Read the book: «Aceptar la duda»

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Anselm Grün

Aceptar la duda

La crisis como señal de progreso

Traducción del alemán de Francisco García Lorenzana


Título original: DEN ZWEIFEL UMARMEN

© 2019 by Kösel-Verlag, München,

in der Verlagsgruppe Random House GmbH,

München and Vier-Türme Verlag, 97359 Münsterschwarzach

© 2020 by Editorial Kairós, S.A.

Numancia 117-121, 08029 Barcelona, España

www.editorialkairos.com

Composición: Pablo Barrio

Diseño cubierta: Katrien Van Steen

Primera edición en papel: Enero 2021

Primera edición en digital: Enero 2021

ISBN papel: 978-84-9988-840-8

ISBN epub: 978-84-9988-874-3

ISBN kindle: 978-84-9988-875-0

Todos los derechos reservados.

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Sumario

1  Introducción

2  1. Duda y conocimiento

3  2. La duda en las relaciones personales

4  3. Dudar de la capacidad de los empleados

5  4. Dudar de uno mismo

6  5. Duda y fe

7  6. La duda en momentos de enfermedad y necesidad

8  7. El anhelo de certeza

9  8. Dudar de los dogmas

10  9. Gestionar las dudas de los niños

11  10. Fe y desesperación

12  11. La desesperación como experiencia humana básica

13  12. Observación final

14  Bibliografía

Introducción

A veces, algunas personas se acusan durante la confesión: «He dudado de Dios», o «He dudado de la fe». Consideran que la duda es un pecado; sin embargo, la duda pertenece a la esencia de la fe. La duda fortalecerá la fe y la cuestionará para que siempre nos volvamos a preguntar ¿qué creo realmente? ¿Qué significa que Dios existe, que Cristo resucitó, y que fuimos salvados por Él? ¿Qué significa para mí la vida eterna? Como las personas no pueden conocer la verdadera naturaleza de Dios, la duda es una compañera imprescindible en el intento de comprender cada vez más y mejor este misterio.

Ahora bien, existe asimismo la duda que lo pone todo en duda no para profundizar en la fe, sino para mantenerla bien alejada. Se duda de todo para mantener una distancia con todo lo que pueda tener relación con la fe, con el objetivo de vivir sin obligaciones. Esta duda no se aplica solo a la fe, sino a cualquier conocimiento. La filosofía la designa como la duda absoluta. Esta duda conduce al escepticismo. Niega todo conocimiento y es el fundamento de la inacción. El escéptico siempre guarda las distancias con todo. Sus acciones no se basan en la fe ni en el conocimiento, ni siquiera en la responsabilidad. Siempre es un espectador.

La filosofía también reconoce la duda existencial, que duda del sentido del destino. Esta duda conduce a la desesperación que en la tradición espiritual equivale a un pecado. La palabra alemana «Ver-zweiflung» tiene el significado de la duda radical, que nos arrebata los cimientos de nuestro ser y las raíces de nuestra existencia.1

La duda no aparece solo en el ámbito de la fe, sino también en el de las relaciones personales. Cuando una persona se enamora, siempre tiene la duda de si la otra persona es la más adecuada para él. Y aunque se una a esa persona en matrimonio, siempre tendrá sus dudas. Y también existe la duda como motivación para la investigación. Así un proverbio iraní dice: «La duda es la llave del conocimiento». La duda nos obliga a investigar en profundidad lo que nos parece dudoso. Esta duda se conoce como duda metódica; sirve para profundizar cada vez más en el conocimiento. Pero también existe la duda moral, que niega todas las normas morales y conduce al relativismo.

