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Recuento de moradas
Recuento de moradas (2018) Alejo Carpentier®
D. R. © Editorial Lectorum, S. A. de C. V. 2018
D. R. © Editorial Cõ
Leemos Contigo Editorial S.A.S. de C.V.
edicion@editorialco.com
Edición: Enero 2021
Coeditor digital
D. R. ©Fundación Alejo Carpentier 2018:
D. R. © Notas y prólogo: Armando Raggi
D. R. © Portada: Leonel Sagahon
D. R. © Edición: Laura Romo
Prohibida la reproducción parcial o total sin autorización escrita del editor.
Índice
1 Prólogo Las recurrencias de la memoria
2 I
3 II
4 III
5 IV
6 V
7 VI
8 VII
9 VIII
10 IX
11 X
12 XI
13 XII
14 XIII
15 XIV
16 XV
17 XVI
18 XVII
19 Anexo 1 · Días de la huída
Prólogo Las recurrencias de la memoria
Recuentos, recuerdos, remembranzas, memorias, memoriales, diarios, confesiones, autobiografías, son distintos nombres para definir una vieja forma literaria, muy empleada, desde la antigüedad hasta nuestros días. Esta forma de escritura ha sido utilizada por militares y políticos como un medio de legitimar sus actos para la posteridad. También los escritores han empleado en profusión tal forma de escritura, desde las Confesiones de Jean Jacques Rousseau a las autobiografías de Thomas Mann, André Gide o la del poeta chileno Pablo Neruda.
Las autobiografías han sido estudiadas tanto por la crítica literaria, como por las ciencias sociales: antropólogos, sociólogos o sicólogos, quienes las califican en sus estudios, en dependencia del idioma, como storytelling, recits de vie o recuentos de vida.
Los culturólogos, que han centrado sus miras en el estudio de esta forma discursiva, no se ponen de acuerdo en si deben definirla o no como género literario. El investigador Philippe Lejeune definió la autobiografía como un recuento que, de manera retrospectiva, hacemos sobre nuestra individualidad, poniendo énfasis en la construcción de la personalidad.
Para Lejeune, la autobiografía como narración autodiegética, tiene como rasgo distintivo que su autor, narrador y personaje son la misma persona, por tanto, el autor se “compromete” ante el lector a decir la verdad sobre sí mismo. Lo anterior crea un “pacto autobiográfico”, que puede o no ser explícito entre el autor y su lector. Este “contrato autor-lector” implica que no existen diferentes grados de verosimilitud en el texto:
es todo o nada. Una autobiografía, a pesar de ser autorreferencial, puede ser “inexacta”, por ello el lector detectará rupturas en el contrato al buscar los posibles errores, deformaciones e inexactitudes. El autor puede equivocarse o confundirse en fechas, situaciones o participantes. Inexactitudes muchas veces motivadas por la distancia temporal existente entre el suceso y su recuento, tiempo que le ha permitido sopesar, reanalizar y reescribir lo sucedido; lo recordado ha pasado por el tamiz de la experiencia posterior. Además de esta subjetividad en el pensamiento del autor, para Lejeune, la autobiografía nos permite poder captar mejor su verdad personal, individual e íntima.
La referencialidad o verosimilitud defendidas por Lejeune en su “Pacto autobiográfico”, lleva a Jerome Bruner a discrepar y plantear que esta “realidad” es mucho más compleja e interactuante de lo pensado, que tiene una estrecha dependencia de diversos factores emocionales y sociales componentes de la experiencia, y recuerdos que constituyen la identidad personal:
Nosotros construimos y reconstruimos continuamente un Yo, según lo requieran las situaciones que encontramos, con la guía de nuestros recuerdos del pasado y de nuestras experiencias y miedos para el futuro. Hablar de nosotros a nosotros mismos es como inventar un relato acerca de quién y qué somos, qué sucedió y por qué hacemos lo que estamos haciendo.
