobia, el racismo, el sexismo o, en general, cualquier tipo de injusticia. La distinción de Dall’Agnol nos evita esta consecuencia: lo que Wittgenstein estaría prohibiendo es decir algo sobre la ética, recordándonos con ello su diferente estatuto con respecto a la ciencia; no proscribiendo que hablemos sobre cuestiones morales. Su recomendación del silencio afectaría a la ética, no a la moral; tendría un significado filosófico, no, por así decirlo, vital. Del segundo de los rasgos arriba apuntados da buena cuenta cómo Dall’Agnol se sirve de (su interpretación de) Wittgenstein para defender una posición superadora del dilema entre cognitivismo y no cognitivismo ético, o para oponerse al relativismo moral. Lo que cognitivistas y no cognitivistas tendrían en común sería su pasar por alto la especificidad de los juegos de lenguaje morales; lo que los relativistas desatenderían es la existencia de una última instancia de justificación que la constituiría la forma de vida humana, que Wittgenstein contrapondría a las formas de vida no humanas, reales o imaginarias.

 

Dada esta riqueza del libro de Dall’Agnol, a la hora de someterlo a evaluación habría que aplicarle un doble criterio. Por una parte, un criterio hermenéutico. Por la otra, otro más sustantivo. ¿Da Dall’Agnol una interpretación satisfactoria del pensamiento de Wittgenstein?, es la pregunta a la que hay que responder cuando se le aplica el primero. ¿Nos resultan las tesis filosóficas sustantivas que Dall’Agnol sostiene plausibles?

Aunque no comparto algunas de las interpretaciones que Dall’Agnol hace del pensamiento de Wittgenstein, y me siento más propenso de lo que él lo hace a comprender lo que de correcto pueda haber en los puntos de vista no cognitivistas y relativistas en ética, de algo no dudo: las tesis que el lector va a encontrar en este libro merecen una seria consideración.

Vicente Sanfélix Vidarte

INTRODUCCIÓN

UN LUGAR PARA LA ÉTICA

EN LA OBRA DE WITTGENSTEIN

Dado que ya tenemos un buen número de libros introductorios y de trabajos académicos sobre el pensamiento de Wittgenstein, algunos buenos y otros no tanto, cabría preguntarse: ¿para qué un libro más y una introducción al pensamiento de este filósofo, considerado uno de los más importantes del siglo XX?

En primer lugar, porque no siempre los libros existentes elucidan el sentido ético que el filosofar tenía para Wittgenstein. Además de ser ese nuestro mayor interés al estudiar su pensamiento, el propio autor del Tractatus y de las Investigaciones resaltaba constantemente el carácter práctico de su trabajo teórico. En una carta a un amigo, Wittgenstein afirmó que el sentido del Tractatus es ético. Aquí el lector encontrará una tentativa explícita de subrayar ese aspecto de su pensamiento, incluyendo su obra tardía; por ejemplo, el libro Sobre la certeza.

En segundo lugar, la relación entre las dos mayores obras de Wittgenstein, el Tractatus y las Investigaciones, no siempre es explicada de forma clara y convincente. Como se sabe, a pesar de haber escrito el primer libro durante la década de 1910, y el segundo en la década de 1940, Wittgenstein quería publicarlos en un único volumen. Esto por sí solo sugiere una estrecha relación entre las dos obras que todavía no ha sido completamente aclarada, y que revierte, a su vez, en el sentido ético de las Investigaciones. Vamos a intentar remarcar esa relación sosteniendo que en ambas obras la filosofía tiene una tarea eminentemente crítica, y que las Investigaciones realizan esa tarea sin cometer algunos de los errores que el Tractatus no evitó. Por consiguiente, hay continuidad a la vez que ruptura entre las dos principales obras de Wittgenstein.

Estas dos razones justifican la iniciativa de publicar un nuevo trabajo introductorio a Wittgenstein. Esperamos haber llenado de forma satisfactoria esa laguna en los estudios de su pensamiento. Finalmente, esperamos alcanzar el mayor objetivo de este pequeño libro: motivar al lector a leer las obras del mismo Wittgenstein, reflexionar sobre ellas, comprenderlas y buscar su superación.

Algunos aspectos de la vida de Wittgenstein

Ludwig Joseph Johann Wittgenstein nació en Viena, el día 26 de abril de 1889. El hijo más joven de una de las familias más ricas del Imperio Austro-Húngaro, Ludwig vivió su infancia y su adolescencia en un ambiente social, cultural e intelectual realmente estimulante.

