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DEL FEUDALISMO

AL CAPITALISMO

CAMBIO SOCIAL Y POLÍTICO

EN CASTILLA Y EUROPA OCCIDENTAL,

1250-1520

Carlos Astarita

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

UNIVERSIDAD DE GRANADA

2005

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© Carlos Astarita, 2005

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Ilustración de la cubierta: Fresco del Castello del Buonconsiglio (Trento), siglo XV

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

Corrección: Pau Viciano

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN: 84-370-6206-3

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

INTRODUCCIÓN

LOS CABALLEROS VILLANOS

CATEGORÍAS DEL ESTADO

EL ESTADO FEUDAL

PROCURADORES PECHEROS

LA INDUSTRIA RURAL A DOMICILIO

LA CONCIENCIA DE CLASE

EL INTERCAMBIO

SICILIA, TOSCANA Y CASTILLA

DOCUMENTOS Y BIBLIOGRAFÍA

INTRODUCCIÓN

LOS ESTUDIOS

Se recogen en este libro diversos estudios sobre la primera transición del feudalismo al capitalismo. Se refieren pues a la dinámica feudal, es decir, a la transformación de las relaciones de producción y del régimen político de Europa occidental en el período que abarca entre 1250 y 1520. Si bien se consideran situaciones de Francia, Inglaterra o Italia, la observación se concentra en Castilla. La propuesta no debería extrañar. Nada justifica concebir una excepcionalidad hispánica medieval, como creían en otros tiempos los historiadores institucionales. El feudalismo ha comprendido plenamente a la Península Ibérica, y en tanto este sistema posee una lógica unitaria, la parte expresa la racionalidad general.

La serie comienza con los caballeros villanos. Este capítulo surge de un artículo previo, «Caracterización económica de los caballeros villanos de la Extremadura Histórica», Anales de Historia Antigua y Medieval, 27, 1994, Universidad de Buenos Aires, pp. 11-83, que ahora he modificado. El problema lo volví a tratar en «Classe, statut et pouvoir de la caballería villana de Castille. A propos d’un article récent», Le Moyen Age. Revue d’Histoire et de Philologie, 2, t. CV, 1999, pp. 415-437, trabajo que realicé en polémica con Armand Arriaza, que había objetado mis tesis. La relación entre estatus y clase, considerado en este último artículo, se retoma de manera parcial y balanceada en los capítulos 1 y 3.

Con este estudio nos introducimos en el área medular de estas investigaciones, la Extremadura Histórica castellano-leonesa, entre el Duero y el Sistema Central, donde predominaban municipios rurales, los concejos, nacidos de la Reconquista. Mediante el examen sociológico de la aristocracia concejil, el lector tendrá la oportunidad de familiarizarse con dos estructuras en coexistencia. Por un lado, una producción rural con explotación de mano de obra asalariada, que implementaban los caballeros villanos, y por otro, campesinos sujetos al señor de la villa (en muchas ocasiones el rey) obligados al pago de rentas. Era ésta la forma como se daba el sistema feudal en el área, y cuyos rasgos evolutivos traté en monografías específicas (Astarita, 1982, 1993). En este análisis enfrentamos problemas relacionados que se despliegan en los capítulos subsiguientes: la imposibilidad de transformación capitalista de un régimen mercantil simple, la potencialidad de esa transformación en las bases aldeanas, la instrumentación de un poder feudal basado en una clase no feudal, el nexo entre esta estructura y la lucha de clases, y, por último, la inserción del área en los flujos económicos interregionales.