Para Bruner, las autobiografías, que denomina narrativas, son parte indispensable del proceso diario de construcción de nuestras identidades. A pesar de ello, estos discursos autobiográficos dependen de eventos reales y verificables de una manera menos ambivalente que en la ficción. Esta construcción de la realidad se materializa con diversos productos culturales como el lenguaje y demás sistemas simbólicos, las lecturas que uno realiza y las amistades o mentores, las que, interactuando entre sí posibilitan la representación de la realidad del autor:
Organizamos nuestra experiencia y nuestra memoria de acontecimientos humanos principalmente en forma de narrativa —historias, excusas, mitos, razones para hacer o no— y así sucesivamente. La narrativa es la forma convencional transmitida culturalmente y constreñida por el nivel de maestría detentado por cada individuo y por el conglomerado de [...] colegas y mentores.
Prosigue Bruner, apuntando sobre el discutido tema de la cercanía o no a la realidad y la manera de verificarla:
Al contrario de las construcciones generadas por procedimientos lógicos y científicos, las construcciones narrativas solo pueden lograr “verosimilitud”. Las narrativas, entonces, son una versión de la realidad cuya aceptabilidad está dada por la convención y la “necesidad narrativa” en vez de por verificación empírica y requerimientos lógicos.
Para Paul Ricoeur estas historias de vida son más inteligibles porque aplican modelos narrativos, —como pueden serlo las intrigas o el suspense— encontrados en el discurso a partir de símbolos y signos que nos permiten la comprensión de uno mismo, por ende, las acercan tanto a la historia como a la ficción. Siguiendo esta misma línea, el semiólogo Umberto Eco denomina a estas estructuras discursivas como estrategias que constituyen el elemento de sus interpretaciones, “si no legítimas, legitimables”.
Para la sicóloga Pamela Rutledge toda historia comienza y vive en el cerebro, que procesa la información recibida por los cinco sentidos y la convierte en una narrativa con un contexto sensorial completo. Los significados asumidos conectan la nueva información con la ya almacenada. Esta narrativa posibilita a la persona darle sentido a la información, para almacenarla de modo efectivo y poder recordarla posteriormente. Esos significados permiten la conservación de la información. No obstante, todas las historias son colaborativas, ya que las transformamos con nuestros significados. “Sin historias, nada permanece. No guardamos nada”.
Las memorias autobiográficas son formas únicas de memoria que integran las experiencias individuales del ser con diversos marcos referenciales culturales. Posibilitan comprender la realidad, aún más allá de ella, al recapitular acerca del quién, qué, cómo y cuándo tal evento tuvo lugar, así como también cuál es su significado y dónde radica su relevancia. Estos relatos autobiográficos implican interacciones y relaciones sociales y culturales, que emergen enfocándose en el cuento y recuento de eventos significantes de nuestras vidas. A su vez, la memoria autobiográfica esta modulada por modelos socioculturales que permiten organizar y comprender la vida humana, incluyendo los géneros narrativos, y proveen el marco para evaluar y comprender nuestras experiencias.
Las narrativas autobiográficas permiten estructurar las experiencias en una forma que facilita la reflexión subjetiva y, de esta manera, darle un sentido a la vida ya que cada persona experimenta su entorno con una perspectiva única. Por ello, para darle ese sentido a la vida, es que a partir del nacimiento comienzan estas interacciones, desde el interior de las familias, ayudando al desarrollo de las diversas narrativas que definen la memoria, el ser y la identidad personal. Estas relaciones reflejan formas culturales en una espiral evolutiva: la cultura conforma las identidades narrativas individuales; y estas, a su vez, moldean las formas culturales. El hincapié en recontar la primera infancia y la adolescencia reside en que las referencias a estas etapas tempranas de la vida actúan como el tiempo donde se construye la identidad de la persona adulta. Las preguntas que definen la vida posterior: ¿quiénes somos? ¿adónde vamos? se las debemos a estos actos primigenios. Pero no se debe olvidar que es inevitable la contaminación de nuestros pensamientos del presente en la manera de narrar el pasado.
Existe la tendencia a mantener los detalles inaceptables o engorrosos fuera de estas narraciones de vida o, en el mejor de los casos, matizarlos, privilegiando los agradables y constructivos, salvaguardando así la autoestima y haciendo la historia más “relatable”. Desde la adolescencia hacemos uso de este sofisticado proceso de razonamiento, que posibilita la elaboración de las memorias y su utilización deliberada como fuentes de conocimiento abstracto. Conocimientos definitorios para la conformación del ser que, al integrarse con otras memorias semánticas dan surgimiento a un esquema de vida permanente pero evolutivo que permite influenciar la vida en sus distintos periodos, así como fuente de motivación, sabiduría y medio de auto-escrutinio.