La palabra alemana «Zweifel» [duda] deriva del número «zwei» [dos] y de «falten» [doblar/plegar]. Algo que está doblado dos veces. Por eso «Zweifel» significa «una doble incertidumbre». Si reflexionamos sobre la palabra «Zweifel», llegamos a una experiencia esencial de la humanidad. Aprendemos que todo está emparejado: existen la luz y las tinieblas, el cielo y la tierra, el hombre y la mujer, la fe y la incredulidad. En la vida existe la dualidad; y al mismo tiempo ansiamos la unidad, ansiamos ser uno. Esta ansia, sobre todo, fue muy fuerte en los griegos. Así, la duda nos conduce a la esencia de nuestra existencia humana. Como personas somos alma y cuerpo, espíritu y materia, hombre y mujer. En nosotros siempre tenemos dos polos. Pero a pesar de eso, ansiamos ser uno, llegar a un acuerdo con nosotros mismos. No obstante, este camino hacia la unidad pasa siempre por la dualidad, por la duplicidad. Por eso en la persona no existe solo la experiencia de la duda y de la incertidumbre, sino también el ansia de unidad y certeza. Precisamente, en nuestro mundo plural, que ofrece tantas posibilidades de pecar, que confunden a las personas, estas ansían un descanso, ansían claridad, seguridad en lo que creen y en su modo de vida.

Por este motivo, no quiero reflexionar solo sobre la duda y la desesperación, sino también sobre la experiencia de la certeza, sobre la experiencia de que hay algo que sabemos con toda seguridad, que conocemos con toda claridad. La certeza puede ser una experiencia espiritual, como la que vivió Pascal durante la noche del 23 de noviembre de 1654. En ella, Pascal experimentó la presencia de Dios como certeza y alegría. Reflejó esta experiencia en su famoso Memorial: «Fuego. Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob, no de los filósofos ni de los sabios. Certeza, certeza, sentimientos: alegría, paz. Dios de Jesucristo». Estas experiencias de la certeza son experiencias de la Gracia. En esos instantes desaparece la duda. De repente todo está claro. Así sentimos una seguridad interior: esto es la verdad. Sobre ella podemos construir. Todos ansiamos este tipo de experiencias.

Pero no existe solo este tipo de experiencias místicas de una certeza profunda. También hay personas que están seguras de su fe. No la ponen en cuestión. No son rígidos y tercos. Irradian una certeza natural. Estas personas están dotadas de una confianza profunda en la vida y de un anclaje muy firme en Dios. Han podido crecer a partir de las exigencias de la vida porque se yerguen sobre un terreno firme. Todos ansiamos este tipo de certeza, ansiamos una fe a la que nos podamos aferrar, como nos desea Pablo: «Manteneos despiertos y firmes en la fe: tened mucho valor y firmeza» (1 Cor 16:13). Siempre que aparece la duda y la incertidumbre en nuestra vida ansiamos tener algún tipo de fe, como se describe en la Epístola a los Hebreos: «Tener fe es tener la plena seguridad de recibir lo que se espera; es estar convencidos de la realidad de cosas que no vemos» (Heb 11:1). En medio de la inseguridad y de la incertidumbre que nos rodea por todas partes, necesitamos un fundamento seguro sobre el que permanecer.

Por eso, en este libro quiero reflexionar sobre cómo se relacionan la fe y la duda, cómo la duda y el ansia de certeza se refuerzan mutuamente, qué papel desempeña la duda en nuestra vida, cómo la duda refuerza la fe y el conocimiento y cómo la duda nos impide vivir y creer, y cómo podemos superar la desesperación que a veces nos asalta.

1. Duda y conocimiento

Algunos dicen que el asombro es el principio de la filosofía. Otros consideran que empieza con la duda, porque la duda nos obliga a reflexionar más sobre la vida, sobre la humanidad y sobre Dios. Eso creía el filósofo y teólogo medieval Abelardo: «A través de la duda llegamos a la investigación; y a través de la investigación alcanzamos la verdad». Para Abelardo era necesario poner en duda todos los fundamentos filosóficos y también todas las afirmaciones de la fe, para conocer mejor cuál es la verdad esencial. En el proceso de investigación conseguimos saber qué significan realmente las afirmaciones de la fe. Sencillamente tener por ciertas las palabras, sin analizarlas, va en contra de la dignidad del espíritu humano. Así desarrolló Abelardo el método del Sic et Non, para conocer la verdad a través de las dudas.

