Maestros de la Poesia - César Vallejo

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From the series: Maestros de la Poesia #5
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Fresco

Llegué a confundirme con ella,

tanto...! Por sus recodos

espirituales, yo me iba

jugando entre tiernos fresales,

entre sus griegas manos matinales.

Ella me acomodaba después os lazos negros

y bohemios de la corbata. y yo

volvía a ver la piedra

absorta, desairados los bancos, y el reloj

que nos iba envolviendo en su carrete,

al dar su inacabable milinete.

Buenas noches aquellas,

que hoy la dan por reír

de mi extraño morir,

de mi modo de andar meditabundo.

Alfeñiques de oro,

joyas de azúcar

que al fin se quiebran en

el mortero de losa de este mundo.

Pero para las lágrimas de amor,

los luceros son lindos pañuelitos

lilas,

naranjos,

verdes,

que empapa el corazón.

Y si hay ya mucha hiel en esas sedas,

hay un cariño que no nace nunca,

que nunca muere,

vuela otro gran pañuelo apocalíptico,

la mano azul, inédita de Dios!

He encontrado a una niña...

He encontrado a una niña

en la calle, y me ha abrazado.

Equis, disertada, quien la halló y la halle,

no la va a recordar.

Esta niña es mi prima. Hoy, al tocarle

el talle, mis manos han entrado en su edad

como en par de mal revocados sepulcros.

Y por la misma desolación marchóse,

delta al sol tenebloso,

trina entre los dos.

«Me he casado»,

me dice. Cuando lo que hicimos de niños

en casa de la tía difunta.

Se ha casado.

Se ha casado.

Tardes años latitudinales,

qué verdaderas ganas nos ha dado

de jugar a los toros, a las yuntas,

pero todo de engaños, de candor, como fue.

Heces

Esta tarde llueve, como nunca; y no

tengo ganas de vivir, corazón.

Esta tarde es dulce. Por qué no ha de ser?

Viste de gracia y pena; viste de mujer.

Esta tarde en Lima llueve. Y yo recuerdo

las cavernas crueles de mi ingratitud;

mi bloque de hielo sobre su amapola,

más fuerte que su "No seas así!"

Mis violentas flores negras; y la bárbara

y enorme pedrada; y el trecho glacial.

Y pondrá el silencio de su dignidad

con óleos quemantes el punto final.

Por eso esta tarde, como nunca, voy

con este búho, con este corazón.

Y otras pasan; y viéndome tan triste,

toman un poquito de ti

en la abrupta arruga de mi hondo dolor.

Esta tarde llueve, llueve mucho. ¡Y no

tengo ganas de vivir, corazón!

Hoy me gusta la vida mucho menos...

Hoy me gusta la vida mucho menos,

pero siempre me gusta vivir: ya lo decía.

Casi toqué la parte de mi todo y me contuve

con un tiro en la lengua detrás de mi palabra.

Hoy me palpo el mentón en retirada

y en estos momentáneos pantalones yo me digo:

¡Tanta vida y jamás!

¡Tantos años y siempre mis semanas!...

Mis padres enterrados con su piedra

y su triste estirón que no ha acabado;

de cuerpo entero hermanos, mis hermanos,

y, en fin, mi ser parado y en chaleco.

Me gusta la vida enormemente

pero, desde luego,

con mi muerte querida y mi café

y viendo los castaños frondosos de París

y diciendo:

Es un ojo éste, aquél; una frente ésta, aquélla...

Y repitiendo:

¡Tanta vida y jamás me falla la tonada!

¡Tantos años y siempre, siempre, siempre!

Dije chaleco, dije

todo, parte, ansia, dije casi, por no llorar.

Que es verdad que sufrí en aquel hospital que queda al lado

y está bien y está mal haber mirado

de abajo para arriba mi organismo.

Me gustará vivir siempre, así fuese de barriga,

porque, como iba diciendo y lo repito,

¡tanta vida y jamás! ¡Y tantos años,

y siempre, mucho tiempo, siempre, siempre!

Idilio muerto

Qué estará haciendo esta hora mi andina y dulce Rita

de junco y capulí;

ahora que me asfixia Bizancio, y que dormita

la sangre, como flojo cognac, dentro de mí.

Dónde estarán sus manos que en actitud contrita

planchaban en las tardes blancuras por venir;

ahora, en esta lluvia que me quita

las ganas de vivir.

Qué será de su falda de franela; de sus

afanes; de su andar;

de su sabor a cañas de mayo del lugar.

