Vampi Vamp y el señor Zombi

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Vampi Vamp y el señor Zombi
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Delfín de Color

ISBN edición impresa: 978-956-12-3260-0.

ISBN edición digital: 978-956-12-3501-4.

11ª edición: octubre de 2019.

Editora General: Camila Domínguez Ureta.

Editora Asistente: Camila Bralic Muñoz.

Director de Arte: Juan Manuel Neira Lorca.

Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.

© 2013 por Jacqueline Balcells Aboitiz y Ana María Güiraldes Camerati.

Inscripción Nº 226.541. Santiago de Chile.

Derechos reservados para todos los países.

© 2013 de la presente edición por

Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

Inscripción Nº 229.034.

Derechos reservados para todos los países.

Editado por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.

Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.

Teléfono (56-2) 2810 7400.

E-mail: contacto@zigzag.cl / www.zigzag.cl

Santiago de Chile.

El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.

Diagramación digital: ebooks Patagonia

www.ebookspatagonia.com info@ebookspatagonia.com

ÍNDICE

CAPÍTULO 1

Un lugar llamado Trapanvania

CAPÍTULO 2

El rubí de la corona

CAPÍTULO 3

El poeta Amago

CAPÍTULO 4

Pelos, flores y hojas

CAPÍTULO 5

Vampi todo lo sabe

CAPÍTULO 6

Un príncipe para Caprichos



PARA MARÍA TRINIDAD MEDINA Y JOSEFINA GUBBINS, LAS PRIMERAS LECTORAS DE ESTE LIBRO.

CAPÍTULO 1

UN LUGAR LLAMADO TRAPANVANIA

En algún lugar del mundo ubicado al norte del sur, cerca del oeste y más cerca aún del este, se sitúa Trapanvania. Si se mira desde lo alto tiene la forma de un sombrero de copa verde, rodeado de un halo cristalino. Lo verde son los árboles y el cristal es el agua del río Esferondo, que da vueltas y vueltas alrededor de la tierra en eterna búsqueda del mar.

El pueblo tiene la estructura de casi todos los pueblos: la plaza al centro, las casas distribuidas en avenidas, un centro comercial, un cine, una cancha de fútbol. Y si desde la plaza se mira hacia el sur, levantando mucho la cabeza, se alcanza a ver la torre del castillo Lila, en cuya cima ondea una bandera con los colores morado y blanco del escudo real.

En Trapanvania conviven en paz y armonía vivos, muertos, brujas, reyes, hombres lobos, vampiros, espantapájaros, sapos que son príncipes, príncipes que deberían ser sapos y todo tipo de especímenes que hacen del día un canto y de la noche un ronquido.

El rey del palacio Lila gobierna a medias, por una parte porque es muy flojo y por otra, los años le van pesando en el cuerpo y en la cabeza. Se le olvida lo que ordenó y se enoja porque no cumplieron órdenes que no ha dado. Al día de hoy, su única ocupación es ofrecer a los habitantes la oportunidad de admirarlo en la plaza pública en cada festividad. Es un anciano de barba blanca que toca el suelo, barrigón y malas pulgas. Pero su paso lento y solemne, permite que el trapanvaniense que lo desee, pueda tener el privilegio de palpar su barba.

Su hija, la princesa Caprichos, con cara de aburrida y ojos entornados, a veces lo acompaña, pero no permite que le toquen ni la huella de su sandalia. Como su nombre lo indica, es caprichosa, vanidosa y mimada, lo que no es extraño porque es hija única y su madre murió al darle a luz. A pesar de sus sueños de grandeza y de un matrimonio con algún apuesto príncipe de tierras lejanas, se enamoró del hombre lobo. Pero eso jamás lo confesaría en voz alta.

Como todo pueblo bien constituido, tiene una alcaldía. Está situada al centro mismo de la plaza, y es orgullo de los ciudadanos por ser la única plaza del mundo donde una caca de pájaro jamás ensuciará una cabeza o un escaño, y en el que jamás una laucha, un ratón o un pericote osarán mostrar sus ojillos.

Esto se debe a su alcalde Espanta Pájaros, un ser de imponente presencia que cuando alza su brazo tallado en noble madera se hace el silencio; y cuando de su boca sale ese silbido que ahuyenta a los cuervos, los oídos de los habitantes se afinan para no perder palabra. A su lado, su fiel esposa Ahuyenta Lauchas, siempre joven gracias a buenos cirujanos y de hermosa sonrisa gracias a buenos dentistas, no pierde detalle de lo que él dice, ni quita la vista del fotógrafo que la inmortalizará en el periódico del día siguiente.


