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Perspectivas Críticas de la Contabilidad Contemporánea

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El Misterio de una trinidad: contabilidad, organizaciones e instituciones1

John Jairo Cuevas Mejía

Las instituciones son imposiciones creadas por los humanos y estructuran y limitan sus interacciones.” Douglas North

“[..] Y en un rojo indeleble, la cadena de tratos y pactos y traiciones, la irreversible línea que te suma y te resta, la que te multiplica y te divide”. Piedad Bonnett (Poema ‘Contabilidad’)

Preámbulo: la organización y la contabilidad como un fenómeno social

Las organizaciones económicas modernas se nos presentan bajo la apariencia de ciudadanos corporativos, de cuya existencia pareciera depender el destino de las sociedades. Esta importancia que les ha sido conferida ha crecido, al menos desde finales del siglo XIX, lo que las ha tornado en objeto de interés para las disciplinas que se han ocupado de su estudio y problematización. Sin embargo, solo hasta alcanzar la consolidación del campo de las ciencias sociales y humanas al finalizar el siglo XIX (Foucault, 2010), y en particular con su proceso de institucionalización que tiene su concreción durante la segunda mitad del siglo XX, se establecen las condiciones de posibilidad para la emergencia de una mirada crítica que pone el acento en las distintas dinámicas sociales que se entraman para producir y agenciar ese campo de interacciones e iteraciones sociales en que se devela el modo de ser de la organización. En este caso, no se redujo solo al aparecimiento de la administración científica, sino también a la importancia cada vez más relevante concedida a la organización del trabajo. Del aparecimiento de este nuevo campo, en el que se discute y problematiza a la organización económica moderna como un objeto de estudio, se advirtieron como problemas las diversas complejidades que atraviesan a este objeto, en tanto que fenómeno social: el poder, la autoridad, la exclusión, las desigualdades de género, la flexibilidad laboral, la acumulación excesiva y por desposesión, los actos inhumanos y el recorte parcial o total de la dignidad como consecuencia de la implementación de técnicas y estrategias de gestión, entre otras cuestiones. Vistos de ese modo, estos son solo algunos de los fenómenos que fueron puestos en evidencia bajo la forma de anomalías, y más como constitutivos de la realidad conflictiva de la organización.

Por otra parte, el concepto de contabilidad ha sido el resultado de diversos esfuerzos por ofrecer una conceptualización concisa. No obstante, y como resultado de los diversos enfoques que han intervenido en dicha tarea, se ha evidenciado que su cuestión ontológica, en modo alguno, resulta unívoca. En algunos casos, se la ha conceptualizado tan solo como una técnica de registro; en otros, se ha avanzado en sugerir su dimensión como ciencia en ciernes, cuyo objeto, de manera fundamental y bajo la tutela del método científico positivo, ha sido la medición y representación de la riqueza apropiada como propiedad. No es sino hasta finales de los años setenta que, por un lado, en el contexto del Reino Unido y, por el otro, en clave en principio gremialista y luego académica, en el contexto colombiano, tiene lugar el advenimiento de una comprensión de la contabilidad como un fenómeno social, cuya esencia debe someterse a la problematización de su sentido. Estas emergencias en el pensamiento contable, por designarlo en su forma categorial, desplazaron al campo de la teoría social2 la discusión de la contabilidad, para así problematizar su cuestión ontológica, en particular, para hacer visibles sus tramas constitutivas y sus formas de imbricarse en los distintos contextos sociales en donde ha sido instaurada y puesta en marcha.

