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Una Vez Desaparecido

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From the series: Un Misterio de Riley Paige #1
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Una Vez Desaparecido
Una Vez Desaparecido
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Is reading Adriana Rios Sarabia
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Una Vez Desaparecido
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Blake Pierce

Blake Pierce es un ávido lector y fan de toda la vida de los géneros de misterio y thriller. UNA VEZ DESAPARECIDO es la primera novela de Blake. A Blake le encanta comunicarse con sus lectores, así que por favor no dudes en visitar www.blakepierceauthor.com para unirte a la lista de correo electrónico, recibir un libro gratis, recibir regalos gratis, conectarte en Facebook y Twitter y mantenerte en contacto.

Derechos de autor © 2015 por Blake Pierce. Todos los derechos reservados. Excepto según lo permitido bajo la Ley de Derechos de Autor de Estados Unidos de 1976, ninguna parte de esta publicación podrá ser reproducida, distribuida transmitida en cualquier forma o por cualquier medio, o almacenada en una base de datos o sistema de recuperación, sin el permiso previo del autor. Este eBook está disponible sólo para su disfrute personal. Este libro electrónico no puede ser revendido o dado a otras personas. Si te gustaría compartir este libro con otra persona, por favor compra una copia adicional para cada destinatario. Si estás leyendo este libro y no lo compraste, o no fue comprado sólo para tu uso, por favor regrésalo y compra tu propia copia. Gracias por respetar el trabajo duro de este autor. Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, empresas, organizaciones, lugares, eventos e incidentes son productos de la imaginación del autor o se emplean como ficción. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, es totalmente coincidente. Derechos de autor de la imagen de la cubierta de GoingTo, utilizada bajo licencia de Shutterstock.com.

Prólogo

Un nuevo espasmo de dolor sacudió la cabeza de Reba, colocándola en posición vertical. Tiró contra las cuerdas que tenían atado su cuerpo, atadas alrededor de su estómago a una longitud vertical de tubería que había sido atornillada al suelo y al techo en medio de la pequeña habitación. Sus muñecas estaban atadas al frente, y sus tobillos también estaban atados.

Notó que había estado dormitando, e inmediatamente se llenó de miedo. Sabía que el hombre iba a matarla. Poco a poco, herida por herida. Su muerte no era lo que buscaba, y tampoco el sexo. Sólo buscaba su sufrimiento.

Tengo que permanecer despierta, pensó. Tengo que salir de aquí. Si me quedo dormida otra vez, moriré.

A pesar del calor en la habitación, su cuerpo desnudo sintió frío por el sudor. Miró hacia abajo, retorciéndose, y vio que sus pies estaban desnudos contra el piso de madera. El piso alrededor de ellos estaba cubierto de manchas de sangre seca, indicios claros de que ella no era la primera persona que había sido atada aquí. Su pánico se intensificó.

Él se había ido a un sitio. La única puerta de la habitación estaba cerrada, pero él volvería. Siempre volvía. Y entonces haría lo que fuera para hacerla gritar. Las ventanas estaban bloqueadas con tablas, y no tenía idea si era de día o de noche, la única luz provenía de un único bombillo que colgaba del techo. Dondequiera que quedaba este lugar, parecía que nadie podía oír sus gritos.

Se preguntaba si esta habitación había sido una vez el dormitorio de una niña; grotescamente, era de color rosado, con adornos de cuentos de hadas por todas partes. Alguien—ella suponía que su captor—había destrozado el lugar hace mucho, rompiendo y volteando las banquetas, sillas y mesas. El piso estaba lleno de las extremidades y torsos desmembrados de muñecas. Pequeñas pelucas—pelucas de muñecas, Reba suponía—estaban clavadas como cueros cabelludos en las paredes, la mayoría de ellas trenzadas elaboradamente, todas ellas de colores poco naturales y de juguete. Una mesa de tocador rosada magullada estaba junto a una pared, su espejo en forma de corazón roto en pedazos. El único otro mobiliario intacto era una cama individual angosta con un dosel rosado. Su captor a veces descansaba allí.