Como un eco de lo anterior, están las palabras del Premio Nobel de Literatura André Gide, quien en su polémica autobiografía publicada en 1927 Si la semilla no muere apunta:
Yo soy un ser de diálogo; en mí todo combate y se contradice. Las memorias son solo medianamente sinceras, por muy grande que sea el deseo de ser veraz: todo es siempre más complicado de lo que uno cree. Acaso nos acercamos mucho más a la verdad en la novela.
En entrevistas que le hicieran entre 1969 y 1970, tanto el investigador Klaus Müller-Bergh como Yuri Daskévich (traductor de sus obras al ruso), Alejo Carpentier narró que estaba trabajando de forma simultánea en dos proyectos literarios: un libro de memorias, Semblante de cuatro moradas, que había comenzado a escribir a mediados de los años treinta; y una novela que llamaría El año 59. Con posterioridad el proyecto autobiográfico quedó relegado y engavetado, cuando la novela sobre los sucesos del triunfo revolucionario de 1959 ocupó gran parte de su tiempo.
Como toda memoria o recuerdo es subjetivo, Recuento de moradas, tiene omisiones e inexactitudes, sobre todo, la referida al nacimiento de Alejo Carpentier en Cuba. Trataremos de dar respuesta y esclarecer algunas interrogantes sobre su niñez y juventud que, gracias al rastreo en la prensa y en archivos, hemos logrado desentrañar. Son solo algunas viñetas, ya que aún existen lagunas, que no contradicen del todo lo narrado por el escritor.
El 26 de diciembre de 1904 nacía en la ciudad suiza de Lausana el niño Alexis Carpentier Blagoobrásov. Sus padres eran el marsellés Georges Julien Carpentier y la rusa Ekaterina Vladímirovna Blagoobrásova. Ambos habían nacido en 1884. Su abuela paterna se llamaba Luisa Marie Gabrielle Carpentier, Vizcondesa de Valmont. Sus abuelos maternos eran Vladimir Bragoobrásov y Eudoxia Galaction.
Georges Julien y Ekaterina se habían conocido cuando ella estudiaba en Lausana la carrera de medicina (¿o enfermería?). Por un borrador de solicitud de examen al decano de la Facultad de Medicina, con la caligrafía de Georges, que se conserva entre la papelería de la Fundación Alejo Carpentier, Ekaterina solicita autorización para presentarse al examen de Anatomía, que debía celebrarse el 27 de noviembre de 1905, además de que —en la carta en limpio— le adjunta información sobre asignaturas, cursos y prácticas de laboratorio a las cuales ella había asistido.
Los motivos del arribo de la familia a Cuba son aún desconocidos, además de los que aduce el propio Carpentier, probablemente se deba a que, en aquellos momentos, la isla recién adquiría su independencia luego del fin de una sangrienta guerra de liberación que había ocasionado la muerte de más del veinte por ciento de su población, tanto en los campos de batalla como por la reconcentración y muerte por hambruna decretada por el penúltimo capitán general español Valeriano Weyler y Nicolau como un medio de frenar el avance mambí. La economía también estaba en crisis. La prolongada contienda y la política de la tea incendiaria practicada por los mambises, para apurar la caída del régimen colonialista, convirtieron en ruinas y cenizas la principal fuente de ingresos económicos: el azúcar. Había que repoblar y reconstruir la mayor de las Antillas. Desde la isla se dictaron disposiciones migratorias que favorecían la inmigración blanca y preparada. Para muchos europeos que venían a buscar fortuna Cuba se veía como la tierra promisoria.
