El río morisco

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El río morisco
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BIBLIOTECA DE ESTUDIOS MORISCOS

2

El río morisco

Bernard Vincent


Traducción:

Antonio Luis Cortés Peña

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

UNIVERSIDAD DE GRANADA

UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA

2006

Colección dirigida por:

MANUEL BARRIOS AGUILERA (Universidad de Granada)

RAFAEL BENÍTEZ SÁNCHEZ-BLANCO (Universitat de València)

ALBERTO MONTANER FRUTOS (Universidad de Zaragoza)

© Bernard Vincent, 2006

© De la presente edición: Publicacions de la Universitat de València, 2006

© De la traducción: Antonio Luis Cortés Peña, 2006

Publicacions de la Universitat de València

http://puv.uv.es

publicacions@uv.es

Editorial Universidad de Granada

http://www.editorialugr.com

edito4@ucartuja.es

Servicio de Publicaciones de la Universidad de Zaragoza

http://wzar.unizar.es/spub

spublica@posta.unizar.es

Diseño de la colección: Vicent Olmos

Diseño de la sobrecubierta: Celso Hernández de la Figuera

Fotocomposición y maquetación: Inmaculada Mesa

ISBN-10: 84-370-6601-8 (Universitat de València)

ISBN-13: 978-84-370-6601-1 (Universitat de València)

ISBN-10: 84-338-3952-7 (Universidad de Granada)

ISBN-13: 978-84-338-3952-7 (Universidad de Granada)

ISBN-10: 84-7733-850-5 (Universidad de Zaragoza)

ISBN-13: 978-84-7733-850-5 (Universidad de Zaragoza)

Realización de ePub: produccioneditorial.com

ÍNDICE

Siglas utilizadas

Unas palabras preliminares

Elementos de demografía morisca

Benimuslem, pueblo de la Ribera valenciana

Los moriscos y la ganadería

El gato y los ratones: inquisidor y moriscos en Benimodo, 1574

Espacio público y espacio privado en las ciudades andaluzas. Siglos XV y XVI

El peligro morisco

Musulmanes y conversión en España en el siglo XVII

Algunas voces más: de Francisco Núñez Muley a Fátima Ratal

Reflexión documentada sobre el uso del árabe y de las lenguas románicas en la España de los moriscos(SS. XVI-XVII)

Guerra y hábitat en Andalucía oriental en el siglo XVI

El río morisco

La evangelización de los moriscos: las misiones de Bartolomé de los Ángeles

Ser morisco en España en el siglo XVI

Los moriscos granadinos: ¿una frontera interior?

Las élites moriscas granadinas

SIGLAS UTILIZADAS


AA Archivo de la Alhambra
ACM Archivo de la Catedral de Málaga
ADT Archivo Diocesano de Toledo
AGS Archivo General de Simancas
AHN Archivo Histórico Nacional
AMAEM Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores de Madrid
A.M.C Archivo Municipal de Córdoba
AMA Archivo Municipal de Almería
AMF Archivo Municipal de Felix
AMGr Archivo Municipal de Granada
AML Archivo Municipal de Lorca
AMM Archivo Municipal de Málaga
AMu Archivo Municipal de Murcia
AMul Archivo Municipal de Mula
AMV Archivo Municipal de Vera
APG Archivo de Protocolos de Granada
ARChGr Archivo de la Real Chancillería de Granada
ARSI Archivum Romanum Societatis Iesu
ASV Archivo Secreto Vaticano
AZ Archivo de la Fundación Zabálburu
BNM Biblioteca Nacional de Madrid
BPR Biblioteca del Palacio Real de Madrid
IVDJ Instituto Valencia de Don Juan