Las organizaciones y la contabilidad, más allá de quedar reducidas a su potencia como campos de conocimiento, han empezado a ser juzgadas como un fenómeno social (Cuevas, 2014a). La interseccionalidad con la teoría social contemporánea ha motivado se las advierta como un fenómeno inmanente a la socialización capitalista y, por tanto, sujeto a las complejidades sociohistóricas que lo causan y lo determinan. Al margen de las consecuencias epistémicas y políticas de este desplazamiento, sobre ambos términos sigue imperando una corriente de pensamiento anclada en marcos analíticos que propenden por conservar la forma de socialización económica, política y cultural imperante: el capitalismo. Aquello que ha sido categorizado como mainstream, corriente principal (Chua, 2009), ha instalado y reproducido una cosmovisión en la cual se proyecta una concepción instrumental de la organización, a saber, un conjunto de procesos encaminados a asegurar la distinción, gestión y acumulación del capital en procura de su maximización, en cuyo caso a la contabilidad se la bosqueja como el dispositivo de cálculo y legitimación que garantiza la reproducción de la riqueza en su forma dineraria. Al interior de esta corriente de pensamiento, fundada en una epistemología que emerge del pensamiento económico según su deriva neoclásica, solo han gozado de aceptación visiones sobre la contabilidad que sean garantes de la subsistencia del mercado; de su condición de rasgo de época; de su lógica con que interviene lo económico, lo político y lo cultural; así como de su esquema de organización de la vida natural y social. En efecto, tal perspectiva no solo promueve una forma de conocimiento, es también portadora de una visión del mundo social. Por consiguiente, este enfoque forcluye de su trama las tensiones y el conflicto como parte constitutiva de lo social, reduciendo a su invisibilidad las condiciones que hacen posible se concreten relaciones de poder y el conjunto de intereses que le son subyacentes. Más bien, esta perspectiva fetichiza la heterogeneidad social al proyectar sobre esta una verdad homogénea a la que, en arreglo con su método solipsista, propone como objetiva y neutral (Chua, 2009; Larrinaga, 1999).

Al margen de la ascendencia de este tipo de consideraciones, a mediados del siglo XX tiene comienzo un florecer de propuestas que articulan lo teórico y lo político que, apoyándose en marcos analíticos provenientes de la teoría social, se proponen cuestionar el cientificismo derivado del modelo de las ciencias naturales, al interior del cual a la organización y a la contabilidad se las proyecta como parte del orden natural de las cosas. En su lugar, la perspectiva sociológica introdujo consideraciones que permitieron develar las condiciones contextuales e históricas, al tiempo que la influencia de la condición humana, descosificando lo contable y lo organizacional, para así advertirlos en la complejidad de su condición como parte de un fenómeno social más amplio. En tal sentido, a la organización económica moderna y a la contabilidad se las empezó a concebir como resultados de la institución humana, y no como realidades dadas de antemano. De modo que el relato acerca de la neutralidad axiológica y su correlato de objetividad que predominaran sobre estas conceptualizaciones fueron puestos en duda. En concreto, se los problematizó al introducirse la cuestión de las subjetividades e intersubjetividades que caracterizan a la condición humana, propiciando se pueda indicar que lo contable y lo organizacional son un resultado estrictamente genealógico.

Así, la teoría social contemporánea —en un primer momento, de origen e influencia marxista y, en un segundo momento, de amplia orientación foucaultiana— influyó en la tarea de elucidar una conceptualización de orden crítico-hermenéutico acerca de las organizaciones y de la contabilidad; en particular, porque hizo posible poner, en primer plano, las consecuencias de estas sobre los contextos sociales en donde se las produce y sobre los agentes sociales que las reproducen (Cruz Kronfly, 2005). Sin embargo, y como consecuencia de la especialización de los saberes, los abordajes sobre la organización y la contabilidad que han acogido los marcos teóricos y metodológicos derivados de estas perspectivas teórico-políticas que reintroducen la cuestión de lo social, han elaborado conceptualizaciones independientes acerca de fenómenos sociales que, en realidad, se encuentran anudados e imbricados: la organización y la contabilidad. En efecto, en pocas ocasiones, se las advierte en su mutua implicación, toda vez que permanecen inscritas en un sistema de relaciones, en donde se establece su condición fenoménica; antes bien, se las suele presentar como objetos de estudio en campos estrictamente diferenciados. Cuando se acude al término organización, por ejemplo, pareciera no revestir ninguna pertinencia su articulación e imbricación con el término contabilidad que, en última instancia, lo dota siempre de forma. Asimismo, ocurre con la contabilidad, una vez se la acepta como fenómeno social y no como una realidad natural, suele omitirse a la organización como parte de su marco relacional y, por ello, del campo en el que sus prácticas se espacializan.