La filosofía distingue diferentes formas de duda. Existe la duda sobre la claridad de una afirmación; también se puede dudar de una afirmación. La segunda forma es la duda sobre el valor de una acción (duda de su calidad moral), y la tercera forma es la duda sobre el sentido y el objetivo de la vida humana (duda de la trascendencia existencial) (cf. Beiner, «Zweifel» en TRE 767). La duda procede del «sentido ambiguo». Todo también puede tener un sentido doble. Por eso podemos dudar siempre de una afirmación; siempre podría existir una afirmación que se ajustase mejor a los hechos.

Uno de los filósofos que elevó la duda a principio metodológico fue René Descartes. A partir de la duda sobre todas las afirmaciones establece un punto de partida firme e inamovible, «del que ya no se puede dudar». Su famosa sentencia dice: «Cogito ergo sum. Pienso, luego existo». Melanie Beiner lo explica de la siguiente manera: «La duda como acto del pensamiento puede poner en cuestión cualquier contenido del pensamiento, pero no la acción de pensar en sí mismo» (Ibídem, 769). Descartes considera como verdadero lo que «puedo comprender de manera clara y manifiesta». Con ello, la «seguridad en sí mismo del sujeto pensante se convierte en el fundamento indudable de todo conocimiento» (Ibídem, 769). Eso ya lo había planteado de manera similar san Agustín mucho antes que Descartes. Este considera que la duda viene acompañada de condiciones de las que no se puede dudar. Por eso dice Agustín: «El hecho de vivir, de recordar, de querer, de pensar, de saber y de juzgar: ¿quién duda de eso? [...] Quien dude de todo lo demás nunca puede dudar de estas cosas. Porque si no fueran firmes, le sería imposible dudar» (Ibídem, 768: Agustín, De Trinitate X, 1914).

El filósofo social alemán Max Weber considera que «la duda más radical es la madre del conocimiento». Cuando dudamos de algo, nos implicamos y queremos saber más y mejor de lo que se trata. Así, la duda es el motor no solo de la filosofía, sino también de las ciencias naturales. Cada experimento de las ciencias naturales parte de la duda sobre los conocimientos existentes en cada momento. Dudamos de los resultados conseguidos hasta ahora y queremos analizar con más precisión lo que constituye la realidad. Los físicos Heisenberg y Pauli empezaron a dudar, a través de sus experimentos, acerca de que la física que aprendieron de Newton fuera correcta; así desarrollaron una física nueva: la física cuántica. Pero también en este ámbito se plantean dudas, que obligan al investigador de la naturaleza a analizar con mayor exactitud la naturaleza y sus leyes.

Un proverbio de la India lo expresa de una manera muy hermosa: «La duda es la sala de espera del conocimiento». La duda no se conforma con los conocimientos que existen en este momento. Quiere saber más. Así que la duda es como un motor que ha impulsado a filósofos, teólogos y científicos a seguir investigando. Sin la duda no habríamos alcanzado nunca el nivel actual de nuestros conocimientos.

El investigador científico empieza poniendo en duda los resultados que se han alcanzado en la investigación hasta el momento: ¿es esta la última verdad? ¿O solo hemos analizado la superficie? La duda obliga al científico a realizar experimentos para confirmar lo aprendido hasta ahora, o para ponerlo en duda. A partir de aquí, la duda obliga a investigar las cosas con mayor profundidad hasta que el científico se da por satisfecho. Pero esta satisfacción no es nunca una satisfacción definitiva. Por eso el investigador siempre irá poniendo en duda lo aprendido hasta el momento para explorar con mayor precisión la realidad.