Unas palabras preliminares

Cuando en 1970 publiqué un primer artículo sobre los moriscos, no sabía que éstos iban a ser unos compañeros de toda una vida. Es cierto que los asuntos que se referían a las relaciones entre el Magreb y Europa occidental, y a la presencia de comunidades musulmanas en los países europeos, me apasionaban desde la adolescencia, fuertemente marcada por la guerra de Argelia (1954-1962). Si desde los treinta y cinco años otros temas han podido ocupar mi atención con mayor o menor amplitud, jamás he abandonado a los moriscos con el riesgo de ser calificado de entusiasta de los moriscos, término que para la pluma de su autor, Serafín Fanjul, no era particularmente un cumplido, pero que asumo gustosamente en la medida en que, a la hora del estudio, el interés del investigador por el sujeto es indispensable con la condición de que no le conduzca a la ceguera.

Hay múltiples razones para mi fidelidad. Y en primer lugar, la importancia del campo examinado. Todo el mundo sabe que las relaciones entre cristianos y musulmanes a lo largo de la historia, desde los primeros tiempos del islam, han sido muy intensas, complejas y cambiantes. Ahora bien, la España de los siglos XVI y XVII resulta para el tema un laboratorio excepcional que ha atraído a lingüistas, especialistas en literatura, antropólogos e historiadores. Este campo, propicio al intercambio entre las disciplinas, se ha alimentado de forma permanente por el descubrimiento y la explotación de nuevos yacimientos documentales, fuentes judiciales en los catastros, manuscritos aljamiados en los registros notariales... En estas condiciones, los problemas suscitados se renuevan sin interrupción y dan lugar al continuo surgimiento de nuevos trabajos.

Por todo ello, he intentado participar en este movimiento publicando, además de la obra de síntesis redactada en colaboración con Antonio Domín­guez Ortiz, un número relativamente elevado de contribuciones bajo la forma de artículos, conferencias o, con mayor frecuencia, comunicaciones presentadas en coloquios y congresos. En 1985 y, más tarde, en 1987, la Diputación Provincial de Granada me hizo el honor de publicar dos recopilaciones de textos, Andalucía en la Edad Moderna: economía y sociedad y Minorías y marginados en la España del siglo xvii, donde se encuentran la mayor parte de las monografías –diecisiete en total– anteriores a 1987. Por el contrario, las aportaciones posteriores a esta fecha han quedado dispersas, a veces difíciles de localizar y bastante menos leídas por estar redactadas en una lengua, el francés, cada vez menos practicada internacionalmente. De ahí que esté muy agradecido a las universidades de Granada, Valencia y Zaragoza, y más particularmente, a los responsables de los departamentos de publicaciones, Rafael Peinado Santaella, Antoni Furió y Antonio Pérez Lasheras, por haber tomado la iniciativa de ponerlas a disposición del público de lengua castellana. Asimismo mi deuda es grande con Antonio Luis Cortés Peña, frater ex animo, quien ha tenido la paciencia de realizar una meticulosa traducción.

 

Espero que el lector encontrará una cierta coherencia en este conjunto. Algunos principios han guiado siempre mis investigaciones sobre el fenómeno morisco. He intentado variar los ángulos de estudio teniendo en cuenta los diversos aspectos del problema –económico, político, religioso, cultural– recurriendo a varias escalas de análisis, desde la microhistoria (para Benimuslem, Carlet y Benimodo) a la macrohistoria, pasando por la dimensión regional. Estoy convencido de que cada una de ellas nos revela aspectos que las otras no permiten ver. He investigado también acercándome a los indispensables documentos primarios de archivos sin dedicarme a uno sólo de los grandes grupos regionales (granadinos, valencianos, aragoneses, castellanos). Si nunca he tratado directamente a los moriscos aragoneses –aunque no desespero de realizarlo–, mi atención se ha dirigido a los otros, con una insistencia muy particular hacia los granadinos y los valencianos. Desde este lado he intentado desvelar, por una parte, la multiplicidad de las situaciones y de las opciones y, por otra, las tendencias dominantes que conducían a la adopción de estrategias o de decisiones. Siguiendo esta vía, he descubierto que, al margen de las comunidades moriscas, existían grupos de musulmanes tolerados por las autoridades cristianas y olvidados por los investigadores. Su presencia, si bien no concierne a efectivos considerables, me ha ocupado con amplitud, porque es un elemento capital de este mosaico que constituye lo que he llamado el islam tardío español.