Ha de estarse a la puerta mirando algún celaje,

y al fin dirá temblando: "¡Qué frío hay... Jesús!".

Y llorará en las tejas un pájaro salvaje.

Intensidad y altura

Quiero escribir, pero me sale espuma,

Quiero decir muchísimo y me atollo;

No hay cifra hablada que no sea suma,

No hay pirámide escrita, sin cogollo.

Quiero escribir, pero me siento puma;

Quiero laurearme, pero me encebollo.

No hay toz hablada, que no llegue a bruma,

No hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.

Vámonos, pues, por eso, a comer yerba,

Carne de llanto, fruta de gemido,

Nuestra alma melancólica en conserva.

Vámonos! Vámonos! Estoy herido;

Vámonos a beber lo ya bebido,

Vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.

La copa negra

La noche es una copa de mal. Un silbo agudo

del guardia la atraviesa, cual vibrante alfiler.

Oye, tú, mujerzuela, ¿cómo, si ya te fuiste,

la onda aún es negra y me hace aún arder?

La tierra tiene bordes de féretro en la sombra.

Oye, tú, mujerzuela, no vayas a volver.

Mi carne nada, nada

en la copa de sombra que me hace aún doler;

mi carne nada en ella

como en un pantanoso corazón de mujer.

Ascua astral... He sentido

secos roces de arcilla

sobre mi loto diáfano caer.

¡Ah, mujer! Por ti existe

la carne hecha de instinto. ¡Ah, mujer!

Por eso ¡oh negro cáliz! aun cuando ya te fuiste,

me ahogo con el polvo

¡y piafan en mis carnes más ganas de beber!

Líneas

Cada cinta de fuego

que, en busca del Amor,

arrojo y vibra en rosas lamentables,

me da a luz el sepelio de una víspera.

Yo no sé si el redoble en que lo busco,

será jadear de roca,

o perenne nacer de corazón.

Hay tendida hacia el fondo de los seres,

un eje ultranervioso, honda plomada.

¡La hebra del destino!

Amor desviará tal ley de vida,

hacia la voz del Hombre;

y nos dará la libertad suprema

en transubstanciación azul, virtuosa,

contra lo ciego y lo fatal.

¡Que en cada cifra lata,

recluso en albas frágiles,

el Jesús aún mejor de otra gran Yema!

Y después... La otra línea...

Un Bautista que aguaita, aguaita, aguaita...

Y, cabalgando en intangible curva,

un pie bañado en púrpura.

Los dados eternos

Para Manuel González Prada,

esta emoción bravía y selecta,

una de las que, con más entusiasmo,

me ha aplaudido el gran maestro.

Dios mío, estoy llorando el ser que vivo;

me pesa haber tomado de tu pan;

pero este pobre barro pensativo

no es costra fermentada en tu costado:

¡tú no tienes Marías que se van!

Dios mío, si tú hubieras sido hombre,

hoy supieras ser Dios;

pero tú, que estuviste siempre bien,

no sientes nada de tu creación.

¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él!

Hoy que en mis ojos brujos hay candelas,

como en un condenado,

Dios mío, prenderás todas tus velas,

y jugaremos con el viejo dado.

Tal vez ¡oh jugador! al dar la suerte

del universo todo,

surgirán las ojeras de la Muerte,

como dos ases fúnebres de lodo.

Dios mío, y esta noche sorda, obscura,

ya no podrás jugar, porque la Tierra

es un dado roído y ya redondo

a fuerza de rodar a la aventura,

que no puede parar sino en un hueco,

en el hueco de inmensa sepultura.

Los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma... ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son... Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;

o lo heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma,

de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones

de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como

cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido

se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!

Los pasos lejanos

Mi padre duerme. Su semblante augusto

figura un apacible corazón;

está ahora tan dulce...;

si hay algo en él de amargo, seré yo.

Hay soledad en el hogar; se reza;

y no hay noticias de los hijos hoy.

Mi padre se despierta, ausculta

la huída a Egipto, el restañante adiós.

Está ahora tan cerca;

si hay algo en él de lejos, seré yo.

Y mi madre pasea allá en los huertos,

saboreando un sabor ya sin sabor.

 

Está ahora tan suave,

tan ala, tan salida, tan amor.

Hay soledad en el hogar sin bulla,

sin noticias, sin verde, sin niñez.

Y si hay algo quebrado en esta tarde,

y que baja y que cruje,

son dos viejos caminos blancos, curvos.

Por ellos va mi corazón a pie.

Masa

Al fin de la batalla,

y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre

y le dijo: "¡No mueras, te amo tanto!"

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Se le acercaron dos y repitiéronle:

"¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!"

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,

clamando "¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!"

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Le rodearon millones de individuos,

con un ruego común: "¡Quédate hermano!"

Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.

Entonces todos los hombres de la tierra

le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;

incorporóse lentamente,

abrazó al primer hombre; echóse a andar...

Medialuz

He soñado una fuga. Y he soñado

tus encajes dispersos en la alcoba.

A lo largo de un muelle, alguna madre;

y sus quince años dando el seno a una hora.

He soñado una fuga. Un "para siempre"

suspirado en la escala de una proa;

he soñado una madre;

unas frescas matitas de verdura,

y el ajuar constelado de una aurora.

A lo largo de un muelle...

Y a lo largo de un cuello que se ahoga!

Mentira

Mentira. Si lo hacía de engaños,

y nada más. Ya está. De otro modo,

también tú vas a ver

cuánto va a dolerme el haber sido así.

Mentira. Calla.

Ya está bien.

Como otras veces tú me haces esto mismo,

pero yo también he sido así.

A mí, que había tanto atisbado si de veras

llorabas,

ya que otras veces sólo te quedaste

en tus dulces pucheros,

a mí, que ni soñé que los creyeses,

me ganaron tus lágrimas.

Ya está.

Mas ya lo sabes: todo fue mentira.

Y si sigues llorando, bueno, pues!

Otra vez ni he de verte cuando juegues.

Nervazón de angustia

Dulce hebrea, desclava mi tránsito de arcilla;

desclava mi tensión nerviosa y mi dolor...

Desclava, amada eterna, mi largo afán y los

dos clavos de mis alas y el clavo de mi amor!

Regreso del desierto donde he caído mucho;

retira la cicuta y obséquiame tus vinos:

espanta con un llanto de amor a mis sicarios,

cuyos gestos son férreas cegueras de Longinos!

Desclávame mis clavos ¡oh nueva madre mía!

¡Sinfonía de olivos, escancia tu llorar!

Y has de esperar, sentada junto a mi carne muerta,

cuál cede la amenaza, y la alondra se va!

Pasas... vuelves... Tus lutos trenzan mi gran cilicio

con gotas de curare, filos de humanidad,

la dignidad roquera que hay en tu castidad,

y el judithesco azogue de tu miel interior.

Son las ocho de una mañana en crema brujo...

Hay frío... Un perro pasa royendo el hueso de otro

perro que se fue... Y empieza a llorar en mis nervios

un fósforo que en cápsulas de silencio apagué!

Y en mi alma hereje canta su dulce fiesta asiática

un dionisíaco hastío de café...!

Nochebuena

Al callar la orquesta, pasean veladas

sombras femeninas bajo los ramajes,

por cuya hojarasca se filtran heladas

quimeras de luna, pálidos celajes.

Hay labios que lloran arias olvidadas,

grandes lirios fingen los ebúrneos trajes.

Charlas y sonrisas en locas bandadas

perfuman de seda los rudos boscajes.

Espero que ría la luz de tu vuelta;

y en la epifanía de tu forma esbelta,

cantará la fiesta en oro mayor.

Balarán mis versos en tu predio entonces,

canturreando en todos sus místicos bronces

que ha nacido el niño-Jesús de tu amor.

Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas...

Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas

de memoria, gravísimo cetáceo;

oye a la túnica en que estás dormido,

oye a tu desnudez, dueña del sueño.

Relátate agarrándote

de la cola del fuego y a los cuernos

en que acaba la crin su atroz carrera;

rómpete, pero en círculos;

fórmate, pero en columnas combas;

descríbete atmosférico, sér de humo,

a paso redoblado de esqueleto.

¿La muerte? ¡Opónle todo su vestido!

¿La vida? ¡Opónle parte de tu muerte!

Bestia dichosa, piensa;

dios desgraciado, quítate la frente.

Luego, hablaremos.

Nómina de huesos

Se pedía a grandes voces:

-Que muestre las dos manos a la vez.

Y esto no fue posible.

-Que, mientras llora, le tomen la medida de sus pasos.

Y esto no fue posible.

-Que piense un pensamiento idéntico, en el tiempo en que un cero

permanece inútil.

Y esto no fue posible.

-Que haga una locura.

Y esto no fue posible.