Antes de partir para Cuba, tienen que hacer una gestión legal muy importante: Georges y Ekaterina deben formalizar su unión ante notario. La boda tiene lugar en la Comuna de Saint Gilles de Bruselas, Bélgica, el 14 de diciembre de 1907. La razón de este casamiento fue la necesidad de presentar al inspector de aduanas el certificado de matrimonio, ya que la Ley de Inmigración cubana vigente en aquellos momentos, basada en las disposiciones y reglamentos de la Orden Militar no. 451 del gobierno interventor norteamericano, publicada el 6 de noviembre 1900, estipulaba:
Que toda mujer que viaje sola, en tránsito, de cualquier estado civil y aunque sea pasajera de primera, podrá impedírsele el desembarco a juicio del Comisionado de Inmigración, si no presta las garantías que él estime oportunas.
Las mujeres casadas que se dirijan a Cuba, deberán estar provistas de la correspondiente autorización marital y si el esposo reside en Cuba, dicha autorización será otorgada ante el Comisionado de Inmigración, acompañando los documentos correspondientes, debidamente legalizados.
Los aduaneros tenían la prerrogativa de dejar desembarcar o no a las mujeres solas o con niños menores, si presentaban el consabido certificado de matrimonio, o si eran acompañadas del marido. Si al oficial de aduanas se le ocurría que la mujer que tenía delante, aun a pesar de poseer un certificado de matrimonio, era una prostituta “francesa”, podía, simplemente, no dejarla desembarcar y enviarla de regreso. Salvo que, por debajo de la manga, se le abonara “algo” que le hiciera reconsiderar su posición inicial. Los motivos de esta disposición se encontraban en que la trata de blancas se había convertido en un flagelo internacional; en 1902, representantes de trece naciones se habían reunido en París para discutir cómo combatirlo y acordaron realizar un esfuerzo concentrado y detener el tráfico.
A pesar de contar con la colaboración del Archivo Nacional de la República de Cuba, que nos permitió investigar en los libros registros de entrada de pasajeros de la Capitanía del Puerto de La Habana los años que abarcan desde 1905 a 1914, y debido al mal estado de conservación de dichos documentos y la falta de algunos tomos, no se conoce aún con exactitud la fecha en que la familia Carpentier desembarcó en Cuba. Pero, por diversos motivos y siguiendo el rastro documental, se considera que ocurrió entre 1908 y 1909.
Por algunas postales sin datar que se conservan entre la papelería del escritor —no tienen matasellos y, al parecer, era cosa familiar no fecharlas—, sabemos que el padre vino en avanzada a Cuba. En el reverso de una postal con la imagen de La Habana vista desde el Castillo del Morro y del vapor ss Havane saliendo por la boca de la bahía, Georges le escribe al joven Alexis: “Mi pequeño y querido Alexis. Te envío una tarjeta postal donde verás un barco que parte del puerto de La Habana. Es el que verás cuando llegues con Toutouche. Se ve un poco de la ciudad. Recibí tu carta. Escribe bien mi Coco. Los abrazo fuerte, tu Gochete.”
En otra postal sin fecha, Toutouche –apodo con que nombraban a Ekaterina– lleva un vestido belle epoque, que nos permite datarla en los primeros años del siglo xx; le escribe a Georges que pasó por un establecimiento fotográfico y vio que hacían fotos a un precio asequible. Es la foto que le envía. Iba con Alexis (Caniche), y para evitar que hiciera una mueca al retratarse y estropear la foto, no lo retrató, ya que padece el mismo mal que su padre (Gochete) que considera la fotografía como una estupidez.
La llegada de los Carpentier a Cuba debe haber coincidido con la reinstauración, luego de dos años y medio de ocupación militar norteamericana comandada por Charles Magoon, del régimen presidencialista. El 28 de enero de 1909, asumía la primera magistratura el antiguo brigadier de las Guerras de Independencia José Miguel Gómez, a quien el pueblo apodó Tiburón...y acto seguido acotaba: “Tiburón se baña..., pero salpica”. Desde esta época comienzan a producirse varios escándalos motivados por operaciones financieras fraudulentas, que el pueblo cubano bautizó como “chivos”, quizás por aquello del “berrenchín” que destilaban.
Ya asentados en La Habana18 Alejo Carpentier nos cuenta que su padre trabajaba en una oficina de arquitectos llamada Bastian, con sede frente al Paseo del Prado.