Finalmente, he procurado de forma constante mantenerme alejado de los peligros que amenazan a todos los que se acercan a la historia de los moriscos. El problema principal, por no decir el único que se nos ha planteado, es el de la convivencia entre grupos de religiones diferentes, entre sí y con el otro. La misma nunca es fácil; de ahí que no sea por azar el hecho de que un capítulo de la Historia de los moriscos. Vida y tragedia de una minoría se titule «La difícil convivencia». Bien entendido que quiere demostrar que una buena armonía entre comunidades encuentra, en la documentación, una suma de experiencias suficientes en apoyo de su hipótesis. Ahora bien, para lograrlo, es preciso eliminar todas aquellas de signo contrario. Hay en este propósito una intención, la que defiende la posibilidad de una buena convivencia en común, lo que me parece loable, pero que desemboca en una interpretación errónea de la sociedad medieval o la del siglo XVI. Siendo dicha convivencia evidentemente difícil en la actualidad, sería preciso renovarla con los valores y las prácticas de un pasado lejano; sin embargo, éste no era el mundo irenista que a veces se describe.

Expreso en este volumen lo que me separa de la postura de Francisco Márquez Villanueva, de Juan Goytisolo y de los investigadores que comparten su punto de vista. Con todo el respeto que tengo hacia su inmensa obra y hacia su pensamiento generoso, tengo que decirles que su voluntarismo falta a la realidad. Quieren pensar que la medida de la expulsión de los moriscos de España en 1609 estaba en total contradicción con los deseos de la sociedad de la época, tanto cristiana vieja como morisca, lo que lleva a la tesis poco convincente de un diktat de una archiminoría de individuos, encabezados por el duque de Lerma. El valido habría actuado como en el teatro, a la manera de un deus ex machina. El alegato apasionado y apasionante de Francisco Márquez Villanueva está impregnado de un sentimiento angelical y menosprecia el recelo hacia el morisco del siglo XVI, ciertamente diferente del racismo que conocemos hoy en día, pero bien activo, ya que descansa en fuertes representaciones del Otro, hostiles y operativas.

Pero he aquí que aparece otro peligro, el de la idea de la existencia de una fosa infranqueable entre las dos comunidades, cristiana vieja y morisca. Éste ha sido ampliamente desarrollado en dos libros recientes de Serafín Fanjul (al-Andalus contra España, la fuerza del mito y La quimera de al-Andalus); en ellos, además, atribuye la responsabilidad de su existencia únicamente a los moriscos. Eso sí, el autor afirma, en un primer momento, que los cristianos participaban de forma activa en el rechazo del otro –«el enfrentamiento era feroz por ambas partes»–; sin embargo, toda la demostración que sigue está constituida por una relación de iniciativas, en ese sentido, sólo de los moriscos. La conclusión, expuesta en dos tiempos, es concluyente: «Como se ve, el diálogo islamocristiano tiene unos años; su falta de resultados, también»; y posteriormente: «para terminar –en la España de hoy, generosa y abierta a todas las etnias, culturas y religiones como es– sólo nos queda hacer votos por la integración, como españoles en la plenitud de sus derechos y deberes, de todas las minorías actuales, ya sean gitanos o inmigrantes de cualquier procedencia. Pero para que tan deseable objetivo se logre no basta una sola voluntad: hacen falta dos». No se está lejos del tema del inmigrante por su permanente falta de ser inasimilable.