El capítulo 2 es un ensayo destinado a develar la relación entre las categorías del estado moderno y las categorías del estado feudal centralizado. Avanzamos ahora en una tesis histórica y sociológica. El capitalismo, con su vértice político separado de su base económica y la acción mediadora de la sociedad civil, forma peculiar considerada en referencia comparativa con otras sociedades, sólo puede explicarse como una estructura devenida, como una modificación revolucionaria del Antiguo Régimen. Accedemos, así, al tercer capítulo. Se origina éste de una reformulación de un artículo ya publicado, «El estado feudal centralizado. Una revisión de la tesis de Perry Anderson a la luz del caso castellano», Anales de Historia Antigua y Medieval, 30, Universidad de Buenos Aires, 1997, pp. 123-166. Como se desprende del título, la difundida tesis de Anderson, que ha tenido una entusiasmada adhesión entre los científicos sociales, es sometida a crítica a partir de las determinaciones que surgen de nuestra área. Se concluye con un recorrido por la observación comparativa.

Los mecanismos de génesis y de reproducción del estado feudal nos transportan al papel que cumplieron los campesinos ricos en la recaudación fiscal y en la lucha de clases. Es el tema del cuarto capítulo, una versión modificada de «Representación política de los tributarios y lucha de clases en los concejos medievales de Castilla», Studia Historica. Historia Medieval, 15, Universidad de Salamanca, 1997, pp. 139-169. Los cambios introducidos se deben a que ahora me he formado un criterio más preciso, según creo, sobre el papel que jugó la elite de aldea en la zona. Mientras que originalmente concebía que la adhesión a la revolución de los comuneros de 1520-1521 por parte de muchos representantes de la comunidad tributaria se debió a la dualidad de su función política, en tanto domesticaban el conflicto social al mismo tiempo que lo expresaban, ahora tengo la convicción de que la actitud tuvo un basamento socioeconómico. Como acumulador capitalista, el representante de los campesinos estaba dispuesto a transgredir los límites que le imponía su acción de agente señorial.

Estos análisis sobre el estado moderno por un lado, y sobre el estado feudal con sus ramificaciones en las aldeas, por otro, fueron previamente desarrollados en seminarios que dicté en las universidades de Buenos Aires y de la Plata, donde tuve la oportunidad de discutir provechosamente estos temas.

El capítulo 5 es una reelaboración de «Dinámica del sistema feudal, marginalidad y transición al capitalismo», publicado en S. Carrillo et al.: Disidentes, heterodoxos y marginados en la historia, Salamanca, 1997, pp. 21-49, versión escrita y fundamentada con referencias de la que expuse en las Novenas Jornadas de Estudios Históricos, en marzo de 1997, en la Universidad de Salamanca. Proponía entonces una visión de la génesis de las relaciones capitalistas que difería tanto de la que dio Marx en el famoso capítulo 24 de El Capital como de las concepciones maltusianas o de protoindustria. En el presente artículo las modificaciones comprenden tres aspectos con respecto a la versión original: a) Formalmente, introduje precisiones y cambios sobre los antecedentes historiográficos. b) En el estudio previo sólo analicé el fenómeno de proletarización. Ahora amplío el tratamiento a la polarización social de la comunidad como un todo, y de ello deriva que atributos del problema, como la dinámica del feudalismo y la subordinación del trabajo por el capital, puedan contemplarse desde una perspectiva diferente. c) En el plano conceptual, y en relación con la ampliación temática, introduje ahora modificaciones de fondo con respecto a la metamorfosis de la racionalidad campesina en un estadio de acumulación monetaria. En esa primera aproximación, el paso de la producción de valores de uso a la producción de valores de cambio estaba representado de manera abrupta, desconociendo situaciones intermedias. Creo haber superado este defecto.

Esta nueva versión la expuse en seminarios de doctorado que dicté en 1998 en las universidades de Salamanca y de Cádiz, y en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, París, donde fui director de estudios asociado. Mi estadía en la Maison des Sciences de l’Homme, que me permitió gozar de sus maravillosas comodidades, facilitó la preparación de este trabajo. Agradezco a su director, el profesor Maurice Aymard, que hizo posible esa estancia. Expreso también mi reconocimiento a la enriquecedora discusión que he mantenido con Guy Bois sobre el problema. Su disposición a participar en el seminario en el que expuse mi visión parcialmente diferente con respecto a la que él mantiene habla de su civilizado espíritu científico.