En la Guía-directorio del comercio, profesores e industria de la isla de Cuba, editada en Madrid por Bailly-Baillene en 1909; y el Directorio de información general de la República de Cuba, editado en La Habana por Rambla, Bouza y Cía. en 1912, en Paseo de Martí (Prado) 89 y 91, tenía su sede la firma de arquitectos, ingenieros y contratistas de obras, Bastíen, K. El padre bien pudo haber sido uno de los arquitectos o delineantes empleados en esta compañía. Sobre su estatus como arquitecto no tenemos información. Como casi todos los diversos gremios y asociaciones, los arquitectos tenían un Libro Registro de Arquitectos, pero su búsqueda en el fondo de Asociaciones del Archivo Nacional también resultó infructuosa. Por lo tanto, su padre pudo haber tenido un amplio espectro de obras realizadas, tanto como adjunto a una firma o por cuenta propia, aunque, como veremos, posteriormente tuvo una oficina independiente.
En 1911 ocurrió el primer viaje de la familia Carpentier a Europa, para resolver conflictos de herencia materna —su abuelo falleció en Bruselas en septiembre de 1907. Los trámites bancarios corrieron a cargo de las sucursales del banco francés Credit Lyonnais, cuyo subdirector era de apellido Casseterne; el Banco Moscovita de Comercio, con su director Kiselevski, y el Banco Ruso-Asiático. Este viaje se puede fechar con bastante exactitud gracias al matasellos del sobre de carta timbrada desde Rusia, dirigido a Ekaterina, al no. 118 de la calle Víctor Hugo; luego se quedarían en el no. 23 de la calle Pierre Desmours, de París. Además, entre las fotos que adicionamos al testimonio gráfico, en anexos, incluimos una del niño Alexis, de unos siete u ocho años de edad, vestido como paje medieval, al parecer de alguna actividad escolar, tomada por un fotógrafo parisino F. Fleury, que tenía su establecimiento comercial en el no. 222 de la calle de Rivoli.
De regreso a la mayor de las Antillas, Georges se encuentra con años de una gran bonanza económica, conocidos en Cuba como período de “las vacas gordas o la danza de los millones”, motivado por la larga y cruenta Gran Guerra europea que desbastó los campos de producción de azúcar de remolacha, principal contendiente del azúcar de caña producida en la isla. Esta catástrofe para los competidores, conllevó un incremento a nivel mundial en los precios del dulce. Sobreviene un aumento de las riquezas de la sacarocracia y, a su vez se desata una fiebre edilicia, suntuaria y especulativa sin parangón. Es cuando las clases sociales más favorecidas abandonan el antiguo y superpoblado casco urbano y se asienta en la poco edificada zona de El Vedado. Para un arquitecto, esta era una oportunidad única por lo que, en algún momento no determinado, puso oficina en el Banco Nova Scotia.
Tomando en consideración la proximidad con la vivienda donde habitaban, los padres matriculan a Alexis en el Candler College. El colegio, fundado en 1899, era una institución de la Iglesia Metodista, ubicada en la calle Virtudes. Durante los tres meses, aproximadamente, que Alejo dijo haber asistido a esta escuela estuvo bajo la dirección del reverendo doctor H.B. Bardwell. El Colegio era muy reputado en su tipo, en sus planes de estudio era obligatoria la lengua inglesa y se encontraban inscritos gran parte de los hijos de los norteamericanos asentados en la isla. A la par, no pocos hijos de las familias de clase media del país, estudiaban en este plantel que veían como una suerte de paso de avance en su futuro profesional. Quizás nunca sabremos con certeza las causas que motivaron que Georges cambiara de escuela a su hijo. Alejo argüía que el traslado escolar se debió a que los libros de texto empleados eran norteamericanos, y en ellos “nada se enseña de la historia de Cuba ni de América Latina, y, en cuanto a historia universal, se ofrecen libros donde Daniel Webster y Joel Poinsett resultan más importantes que Carlomagno o Felipe II”. Podemos presumir, que otra de las causales del cambio se encontraba en el énfasis dado al estudio bíblico y, para un ateo de carácter fuerte —como seguramente era Georges Carpentier y como nos lo describe Alejo, esto también debió pesar en su decisión.