La tesis de Serafín Fanjul debe tanto más ser medida cuanto que mezcla hábilmente unas críticas fundadas que llama «el mito de las tres culturas», y que merecería mejor denominarse el mito de la armonía entre las tres religiones del Libro, unos desarrollos apoyados en una amplia documentación (la débil influencia del islam en el continente americano antes del siglo XIX), con unas citas bien poco representativas de sus autores bien sacadas de su contexto, y con unas afirmaciones extrañamente lapidarias, como por ejemplo, en el prólogo: «Y así en Andalucía o en otras regiones, las pervivencias árabes son poquitas, qué le vamos a hacer: así es la cosa». Si esta frase, como muchas otras, merece debate, al menos sería preciso decir que las destrucciones cristianas, a semejanza de las destrucciones de los maestros musulmanes en situación comparable, son por algo.

Existe un punto importante del ensayo de Serafín Fanjul que merece un comentario inmediato, pues me lleva a precisar mi percepción del hecho morisco. El profesor de literatura árabe plantea la pregunta: «¿Eran españoles los moriscos?» Presentada de este modo, conduce naturalmente por parte de su autor a una respuesta negativa. Ahora bien, pienso que la interrogación, tal como está expresada, es anacrónica. Se puede, ciertamente, debatir sobre lo que define la pertenencia a la comunidad española, pero en el siglo XVI, tanto los moriscos como los cristianos viejos, no tenían ninguna duda al respecto, ya que el apego de las minorías a su tierra natal, a la de sus antepasados, no era objeto de discusión. No conozco hasta hoy ningún texto surgido de la sociedad mayoritaria que lo niegue. El gran tratadista Pedro de Valencia escribe sobre los moriscos en 1606: «son españoles como los demás que havitan en España, pues ha casi 900 años que nacen y se crían en ella y se echa de ver en la semejanza e uniformidad de los talles, con los demás moradores de ella»; y Vicente Espinel pone en boca de un morisco en su «Marcos de Obregón»: «yo nací con ánimo y espíritu de español». Los historiadores tienen cierta dificultad para no abusar de la superioridad que supone el hecho de saber cómo se ha resuelto el enfrentamiento entre moriscos y cristianos viejos; también tienen cierta tendencia a hacer de los moriscos unos extranjeros antes de tiempo, como si los condenásemos a la expulsión antes incluso de que Felipe III se hubiese pronunciado sobre la misma. Precisamente, la falta de los moriscos era tanto más grave en cuanto que a su delito de herejía habían añadido el de traición al rey. Y si subrayo este aspecto, al cual espero dedicar próximamente un artículo, no es evidentemente con la intención de poner el acento sobre alguna culpabilidad española en la expulsión de 1609. Pienso que ya es tiempo de alejarse de las cuestiones estériles del tipo si fue justa o no la medida de la expulsión. Toda la Europa cristiana aplaudió la decisión del rey Católico y Luis XIV no obró de otra forma con los protestantes de Francia en 1685. Lo que importa comprender es el porqué y cómo se llegó a tal solución.

Desde este planteamiento, se comprenderán las razones que me han lle­­vado a elegir por título del libro El río morisco. Lejos de una historia que tiende a construir una sociedad que no ha existido más que en nuestros sueños, incluso, lejos asimismo de una historia que convierte a los moriscos en unas víctimas propiciatorias y trata de hacernos creer en la fábula de una leyenda negra cuidadosamente mantenida, defiendo una historia, quizás poco espectacular, atenta a infinidad de matices, a los conflictos y a las muestras de simpatía, a las frustraciones y a las esperanzas, a los cambios y a los rechazos, a la mayoría silenciosa y a los activistas de todas las tendencias; en una palabra, una historia equilibrada que no oculte nada e intente explicarlo todo. Pero, más allá, la metáfora del río muestra bien lo que fue la historia concreta de los moriscos. Esta historia que se desarrolla en un tiempo bastante largo, algo más de un siglo –de 1502 a 1609–, está marcada por unas fases de tensiones y de tregua hasta el momento final de la llegada al mar donde el río desaparece. Y éste está formado de corrientes diversas que a veces se reúnen y a veces se separan, dado que son atraídas por una u otra orilla, la de su tierra o la de su fe. Es toda la ambigüedad de esta disyuntiva la que hace que nuestras investigaciones resten siempre inacabadas pero al mismo tiempo sean siempre actuales. Por estas razones no he modificado nada de los textos aquí reunidos, aunque algunos sean ya relativamente antiguos y puedan ser completados a continuación con la lectura de los trabajos de otros investigadores y con el descubrimiento de nuevos documentos. Lamento también tal o cual formulación o imprecisión, pero sin renegar de nada. El lector, espero, podrá así, juzgar la evolución de una investigación, tanto de sus dudas y de sus lagunas como de sus avances.

BERNARD VICENT

Elementos de demografía morisca

El tema de la demografía morisca es inagotable. Desde los escritos polémicos y venenosos de los contemporáneos, los de Damián de Fonseca, de Marcos de Guadalajara y Javier, de Aznar Cardona, hasta los estudios más recientes, las reflexiones sobre la nupcialidad y la fecundidad de los cripto-musulmanes no han faltado.[1] Dos ejemplos entre las últimas aportaciones: en primer lugar, en su tesis sobre los moriscos de Ávila, Serafín de Tapia ha demostrado que la fecundidad de los moriscos era superior a la de los cristianos viejos. Atribuye el fenómeno a la precocidad del casamiento entre las mujeres de la comunidad minoritaria.[2] Sin embargo, observa también que la mortalidad infantil, sensiblemente más elevada entre los moriscos, tiende a reducir la diferencia inicial. Por otra parte, Eugenio Ciscar Pallarés ha estudiado la demografía de las poblaciones valencianas de Catadau y Llombai, la primera habitada exclusivamente por moriscos, la segunda, una entidad mixta. Llega a la conclusión de que los criptomusulmanes tienen una fecundidad y una densidad ligeramente más elevadas que las de los cristianos viejos.[3]

Si bien Serafín de Tapia y Eugenio Ciscar Pallarés se muestran con razón extremadamente prudentes en la utilización de sus datos, aportan confirmaciones a los resultados obtenidos por muchos investigadores de los últimos veinte años. La edad del primer casamiento de las mujeres, factor esencial de la fecundidad, es un poco más baja entre las moriscas que entre las cristianas viejas. A este respecto las opiniones de los adversarios de los cripto-musulmanes son fundadas. Por el contrario, poca atención ha merecido la segunda afirmación de los polemistas, a saber, la generalización del matrimonio. Se ha limitado a exponer la evidente banalidad de la inexistencia del celibato eclesiástico y a demostrar la débil difusión de la poligamia.

Es preciso volver a las prácticas matrimoniales. Ciertamente el estudio de la nupcialidad es difícil porque los registros parroquiales apenas nos informan sobre el tema. Pero es posible recurrir a otros documentos como las confesiones registradas por los inquisidores en período de edicto de gracia. Por la extensión de las preguntas planteadas sobre la identidad de todos los miembros de una misma familia y por el gran número de las personas interrogadas, que permite confrontar las respuestas y detectar los errores voluntarios o involuntarios, estos testimonios son preciosos. Ahora disponemos para varias localidades de la Ribera Alta valenciana, a unos cuarenta kilómetros al sur de la ciudad del Turia (Benimodo, Benimuslem, Carlet), de series que permiten a la vez un estudio cuantitativo sólido y una fina aproximación cuantitativa.[4]

 

Primer caso, el de Carlet, villa de 200 vecinos aproximadamente, donde la inmensa mayoría de la población es morisca. De las 317 declaraciones conservadas y encontradas, 210 fueron realizadas por mujeres de las cuales la más joven tiene 11 años,[5] 164 están casadas o lo han estado. Sobre todo, si se examina la edad de las declarantes, constatamos que únicamente cuatro de las mayores de 25 años permanecen solteras. ¡Y aún más! Sólo el caso de Axa Tarrabona, 40 años, no plantea ninguna incertidumbre. Porque, si Zoyra Mandet, 50 años, afirma que «no tiene marido ni hijos», el escribano añade al margen «viuda de Fernando Amete», anotación proveniente sin duda de verificaciones hechas por el inquisidor. ¿Se trata de una unión que la interesada ha intentado ocultar? Nexma Pozanquet, 30 años, y Nexma Caxut, 40 años, presentan su situación en términos diferentes. La primera confiesa tener tres hijos de 12, 9 y 6 años cuyo padre es un cierto Cacim Ferrer. Nexma Caxut dice con desenfado haber tenido unas traviesas con Hierónimo Alasdrach de las que tiene tres hijos de 11, 9 y 5 años. Concubinatos o casamientos a la musulmana que estas mujeres no quieren revelar y no podemos resolver. El caso es que no queda más que un único ejemplo de celibato comprobado. La más alta tasa de nupcialidad está realzada por el hecho conocido de que las moriscas se casan tempranamente. En el caso presente vemos que casi todas las mujeres de más de 20 años (24 de las 27, que tienen de 21 a 25 años) y la mitad de las que tienen entre 16 y 20 años (22 de las 43 de este tramo de edad) han contraído ya segundas nupcias. Localmente hay una generalización del matrimonio.

Una comprobación idéntica pude hacer en Benimodo y en Benimuslem. Disponemos de 80 confesiones femeninas –dentro de un conjunto de 159– para la primera de estas dos villas, cifra que debe representar seguramente más de los dos tercios de todas las que tienen la obligación de presentarse al interrogatorio. Ahora bien, 65 de estas mujeres tienen o han tenido un cónyuge. ¡De las otras 15, una sola tiene más de 21 años! Se trata de Axa Segarreta, 70 años, que según anotó el escribano «no tiene hijos porque no es casada ni lo ha sido». Sólo ella escapa a la norma. Y, sin embargo, en este caso aún tenemos una ligera duda ya que es calificada como viuda doncella. Extraña mención que quizás descubre un momento de descuido de quien hizo el registro. Parece, pues, que las solteras adultas sean probablemente tan raras entre ellas que no hemos encontrado sus declaraciones. El examen del estado civil de las madres, hermanas o hijas de las declarantes revela la existencia de otra soltera de más de veinticinco años. Nuzeya Granati es, según su hermana Fute, una doncella de 30 años, pero para Xumeica, otra hermana, es una moza por casar de 25 años. Por tanto, todas las esperanzas no se han perdido.

Idéntico escenario en Benimuslem. 21 mujeres vienen a confesarse. Una sola, 17 años, es soltera. Entre las casadas, una no tiene más que 14 años y otra, 15. Así pues, en las tres villas estudiadas, no sólo el matrimonio es precoz (en un trabajo anterior habíamos dado una edad media de 18 años y un mes para Carlet, de 16 años y 8 meses para Benimodo), sino que el casamiento concierne, con algunas raras excepciones, a casi todas las jóvenes.[6] Con seguridad no encontramos, entre estas moriscas, huella alguna de vocación eclesiástica que venga a frenar la nupcialidad, ni incluso de esas doncellas que, tan numerosas en un medio cristiano viejo, permanecen junto a sus padres ancianos o se incorporan al hogar de un hermano (o de una hermana) mayor.

Estos primeros datos se ven reforzados por otros que no son menos dignos de atención. En primer lugar, las segundas nupcias, cuya importancia es patente en la sociedad morisca de la Ribera Alta. Del grupo de las 121 mujeres casadas de Carlet de las que conocemos todos los detalles del casamiento, 16 son viudas. En Benimodo, se enumeran 6 viudas entre las 65 mujeres casadas y en Benimuslem, 5 entre las 20 mujeres casadas de nuestra muestra. Globalmente para las tres comunidades, las viudas representan el 13,1 % de las mujeres casadas. Ahora bien, en la España del Antiguo Régimen, se ha constatado muchas veces la existencia de viudas a la cabeza de un número elevado de hogares. Bartolomé Bennassar ha evaluado su porcentaje en el 15 % para Valladolid y 25 localidades del territorio de esta ciudad, el 19 % para Segovia, 20 % para Burgos y 21 % para Medina del Campo.[7] Para Annie Molinié-Bertrand, représentent dans la Castille du xvie siècle près du cinquième du total des vecinos.[8] Es evidente que Carlet, Benimodo y Benimuslem se separan de este modelo. Los hogares bajo la responsabilidad de viudas son, según toda probabilidad, muy inferiores al 15 %, porque en ningún caso, de todos los que hemos identificado, se encuentra una viuda a la cabeza de una célula autónoma. Inversamente, en cualquier localidad castellana había viudas que no eran jefes de familia. La diferencia entre el mundo morisco y la realidad del cristiano viejo, en esta materia, no debe ser despreciable.

Afinemos el análisis, Annie Molinié-Bertrand, a partir del examen de los registros parroquiales de la zona cantábrica señala que los casos de segundas nupcias de las viudas son raros. Ahora bien, volvamos de nuevo a las villas de la Ribera Alta. Doce de las 121 mujeres de Carlet se han casado dos veces y todas tenían al menos un hijo vivo en el momento del segundo matrimonio. La mitad de ellas incluso tenían dos o más. He descubierto también a dos mujeres de Benimodo y cinco de Benimuslem que se han casado una segunda vez. Dos de estas últimas, Zaara Pachot y Xuxa Marcet, 50 años la una y la otra, han contraído además una tercera unión. ¿Quién se vuelve a casar y quien permanece viuda? La pregunta es de las más interesantes. Recordemos que hemos enumerado, entre las tres villas, 27 viudas que quedaban solas y 19 que encontraron un nuevo marido. La diferencia entre estas dos cifras no es considerable. Sólo dos de las 27 mujeres sin cónyuge tienen una edad declarada inferior a 40 años: una habitante de Benimodo tiene 35 años, otra de Carlet, 36 años. Y esta última, Fátima Alami, ha dado a luz un sexto hijo hacía pocos meses. Su marido, con toda probabilidad, había fallecido recientemente. Por su parte, Xuxa Corcox, 60 años, de Benimodo, señala que su marido ha muerto diez u once años antes. Tenía, por tanto, con seguridad más de 40 años en el momento de la ruptura de la unión. En cambio, las viudas vueltas a casar pueden ser claramente más jóvenes. Axa Bonet, de Carlet, tiene 30 años, Fátima Sale, de Benimodo, 28 años y Nuzeya Barber, de Benimuslem, 25 años.

Es igualmente claro que los tiempos de viudedad de las mujeres jóvenes es breve. 5 años separan los nacimientos del tercer y cuarto hijo de Meriem Xinú. El tercero es fruto de su primer matrimonio, el siguiente del segundo. La separación se reduce a 3 años para Nexma Alami, 2 años para Axa Titi, todas de Carlet, y a un año para Zaara Pachot, de Benimuslem. Un último hecho: los segundos esposos de las viudas pueden ser de cualquier edad. Sin, de Benimuslem, el nuevo esposo de Nuzeya Barber, tiene, con sus 35 años, diez más que ella; el de Fátima Chaan, 40 años, tiene 60; y en Benimodo, el de Fátima Sale, 28 años, tiene 70. Pero también el segundo marido de Xuxa Marcet, de Benimuslem, no tiene más que 28. De este conjunto de datos se desprende la convicción de una utilización máxima de las posibilidades de reproducción.