El hombre la miraba con ojos oscuros, redondos y brillantes, a través de su pasamontañas negra. Al principio, le había alentado el hecho de que siempre usaba el pasamontañas. ¿Si él no quería que ella viera su cara, eso significaba que no planeaba matarla, que quizás la dejaría ir?

Pero pronto descubrió que la máscara tenía otro propósito. Podía notar que la cara detrás de la misma tenía un mentón hundido y una frente inclinada, y que las facciones del hombre eran débiles y acogedoras. Aunque él era fuerte, era más bajo que ella y probablemente se sentía inseguro por ello. Suponía que llevaba el pasamontañas para parecer más aterrador.

Se había rendido en tratar de convencerlo de que no la lastimara. Al principio había pensado que podía hacerlo. Después de todo, ella sabía que era bonita. O al menos solía serlo, pensó con tristeza.

El sudor y las lágrimas se mezclaron en su rostro magullado, y podía sentir la sangre en su pelo largo y rubio. Sus ojos le ardían: le había hecho colocarse lentes de contacto, y no podía ver bien por ellos.

Sólo Dios sabe cómo me veo ahora.

Dejó caer su cabeza.

Muérete ya, se suplicó a sí misma.

Debería ser bastante fácil de hacer. Estaba segura de que otras se habían muerto aquí antes.

Pero no podía hacerlo. Sólo pensar en eso hacía que su corazón latiera más fuerte mientras jadeaba, tensando la cuerda alrededor de su vientre. Lentamente, como sabía que se enfrentaba a una muerte inminente, un nuevo sentimiento comenzó a surgir dentro de ella. No era ni pánico ni miedo esta vez. No era desesperación. Era algo más.

¿Qué siento?

Luego entró en cuenta. Era rabia. No contra su captor. Había agotado su ira hacia él desde hace mucho.

Soy yo, pensó. Estoy haciendo lo que él quiere. Cuando grito y lloro y ruego, estoy haciendo lo que él quiere.

Cada vez que tomaba ese frío caldo que le daba a través de una pajita, estaba haciendo lo que él quería. Cada vez que le decía patéticamente que era una madre con dos hijos que la necesitaban, estaba deleitándolo sin fin.

Su mente ahora tenía un muevo propósito; al fin dejó de retorcerse. Tal vez necesitaba intentar una nueva táctica. Había estado luchando arduamente contra las cuerdas todos estos días. Tal vez no lo estaba abordando de la forma correcta. Eran como esos pequeños juguetes de bambú, la trampa de dedos china, donde pones los dedos en cada extremo del tubo y entre más fuerte jales, más se atascan tus dedos. Quizá el truco era relajarse, deliberada y completamente. Tal vez esa era la forma de salir de todo esto.

Músculo por músculo, relajó su cuerpo, sintiendo cada ardor, cada moretón donde su carne tocaba las cuerdas. Y, lentamente, notó donde se encontraba la tensión de la cuerda.

Por fin encontró lo que necesitaba. Había una pequeña holgura alrededor de su tobillo derecho. Pero no podía jalar por ahí todavía. Tenía que mantener sus músculos relajados. Movió su tobillo suavemente, luego más agresivamente mientras la cuerda se aflojaba.

Finalmente, se soltó su talón, y sacó todo el pie derecho.

Inmediatamente exploró el piso. A sólo un pie de distancia, en medio de las piezas de muñeca dispersas, estaba su cuchillo de caza. Siempre se reía cuando lo dejaba allí, tan cerca. La cuchilla llena de sangre brillaba burlonamente en la luz.

Movió su pie libre hacia el cuchillo. No llegó a su destino.

Dejó que su cuerpo se aflojara otra vez. Se deslizó unas pocas pulgadas por la tubería y movió su pie hasta que el cuchillo estaba a su alcance. Agarró la cuchilla sucia entre sus dedos, la raspó por el piso y la levantó con cuidado con su pie hasta que el mango estaba en la palma de su mano. Agarró el mango firmemente con dedos entumecidos y lo volteó, cortando poco a poco la cuerda que ataba sus muñecas. El tiempo parecía detenerse mientras contenía la respiración, esperando y rogando que no se le cayera. Que él no entrara.