La próxima escuela del niño Alexis Carpentier será en el colegio fundado por el prestigioso profesor universitario de origen español Claudio Mimó y Caba. Por su desempeño en la aplicación demostrada en los estudios durante el mes de noviembre, Alexis es premiado.
El clima húmedo de Cuba, motiva que el niño debute con fuertes estados alérgicos en forma de ataques asmáticos, que determinarán grandes estadías de reclusión, sin poder jugar o hacer ejercicios físicos, con el miedo perenne de “quedarse sin aire”, de sentir como si le comprimieran el pecho, sin dejarlo respirar. Este es un tema que estará presente en su novelística. En su novela inconclusa “El clan disperso”, Alejo describe uno de estos ataques, al llegar la noche:
un ruido nuevo, anunciado por toses sordas, alargaba su renqueante ritmo en la oscuridad [...] Era como un ligero estertor de fuelle de armonio; como un silbido sordo, prolongado, singularmente afinado sobre dos notas simultáneas [...] crispando las manos sobre rodillas que no podían apartarse más, sentado en el borde de una butaca de mimbre, Francisco Melchor se había inmovilizado en una posición forzada, que le abarrilaba el tórax hundiéndole los hombros sobre el cuello de venas hinchadas.
Luego hace un recuento de las medicinas y remedios que le hacían tomar, para tratar de evitar infructuosamente los ataques, que regresarían a la noche siguiente:
Aunque la droga le hubiese traído algún alivio aquella noche, llevando una conocida tirantez a sus pupilas, Francisco Melchor sabía que el asma no se dejaría burlar por hojas quemadas, ni por cocimientos de hipocampos, tisanas de abanicos de mar, infusiones de cuajaní, y otras terapéuticas negras [...] en realidad las únicas un poco eficientes ante la total inutilidad de los jarabes iodotánicos, papeles nitratos y cigarrillos de eucalipto. Por ello no trató de volver al lecho, temiendo un ahogo mayor y las espantosas jaquecas que le llenaban la cabeza de piedras; apenas tratara de dormir. Durante varios días habría que vivir así, con los talones separados, sin comer, sin beber, sin descansar, hasta que las uñas se le pintaran de azul, y el aliento de algún polen, la muerte de una flor en el patio, la desaparición de un pintor de brocha gorda, un cambio en la brisa, determinaran el fin de una crisis. Así habría que vivir hasta el amanecer, y luego del amanecer al crepúsculo, con el terror de la noche próxima...
Pensando en sacarlo de la ciudad, y en que el contacto con la naturaleza ayudaría a combatir las frecuentes crisis asmáticas, la familia se mudó primero a la finca El Lucero, ubicada en el actual municipio Arroyo Naranjo; posteriormente a Loma de Tierra, en el Cotorro. Al adolescente se le dará la tarea de atender una finca donde priman las aves de corral, en especial las gallinas y de ellas siempre hablará con orgullo.
Continuando con la labor de Georges, Alejo se propone estudiar arquitectura, pero, para ello debe terminar los estudios de segunda enseñanza. Por lo cual le matriculan en el Colegio de San Francisco de Paula.25
En 1920, el sueño mirífico que constituyó la Danza de los Millones, llega a su fin, las economías europeas lograron restaurar el perdido status por la conflagración que las destruyó. El precio del azúcar cubano cae en picada. El país entra en una crisis económica sin precedentes. Comienza entonces un periodo bautizado por el pueblo jocosamente como “vacas flacas”, la nación nunca se repondría. Los no previsores, los que derrocharon todo su dinero en la especulación y lujos suntuarios, sin invertir en el futuro, fueron a la ruina más absoluta; el pueblo no puede pasarla peor. El padre de Alejo, poco previsor, al no poder vender ningún proyecto, ni cobrar lo realizado, quiebra.
Por razones sobre las cuales solo cabría la especulación, poco a poco las relaciones familiares se fueron agriando hasta hacerse insoportables. El padre justificándose en la atención de sus negocios, renta apartamento en La Habana, se va distanciando de su esposa e hijo.
