A cielo abierto

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A cielo abierto
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A cielo abierto

Soltar el sufrimiento,

trascender y amar

Amparo Arteaga León

Primera edición: Barcelona, Septiembre 2021

© Amparo Arteaga León

© Editorial Versos y Reversos

Manuel de Falla, 26, planta 5 puerta 3

08034 Barcelona (España)

editorial@versosyreversos.com

www.versosyreversos.com

Contacto comercial:

editorial@versosyreversos.com ISBN: 978-84-123041-4-5 Depósito Legal: B 12740-2021

Diseño y maquetación:

Clara Xarrié Studio

www.claraxarrie.net

Impresión y encuadernación:

Ulzama Digital, S.L.

Polígono Industrial Areta – Calle A-33

31620 Huarte (Navarra)

www.ulzama.com

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, cualquiera que sea su medio (mecánico, electrónico, por fotocopia, etc) sin la autorización expresa de los titulares del copyright.

A mi querida hija Cristina

… Mira que solo la verdad es digna de tu sueño.

Dulce María Loynaz

Nota a la presente edición

A Cielo Abierto es mi primer libro publicado en el año 2018. Una recopilación de reflexiones y experiencias compartidas en las redes sociales que nace como resultado de las muestras de apoyo y de entusiasmo recibidas por parte de los lectores, los cuales me animan a escribirlo. Pasados dos años me planteo volver a publicarlo dándole una nueva imagen, una estructura, un hilo conductor que guíe al lector en su lectura, ampliando también su contenido. Tras varias conversaciones con Daniel Ramos, editor de Versos y Reversos, saco a la luz esta nueva edición en la que plasmo, gracias a su acompañamiento, los cambios propuestos.

El objetivo de este reordenamiento es que el lector se sienta acompañado, a través de mi experiencia y aprendizaje, en su proceso de autoconocimiento y sanación. Para ello, vamos a hacer un recorrido por tres etapas esenciales durante este proceso evolutivo, manteniendo siempre una amplia perspectiva desde el conocimiento de la conciencia y su experiencia multidimensional. La experiencia multidimensional se refiere a la vida que la conciencia tiene en los distintos planos de existencia.

La primera etapa estaría marcada por la crisis que se provoca cuando queremos realizar un cambio en nuestras vidas e iniciamos un camino de autodescubrimiento. En este momento nos conviene profundizar en la raíz de los miedos que afloran. Así, nos daremos cuenta de que el miedo tapa un sufrimiento que está anclado en un suceso del pasado que no se resolvió y que probablemente no se haya originado ni siquiera en la vida actual. De ahí en adelante, descubriremos que la experiencia humana no se limita a una sola vida, y que reencarnamos para darnos la oportunidad, entre otras cosas, de solucionar lo que no pudimos en el pasado. De esta forma, se nos abre la curiosidad de explorar nuestra vida multidimensional, esto es, nuestra experiencia energética más allá de los límites de la materia, llegando a comprender que la muerte como tal no existe. Esta etapa de exploración es rica en experiencias extraordinarias y debemos concederle un espacio amplio en nuestro interior para quitarnos el miedo a morir, para darle un mayor sentido a nuestra vida y para integrar de manera natural la trascendencia. Es una etapa de desarrollo de nuestra sensibilidad, la cual nos proporcionará una apertura mayor al conocimiento a través de nuestras percepciones, sensaciones y sentires. Por último, drenado el sufrimiento, perdido el miedo a la muerte, y manteniendo un contacto saludable con la realidad multidimensional, estaremos en condiciones de incorporar la energía de amar, objetivo vital de todo ser humano despierto.

Para cerrar el proceso de acompañamiento, incluyo una síntesis de conceptos que te guíen en la comprensión de algunos términos empleados que pueden resultarte novedosos.

En este libro comparto mis reflexiones contigo y narro experiencias que han supuesto un hito en mi historia personal y profesional. Te invito, por tanto, a observar las ideas, los pensamientos y los sentimientos que suscitan mis palabras en tu universo íntimo, ese que abre las puertas del cielo.