-Que entre él y otro hombre semejante a él, se interponga una

muchedumbre de hombres como él.

Y esto no fue posible.

-Que le comparen consigo mismo.

Y esto no fue posible.

-Que le llamen, en fin, por su nombre.

Y esto no fue posible.

Para el alma imposible de mi amada

Amada: no has querido plasmarte jamás

como lo ha pensado mi divino amor.

Quédate en la hostia,

ciega e impalpable,

como existe Dios.

Si he cantado mucho, he llorado más

por ti ¡oh mi parábola excelsa de amor!

Quédate en el seso,

y en el mito inmenso

de mi corazón!

Es la fe, la fragua donde yo quemé

el terroso hierro de tanta mujer;

y en un yunque impío te quise pulir.

Quédate en la eterna

nebulosa, ahí,

en la multicencia de un dulce no ser.

Y si no has querido plasmarte jamás

en mi metafísica emoción de amor,

deja que me azote,

como un pecador.

Piedra negra sobre una piedra blanca

Me moriré en París con aguacero,

un día del cual tengo ya el recuerdo.

Me moriré en París -y no me corro-

tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.

Jueves será, porque hoy, jueves, que proso

estos versos, los húmeros me he puesto

a la mala y, jamás como hoy, me he vuelto,

con todo mi camino, a verme solo.

César Vallejo ha muerto, le pegaban

todos sin que él les haga nada;

le daban duro con un palo y duro

también con una soga; son testigos

los días jueves y los huesos húmeros,

la soledad, la lluvia, los caminos...

Piensan los viejos asnos

Ahora vestiríame

de músico por verle,

chocaría con su alma, sobándole el destino con mi mano,

le dejaría tranquilo, ya que es un alma a pausas,

en fin, le dejaría

posiblemente muerto sobre su cuerpo muerto.

Podría hoy dilatarse en este frío,

podría toser; le vi bostezar, duplicándose en mi oído

su aciago movimiento muscular.

Tal me refiero a un hombre, a su placa positiva

y, ¿por qué no? a su boldo ejecutante,

aquel horrible filamento lujoso;

a su bastón con puño de plata con perrito,

y a los niños

que él dijo eran sus fúnebres cuñados.

Por eso vestiríame hoy de músico,

chocaría con su alma que quedóse mirando a mi materia...

¡Mas ya nunca veréle afeitándose al pie de su mañana;

ya nunca, ya jamás, ya para qué!

¡Hay que ver! ¡qué cosa cosa!

¡qué jamás de jamases su jamás!

Pienso en tu sexo...

Pienso en tu sexo.

Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,

ante el hijar maduro del día.

Palpo el botón de dicha, está en sazón.

Y muere un sentimiento antiguo

degenerado en seso.

Pienso en tu sexo, surco más prolífico

y armonioso que el vientre de la sombra,

aunque la muerte concibe y pare

de Dios mismo.

Oh Conciencia,

pienso, si, en el bruto libre

que goza donde quiere, donde puede.

Oh escándalo de miel de los crepúsculos.

Oh estruendo mudo.

¡Odumodneurtse!

Poema

De todo esto yo soy el único que parte.

De este banco me voy, de mis calzones,

de mi gran situación, de mis acciones,

de mi número hendido parte a parte,

de todo esto yo soy el único que parte.

De los Campos Elíseos o al dar vuelta

la extraña callejuela de la Luna,

mi defunción se va, parte mi cuna,

y, rodeada de gente, sola, suelta,

mi semejanza humana dase vuelta

y despacha sus sombras una a una.

Y me alejo de todo, porque todo

se queda para hacer la coartada:

mi zapato, su ojal, también su lodo

y hasta el doblez del codo

de mi propia camisa abotonada.

Poema para ser leído y cantado

Sé que hay una persona

que me busca en su mano, día y noche,

encontrándome, a cada minuto, en su calzado.

¿Ignora que la noche está enterrada

con espuelas detrás de la cocina?

Sé que hay una persona compuesta de mis partes,

a la que integro cuando va mi talle

cabalgando en su exacta piedrecilla.

¿Ignora que a su cofre

no volverá moneda que salió con su retrato?

Sé el día,

pero el sol se me ha escapado;

sé el acto universal que hizo en su cama

con ajeno valor y esa agua tibia, cuya

superficial frecuencia es una mina.

¿Tan pequeña es, acaso, esa persona,

que hasta sus propios pies así la pisan?

Un gato es el lindero entre ella y yo,

al lado mismo de su tasa de agua.