Establecida una serie de determinaciones estructurales, la acción de las clases se impone al examen. Es el tema del sexto capítulo. Mediante una mezcla de informaciones documentales y desarrollo teórico (inspirado en gran medida en Georg Lukács) discuto el enfoque de la escuela de historiadores marxistas ingleses, representado en el medievalismo por Rodney Hilton.

El trabajo surgió de una invitación a publicar que me formuló el profesor Julio Valdeón Baruque, de la Universidad de Valladolid, para la revista que dirige. No juzgué necesario introducir modificaciones a esa primera versión: «¿Tuvo conciencia de clase el campesinado medieval?», Edad Media. Revista de Historia, 3, Universidad de Valladolid, 2000, pp. 89-113. Fue reproducido en Razón y Revolución, 8, Buenos Aires, primavera de 2001, pp. 137-159.

Ensayé las elaboraciones de este análisis en un seminario en la Universidad Nacional de La Plata, donde asistieron, además de medievalistas, estudiosos de sociedades modernas y contemporáneas. Constaté entonces los beneficios de un comercio intelectual no limitado por la especialidad. También me beneficié en este estudio con los aportes de mi hermano, Rolando Astarita.

En el capítulo 7 expongo un esquema del comercio en el feudalismo y en la primera transición al capitalismo, en oposición a la teoría del factor mercado (Braudel o Wallerstein) y a la visión endógena (representada por Brenner). Fue publicado en inglés: «Asymmetrical Trade in the Feudal System and in the Early Transition to Capitalism», New Left Review, 226, 1997, pp. 109

119. Es conocido que la NLR, consagrada a estudios teóricos, no requiere citas a pie de página, y en este sentido se sitúa en las antípodas de los anteriores trabajos, en los que respeté el culto de los historiadores por permitir que se vislumbre la erudición. Se asemeja al capítulo, «Sicilia, Italia y Castilla». Surgido de conferencias que dicté en las universidades de Florencia y de Siena, fue publicado en la serie Lezioni / Strumenti 8, dipartimento di Storia de la Università degli Studi di Firenze, 1999, conservando el modo coloquial. Agradezco a mis colegas italianos, Giovanni Cherubini y Duccio Ballestracci, la oportunidad que me brindaron para esa primera exposición, y a Franco Franceschi su empeño en publicarla. La base empírica de estos dos últimos estudios se encuentra en mi tesis de doctorado (Astarita, 1992) y, en menor medida, en los capítulos anteriores.

Comparo en este último capítulo los resultados que obtuve de mis exploraciones sobre Castilla medieval con las investigaciones de Stephan Epstein sobre Italia. Epstein nos comunica con una isla neoclásica, que encontró en Sicilia en los siglos XIV y XV. En esta edición amplié consideraciones sobre Italia con el agregado de alguna precisión historiográfica. Para concretar este estudio gocé de la condición de investigador invitado de la Universidad de Salamanca en 1997. Expreso desde ya mi agradecimiento a mis amigos salmantinos, los profesores Salustiano Moreta, Ángel Vaca, José María Monsalvo, Guillermo Mira, Gregorio del Ser y Felipe Maíllo. Agrego especialmente el recuerdo conmovido de Ángel Barrios García, cuya temprana desaparición representa una sensible pérdida para el medievalismo.

En este estudio abordo de manera crítica el último modelo sobre historia económica medieval y transición, modelo que se contrapone al eje analítico marxista que defiendo. Necesariamente, por la amplitud de cuestiones que la comparación crítica implica, tuve que recorrer temas ya tratados en capítulos anteriores, aunque de manera más concisa. Dudé en incluir este capítulo en el que reiteraba ciertos conceptos, hasta que advertí las ventajas de una síntesis general.

DEL FEUDALISMO AL CAPITALISMO

Desde la década de 1950, cuando se abrió un debate internacional ahora famoso (el debate Dobb-Sweezy, ver Hilton (ed.), 1982), el problema del tránsito de un régimen de producción de valores de consumo a otro de valores de cambio se ha incorporado a la agenda de los historiadores socioeconómicos y sociopolíticos. Es el interrogante que se replantea aquí.