No obstante lo anterior, Alejo cumple con los procedimientos para la inscripción en la Universidad de La Habana que estipulaban:
1ro. Acreditar 17 años cumplidos de edad. Para comprobar ese requisito se acompañará la certificación del acta de inscripción de nacimiento expedida por el Registro Civil respectivo, o la partida bautismal si el interesado ha nacido antes del 1ro de enero de 1885. Los nacidos en el extranjero acompañaran el documento debidamente legalizado que se exija en el país de su nacimiento para acreditar tal requisito.
2do. Poseer el Título de Bachiller en Letras y Ciencias, expedidas por algún Instituto de Segunda Enseñanza de la República o título análogo expedido por Colegio, Instituto o Universidad del extranjero, debidamente legalizado y previo informe favorable de la facultad de Letras y Ciencias.
Además de los requisitos generales para ingresar en el centro de altos estudios, existían exigencias específicas en las diferentes facultades: la Escuela de Ingenieros y Arquitectos daba preeminencia a los que estuviesen titulados de: maestros de obra, de agrimensores o fuesen egresados de la Escuela de Artes y Oficios, pero si el solicitante no poseía ninguno de los avales exigidos se le realizaban exámenes de ingreso.
El sábado 16 de septiembre de 1922, Alejo dirige una carta al Rector de la Universidad Nacional solicitándole permiso para realizar los exámenes de ingreso en la escuela de Ingenieros y Arquitectos. La solicitud es respondida, de forma afirmativa, el miércoles 20 de septiembre, luego que el Rector cotejara el acta de estado civil presentada por Alejo Carpentier Blagoobrásov y dejara constancia que en el expediente estudiantil se encuentra una copia traducida de la misma. Un análisis de la caligrafía y texto de la copia del documento oficial archivado muestran que es una traducción realizada por Catalina. Se puede suponer que la causal de esta nota aclaratoria del Rector universitario se encuentra en la imposibilidad de poder certificar el acta original ante notario. El certificado civil estaba en poder del padre, que no lo quería entregar. Catalina entró en su oficina, y forzando la cerradura de la gaveta del buró, sustrajo el documento y lo presentaron en la Universidad. Cuando Georges se percató de la intrusión en su oficina se presenta en la 1ra Estación de Policía para denunciar a su esposa como autora del robo.
En el periódico habanero La Prensa, del viernes 22 de septiembre de 1922, en su segunda página, franqueado por una noticia relativa a un hombre que cantó y bailó al enterarse del fallecimiento de su suegra, y de la denuncia de un robo en una peletería habanera, se encuentra la siguiente nota:
Carpentier denuncia a su esposa
Robo en un establecimiento
Le sustrajo el acta matrimonial
En la Primera estación de policía se personó el señor Georges Carpentier y Carpentier, natural de Francia, mayor de edad, casado, arquitecto y vecino de Presidente Zayas número 7327 formulando una denuncia contra su esposa Catalina Carpentier a la que acusa de haberle sustraído el acta matrimonial que guardaba dentro de un buró en la oficina que posee en el Banco Nueva Escocia, departamento número 307.
En el acta, el denunciante hace constar, que desde hace unos días se encuentra separado, amigablemente, con su referida esposa, la que para substraer dicho documento, utilizó una llave falsa.
También hace constar en el acta el denunciante que a su esposa se le puede citar por medio del Ataché Militar de los Estados Unidos, que reside en el edificio Frank Robins, que existe en la calle de Obispo número 69
De acuerdo con dos cartas redactadas por Ekaterina, ambas con fecha del 2 de febrero de 1932, y dirigidas a la Capitanía del Puerto de La Habana, solicitando una notificación de la salida del país del esposo, necesaria para realizar los trámites de divorcio, Georges Julien abandonó el país el 2 de noviembre de 1922, a bordo de un navío de la United Fruit Company, con dirección a Panamá.
Aunque, al recontar estos sucesos Alejo describirá la relación con su padre como tranquila y apacible, esta fue, al parecer, más bien todo lo contrario, lo cual puede comprobarse a través de las cartas que desde París, Alejo le escribiera a su madre cuando, por mediación del doctor Juan Antiga, se enteran del paradero de Georges Julien por una nota aparecida en un periódico colombiano. Ante la noticia, le informa a su madre cual será el curso de acción que tomará: