Read the book: «La organización social del cuidado de niños, niñas y adolescentes en Colombia», page 6

Font:

El cuidado al interior de los hogares

El cuidado de NNA se refiere a las acciones dirigidas a facilitar su desarrollo y bienestar en la vida cotidiana (Batthyány, Genta y Perrotta, 2014). Aunque el cuidado de los menores es responsabilidad de la sociedad en su conjunto, los hogares tienen un papel fundamental a través de varios arreglos: el trabajo de cuidado no remunerado que realizan quienes hacen parte del hogar, el trabajo remunerado de personas contratadas para ello (Rodríguez y Marzonetto, 2015), o ambos. La mayor dificultad en la valoración del cuidado infantil al interior de los hogares es, tal vez, tratar de medir objetivamente las múltiples y simultáneas actividades que componen estas acciones de cuidado, más allá de la dimensión material (Esquivel et al., 2012). Como lo señalan Folbre y Yoon (2008), el cuidado de NNA es tanto una responsabilidad como una actividad; un continuo basado en la intensidad del esfuerzo que abarca la supervisión, el cuidado indirecto (trabajo doméstico y administración del hogar) y el cuidado directo como actividad principal. La inclusión de estas tres dimensiones tiene varias ventajas potenciales: ver, por ejemplo, el tipo de cuidado de niños y niñas mayores, cuyas necesidades no se reducen a actividades como alimentar o bañar, cuáles son las actividades de cuidado indirecto causadas por NNA y, también, cómo se distribuyen las responsabilidades por estas acciones entre hombres y mujeres al interior del hogar.

Nociones sobre cuidado y género

En esta sección exploramos las nociones sobre cuidado y género en la perspectiva de las personas entrevistadas, teniendo como preguntas guía: ¿cómo entienden el cuidado? ¿Dependen sus nociones sobre cuidado de la posición social que ocupan? ¿Quiénes se asume son responsables del cuidado? ¿Qué imaginarios sustentan la distribución de responsabilidades por el cuidado? Y, ¿qué hitos de la vida definen las responsabilidades y actividades de cuidar? “El cuidado es una partitura” (Fabio, PS4) que involucra una serie de acciones con distintos propósitos. Los y las relatantes lo expresan a partir de un conjunto de “verbos esenciales” tendientes a garantizar las condiciones para la supervivencia en el presente y a sentar las bases para el mañana que son comunes en todos los relatos, pero con distintos énfasis según la posición social de quien cuida.


FIGURA 2. Verbos del cuidado

Fuente: elaboración propia.

Las acciones de cuidar, cuya finalidad es el bienestar, tienen varias dimensiones. Una dimensión material, que se expresa como bienestar en términos de salud, alimentación, vestido, educación y recreación, “que se desarrollen bien”, y como seguridad, “proteger de los riesgos”. Una dimensión económica de provisión para satisfacer necesidades de supervivencia, “dar lo que necesiten”, “responder por…”. Una dimensión emocional, expresada como soporte y acompañamiento, “estar ahí en la casa, para ellos”, “que se sientan amados, protegidos”, “no causarles daño”. Así las resume Juvenia, PS3:

Cuidar […] pues implica tiempo. Implica estar presente, en primera instancia, y pues también obviamente toda la parte no solo de alimentación, sino también como de estar metido en los cuentos de ellos, pues compartir con ellos sus cosas, ya sea jugar, acompañarlos a una fiesta… digamos despertarlos porque pues no es tan sencillo, y la parte del estudio también hay que apoyarla. Y recreación también; desarrollo de deportes o hobbies o lo que le guste.

No basta con señalar qué actividades involucra. Se requiere que las respuestas sean pertinentes, completas, oportunas y ajustadas a las necesidades, en grados percibidos como buenos o dignos.