Este derrotero implica, necesariamente, tener una concepción de capitalismo. La idea que expusieron historiadores como Braudel (1984) y Wallerstein (1979a, 1979b), idea que se resume en la fórmula de «capitalismo es comercio», ha recobrado actualidad, en el cambio de milenio, con la «colonización neoclásica» (Fine, 1977). Una vez más reaparece el eterno hombre de mercado. El paralelismo con el actual discurso de los economistas no tiene nada de asombroso cuando la ciencia se adapta a las necesidades del capital. El análisis de Marx, recordémoslo, se sitúa en otra dirección.

Para Marx el capitalismo es una relación social de producción, y éste es el resultado en el que se inicia nuestra indagación del pasado. Nos disponemos a ver el momento histórico en que el poseedor de dinero comienza a comprar fuerza de trabajo, esa mercancía cuyo valor de uso posee la cualidad de ser fuente de valor, cuyo consumo efectivo es al propio tiempo materialización de trabajo y por consiguiente creación de valor. Trataremos de establecer cómo surge esa nueva forma de producción que, lejos de extinguirse, se proyecta a nuevos rincones del mundo. No es necesario leer a Hobsbawm para saber que nuevos países son sometidos al dominio del capital, en una marcha que se aceleró desde la segunda posguerra, y que formas patriarcales tributarias con base campesina desaparecen o se baten en retirada. La proletarización del intelectual, la desaparición del patrono independiente o del profesional, y la transformación de ambos en trabajadores que proporcionan plusvalía, el crecimiento, en fin, del trabajo productivo y de la acumulación capitalista, son fenómenos que se desarrollan ante nuestros ojos.

El capitalismo es una relación social, aunque no se reduce a una esencia relacional. Es también su automovimiento. Esta aclaración importa para el problema que deseamos abordar. La relación capitalista apareció en ciudades de Europa desde el siglo XII, cuando el maestro artesano perdía, por deudas, la propiedad de sus medios de producción que pasaban al mercader. Pero no surgió en esas ciudades el modo de producción capitalista.[1] El régimen corporativo impidió entonces que el beneficio pudiera reinvertirse en la producción. Buscaremos pues el origen del sistema fuera de ese brillante ámbito urbano; lo buscaremos en el espacio rural, donde no regía la restricción del gremio para la inversión. Surgió allí la industria a domicilio, y si bien esta forma tuvo un dilatado período de crecimiento extensivo, combinando modalidades de manufacturas centralizadas y dispersas, creaba también las condiciones para la mutación técnica.[2]

Si el capitalismo no se define sólo por el mercado, el mercado es, sin embargo, un problema central de su dinámica. Los ensayos sobre el tema que aquí se incluyen derivan, como expresé, de mi tesis de doctorado sobre el intercambio desigual entre Castilla y otras áreas europeas desde mediados del siglo XIII a principios del XVI. En 1992, cuando la tesis fue publicada, acababa de inaugurarse el estadio más puro del libre cambio. Replantear la asimetría del flujo comercial en términos no cuantitativos (como establece el binomio desarrollo-subdesarrollo) sino en términos de valor mercantil y de reproducción de sistemas vinculados por el intercambio, parecía una curiosidad de anticuario. En esos momentos Menem era el mejor alumno del Fondo Monetario Internacional, a pesar de un sesgo heterodoxo que se plasmó en una relación monetaria fija.

Un década más tarde la crisis cuestionaba de manera práctica la teoría. Argentina, al igual que otros países de los llamados mercados emergentes, había cumplido los deberes exigidos, desde la reducción del gasto público, hasta un presidente tan inculto como los que suministra la familia Bush. Todo fue hecho según los expertos.

La débâcle revelaba, con inexorable crueldad, que el mercado no funcionaba en plenitud. Sin los subsidios que el capitalismo más desarrollado aplica a sus productos agrarios, es muy posible que la catástrofe argentina no se hubiera desencadenado, o por lo menos hubiera sido atenuada. Obviamente, era necesario salvar la ortodoxia de mercado encontrando a los culpables en los alumnos brillantes de años anteriores. Se olvida en esa acusación que el expendio de políticos corruptos es sólo una parte del problema. Si no nos dejamos impresionar por fuegos artificiales, no cuesta comprobar que el problema histórico del intercambio asimétrico ha vuelto a obtener vigencia. Su actualidad no presupone desconocer la marcha hacia la disciplina de los precios a escala mundial, hecho que traduce el vigor de la ley del valor mercantil. Implica, por el contrario, reconocer antiguos lastres políticos, opuestos a la lógica del mercado, que siguen actuando en la economía contemporánea. Son factores asociados a formas socioeconómicas y sociopolíticas tan diversas como los intereses gremiales de los empresarios o las románticas protestas populares por una restauración del aislamiento comunitario.

De la misma manera que el concepto de modo de producción capitalista condiciona el estudio de su formación, el concepto de estado moderno condiciona el estudio del estado absolutista. También es postulable la afirmación inversa y complementaria: el estado moderno se explica por el estado absolutista. Pero aquí las cuestiones están menos claras. Tenemos una larga tradición de estudios sobre el modo de producción capitalista en perspectiva histórica, desde las primeras manufacturas rurales. Se encuentra en Smith (1987), Marx (1976-1977), Dobb (1975), e incluso en Weber (1961), aunque fue un tema secundario para él. Gracias a estos autores podemos apreciar la ligazón histórica entre manufacturas e industria con la pervivencia modificada de categorías específicas.

El problema del estado moderno, como estructura devenida, en su relación dialéctica con sus precedentes institucionales, se encuentra en un grado muy inferior de elaboración. Se lamenta la ausencia de un tratamiento clásico. Marx no tiene una teoría histórica y sociológica sistemática del estado.[3]

Weber (1987) utiliza la historia sobre el tema para validar su formalista sistema clasificatorio universal.[4] Gramsci (1962, 1963) proporcionó indicaciones muy sugerentes acerca de las diferencias estatales entre Oriente y Occidente sin una verdadera exploración. Si la morfología del vértice político moderno en su nexo con las categorías precedentes es un prerrequisito para la comprensión de su propia historia, y estamos ante un vacío de interpretaciones, el tratamiento merece un capítulo especial. En el capítulo 2 se intenta organizar críticamente las interpretaciones heredadas, revisión que nos franquea el camino a las categorías vinculadas entre estado moderno y estado feudal. Con esto nos introducimos en el análisis del proceso constitutivo del vértice político castellano, que es, a su vez, indiscernible de la formación socioeconómica. Éste puede ser el momento para justificar la cronología inicial de estos estudios.

Hacia el año 1250 el cuadro histórico de Castilla ofrece rasgos relativamente estables, estimados en la larga duración, no muy distintos, además, de los de otras áreas de Europa occidental: consolidación del sistema feudal y de patriciados urbanos, circulación mercantil y monetaria en niveles considerables (para los marcos del feudalismo), vínculo de esa circulación con flujos externos, y apertura de lo que podría denominarse la fase decisiva de construcción del estado absolutista.

En la dinámica del feudalismo trataremos de captar la génesis del régimen capitalista de producción y los fundamentos del estado moderno como dos cuestiones interconectadas, dependientes de diversas y jerarquizadas cualidades sociopolíticas y socioeconómicas. Esa conexión entre génesis capitalista y centralización política no implica, sin embargo, relación causal. Dicho de otra manera, si bien el modo de producción capitalista y el estado moderno se originan en el mismo tipo de fenómeno, y necesariamente interaccionan, la producción capitalista no fue engendrada por el estado absolutista ni este último fue creado por el primitivo empresario de manufacturas. Así mismo, una vez que se logra observar el oscuro parto del capitalismo, surge la posibilidad de pensar en el sujeto de la transición. La lucha de clases es, hasta cierto punto, y a costa de una simplificación excesiva pero inevitable, un desprendimiento de este movimiento de la estructura. Cuando el nuevo empresario se impone transformar los elementos que rodearon su nacimiento (y que le permitieron su constitución como agente económico), se ve también la variedad de resoluciones no preestablecidas que hacen a la riqueza del análisis particular.

Este accionar del individuo establece el límite cronológico final del libro, hacia 1520-1521, con la sublevación de las comunidades de Castilla. En ese movimiento asoman fenómenos nuevos, como el potencial revolucionario del parlamento, la vigilancia de sospechosos, los juramentos de fidelidad a la comunidad, el terror en busca de unanimidad, la consigna de gobierno de los «medianos», la dialéctica entre represión y radicalidad, la reacción externa (de Portugal), el poder dual, la prefiguración programática de acciones, el deslinde entre extremistas y moderados en el seno de los revolucionarios, la dicotomía sectorial en la burguesía (la comercial de Burgos y la manufacturera del interior), la apelación jacobina a la «comunidad» contra la elite, el desconocimiento del rey como cabeza del cuerpo político y las oposiciones de clase con fronteras muy nítidas (ver Pérez, 1977). Estas cualidades, que enlazan el suceso con la Francia de 1789, justifican el corte. Surgía con los comuneros el sujeto de la revolución burguesa, aunque no apareciera como burgués.

En el plano comercial, 1520 también marca un corte. Después de esa fecha, comienza la incidencia de la conquista americana sobre el espacio europeo.

Esta demarcación temporal no comporta que los fenómenos aquí observados hayan caducado en los inicios de la modernidad. Por el contrario, desde el siglo XVI se consolidaban los estados feudales (Anderson, 1979), el capital mercantil (Braudel, 1984), el papel de los códigos de prestigio en la interacción social (Elias, 1993), la casa proto-industrial (Laslett, 1987) y otras cualidades inherentes a la época de estos estudios.

ACERCA DEL MÉTODO

En estos estudios la teoría no interesa menos que la descripción, aunque esa teoría no se formula apriorísticamente sino desde bases empíricas y herencias interpretativas. Los exámenes historiográficos, documentales y teóricos están aquí entreverados. Con la literatura histórica recibimos, además de información, problemas que impulsan nuevas lecturas de documentos, y llegamos muchas veces a reflexiones distanciadas de los puntos de partida. En ese momento de llegada no sólo nos es dado descifrar lógicas particulares que los textos encerraban; en este caso ha quedado al descubierto una lógica general que subyace en teorías examinadas. El epílogo del trabajo preside entonces la exposición: me esforzaré por mostrar en este prólogo esa lógica general compartida, que establece una diferencia esencial entre los estudios que aquí se ofrecen al lector, y los sistemas considerados.

En una porción importante de las tesis que se discuten, la idea kantiana, según la cual sólo podemos explicar la realidad si aplicamos a los datos una forma conceptual preconcebida, es el supuesto metódico, y se traduce en la construcción de modelos. Este procedimiento, característico de la sociología histórica, se aparta del oficio tradicional de historiador que se expresa en este libro. No se trata de instaurar un encono entre disciplinas y, ante todo, habría que reconocer en muchos practicantes de la sociología histórica el estímulo que da su pensamiento creativo. Pero el agradecimiento no disimula que con el modelo instituyen una diferencia epistemológica con la historia que se elabora desde el dato. En esta separación entre sociología histórica e historia nos abstenemos de apreciar los regímenes conceptuales, un asunto ahora secundario. El aspecto sustancial, que la práctica profesional del historiador rechaza, puede sintetizarse diciendo que, con el modelo, el movimiento conceptual deja de captar el movimiento real, aun cuando ese modelo se constituya con un montaje de elementos reales. Concentremos la observación en un representante prototípico de ese proceder de la sociología retrospectiva, Perry Anderson.