Finalmente oyó un ruido, y quedó totalmente asombrada ya que sus manos se soltaron. Inmediatamente cortó la cuerda alrededor de su cintura, su corazón latiendo con fuerza.

Libre. Casi no podía creerlo.

Por un momento lo único que podía hacer era agacharse allí, sus manos y pies hormigueando mientras volvía a circular la sangre completamente. Empezó a tocarse los lentes de contacto, resistiendo las ganas de sacarlos de un solo golpe. Cuidadosamente los rodó hacia un lado, los pellizcó y se los sacó. Sus ojos le dolían terriblemente, y fue un alivio ya no tenerlos adentro. Mientras miraba los dos discos de plástico en la palma de su mano, su color la asqueó. Los lentes eran de color azul brillante, antinatural. Los arrojó a un lado.

Su corazón latiendo con fuerza, Reba se levantó y rápidamente cojeó a la puerta. Tomó el pomo en sus manos pero no le dio vuelta.

¿Y si él estaba allá afuera?

No tenía otra opción.

Reba dio vuelta al pomo y jaló la puerta, la cual se abrió sin hacer ruido. Miró por un pasillo largo y vacío, iluminado sólo por una abertura arqueada a la derecha. Se arrastró por el mismo, desnuda, descalza y silenciosa, y vio que el arco daba a una habitación tenuemente iluminada. Se detuvo y miró fijamente. Era un simple comedor, con una mesa y sillas totalmente ordinarias, como si una familia pronto llegaría a cenar allí. Antiguas cortinas colgaban por las ventanas.

Sintió terror nuevamente. La cotidianeidad del lugar era inquietante de una manera que un calabozo no lo hubiera sido. A través de las cortinas podía ver que estaba oscuro afuera. El pensar que la oscuridad le facilitaría su escape le levantó el ánimo.

Se volvió al pasillo de nuevo. Terminaba en una puerta, una puerta que simplemente tenía que dar al aire libre. Cojeó y apretó el picaporte de latón frío. La puerta se abrió hacia ella para revelar la noche afuera.

 

Vio un pequeño porche, y un patio más allá del mismo. El cielo nocturno estaba estrellado y sin luna. No había ninguna otra luz, ningún indicio de casas cercanas. Caminó lentamente al porche y por el patio, que era seco y no tenía grama. Aire fresco inundó sus pulmones adoloridos.

Mezclado con su pánico, se sintió eufórica. El regocijo de la libertad.

Reba dio su primer paso, preparándose para correr, cuando de repente sintió el duro agarre de una mano en su muñeca.

Luego vino la risa fea y familiar.

Lo último que sintió fue un objeto duro, tal vez de metal, impactando su cabeza y luego estaba girando en el abismo más profundo.

Capítulo 1

Al menos no se siente el hedor todavía, pensó el Agente Especial Bill Jeffreys.

Todavía inclinado sobre el cuerpo, no pudo evitar detectar los primeros rastros del mismo. Se mezclaba con el olor fresco de los pinos y la neblina limpia del arroyo; debía ya estar acostumbrado al hedor de un cadáver. Pero nunca podría acostumbrarse a eso.

El cuerpo desnudo de la mujer había sido cuidadosamente dispuesto en una gran roca en el borde del arroyo. Estaba sentada, apoyada en otra roca, sus piernas rectas y abiertas, sus manos a los lados. Un extraño recodo en su brazo derecho surgiría un hueso roto. El pelo ondulado era obviamente una peluca raída, con tonalidades de rubio que no combinaban. Una sonrisa color rosada estaba pintada con lápiz labial sobre su boca.

El arma asesina todavía estaba firmemente alrededor de su cuello; había sido estrangulada con una cinta rosada. Una rosa roja artificial estaba colocada sobre la roca delante de ella, a sus pies.

Suavemente, Bill intentó levantar su mano izquierda. No se movió.

“Todavía está en rigor mortis”, le dijo Bill al Agente Spelbren, agachado en el otro lado del cadáver. “No tiene más de veinticuatro horas de muerta”.

“¿Qué le pasa a sus ojos?” preguntó Spelbren.

“Cosidos con hilo negro para mantenerlos abiertos”, respondió, sin molestarse en mirar de cerca.

Spelbren lo miró fijamente con incredulidad.