Muchos artistas y músicos visitaban frecuentemente el palacio de su padre, Karl Wittgenstein, un industrial mecenas de las artes, en la Alleegasse. Entre ellos podemos destacar a los músicos Brahms y Mahler. Desde temprano Ludwig, así como muchos en su familia, mostró una pasión especial por la música, pasión que lo acompañó durante toda su vida. Paul, uno de sus hermanos, se convirtió en un pianista profesional, y habiendo perdido la mano derecha en la Primera Guerra Mundial, fue homenajeado por Ravel, quien compuso para él el famoso Concierto para la mano izquierda. Fue también en ese ambiente en el que el joven Ludwig, motivado por su hermana Margarete, entró en contacto con la obra de filósofos clásicos tales como Kant, Kierkegaard, etc., y principalmente con Schopenhauer, los cuales marcarían profundamente su pensamiento.

La ciudad de Viena era el centro cultural de Europa en el tránsito del siglo XIX al XX. Fue allí donde nació el psicoanálisis y donde las artes florecieron de forma esplendorosa. Además de los músicos ya citados, merecen especial mención personajes de la talla de Schönberg, crítico del tonalismo e inventor de la escala dodecafónica; Klimt y Kokoschka, quienes denunciaron el ornamentalismo vacío del l´art pour l´art; o Adolf Loos, quien criticaba el uso de artefactos en las casas como objetcs d´art. En ese ambiente destacó igualmente el periodista y ensayista literario Karl Kraus, agudo crítico del lenguaje artístico de su época. Sus trabajos preparaban el camino para una crítica del lenguaje desde un punto de vista filosófico, realizada primeramente de una forma empírica por Mauthner, que sería recusada, como veremos en la próxima sección, por Wittgenstein en el Tractatus, quien, no obstante, comparte en este libro la concepción de la filosofía como «crítica del lenguaje».

El joven Ludwig fue educado por tutores hasta los 14 años de edad en su propia casa, pues su padre quería evitar los vicios de la educación escolar formal. Por motivos no muy claros, tal vez por negarse a seguir los planes profesionales que para ellos había pensado su padre, dos de sus hermanos, Hans y Kurt, se suicidaron. Ese hecho llevó al padre de Ludwig a mudar sus métodos educacionales.

Por otra parte, desde muy temprano, Ludwig mostraba grandes habilidades técnicas. Se cuenta que a los 10 años construyó un prototipo de una máquina de coser. Por eso, en 1903 fue enviado para estudiar a una escuela técnica en Linz. Ahí mostró aptitud para la mecánica y la física teórica, y entró en contacto con el trabajo del físico Heinrich Hertz. Estimulado por su padre, en 1906 fue a estudiar ingeniería mecánica en Berlín, donde mostró gran interés por la aviación. En 1908, se mudó a Manchester, Inglaterra, para estudiar aeronáutica en el College of Technology. Al investigar problemas de estabilización de objetos voladores, se convenció de que era necesario usar un turbo-reactor. Para diseñar ese motor de propulsión tuvo que estudiar sus principios matemáticos, y se fascinó por la matemática pura. La preocupación por los fundamentos de la matemática lo llevó a buscar, en 1911, al matemático Gottlob Frege en Alemania, quien le aconsejó estudiar con Bertrand Russell en Cambridge.

Y así fue como en 1912 Ludwig Wittgenstein fue a Cambridge para encontrarse con Russell, autor de varios libros sobre los principios de la matemática. Allí fue testigo de un ambiente filosófico innovador. Aún bajo la influencia de la revuelta de Georg Eduard Moore contra el idealismo absoluto de Hegel, Russell acababa de publicar los Principia Matemathica, obra seminal del logicismo, es decir, de la tentativa de mostrar que la matemática, particularmente la aritmética, puede ser deducida de axiomas puramente lógicos. En ese caso, la aritmética estaría compuesta por juicios analíticos y no, como sostuvo Kant, por juicios sintéticos a priori. Para comprender mejor la primera gran obra de Wittgenstein, el Tractatus Logico-Philosophicus, y también su obra posterior, debemos reconstruir brevemente ese ambiente filosófico.