Uno de los mayores escépticos entre los filósofos fue E.M. Cioran, que era originario de Rumanía, estudió filosofía en Berlín y después vivió en Francia. Según él, Friedrich Nietzsche no fue suficientemente radical. Cioran duda de todo, también del sentido de la vida. Pero una cosa de la que no duda es del poder de la música. Así escribe en un aforismo: «La duda aparece en todas partes, con una excepción remarcable: no existe una música escéptica» (Cioran, Werke, 1976). Y en otro aforismo dice: «A excepción de la música, todo es un engaño, incluso la soledad, incluso el éxtasis» (1924). Y cuando una vez escuchó El arte de la fuga tocado al órgano en la iglesia de Saint-Séverin, no dejaba de repetirse: «Esta es la refutación de todas mis maldiciones» (Ibídem, 1921).

¿Cómo te ha ayudado la duda a conseguir conocimientos nuevos? ¿Sabes dudar de las cosas que aparecen publicadas en los diarios? ¿Aceptas los resultados de las diferentes investigaciones actuales, por ejemplo, en el campo de la alimentación sana? ¿Qué ocurriría si aceptaras todo lo que te presentan como resultado de diferentes investigaciones? Existen muchas propuestas diferentes de cómo nos tendríamos que alimentar. Si lo aceptases todo sin reflexionar, tendrías que cambiar cada año de tipo de alimentación. Pero, ¿cómo te ayuda la duda a encontrar el camino correcto para ti y para tu alimentación? Verás que la duda te obligará, a pesar de todo, a decidirte por un camino para tu alimentación y tu forma de vivir. Está claro que en ello no te pueden ayudar los resultados de las diferentes investigaciones, que con frecuencia han sido encargadas por grupos de interés. Pero ayuda a que tu propio sentido encuentre entre todas las ofertas la que se ajusta más a tu forma de ser.

¿Cuál es para ti el punto del que no se puede dudar? Para Descartes es el cogito ergo sum. ¿Cómo definirías el terreno sobre el que te encuentras y del que no dudas? ¿Se trata de la música como para Cioran? ¿O sientes una certeza interior en la fe cuando asistes al culto divino?

Reflexiona sobre cómo la duda te ha llevado a conseguir conocimientos nuevos. ¿Cómo utilizaste la duda para aprender la verdad?

Conoces la duda filosófica de los niños. Los niños lo preguntan todo: ¿por qué esto es así? Los niños dudan de todo. No se conforman con las respuestas convencionales. Quieren que a través de la duda los adultos se vean obligados a explicarles con mayor precisión qué es correcto, y a partir de ahí podrán avanzar. ¿Cómo respondes ante las dudas de tus hijos? ¿Respondes a sus preguntas, o las pasas por alto como si no tuvieran sentido? Harías bien en plantearte las dudas de los niños. Eso te brinda mayor claridad sobre ti mismo y sobre tu camino, y sobre todo aquello de lo que hasta ahora no has dudado, sino que lo has aceptado sin cuestionártelo.

2. La duda en las relaciones personales

Escucho con frecuencia, en diferentes conversaciones: «No sé si estamos hechos el uno para el otro. Dudo sobre si mi amiga/amigo es la pareja ideal para mí, sobre si juntos seremos realmente felices». Toda relación implica una duda. Debo tomar en serio la duda y no pasarla por alto. Ahora bien, me debo preguntar si la duda está diciendo algo sobre mí, sobre mi inseguridad para entregarme a otra persona, sobre mis expectativas demasiado elevadas, que ansían encontrar el compañero perfecto o la compañera perfecta. En este punto, la duda es una invitación para despedirse de las expectativas demasiado elevadas puestas en la persona con la que me quiero casar. En este caso, la duda me obliga a contemplar a dicha persona de manera realista y aceptarla tal como es. Este tipo de duda no duda de la persona en sí, sino solo de si se ajusta a las ilusiones que me he hecho sobre ella.