“Revísalo tú mismo”, dijo Bill.

Spelbren le miró los ojos.

“Dios”, murmuró en voz baja. Bill notó que no se asqueó. Bill apreciaba eso. Había trabajado con otros agentes de campo, algunos de ellos veteranos experimentados como Spelbren, que estarían vomitando ahora mismo.

Bill nunca había trabajado con él antes. Spelbren había sido llamado a este caso de una oficina de campo de Virginia. Había sido idea de Spelbren traer a alguien de la Unidad de Análisis de Conducta en Quántico. Por eso es que Bill estaba aquí.

Movida inteligente, pensó Bill.

Bill podía ver que Spelbren era unos años menor que él, pero, aun así, tenía una mirada desgastada que le gustaba bastante.

“Está usando lentes de contacto”, señaló Spelbren.

Bill miró más de cerca. Estaba en lo cierto. Un azul extraño y artificial lo hizo mirar al otro lado. Había un poco de frío en el arroyo a estas horas de la mañana pero, aun así, sus ojos se estaban aplanando en sus cuencas. Iba a ser difícil determinar la hora exacta del fallecimiento.  Todo lo que Bill sabía era que el cuerpo había sido traído aquí en algún momento durante la noche y luego fue cuidadosamente posicionado.

Oyó una voz cerca.

“Malditos empleados federales”.

Bill miró a los tres policías locales, parados a unas pocas yardas de distancia. Estaban susurrando de forma inaudible ahora, así que Bill sabía que dijeron esas tres palabras más alto a propósito. Eran de Yarnell, un pueblo cercano, y claramente no estaban felices de tener el FBI aquí. Pensaban que podían manejar esto por su cuenta.

El jefe de guardabosques del Parque Estatal Mosby había pensado otra cosa. No estaba acostumbrado a nada peor que el vandalismo, la basura y la caza y la pesca ilegal, y él sabía que los lugareños de Yarnell no eran capaces de lidiar con esto.

Bill había hecho el viaje de centenares de millas en helicóptero, así que pudo llegar antes de que el cuerpo fuera movido. El piloto había seguido las coordenadas a un prado en una colina cercana, donde el guardabosque y Spelbren lo habían recibido. El guardabosques los había llevado unas pocas millas por un camino de tierra en vehículo y, cuando se detuvieron, Bill pudo vislumbrar la escena del crimen desde la carretera. Quedaba a poca distancia del arroyo.

Los policías impacientes parados cerca de ellos ya habían examinado la escena. Bill sabía exactamente lo que estaban pensando. Querían resolver este caso por su cuenta; un par de agentes del FBI era lo último que querían ver.

Lo siento, pueblerinos, Bill pensó, pero sus habilidades no son suficientes para esto.

“El sheriff piensa que esto es tráfico”, dijo Spelbren. “No tiene razón”.

“¿Por qué dice eso?” preguntó Bill. Sabía la respuesta, pero quería tener una idea de cómo funcionaba la mente de Spelbren.

“Es treintañera, no tan joven”, dijo Spelbren. “Estrías, por lo que tuvo por lo menos un hijo. No el tipo que generalmente es traficado”.

“Tienes razón”, dijo Bill.

“Pero, ¿y la peluca?”

Bill negó con la cabeza.

“Su cabeza ha sido afeitada”, contestó, “así que la finalidad de la peluca no era para cambiar el color de su pelo”.

“¿Y la rosa?” preguntó Spelbren. “¿Un mensaje?”

Bill la examinó.

“Flor de tela barata”, contestó. “La clase que encontrarías en cualquier tienda de precios bajos. La rastrearemos, pero no encontraremos nada”.

Spelbren lo miró, claramente impresionado.

Bill dudaba de que lo que encontraran serviría de algo. El asesino era muy metódico, muy útil. Esta escena había sido preparada con cierto estilo enfermizo que lo enervaba.

Vio a los policías locales con ganas de acercarse. Se habían tomado fotos, y el cuerpo sería retirado en cualquier momento.

Bill suspiró, sintiendo la rigidez en sus piernas. Sus cuarenta años estaban empezando a ralentizarlo, por lo menos un poco.

“Ha sido torturada”, observó, exhalando tristemente. “Mira todas las cortadas. Algunas están empezando a cerrarse”. Él sacudió la cabeza. “Alguien la torturó por días antes de matarla con esa cinta”.

Spelbren suspiró.

“El perpetrador estaba cabreado por algo”, dijo Spelbren.

“Oye, ¿cuándo vamos a terminar?” gritó uno de los policías.

Bill miró en su dirección y los vio arrastrando sus pies. Los dos estaban quejándose en voz baja. Bill sabía que ya el trabajo estaba terminado, pero no dijo nada. Prefería mantener a esos tarados esperando y dudando.

Se volteó lentamente y analizó toda la escena. Era una zona boscosa y espesa, puros pinos y cedros y un montón de sotobosque, con el arroyo burbujeando en su forma bucólica y serena en camino hacia el río más cercano. Incluso ahora, en pleno verano, el día no se calentaría mucho más, así que el cuerpo no iba a pudrirse tan rápidamente. Aun así, lo mejor sería sacarlo de aquí y enviarlo a Quántico. Los examinadores allí querrían examinar cada centímetro mientras que todavía estaba razonablemente fresco. El carro del forense estaba parado en el camino de tierra detrás del carro de policía, esperando.

El camino no era nada más que pistas de neumático paralelas por el bosque. El asesino seguramente había conducido hasta aquí por el mismo. Había llevado el cuerpo la corta distancia a lo largo de un estrecho camino a este lugar, lo dispuso y luego se fue. No se quedó por mucho tiempo. A pesar de que la zona parecía apartada, los guardabosques patrullaban por aquí regularmente y los carros privados no debían usar ese camino. Había querido que encontraran el cuerpo. Estaba orgulloso de su trabajo.

Y había sido encontrado por un par de jinetes tempraneros. Turistas en caballos alquilados, el guardabosque le había dicho a Bill. Eran vacacionistas de Arlington, quedándose en un rancho falso en las afueras de Yarnell. El guardabosque había dicho que estaban un poco histéricos ahora. Les dijeron que no salieran de la ciudad, y Bill planeaba hablar con ellos más tarde.

Al parecer no había nada fuera de lugar en el área alrededor del cuerpo. El tipo había sido muy cuidadoso. Había arrastrado algo detrás de él cuando había regresado del arroyo, una pala tal vez, para ocultar sus propias huellas. Nada fue dejado intencionalmente, ni accidentalmente. Cualquier huella de neumático en la carretera probablemente había sido borrada por el carro de policía o el carro del forense.

Bill se suspiró a sí mismo.

Maldita sea, pensó. ¿Dónde está Riley cuando la necesito?

Su compañera desde hace mucho tiempo y su mejor amiga estaba de permiso involuntario, recuperándose del trauma de su último caso. Sí, había sido uno muy desagradable. Necesitaba el tiempo libre y, a decir verdad, podría no regresar jamás.

Pero realmente la necesitaba ahora. Era mucho más inteligente que Bill, y a él no le importaba admitirlo. Le encantaba ver su mente trabajar. La imaginaba analizando la escena minuciosamente, detalle por detalle. Ya estaría burlándose de él por todas las pistas dolorosamente evidentes que habían estado delante de sus ojos.

¿Qué vería Riley aquí que Bill no veía?

Se sintió perplejo, y no disfrutaba de esa sensación. Pero no había nada más que podría hacer al respecto ahora.

“Listo, muchachos”, Bill le dijo a los policías. “Pueden retirar el cadáver”.

Los policías se rieron y chocaron los cinco.

“¿Crees que lo hará de nuevo?” preguntó Spelbren.

“Estoy seguro que sí”, dijo Bill.

“¿Cómo lo sabes?”

Bill respiró profundamente.

“Porque he visto su trabajo antes”.

Capítulo 2

“Se puso peor para ella cada día”, dijo Sam Flores, colocando otra imagen horrible en la gran pantalla multimedia que se asomaba sobre la mesa de conferencias. “Hasta el momento en que la mató”.

Bill había supuesto eso, pero odiaba estar en lo cierto.