La veo en las esquinas, se abre y cierra

su veste, antes palmera interrogante...

¿Qué podrá hacer sino cambiar de llanto?

Pero me busca y busca. ¡Es una historia!

1892

Romería

Pasamos juntos. El sueño

lame nuestros pies qué dulce;

y todo se desplaza en pálidas

renunciaciones sin dulce.

Pasamos juntos. Las muertas

almas, las que, cual nosotros,

cruzaron por el amor,

con enfermos pasos ópalos,

salen en sus lutos rígidos

y se ondulan en nosotros.

Amada, vamos al borde

frágil de un montón de tierra.

Va en aceite ungida el ala,

y en pureza. Pero un golpe,

al caer yo no sé dónde,

afila de cada lágrima

un diente hostil.

Y un soldado, un gran soldado,

heridas por charreteras,

se anima en la tarde heroica,

y a sus pies muestra entre risas,

como una gualdrapa horrenda,

el cerebro de la Vida.

Pasamos juntos, muy juntos,

invicta Luz, paso enfermo;

pasamos juntos las lilas

mostazas de un cementerio.

Setiembre

Aquella noche de setiembre, fuiste

tan buena para mí... hasta dolerme!

Yo no sé lo demás; y para eso,

no debiste ser buena, no debiste.

Aquella noche sollozaste al verme

hermético y tirano, enfermo y triste.

Yo no sé lo demás... y para eso,

yo no sé por qué fui triste... tan triste...!

Solo esa noche de setiembre dulce,

tuve a tus ojos de Magdala, toda

la distancia de Dios... y te fui dulce!

Y también fue una tarde de setiembre

cuando sembré en tus brasas, desde un auto,

los charcos de esta noche de diciembre.

Si te amara... qué sería?

¿ . . . . . . . . . . . .

-Si te amara... qué sería?

-Una orgía!

-Y si él te amara?

Sería

todo rituario, pero menos dulce.

Y si tú me quisieras?

La sombra sufriría

justos fracasos en tus niñas monjas.

Culebrean latigazos,

cuando el can ama a su dueño?

-No; pero la luz es nuestra.

Estás enfermo... Vete... Tengo sueño!

( Bajo la alameda vesperal

 

se quiebra un fragor de rosa ) .

-Idos, pupilas, pronto...

Ya retoña la selva en mi cristal!

Un hombre está mirando a una mujer...

Un hombre está mirando a una mujer,

está mirándola inmediatamente,

con su mal de tierra suntuosa

y la mira a dos manos

y la tumba a dos pechos

y la mueve a dos hombres.

Pregúntome entonces, oprimiéndome

la enorme, blanca, acérrima costilla:

Y este hombre

¿no tuvo a un niño por creciente padre?

¿Y esta mujer, a un niño

por constructor de su evidente sexo?

Puesto que un niño veo ahora,

niño ciempiés, apasionado, enérgico;

veo que no le ven

sonarse entre los dos, colear, vestirse;

puesto que los acepto,

a ella en condición aumentativa,

a él en la flexión del heno rubio.

Y exclamo entonces, sin cesar ni uno

de vivir, sin volver ni uno

a temblar en la justa que venero:

¡Felicidad seguida

tardíamente del Padre,

del Hijo y de la Madre!

¡Instante redondo,

familiar, que ya nadie siente ni ama!

¡De qué deslumbramiento áfono, tinto,

se ejecuta el cantar de los cantares!

¡De qué tronco, el florido carpintero!

¡De qué perfecta axila, el frágil remo!

¡De qué casco, ambos cascos delanteros!

Verano

Verano, ya me voy. Y me dan pena

las manitas sumisas de tus tardes.

Llegas devotamente; llegas viejo;

y ya no encontrarás en mi alma a nadie.

Verano! Y pasarás por mis balcones

con gran rosario de amatistas y oros,

como un obispo triste que llegara

de lejos a buscar y bendecir

los rotos aros de unos muertos novios.

Verano, ya me voy. Allá, en setiembre

tengo una rosa que te encargo mucho;

la regarás de agua bendita todos

los días de pecado y de sepulcro.

Si a fuerza de llorar el mausoleo,

con luz de fe su mármol aletea,

levanta en alto tu responso, y pide

a Dios que siga para siempre muerta.

Todo ha de ser ya tarde;

y tú no encontrarás en mi alma a nadie.

Ya no llores, Verano! En aquel surco

muere una rosa que renace mucho...

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