Para terminar, me gustaría agradecer a mis lectores anteriores la cantidad de comentarios positivos y afectuosos que he recibido, y el apoyo e impulso que esto ha supuesto para mí. Quiero expresar mi gratitud también a Paloma Cabadas, escritora, comunicadora e investigadora de la Conciencia Humana, por sus conocimientos compartidos, y por el amor incondicional demostrado.

Amparo Arteaga

LA CRISIS

Introducción

Toda crisis nos lleva a cuestionarnos las verdades adquiridas y a encontrarnos con aquellas que resuenan internamente, aquellas con las que sentimos que algo se encaja por dentro, que el puzle se completa con sentido en la cabeza trayendo respuestas a nuestros interrogantes. Este proceso nos lleva muchas veces a la incertidumbre, quedándonos probablemente sin nada a lo que agarrarnos, pero activando un principio de creatividad con el que le vamos a dar un nuevo significado a nuestra vida.

La verdad, por tanto, no es una idea ni una creencia a la que seguir ciegamente, no es algo inamovible pues evoluciona. La verdad es el resultado del pensamiento reflexivo y sentido que aporta toda experiencia; la oportunidad de introducirnos en la investigación de uno mismo; el anhelo de alcanzar el mayor estadio de conocimiento que trasciende forma y materia; y el de comprender, en definitiva, la evolución de la conciencia. La verdad se gesta en el universo íntimo de cada persona donde la evolución consciente es imparable, solo el sufrimiento la detiene. Por eso, si conseguimos erradicar el sufrimiento, la humanidad dará un salto evolutivo y anclará una nueva era en el planeta. Lo auténtico de la Tierra es su capacidad de darnos todas las oportunidades para que soltemos este lastre y aprendamos a amar de la misma manera que ella lo hace.

Ya no necesitamos hacer revoluciones para encauzar los cambios necesarios en la vida humana, ya no se trata de alzarnos en la lucha. Estas prácticas antiguas están en la actualidad abocadas al fracaso. Ahora ha llegado el momento de que cada uno realice su cambio y lo promueva en su entorno, que cada cual integre la energía femenina en sí, ponga en marcha su creatividad y recupere el poder que supone amar en la Tierra.

Mi experiencia personal ha resultado ser de gran aprendizaje en esta vida, un viaje verdaderamente transformador con el que he conquistado la plenitud, la alegría y la paz interna; un camino de constante resurgimiento que ha sentado las bases para mi realización personal. Mi objetivo ahora es colaborar en el despertar de esa masa crítica que vino a anclar estos cambios sustanciales. Mi deseo es que encontréis vuestro objetivo y que podáis disfrutarlo en la vida, que es eterna.

Emociones

Es mi necesidad contar los sucesos que describo, sin ningún interés de inventar personajes ni situaciones tras los que esconderme. Mi mundo interno ha ido creciendo con verdades que emergen de experiencias llenas de aciertos y de errores. Construí mi historia personal porque soy consciente de mi existencia y de la necesidad de darle un sentido, y porque mis emociones me permiten recordar unos hechos más que otros, seleccionando así lo que me interesa de la vida. Un cerebro sin emoción solo puede corresponderle a un muerto en vida, sin embargo, ¡cuánta inmadurez demostramos ante la oportunidad de orquestar nuestro mundo emocional con equilibrio! ¡Las emociones ponen a prueba tantas cosas! Amplifican y polarizan los sentimientos haciéndonos dudar por momentos, sin saber lo que pensamos acerca de lo que sentimos. Un gran aprendizaje para comprender y elegir lo que queremos. La dificultad viene dada por la intensidad a la que queda sometido nuestro cuerpo ante el potencial bioquímico que nos desatan. Las emociones que no comprendemos ni integramos con conocimiento se acumulan en nuestro cuerpo energético produciendo un condensado espeso de pensamientos y tramas que asaltan a la mente reiteradamente, llegando incluso a materializarse en el cuerpo con alguna dolencia o enfermedad. A mayor carga emocional sin depurar, mayor sufrimiento. Sentir o dejar de sentir la intensidad emocional lleva al común de las personas a la búsqueda de drogas —artificiales o naturales, legales o ilegales— que conducen a una progresiva insensibilización, disminuyendo la capacidad de aprendizaje. Por otro lado, “no sentir tanto y pensar menos” ha sido una de las fórmulas prescritas por todos los que se acomodaron mediocremente a la vida.