La Oficina había volado el cuerpo a la Unidad de Análisis de Conducta en Quántico, los técnicos forenses habían tomado fotos, y el laboratorio empezó todas las pruebas. Flores, un técnico de laboratorio con lentes negros, estaba presentando las diapositivas espeluznantes, y las pantallas gigantes fueron una presencia imponente en la sala de conferencias de la Unidad de Análisis de Conducta.

“¿Cuánto tiempo tenía de muerta antes de que se encontrara el cuerpo?” preguntó Bill.

“No mucho”, respondió. “Tal vez la noche anterior”.

Spelbren estaba sentado al lado de Bill, había volado a Quántico con él después de salir de Yarnell. En la cabecera de la mesa estaba sentado el Agente Especial Brent Meredith, el jefe de equipo. Meredith tenía una presencia intimidante por su gran contextura, sus rasgos negros y angulares y su rostro decidido. Bill no se sentía intimidado por él, ni siquiera un poco. Le gustaba pensar que tenían mucho en común. Ambos eran veteranos experimentados, y habían visto muchas cosas.

Flores colocó una serie de primeros planos de las heridas de la víctima.

“Las heridas a la izquierda fueron infligidas en el principio”, dijo. “Las de la derecha son más recientes, algunas infligidas horas o incluso minutos antes de que la estrangulara con la cinta. Parece haberse tornado progresivamente más violento durante el tiempo que la tuvo en cautiverio. Romper su brazo podría haber sido lo último que hizo mientras aún estaba viva”.

“Las heridas parecen la obra de un solo perpetrador para mí”, observó Meredith. “Juzgando por el nivel de agresión, probablemente masculino. ¿Qué más tienes?”

“Por el rastrojo en su cuero cabelludo, creemos que su cabeza fue afeitada dos días antes de su muerte”, Flores continuó. “La peluca fue cosida con pedazos de otras pelucas, todas baratas. Las lentes de contacto probablemente fueron pedidos por correo. Y una cosa más”, dijo, mirando las caras, vacilante. “La cubrió con vaselina”.

Bill podía sentir la tensión de la habitación aumentar.

“¿Vaselina?”, preguntó.

Flores asintió.

“¿Por qué?” preguntó Spelbren.

Flores se encogió de hombros.

“Ese es tu trabajo”, respondió.

Bill pensó en los dos turistas que había entrevistado ayer. No habían ayudado en lo absoluto, divididos entre la curiosidad morbosa y al borde del pánico por lo que habían visto. Estaban deseosos de regresar a Arlington y no había habido ninguna razón para detenerlos. Habían sido entrevistados por cada funcionario. Y se les había dicho que no dijeran nada sobre lo que habían visto.

Meredith exhaló y puso ambas palmas sobre la mesa.

“Buen trabajo, Flores”, dijo Meredith.

 

Flores parecía estar agradecido por los elogios, y tal vez un poco sorprendido. Brent Meredith no solía dar cumplidos.

“Ahora Agente Jeffreys”, Meredith se volteó hacia él, “infórmanos sobre cómo esto se relaciona esto con tu caso anterior”.

Bill respiró profundamente y se reclinó en el asiento.

“Hace un poco más de seis meses”, comenzó, “el dieciséis de diciembre, el cuerpo de Eileen Rogers fue encontrado en una granja cerca de Daggett. Me llamaron para que investigara, junto con mi compañera, Riley Paige. El clima era extremadamente frío, y el cuerpo estaba completamente congelado. Fue difícil descifrar cuánto tiempo llevaba allí, y la hora del fallecimiento nunca fue determinada con exactitud. Flores, muéstrales”.

Flores volvió a las diapositivas. La pantalla se dividió y, junto a las imágenes en la pantalla, apareció una nueva serie de imágenes. Las dos víctimas fueron exhibidas lado a lado. Bill jadeó. Era increíble. Aparte de la carne congelada de uno de los cuerpos, los cadáveres estaban en casi la misma condición, las heridas casi idénticas. Ambas mujeres tenían sus ojos cosidos para que se mantuvieran abiertos de la misma forma horrible.

Bill suspiró, las imágenes trajeron todo de vuelta. No importaba cuántos años llevaba en la fuerza, le dolía ver a cada víctima.