Desde mediados del siglo XX, como se indicó antes, la organización y la contabilidad, en tanto que fenómenos sociales se han reconocido como partes sustantivas del ensamblaje de la realidad social y, en consecuencia, su relación ahora es susceptible de tornarse como problema sobre el cual producir sentido teórico. Este interés teórico y analítico es resultado, en parte, de reconocer que en Occidente y su modo de ser posterior a las grandes guerras, el devenir organización económica dio comienzo a la intervención del campo de acción que antes estuviese solo bajo la responsabilidad del Estado (Boltanski y Chiapello, 2002), en concreto, las prácticas asociadas al bienestar social. En ese sentido, el papel dinámico alcanzado por las organizaciones, según sus diversas y variopintas manifestaciones, tuvo como contraparte la emergencia de formas inéditas y más complejas de prácticas de contabilidad, muchas de ellas orientadas a dar alcance a las necesidades organizacionales, de acuerdo con las tramas de los nuevos contextos sociales, económicos y políticos. Así, problematizar la articulación entre organización y contabilidad como parte de un sistema de relaciones donde se implican y co-constituyen, plantea de antemano reconocer el sentido impuesto para las prácticas sociales e institucionales que moldean y dan forma a las sociedades contemporáneas. Así pues, al hacer parte de un sistema de relaciones, estos términos carecen de una esencia sustantiva e inmutable, razón por la cual su sentido se deriva de los relacionamientos constitutivos que, bajo condiciones de posibilidad específicas, se tornan inteligibles, primero, y legítimos, después, según un momento y lugar determinados.

 

Esta nueva forma que tomó Occidente, una vez diera comienzo el mundo de posguerra, ha incorporado a su núcleo constitutivo valores que, cada vez con mayor frecuencia, lo alejan de aquellos que resultaran centrales al proyecto cultural de la modernidad, en su versión más clásica. Después de consolidarse la entrada en declive del proyecto moderno, se pusieron en marcha una serie de enunciados y axiomas que, con motivo de su amplia difusión y circulación a escala global, establecieron la condición de época para lo social y lo individual, en un Occidente ahora en camino de su expansión total. La posmodernidad, entendida en principio como hegemonía del proyecto económico y su consecuente redefinición de lo social, según el signo de lo utilitario que ha pasado a dominar a las formas del saber (Lyotard, 1989), al tiempo que ha tenido lugar el advenimiento de la poscultura como consecuencia del desvanecimiento y puesta en duda de la preeminencia de las letras sobre la cultura (Steiner, 1998), han favorecido que se consolide un nuevo esquema de valores, en cuya forma imperativa siempre resuena la cámara de ecos de la forma empresa que moldea a la contemporaneidad toda. La velocidad, la instantaneidad, la flexibilidad, el emprendimiento, la innovación, por mencionar apenas las palabras claves más frecuentes que conforman la neolengua disponible para el modo de ser contemporáneo, han pasado a entramarse como parte de los valores de mayor prestigio, en la época que aún no acaba de emerger.

A partir de la recomposición y advenimiento de estas nuevas tramas con que se entreteje el modo de ser occidental, ha tenido lugar el aparecimiento de formas inéditas en que han pasado a ordenarse los lazos sociales y, en consecuencia, las nuevas formas de subjetivación (Dufour, 2007; Žižek, 2008). Sin duda, es atribuible a estos procesos de reestructuración social que el sujeto, y el lenguaje en el que habita, hayan resultado afectados y, en cierta medida, averiados (Steiner, 1990) por efectos de la mutación antropológica en curso. Esta avería al orden simbólico (Dufour, 2007), en todo caso, se constituye en telón de fondo que debe ser considerado a la hora de abordar la relación co-constitutiva entre organizaciones y contabilidad, en parte, porque esta no ha sido ajena a la inédita forma en que se establecen y forjan las sociedades contemporáneas de las que, de manera insoslayable, emana su sentido constitutivo.