Mi vida ha sido de alto voltaje interior. Sentir y pensar sin miedo me ha llevado a grandes debates y desafíos: amor y sufrimiento, libertad y esclavitud, sabiduría y creencia, libre albedrío o destino, son algunos de los aspectos que activa mi conciencia cuando me anima a hacerme dueña de mi vida.

He aprendido que sufrir es la consecuencia directa de estar vivos y conscientes en un cuerpo humano que aún no ha evolucionado lo suficiente para sostener la poderosa vibración energética que supone AMAR en la materia.

Sufrir no es tan grave, lo grave es resistirnos a amar y no aprender nada del sufrimiento.

También he aprendido que la esclavitud es el resultado del robo y la entrega de nuestra energía vital, la que tanto necesitamos para crear y transformar la vida; que la sabiduría es la experiencia directa del conocimiento, y que el destino se resuelve con un mayor conocimiento de uno mismo y de la energía que movemos.

Es importante saber que nuestra memoria emocional está inscrita en nuestro cuerpo emocional o energético y que, dado que venimos evolucionando a través de muchas experiencias de vida, en el pasado se grabó una memoria traumática de la que no pudimos aprender, ni tampoco drenar el dolor que nos produjo. Así, renacemos con esos contenidos que, aunque ocultos, determinan nuestra vida presente impidiendo nuestra evolución. En el próximo capítulo vamos a ver la necesidad de sanar el trauma nuclear que es la herencia de nuestro propio pasado, y el origen de nuestro sufrimiento.

 

La noche previa a comenzar a escribir este libro tuve un sueño como los de hace tiempo. Había olvidado aquellos sueños recurrentes y estimulantes de mi juventud en los que simbólicamente me recordaba a mí misma la necesidad que tenía de mostrarme tal cual soy. En este sueño se repetía una misma circunstancia sin aparente solución: me voy despojando de una gran cantidad de ropaje de manera que pareciera no acabar nunca de quitármelo todo. Pero en esta ocasión, cuando creía que al fin lo había conseguido, siento de forma casi imperceptible que algo aprieta mi pecho y, a medida que se incrementa la percepción, se hace más evidente la presión que produce en mis pulmones. Es así como descubro el último corpiño: una fina camisola, sin botones ni corchetes para desabrochar, que se ciñe bien ajustada a mi torso. Cruzando los brazos alrededor de mi cintura la fui sacando por encima de mi cabeza con dificultad, liberando toda la tensión de tanta opresión acumulada... y volviendo a respirar libremente.

El trauma nuclear de la conciencia

Dice Paloma Cabadas en su libro El Trauma Nuclear de la Conciencia, que un choque traumático no es un mero disgusto, ni un mal rato en la vida, ni un trance doloroso, sino un acontecimiento que por la violencia que conlleva, abre una brecha en el ser, penetrando incluso la materia, quedándose grabado en nuestro mundo sensible y psíquico, y permaneciendo agazapado en la conciencia durante siglos. Por tanto, un trauma no se resuelve por el mero hecho de tener una regresión, bien sea espontánea o inducida; el trauma se resuelve cuando se comprende y se extrae la sabiduría implícita en la experiencia y se decide actualizarlo en el presente, reciclando la energía del sufrimiento producido en energía de amar.

De este modo, cuando la persona está en condiciones de aceptar su herida más vieja, es cuando puede drenar y sanar todo su dolor, porque el sufrimiento no es más que la reiteración de aquello que no pudimos resolver en el pasado y que vuelve, una y otra vez, para darnos la oportunidad de romper la resistencia al cambio.