Entre todos los habitantes de Trapanvania, la más querida y popular es Vampi Vamp, una linda vampirita. Tan inteligente es, que superó con soltura el hecho de que de vampiro solo tiene los incisivos largos: Vampi Vamp es alérgica a la sangre. Su madre lo supo desde que era una cría y se enronchaba entera cada vez que le daban a beber su rico biberón de sangre fresca. Goza de una gran simpatía y siempre está preocupada por los demás y dispuesta a colaborar en la resolución de algún problema o un misterio. Así, por ejemplo, cuando el sobrino del hombre lobo despertó una mañana sin sus colmillos de leche, ella demostró que no se le habían caído en forma natural sino que él mismo se los había arrancado para que el ratón Pérez le dejara monedas bajo su almohada. Y cuando la bruja Malespina perdió su escoba, Vampi descubrió en una hora quién había sido el ladrón. Y todo esto sin siquiera consultar a las Tejeverdes, tres sabias viejecillas que viven sentadas en los árboles tejiendo ramas. Ellas son las protectoras de todo lo que es verde, por eso el día que llegó saltando de otro país el verde sapo Bocazas, todo el pueblo supo por ellas que era un príncipe encantado y que recuperaría su estado natural el día en que una princesa del otro lado del océano lo besara.

El gran amigo de Vampi Vamp es el señor Zombi. Un zombi, como cualquier otro y muy buena persona, que se levanta en las noches de su tumba cuando le dan ganas de pasear entre las sombras. Se hizo amigo de ella un día en que Vampi Vamp leía las inscripciones de las tumbas del cementerio para resolver un enigma. El señor Zombi, que mira la noche sentado sobre una lápida, la comenzó a seguir intrigado por la concentración con que ella leía nombres y fechas.

–Tres ojos ven más que dos –le dijo–. ¿Puedo ayudarte?

Entonces, sacándose un ojo con su mano descarnada, lo acercó a la tumba que la joven detective examinaba, y con el otro le hizo un guiño.

Esa fue la primera vez que el señor Zombi y Vampi Vamp se aliaron para resolver un caso.

Y seguirían muchos más.

CAPÍTULO 2

EL RUBÍ DE LA CORONA

Sumajes VI tiene el agrado de invitar a usted a una recepción en el palacio Lila con motivo de la celebración de su nonagésimo cumpleaños el sábado próximo a las 20 horas.

Vístase de etiqueta.

Sea puntual.

Se acepta un regalo.


Los trapanvanienses más cercanos al rey habían recibido la invitación y durante días se prepararon para el importante acontecimiento. Finalmente, cuando ese sábado tan esperado llegó, hasta pareció que el sol le había sacado brillo a su corona amarilla para lucir más esplendoroso.

Al caer la noche y subir la luna, las puertas del palacio Lila se abrieron de par en par. Desde muy temprano el rey había hecho extender una alfombra larga como la lengua de un dragón, que iba desde el palacio hasta la misma plaza; así los invitados caminarían con comodidad y el pueblo podría admirar sus vestimentas y peinados.

Las primeras en deslizarse sobre ese mullido suelo de terciopelo fueron Cape, Nane y Nu, las tres Tejeverdes. Vestidas de verde y con rugosos zapatos café, las hermanas avanzaban como tres arbolitos frondosos. Cada una portaba una cesta repleta de redondas y perfectas cerezas cosechadas de los últimos árboles que habían tejido.

Atrás venían el alcalde y su mujer. Espanta Pájaros llevaba cruzada sobre su traje negro la banda edilicia sobre la que se balanceaban distintas medallas de pájaros, entre las que sobresalía la cabeza de un águila que parecía guiñar con un solo ojo abierto. Junto a él se contoneaba Ahuyenta Lauchas, enfundada en su estola de piel gris de la que colgaban pequeñas cabezas de roedores. Llevaba un peinado de alto moño que alisaba de tanto en tanto con sus manos de larguísimas uñas rojas.

 

Slurp, el hombre lobo, llevaba una corbata naranja que contrastaba con su frac negro, recién salido de la tintorería. Iba con gafas oscuras para no mirar esa luna llena, que se asomaba curiosa tras el más alto torreón. Su regalo, envuelto en un papel celofán transparente, dejaba adivinar una apetitosa sarta de embutidos rellenos de sangre fresca de carnero.

La bruja Malespina venía sin escoba y el borde de sus puntiagudos zapatos de taco alto estaba coronado por piedrecillas brillantes que despedían chispas a cada uno de sus vacilantes pasos. Bajo su sombrero alto y triangular se escapaban unas mechas encrespadas que aún despedían olor a chamuscado. Sobre su hombro derecho, movía las ocho patas su inseparable araña Broche, que esa noche relucía como el charol.