“El cuerpo de Rogers fue encontrado sentado en posición vertical contra un árbol”, Bill continuó, su voz más triste. “No estaba en una pose tan elaborada como la mujer que encontramos en el Parque Mosby. Nada de lentes de contacto ni vaselina, pero la mayoría de los otros detalles son iguales. El pelo de Rogers fue cortado, no afeitado, pero había una peluca similar toda cosida. También fue estrangulada con una cinta rosada, y una rosa falsa fue encontrada frente a ella.

Bill hizo una pausa por un momento. Odiaba lo que tenía que decir ahora.

“Paige y yo no pudimos resolver el caso”.

Spelbren se volvió hacia él.

“¿Cuál fue el problema?” preguntó.

“Todo fue un problema”. Bill respondió, innecesariamente defensivo. “No tuvimos nada con qué empezar. No había testigos; la familia de la víctima no nos dio ninguna información útil; Rogers no tenía enemigos, ningún ex-marido, ningún novio enojado. No había ni una sola buena razón para que fuera perseguida y asesinada. El caso se enfrió inmediatamente”.

Bill se quedó en silencio. Pensamientos oscuros inundaron su cerebro.

“No lo hagas”, Meredith dijo en un tono muy suave. “No es tu culpa. No pudiste haber detenido este nuevo asesinato”.

Bill agradeció su bondad, pero se sentía muy culpable. ¿Por qué no pudo haberlo resuelto antes? ¿Por qué tampoco pudo Riley? Nunca se había sentido tan perplejo en toda su carrera.

En ese momento, sonó el teléfono de Meredith y el jefe tomó la llamada.

Casi lo primero que dijo fue, “Mierda”.

Lo repitió varias veces. Luego dijo: “¿Seguro que es ella?” Hizo una pausa. “¿Hubo algún contacto para pedir rescate?”

Se levantó de su silla y salió de la sala de conferencias, dejando a los otros tres hombres sentados perplejos. Volvió después de unos minutos. Se veía mayor.

“Caballeros, ahora estamos en modo de crisis”, anunció. “Acabamos de obtener una identificación positiva de la víctima de ayer. Su nombre era Reba Frye”.

Bill jadeó como si hubiera sido golpeado en el estómago; también podía ver el shock de Spelbren. Pero Flores se veía confundido.

“¿Debería saber quién es?” preguntó Flores.

“Su apellido de soltera es Newbrough”, explicó Meredith. “La hija del Senador Estatal Mitch Newbrough, probablemente el próximo gobernador de Virginia”.

Flores exhaló.

“No había escuchado que había desaparecido”, dijo Spelbren.

“No fue divulgado oficialmente”, dijo Meredith. “Su padre ya fue contactado. Y, por supuesto, piensa que es político, personal o ambos. Sin importar que lo mismo le sucedió a otra víctima hace seis meses”.

Meredith sacudió la cabeza.

“El Senador se está apoyando fuertemente en esto”, añadió. “Una avalancha de prensa está a punto de golpearnos. Se asegurará de que sea así, para exigirnos resultados”.

El corazón de Bill se hundió. Odiaba la sensación como si esto superaba sus habilidades. Pero así exactamente se sentía ahora.

Un sombrío silencio cayó sobre la habitación.

Finalmente, Bill se aclaró la garganta.

“Vamos a necesitar ayuda”, dijo.

Meredith se volvió hacia él, y Bill se encontró con su mirada endurecida. De repente, el rostro de Meredith se llenó de preocupación y desaprobación. Claramente sabía lo que Bill estaba pensando.

“No está lista”, respondió Meredith, sabiendo claramente que Bill quería traerla de vuelta.

Bill suspiró.

“Señor”, respondió, “conoce el caso mejor que nadie. Y no hay nadie más inteligente”.

Después de otra pausa, Bill dijo lo que realmente estaba pensando.

“No creo que lo podemos hacer sin ella”.

Meredith golpeó su lápiz contra una libreta de papel unas cuantas veces, claramente deseando estar en cualquier otra parte.

“Es un error”, dijo. “Pero si ella se cae a pedazos, es tu error”. Exhaló de nuevo. “Llámala”.