El origen de nuestro dolor está en nuestra resistencia a vivir la experiencia, permitiendo que la fuerza de sentir se instale en el cuerpo y nos transforme.

También es necesario hacer un buen trabajo con los miedos, identificarlos y comprobar que son fundamentalmente miedos mentales que actúan como barreras limitantes en nuestra vida, impidiendo que entremos en el trauma para sanarlo. El miedo mueve una gran cantidad de energía mental y sustancias bioquímicas en el cuerpo que generan la adicción al sufrimiento. Todo ese caudal energético podemos emplearlo en nuestro provecho para planificar soluciones que resuelvan tales situaciones atemorizantes.

La propuesta terapéutica y educativa del Programa Evolución Consciente para sanar el trauma consiste en ahondar en el conocimiento personal y entender cómo funciona la evolución de la conciencia en un Universo multidimensional. Estudios de campo sobre esta investigación han recogido los resultados que Paloma Cabadas expone en su libro, en el que aglutina todo el sufrimiento humano en tres grandes grupos de traumas: abandono, rechazo y autoridad. Descubrir cuál es nuestra tipología nos ayudará a:

• Clarificar nuestros miedos.

• Desmontar nuestras patologías y mecanismos compensatorios.

• Comprender cuál es el trabajo evolutivo que hay que hacer para sanarnos.

• Descubrir lo que aprendemos respecto a la energía de amar.

• Determinar un objetivo para realizarnos.

Atrevernos a sentir sin memorias adscritas al pasado, nos faculta para crear una vida lúcida y una existencia feliz en la Tierra.

Mi vieja herida: un trauma por abandono

Recuerdo de otra vida

Tenía diecisiete años cuando rescaté del olvido un acontecimiento traumático que causó un fuerte impacto en mi interior. Para mi sorpresa, las imágenes que se reprodujeron en mi mente pertenecían a una vida que no se correspondía contextualmente con mi presente. Sin embargo, no cabía ninguna duda: aquella niña pequeña que deambulaba entre cadáveres era yo. Habían aniquilado a todo mi pueblo y, aunque era muy pequeña, la magnitud del suceso que acontecía produjo en mí la conciencia y el poder de ser la única superviviente.

Conciencia y poder se dieron la mano vigorosamente ante la amenaza real de una supervivencia casi imposible de sobrellevar en soledad. Así, crecí rodeada de muertos que continuaban vivos en otro plano de existencia y con los que podía mantener un contacto continuo. Ellos me guiaban, me alertaban de los peligros, me mostraban las bondades de la tierra. Durante mucho tiempo me escondí en los bosques para que nadie se asustara de mi espíritu salvaje, porque evitando ser una amenaza, evitaba también mi muerte. Me hice leyenda, hasta el día en que decidí entrar en las ciudades. Entonces ellos dejaron de manifestarse.

Me preparé cuidadosamente haciendo inmersiones de observación, aprendiendo de los congéneres humanos por aprendizaje vicario. No había un modelo de conducta, sino muchos a los que imitar, de tal manera que, mientras lo necesité, pasé desapercibida entre la multitud, camuflada, improvisando personalidades. Pronto supe que sobreviviría mejor si me hacía pasar por hombre y si mi aspecto físico mostraba opulencia. Así, fui masculinizándome y engordando hasta transformarme con el fin de autoprotegerme a la hora de relacionarme.

En esa vida pude desplegar todos mis talentos más genuinos: mi capacidad para comprender el dolor humano me llevaba a tal deseo de calmarlo, que bastaba con poner mis manos sobre ellos para que el alivio se produjera. Y fui ganando confianza en mis habilidades y descubriendo otras nuevas que atesoraba sin saber de dónde provenían. A veces, la inspiración me llegaba tan de cuajo que podía anticiparme a acontecimientos de naturaleza imprevisibles, como podían ser lluvias torrenciales u otros fenómenos naturales de los que alertaba a los pueblos. Fui ganando prestigio, de manera que las personas se me acercaban con respeto y siempre se llevaban lo mejor de mí. En aquella vida extraje toda la bondad que poseía.