La organización, según su advenimiento económico y moderno, ha ganado visibilidad dentro del orden social contemporáneo, al punto de considerársela, tal como se la ha problematizado en el campo de los estudios críticos organizacionales, como una de las instituciones centrales para las sociedades del denominado capitalismo tardío. Análogo a dicha consideración, al interior de las formaciones discursivas que son, en sí mismas, las sociedades, la organización, en su advenimiento y articulación con lo social, ha sido discutida como si se tratase de un sujeto, de un ciudadano corporativo, en tanto que interactúa con su entorno por intermedio de lazos discursivos e intercambios simbólicos. Este grado de sujeción se expresa, como sucede con lo humano al ser sujeto de la lengua, a partir de la condición del lenguaje y de los recursos que este habilita para que los intercambios interdiscursivos ocurran, como correlatos del orden que, en lo social, domina.

De forma similar, la contabilidad se devela como montaje lingüístico, una vez se advierte su capacidad de producir significación y de articularse con el régimen de verdad imperante, y en el que se habilita su legitimidad para su circulación global. En este caso, sus mecanismos discursivos –por ejemplo, los informes contables anuales— configuran una potente superficie de inscripción, donde la organización deviene como sujeto discursivo, según la imagen del cuerpo, en su forma de corporación, que allí se logra instituir (Cuevas, 2015). En efecto, los informes anuales instituyen una narrativa, en cuyo centro se aloja la organización, ganando así la consistencia de su cuerpo discursivo. Por ende, los informes contables anuales participan estableciendo la distinción entre qué es y qué no es organización, al tiempo que objetivan sus coordenadas subjetivas al visibilizarla como ciudadano corporativo racional y responsable (Cuevas, 2015; Lipovetsky, 2000). Este advenimiento discursivo de la organización, no como espacialización en donde la producción se organiza, sino como proyección de una imagen total en la que la organización se aliena (Cuevas, 2015), favorece que se indique la suscripción, el pacto simbólico o contrato social entre las organizaciones —tanto sus prácticas espaciales como en las formas de su territorialización— y el contexto social en donde se haya inscrita. Considerar a la organización y a la contabilidad como fenómenos sociales, de manera inevitable, obliga advertir sus modos de ser contemporáneos y las consecuencias que la nueva organización del proceso de acumulación ha implicado para las dinámicas de socialización y de individuación. La relación entre organización y contabilidad que se propone hacer pensable y problematizable, al igual que sucede en el caso del sujeto y el lenguaje, no se sustrae a estos procesos de reestructuración y cambio de las estructuras simbólicas tan frecuentes, desde la segunda mitad del siglo XX.

Por consiguiente, establecer una práctica teórica que se ocupe de problematizar el estrecho vínculo co-constitutivo en el que se enmarca la relación organización-contabilidad, contribuye a la tarea de elucidar uno de los fenómenos sociales que ha ganado notoriedad en la dinámica social actual: el papel de la empresa en las sociedades contemporáneas (Cuevas, 2014a). Ello exige aclarar la forma, en especial su práctica discursiva, a través de la cual estos fenómenos sociales en que se proyectan las organizaciones y la contabilidad se han articulado al espacio social, de acuerdo con su modo de ser contemporáneo. Esta perspectiva resulta estratégica, porque no solo las organizaciones, sino también la contabilidad, han favorecido a la ocurrencia de diversas consecuencias sobre el mundo social y natural, tal como se lo ilustra en el trabajo de Archel (2007) con motivo del incremento y regularidad de las crisis que han tenido en su núcleo a las finanzas financieras.