Anderson (1979) busca las causas del estado absolutista en la caída de ingresos señoriales y la lucha de clases, factores que decidieron, según su opinión, que la clase feudal compusiera una organización burocrática. Estos atributos se constatan. Pero el problema es que esa relación causal entre dificultades de la clase dominante y estado, establecida con abstracción de la cronología, del devenir histórico, no da cuenta del proceso formativo concreto del estado, cuestión que se fundamenta en el capítulo 3, y que ahora nos limitamos a contemplar desde el punto de vista metodológico.

En suma, Anderson ofrece un modelo compuesto por una integración de elementos históricos que no dan cuenta de la historia. Se acerca al plano real sin manifestarlo verdaderamente. Es en este punto donde la construcción modélica se aleja de los historiadores de oficio (y también de la epistemología de Marx), en la misma medida en que se acerca al tipo ideal de Weber.

Esta diferencia epistemológica entre dos padres fundadores de las ciencias sociales ha obtenido hoy un significado trascendental, aunque poco reconocido. Lejos de ser una diferencia diáfana, reina aquí la mayor de las confusiones, en buena medida debido a la simbiosis de categorías analíticas usadas por autores que se adhieren a uno u otro principio. El problema se traduce en un rechazo tácito, que se refleja en la indiferencia que sufren eximios representantes de la sociología histórica por parte de muchos historiadores, y no en un reconocimiento de las cuestiones gnoseológicas de fondo. Suele interpretarse ese desinterés por la falta de vocación teórica de los historiadores adiestrados en el positivismo, pero esa impronta positivista de origen no agota de ninguna manera la explicación. Veamos las bases del desencuentro.

La noción de tipo ideal se comprende si recordamos el regreso que intelectuales alemanes emprendieron, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, desde Hegel a Kant.[5] Kant tuvo un peso concluyente en la formación teorética de Weber.[6] El criterio filosófico liminar que hereda es que sólo podemos explicar en términos de leyes si aplicamos a los datos una forma conceptual preconcebida, por la imposibilidad de captar la realidad en sí misma; ésta sólo podrá captarse como es para nosotros. En el idealismo trascendental kantiano, el entendimiento es una facultad de conocer no sensible, y las cosas no pueden ser percibidas como son en sí. El entendimiento es una facultad discursiva que conoce por conceptos. Es ésta una idea ya presente en Descartes, Hobbes, Spinoza y otros, sobre que el objeto del conocimiento puede ser conocido por nosotros en la medida en que ha sido producido por nosotros.

Con estas bases, Weber emprende la construcción de sus síntesis conceptuales, específicamente destinadas a objetos delimitados.[7] Como se desprende de su propio enunciado, cada modelo está constituido por un alto grado de subjetividad, que el mismo Weber aceptó francamente. Es explicable. Si el problema consiste en observar el fenómeno, y seleccionar factores que se ponen en relación, la estimación de lo que se toma en cuenta y de lo que se deja fuera es, forzosamente, una elección. Con esto se suprimen los asuntos contradictorios, las impurezas que perturban una lógica unívoca, y el resultado es entonces percibido como pasible de aprehensión racional.

La subjetividad cognitiva se reproduce en el objeto construido, destinado a dilucidar el sentido de la acción social. Esto constituyó el desvelo de Weber, paradigmáticamente manifestado en su estudio sobre el empresario que, guiado por un deber ético, se consagra al ejercicio metódico de una profesión lucrativa (Weber, 1977). La preocupación se reencuentra, en su forma descarnada, en una diversidad de autores. Puede ser la acción de la nobleza organizando su estado (Anderson), la del individuo evaluando beneficios comerciales que determinarán su modo de producción (Wallerstein) o el campesino superando la falta de medios de subsistencia con la organización de su capitalismo agrario (Brenner, 1986a; 1986b). Todos evocan al hombre económico de Weber, que éste imaginaba puntual, diligente, moderado, y que, en la búsqueda de ganancia legítima, originaba su capitalismo moderno.