Las relaciones que tuve fueron ricas en afectos y aquellos que se sentían agradecidos solían demostrarlo con ofrendas de todo tipo. Sin embargo, mantenía en mi interior un sentimiento de soledad indescriptible, como si me hubiesen despojado de lo más apreciado, que era el contacto con el amor y la guía de mis compañeros. Ellos no pudieron acompañarme en vida, y ahora tampoco lo volverían a hacer desde la dimensión de los muertos. Entonces, empecé a sentir una gran añoranza y un anhelo de tener una vida común a la del resto de los mortales. Sentía que ningún lugar era mi hogar y que no pertenecía a nada ni a nadie: ni a los del cielo, ni a los de la tierra. Sentía que nadie me podría enseñar nunca nada y que jamás crecería tal como lo hacía la humanidad.

Y estos sentimientos me desviaron de amar lo extraordinario de la historia de mi vida, de manera que la impronta del dolor quedó agazapada en mi pecho a modo de vacío interno. Un vacío que, durante muchos años, cuando me quedaba a solas sin nada que hacer, me tragaba cual agujero negro.

Sanando el abandono

Mi experiencia traumática en aquella vida generó tal impacto en mi conciencia, que no pude integrar ningún aprendizaje de aquella vivencia. Desde entonces hasta hoy, el trauma por abandono quedó grabado en lo más profundo de mi ser, sin posibilidad, por mucho tiempo, de sacarlo a la luz para verlo con meridiana claridad y afrontarlo con conocimiento de causa. Hasta que no abordé a través de la Evolución Consciente esta problemática, mi vida estuvo mal acomodada a una sensación de tristeza interior, desvalorización y desamparo a los que me había acostumbrado como si fueran parte de mi forma de ser.

Cuando leí las características de este trauma comprendí que mi perfil era de manual. Tenía casi todos los miedos tipificados, seguía las mismas pautas de comportamiento y muchos de los mecanismos de compensación que se describían eran idénticos a los que yo usaba. Para mi sorpresa, descubrí cómo hasta ese momento no había sido consciente de lo que suponía el abandono para mí. El abandono significaba mi propio abandono, la falta de amor hacia mí misma y la consecuente desvalorización que demostraba. Vivía disociada de mi cuerpo, al cual prestaba muy poca atención. Por suerte, tengo muy buena salud, pero a pesar de ello, sentía como a menudo el cuerpo me reclamaba la atención con algún que otro tic o malestar nervioso. Lo más llamativo para mí era el vacío afectivo que sentía, que no se veía saciado con ninguna relación ni personal ni amorosa: lo que recibía caía como en una especie de pozo sin fondo. Incapaz de retener el amor que se me daba, me sentía insatisfecha y recluida en mi mundo mental, de modo que descuidaba mis amistades, aunque aparentemente siempre estaba disponible para hacer algún sacrificio por los demás. A pesar de todo, era una buena compañía para las personas que me encontré en el camino, siempre comprensiva, sensible, mediadora, empática e inteligente; sin embargo, mis mejores talentos los utilizaba para sobrevivir a tanto desamor como sentía.

Habitualmente relegaba mi presencia a un segundo plano, con la intención de pasar desapercibida para no comprometerme con ninguna acción concreta que delatara mis carencias. De esta forma, me fui forjando una personalidad sustituta que aún hoy tengo que mantener a raya, porque se ha convertido en una mala costumbre. Ese halo de ausencia es el que usé para protegerme, pero es también el que me ha robado las mejores oportunidades. De alguna manera, me alejaba de todo lo que era para mí. Desconectada de mis necesidades, me adaptaba a las peores circunstancias y, en demasiadas ocasiones, me conformaba con migajas. La pérdida de mi poder personal se veía reflejada en situaciones de este tipo en las que era incapaz de reclamar lo que me correspondía, aunque ese poder solía aparecer cuando se trataba de defender los derechos ajenos.