Los moriscos que ignoran el celibato se casan entre ellos. Sus más feroces adversarios denuncian la endogamia y los legisladores intentan ponerle un freno. En vano. El ejemplo de las tres villas de la Ribera Alta es una perfecta ilustración del fracaso de las autoridades. El conjunto estudiado representa, teniendo en cuenta los ascendientes y los colaterales de las declarantes, cerca de 500 uniones. Una sola ha unido a una morisca y un cristiano viejo. Se trata precisamente de Xuxa Marcet quien, en primeras nupcias, se ha casado con un cierto Soler, cristiano viejo, del que no se conoce su origen geográfico. La pareja ha tenido una hija, Joana Delfina, casada también con un cristiano viejo e instalada en Alcira, importante localidad próxima a Benimuslem donde la comunidad morisca es muy reducida. Sin embargo, Xuxa Marcet, después de la muerte de su primer marido, vuelve al redil. Sus otros dos esposos son moriscos y el hijo de la segunda unión, Homaynad Marrad, contrae matrimonio con una morisca de Ènova, villa situada a una decena de kilómetros al sur de Benimuslem.

Xuxa Marcet y sus hijos no han ido nunca muy lejos para encontrar a sus cónyuges, lo que sucede con todos sus conciudadanos. Las 43 uniones analizadas de Benimuslem, tanto de quienes residen en la localidad, como las formadas por un nativo del lugar y de su cónyuge, así lo atestiguan. El examen del cuadro II, que enumera todos los lugares de donde son originarios los cónyuges, muestra que, si se omiten dos localidades que no he sabido identificar, sólo una mitad de los interesados están ya instalados en Benimuslem o viven en núcleos de población situados a menos de diez kilómetros. Alrededor de una cuarta parte viven o pertenecen a dos lugares distantes entre 10 y 20 kilómetros; y una última cuarta parte en otros núcleos a más de 20 kilómetros, los más lejanos, a menos de 100 kilómetros, en Teresa y Vall d’Uixò. El rasgo principal es aquí una relativa exogamia geográfica. Que un cuarto de los habitantes de Benimuslem encuentre cónyuge en su localidad es poco y contrasta con las realidades de Benimodo y Carlet. En Benimodo, para 82 uniones contempladas, 65 unen a dos habitantes de la población. Y las otras 17 personas no vienen de muy lejos: 8 son originarias de las localidades inmediatas de Carlet, Recelain y Llombay; 5 han recorrido entre 15 y 20 kilómetros (Antella, Corbera, Navarrés) para cambiar de residencia; otra, alrededor de 40 kilómetros (Manises); y una última, 80 kilómetros (Vall d’Uixò). Dos excepciones, sobre las que volveremos, deben atraer nuestra atención: dos mujeres vienen de la región de Granada. Para Carlet, me exponía, por causa de las grandes dimensiones de la encuesta, a los riesgos de contabilizar repeticiones; de ahí que me haya limitado a un sondeo de 62 casos en los que el lugar de origen estaba especificado. 52 de estas uniones atañen a habitantes de Carlet. Cuatro cónyuges son de Benimodo, muy próximo, 2 res-pectivamente de Albalat de la Ribera y de Picassent, distantes una veintena de kilómetros. Los otros cuatro pertenecen a localidades situadas a unos cincuenta kilómetros de Carlet. Puedo asegurar que la lectura de todas las declaraciones confirma la fuerte tendencia a la endogamia. Una sola desviación al respecto, dos «granadinas» han contraído matrimonio con hombres de la población de la Ribera. Este caso es un signo que no engaña. Estas mujeres son huidas del levantamiento morisco que, entre 1568 y 1570, ha asolado el conjunto del reino de Granada, y que, a pesar de las prohibiciones, han podido establecerse en el seno del reino de Valencia. Su presencia revela la fuerte solidaridad intermorisca, practicándose aquí en favor de unas mujeres consideradas por las autoridades como indefectiblemente ligadas al islam.