Planteado en estos términos, es necesario avanzar en establecer una aproximación que permita elucidar la forma de instituirse y de constituirse el vínculo entre la organización y la contabilidad, sobre todo, cómo a este se lo entrama como parte sustantiva del advenimiento del mundo occidental de postguerra y el impacto que tal dinámica operara al interior de los procesos de subjetivación y en los mecanismos de sujeción social. Como se ha sugerido respecto de la época contemporánea, el sujeto ha quedado reducido a un cúmulo de fragmentos, como consecuencia de los sucesivos cambios sociales y de la evanescencia de lo sólido en lo que, otrora, pudiera alcanzar su lugar como sujeto. El lenguaje, en atención a lo que sobre este indicara Steiner (1990), ha empezado su marcha hacia el enmudecimiento, como efecto de la avería simbólica impulsada por el auge y dominio de la cifra sobre la letra, lo que ha favorecido el resquebrajamiento de los montajes lingüísticos en donde los vínculos humanos se recreaban y sostenían. Las consecuencias de dichos cambios en el orden lingüístico resultan sustantivas sobre la forma en la que lo social se establece, porque, aunque “la lengua es indiferente a lo social, pero lo social no es en absoluto indiferente a la lengua” (Dufour, 1990, p. 13). En el interés del vínculo que aquí se propone discutir, se ha indicado antes que los términos organizaciones y contabilidad se constituyen como parte de montajes lingüísticos, debido a lo cual las averías simbólicas propias de la época, que se imbrican en lo social y lo individual, afectan su comprensión epistemológica y ontológica. Antes que advenir al campo del conocimiento, las organizaciones y la contabilidad advienen primero al campo de lo posible como representación de lo pensable, como materialidad significante, una vez se los instituye e integra como parte natural de la realidad social. En efecto, antes que un problema de orden epistemológico se trata de una problematización en el orden de lo ontológico.

A la vez que las organizaciones económicas modernas han puesto en evidencia su impacto sobre el destino de diversos contextos sociales, en particular, porque no han encontrado límite que les impida reconfigurar los territorios para transitar sin restricciones en el mundo liso que les ofrece la aldea global, la contabilidad, aunque con menos visibilidad de su actuación sobre las sociedades, al estar atada al destino de la acumulación capitalista3, su devenir práctica ha impactado a las sociedades, en la medida en que ha propiciado formas de representación de la riqueza que han condicionado a amplios espacios de la realidad social y al mundo natural, al proceso de sustracción de valor y riqueza dinerarios. Al tiempo, sus estrategias de comunicación se las ha direccionado a sensibilizar a los actores de la realidad social frente aquello que les desmejora el modo de vivir sus vidas (Archel, 2007).

La urgencia de pensar la relación de mutua correspondencia entre las organizaciones y la contabilidad, se hace notoria una vez se la considera no desde la articulación de estos dos términos, sino a partir de aquello que opera como garante y sostén de tal relación: su ámbito institucional. Avanzar en esa dirección permite se advierta que la relación organización-contabilidad no depende de sí misma, ni mucho menos de los términos que la integran; más bien, esta depende de un tercero, un exterior que les constituye una vez los inscribe en un marco de posibilidades, a saber, un campo de acción para lo posible, lo pensable y lo decible. A esto responde la indicación de someter a revisión el vínculo organización-contabilidad, como parte de un fenómeno social instituido y reproducido por la dinámica con la que se gobierna lo social, del mismo modo que ocurre con lo humano y los discursos del presente, en donde se causa el sentido de su existencia.

En resumen, lo que se ha considerado hasta el momento se enmarca en el objetivo de producir significado teórico. Las visiones que gobiernan las formas de pensar y producir conocimiento inducen a aceptar que la actividad del campo de la investigación contable logra su legitimidad, a partir del desarrollo y auge de la investigación empírica. No obstante, y más allá de la discusión derivada respecto de aquello que agencia este tipo de imaginarios acerca de la actividad investigativa y lo que esta, en sí misma, puede o no significar, reflexionar sobre el sistema relacional en el que se imbrican las organizaciones, la contabilidad y las instituciones exige también la producción de sentido teórico. Aceptar la posibilidad de otras formas para el pensamiento deriva en otras conceptualizaciones acerca de la organización y la contabilidad, elucidando así la tarea de esclarecer su vínculo constitutivo y, en particular, advertir su condición como fenómeno social. Más aún, si se las reconoce como parte constitutiva de la realidad social, se devela con mayor urgencia discutir su devenir contemporáneo, en donde se determina la vida de mucha gente para bien, como suele señalárselo desde algunos ideales aún vigentes; o para mal, como ha venido ocurriendo en la alborada de esta nueva época.

Breve aproximación económica al vínculo instituciones-organizaciones

Acercarse al papel que desempeñan las instituciones en el ensamblaje de las sociedades resulta crucial, en particular, porque se indica la función sustantiva que esas estructuras, surgidas de la dimensión genealógica de lo humano, operan en la coordinación y dirección de las conductas que hacen parte de y actúan en un campo social. “Es la interacción entre instituciones y organizaciones la que da forma a la evolución institucional de una economía. Si las instituciones son las reglas de juego, las organizaciones y sus empresarios son los jugadores”, sostiene North (1998, p. 131) en su enfoque que les concede un papel primordial a las instituciones. En términos analíticos, advertir esto deviene crucial, una vez se pone el acento en la importancia atribuida a la existencia de las instituciones, su contribución al soporte y desarrollo de los procesos de intercambio económico, y su actuación en el establecimiento de las condiciones de posibilidad para el surgimiento de las organizaciones, según sus distintos modos de ser en cada época. Tales consideraciones, entre otras, hacen parte del campo de discusión que ha sido denominado Economía Institucional. Uno de los ejes problemáticos de esta perspectiva podría indicarse, en principio, como la puesta en cuestión de algunas de las asunciones centrales de la teoría económica neoclásica. En particular, la concepción según la cual el mercado es una estructura abstracta al margen de cualquier determinación social, es decir, una estructura despojada de todo tipo de fricciones sociales y juegos de poder, una concepción solipsista de los procesos de intercambio que, ante el hecho de su ocurrencia, para el enfoque neoclásico no existe una sociedad o un contexto histórico en donde los intercambios tengan ocurrencia4. North (1998) discute esta idea, en parte, cuando advierte que “esa teoría, en la forma prístina que le otorgó precisión matemática y elegancia, modeló un mundo sin fricciones y estático” (p. 129). Visto así, la economía institucional avanza en introducir dimensiones categoriales que fueron ignoradas al seno del núcleo duro de la teoría neoclásica: la dimensión diacrónica (el tiempo) y el comportamiento humano. En efecto, reconocer estas dimensiones permitió que se observara su influencia sobre los procesos de intercambio y su muy particular manera de alcanzar un “equilibrio” en el mercado5.

 

Uno de los aportes más significativos de la perspectiva institucional de la economía ha sido resignificar la teoría económica dominante. Esto, gracias a categorías que se apartan de la mirada neoclásica sobre la realidad social, cuyo énfasis se centra en la figura del homo economicus y su agencia basada en una razón instrumentalizada, dando lugar, más bien, a una comprensión de la realidad social, en donde los agentes sociales encuentran un límite a su cálculo racional (Estrada, 2008), al tiempo que la información a su disposición escasea, aumentando así los costos de transacción. Dicho de otro modo, esta perspectiva reintroduce la realidad social como dimensión sustantiva para el análisis de los procesos de intercambio económico. Identificar esa centralidad conferida a las instituciones es crucial, pues es a partir de su existencia que puede advertirse cómo emergen las organizaciones, esto es, que los intercambios ocurren al interior de la realidad social, la cual, a su vez, es moldeada y coordinada por las instituciones (North, 1998).

Tal como las concibe North (1998), las organizaciones advienen al ambiente producido por las instituciones; en este, actúan como jugadores cuya intervención, interacción e iteración, mediante los procesos de intercambio, se restringe al marco de posibilidades, de restricciones formales e informales, que las instituciones instituyen para su actuación. Sin embargo, considerar que la frontera entre lo organizacional y lo institucional se define con claridad, implicaría admitir que la cuestión se reduce a señalar que el afuera pertenece a las instituciones, mientras que el interior corresponde al espacio constituido de la organización. Ello dificultaría reconocer cómo el campo de las instituciones penetra el adentro organizacional y cómo estas, asimismo, pueden modificar los límites y coordenadas del campo institucional. Es, en esta medida, que la perspectiva neoclásica más ortodoxa ha obviado el campo de las instituciones y su enorme influencia sobre la conducción de las conductas de los agentes que, vistos desde la economía, participan en los procesos de intercambio.

Ante la urgencia de avanzar en aclarar la naturaleza del vínculo entre instituciones y organizaciones, en particular cómo las primeras condicionan el aparecimiento de las segundas, exige, entre otras cuestiones, sortear la aparente obviedad del enunciado las instituciones producen organizaciones. Más bien, se trata de indicar que las instituciones obran como marcos de referencia, en donde se fijan, por medio de una práctica instituyente, las condiciones de posibilidad a las que advienen las organizaciones, según su puesta en escena como actores sociales legitimadas por la ciudadanía corporativa con que se las reviste. Esto, en términos económicos, se puede conceptuar que las instituciones, en tanto marcos de referencia que operan para reducir la incertidumbre sobre la conducción de las conductas.

Así, lo anterior pone en evidencia la importancia que, para las organizaciones, supone el estar sujetas a las instituciones, no solo porque les proveen las condiciones para la enunciación en que las organizaciones se indexan y donde se habilitan una existencia al interior del discurso institucionalizado, sino también porque indicar qué es una organización necesita de la comprensión del marco institucional al que esta adviene, a saber, el marco de referencia al cual se sujeta el sentido de su existencia, al interior de un campo institucionalizado. Al preguntar por las razones por las que las instituciones causan la emergencia, al tiempo que moldean a las organizaciones, se pone de relieve el alcance del ámbito institucional sobre el campo mismo de las organizaciones. Es decir, no resulta plausible afirmar que las organizaciones puedan derivar su sentido de sí mismas. Más bien, este es el resultado de su sujeción al sistema de relaciones que las instituciones instituyen como parte del campo de lo posible.

En procura de comprender el modo en que las instituciones actúan y, en particular, la forma como hacen posible el advenimiento de las organizaciones, según su forma instituida, se debe avanzar acerca de las asunciones, según las que se erigen las bases de la perspectiva analítica de la economía institucional. Por ende, se introducirán algunas de las principales concepciones gestadas por las escuelas de la teoría económica institucional, así como su interés por elucidar la naturaleza de las instituciones y sus consecuencias sobre los contextos sociales en los que permanecen inscritas. Planteado en tales términos, esta mirada avanza en conceptuar las articulaciones que, desde el punto de vista económico, establecen un horizonte posible para dar respuesta al interrogante “¿Cómo y por qué las instituciones dan forma y origen a las organizaciones?” (Cuevas, 2014a).

Una panorámica del enfoque institucional en economía

Para algunos economistas como Caballero (2004), la importancia atribuida a la existencia de las instituciones se desprende de sus efectos económicos, en concreto, su aporte al desarrollo económico. Sin embargo, el enfoque institucional no se constituye como una mirada unívoca. Más bien, este cuenta con diversos enfoques y metodologías que se ocupan de realizar el análisis sobre el comportamiento de los agentes sociales, en el marco de sus procesos de intercambio. A diferencia del análisis neoclásico, la perspectiva institucional se ocupa de evidenciar la lógica que da lugar a la interacción entre los agentes en los procesos de intercambio económico. Su contribución ha permitido indicar que esta lógica no solo se orienta a la búsqueda de maximizar el beneficio económico para alcanzar un equilibrio en las situaciones de mercado, sino que acentúa la idea según la cual las interacciones económicas están atravesadas por fricciones sociales, cuya consecuencia es condicionar el comportamiento de los agentes. En lugar de un equilibrio sin fricciones, el enfoque institucional muestra la existencia de asimetrías de información, costos de transacción, incertidumbre y oportunismo. En la mirada institucional de la economía, que confluyan estos procesos, al tiempo que se evidencian los límites a los que se somete la racionalidad de los agentes, devienen como resultado de reintroducir los intercambios, según su pertenencia al ámbito de la condición y la socialización humanas (Estrada, 2008; Gómez, 2005; Rivas, 2003).