Lo más importante que tengo que contar es cómo he superado este trauma después de muchas vidas en las que, seguramente, he adoptado mi dolor con resignación y soledad. En mi proceso de sanación ha habido pasos imprescindibles: el primero fue recuperar, de manera consciente, la memoria traumática; el segundo, descubrir que el abandono había sido la herida que quedó impresa tras la experiencia humana; el tercero fue el más importante, pues supuso la determinación de sanar lo que ya no era ético mantener en vida; el cuarto utilizar toda la ayuda y poner en práctica las herramientas de terapia que he aprendido.

Diría que la determinación de sanarse supone el setenta por ciento de la sanación. Cuando has decidido acabar con tu historia de sufrimiento ya no queda más opción que abordar con paciencia las distintas caras que este ofrece. Aunque el sufrimiento siempre es el mismo, hemos tejido un gran entramado en torno a él, por lo que hay muchas hilachas con las que debemos trabajar a fondo. En mi caso, había un gran problema que tuve que abordar en el momento de mayor crisis, y este fue mi proceso con la psicosis y la depresión, que contaré más adelante. A través de las crisis psicóticas me hice consciente de la necesidad de acabar con la tendencia de refugiarme en la mente y estar más en el cuerpo, creando rutinas saludables que me conectaran con los ciclos de la vida terrestre. Estar más en el cuerpo me ayuda a dominar los estados disociativos, descartando los que resultan improductivos y acercando los que tienen interés y un propósito evolutivo. Según nos cuenta Paloma en su libro, la curación de la psicosis aporta una extraordinaria permeabilidad consciente para la realidad multidimensional. Esto quiere decir que cuando el psicótico aprende a dominar la disociación y a poner límites a las interferencias patológicas por las que se ve acosado, toda su sensibilidad se halla predispuesta a las mejores experiencias con lo inmaterial. El cielo está abierto para nosotros, así que no desaprovechemos el talento.

Respecto a la depresión tengo que decir que, tras superarla, vino mi auténtico resurgimiento, mi desprendimiento definitivo del trauma. Superar la depresión me ayudó a sanar la falta de amor hacia mí misma y el vacío afectivo que mantenía esa tristeza profunda y soterrada.

 

Tuve que tener mucha paciencia conmigo porque mi cuerpo demandaba mucho descanso y sueño, pareciéndome ya casi imposible recuperar mi vitalidad. Una cosa que quiero destacar y transmitir a todas las personas que están presas de su sufrimiento es que, mientras estamos en él, el tiempo se ralentiza y nuestra percepción parece eterna, como si siempre y para siempre esta fuera nuestra única realidad posible. Pero no es así, ya que el sufrimiento es mental y —aunque se refleje en el cuerpo— en nuestro presente se muestra como una realidad virtual en la que se activan nuestras peores fantasías, hechos que muy probablemente no nos ocurrirán nunca.

A veces me pregunto qué hubiera pasado si en aquella vida no me hubiese quedado traumatizada por el dolor de la soledad, si hubiese mirado tan solo la parte positiva que fue la vivencia extraordinaria de poder, de sensibilidad y de amor. Y entonces me doy cuenta de que hay algo en la vida humana que no se puede hacer sin la presencia de otros humanos, sobre todo cuando eres tan pequeña y no has podido recuperar plenamente tu conciencia, esto es: el cuidado, la protección, la contención, el afecto básico que permite que en el futuro tengas un referente. Valerme por mí misma fue la tónica en muchas vidas posteriores, y en esta vida—que vale por todas— comprendo que una de las cosas que he venido a experimentar es la cooperación, el logro colectivo, el amor a la humanidad. Ese es el vacío de experiencia que generó mi trauma, pero también ha sido la posibilidad de reconocerme como parte de una masa crítica de individuos que quieren anclar unos valores y maestrías en relación a la energía de amar, que integraremos en nuestra propia esencia. Este es el gran aprendizaje que puedo extraer, una de las perlas que escondía mi sufrimiento. Y estoy convencida de que, seguramente, iré descubriendo muchas más en el futuro.