Pero también me tengo que plantear si la duda me está dando una información importante sobre dicha persona. En este caso, la duda me obliga a contemplar con mayor profundidad a la persona. ¿Qué es lo que me hace dudar de ella? ¿Tengo la sensación de que hay algo que no encaja en ella? ¿O irradia algo que me hace dudar de que sea sincera, de que vaya a ser fiel, de si puedo entregarme a ella? ¿Su imagen exterior se corresponde con su verdadero ser? ¿Sus palabras concuerdan en todo con lo que transmite desde su interior? Esta duda me obliga a comprobar la confianza. Observo si el amigo guarda el secreto de lo que le explico. Si le dice a los demás lo que le he explicado en confianza, entonces mi duda se verá reforzada. En consecuencia, no le confiaré nada más que sea personal. También compruebo la confianza de otra manera. Analizo mis sensaciones cuando estoy con él. ¿Me siento bien, seguro, acogido? ¿O me surgen dudas de que todo eso solo sea un espejismo, de que nuestro amor pueda perdurar? También puedo ir observando de vez en cuando si nuestro amor y nuestra confianza crecen, o si la duda se vuelve más fuerte.

También existe otro tipo de duda sobre la pareja. Siento que mi pareja no encaja bien conmigo. No obstante, ahogo la duda con argumentos, como: «Nos conocemos desde hace tanto tiempo. No vale la pena ponerse a buscar otra pareja. No tengo ninguna garantía de encontrar a alguien mejor». Cuando le pregunto a los miembros de un matrimonio después de la separación si tuvieron dudas sobre su pareja al conocerse y al principio de su relación, la mayoría reconocen que las tuvieron, pero no quisieron dar espacio a la duda. Estaban contentos de haber encontrado a alguien con quien se entendían. No se puede dar por supuesto que se va a encontrar una buena pareja. Por eso se acalla la duda con argumentos racionales: «Los defectos del otro no son tan graves», o «Cambiará gracias a mi amor». Una mujer me explicó que tenía dudas de que su pareja bebiera demasiado alcohol y que se pudiera convertir en un alcohólico, pero obvió esa duda. Creía que a través de su amor podría solucionar el problema de su marido. Se había sobrevalorado. No tomó en serio sus dudas y su relación fracasó.

Otra mujer consideraba imprescindible casarse con un hombre creyente. En un grupo de oración conoció a un hombre que era muy devoto. Se hicieron amigos; sin embargo, cuanto más lo conocía, más sentía que no tenía solo un lado devoto, sino que detrás de la fachada de devoción albergaba rasgos de inmadurez, egocentrismo y narcisismo. Ahora bien, creía que la fe lo cambiaría todo, así que dejó de lado sus dudas. Pero en algún momento se tuvo que decir: «No puedo vivir con este hombre. La devoción por sí sola no es suficiente. Sí, la devoción de mi marido solo oculta una personalidad narcisista. Se esconde detrás de su devoción, de manera que realmente no puedo tomar en serio al hombre que hay detrás». Así supo que no era posible tener una relación con dicho hombre. Esto la llevó a tomar sus dudas mucho más en serio. Con frecuencia, la duda es una información importante sobre la persona de la que dudo. Debo tomar en serio las dudas, sin entregarme a ellas. Debo hablar con las dudas para encontrar claridad.

Y también durante la relación pueden aparecer las dudas en uno de los dos: ¿es realmente fiel? ¿Estamos hechos el uno para el otro? Estas dudas que surgen durante la relación se deben tomar en serio. Entonces, también tengo que analizar mis dudas y preguntarme si la duda surge solo de mis ansias de perfección, o si indica algo quebradizo en la relación. En ese caso sigo teniendo la libertad de cómo reacciono ante dicha duda, si rebajo mis elevadas expectativas, o si le explico mis dudas al otro para hablar con él sobre lo que me parece que no va bien y lo que me plantea dudas. En este caso, una conversación sincera puede conducir a una confianza renovada y a una calidad nueva en la relación.