Moore puede ser considerado el padre de la filosofía analítica. En el artículo “The Nature of Judgement” (1898) defiende, contra los idealistas hegelianos, que los conceptos poseen existencia independiente de la mente y que las proposiciones son composiciones de conceptos. El propio mundo está, según Moore, compuesto por conceptos, lo que evidencia su simpatía por el realismo platónico, aunque haya también conceptos no existentes. La tarea de la filosofía es la de analizar, en el sentido literal de descomponer un todo en sus elementos constituyentes, las proposiciones hasta encontrar los componentes simples que serían aprehendidos inmediatamente. Moore argumentó también contra el monismo hegeliano, alegando que no todos los objetos están interconectados por relaciones internas. En el inicio de la filosofía analítica, esa concepción influenció profundamente a Russell, quien en 1903 publicó el libro Principios de la Matemática, donde adopta explícitamente las tesis mooreanas. Además, Moore defendió en el libro Principia Ethica, también de 1903, el análisis como elucidación del significado de las palabras, concepción que más tarde influenciaría aún más la filosofía contemporánea.

Sin embargo, tempranamente Russell percibió algunos problemas en la concepción filosófica de Moore, por ejemplo, la existencia de términos que no denotan conceptos. Así, en 1905 publicó el famoso artículo «On Denoting», en el cual defiende la tesis de que algunas expresiones no tienen significado denotativo por sí mismas, sino solamente en el contexto de la proposición en la cual se insertan, presentando así la teoría de las descripciones definidas. Según Russell, existen proposiciones que aparentemente son simples, de la forma sujeto-predicado y sin conectivos lógicos tales como y, o, si… entonces, etc. (por ejemplo, «El actual rey de Brasil es calvo»), pero que un análisis más profundo revela que son compuestas. Además, ellas producen problemas filosóficos, por ejemplo: infringen el principio del tercero excluido. Este principio lógico dice que si una proposición es verdadera, entonces su negación es falsa y no hay una tercera posibilidad. Tomando el mismo ejemplo, si enumeramos todas las personas calvas en el mundo no encontraremos al actual rey de Brasil, pero tampoco lo encontraremos si enumeramos a las personas no calvas. Russell, exhibiendo su fina ironía inglesa, sugirió que quizás los hegelianos gustarían de hacer una síntesis proponiendo que lo que pasaba era que el actual rey del Brasil gastaba peluca. Volviendo al ejemplo, la propuesta russelliana era que la proposición aparentemente simple estaba en realidad compuesta por cuantificadores, identidad, constantes lógicas y por otras proposiciones tales como: existe un individuo x que es rey del Brasil; x es calvo; para todo y, si y es rey de Brasil, entonces y es idéntico a x; etc. Como veremos en la próxima sección, esa forma de analizar el lenguaje marcará profundamente la concepción de la filosofía presentada por Wittgenstein en el Tractatus, así como toda la filosofía contemporánea.

El artículo de Russell «On Denoting» fue escrito bajo fuerte influencia de Frege, quien había hecho, en el artículo «Über Sinn undBedeutung», una distinción central para que comprendamos el Tractatus. Enfrentando dificultades para explicar el valor cognitivo de oraciones que expresan identidad (a = b), Frege sostuvo que el sentido de una palabra, más exactamente de un nombre propio, es su modo de presentación del objeto, y la referencia es el propio objeto. Creía también que el sentido de una frase, de una oración completa, es el pensamiento expresado por ella y su referencia, el valor de verdad de la proposición. De este modo, las expresiones «estrella matutina» y «estrella vespertina» poseen sentidos diferentes, pero se refieren al mismo objeto, a saber, el planeta Venus. Por consiguiente, frases que expresan identidad serían informativas. Como veremos, Wittgenstein aceptará la distinción fregeana, pero recusará esa explicación, ya que los nombres no poseen sentido y las proposiciones no poseen referencia.

Para completar el cuadro de influencias filosóficas sobre la primera gran obra de Wittgenstein, tenemos que mencionar el idealismo transcendental de Schopenhauer. Algunas de las ideas de su principal libro, El mundo como voluntad y representación, pueden ser encontradas en el Tractatus, principalmente las relacionadas con el sujeto volitivo que es, como veremos a continuación, el portador de lo ético. Partiendo de la distinción kantiana entre fenómeno y cosa en sí, Schopenhauer llegó a la conclusión de que el mundo, desde sus fuerzas materiales y físicas hasta la vida orgánica y el propio ser humano, es manifestación de una sola cosa, a saber, la Voluntad, que es la esencia del mundo. Todos los fenómenos no son sino apariciones de la Voluntad. En el ser humano, esa Voluntad consciente de sí se reconoce sin propósito y libremente se anula. El supremo fin ético sería, por lo tanto, dejar de querer. Esa idea marcó al joven Wittgenstein, que defenderá que del portador de lo ético nada se puede decir. No existen valores en el mundo y la única cosa que depende del sujeto es la propia voluntad, cuyo ejercicio será bueno o malo.

