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Primera edición electrónica, 2007

Textos © 2007, Alberto Soberanis

D.R. © 2007, Universidad de Guadalajara


Editorial Universitaria

José Bonifacio Andrada 2679

Guadalajara, Jalisco 44657

www.editorial.udg.mx

SOBERANIS, Alberto

José María Arreola y Mendoza. Un sabio jalisciense

/ Alberto Soberanis

Guadalajara: Editorial Universitaria, 2007, 1ª edición

(Colección Jalisco, Serie Biografías)

ISBN 970-27-1062-6

1. Arreola, José María, 1870 - 1961.

2. Jalisco – Historia.

3. Astronomía - Arqueología.

920.7 s-677

ISBN 10: 970 27 1062 6

ISBN 13: 978 970 27 1062 2

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Noviembre de 2007

Imagenes de guardas tomadas de Guía Rojí,

Ciudad de Guadalajara, México 2006.

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Para mis ex alumnos, colegas y amigos

de la Universidad de Guadalajara

y de Guadalajara

Su retrato

José María Arreola fue un alumno brillante que no tuvo ningún problema para continuar sus estudios profesionales superiores. Arreola nació en una ciudad pequeña ubicada al sur del estado de Jalisco, llamada Zapotlán el Grande (ahora Ciudad Guzmán) y murió en Guadalajara en 1961. Su vida se desplazó de un medio intelectual modesto hacia otros más importantes, como Guadalajara y México, atraído por el creciente movimiento intelectual, que indudablemente satisfacía sus inquietudes científicas.

Estas inquietudes las cultivó en su juventud debido a la atracción que sintió por las ciencias impartidas en sus centros de estudio, y por las cuales se sintió devoto en su infancia. La docencia la practicó siendo muy joven y su vocación encontró el sendero que lo llevó hacia las ciencias naturales: física, astronomía y vulcanología. Supo asimilar la sabiduría impartida por sus profesores y apreciar el espíritu científico de su época que se propagaba por todas partes. Como consecuencia de su interés por la meteorología, y como parte de sus inclinaciones científicas, creó observatorios en diferentes instituciones de enseñanza en donde laboró. Desde su infancia estuvo interesado por la actividad del Volcán de Colima, lo que lo llevó más adelante a familiarizarse con la vulcanología.

Otras de sus pasiones, que finalmente desarrollará cuando es un hombre maduro y establecido en la Ciudad de México, fueron la antropología, la lingüística y la arqueología. Como parte de sus trabajos de investigación desarrolló, en el campo de la fotografía, un conocimiento profundo. Publicó sus trabajos en revistas científicas importantes, como el Boletín del Observatorio Central de la Ciudad de México, Boletín de la Secretaría de Fomento, el Diario Oficial y Boletín Eclesiástico Científico. Sus cátedras las impartió en diversas instituciones como el Seminario de Zapotlán, Seminario de Colima, Instituto San Ignacio de Loyola, Escuela Libre de Ingenieros, y al final de su vida en la Escuela Politécnica. Interesado en dar a conocer sus trabajos, y una vez que la comunidad científica mexicana, en pleno proceso de consolidación, empezó a organizar eventos tanto a nivel nacional como internacional. Arreola participó en diversos eventos científicos como el Primer Congreso Meteorológico Nacional, realizado en 1900, en donde presentó sus trabajos meteorológicos que alcanzaron gran reconocimiento; un año después en la Exposición Regional de Guadalajara y el Congreso de Americanistas. En 1906, en el Congreso Internacional Geológico, expuso el resultado de sus investigaciones ante los miembros de una de las sociedades científicas mexicanas más añejas: la Sociedad Científica Antonio Alzate, en donde fue aceptado de inmediato.

Ya en el México posrevolucionario, Arreola parte a la capital de la República donde, trabajó en el campo de la antropología. Desde su juventud, Arreola había aprendido a hablar lenguas indígenas; ya adulto, una vez que cuenta con la suficiente experiencia en este campo, participa en el Congreso de Americanistas presentando su colección arqueológica de la región sur de Jalisco y de Colima. Posiblemente atraído por todos los trabajos desarrollados en el campo de la antropología, debido a la política indigenista del Estado mexicano, parte a buscar nuevos horizontes. En la Ciudad de México ingresó a la Secretaría de Agricultura y Fomento en donde era conocido por sus trabajos sobre la meteorología. Pronto es nombrado filólogo de lenguas indígenas de la misma Secretaría. Entonces empieza su periodo de arqueólogo, lingüista, etnólogo, incluso de museógrafo. Tradujo cuentos indígenas que se publicaron en el Journal American Folklore. También realiza trabajos sobre las pinturas recién descubiertas en esos años en Teotihuacan, y en las de Tepoztlán, Morelos.

Su gran mérito es que supo adaptarse al espíritu y sensibilidad de los diversos ambientes en que vivió. Igualmente, supo sobreponerse a las adversidades, aun cuando se viera a veces combatido e incomprendido, no obstante de sus frecuentes y reales éxitos académicos. Fue miembro destacado de la obra científica iniciada por otro inmortal de la ciencia mexicana, Manuel Gamio, en las exploraciones de Teotihuacan; exploración que logró reunir a los más importantes sabios de la época. Posteriormente, realizó una destacada disquisición sobre los jeroglíficos del llamado calendario azteca y su interpretación de los códices Vaticano B y del Códice Borgia. A lo largo de sus encuentros con la ciencia de su tiempo, no cesó en adquirir ideas con que nutrir su imaginación científica. En su imponente biblioteca, la que logró formar durante su vida, se advierte todo cuanto le proporcionó el medio intelectual en el que vivió. Al final de su vida, cuando es un científico consumado, esta biblioteca se muestra en plenitud, lo que deja ver con nitidez sus preferencias, su intimidad intelectual. Buena parte de su acervo está dedicado a las ciencias exactas: matemáticas, astronomía, física, minería, geología, cristalografía, biología, botánica y zoología. Autores como Biot, Arago, Fresnel, entre otros, se encontraban en su acervo. Del físico Becquerel, colega de los Curie, también encontramos parte de su obra.

En el año de 1904, José María Arreola y Severo Díaz, en ese entonces colegas, publicaron un trabajo sobre el radio y la radio-actividad de la materia. Este trabajo sorprende por la actualidad que encontramos en sus trabajos científicos, ya que el premio Nobel obtenido por Becquerel y los Curie apenas tenía un año de ser obtenido. Seguramente que al ser parte de la República de Sabios fue el medio por el cual ambos estuvieron en la posibilidad de obtener esa preciosa muestra del elemento descubierto por los Curie, pero queda por estudiar esa etapa de la vida del científico mexicano. Por otra parte, Quetelet, Berzelius, George Claude, Darwin, Bufón, Humboldt y Wallace, también ocupan un lugar especial entre las obras de su biblioteca. A través de sus libros podemos medir el grado de conocimiento adquirido y actualización que tenía del desarrollo científico a nivel mundial, además de que la información la obtenía de los principales centros intelectuales como Francia, Inglaterra, Estados Unidos y Alemania.

Pero su rico acervo no se limitaba a lo científico. Poseía una gran cultura en materias ajenas a su formación científica. Muy aficionado a la literatura, frecuentaba el trato de los intelectuales, como quedó registrado en los comentarios de Agustín Yáñez y José Guadalupe Zuno. Gran lector de la Biblia, Arreola era un hombre creyente, pero no dogmático. Era de mente tan abierta, como sólo lo puede ser un científico, por lo que no obstante su formación en colegios religiosos, no quiso ser prisionero de las ideas religiosas.

No es gratuito, por lo tanto, que la parte final de su vida la dedicara íntegramente a la ciencia y la enseñanza. Arreola nació en una época en donde el sistema educativo da un giro total, pues con la implantación de la escuela pública positivista, la enseñanza controlada por el clero va perdiendo fuerza ante el empuje de la educación científica. Vive el apogeo del porfiriato y su caída. El movimiento revolucionario lo llevó a deslindarse de su formación religiosa y practicar la ciencia, pues se ve inmerso en ese juego perverso que surge de la mezcla de la religión, la política y la ciencia, que lo llevaría a su madurez intelectual y quizá, en el ocaso de su vida, a participar en la transformación del movimiento de reforma de la enseñanza en Jalisco, en donde el conocimiento científico será la bandera que enarbolará la política educativa estatal, pues en ella se ve la llave que abrirá la puerta al progreso del país. En esta radical política educativa se hayan encabezándola hombres de la talla de Enrique Díaz de León, Agustín Basave, Adrián Puga, Juan Agrás, Silvano Barba, Severo Díaz y, por supuesto, el maestro José María Arreola. Hasta sus últimos días, el anciano sabio siguió impartiendo sus cátedras tanto en el nivel bachillerato como en el superior.

A pesar de que se han escrito obras muy valiosas sobre la vida del inmortal guzmanense, los trabajos no han sido suficientes para acabar de conocerlo, por lo que esta modesta biografía, apenas es, si acaso, un intento de acercarse a la vida de este ilustre mexicano nacido en el estado de Jalisco.

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