Con frecuencia, las dudas no se basan en el comportamiento del otro. Se trata sencillamente de dudas existenciales que son solo mías y que aparecen sobre todo en mí. En ese caso, sería conveniente tomarse en serio las dudas y pedir la bendición de Dios para nuestra relación. A veces, las dudas sobre la relación son realmente dudas sobre mi vida en general. No sé si lo que estoy viviendo es lo correcto. No estoy seguro. Esta inseguridad nos pertenece. La tenemos que afrontar y decirnos: «Nunca tendremos la certeza absoluta. Confío en que Dios bendiga mi vida y mi relación». Así, las dudas son siempre una invitación a confiar en Dios y, de esta manera, también en la relación.

Las dudas en las relaciones tienen también otra función. Un proverbio español dice: «No acuses si tienes dudas». A veces acusamos a nuestra pareja de que no ha sido fiel, o de que ha hecho esto o aquello, o que no lo ha hecho. En ese caso es de ayuda el refrán español. Mientras no estemos seguros, mientras dudemos de lo que sabemos, no deberíamos acusar o responsabilizar a nuestra pareja. La duda nos tiene que contener e invitar a investigar más a fondo si nuestra duda se ajusta verdaderamente a la realidad. Debemos tener cuidado con nuestras suposiciones.

Existen matrimonios que no dudan en absoluto de su pareja, pero que, a pesar de ello, acaban decepcionados. Una mujer me explicó: «Siempre he confiado en mi marido. Estaba segura de que me era fiel. No lo dudé nunca. Y de repente tuve que reconocer que tenía una amiga con la que había iniciado una relación sexual». Está bien que en una pareja las dos partes confíen incondicionalmente el uno en el otro. No sería bueno para ninguno de los dos poner continuamente en duda la fidelidad del otro. Pero también es cierto que no nos deberíamos sentir demasiado seguros en una relación. Una pequeña duda me podría impulsar a prestarle más atención a mi pareja. Una pequeña duda puede mantener la chispa en una pareja.

Siéntate en silencio e imagínate a tu compañero, a tu compañera, a tu amigo, a tu amiga. ¿Confías totalmente en él/ella? ¿Puedes confiar en cualquier caso? ¿En qué momento aparecen las dudas? Analiza esta duda con mayor detenimiento, habla con las dudas. No las reprimas. Déjalas aparecer. Pero intenta profundizar en la duda. ¿Son solo las dudas existenciales, las que proceden de nosotros mismos y tenemos sobre todos los demás porque nunca tenemos la certeza absoluta sobre nosotros y sobre los demás? ¿O se trata de dudas muy personales sobre tu pareja? En ese caso imagínate que sí, que tienes esas dudas. Pero ¿qué experiencias de fidelidad, de fiabilidad, de claridad, de amor has tenido con él/ella? Habla con tu pareja de tus dudas y sobre la confianza que le tienes. Si habláis abiertamente sobre las dudas mutuas y sobre el ansia de confiar el uno en el otro, entonces se pueden resolver las dudas y puedes lograr una nueva certeza en la relación.

Al final de todas las conversaciones con tu pareja y al final de tus reflexiones y de todas las sensaciones que surgen en ti, te tendrás que decidir. ¿Puedo tomar partido en cuerpo y alma por mi compañero, mi compañera? Si tomas una decisión clara, será de ayuda para superar las dudas y para reforzar la confianza en el otro. La decisión te libera de las cavilaciones constantes sobre tus dudas. Te has enfrentado a las dudas y no las has dejado de lado, pero ahora te decides por tu pareja y dejas atrás las dudas. Cuando se analizan a fondo las dudas y se habla con la pareja, entonces se pueden obviar las dudas si vuelven a aparecer. Después de la decisión, no podemos evitar que las dudas vuelvan a aparecer. Entonces tenemos que decir: «Basta. He tomado una decisión. Me niego a que las dudas debiliten constantemente mi decisión a favor de mi pareja».

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Volume:
122 p. 5 illustrations
ISBN:
9788499888743
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