Bueno, yo creo que cuidar es asegurar como un nivel o una condición de vida estable; una condición, pues, no sé, digna podría decir yo, en el sentido de la alimentación y que se dé las veces que se requiera y en la condición que se requiere. […]. Un seguimiento, uno tiene que estar detallando qué está pasando. El cuidado es eso. Es estar acompañándolo, estar pendiente. La comida, la necesidad de los medicamentos, que eso esté y que se dé en el momento que se requiere. (Ruby, PS4)

Existe una cuarta dimensión del cuidado que es la ética, referida a la educación, orientación y formación en valores o una ética civil. “Cuidar es ser muy responsable y dar amor, respeto y enseñar. Me parece que eso es cuidado, porque el cuidar no es solamente estar pendiente de un niño, sino educar, dar ejemplo” (Jessy, PS4). Una suerte de compromiso moral necesario para el futuro que se manifiesta en expresiones como “educar”, “corregir”, “dar ejemplo, herramientas para la vida”, “ubicarlos por el buen camino”, “llevarlos hacia el bien”. A esta dimensión ética, Michel, PS3, padre soltero, denomina cuidado cultural:

Lo entiendo [el cuidado] desde diferentes formas. Una que es como un cuidado material, un cuidado emocional y un cuidado cultural. El cuidado material es, obviamente, todo lo que implica su supervivencia, su alimentación, su vestuario, en términos materiales. El cuidado emocional es todo lo que implica su estabilidad emocional; todos esos aspectos no materiales que se le ofrecen para que emocionalmente esté en equilibrio, sea seguro de sí mismo, tenga la capacidad de enfrentarse a la sociedad. Tenga una diferenciación entre lo bueno y lo malo, los valores, por ejemplo. Y culturalmente lo referente a la educación, al aprendizaje, al desarrollar un tipo de conciencia, cuál es el rol en la sociedad, cuál es el rol en la familia, cuál es el rol consigo mismo.

Los testimonios muestran que cuidar es tanto una responsabilidad como una gratificación (Aguirre, 2007). “El cuidado implica eso, una responsabilidad y si uno es responsable sobre algo o sobre alguien” (Dorotea, PS1). Pero es también una preocupación que trae aparejados sacrificios:

El cuidado también implica unos sacrificios. Implica sacrificar tiempo; implica sacrificar actividades que hacía antes y ya no hago, […] que ella tiene unos gustos particulares, puede comer unas cosas y otras no, y eso implica que yo también tengo que cambiar mis hábitos alimenticios. (Ester, PS4)

E, incluso, como se percibe en las posiciones sociales más bajas, se cuida para cambiar el futuro de los hijos/as y con una idea de reciprocidad futura. Algo así como cuidar hoy para recibir en la vejez, como claramente lo expresa una abuela cuidadora de dos adolescentes:

La idea es que los hijos de uno crezcan bien, así uno esté en tierra viviendo, pero qué importa, así ellos van buscando algo mejor; de aquí a mañana porque ellos viven bien. Hasta de pronto uno enfermo por ahí tirado en una cama y ahí pues ellos al menos le dan la mano a uno. Así sea un vasito de agua que le alcancen a uno, pero si usted le pega así a los niños con el tiempo usted va llegar a su vejez y ellos se van volviendo jóvenes. (Dorotea, PS1)

Ahora bien, estas formas de entender el cuidado tienen particularidades según la edad y sexo de quien requiere atención, y se expresan como diferencias asociadas a percepciones sobre vulnerabilidad o desventaja. Predominan en las/los más pequeños los riesgos físicos y de salud que implican mayor énfasis en la dimensión material, mientras en las/los mayores predominan las dimensiones emocional y ética para lidiar con la emocionalidad, las demandas de autonomía y la ruptura de la comunicación con padres y madres.

Yo diría que es más fácil cuidar un niño, que uno lo coge de la mano y […] uno todavía lo puede coger de la mano y decirle camine vamos acá o estese acá, pero ya un adolescente veo que tiene más, o sea, ya como más esa libertad; ya le queda a uno más difícil decirle […], me parece que es como un poquito más complicado el uno hacer que le obedezcan. (Marla, PS2)

Coinciden la mayoría de las y los entrevistadas/os en señalar que es diferente cuidar a un niño que a una niña y a un adolescente hombre que a una adolescente mujer, en tanto los peligros y necesidades varían, y se agudizan los riesgos en razón a los contextos y posiciones sociales.