El sapo Bocazas, con su piel tersa luego de un baño de espumas en el río, se había puesto al cuello un pañuelo gitano de lunares negros y rojos y avanzaba a grandes brincos. Colgado de su cuello llevaba un canasto repleto de lirios salvajes, las flores favoritas del rey.

Al final de todos caminaba Vampi Vamp del brazo del señor Zombi, que se había puesto un monóculo para sujetar su ojo suelto. Ella, linda como siempre, se envolvía en un chal de gasa blanco y en una sonrisa.

Y allá, en la puerta del palacio, la princesa Caprichos iba saludando a los que entraban. Su vestido y su peinado eran enormes y aglobados como un repollo. La falda ocupaba casi todo el umbral, dejando apenas un pequeño espacio para que entraran los invitados.

Luego de un suculento aperitivo en el jardín de nenúfares, un “gong” que remeció los rizos de la bruja Malespina y el monóculo del señor Zombi, indicó que la cena estaba servida.

La mesa era larga y el mantel de encajes blancos llegaba hasta el suelo. La luz no venía ni de lámparas ni de candelabros: desde distintos lugares del techo, los fulgores de cientos y cientos de luciérnagas iluminaban con tanta fuerza, que sus reflejos en el piso hacían parecer que la luz surgía de abajo.

El rey tomó asiento, acomodó su voluminosa barriga y con un gesto de las manos indicó a los invitados que podían ocupar sus sillas. Luego chasqueó los dedos, que sonaron como castañuelas:


–¡El taburete coronado! –gritó.

De inmediato llegó un sirviente con un alto piso de madera, cuyo asiento tenía un cojín de terciopelo negro.

El rey se sacó la pesada corona y la depositó sobre el cojín. La corona, redonda como torta, alta como tambor y pesada como el oro que la constituía, se hundió en el cojín. Las dos hileras de rubíes que la adornaban brillaban como soles rojos.

Sumajes movió el cuello, aliviado, y alzó su copa. Pero antes de que pudiera pronunciar una palabra, Slurp, el lobo, se adelantó:

–¡Por el padre de la princesita más linda del mundo!

La princesa Caprichos sonrió con falsa modestia y miró a todos esperando elogios que no llegaron, porque el resto de los invitados solo coreó:

–¡Feliz cumpleaños, majestad Sumajes!

Luego la atención se volcó a las viandas que hacían su espectacular aparición.

Doce lacayos vestidos con libreas de terciopelo verde irrumpieron en el comedor equilibrando en lo alto soperas humeantes y bandejas con carnes, ensaladas y pastas. Tan apetitosos eran los manjares, que durante un largo rato solo se escucharon los ruidos de las mandíbulas que masticaban y las gargantas que deglutían y tragaban.

El sapo miraba con ojos golosos las fuentes de tomates enanos con aceitunas negras que parecían escarabajos. Al lobo se le caía un hilillo de saliva al contemplar los jugosos trozos de un lechón recién faenado, cuya cabeza reposaba en la bandeja de plata con una margarita en su hocico abierto. El alcalde Espanta Pájaros dudaba entre comer o espantar las codornices escabechadas que parecían burlarse de él. A su lado, Ahuyenta Lauchas sonreía al desmenuzar un cuye asado a las brasas. La bruja preguntó si era gato o liebre lo que tenía frente a ella y cuando supo que era liebre respiró satisfecha. Por su parte, las hermanas Tejeverdes se deleitaban con las ensaladas de lechugas, apio, rúcula y nueces, coronadas de abundantes pimentones rojos. Vampi Vamp y el señor Zombi no tenían mucha hambre y esperaban ansiosos el momento de los postres.

Grandes poncheras de vino cubiertas por tapas doradas descansaban en una mesa lateral. Los invitados sedientos se levantaban una y otra vez a rellenar sus copas con la ayuda de grandes cucharones de cristal. Junto a la mesa de los licores se extendía otra con diferentes postres de todos los gustos y colores: tortas mil hojas, fuentes de cerezas rojas, melocotones y papayas amarillas, cucuruchos de mazapán rellenos de chocolate y flanes temblorosos cubiertos de pétalos de rosas esperaban su turno para ser elegidos.

El rey comía a mandíbula batiente y ya fuera de protocolo se abanicaba con su barba.

–¡Esto de ser rey es muy bueno! –dijo riendo y estiró su mano para acariciar su corona.

Todos volvieron a contemplar esa joya donde una hilera de rubíes se alineaba como soles rojos.

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