 

Otra influencia sobre Wittgenstein digna de notar fue la del físico Hertz. En el libro Principles of Mechanics, Hertz presentó un ejemplo típico de un problema teórico contra el cual Wittgenstein lucharía toda la vida. Más que eso, él concibió la tarea de la filosofía exactamente como la de remover impedimentos teóricos causados por esos pseudoproblemas. Según Hertz, en vez de preguntarnos como hacían los físicos dentro de la tradición newtoniana: «¿Qué es la fuerza?», debemos restablecer la física sin usar ese concepto. Él sostenía que cuando eso sea hecho la cuestión sobre la naturaleza de la fuerza no va a ser respondida, sino que nuestras mentes dejarán de formular cuestiones ilegítimas. Wittgenstein vio aquí un ejemplo perfecto de los eternos problemas metafísicos que, según él, perturbaron al intelecto humano en la incansable búsqueda del saber. Parece claro que Newton no quiso explicar la naturaleza esencial de la gravitación, sino cómo esta funciona. Wittgenstein se tornó así un ardiente defensor de la idea de que la filosofía está llena de pseudoproblemas y que su misión era exhibir su ilegitimidad. En suma, es esto lo que el Tractatus hará, como veremos a continuación, y también lo hará su obra posterior.

El único libro publicado en vida: el Tractatus logico-philosophicus

El primer trabajo filosófico de Wittgenstein, y uno de los pocos que publicó en vida, fue el libro Tractatus logicophilosophicus, de 1921. En esta sección presentaremos las principales ideas que forman parte de ese pequeño, pero extremamente influyente, texto filosófico.

La tarea crítica de la filosofía

Para comprender bien el Tractatus, es necesario hacer algunas consideraciones sobre la naturaleza de la filosofía. Algunos autores acostumbran a dividir la historia de la filosofía en tres grandes paradigmas. En la filosofía antigua, el interés principal era por la ontología, esto es, por la cuestión del Ser, la naturaleza última de todas las cosas, la esencia de la realidad. En la filosofía moderna, a partir de la revolución copernicana de Kant, el interés principal pasa a la epistemología, la investigación sobre el conocimiento, pues se creía que una respuesta a la cuestión sobre el Ser dependería de una investigación sobre algo más fundamental, esto es, sobre la naturaleza y la posibilidad del conocimiento del Ser. En la filosofía contemporánea, una nueva revolución sucedió: las cuestiones lógico-lingüísticas pasan a ocupar el centro de las atenciones, pues el conocimiento del Ser no puede ser entendido independientemente de su expresión en un lenguaje. Wittgenstein es un autor que contribuyó significativamente a la formación de esa nueva forma de filosofar.

Otra observación importante es la siguiente: después de Kant, la filosofía dejó de investigar los objetos particulares del mundo (estos pasan definitivamente al dominio de las ciencias naturales) y pasó a tratar del modo como ellos pueden ser conocidos o dichos. Durante toda su vida, Wittgenstein siempre sostuvo que la filosofía no compite con las ciencias en la investigación de cómo es el mundo. Por eso, él se inscribe en la tradición transcendental kantiana que reserva a la filosofía una tarea analítico-crítica. Como veremos, en el caso de Kant, la crítica era dirigida a las pretensiones de la razón; en el caso de Wittgenstein la base de la reflexión filosófica es el lenguaje que, desde siempre, nos coloca en una perspectiva transcendental. En otros términos, nada de lo que sea extralingüístico es de interés para la filosofía.

Por ello conviene iniciar una exposición introductoria al Tractatus profundizando en su concepción de la filosofía. Wittgenstein siempre defendió que la filosofía es puramente descriptiva, que ella no construye modelos explicativos de la realidad, pues esa es la tarea de la ciencia. Él siempre sostuvo también que la lógica es la base de la filosofía. Así, en la observación 4.0031 del Tractatus (libro que será aquí citado con su enumeración original) se lee: «Toda filosofía es “crítica del lenguaje” (sin embargo, no en el sentido de Mauthner). Es mérito de Russell el haber mostrado que la forma lógica aparente de la proposición no tiene por qué ser la real». La filosofía no es una crítica del lenguaje en el sentido de Mauthner, pues este hizo una investigación empírica de las diferentes lenguas buscando determinar lo que era común a todas ellas. Una crítica es una investigación de los límites del lenguaje. Como vimos en la sección anterior, en «On Denoting», Russell, a través del análisis, mostró que la oración «El actual rey de Brasil es calvo», a pesar de ser aparentemente simple (sin conectivos lógicos) está compuesta de otras proposiciones que combinadas por la conjunción «y» dan como resultado una proposición falsa que puede ser negada sin infringir el principio del tercero excluido. De esta manera, el método analítico realiza una tarea crítica. Recordemos que en el empirismo clásico la descomposición de las ideas complejas en simples buscaba un esclarecimiento de los orígenes y de los límites del conocimiento humano.

En el caso de Wittgenstein, la tarea crítica reservada a la filosofía debe ser entendida a partir de una clave interpretativa kantiana. El prefacio del Tractatus no deja dudas respecto a su propósito: «Este libro quiere trazar un límite al pensar o, mejor dicho, no al pensar sino a la expresión de los pensamientos; porque, para trazar un límite al pensar tendríamos que poder pensar ambos lados de ese límite (deberíamos pensar lo que no puede pensarse)». Como fue dicho, en la Crítica de la razón pura, Kant pretende trazar los límites de lo que puede ser conocido y mostrar que hay un dominio de objetos no-cognoscibles. Así como Kant restringió el conocimiento a lo que es dado por la sensibilidad (intuiciones son representaciones singulares de los objetos) y por el entendimiento (conceptos son representaciones universales de las características comunes de esos objetos), y mostró que la razón pura puede ser fuente de afirmaciones ilegítimas (ideas como objetos tradicionales de la metafísica dogmática), Wittgenstein restringió al lenguaje significativo lo que puede ser dicho, esto es, las proposiciones, mostrando un ámbito indecible: lo místico. Sin embargo, hay diferencias significativas entre Kant y Wittgenstein: el primero creía que la metafísica descriptiva, o mejor dicho, su filosofía crítica, también estaba, siguiendo el ejemplo de las ciencias naturales, compuesta por juicios sintéticos a priori, esto es, proposiciones necesariamente verdaderas e independientes de la experiencia, y, por lo tanto, que era ciencia. Wittgenstein niega en el Tractatus la existencia de proposiciones sintéticas a priori y por consiguiente, niega el estatuto de cientificidad al proyecto filosófico-crítico, pues sus afirmaciones son sinsentidos.

Para que esta idea pueda ser bien comprendida es necesario aclarar mejor la tarea de la filosofía. Según Wittgenstein la filosofía no es una ciencia natural, ella no construye modelos explicativos de la realidad. La finalidad de la filosofía es el esclarecimiento lógico de los pensamientos. Por eso, ella no es una teoría, un cuerpo de proposiciones, sino una actividad de clarificación del lenguaje. Las diversas hipótesis de la ciencia natural, como, por ejemplo, la teoría de la evolución darwiniana, no están lado a lado con la filosofía, pues a esta le compete trazar los límites de lo que puede ser dicho con sentido, de lo que puede ser figurado proposicionalmente. En otras palabras, la filosofía limita el territorio disputable de la ciencia natural, y eso significa que ella exhibe el dominio de lo impensable presentando claramente lo que es pensable o decible.

Podemos ahora preguntar: ¿cuáles son los límites de lo decible? Para responder a esta pregunta, es necesario asumir que hacemos figuraciones o modelos explicativos de la realidad, es decir que producimos proposiciones, como un axioma (la negación de esta proposición es ella misma una proposición y, por lo tanto, sostenerla es autocontradictorio), y que buscamos analíticamente sus condiciones. Estas son: que los nombres substituyan a los objetos en la proposición (4.0312); que aquellos estén concatenados en las proposiciones (3.14); que la forma lógica de esa concatenación sea idéntica a la forma de la realidad (2.18); y que proposiciones complejas puedan ser obtenidas como funciones de verdad a partir de proposiciones elementares (5).

Wittgenstein inventa las tablas de verdad, un expediente mecánico para establecer la verdad o falsedad de una proposición compuesta, enumerando así todas las posibilidades de combinación entre las proposiciones simples para resultar en el valor de verdad de la proposición compleja. Pero ella debe ser analizada hasta que sean encontradas proposiciones que son realmente función de verdad de sí mismas, es decir, cuya verdad o falsedad sea dada por una comparación directa con la realidad. Considérese ahora la siguiente tabla de verdad para p v ~ p (en lenguaje natural, por ejemplo: llueve o no llueve):