Es muy diferente las dos opciones de criar hombres y criar mujeres. […] las niñas son más tranquilas, aprenden más rápido, se adaptan más fácil, el desarrollo de la primera infancia de ellas, por decirlo así, es súper rápido y es más virtuoso. Los niños son más demorados en aprender, son más complejos los procesos, son a tiempos muy diferentes. (Jessy, PS4)

A pesar de las “virtudes” de la crianza de niñas, existen riesgos y vulnerabilidades mayores. En su cuidado se despliegan en paralelo la provisión y atención a la alimentación, el cuidado de la salud y la prevención de riesgos de accidentalidad en casa, con la vigilancia y protección frente a la exposición a contextos de peligro relacionados con el abuso sexual, por ejemplo:

Tú no puedes dejar un niño un momento porque ahora resulta que hasta el papá viola a los hijos; entonces ahora no se le puede dejar los hijos a nadie. Yo no los suelto, yo soy mamá gallina, mis hijos están conmigo. (Yuliana, PS2)

En las y los adolescentes el repertorio es distinto. A las tensiones que resultan del tránsito hacia un período de afirmación y de deseos de emancipación, que con frecuencia chocan con las responsabilidades con el estudio y las asignadas en el hogar, se suman los riesgos sociales y de seguridad del contexto escolar y barrial, los temores a las diferentes formas de violencia urbana, la violencia sexual, el consumo de sicoactivos o la cooptación para las redes de tráfico, son una realidad extendida, sobre todo en las localidades más pobres de la ciudad. Incluso se asume como riesgo la sexualidad; el inicio de la sexualidad que puede devenir en embarazos a temprana edad o las sexualidades no heteronormativas, tal como lo revelan los siguientes testimonios:

El compañero que es gay, la amiga que es lesbiana, el niño que fuma marihuana tiene un compañerito que supuestamente es bisexual […]. Yo a veces no sé ni cómo manejarlos […]. A veces uno no sabe cómo tomar esto, pues uno de papá no quiere que el hijo le salga marica ni la hija lesbiana. (Piedad, PS2)

Yo tengo un temor inmenso [...], que me preocupaba terriblemente. Además es por mi formación, porque yo soy open mind, pero que por ejemplo mi hijo fuera homosexual, por cuenta de su mala relación con la mamá. Digamos que su orientación sexual […] no fuera la natural, digamos en lo que yo considero que es natural. (Alberto, PS4)

Todos y todas definen el predominio que ha de tener el cuidado en el que se conjugan la protección, la vigilancia, la educación (la educación formal y la educación “en valores”), la orientación-corrección, el acompañamiento y el apoyo emocional. No obstante, aparecen algunas voces distintas que señalan que se cuida igual en las distintas etapas porque, sin importar la edad o el sexo, existen riesgos, necesidades de protección y requerimientos de acompañamiento: “Yo he cuidado igual a mis hijos como a mis hijas. Yo los cuidé, hasta que ya se hicieron hombres y se fueron de la casa a estudiar afuera. El asunto no es de grado, sino de énfasis” (Mariana, PS3).

En general, subyace en la noción de cuidar a NNA la intención principal del bienestar en sus distintas dimensiones. Más allá de garantizar la supervivencia, predominan en los discursos la educación como eje ordenador, el cuidado de los cuerpos y una dimensión moral expresada en la responsabilidad de hacer de los menores “personas de bien”. Pero existen diferencias dependiendo del momento de la vida de quienes son sujetos de cuidado y, principalmente, de las condiciones del contexto de los hogares y de la posición social de quienes cuidan, las cuales definen las posibilidades de cuidar, las condiciones del cuidado y explican el énfasis en cómo se entiende el cuidado desde la experiencia.

Por otra parte, el análisis de las distintas formas de cuidado de la infancia revela no solo la forma como se organiza el cuidado en la sociedad, sino también “los fundamentos ideológicos y los sistemas de legitimación de una determinada división social y sexual del trabajo” (Batthyány, 2007, p. 138) que asignan tradicionalmente a las mujeres la responsabilidad principal. En el “deber ser”, si bien el cuidado “es de todos” (la familia, el Estado y la sociedad en su conjunto), predomina una idea de buen cuidado asociada al papel de la familia y a la responsabilidad compartida entre madres y padres y otros miembros si corresponde. Una noción basada en criterios informales pero influida por las idealizaciones sobre maternidad y paternidad y definida “en términos de cuánto se acerca a [la visión romantizada de] la atmósfera del amor familiar” (Esquivel et al., 2012, p. 34), a partir de la cual se juzga el cuidado como “bueno” o “malo”, “mejor” o “peor”, y se establecen jerarquías entre el cuidado basado en el amor y el que resulta de un intercambio monetario.

No obstante, en el ideal democrático del cuidado compartido, predominan los discursos que naturalizan el cuidado como asunto femenino asociado a virtudes y habilidades de las mujeres. Se resaltan la devoción, el amor y la bondad. Las mujeres son vistas como dotadas para pensar y hacer lo requerido del cuidado (el “don” del cuidado) por educación, formación y/o “naturaleza”. Lo propio femenino son la maternidad y el cuidado. “Pues yo diría que la mamá, pues, porque nosotras nomás tenemos que siempre estar ahí con ellos, en el cuidado de ellos” (Dilma, PS1).

Pues uno, uno es el que los tuvo ahí en su barriguita y todo, uno como que es más considerado que ellos, pues los papás, sí, hay papás muy amorosos, pero, pues, no todos los papás son así o no todas las mamás tampoco, hay mamás que son terribles. (Fernanda, PS2)

Las mujeres, madres, se reconocen más idóneas para el cuidado que los hombres. “Yo pienso que es una responsabilidad muy mía, de la madre […] teniendo el apoyo del papá, pero muchas veces las mujeres solas son las que sacan sus hijos adelante” (Maité, PS3). Se enfatiza en las madres en todas las circunstancias (casadas o solteras, jefas de hogar o dependientes, trabajadoras o amas de casa) y de todas las posiciones sociales:

Pues yo realmente digo que es… la mamá… la mamá y en eso sí, critico lo que ha cambiado el sistema económico, que ha obligado a que la mujer tenga que salir a trabajar y, pues, dado que los horarios no son a veces los que uno quisiera tener para sus hijos. (Rita, PS4).

Y, pues, que uno de mujer, gracias a Dios, que uno, perdone que lo diga, pero somos multifacéticas, somos […] yo digo que, gracias a Dios, nos dio ese don mi Dios de tener hijos, de ser mujeres emprendedoras que uno prácticamente no depende de nadie, sino de uno mismo y de Dios, que es el que lo ayuda a uno. (Leyda, PS2)

Los hombres entrevistados se consideran a sí mismos mejores cuidadores, aunque sus discursos revelan un orden que sigue los estereotipos, porque en todo caso lo ideal sería el cuidado materno, aunque estén a cargo, obligados por las circunstancias. Así lo expresa este padre de dos hijos pequeños, separado:

Uy, duro, duro, duro, manejar dos papeles y sobre todo el principal, porque, pues, ¿a quién le dan confianza? Pues a la mamá, ¿y quién, entre comillas, regaña y castiga? El papá. Entonces, ¿qué le toca a uno? Dé con esta mano y apriete con esta, en el total sentido de la palabra. (Joseph, PS1)

Sin embargo, en general los hombres no contradicen, rechazan, resisten o reflexionan sobre esta división sexual del trabajo que naturaliza el cuidado como femenino, sobre todo en la dimensión emocional. Contrario a este discurso de madres y padres, los y las adolescentes que son tanto sujetos de cuidado como cuidadores, si bien consideran que las madres son idóneas por su delicadez, capacidades de comunicación y conexión directa con la lactancia y la crianza, relativizan esa mirada tradicional y naturalizada, y reconocen que: “debe cuidar quien tenga la posibilidad, el tiempo y algo de talento para lograrlo”, y con realismo añaden que “deben cuidar quienes se sientan más capaces”, “cada persona tiene responsabilidad de cuidado y autorresponsabilidad para cuidarse”, “a cuidar se aprende en lo cotidiano; los papás guían y nosotros aprendemos”, “el cuidado y la protección no depende del género, depende de las circunstancias que se presentan” (grupo focal con adolescentes de colegio privado de estratos 2 y 3).

Los relatos muestran que existen nociones compartidas sobre el deber ser del cuidado, y pese a las diferentes percepciones entre hombres y mujeres de distintas generaciones, pero hay experiencias y posibilidades desiguales de alcanzar las expectativas en función de la posición social y las reglas de género. Sin embargo, como se verá en la siguiente sección, tal condicionamiento encuentra resistencias en las prácticas que los hogares realizan para superar las restricciones de los recursos y los imperativos sociales de género.

Estrategias de cuidado de NNA en los hogares bogotanos

En esta sección estudiamos las prácticas entre las que se entretejen las dimensiones material, emocional y ética del cuidado a través de estrategias o caminos, “prácticas sociales en las que el componente de intencionalidad cobra especial importancia”, como las define Constanza Tobío (2005, p. 133). Las preguntas orientadoras fueron: ¿cuáles son las estrategias del cuidado en los hogares de diferente posición social? ¿Cuáles sus exigencias y recursos? ¿Qué valores y expectativas sobre el cuidado se entretejen en la responsabilidad, obligatoriedad e ideal de cuidado a partir de la vivencia de cuidadoras y cuidadores?

Concebimos la categoría “estrategias” a partir de Pierre Bourdieu como “líneas de acción objetivamente orientadas, que los agentes sociales construyen sin cesar en la práctica y que se definen en el encuentro entre el habitus y una coyuntura particular” (Bourdieu y Wacquant, 1995, p. 89). ¿Por qué ese encuentro? Porque constituye una acción plena de “posiciones estructuradas y estructurantes” que han sido constituidas a través de prácticas de interacción social y orientadas a resolver funciones adscritas al nicho cultural de referencia interiorizado por cada persona.

Las estrategias tienen una doble entrada. Una la estructura que condiciona su presencia y existencia, y otra que corresponde a un sujeto actuante que puede superar estas estructuras y rebasarlas para recrear en ellas su autonomía. Las estrategias asociadas a resolver las contradicciones comprenden las predisposiciones a actuar en la herencia socioestructural y las constricciones. Constricción no implica determinismo, porque los agentes tienen capacidad de elegir y de construir estrategias distintas.

Los agentes son el producto de la historia […] pero también cuentan con capacidad de reflexión que nos enseña a valorar el poder del mismo habitus sobre nosotros, lo que nos permite luchar por modificar nuestra percepción de la situación y, con ello, nuestra reacción. (Bourdieu y Wacquant, 1995, p. 94)

Las estrategias se inscriben en el capital social que las personas han adquirido en el transcurso de sus vidas, o sea, “la suma de los recursos, actuales o potenciales, correspondientes a un individuo o grupo, en virtud de que estos posean una red duradera de relaciones, conocimientos y reconocimientos mutuos, más o menos institucionalizados” (Bourdieu y Wacquant, 1995, p. 82). Existen varias estrategias dominantes en los relatos de este estudio. Una primera es consecuencia de la naturalización del cuidado como acción exclusivamente femenina, no solo por la legitimación de la actividad realizada por las madres como correspondiente a un habitus cultural ancestral, sino que, aun asumiéndola los padres, se tornan invisibles y no se les otorga el debido reconocimiento social, laboral y emocional.

Las actividades relacionadas con la mejor educación de hijos e hijas fue otra estrategia dominante, y todas las personas entrevistadas hicieron referencia a la alta inversión de tiempo y recursos para garantizar la continuidad y permanencia de sus hijos/as en la educación formal como mecanismo de ascenso social que les permitirá la autosuficiencia y la posibilidad futura de contar con los recursos necesarios para su bienestar y para mantener un capital social en la adultez. Para madres y padres cuidadores de las posiciones sociales 1 y 2 la educación se convierte en el mecanismo para romper las historias de precariedad, esfuerzo y frustración, mientras que para las de las posiciones sociales 3 y 4, la educación es un motor para que hijos e hijas logren reproducir sus condiciones de existencia. Una tercera estrategia corresponde a la búsqueda de oportunidades de desarrollo complementarias a la educación escolar y las acciones para el disfrute del tiempo libre, como las actividades deportivas, artísticas o culturales. En estas dos últimas estrategias se da una contradicción con la estructura que condiciona los recursos sociales y culturales para alcanzarla y frustra las expectativas, en los términos propuestos por Bourdieu.

Tanto los recursos como los tiempos de la jornada laboral, el ambiente barrial y el capital social heredado intergeneracionalmente muestran las limitaciones que tienen quienes provienen de un nivel de vida más precario. Pero estas restricciones no influyen mecánicamente en la estrategia, y algunos o algunas/os cuidadoras/es logran esta expectativa de forma que la constricción no implica el determinismo, porque los agentes tienen capacidad de elegir así sus recursos sean menores y de construir estrategias distintas. En este sentido, agrupamos las estrategias de cuidado encontradas en los hogares estudiados a partir de diferentes claves ordenadoras: estrategias de cuidado a partir de la división sexual del trabajo, estrategias basadas en la reconformación de los hogares para el cuidado y estrategias de cuidado según los fines del cuidado o por expectativas de desarrollo para los hijos/as.